Publicado en El Espectador, Abril 14 de 2016
ET (2016) "Padre habría mordido a su hijo para que 'no sea gay'". El Tiempo, Enero 13
Dorris, Jesse (2015). "Justice Kennedy, Please Don’t Confuse Me With Morrissey". Slate, June 26
Aunque deploro la manera como se
aprobó, respaldo el matrimonio igualitario. Mis razones no son jurídicas, ni
siquiera políticas, pero sí muy familiares.
Me preocupa que una militancia algo
clasista, aliada con juristas prestigiosos, influya tanto en la jurisprudencia.
Con la falacia de proteger minorías, una Corte más derechista o corrupta podría
reimplantar la pena de muerte. Fue vergonzoso el anuncio de sentencia con un ponente
cuestionado cuestionando a sus colegas “supralegisladores” por violar la
constitución. Es lamentable que un asunto con tantas aristas pasara sin debate
parlamentario, ni político, como sí lo hubo en democracias serias en las que
también estaban en juego los derechos de una minoría. Qué ingenuidad pensar que
estos conciliábulos, reiterando explícitamente que son contra la voluntad de
las mayorías, no agudizan la homofobia.
En los EEUU, la controvertida figura se
aprobó por fallo judicial, respetable y respetuoso. La reacción de los activistas
fue agridulce. Jesse Dorris, escritor gay, celebró y lamentó la sentencia, una
oda bien goda que lo hizo sentir como alguien que tras esperar años para poder
entrar a un club se incomoda al ser admitido. Originalmente, anota Dorris, se
buscaba resolver los líos de una agonía y muerte por Sida, con complejísimos y
dolorosos enredos familiares para el amante sobreviviente, rechazado y
culpabilizado.
No creo en el matrimonio, heterosexual
o igualitario. Siendo ateo, estuve casado por lo católico, para no contrariar a
las familias. Me separé y lamenté ese vínculo indisoluble; calibré tarde el
costo de las presiones de la parentela, latentes, pesadas. Con mi actual esposa
optamos por la unión libre. Ya con prole, nos casamos por lo civil, para
transmitirle la nacionalidad española que yo tramitaba. Esa razón para ir ante
un juez fue lo único aterrizado que oí sobre la necesidad de la reforma.
Del matrimonio gay siempre me intrigó el
ahínco progresista por una institución conservadora y arcaica. Duré años sin
entender el misterio, hasta leer a Dorris. Ahí está la pieza faltante del
rompecabezas: la familia, la propia y la política. Historias, testimonios,
charlas, chismes, novelas, películas y mi primer matrimonio me dejan claro que,
además del obvio compromiso de la pareja, casarse es sobre todo un ritual de
parientes, un “vínculo solemne” entre clanes, casi siempre extensos,
entrometidos, a veces autoritarios, asfixiantes. Lo demás son arandelas. Con
silogismos jurídicos, el activismo colombiano, legalista, dogmático, estatista
y taimado, sacó a la plaza pública un asunto íntimo y familiar. Lo mismo pasó
con la homofobia, que empieza en el hogar pero la presentan como drama social
para justificar la intervención estatal. El rechazo de la familia, el que más importa,
que puede ser tenaz y realmente hacer daño, sigue silenciado. La comparación
con la discriminación racial –hasta allá llegó la demagogia- es desacertada
también por eso: para las minorías étnicas el hogar y la familia son un
refugio; para las sexuales pueden ser el infierno.
La metáfora del club ilustra la
oposición no religiosa al matrimonio homosexual. Miembros activos objetan la
admisión de nuevos socios por temor al incumplimiento y saboteo de los
estatutos. Como afiliado por oportunismo o presión familiar, nunca por
convicción, debería abstenerme de opinar sobre la expedición de carnés. Me siento
Groucho Marx recordando la evolución del club, que siempre fue elistista: ya no
es tan exclusivo, ni excluyente; dejó de discriminar hijos de socios y no
socios; mucha gente se sale, a otra ni le interesa ingresar, sobre todo en las
clases populares.
Fuera de la ventaja del segundo
pasaporte, mi argumento para respaldar el matrimonio igualitario es que facilita
las relaciones familiares. Muchas parejas están casadas, por lo religioso o lo
civil, por complacer a los suegros y su cofradía. Las personas LGBT padecen el
mismo apremio, potenciado por la homofobia de parientes, consanguíneos y
políticos. La diferencia sutil entre “unión solemne” y “matrimonio”, que parece
trivial, adquiere relevancia al pensar en reuniones o ágapes con familiares
gruñones, quisquillosos o uribistas. El activismo burocrático, obsesionado por
reformas legales y prebendas estatales, ha callado una fuente de exclusión, y
la razón de ser del matrimonio igualitario, que está más puertas adentro que en
la calle.
Caras acartonadas celebrando una
pírrica victoria, comentarios en redes sociales y un gay lúcido me invitan a
especular con un encarte militante del tipo “¿y ahora qué? ¿esto cómo afectará
las relaciones con las familias?”. Antiguamente, tías rezanderas exigían boda
en la iglesia para aceptar a alguien en el clan; tomó décadas disminuír esa
presión, que subsiste tenue y tácitamente. Fetichistas legales pretenden ahora garantizar
la acogida con un certificado oficial que convierta amantes LGBT en cónyuges. Es
un primer paso, pero será indispensable abordar con franqueza y pragmatismo la
homofobia familiar, en todos los estratos. Entretanto, mucha suerte.
- O sea, como dice Piketty, en este país la desigualdad es tenaz.
- Con esta sentencia tan democrática, con puro amor, vamos a bajarla un poco, marica.
- Ojalá que, ya con esposa, la abuela se ponga querida y me vuelva a invitar a la finca
Hablando en serio: ¿no se podrían conseguir testimonios de estrato inferior a seis?
Así dan ganas de agregarle un "Clasista" al "Colombia Diversa"
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Uprimny, Rodrigo (2012). "Elemental, mi querido Watson". El Espectador, Sep 29
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Weissman, Jordan (2015). "The Beautiful Closing Paragraph of Justice Kennedy’s Gay Marriage Ruling", Slate, June 26