La Cabal y el fascismo camuflado

Publicado en El Espectador, Agosto 1 de 2019

Con un solo trino, María Fernanda Cabal mostró lagunas en varios frentes, incluyendo la ciencia política que estudió.

La senadora regañó al ICBF por una campaña de “transbordo ideológico inadvertido” que propone, con la disculpa de la inclusión, “prácticas manipuladoras para borrar la identidad de género”. Encima, pregona la igualdad recomendando que los juquetes y los colores no estén etiquetados por sexo. Según ella, todo esto sería “puro fascismo con disfraz humanitario”.

A diferencia de muchas afiliaciones partidistas –liberales, demócratas, verdes, nacionalistas, socialistas, comunistas- que conllevan información sobre una ideología, el término fascista es difuso. Se utiliza de manera peyorativa contra gente reaccionaria o autoritaria pero con ideas políticas variadas, no siempre coherentes. El fascismo histórico de Benito Mussolini en Italia mostraba abiertamente el orgullo de serlo. Proclamaba su visión de sociedad y anunciaba las acciones que emprendería. En los distintos movimientos denominados a la ligera con el mismo término, los rituales y manifestaciones explícitas de sus objetivos y enemigos siguen siendo la norma. El fascismo disfrazado al que alude la Cabal, que además pretendería ser humanitario, es un total oxímoron. El ICBF de extrema derecha con máscara de izquierda para asuntos de género es tan alucinante como sería un neonazi travesti colaborando con la Cruz Roja el día de la banderita.

Otro punto más sutil es que criticar instituciones por sus programas o campañas con objetivos sensatos explícitos tiene sentido sólo cuando existe desacuerdo sobre la relación causal entre acción y resultados esperados. Si una persona cree que las enfermedades se curan con rezos y milagros sería descabellado que reprochara a una entidad el anuncio de tales mecanismos contra una epidemia.

El enredado trino de la senadora alcanza a sugerir que ella piensa que los juquetes y los colores tienen un impacto sobre la identidad de género. Si la militancia progre ya convence a sectores derechistas del legislativo, el discurso pronto será hegemónico, avalado por la jurisprudencia constitucional. Precisamente por eso se debe criticar la campaña del ICBF. Es más que razonable que una entidad con el presupuesto y el alcance sobre la infancia del ICBF promueva la igualdad. Pero ese loable objetivo no basta para que  se propongan intervenciones inútiles e ineficaces.

Es lamentable que una congresista confunda los fines con los medios, pero también preocupa que sea ella una de las pocas personas incómodas con una campaña en la que se pretende que intervenir rosados, azules, muñecas y camiones de juguete contribuye a la igualdad.

Una amiga feminista resumió la situación porque, como ocurre con estos temas, debate no hubo. Vale la pena anotar que se trata de una brillante profesional que conoce distintas teorías, muchos datos, testimonios e historias de vida. Es amiga de activistas pero orgullosa señora de Carulla, madre reincidente con doble jornada, hija de maestra y comerciante, ambos exitosos. Cómo Úrsula Iguarán en “aquella casa extravagante”, es de las personas mejor equipadas para preservar el sentido común en un ambiente donde campean dogmatismo y charlatanería. “No puedo creer que haya una controversia por los géneros y los juguetes. Vestir muñecos ayuda a desarrollar la motricidad fina y la autonomía de niños y niñas. Empujar carros, la gruesa. Los juguetes son juguetes, y ya. Prohibirle a un niño o una niña jugar con lo que quiere jugar porque se asocia a un deber ser, sí que es ideológico. A los niños hay que dejarlos jugar y darles herramientas para que exploren diferentes formas de juego sin clasificar las cosas con prejuicios que ellos no tienen”.

Fuera de respaldar esta sabiduría vetada, de anotar que concuerda con la evidencia científica sobre desarrollo de la personalidad infantil y la identidad de género, es oportuno mencionar el relativo fracaso de los esfuerzos por lograr igualdad laboral –entendida como miti miti en todos los oficios- en aquellas sociedades que han hecho significativos esfuerzos para controlar minuciosamente el lenguaje, los símbolos, los estereotipos, los roles, los colores, los juegos y los estímulos durante la niñez, desconociendo torpemente la naturaleza humana.

Los países escandinavos llevan décadas de intervencionismo e ingeniería social pretendiendo moldear la personalidad con fines igualitarios desde la niñez. Los logros en materia de conflictos de pareja y decisiones laborales han sido precarios por ignorar cuestiones básicas e instintivas que cualquier persona no adoctrinada sabe desde kinder, como la relación entre celos y violencia o la marcada preferencia de las mujeres por interactuar con gente y no con máquinas.


La Cabal debería ir a Estocolmo, no para soñar con algún Nobel en el infierno, sino para observar, averiguar y refinar sus argumentos contra las estrategias del ICBF. Si pasara por Italia podrían refrescarle lo que debieron enseñarle sobre fascismo en la universidad.   





Trino de María Fernanda Cabal


Elliot, Lise (2010). "The Truth About Boys and Girls" en His Brain Her Brain. How We're Wired DifferentlyScientific American MindMay/June

Gentile, Emilio (2019). Quién es fascista. Alianza Editorial


Gracia, Enrique & Juan Merlob (2016). “Intimate partner violence against women and the Nordic paradox”.  Social Science & MedicineVolume 157, May, Pages 27-30 Versión academia edu


Rubio, Mauricio (2015). “Juguetes de niñas y de niños”. El EspectadorJun 3

Rubio, Mauricio (2017). “La periodista golpeada, por celos”. El EspectadorOct 25 


Williams, Christina & Kristen E. Pleil (2008). “Toy story: Why do monkey and human males prefer trucks? Comment on “Sex differences in rhesus monkey toy preferences parallel those of children” by Hassett, Siebert and Wallen. Horm Behav. Aug; 54(3): 355–358

Contra Uribe, todo vale

Publicado en El Espectador, Julio 25 de 2019


La opinión antiuribista se desmadró. Supuestos pazólogos conciliadores son ahora incendiarios que escriben con rabia y mala leche.

Héctor Riveros comentó el regreso de Andrés Felipe Arias. Imagina una conspiración uribista para coronarlo presidente y reelegirlo indefinidamente. Desde su condena hasta la extradición “cada acto ha sido cuidadosamente estudiado para construir una imagen de mártir que luego será explotada en una campaña electoral”.

Para Francisco Gutiérrez, también adicto a Uribe, criticar la JEP es un “pretexto para el cataclismo político que les permita refundar la patria”. La aspersión aérea contra el boom de cultivos de coca es una disculpa para “virulentos programas contra los colombianos”. Pascual Gaviria ilustra el escenario: el gobierno fumigará marchas cocaleras a bala y dirá que el plomo no es perjudicial para la salud. La fijación de Gutiérrez le alcanza para meter pullas antiuribistas cuando escribe sobre mujeres académicas.

En una entrevista, Uribe machaca sus críticas a la JEP y a las cortes. Yori Akerman recuerda la captura de Mario Uribe en 2008 y personajes vinculados al paramilitarismo reunidos en Palacio con el secretario jurídico y el jefe de prensa, así como el enfrentamiento posterior con la justicia. Concluye que “el paralelismo con lo que sucede hoy es espeluznante”.

Clara López armó escándalo porque un policía le hizo unas preguntas en el aeropuerto. Humberto de la Calle reaccionó: “un paso más en el autoritarismo… La defensa del estado de derecho es prioritaria”. La víctima del régimen también escribió política ficción sobre la derecha que manipula el referendo contra la JEP con cita de Yuval Harari: “los cerebros ‘hackeados’ votan”.

Nadie previó cómo acabaría el  sainete del pobre Coronell, otra víctima del sistema, y de Uribe, que volvió al redil con un secretísimo acuerdo entre magnates de medios. Cecilia Orozco había aclarado que el censurado, dirigiendo 600 periodistas de Univisión, “(tendrá) ocupada su mente en otros asuntos, por favor”. Jorge Gómez Pinilla, mitómano consagrado, compara a Arias con Santrich, quien no estaría fugado sino desaparecido. El indicio: no ha dado declaraciones a la prensa.

Estos agoreros transformaron las críticas a la JEP y la propuesta de una sola corte en graves delitos de opinión. El “cartel de la toga” sería un invento uribista repetido por periodistas tontos o sobornados. Lo más insólito es que, para desprestigiarlo, ellos mismos destacan que Uribe ya casi no tiene influencia en el gobierno, ni caudal electoral, ni siquiera controla su partido. Eso sí, cual déspota con la burocracia y los medios a su disposición, mantiene intacta la capacidad para reconstruír y dirigir el Estado de opinión.

La furia es con el uribismo, pero los iluminados también atacan o desprecian a cualquiera que no comparta sus ideas. La arcaica dicotomía nosotros/ellos y el simplismo sin matices son palpables. Para un decano externadista, experto en negociación de conflictos del equipo habanero, “la campaña del No fue de odio, en 2018 repitieron el libreto para llegar a la presidencia. Con objeciones a la JEP preparan las elecciones regionales para atizar la polarización”.

Tuve un par de roces con estos pendencieros. No debería hacerlos públicos, pero me anima el “todo vale” para ilustrar cómo surge y se transmite el fanatismo. Una forista superficial y pedante del blog que tuve en La Silla Vacía era exalumna y admiradora de Riveros. Ya mostraba mañas al repetir en sus comentarios, sin conocerme, lo que pensaba su maestro de mí. Pero era novata y educable: para silenciarla bastó un mensaje anónimo anotándole que esos ataques personales deterioraban su imagen.

En 1998 publiqué unas “precisiones sobre la violencia” enfatizando el factor impunidad, inquietud que mantengo. Francisco Gutiérrez escribió una reseña tan demoledora que una colega me preguntó: “¿usted qué le hizo a ese señor para que lo odie tanto”? Años después, en la pausa de un seminario, mencioné en un corrillo la intervención de Cuba en el conflicto a través del M-19. Con la displicencia de un profesor ante estudiantes mediocres, Gutiérrez me interrumpió aclarando que Fidel Castro, si acaso, había tenido influencia sobre el ELN. Mostró que le faltaban no sólo lecturas sino un mínimo de curiosidad y disposición para asimilar nueva evidencia. Desde entonces lo leo con pinzas, que sirven poco con un disco rayado.

Como la fe, ideas demasiado claras y rígidas nutren la intolerancia, que toca controlar pues se refuerza en una espiral de retaliaciones. Sí es posible hacer oposición civilizada, sin rabia ni mala leche. Destaco a Rodrigo Uprimny, antiuribista dispuesto siempre a convencer adversarios con argumentos y respeto. Es la excepción que contrasta con la jauría que ve la viga en el ojo ajeno ignorando la del propio: su dramatismo, desproporción y manipulación de los hechos también promueven el odio. Ni siquiera calibran su evidente contribución a que la gente salga bien berraca a votar por el que diga Uribe.






Akerman, Yohir  (2019). “Acabar con las cortes”. El EspectadorJun 23

Gómez Pinilla, Jorge (2019). “Santrich-Arias: paralelo polarizador para lelos”. El EspectadorJul 17

Gutiérrez Sanín, Francisco (2019) “Mujeres, violencias, preguntas”. El EspectadorMar 8

________________________(2019) “Carambola a todas las bandas”. El EspectadorJun 21

López Obregón, Clara (2019) “En el Estado de opinión “los cerebros hackeados votan””. SemanaJun 18

Matiz, Laura Sofía (2019). “Detector sobre referendo de Herbin Hoyos contra la JEP”. La Silla VacíaJul 5


Orozco Tascón, Cecilia (2019). “Autoridades morales en periodismo”. El EspectadorMay 29

__________________________. “Un pillo, sus jugaditas y otras trampitas”. El EspectadorJul 24

Riveros, Héctor (2019). “El candidato del uribismo para el 2022”. La Silla VacíaJul 13

Rizzi, Andrea (2019). “Arde en Occidente la hoguera de la complejidad”. El País, Jul 20

Ways, Thierry (2019) “El enredo de la doble instancia”. El Tiempo, Jul 18

¿Qué pasaría si desaparece Uribe?

Publicado en El Espectador, Julio 18 de 2019

A veces me pregunto por qué, para descansar, Uribe no se esconde en un lugar inaccesible. Con la especulación política tan en boga, trataré de imaginar qué ocurriría si lo hace.

Según la derecha, las Farc lo secuestraron y está en Venezuela. La Bachelet insiste que allá no hay prisioneros políticos y menos expresidentes retenidos. La izquierda asegura que se refugió en Palacio, en contacto directo con el subalterno y con sofisticado equipo para chuzar comunicaciones: prepara la reelección indefinida del pupilo favorito, un minucioso complot concebido hace años.

Sigilosos sabuesos de Daniel Coronell desvirtúan ambas hipótesis. Sin conocer la Antioquia profunda ni sus escondederos no proponen otras. En la columna más leída en décadas, el periodista prosecutor anuncia sequía de tópicos taquilleros. Por compromisos adquiridos con su staff multinacional ya no será partner de quienes lo echaron para rogarle que volviera. Con similar desasosiego, cantidad de columnistas piden licencia para desintoxicarse y recuperar la costumbre de escribir cambiando de tema. Twitter y Facebook examinan la abrupta caída de cuentas.

A pesar del desconcierto, la vida continúa. PIB, IPC, exportación de aguacate, violencia machista, entre muchas variables, mantienen sus tendencias. Sin la principal baza para aclarar la guerra, la JEP pierde dinamismo. Según el NYT el Estado de opinión y la posverdad fenecieron en Colombia. Semana asegura que ya lo sabía.

Ante el déficit de columnistas, las universidades vuelven a ser formadoras de opinión. Escasas de matrículas y megaproyectos posconflicto, renuevan programas y bajan el nivel de las decanaturas. Divulgan escritos y videos divertidos pero con cierto rigor. Una asociación que agrupa grandes medios las entutela por competencia desleal. La Pulla calla.

Varias facultades emprenden el revisionismo del conflicto que sin liderazgo visible ya no implica hacer trizas la paz. Al tradicional énfasis rural se suman cursos de criminología, narcotráfico, antropología forense, delincuencia juvenil, historia del M-19, guerra fría y hasta etología para entender la fauna de rebeldes, mafiosos y sicarios que arrinconaron las instituciones con plomo, plata y sexo. Se estudian vínculos entre prostitución, crimen organizado y corrupción. Políticos, militares, magistrados y feministas protestan.

Para decidir si eliminan o fusionan departamentos, las facultades de derecho analizan si la Magna Carta, estructura legal suprema, con justicia expedita y jurisprudencia impecable, permitiría que el derecho constitucional fagocite otras especialidades. Ya sin riesgo de parecer títeres, admiten que lo procedente sería formalizar una sola corte de cierre, que ya existe. Organizan diplomados sobre “Indemnizaciones restaurativas” y “Defensa ante la JEP”. Los constitucionalistas responsables de los cursos –solo hombres a pesar de trinos feministas- no los dictan por el cúmulo de trabajo en tribunales de arbitramento por pleitos urbanos, comerciales y un sinfín de asuntos tan pedestres como lucrativos. Litigantes que pagaron millonarias inscripciones por ese know-how recurren a una acción de cumplimiento. La fundación organizadora les niega el reembolso.

La debacle a la derecha no disminuye las denuncias de Rosa Blanca y algunas universidades finalmente las invitan. Victoria Sandino y sus aliadas se amotinan. Un seminario de género celebra el silencio de esa fuente de mansplaining y autoriza el término “no heterosexual”. Utilizado por Él, ese eufemismo favorecía el odio contra sectores excluidos. Colombia Diversa advierte que aumentarán los crímenes de odio.

Con datos municipales de homicidios e intervalos de confianza conservadores se estima el impacto del Acuerdo sobre la violencia. Analistas progres insisten que contar pacientes del Hospital Militar es un indicador infalible. Las previsiones sobre crecimiento sectorial posconflicto se calibran cuantificando beneficios. La pazología revira: debatir con palabras en lugar de balas no tiene precio. Economistas fajardistas modelan matemáticamente la relación causal entre desigualdad y violencia. Petro convoca la Resistencia contra metodologías neoliberales deshumanizantes.

Claudia Morales aclara que el desaparecido nunca la violó en un hotel. Se ofrecen cursos sobre “Cómo denunciar agresiones sexuales” y “Testimonios mediáticos no militantes”. La franquicia del #MeToo patalea. Ante la hecatombe electoral, alfiles de la derecha dictan talleres de poesía política greco caldense. Estudiantes rechazan el regionalismo excluyente. Recién posesionado como rector, Alejandro Gaviria organiza un seminario sobre aspersión aérea abordando dilemas entre salud pública y cultivos ilícitos para la política de drogas. Moisés Wasserman, moderador, deja colar a María Isabel Rueda a la mesa. Gaviria sale para una tertulia con existencialistas y nadie concluye nada.

Una politóloga sueca recuerda que democracia es diversidad y que personas de cualquier género o ideología pueden expresarse y votar como les parezca. No entiende las rechiflas. La JEP inaugura otro baño multigénero. La comunidad trans y el Centro Democrático aplauden la medida: se sospecha que infiltraron esa corte con fines electorales. Santrich anuncia su entrega.

Atormentado por tanta confusión y descontento, Uribe abandona su laberinto antioqueño y aparece en misa. Coronell lidera el entusiasta retorno de columnistas. Los delfines comercializan una app para leer fotos de la prensa impresa sin pagar suscripción. Vuelve la rutina estable y duradera. 





Esguerra, Camila (2018). “Población no heterosexual: un eufemismo que revela oportunismo político”. Razón PúblicaJunio 4

Morales, Claudia (2018) "Una defensa del silencio". El EspectadorEne 19

________________ (2018). "A mi violador ustedes lo oyen y lo ven todos los días": Claudia Morales
Judicial. El EspectadorEne 19

Ochoa, Paola (2018) "Rompiendo el silencio". El TiempoEne 23

Riveros, Héctor (2019). “El candidato del uribismo para el 2022”. La Silla VacíaJul 13



Aguantar o no el desorden

Publicado en El Espectador, Julio 11 de 2019


Ser ordenada o despelotado son características personales poco estudiadas, a pesar de sus muchas implicaciones.

Limpié mi taller de carpintería porque me tocó desocupar el sitio. La acumulación de aserrín, madera, herramientas, tornillos.. era aplastante. En la faena aparecieron esa pequeña pinza, la broca especial y un largo etcétera de cosas que busqué por horas. Nunca hice cuentas pero fue mucho el tiempo gastado rastreando utensilios y la plata botada reponiendo otros refundidos que luego aparecían.

Mi esposa tiene taller de cerámica y vitrales que parece un laboratorio. Cuando viaja se instala en la casa una plácida guachafita hasta la víspera de su regreso. Mi hija adolescente, beneficiaria de esos vacíos de autoridad, es la persona más desordenada que conozco, pero no me preocupa: es algo pasajero.

Desde niño el desorden ha sido mi karma, recurrente frustración y fuente de conflictos domésticos, nunca estudiantiles ni laborales. Dos de mis hermanas son tan meticulosas que saben con mapa preciso dónde están las tijeras: mueble, cajón y coordenadas interiores. Esa minucia no pudo ser aprendida. A pesar de que nos sermoneaban a diario y por parejo con el reguero, los frutos del zumbido fueron dispares, tal vez contraproducentes.

Volviendo a mi carpintería, ninguna mujer hubiera aguantado semejante desorden. Con muchos contraejemplos cercanos, sigo pensando que ahí hay factores innatos y uno es ser hombre, sobre todo en crudo. El mayor desastre que he visto en una cocina -restos de comida durante semanas, con varias capas verdosas- era de un profesor soltero, léase sin amaestrar, porque el orden también se aprende. En mi taller recogí restos de unos albañiles jóvenes y despelotados que contraté años atrás. Hace poco los reencontré y ahora terminan cada jornada barriendo y organizando.

Para buscar evidencia sobre diferencias hombre mujer en aguante del desorden se podrían comparar residencias estudiantiles, o preguntarle a empleadas domésticas si prefieren que las supervise la señora o el señor.

Desconcierta que ese rasgo crítico para las parejas, por conflictivo, despierte tan poco interés. Al ignorar diferencias congénitas, politizar lo doméstico e infantilizar mujeres en sus antiguos dominios, el feminismo renunció a entender el asunto. Como con los celos y la violencia machista, al confundir natural con justificable e inmodificable, empantana eventuales soluciones.

Entre amigas de mi mamá, cuando el empleo femenino era excepcional, el peso del oficio hogareño sobre la mujer variaba con el tamaño de la familia, el número de empleadas domésticas y hasta la personalidad de ambos cónyuges, factores que chismosas congéneres analizaban una y otra vez. Si a esa diversidad se le suman acuerdos y concesiones entre personas adultas que trabajan, como en cualquier pareja contemporánea, resulta evidente la precariedad de la explicación limitada al patriarcado. La sobrecarga femenina que persiste tercamente en la repartición de quehaceres hogareños sigue huérfana de teoría. No se entiende por qué el Síndrome de Diógenes, la absoluta incapacidad para limpiar y ordenar, afecta más a los hombres en España y a mujeres solteras en los EEUU, ni por qué un síntoma del de “cartera desordenada” en las mujeres es el déficit de atención con hiperactividad. Una investigación con tamaño de muestra millonario encuentra que son las mujeres las que se quejan de la limpieza en los hospitales, siempre empeñados en ese objetivo. Nadie explica ese resultado.

Es probable que personas obsesivamente ordenadas o exageradamente despelotadas terminen juntas para aguantarse mutuamente. Pero, conjeturo, las mujeres jamás alcanzarán los vergonzosos extremos de dejadez masculina y pueden terminar haciéndole la tarea a un zángano inmune al caos, personaje bien distinto de un patriarca.

Intrigadas por los cambios hormonales y cerebrales que vivieron embarazadas y lactantes, varias científicas, madres y feministas, han investigado la intensa relación de las mujeres con sus hijos, una verdadera adicción que las militantes sin prole, las más radicales, sencillamente no comprenden y probablemente por eso sostienen que la maternidad es una construcción social. Garantizar la supervivencia infantil explicaría la lucha maternal contra infecciones y desnutrición con especial preocupación por la limpieza y la buena alimentación, o sea las tareas domésticas.

Datos colombianos sugieren que el trabajo en el hogar es un paquete amarrado a la responsabilidad crucial de la crianza: el que la asume hace todo. Compartir esa carga debe ser la médula de la colaboración masculina, y la inducción apropiada sería participar en el parto, cambiar pañales y aliviar el llanto del bebé controlando el reflejo masculino de huírle a esa señal. Cantaletear con las obligaciones, confundir pereza o encarte con voluntad política de dominación es tan absurdo como ineficaz.

Con enorme variabilidad y notorias excepciones, a los hombres toca domesticarnos, literalmente. Por fortuna hay una contraprestación atada a ese esfuerzo: buscando civilizar salvajes la mujer puede aprender a gozarse ciertos desórdenes. Que lo diga doña Flor con sus dos maridos.







Barrie, Zara (2015). “Beautiful Chaos: Girls With Messy Purses Have Their Lives Together More”. Elite DailyMay 12

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Elliott. Marc et. al. (2012) “Gender Differences in Patients' Perceptions of Inpatient Care”. Health Serv ResAug; 47(4): 1482–1501.

Ellison, Katherine (2005): The Mommy Brain. How motherhood makes us smarter. NY: Basic Books

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Rubio, Mauricio (2012) “Tareas domésticas y llanto infantil”. El EspectadorJul 4. Datos del Sensor Yanbal 2012

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Taylor, Elizabeth Woodman &  Norman L. Keltner (2009). “Messy Purse Girls: Adult Females and ADHD”. Biological Perspectives in Psichiatric CareJan 16

El falso paraíso del amor libre

Publicado en El Espectador, Julio 4 de 2019



A principios de los setenta, muchos soñábamos con ir a Suecia para disfrutar el amor libre. Nunca sospechamos que fuera un montaje.

Allá la liberación sexual parecía garantizada, sin protestas estudiantiles ni grupos hippies. Un amigo conoció en un tren a Ebba, una joven sueca. Se besaron y ella lo invitó a su casa. Lo presentó como boyfriend y tras una agradable velada familiar la madre les dijo: “dejé dos toallas en la cama de Ebba, supuse que dormirían juntos”.

Qué diferencia con la Bogotá de entonces, donde en sexo prematrimonial implicaba -además de promesas de amor eterno y apresurados cursos de contracepción- maromas con ruana en un potrero, carro parqueado con acoso policial o costosos motelazos.

La imagen del Nirvana la reforzaba Mona Kristensen, musa y compañera sueca de David Hamilton, célebre fotógrafo cuyo libros mostraban imágenes difuminadas de diosas adolescentes en escenarios idílicos. Miles de ejemplares vendidos con la estética romántica y escapista de la liberación sexual transformaron la publicidad y la moda. Hamilton terminaría suicidándose acusado de abusar repetidamente de sus angelicales modelos.

Mi interés por Suecia decayó después, con breves interrupciones anuales para los premios Nobel, amplificadas por los galardones a nuestras grandes obras de ficción, Macondo y la paz santista. Volví a seguir ese país tan atípico para tratar de entender la bajísima corrupción y la criminalización de clientes de la prostitución.

La reciente lectura de Los Nuevos Totalitarios (1971) de Roland Huntford, en particular del capítulo “La rama sexual de la ingeniería social”, reveló contradicciones de esa sociedad y de activismos también empeñados en transformar mentalidades.

Hace décadas las democracias renunciaron a intervenir el sexo. Suecia decidió controlarlo, no reprimiendo sino con liberación calculada y dirigida. Por razones ideológicas, anota Huntford, el Estado patrocinó y promovió la permisividad, como anticipó Aldous Huxley en su Mundo Feliz (1948): “a medida que disminuye la libertad política y económica, la libertad sexual tiende a aumentar de manera compensatoria”. En esa misma línea, Lewis Coser habla de Organizaciones Voraces –ejército, clero, cárceles- que manipulan la sexualidad para aniquilar la voluntad individual de sus miembros. Las pandillas centroamericanas y la guerrilla colombiana han recurrido a un eficaz revuelto de reclutamiento forzado, normas castrenses y libertad sexual.

Varias generaciones suecas crecieron pensando que el sexo garantiza ser libre. Juzgan la libertad en esos términos y agradecen al Estado protector sus prerrogativas. Durante años, al describir las relaciones de pareja suecas, periodistas extranjeros ratificaban que allí había más libertades. La frescura y coquetería de las mujeres farianas también cautivaron a los medios interesados por la paz y camuflaron su condición de esclavas sexuales.

Suecia estuvo a la vanguardia en educación sexual, obligatoria en escuelas desde 1954. El objetivo primordial no era el sexo sino el control demográfico. Años antes, Gunnar y Alva Myrdal, preocupados por la caída en las tasas de natalidad, buscaron impulsarlas sin afectar el nivel de vida y reduciendo los embarazos indeseados. Eso requirió intervenir el currículo escolar y aumentar el gasto social. Pero los estímulos a la natalidad no eran para todas y todos. También hubo un programa de esterilización forzada entre 1934 y 1976. Las víctimas, unas 62 mil, fueron jóvenes “consideradas rebeldes o promiscuas, poco inteligentes o quizás de sangre mestiza”. El edén sexual era tan infame y discriminatorio como los abortos forzados en las Farc, que no afectaban a mujeres de comandantes. Posteriormente, hasta 2013, la esterilización en Suecia fue obligatoria para transexuales que querían un cambio de sexo reconocido por las autoridades.

Otro indicio de manipulación burocrática del paraíso del amor libre es la regulación actual de la prostitución. Contra toda evidencia y sentido común, la utópica y arbitraria administración sueca decretó que la venta de sexo jamás es voluntaria, con mujeres víctimas de una insólita forma de violencia machista: un pago acordado entre dos personas adultas. Es la antítesis del escenario sexualmente liberado, consensual y tan ligero como una foto de Hamilton. La patética visión sueca del sexo comercial recuerda sombríos cuadros de Goya. Es tan moralista, reaccionaria y represiva como la de familias católicas que angustiadas vigilaban la virginidad de sus hijas.


Cualquier parecido con las contradicciones entre liberación femenina, #MeToo y Rosa Blanca no es mera coincidencia: el laboratorio sueco es el referente del feminismo global de élite. Además, ayuda a entender las incoherencias e histerias intervencionaistas que invaden debates, silencian verdades, asfixian la política y merman la libertad para opinar y pensar, todo empacado en Svensk retorik: sexualmente progre, igualitaria, incluyente y pacifista. La burocracia sueca no es exportable como su idealismo, plagado de paradojas y lunares. Por eso las sociedades aspirantes al Estado de Bienestar quedamos tan lejos de Huxley: voluntarismo y montones sueños sin saber priorizarlos, realizarlos o pagarlos. Y con la ñapa del embarazo adolescente que desveló a los Myrdal.






Baiz, Dan (1997). “Sweden sterilized thousands uf 'useless' citizens for decades”. The Washington PostAug 29

Bates, Stephen (1999). “Sweden pays for grim past”. The GuardianMar 6

Boethius, Carl Gustaf (1985). “Sex Education in Swedish Schools: The Facts and the Fiction”. Family Planning Perspectives, Vol. 17, No. 6, pp. 276-279

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Coser, Lewis (1974). Greedy Institutions: Patterns of Undivided Commitment. New York: Free Press.

Glass, David Victor (1940). Scandinavia and the Population Question. Population Policies and Movements in Europe. London. Clarendon. 2nd Edition. Versión Digital


Hinton, Perry & Lincoln Geraghty (2016). “Remembrance of things past: The cultural context and the rise and fall in the popularity of photographer David Hamilton”, Cogent Arts & Humanities 
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Huntford, Roland (1972). The new totalitarians. New York: Stein and Day. PDF


Rubio, Mauricio (2013). "El trencito camuflado de las Farc". El Malpensante, Edición Nº 140, Abril. Blog personal

Rubio, Mauricio (2017). “Violadores reales y ficticios”. El EspectadorJul 26