Los cabrones, la senadora y la prostituta retirada

Diciembre de 2013

En su número de Noviembre la revista francesa Causeur publicó un “Manifiesto de los 343 cabrones”.

En materia de prostitución, somos creyentes, practicantes o agnósticos. Algunos de nosotros han ido, van o irán ‘a donde las putas’ y ni siquiera les da vergüenza.

Otros, sin haber sido clientes (y por razones que sólo a ellos competen) no han tenido ni tendrán nunca el reflejo ciudadano de denunciar a las personas cercanas que hayan recurrido al amor tarifado.

Homos o heteros, libertinos o monógamos, fieles o mujeriegos, somos hombres. Eso no hace de nosotros los frustrados, perversos o psicópatas descritos por los partidarios de una represión disfrazada de combate feminista. Se nos puede ocurrir o no pagar por relaciones carnales, y bajo ningún pretexto prescindiríamos del consentimiento de nuestras parejas. Pero consideramos que cualquiera tiene el derecho de vender libremente sus encantos e incluso de que eso le guste. Y rehusamos que los diputados promulguen normas sobre nuestros deseos y placeres.

No nos gusta ni la violencia, ni la explotación, ni el tráfico de seres humanos. Y esperamos que los poderes públicos hagan todo lo posible por luchar contra las redes y castigar a los proxeneteas.

Amamos la libertad, la literatura y la intimidad. Y cuando el Estado se ocupa de nuestras nalgas, esas tres cosas peligran. Hoy es la prostitución, mañana la pornografía: ¿qué se prohibirá después?

No cederemos ante las ligas de la virtud que están en contra de las damas (y los hombres) de pequeña virtud. Contra lo ‘sexualmente correcto’ tenemos la intención de vivir como adultos.

Los antecedentes de esta proclama se remontan al año 2003 cuando el parlamento adoptó la Ley de Seguridad Interior presentada por Nicolas Sarkozy como ministro. En ella se introdujo el delito de “racolage” público -el “solicitation” inglés o sea pedirlo en la calle- que se definió como el “hecho, por cualquier medio, incluyendo una actitud pasiva, de ofrecerse públicamente a alguien para incitarlo a tener relaciones sexuales a cambio de una remuneración”. Este golpe legislativo de la derecha castigaba con dos meses de prisión y una multa la prostitución callejera. Desde el principio, las ONGs que trabajan con mujeres de este segmento del mercado sexual señalaron que su situación se había deteriorado, que requerían más protección y que las mafias se habían fortalecido.

En el 2011 la Asamblea votó una resolución reafirmando la “posición abolicionista” de Francia en materia de prostitución. Un año más tarde la senadora verde Esther Benbassa propuso un texto buscando revocar el delito de captación pasiva. Lo retiró pues Najat Vallaud-Belkacem, ministra de la mujer, quería presentar un texto más amplio y anunció que la promesa de François Hollande de eliminar ese delito sería cumplida pues una de sus secuelas había sido “culpabilizar a las personas prostituídas cuando el 90% de ellas son víctimas de la trata de seres humanos”. Confirmando las críticas a la ley del 2003 la ministra señaló que las prostitutas callejeras “para escapar a las fuerzas del orden se alejan del centro de las ciudades y se encuentran más expuestas a las violencias”.

Para “reforzar la lucha contra el sistema prostitucional” hace un par de meses se oficializó la propuesta legislativa que se aprueba en estos días. Se elimina el “racolage” y a cambio se introduce la penalización de los clientes con una multa de 1500 euros.

Se ha criticado mucho el cálculo de la proporción de víctimas sobre un total que se desconoce. Al estimativo oficial por debajo de cuarenta mil prostitutas en Francia el sindicato del trabajo sexual ripostó señalando que en Alemania, en donde pagan impuestos, llegan a cuatrocientas mil. Aunque las que se anuncian por internet son una porción cada vez mayor, las cifras de la ministra se basan en las interpelaciones por “racolage” y las víctimas identificadas en los casos de proxenetismo. O sea que los datos de alarma surgen, precisamente, de las prostitutas perseguidas –inmigrantes con frecuencia ilegales- cuya precariedad y dependencia de las mafias fue consecuencia de la criminalización de su actividad. La penalización de los clientes acabó siendo la respuesta socialista a los daños ocasionados por la legislación represiva, en ambos casos con el apoyo de organizaciones que buscan erradicar la prostitución.

El Manifiesto de los 343, que se anticipó al debate parlamentario, acabó siendo un fiasco. La editora de la revista que lo publicó tuvo que explicar que se trataba de un comunicado más a favor de la libertad que de la prostitución. Algunos de los supuestos firmantes negaron serlo. Fue criticado el tono ligero y jocoso para un asunto tan serio y no gustó la indiferencia por la situación de las prostitutas. Particularmente ofensiva resultó la referencia al “Manifiesto de las 343 zorras” con el que décadas atrás un grupo de feministas pro aborto defendieron el derecho a disponer de su cuerpo. Ahora se acusa a los firmantes de querer disponer del cuerpo de otra persona.

Tuvo mejor acogida una breve declaración promovida por el cantante Antoine y apoyada por varias personalidades, entre ellas Catherine Deneuve, la Bella de día de Luis Buñuel. “Sin cuestionar ni promover la prostitución, rechazamos la criminalización de las personas que se prostituyen o los que utilizan sus servicios, y pedimos abrir un verdadero debate sin sesgo ideológico".

Una buena pieza de la controversia fue la conversación entre Esther Bernassa y Gabrielle Partenza, una “tradicional” retirada, fundadora y presidenta de una asociación a favor de prostitutas de la tercera edad. La gran inquietud de la senadora es que en los estudios de base para la nueva ley prácticamente no hay testimonios de mujeres en el oficio. Buscando darles la palabra se ha reunido varias veces con ellas e invitó a Gabrielle a charlar en el senado. Ambas están convencidas de que se requiere luchar sin tregua contra la trata de mujeres y de menores.

-       Gabrielle, se nota que está muy brava
-       Me dio mucha rabia la señora Najat Vallaud-Belkacem, que no sabe de lo que habla y que se permite, no se a título de qué, hablar de penalizar los clientes. Yo no creo que ella sea Dios padre para penalizar, castigar, prohibir … Nada más fácil que atacar la prostitución, habiendo tantas otras cosas de qué preocuparse, el desempleo, la precariedad … En Francia se ha hecho una terrible amalgama entre la esclavitud de mujeres por las redes y la prostitución que practicamos nosotras, las tradicionales. Los prohibicionistas juegan con esa amalgama. Las tradicionales son mujeres que han escogido prostituirse. ¿Con qué derecho los prohibicionistas se inmiscuyen en la vida de ciudadanas?
-       ¿Se trata de un oficio como cualquier otro?
-       No es como cualquier otro, pero sí es un oficio. Es un oficio que se aprende, y que se respeta, ante todo. No es un oficio fácil, es un oficio muy difícil. Se gana dinero y se gana duramente. Y a esas mujeres bienintencionadas que no saben nada, que ni siquiera se dignan hablar con las prostitutas, les prohíbo que digan algo sin saber nada. Hablan por nosotras, sin saber. Quieren erradicar la prostitución, pero sueñan. Najat Vallaud-Belkacem también sueña.
-       ¿Por qué?
-       ¿Usted sabe desde cuando existe la prostitución?
-       Esa no es una razón.

-       Sí es una razón. Otros quisieron hacerlo antes que ella.

Casas de consuelo y fuentes de soda

Noviembre de 2013

Una de las más nefastas aplicaciones del principio del mal menor –según el cual la prostitución previene las violaciones- fue el engranaje oficial que el alto mando japonés estableció durante la segunda guerra mundial con mujeres de toda el Asia para atender a sus tropas. Aunque inicialmente contaban con prostitutas japonesas voluntarias, ante la rápida expansión militar optaron por el reclutamiento forzado de jóvenes en varios países.

En 1995, Mun, una de las coreanas obligadas a atender los burdeles militares nipones contó su historia a la escritora francesa Juliette Morillot. Se trataba de una política oficial y abierta. Al colegio de Mun se presentaron para captar voluntarias cuatro japoneses, dos de ellos con uniforme de la policía militar. Cuando las promesas de trabajo utilizadas como señuelo dejaron de servir recurrieron a la fuerza. A Mun la raptó un coreano que había ido con los japoneses a su colegio. Varias de sus compañeras fueron secuestradas por policías.

No hubo escrúpulos en cuanto a edad o actividad de las víctimas. El grupo de Mun era de colegialas, varias prepúperes y una menor de 11 años. “Cuando bajamos al puerto cualquiera hubiera pensado que se trataba de una excursión escolar. Algunas venían todavía en uniforme”. Les insistían que las llevaban a trabajar como meseras, por lo que debían vestirse de manera especial. Un oficial las acompañó a escoger sus atuendos. En la violación con la que iniciaron su nueva vida participó incluso un médico del ejército, que se quedó con la menor de ellas. Al poco tiempo ya estaban degradadas. “La primera semana de mi encierro, recibí más de veinte soldados por día. No tenía sino algunos minutos después de cada uno para lavarme y ya el siguiente empujaba la puerta. Después el ritmo se aceleró  y con el paso del tiempo me di cuenta de que los oficiales venían menos y los reemplazaron soldados rasos. Más rústicos. Más jóvenes. Pero menos exigentes. Les temía menos que a los de mayor grado pues no esperaban nada distinto que mi pasividad y llevarlos a un placer que no duraba más de algunos segundos para montarse y evacuar. Los oficiales, por el contrario, querían atenciones. Algunos, tal vez nostálgicos de las geishas de su país hubieran querido verme bailar o cantar. Servirles vino. Partían  decepcionados de la pobreza de mis talentos y como con la fatiga el brillo de mi belleza y la atracción de lo nuevo no tardaron en desdibujarse, los oficiales pronto me dejaron de lado a cambio de las nuevas cosechas más frescas de Corea”.

Aún se debate la magnitud de la prositución militar japonesa. El historiador Yoshiaki Yoshimi estima en dos mil el número de centros y hasta en doscientas mil las mujeres que con engaños, compra o rapto llegaron de Corea, China, Taiwan, Filipinas e Indonesia para atender en las casas de consuelo –comfort houses- con las que se pretendía reducir la incidencia de violaciones, controlar la transmisión de venéreas y recompensar a la tropa por los largos períodos en el frente. El término comfort nada tenía que ver con las deplorables condiciones en las que estas esclavas sexuales atendían a los soldados japoneses, que se referían a ellas como baños públicos. El impacto sobre las violaciones fue mínimo. Un militar declaró luego que “las mujeres gritaban, pero no nos importaba si ellas vivían o morían. Éramos los soldados del emperador. Tanto en los burdeles militares como en las aldeas, violábamos sin titubeos”.

Algunos trabajos recientes sobre el conflicto colombiano casi sugieren que en materia de prostitución forzada los actores armados serían una especie de ejército nipón en pequeña escala. En Basta Ya, informe final del Grupo de Memoria Histórica (GMH), no sólo se ignora el vigoroso comercio sexual jalonado hace años por el narcotráfico, sino que se repite el guión que cualquier manifestación de esa actividad es forzada y se da en paralelo con violaciones generalizadas.

Una etnografía que el mismo GMH hizo sobre el comercio sexual en El Placer, Putumayo, contradice la visión doctrinaria que lamentablemente se adoptó para el informe final. Algunos fragmentos de este minucioso trabajo de campo –que acabó siendo deformado y silenciado- evidencian que no siempre, ni siquiera en todas las guerras, la  inducción al sexo venal es como la de las colegialas coreanas raptadas por los japoneses.

En esta zona cocalera, primero bajo control de la guerrilla y luego de los paramilitares, un sitio popular de reunión era la fuente de soda, en realidad una especie de cantina. “Allí se vendía licor y se bailaba. Los clientes eran hombres civiles y armados de distintas edades atendidos por mujeres jóvenes. Muchas de ellas llegaron a la zona como raspachines, cocineras o empleadas de servicio en fincas cocaleras o laboratorios … La dureza de estas labores y la mala paga motivaron a las jóvenes a la búsqueda de un trabajo “menos pesado”, de “buena paga” y donde tuvieran otro tipo de interacción social dentro del casco urbano de El Placer. Muchas encontraron en los puestos de fuentes de soda lo que necesitaban trabajando allí como meseras. Para  algunas de ellas, este lugar se convirtió en la entrada al mundo de la prostitución”.

Un comandante entrevistado se refiere a esas cafeterías como la “universidad” de las jóvenes. “Las peladas comienzan a trabajar en las fuentes de soda, ya empiezan a compartir con los pelados que salían: “Yo trabajo hasta tales horas y luego nos vemos para ir a la residencia”. No eran trabajadoras declaradas, sino más que todo reservadas”.

Para las prostitutas ya establecidas, o sea menos “ocultas o solapadas” que las meseras, el escenario tampoco concuerda con la casa de consuelo descrita por Mun. “Llevábamos las mujeres allá, iban sesenta o cuarenta ... Se armaban carpas, se mataban dos o tres animales y se preparaba la comida ahí. Bailaban, se bañaban y hacían sus necesidades”. Pese a la burda denominación utilizada por el entrevistado para los encuentros sexuales, el ambiente descrito era de fuente de soda temporal, de cantina campestre improvisada, pero definitivamente no de baño público.