Protestar con chaleco amarillo

Publicado en El Espectador, Noviembre 29 de 2018

La subida del impuesto al combustible fue el detonante, pero la protesta francesa escaló hasta una demostración masiva de indignación y hastío con el régimen Macron y el establecimiento.

En un video viral, una hipnoterapeuta regaña al presidente. “Estamos hasta aquí de los controles técnicos que desaprueban la mitad de los carros. Eso a usted no le importa, con vehículos oficiales que nosotros pagamos. Nadie dice nada. No podemos estar en la calle protestando: tenemos que trabajar para pagar impuestos. Hace años promovían los motores diesel porque contaminaban menos. Ahora, todo ese parque automotor les molesta, toca renovarlo. ¿Usted sí cree que puedo cambiar de carro? La proliferación de radares para poner multas ya parece un bosque. ¿Qué hace usted con esa plata?”. Es la contracara del discurso ambientalista, con dolientes cuya insatisfacción estalló por el estilo monárquico de Macron. “Quien siembra desprecio recoge ira”, le recordaron.

Alguien propuso identificar la protesta con el chaleco amarillo que, por ley, toda persona tiene que llevar en su vehículo por si se vara. El movimiento se expandió y las quejas aumentaron en número y diversidad hasta llegar prácticamente a cualquier cosa: precio de alquileres, escasez de empleos, mengua del poder adquisitivo, deslocalización de empresas… Una sátira en la red agregó el exceso de acné, la falta de novia o el aborto sólo para mujeres. Todo lo que generara incomodidad, frustración o estrés podía sumarse a este levantamiento “ciudadano y apolítico”, sin coordinación ni liderazgo visibles, que se transformó en bloqueo de vías y accesos a las ciudades. El transporte por carretera quedó paralizado. “Bloquear, bloquear, sin ninguna reflexión” parecía ser la consigna.

El gobierno Macron y algunos intelectuales quisieron desacreditar la protesta señalando que los brotes de violencia eran impulsados desde la extrema derecha, que había criticado la decisión oficial de restringir la manifestación en Paris al Champ de Mars.

“Esto no es sino el comienzo de la revuelta”, tituló con el deseo Libération citando a un radical parisino. “Es el levantamiento de una clase media atrapada” precisó un politólogo en el Figaro. Para encajar el fenómeno en sus guiones, un sesudo historiador lo asimiló a las revueltas campesinas del ancient régime. A pesar de las obstrucciones e incomodidades, la protesta ha tenido amplio apoyo: muchos automovilistas llevan su chaleco amarillo doblado y bien visible bajo el parabrisas, un gesto que también les sirve de passe-partout. “Si yo no fuera diputada, estaría en la calle para decir que no estoy contenta”, declaró una parlamentaria elegida por el partido de Macron. Las consecuencias de la protesta también son palpables. Se alcanzaron a ver estanterías vacías en los supermercados, un ícono del desabastecimiento.

El contagioso pesismismo contrasta con la euforia de hace tres décadas al caer el muro de Berlín. En Colombia, se celebraba la paz con el M-19; vendría luego el “compatriotas, bienvenidos al futuro” de un presidente negociante, demagogo, designado a dedo por la familia de un mártir, que poco después le asestaría un alevoso golpe a la legalidad y a la democracia con una séptima papeleta que supuestamente arreglaría el país pero que generó nefastas secuelas que hicieron metástasis: corrupción monumental, justicia podrida y desbarajuste institucional endémico. No todos nuestros males provienen del conflicto y el bajo mundo: en las cumbres política, empresarial, académica e intelectual se cometieron desaciertos por los que nadie responde y se reincide con ingenuidad, o cinismo.

Los excesos de intervención estatal en las relaciones sociales, económicas, laborales y familiares, que parecían superados al desaparecer la cortina de hierro, le dieron paso a un soberano paquidérmico, etéreo, inasible, alcabalero, entrometido hasta en las preferencias individuales y el lenguaje, que para mucha gente ya resulta impagable,  generando rechazo y desespero. Una sociedad liberal de inmigrantes acabó eligiendo presidente a Trump, fanático de los muros para contener flujos de refugiados que, además, recibió ayuda y admira la manera de gobernar de Vladimir Putin. Fascismo y comunismo, monstruos del siglo XX, se funden ahora en alianzas de burocracias monopólicas, privadas y públicas, que cogobiernan presionadas tanto por activismos idealistas como por codiciosos lobbies empresariales. Los paganinis son los mismos.


Quienes patalean indignados por la arbitrariedad estatal también la emulan: bloqueando vías, decidiendo quién circula y estropeando patrimonio ajeno fungen de autoridad caprichosa sin reparar en los costos que imponen. Además, claman por soluciones estatales y mayor gasto público sin saber cómo financiarlos, ni siquiera identificarlos como parte crucial del problema. Una pregunta elemental -¿quién pagará los daños?- se considera reaccionaria. Parafraseando a un responsable intelectual de este ubicuo malestar, el Estado de Bienestar parece ser el opio que narcotiza a las clases medias desarrolladas, o a quienes aspiran a serlo, como la élite universitaria colombiana, que aún protesta sin una masa de adeptos a su causa, sin chaleco amarillo.








Brighelli, Jean-Paul (2018) “Voilà Manu, les « gens qui ne sont rien » sont venus te chercher”. Causeur, Nov 26

Luce, Edward (2017). The Retreat of Western Liberalism.  NY: Atlantic Monthly Press

Mouillard, Sylvain et Gurvan Kristanadjaja (2018) "Gilets jaunes à Paris : «Ce n'est que le début de la révolte !»" Libération,  24 nov

Waintraub, Judith (2018): “Dominique Reynié : «La révolte des “gilets jaunes” est celle des classes moyennes qui se sentent piégées»”. Le FigaroNov 23

Posverdad temprana

Publicado en El Espectador, Noviembre 23 de 2018


Uno de los relatos que más contribuyó a la leyenda negra de la Conquista de América fue la “Brevísima Relación de la Destruición de las Indias” de Bartolomé de las Casas.

Maria Elvira Roca anota que para ponerla en contexto es necesario remontarse a la Edad Media y entender un recurso retórico común en la formación de los hombres de la Iglesia: el disputation utramque partem, “una pedagogía omnipresente en la universidad medieval, que venía de los orígenes del cristianismo, de las disputas sinagogales que eran tradición en la religión judía, y en las que no resultaba raro que los rabinos llegaran a las manos por la interpretación de un versículo”. La Brevísima hace parte de un género literario que recurre a las deformaciones y exageraciones para imponer como sea un punto de vista.

Nacido en Sevilla en 1474, de las Casas provenía de una familia francesa acomodada. Estudió en Salamanca y a los 28 años viajó por primera vez a América. Fue nombrado consejero del gobernador de Cuba, en donde obtuvo “un buen repartimiento de indios” que abandonó para irse a España a pedir que se eliminara la encomienda y se liberaran a quienes trabajaban en ella. Aceptó el cargo de Protector universal de los indios sin conocer lenguas indígenas. Según sus detractores, no le interesó aprenderlas por pasársela en “viajes, en discusiones violentas y en intrigas”; bastante a gusto con la vida de convento, el tiempo obligatorio de estudio lo habría dedicado a “llenar papeles y libelos para sus intrigas cortesanas y para sus obras”.

Al regresar a la Corte propuso que “como era ilícito someter a los indígenas americanos, la solución estaba en llevar negros” para sustituírlos. Luego rectificó y también le pareció intolerable esa opción. De todas maneras persiste la asimetría entre la esclavitud negra generalizada y la de indígenas, solo legitimada para aquellas comunidades derrotadas tras una “guerra justa”. Cuando Colón llevó un primer grupo de aborígenes a España para mostrarle a los Reyes Católicos el potencial económico de venderlos como esclavos, la reina Isabel reunió teólogos y juristas para que la asesoraran sobre la legitimidad de tal empresa. La opinión fue desfavorable pues los indígenas americanos le habían sido asignados por el papa Alejandro VI como súbditos para evangelizarlos, no para someterlos. De allí surgió la prohibición de la esclavitud indígena. Ella murió sin que se decidiera a reemplazarlos por esclavos negros, con quienes no tenía obligación de convertirlos al cristianismo.

Algunos historiadores consideran que los Derechos Humanos se iniciaron con “el iusnaturalismo escolástico de la Escuela de Salamanca, singularmente con Bartolomé de las Casas”. A pesar de lo anterior, sus errores, imprecisiones y francas mentiras eran equiparables a las falacias de quienes actualmente promueven agendas políticas basadas en leyendas e incoherencias. Sus contemporáneos lo consideraban “persona liviana, que habla de lo que no sabe ni vio”, una crítica pertinente para buena parte de la política y los activismos contemporáneos.

De las Casas no tuvo reparo en inventarse datos geográficos fácilmente rebatibles, como “la longitud de Cuba como de Valladolid a Roma; los pueblos de Jalisco de siete leguas de ancho”, y los de Nicaragua que “casi duraban tres y cuatro leguas”. El reino de Nueva Granada “era el más poblado de gente que podía ser tierra en el mundo”.  

Su nefasta visión de los españoles no tuvo parangón. “Hacían apuestas sobre quién de una cuchillada abría al hombre de por medio, o le cortaba la cabeza de un piquete, o le descubría las entrañas… Tomaban las criaturas de las tetas de las madres por las piernas, y daban de cabeza con ellas en las peñas… Enseñaron y amaestraron perros bravísimos que en viendo un indio lo hacían pedazos en un credo, y mejor arremetían a él y lo comían que si fuera un puerco… Hicieron ley entre sí que por un cristiano que los indios matasen habían los cristianos de matar cien indios”.

La traducción inglesa de la Brevísima apareció ilustrada con los desmesurados grabados de Théodor de Bry, que ayudarían a explicar el inusitado éxito de la obra. La reacción española ante la propaganda protestante no podía haber sido más ingenua: un tratado de Derecho Indiano.


A diferencia de algunas militancias, de las Casas nunca incitó a la violencia, pero manipulaba la verdad “cuando quería justificar y ensalzar a los indios”. Mucho antes de Rousseau, contribuyó al mito del buen salvaje enfrentado al “malvado hombre blanco”, fábula que persiste, por ejemplo, cuando se supone a la ligera que los grupos armados ilegales que arrasan aldeas indígenas o reclutan menores representan a toda una sociedad mestiza, diversa y compleja en la que “es quizá más lo que las mujeres (de la etnia Misak) han ganado en igualdad y reconocimiento que lo que han perdido en tradiciones”.






Aubert-Baillot, Sophie (2014). “L’influence de la disputation utramque partem sur la correspondance de Cicéron”. Vita Latina, 189-190 Anno MMXIV

Beuchot, Mauricio (1994). “Bartolomé de las Casas, el humanismo indígena y los derechos humanos”. Anuario Mexicano de Historia del Derecho, Nº. 6, págs. 37-48

Bonnett, Piedad (2018). “Día de la Raza”. El EspectadorOct 7

Gallego, José Andrés (2005) “Los argumentos esclavistas y los argumentos abolicionistas: reconsideración necesaria”. Revista del CESLA, n. 7, p. 63-108

Roca Barea, María Elvira (2017). Imperofobia y Leyenda Negra. Biblioteca de Ensayo Siruela 


Unfried, Ángel (2018). “Las Misak” en González, Ana y Ruvén Afanador (2018) “Hijas del Agua”. Semana Sostenible. Edición Especial

Sexo en la cárcel

Publicado en El Espectador, Noviembre 15 de 2018

La penitenciaría de San Onofre, en Buenos Aires, es el escenario de El Marginal (Netflix), una cruda lección de delincuencia y corrupción latinoamericanas.

Carla es una adolescente que con su abuela, prostituta consagrada, atiende presos y guardias en visita conyugal. Emma, trabajadora social estrenando puesto, aún ajena a las marrullerías que untan hasta al director del penal, rechaza esa explotación: sospecha que la abuela obliga a Carla. Sólo al encontrarla tirada en la calle, golpeada, con rasguños y morados, logra hablar con ella.

- Mi hermano está preso en San Onofre, dice Carla
- ¿Cómo se llama? pregunta Emma
- Nicolás Olmos. Oaky. A los dos nos crió mi abuela. Él prefirió estar en cana para no verla. No sabes lo hija de puta que es mi abuela. Seguro fue ella la que me mandó dar la paliza
- ¿Y por qué te va a hacer algo así?
- Porque le dije que no quiero trabajar más en cárceles. Prefiero algún departamento, como hacen otras chicas que publican avisos. El curro de mi abuela no pasa por cogerse presos. Ella maneja minas que son putas por obligación. Familiares de los presos, eso a mí no me cabe. Si sos puta, sos puta por decisión propia
-¿Y entonces?
- El curro lo maneja alguien adentro. A mi hermano tendrías que preguntarle, seguro que él sabe.

Días después, Emma consigue conversar con Oaky.

- (Carla) me dijo que hay una red de prostitución de familiares aquí adentro y que vos sabés quién es la persona que la maneja
- No, yo se lo que saben todos. Traen un preso del interior, con la novia lejísimos, y llaman desde el penal con el cuento del desarraigo. Les ofrecen un relaburo con casa cerca de la cárcel para que lo visiten. Luego vienen y no tienen nada. ¿Sabés las pibas que conozco que vendieron todo para venir?

Difícil imaginar un esquema más funcional y verosímil de prostitución forzada que el descrito por Oaky para San Onofre. La demanda, permanente, de altísimo voltaje y voracidad, está garantizada, mucho más que en cualquier cuartel o destacamento militar con normas y un mínimo de autoridad. La serie ilustra que algo tan elemental como mantener el control en una cárcel puede ser una quimera. Desde el “call center” interno también funcionan extorsión y secuestro express. De sexo y droga se consume lo que sea, en cualquier momento y al precio que ponga quien lo vende. Este bajo mundo concentrado en un pequeño territorio lo sacuden recurrentes motines y enfrentamientos entre bandas dirigidas por mafiosos que mantienen contacto con jueces, magistrados, hasta con el ministro de justicia. Las amantes de los capos son funcionarias, o novias de presos.

La historia de Carla y su hermano, criados por una familia que los pervierte o expulsa, es común entre pandilleros y prostitutas adolescentes en Centroamérica. El proyecto de vida de ella que, iniciada a la fuerza o con engaño por una pariente, pretende independizarse también es usual, como lo es su rechazo frontal a que otras menores repitan su experiencia.

Así como las series colombianas sobre distintos guerreros ofrecieron facetas que la historia oficial del conflicto silenció o alteró para acomodarla a directrices políticas, el guión de El Marginal sobre la trata de mujeres es más creíble y conducente que la inútil letanía sobre misteriosas mafias que raptan jóvenes pobres para obligarlas a prostituírse. Cómo se nota que los guionistas son evaluados por un público que busca un mínimo de sentido común y coherencia con las historias reales, así no cuadren con las ideologías.

Lo más sorprendente del relato de Oaky es que ayudaría a explicar un resultado extraño de una encuesta reciente realizada a prostitutas bogotanas: para aquellas que reportan haber tenido un novio preso, los chances de haber sido forzadas a venderse son varias veces superiores; además, se iniciaron antes en la prostitución. Es la típica hipótesis no generalista que interesa contrastar para diseñar intervenciones focalizadas.

- ¿Y quien maneja todo eso? ¿Alguien acá de servicios penitenciarios?, le insiste Emma a Oaky
-¿Por qué te lo debería contar a vos?
- Porque ayudarías a tu hermana
- ¿Sabés la cantidad de veces que vi esta película? Licenciadas como vos, lindas, y que hablan bien. Te dan dos, tres charlitas para comprarte y después desaparecen. Y el patio no lo pisan en la puta vida.


Oaky es escéptico de la capacidad de Emma para entender y enfrentar injusticias desde su escritorio. Ella al menos indagó, ató cabos sueltos, lo entrevistó a él y a Carla. Muchas rescatadoras de prostitutas, militantes idealistas a favor de la abolición, ni se molestan en charlar con las supuestas víctimas: no las soportan, las silencian, las desprecian, con bastante menos sensatez, empatía y compasión que una monja adoratriz.




Clasismo fariseo y ramplón

Publicado en El Espectador, Nov 8 de 2018

Una de las costumbres más infames de cierta élite bogotana hasta mediados del siglo XX era contratar jóvenes campesinas como sirvientas para que los hijos de la familia se iniciaran sexualmente sin temor al contagio.

En 1935, el médico salubrista Laurentino Muñoz mencionaba “pobres seres indefensos, cándidos, a menudo víctimas de los propios varones de las casas en dónde sirven;  algunos padres de familia, pedagogos de una fina ética sensible a las responsabilidades, aconsejan a sus hijos ejercer la pretendida hombredad con ellas, carne de placer sin obligaciones… Los propiciadores de esta unión brutal son al mismo tiempo quienes de esa manera indigna quieren defender a sus hijos de las enfermedades venéreas”. Así, aprovechando su posición privilegiada, “los jovencitos satisfechos trafican con el cuerpo de sus servidoras”.

Para los patrones, el arreglo era casi más cómodo que la esclavitud: total disponibilildad a cambio de alimentación y alojamiento precarios, sin ninguna responsabilidad. “Cuando el abuso se divulga demasiado ante el escándalo hipócrita de unas cuantas personas, la sirvienta iniciada en la vida de los sexos sale a rodar de puerta en puerta buscando colocación, ya sin conseguirla, porque, por lo general, sufre las consecuencias de su humildad y de su ignorancia: lleva en sus entrañas el fruto de un amor grosero, de un amor sin conciencia”.

Ni hablar de la opción aún clandestina pero que entonces sí era severamente perseguida y castigada. “Si esta desheredada, esta víctima de la brutalidad sexual, en un momento de desequilibrio mental producido por el hambre, por la desnudez, por la falta de abrigo, de lecho, extermina al hijo, vendrá entonces la justicia, el Estado, a considerarla como a un ser irracional, como a una vergüenza de la especie; nadie tiene para ella compasión, nadie intenta reconstruír la historia cruel de su maternidad”.

Saturnino el sabio –según Germán Arciniegas “siempre en sus juicios erguido hasta la intransigencia, y de una independencia irreductible”- anotaba que “si en algún campo existe irresponsabilidad en nuestro país es en el del sexo: abandono de los hijos, seducciones, comercio con la ignorancia y la miseria con insensibilidad irracional. Los machos colombianos viven vanagloriándose de su lascivia”.

Dos décadas después, Lucía Rubio de Laverde también mencionaba la ignominiosa práctica, incriminando cómplices femeninas. “Desgraciadamente a muchas de nuestras mujeres les cabe una parte de responsabilidad en ese delicado problema. Madres hay que contratan para el servicio doméstico jóvenes sanas y modestas con el oculto designio de que sus hijos hallen esparcimiento sin peligros dentro de su propio hogar. Inician a la joven en una carrera en la cual ya no se detendrá. Estas matronas seguramente aprobarán que su marido frecuente las casas de diversión”.

Esta feminista temprana tenía claro que el abandono tras la seducción llevaba a la prostitución. Por eso machacaba la hipocresía de las élites. “La incitación a la caída es permanente, y universal la condenación, pues para muchas de nuestras virtuosas damas, una madre soltera es igual a una vagabunda… Las empleadas modestas se ven asediadas por los patrones quienes cínicamente les ofrecen sueldo para todo. La pobre mujer que ha sido estimulada a seguir la innoble profesión recibe todo el peso de la culpa”.

Había sobradas razones para el temor de las “familias bien” al contagio de sus señoritos. En 1928, una tesis de medicina resumió los resultados del trabajo de campo realizado en la Casa del Estudiante: tan sólo una cuarta parte de los entrevistados estaban “exentos de enfermedades venéreas antes de los 25 años”. La “clase de mujer que los enfermó” la lideraban las llamadas mujeres públicas (49%) seguidas de “numerosas sirvientas” (22%). El bulto de los contagios (93%) ocurría con estudiantes borrachos que cerraban el círculo vicioso con mucha más torpeza que decencia o conmiseración, expulsando a la calle trabajadoras domésticas infectadas por ellos mismos.

El embarazo indeseado perdió importancia como determinante del comercio sexual. La novedosa y torpe expresión del clasismo es el invento sueco para rescatar prostitutas callejeras: criminalizar a los clientes e ilegalizar la actividad, aumentando todos sus riesgos, sobre todo la violencia y el abuso policial. Un verdadero bumerán que perjudica a las supuestas beneficiarias de la represión, que ahora es taimada. Mientras tanto, glamurosas escorts siguen atendiendo políticos y empresarios poderosos en las urbes europeas, incluso en Estocolmo.

La hipócrita estigmatización de la vagabunda transformada en víctima cambió de promotoras. En tiempos del “es mi cuerpo, yo decido” como eslogan feminista sacrosanto, con obsesión por la diversidad y supuesto respeto por cualquier orientación o práctica sexual, iluminadas adalides coligadas con la caverna puritana insisten en proscribir encuentros privados que les disgustan e indignan, así sean consensuales. Confunden mujeres adultas y autónomas que deciden acostarse por dinero con niñas raptadas por mafiosos, o indefensas campesinas abusadas por hijos de papi bogotanos.  





Arciniegas, Germán (1990). "Saturnino el sabio", columna “Hechos históricos”, El TiempoJul 9

Muñoz, Laurentino (1935). La tragedia biológica del pueblo colombiano : estudio de observación y de vulgarización. Cali: Ed. América

Olivos Lombana, Andrés (2018). Prostitución y "mujeres públicas" en Bogotá, 1886-1930. Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana

Rubio de Laverde, Lucila (1956). “La prostitución en Colombia”. Mito, Vol. 2, no. 11, p.346-347