Tengo
poca experiencia en medios de comunicación y por eso me es útil para saber qué
terreno piso hacer comparaciones con entornos más familiares, sobre todo en el
momento de las evaluaciones. En varias dimensiones una comunidad virtual como
la Silla Vacía tiene similitudes con el entorno universitario, y más
específicamente con el de los seminarios, en donde no hay un esquema profesor
que enseña alumno que aprende sino de pequeños foros en los que se discuten
temas sin mayor jerarquía. Aún bajo ese esquema horizontal y por definición no
autoritario hay ciertas reglas que hacen viable el diálogo y el debate. El
ejercicio de comparar el foro de la Silla Vacía con las discusiones que se dan en una universidad puede ser
útil para plantear algunas preguntas que permitan refinar las reglas que
faciliten y estimulen el debate.
LAS PREGUNTAS DIFICILES
LAS FÁCILES
TEXTO COMPLETO
LAS PREGUNTAS DIFICILES
¿Por qué la Silla trata al
comentarista como un cliente tan especial?
Una
de las características de los foros universitarios es la relativa simetría de
derechos entre quien prepara la sesión y el auditorio. No se lo que ocurre en otros
medios virtuales, pero en este no hay reciprocidad. Una proproción de los
comentaristas se sienten como el cliente de un servicio que exige y exige y
exige. Es tal vez un legado de lemas comerciales como “el cliente es rey,
o siempre tiene la razón”. Lo insólito de algunos foristas es que exigen que se
les atienda sin ofrecer a cambio mayor contraprestación. Es un paso más
allá de leer prensa gratuitamente.
Hay
clientes comentaristas que se sienten intocables. Así lo muestran algunas
respuestas a la entrada en la que me atreví a llamar gorrones a quienes lo
habían sido en la campaña de donaciones a la Silla. “Rubio dice que el que
no dona es un gorrón. Yo creo que si hay cuasiultrajamiento”. "Lo que sí
molesta es que vengan a uno a tratarlo de gorrón, de pedigueño, casi de pegado
por no donar". Después, el término gorrón autoriza a este cliente
insatisfecho para acusar al bloguero. "No lo leí de a mucho y dejé la
silla de su blog vacía después de que profiriera insultos contra mí". Se considera ofensivo, inapropiado y brusco que un
bloguero llame las cosas por su nombre pero a la vez válido que el comentarista
trate mal a un bloguero, o afirme que lo insultó.
Eso
no ocurre en un medio universitario en donde el criterio es más simple: se asiste
a los seminarios que interesan, a los que no no, pero no se va a uno con cuyo
enfoque o contenido no se está de acuerdo para sabotearlo. El auto halago
en el foro de la Silla, “somos especiales”, “somos los mejores” es un mal
síntoma. No contribuye a preguntarse permanentemente cómo se podría mejorar, ni
a reconocer que hay saboteadores que hacen difícil la tarea del bloguero. La
equivalencia que se ha hecho a la ligera entre el saboteador de un seminario y
un conferencista provocador es tan absurda que no merece detenerse a contra
argumentarla.
Nunca
supe cómo manejar los “clientes difíciles”, ni tengo idea qué proporción de los
lectores representan, pero diría que es exigua. Como lo han hecho explícito,
hay foristas que, como la discreta mayoría de lectores, simplemente dejaron de
leerme. A esas personas les estoy agradecido pues me facilitaron la
tarea. Pero no todos son así. El ejemplo de reth2002 que expongo en detalle más
adelante, es revelador de lo que considero un virus de este foro, que si no se
controla puede contagiar.
Otro
perfil de “cliente difícil” menos dañino pero definitivamente agotador es el
que piensa que el tiempo del bloguero es ilimitado y responder comentarios su actividad
prioritaria. Con frecuencia se siente por encima de las reglas que facilitan el
debate, como los 1000 caracteres por comentario. Tuve uno que se tomó la
friolera de siete espacios consecutivos todos a tope, o sea algo tan largo como
la misma entrada. Aunque los leí, cometí la indelicadeza de no contestar todas
sus inquietudes. No tuvo reparo en mandarme un mensaje privado exigiéndome que
hiciera la tarea: “Mauricio, como veo que ha respondido a otros comentarios
pero no los últimos míos … le voy a enviar aquí de nuevo mis últimos
comentarios … a ver si por aqui me da respuesta”.
A
caballo regalado se le examinan a fondo los dientes para que los arreglen,
parece ser el lema. El cliente insatisfecho con una camisa que resulta distinta
a sus expectativas exige que le alarguen las mangas, sin siquiera tener en
cuenta que le ha salido gratis. La sección femenina de esta miscelánea es más
peculiar. Allá llegan las fanáticas a mandar hacer blusas a la medida, e incluso
a solicitarle al vendedor que cambie la fachada de su casa.
Esa
desfachatez -ni siquiera pago pero exijo- no creo haberla visto en ningún otro
lugar. Como se podía sospechar, tales personajes miraron para otro lado durante
la campaña Superamigos. Uno de ellos, está ofendido por no haberle dedicado más
esfuerzos “siempre huyó mis debates, públicos y privados (no respondió mis
emails)”. Otra, no satisfecha por el ritual que la doctrina exige para
los cambios de opinión y las disculpas, es aún más severa “el blog de Mauricio
es de los que hacen daño a la sociedad”.
El
mismo forista indignado por que no contesté sus emails privados llega a su
climax con la siguiente perla. “me da la impresión que MR modificó también el
texto de su entrada “La violencia sexual….” justo en la parte donde se hablaba
de cifras de violencia en Colombia (donde se gestó la polémica!)”
¿Cómo
se puede mantener un diálogo o debate con semejante clientela?
Un
forista tal vez decepcionado por las “ventanas rotas” se despide de la Silla
dando gracias “por la paciencia y por no regañar nunca y dejar que uno
despotrique como un endemoniado”. ¿Cuál sería la reacción ante quien se sale de
una universidad o un seminario con esa reflexión? Imposible no percibir ahí un
ambiente nocivo para un debate con altura.
¿Qué aporta el anonimato?
Las
facilidades y garantías a los clientes para atraerlos han sido generosas e incluyen
la posibilidad de hacer comentarios de manera anónima. Basta imaginar la
calidad del debate en una universidad gratuita en la que a la entrada hubiera
un amigable letrero “escoge tu máscara para participar en las discusiones”.
La
justificación que se le ha dado al anonimato es algo como “aquí lo que importa
es lo que se diga, no quien lo diga”. Me parece arriesgado comparar una voz
anónima con otra que no lo es. Un economista diría que si los costos marginales
de opinar son cercanos a cero –eso permite el anonimato- los beneficios
marginales estarán por ese entorno. O más abajo. Los seudónimos no sólo violan
el principio de simetría de derechos entre el bloguero y los comentaristas sino
que atentan contra la calidad del debate.
La
prehistoria de este blog son un par de blogs personales, con el mismo nombre de
los actuales, pero firmados con un seudónimo, Ovidio M Calderón. La razón del
anonimato era que para esos blogs había recopilado testimonios íntimos de
personas cercanas que se sintieron más seguras cuando les garanticé que ni
siquiera se podría establecer un vínculo a través mío. En la primera ronda de
charlas con Juanita para salir en la Silla, su condición fue tajante e
inapelable: con firma o nada. Como yo había prometido a las personas
entrevistadas que no aparecería mi nombre, dejamos así y seguí escribiendo como
Ovidio. Sólo cuando abandoné el seudónimo Juanita me dio el visto bueno para el
blog.
Aún
no logro entender la lógica de rechazar un bloguero anónimo y permitir
comentaristas que sí lo sean. He intercambiado con Juanita algunas inquietudes
sobre este tema y ella ofrece el siguiente argumento a favor. El seudónimo
ofrece protección a quien “no quiere que sus comentarios de una época de la vida
lo persigan para siempre. Porque uno va cambiando y lo que piensa hoy quizá es
muy diferente de lo que pensará en dos años y no quiere tener esa huella tan
larga” (en google). Mi contraargumento es simple: entonces el bloguero debería
tener el mismo derecho. Yo ya quedé marcado con mi defensa del piropo. Y es
posible que parte de la actitud de algunos lectores hacia mí dependa de mis
escritos anteriores. Una implicación es que el no tener seudónimo exige mayor
cautela con lo que se escribe, algo que le ayudaría a este foro. Ovidio M
Calderón era aún más impertinente que Mauricio Rubio.
Parece
de Perogrullo, pero es bueno ponerlo en blanco y negro: no puede haber un
debate serio con una de las partes enmascarada. Los encapuchados en las
universidades están en menesteres diferentes al debate. Sabotear o
someter el debate a presiones indebidas es un riesgo con los anónimos en el
foro. Para algunas personas sólo interesadas en debatir el seudónimo resulta
cómodo, pero estoy seguro que no indispensable. El riesgo de deterioro que facilita el anonimato es
más que un temor infundado. Para mostrarlo tengo una evidencia. Es una sola,
pero ilustrativa.
¿El activismo anónimo puede
afectar la libertad de expresión?
El
tono displicente de algunos comentarios es uno de los recuerdos desagradables
de este blog. Escarbando los foristas que habían logrado indignarme, me
encontré con el campeón: reth2002.
El
punto que quiero descatar es que reth2002, el más agotador y agresivo
forista de mi blog, en ningún caso corresponde al perfil de alguien que trabaje
en Dejusticia, una de las entidades más serias y abiertas al diálogo del país.
Ante
tamaña inconsistencia, le escribí un par de mensajes a su correo de Dejusticia
y, por si acaso, a otras dos personas de la misma institución. El deplorable
nivel de los comentarios de reth2002 me permitía suponer que el seudónimo lo
usaba en la actualidad alguien que había suplantado a Mauricio Noguera.
Noguera
no me contestó, pero sí lo hizo a un mensaje enviado por una amiga con mejores
dotes detectivescas que las mías. Y en efecto, reth2002 es Mauricio Noguera con
máscara. Así, un abogado supuestamente serio para debatir con él, colaborador
del think tank jurídico más
prestigioso del país es simultáneamente un tenaz saboteador del foro en la
Silla Vacía.
El
mensaje de respuesta a la Inspectora Clouseau es sugestivo en cuanto a las motivaciones
de reth2002. Sin tener nada que ver con la razón por la que ella lo contactó, a
lo primero que hizo alusión Noguera, con inocultable satisfacción, fue a mi
renuncia como bloguero de la Silla. Yo me pregunto, dejando bien claro que eso
no es censura, ¿y qué nombre le pondremos, materile rile ro, a ese activismo
que no descansa hasta aburrir las voces que le disgustan?
Lo
más irónico de este caso es que si algo distingue al gremio LGBT es su
hipersensibilidad con el lenguaje. En una de mis entradas sobre ese tema, me
atreví a utilizar el término “disforia de género”, que leí en un artículo
español. La respuesta no se hizo esperar, eso tan rudo de pronto podría herir
la susceptibilidad de alguien. Un bloguero no debe hablar de disforia –el
opuesto de euforia- para un niño que no quiere serlo, pero el activista LGBT
disfrazado si puede afirmar que el bloguero es misógino, o sea que “odia a las
mujeres, manifiesta aversión hacia ellas o rehúye su trato” (RAE)
Por
si las moscas, quiero dejar bien claro que mi crítica se dirige exclusivamente
a reth2002-Noguera y en ningún momento pretendo extenderla a otros activistas u
organizaciones LGBT.
¿Qué aporta el debate entre una
minoría de comentaristas a la mayoría de los lectores?
Una
de las preguntas que más me hice desde el inicio del blog es ¿qué tan
representativos del universo de los lectores son quienes escriben comentarios?
Mi impresión es que no los representan bien ni en número ni en características.
El lector para el bloguero no sólo es un misterio. Es peor, es una figura
deformada por unos pocos comentaristas, entre quienes están sobre representados
los extremos: los que están muy de acuerdo con las ideas expuestas y, aún más,
quienes están en total desacuerdo. Le hice esa pregunta a un bloguero más
experimentado, Carlos Cortés, y me contestó lo mismo. El sólo hecho que, independientemente
de la opinión del bloguero, sean los extremos los que se manifiestan ya sesga
el debate y lo vuelve un contrapunteo de posiciones irreconciliables. Es
probable que no sea ese el debate que le interese más a la mayoría de los
lectores, ni a la política pública. Como hemos aprendido con el aborto, no es
de los profundos debates de principios universales sobre el momento preciso de
incicio de la vida entre los dos extremos del abanico ideológico de donde salen
soluciones concretas y factibles para las mujeres reales que simplemente
quieren enfrentar un embarazo no deseado. La discusión bizantina va por un lado
y los abortos siguen ocurriendo.
En
el medio universitario también hay una gran mayoría que no participa y unas
pocas personas acaparan el debate, normalmente los estudiantes de mejor nivel.
Mi estimativo después de muchos años en la universidad es que uno acaba
interactuando con algo así como el 10% del auditorio en una clase y bastante
más en un seminario. Acabo de confirmar cual es la proporción de comentarios
por lectura y quedé sorprendido al cuantificar lo baja que es. No cambia mucho
entre blogueros actuales y retirados ni con las historias. Varia entre el 0.6%
y el 2.5% siendo en extremo optimista, pues está basada en las “más comentadas”
sobre las “más leídas”. Además dentro de los comentarios están los del bloguero
y algunos foristas que se repiten. Haciendo el paralelo con un seminario en una
universidad, es como si una o dos personas marcaran la pauta en un auditorio de
doscientas personas. Me parece exagerado.
Un
punto crítico es que los fanáticos, los defensores a ultranza del pensamiento
único son los que muestran mayor vocación por participar en el debate, para
saboteralo. Sobre todo si pueden hacerlo protegidos por el anonimato. En un par
de ocasiones una columna mía
produjo la inscripción de una usuaria para atacarme. Aquí la comparación con
los encapuchados en la universidad es más que pertinente: se trata de una pequeñísima
minoría pero con enorme capacidad para hacer ruido. Permitir que actúen no
conduce a un saboteo aleatorio entre corrientes de pensamiento.
Es
una ingenuidad pretender que puede haber democracia y libertad de expresión sin
controles. La economía ya ha discutido ad-infinitum
lo restrictivas que son las condiciones para que el laissez-faire conduzca a un resultado socialmente deseable.
En
el otro extremo, después de lidiar con el ruido, los contertulios con los que
el bloguero acaba estableciendo un diálogo constructivo, que como en la
universidad también tienen muy buen nivel, son pocos, muy pocos, poquísimos. Es
llamativo que ante la pregunta ¿cuantos contertulios habituales tiene que
realmente aprecie? Carlos Cortés mencionara explícitamente tan sólo cuatro
personas de las cuales dos hacen parte de mi trío de contertulias habituales,
de las que realmente aprendí con el diálogo.
La
gran diferencia entre el foro virtual y el universitario radica en que dentro
del segundo se han logrado controlar los saboteadores, de forma o de fondo. Allá
un erth2002 es más Mauricio Noguera. Sería interesante investigar bien, para
aprender, la naturaleza de ese filtro que debe ser una mezcla de presión
social, vergüenza por el cara a cara, institucionalización y algo de autoridad
bien entendida. No ocurre a menudo en la universidad, pero puede surgir la
necesidad de solicitarle a alguien que por favor se salga pues está impidiendo
el desarrollo de la discusión.
Parte
de lo que me molestó del incidente con Olga Lucía -esto no es una crítica a
ella sino a una regla informal- es que cuando ya había escrito el equivalente a
solicitarle a alguien que no vuelva al seminario que no le interesa tuve que
corregir esa respuesta pues, al mirar su perfil, me enteré de que era la
editora de la Silla. Haciendo el paralelo con la universidad, fue algo como
enfrentar a una persona difícil y al increparla uno se entera que desempeña
quien sabe qué funciones en la decanatura o la rectoría. Opino que es una
situación demasiado informal, bastante incómoda para el bloguero y confieso no
haber sabido cómo manejarla.
LAS FÁCILES
¿Por qué no pude mejorar mis
ilustraciones?
¿Me fuí de LSV porque me
censuraron, alteraron o impidieron publicar un post?
Por
supuesto que no. Dije textualmente: “si un columnista cualquiera hubiese
recibido el tratamiento que sufrí de
la editora de la Silla en un medio reconocido como de derecha, o
pro-establecimiento, la denuncia de “¡censura!” no se hubiese hecho esperar … (OL)
logró aburrir a quien escribe … y
ahora habrá una editora disgustada, enervada y dispuesta a armar un
destemplado tierrero”. En ningún momento dije que me cambiaron o impidieron
colgar un artículo, o que lo harían, algo que es técnicamente imposible pues
cada bloguero cuelga directamente lo que escribe sin que en LSV se sepa lo que
uno publica antes de que salga en la página. Cuando Olga Lucía o Juanita llegan a la oficina mi entrada
normalmente ya ha sido vista por los muy trasnochadores y los lectores
europeos.
En
la discusión que siguió a la columna de la discordia, la palabra censura no
aparece ni una sóla vez. Si tal hubiese sido el motivo de mi renuncia habría hecho la acusación en caliente. Y
Olga Lucía se habría defendido, pero ese tema no se tocó.
En
el foro que sigue a la renuncia, por el contrario, fuera de mi hipotética
¡censura! de un medio de derecha, el término aparece ya veinte veces. Un solo forista dice que sí hubo
censura y el resto o bien me acusan de haberme sentido censurado, o bien
discuten el alcance del término o bien aclaran que en la Silla no hay
censura. En el foro se deformó un
poco lo que realmente pasó.
¿Por qué me voy?
Porque
quedé aburrido con el incidente. Así de simple. En la carta le atribuí a Olga
Lucía intencionalidad para llegar a eso y hoy con cabeza fría ya no lo haría. Estoy
de acuerdo en que el asunto, tomado aisladamente, se podía superar. Pero no
pasó así. Después de rumiar mi reacción, y además de disfrutar la ligereza de
estos últimos días, pienso que podría tratarse de una gota que rebosó la copa,
tal vez una disculpa a la que me aferré para salirme de un esquema
insostenible. Es físicamente imposible ser bloguero de LSV echándose encima la
responsabilidad de atender todos los comentarios, incluso los saboteadores.
Hasta el final le respondí a reth2002, a pesar del desagrado y rabia que me
producía. Es probable que el simple descubrimiento de saber quien se agazapaba
bajo ese seudónimo me hubiese llevado a la misma saturación. Hay ciertas cosas
que no aguanto y no me da vergüenza reconocer que tengo ese tipo de
intolerancia. Cuando estoy seguro de poder decir “eso no se hace” simplemente
me alejo de quien lo hizo. Si, por poner un ejemplo absurdo, en la universidad
un buen día llega el rector a mi oficina y suelta un par de gatos renuncio ipso
facto, independientemente de las intenciones que hubiera tenido para hacerlo.
Diría lo mismo, me aburrí aquí. Y eso no es hacerme la víctima sino tener claro
cuales son el entorno de trabajo y las reglas del juego que me satisfacen y
cuales no. Si algunas ven en eso el mismo victimismo que he criticado, allá
ellas. LSV puede estar tranquila que fuera de mi airada reacción ante el
incidente, y esta sincera crítica al foro, no denigraré jamás de un entorno al
que le invertí con gusto y pasión casi todo mi tiempo y energía por cerca de
nueve meses.
En
buena parte, percibí a Olga Lucía como la representante del “cliente difícil”
que me costó tanto trabajo manejar. En mi humilde opinión en este foro faltan
preguntas pertinentes y flexibilidad ante voces discordantes. Sobran regaños y
pesadeces que progresivamente impiden que el bloguero se deje de plantear las
preguntas relevantes por lidiar con el ruido.
La
segunda gran lección sobre la naturaleza del foro -y aquí evidentemente ya
excluyo a Olga Lucía como representante- después de los gorrones que exigen no
diferenciarlos de los donantes, son los camaleones y las hienas que surgieron
con mi renuncia. Por un lado les agradezco porque me tranquilizan y reafirman
ante mi decisión. Por otro me permiten pronosticar que si LSV no toma medidas
intencionales contra ese pequeño porcentaje de ese pequeño 1%, el deterioro del
foro será inevitable. En materia de tolerancia, capacidad de empatía,
autocrítica y cara valiente ante los errores, tanto a mí como a este foro nos
queda aún mucho por aprender de la directora de LSV. No creo ser injusto si
señalo que es aquí donde son más comunes las expresiones de auto alabanza
y auto exclusión, que considero
siempre perversas simplemente porque van marginando poco a poco la autocrítica
y la capacidad para detectar pequeños errores y corregirlos.
¿Por qué renuncié a defender el
piropo?
-
Yo desafío a
Bat para que me cuente una situación concreta en la que se haya visto sometida
por el poder masculino.
-
Ella me relata
el caso de la Virgilio Barco.
-
Me resulta
imposible volverle a hablar del Esgar.
-
Kathy Porto me
pregunta. “Mauricio: esta pregunta es un tanto atrevida. Crees que Bat te
hablará de su intimidad?”.
-
Yo le respondo
a Kathy: “Lo hizo, y se me volvió un autogolazo. A golpes se aprende”.
-
A Bat le
respondo: “No me la pone fácil Bat, pues es imposible hacer consistente una
"defensa del piropo" con ese incidente que usted cuenta. Sería
absurdo salirle con el consabido "no ha debido contestarle" pues
usted está en todo su derecho de manifestarse como lo hizo. Sin atenuantes, ese
tipo encaja perfectamente entre quienes buscan ejercer dominio sobre una mujer
extraña basados en la amenaza. Me puso un polo a tierra y se lo agradezco.
-
Al día
siguiente, Bat, luego de un peculiar piropo “mi flor del fango ideológico” me
agradece por adoptar una posición de “escucha”
-
Por mi parte,
haciendo carpintería, duré todo el día rumiando el asunto y así se lo
manifiesto “no he dejado de pensar en su caso. Valdría la pena que usted se
pusiera en contacto con las de Atrévete, por una razón simple: el dilema sobre
lo que se debe hacer en Bogotá ante un piropo aparentemente inofensivo … Su
breve relato me hizo click. Creo que ya guardaré en un cajón los recuerdos del
Esgar”
-
Uno de los más
notorios camaleones manifiesta que se trata de una buena noticia pero ya muestra
dudas (¿celos?) que un solo testimonio, y no sus brillantes disertaciones, me
haya hecho cambiar de opinión.
Esa
misma noche le digo a Mª José, mi esposa, que me va a tocar escribir un “me
retracto” u “otra voz” o “cambié de opinión” o “renuncio a la defensa”. Estaba
en esas cuando el incidente con Olga Lucía y me pareció que no debía dejar eso
sin hacer. Por eso uní las renuncias.
Lo
más revelador de este incidente fue la pelada de cobre de Marcela Gómez, de
Atrévete Bogotá, a quien le pedí
disculpas públicamente (ya las borré, no las merece). Los invito a leer sus
reacciones que reflejan lo profundo y autoritario que puede ser el dogmatismo.
A ella no le basta con que yo pida disculpas, me retracte y le pida a Bat que
hable con ellas. No, Marcela exige siempre más. Ella quiere una blusa gratuita
y no le basta con el prêt-à-porter.
La quiere hecha a la medida, y exige incluso que altere mi blog. Ella tampoco
cree que haya podido ser el testimonio de Bat y no los de Atrévete lo que me
haya hecho cambiar de opinión. Los segundos me inspiraron, por lo inocuos y
clasistas, para defender el piropo. El agitado debate, y en particular la
sólida argumentación de Bat, por supuesto que me pusieron a reflexionar y el
tipo de la Virgilo Barco dio el puntillazo final.
No
veo nada extraordinario en defender una posición para luego de una interminable
discusión y un testimonio sincero y convincente renunciar a hacerlo. Los
iluminados sí. Ellos saben no sólo lo que uno debe pensar sino cómo debe llegar
a su sabiduría y cual es el procedimiento indicado para arrepentirse o como ellos
quisieran, convertirse totalmente, cual hermano cristiano. Entre esos y los de
Lourdes o Fátima me quedo con los segundos que ya no son los de las cruzadas.
Realmente da susto que personajes tan fundamentalistas adquieran más poder. En
el fondo tienen la misma mentalidad de los chantajistas: si ya cedió ese
poquito es porque es débil, exijamos más. Dan grima.
¿Dónde se debate mejor?
Sigo
prefiriendo el debate y los seminarios en la universidad. Y lo digo simplemente
para llamar la atención sobre lo mucho que un foro como el de LSV puede
aprender de allá. Con notorias excepciones, en la universidad alguien ya se
hizo cargo de los saboteadores y casi nunca la discusión se va por las ramas y
con malos modales, así quien exponga sus ideas esté desafiando otras. En
lugar de insistir en que “aquí en la Silla la cosa es diferente” vale la pena
preguntarse si se podría mejorar la discusión, y cómo.
Con
las actuales reglas del juego, el incentivo evidente para el bloguero es no
pararle bolas a los comentarios. Como, además, los foristas con quien pude
dialogar se cuentan con los dedos de una mano (e intuyo que mi caso no es el
único) la pregunta que me hago es si el debate no se ha convertido en realidad
en un simple ritual con más costos que beneficios. Los foristas, en
particular un sub-conjunto reducido de los de LSV, son la clientela más difícil
que he conocido.
Me
inquieta pensar que sean no sólo la franca minoría que son sino, también, una
minoría con excesivo poder sobre las decisiones estratégicas y editoriales de
la Silla en detrimento de los lectores discretos, que son la mayoría ignorada. La
manera como, por ejemplo, unos pocos gorrones activistas lograron quitarle
cualquier posibilidad de dientes a la campaña de las donaciones es ilustrativa.
Se
da la tentación, imperceptible pero permanente, para satisfacer con lo que se
publica a una pequeña pero vociferante fracción del auditorio que, eso es
evidente, manifiesta su gusto por lo que quiere oir. El mejor ejemplo que se me
ocurre es el de “55 minutos de los falsos positivos” cuyo resumen del conflicto
colombiano es digno de un pasquín y no de un medio de comunicación serio. No
sorprendió que fuera muy aplaudido, salvo por AlvaroH un historiador, para
quien “como aquí la visión superficial del conflicto es la que importa, casi
nadie tiene el menor interés en asumir una mirada crítica frente al
documental”. El tratamiento que se
le ha dado en La Silla al delicadísimo problema del juicio a los militares por
la retoma es en mi opinión desequilibrado. Para informar sobre las fallas de
los fallos, que evidentemente las ha habido, han sido más balanceados otros
medios.
¿Por qué no acepto las
disculpas y empiezo a escribir de nuevo en la Silla ya?
La
tranquilidad y muchas tareas pendientes no son la única razón para no hacer
borrón y cuenta nueva ante las disculpas de Olga Lucía y las mucho más sinceras
y convincentes de Juanita.
En
alguna ocasión un colega de trabajo se partió una pierna. Le pregunté qué le
había pasado y me repondió: no le voy a contar el accidente, sino la reacción
de mi hija cuando se lo conté. “¡Uy, papá! ¡Qué oso!”
Quienes
discutimos los asuntos de trabajo con los hijos y tenemos la responsabilidad de
darles ejemplo debemos ser en extremo cautelosos con los osos. No se les puede transmitir el mensaje
que uno renuncia de mentiras, por hacerse el difícil y a la semana siguiente sigue
como si nada. Es irrelevante en este momento si acerté o cometí un error al
colgar esa renuncia. Ya lo hice públicamente, y considero que eso es serio.
¿Qué sigue?
Los
periodistas experimentados lo han diagnosticado adecuadamente, necesito
madurar. Algo he logrado con esta valiosa experiencia en la
Silla. No tengo ningún inconveniente en reconocer que me falta
mucho, casi todo, por aprender de feminismo, perdón de feminismos. Pero también
salgo convencido de que se trata de una de las áreas del debate político y del
conocimiento con un mayor volumen de mitos acumulados, que a punta de
intolerancia han logrado aislarlos de un debate transparente. Se han arrinconado
y escondido las preguntas más relevantes. Varios de los comentarios a mi
renuncia hacen palpable la intransigencia de algunos en este foro. Pretender
que eso no tenga consecuencias sobre el ánimo de un bloguero para permenecer
allí es de una ingenuidad sideral. Si en alguna universidad dejaran que
personas de ese nivel de intolerancia sabotearan un seminario impunemente en
poco tiempo no quedarían conferencistas.
Aunque
le enerve a las dogmáticas, a pesar de mi ignorancia, gracias a este blog me invitaron
a varios seminarios sobre temas de género, lo que muestra que sí hay demanda
por nuevas visiones. Tengo interés y trabajo para rato.
Como
me ocurría hace años después de cualquier noviazgo saldré a buscar algo bien
distinto, probablemente más light, o
más académico, o más cloaca, o menos agitado o poco concurrido. En todo caso,
nada que se parezca al foro de la Silla. Y esa afirmación no me compromete
a perpetuidad. Es bien probable que en algún momento, con más cancha y callo, y
tal vez con el mismo grupo silencioso de lectores fieles que no hacen bulla,
vuelva a acercarme a esta berraquera de directora. A pedirle que me de tribuna
para desafiar algunas sub-doctrinas feministas de moda.