Publicado en El Espectador, Mayo 16 de 2019
Abad Faciolince, Héctor (2019). “Los viejos verdes y las intocables”. El Espectador, Abr 7
Lagrave, Rose-Marie (2009). “Ré-enchanter la vieillesse”. Mouvements, Nº 59, pp. 113-122
El ineludible decaimiento físico que provocan
los años es una realidad que le pasó factura a una generación de activistas sin
polo a tierra.
“Re-encantar la vejez”, un crudo y conmovedor ensayo
de Rose-Marie Lagrave sobre la vejez feminista, fue publicado en 2009 pero no
pierde vigencia: la ha afianzado con otra década sobre los hombros de las
militantes del 68 y extendido a sus pupilas.
Esta socióloga francesa, que citaré
extensivamente, alude a dos series de fotografías del holandés Erwin Olaf. Una,
“Mature”, causó revuelo y escándalo por “la confusión que suscitan en las
representaciones habituales de la vejez unas ancianas que desean y son deseables”.
En Colombia, doce cincuentonas posaron desnudas en 2006 para el calendario ‘Mujeres
sin fecha de vencimiento’ con fotos de Dora Franco. La feminista reconocida del
grupo aclaró que la audacia nada tenía que ver con la seducción: era un acto
político, para “romper los estereotipos de la belleza comercial” y de paso, anoto
yo, mandar el mensaje que la juventud es irrelevante.
Lagrave destaca el contraste con otra serie del
mismo Olaf que caricaturiza hombres seniles “preocupados por fornicar de manera
depredadora, como si la vejez fuera para ellos solo una erección eterna”. Es a
partir de ese contraste que Lagrave propone acercarse a la vejez para observar
y analizar “el tratamiento diferencial de las sexualidades según el género” y,
también, para criticar ideas dominantes. Recuerda cómo las feministas del 68
lucharon prioritariamente por distintas formas de apropiarse de su cuerpo –consentimiento,
contracepción, aborto- rechazando la biología y la “medicalización”. Sin
embargo, “cuando el cuerpo se vuelve dependiente y se escapa al autocontrol” aparece
el silencio feminista.
En una sociedad cuya población envejece de
manera diferencial por género, con mayor esperanza de vida femenina, las
mujeres acaban siendo no solo más numerosas sino “más pobres y más solitarias, porque
el envejecimiento acentúa las desigualdades”. La especificidad por sexo en problemas
de salud, por ejemplo, es apreciable. Paradójicamente, esta realidad social
sexuada la pasa por alto el feminismo que “deja la vejez a cargo de las
políticas sociales y familiares”. Es como si “el movimiento hubiera luchado por
elegir si dejar o no nacer para, simultáneamente, dejar envejecer y morir”.
Algunas feministas han reflexionado sobre el
paso de los años, pero “eso nada tiene que ver con la lucha colectiva de toda
una generación cuya juventud fue feminista”. Una de las princiales labores de
ese movimiento fue la “deconstrucción social de las desigualdades de género y desafiar
el reflejo de atribuir a causas biológicas o anatómicas… las desigualdades
históricas, antropológicas y sociales entre hombres y mujeres”. Siguiendo esa
lógica, el proceso de desnaturalización debería llevar a desconocer la realidad
del envejecimiento biológico que, además, difiere entre sexos.
Con los años, y de manera más marcada que los
hombres, cuyos activos para el flirteo fenecen más lentamente, e incluso se
pueden valorizar con el patrimonio acumulado, algunas mujeres sienten
irremediablemente afectados dos de sus más apreciados atributos, juventud y
belleza. El feminismo tercamente niega esta realidad milenaria, desconociendo
historia, arte, literatura, colosales actividades como la moda o la estética y,
sobre todo, la biología.
Aupadas por la cruzada puritana, una fracción
importante de mujeres, molestas hasta con el contacto visual masculino en público,
renuncian al deseo, como anticipando la vejez. “Ya no es para mí, hay una edad
para todo", han sido según Lagrave expresiones otoñales de miedo a la
intimidad con efectos similares a la desconfianza generalizada de hoy. Los
hombres, ya viejos, “continúan en el mercado sexual” así sea con fármacos. “La
edad no perturba un deseo masculino que ignora los efectos generacionales al
seducir a las más jóvenes”, incluso pagando. Los datos colombianos muestran que
solterones, separados y viudos acuden a prostitutas mientras que sus contrapartes
femeninas abandonan el sexo.
Por fortuna existe un grupo creciente de
feministas científicas: biólogas, médicas, neurólogas… Esta generación, educada
con teorías contrastables y sin prejuicios doctrinarios, pregona que las
diferencias naturales entre sexos “deben aceptarse con franqueza, en lugar de
predeterminar cuáles son correctas”. Saben que ignorar la ciencia no acabará
con el sexismo y que corregir cualquier manifestación del machismo requiere,
más que activismo voluntarista con generalizaciones, evidencia empírica y un diagnóstico
focalizado, riguroso, como cualquier dolencia física.
Las feministas modernas que reconozcan la
biología, la naturaleza humana y sobre todo la selección sexual, posarán
tranquilas ante una cámara a cualquier edad. Si buscan seducir, lo aceptarán sin
disculpas militantes ni angustia por el fantasma del acosador patriarcal que
las cosifica. Tampoco se indignarán con la advertencia de aquel poeta aguafiestas,
“¡que se nos va la pascua mozas, que se nos va la pascua!”, ni siquiera con su
versión millennial femenina: “estoy en mis años más cogibles y lo único que me
coge es la tarde”.
Abad Faciolince, Héctor (2019). “Los viejos verdes y las intocables”. El Espectador, Abr 7
Lagrave, Rose-Marie (2009). “Ré-enchanter la vieillesse”. Mouvements, Nº 59, pp. 113-122
Rubio, Mauricio (2018). “Los clientes de la prostitución en Colombia. Análisis con la Encuesta Nacional de Demografía y Salud 2015”. Academia.edu
Soh, Debra (2019). “Science Denial Won’t End Sexism”. Quillette, March 11
Thomas, Florence (2016). “Desnudarse”. El Tiempo, Junio 14
Soh, Debra (2019). “Science Denial Won’t End Sexism”. Quillette, March 11
Thomas, Florence (2016). “Desnudarse”. El Tiempo, Junio 14