Negacionismo y memoria histórica

Publicado en El Espectador, Febrero 28 de 2019

El matoneo contra Darío Acevedo por su nombramiento como director del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) ha sido fariseo y ruin.

Hubo desde clarividencia sobre lo que el funcionario sintió ante el derribo de la torre Mónaco en Medellín: “Darío Acevedo estará encantado”, pues dinamitará el pasado. También circuló un chiste flojo: dirá que ese edificio no existió. De manera genérica y pedante, le achacan “negacionismo” y “revisionismo”, obviamente sin especificar los hechos que niega: basta la venenosa alusión a quienes refutan el holocausto. La cumbre del delirio fue una acusación tácita de concierto para delinquir: “hace parte del combo que inexorablemente nos empuja hacia una nueva oleada de conflicto… Esa guerra cuya existencia se empeña en negar, depende de quienes quieren mantenernos en conflictos violentos… Ahora encabeza una fabulosa operación de blanqueo, para que él y sus nuevos jefes puedan decir que aquí no pasó nada”.

El atropello no es cosa de redes sociales, escasas en prudencia y ecuanimidad. Tampoco son comentaristas anónimos de los medios digitales que escriben con mala ortografía lo que les dicta la bilis. Se trata de columnistas serios que reemplazaron el análisis por la labor más expedita de etiquetar para ganar adeptos a la causa del linchamiento virtual.

Las columnas de Acevedo antes de su nombramiento muestran que es un crítico del proceso de paz de La Habana, y en particular del relato izquierdista del conflicto que según él facilitó concesiones a las Farc, incluyendo impunidad. Es también escéptico con la pretensión de establecer una verdad única “de cierre” de la violencia por las dificultades y fallas de esfuerzos anteriores empeñados en ese objetivo. Para él, existe un forcejeo de criterios “entre quienes sostienen que en Colombia hubo una guerra civil o conflicto armado o un levantamiento contra la dictadura civil del Frente Nacional con el trasfondo de la propiedad de la tierra y la exclusión política, de un lado, y quienes pensamos que la confrontación de las guerrillas con el Estado colombiano surgió como expresión de proyectos revolucionarios comunistas en la dinámica de la Guerra Fría, que pretendieron acceder al poder a través de la lucha armada y en dicho camino fracasaron y se criminalizaron”.

Fuera de haber renunciado a la izquierda con un giro político de 180º, traición imperdonable, y de escribir un libro con José Obdulio Gaviria, el último delito de opinión de Acevedo sería recordar una perogrullada: más que ejércitos populares de liberación, las guerrillas colombianas buscaron tomarse el poder para implantar otro régimen pero luego, con escaso apoyo popular, contaminadas de narcotráfico, secuestro y extorsión, degeneraron hacia bandas criminales. En otra columna, el presunto negacionista recomienda “una línea macro de investigación dirigida por Colciencias con adecuadas finanzas para que todas las disciplinas sociales propongan proyectos multi e interdisciplinarios, desde diversos enfoques”. Así, propone aires nuevos, diversidad de perspectivas frente al endogámico, dócil y bien coordinado coro santista del CNMH anterior.

En una entrevista que concedió ya nombrado, Acevedo aclara que se centrará en recopilar testimonios de víctimas y “ponerlos al servicio de investigadores académicos para sus interpretaciones”. La reacción visceral que suscitó el nombramiento muestra que el hereje renegado con actitud crítica incomoda a quienes, precisamente, insisten en la narrativa tradicional, sesgada y parcializada, del conflicto campesino, que ha implicado tapar discrepancias con la figura idealizada de la guerrilla. Ven la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el propio: tras años de aceptación unánime e incondicional del diagnóstico del gobierno que despreció los avances en la comprensión de las distintas violencias, con reiteradas admoniciones sobre el retorno de la guerra si no se avalaba el guión habanero y juicios mediáticos a guiones de TV fuera de control, queda suficiente desfachatez para sermonear sobre “el peligro de la historia única”. Justo lo que preocupa a Acevedo: “el conflicto armado no puede convertirse en verdad oficial”.

Es revelador que las columnas de Acevedo en El Espectador no hayan sido criticadas por quienes protestan y demuestran, otra vez, su aversión a debatir ideas. Responden cuando sienten amenazadas posiciones burocráticas estratégicas, no solo por eventuales trabajos o contratos sino por precaución doctrinaria: que nadie cuestione el recetario para la Paz. De pronto acusan de negacionismo a la Rosa Blanca. La iluminada élite tampoco se pregunta si lo que irrita es una opinión personal de Acevedo o la de mucha gente, como las mayorías que votaron contra el acuerdo y también fueron tildadas de guerreristas.


La anunciada paz estable y duradera resultó esquiva e incompleta. La criminología de soporte era más voluntarismo político que teoría sólida con hipótesis contrastables. Los nuevos reaccionarios son tan refractarios a la evidencia que aún no han digerido que perdieron las elecciones. No hacen oposición democrática, ni siquiera resistencia constructiva: con hipocresía y mala leche, optaron por el escrache.





Acevedo Carmona, Darío (2018). “La batalla por la Verdad y la Memoria”. El EspectadorOct 8

Acevedo Carmona, Darío (2018). “¿Dónde está la verdad? (I y II)”. El EspectadorDic 3 y  Dic 10

Bolaños, Edinson Arley (2019). “Darío Acevedo, del EPL al uribismo, perfil del candidato al Centro de Memoria”. Colombia 2020, El EspectadorFeb 9

Gamboa, Santiago (2019).  “La derechización criolla”. El Espectador, Feb 23

Gutiérrez Sanín, Francisco (2019). “Prejuicios y cuentas”.  
El Espectador, Feb 22

Patricia Lara (2019). “El peligro de la historia única”.  
El Espectador, Feb 23

Rendón, Olga Patricia (2019) “El conflicto armado no puede convertirse en verdad oficial” Entrevista a Darío Acevedo. El ColombianoFeb 2

Rodríguez, Nicolás (2019). “Dinamitar el pasado”. El EspectadorFeb 22


Rubio, Mauricio (2013). “El interpretador, la izquierda y el juicio al guionista”. El EspectadorNov 28


Uprimny, Rodrigo (2019). “Memoria, elecciones y víctimas”. El EspectadorFeb 24

Sexualidades intensas

Publicado en El Espectador, Febrero 21 de 2019

Un mito contemporáneo es que la sexualidad, como construcción cultural, es bastante homogénea entre la población. Recientemente se reconoce la diversidad en orientación e identidad sexuales, pero poco más.

La supuesta uniformidad es cuestionable. No pasa el filtro de la experiencia personal, ni sobreviviría una discusión entre adolescentes. Desde esas charlas, recurrentes en bachillerato, nos intrigaba algo básico: por qué a ciertas personas les gusta mucho el sexo y a otras poco. Infructuosamente buscábamos señales. El despiste era tal que asimilábamos la intensidad del deseo a una lotería que luego persistía: fría, tibia o caliente. Hechos ciertos reforzaban esa visión: una misma compañera le enseñó a besar a casi toda la clase y profesoras casadas se acostaron con alumnos, mientras otras ni iban a las fiestas. Hasta la tesis que las mujeres siempre están menos dispuestas al sexo fue desafiada: la novia de un amigo quería hacerlo a diario pero él creía que más de un polvo semanal perjudicaba el cerebro; a sus veinte años, muy enamorada, ella tenía otros amantes.

Los datos muestran que con los años el deseo se marchita, matizando las diferencias individuales. Por otro lado, múltiples testimonios sugieren que ni la misteriosa distribución de la pasión, ni sus extremos, son exclusivos de esta época. En la Vida de Santa María de Egipto, de Sofronio, siglo VI, aprendemos que "por diecisiete años viví como un fuego, pero no por el dinero. A los doce me fui de casa... Estuve con el mayor número de hombres que pude conseguir. Lo hice por un deseo insaciable. Para mí esa era la vida". Sin ser invitada, se unió a un grupo de hombres que zarpaban en un barco: ”jóvenes con cuerpos atractivos, justo lo que yo quería. Sin ninguna vergüenza, les dije ‘llévenme a donde vayan, no dejaré de ser lo que soy por ustedes’. Llegué a convencer incluso a quienes no querían. No hubo ninguna perversión que no les enseñara".

A mediados del siglo XIX, en el consultorio de su ginecólogo, la Sra R, viuda norteamericana con 22 años, declaraba sentirse tan “inflamada por la pasión” que temía enloquecer. Lamentaba haber leído novelas y asistido a fiestas. De casada, su lujuria fue constante y para calmarla practicaba el “auto abuso, la indulgencia ilícita”. Al enviudar, la tensión aumentó: “es con enorme dificultad que puedo comportarme de manera decorosa en presencia del otro sexo”. Aseguraba que sus “sentimientos lascivos no pueden ser naturales, tienen que ser consecuencia de alguna enfermedad”.

Por la misma época, la Sra B acudió al médico. La agobiaban “imágenes excesivamente lascivas de relaciones sexuales con hombres distintos a su marido”. Cada vez que conocía y hablaba con un varón, soñaba tener sexo con él. Había podido evitar la tentación pero temía no ser capaz de restringirse si “la enfermedad persistía”. Daba por descontado que esos sentimientos eran heredados de su madre, que mostró desde joven inclinaciones similares. Su temprano e intenso deseo la llevó a casarse apenas adolescente con un hombre mucho mayor. Durante años hicieron el amor todas las noches. Con la edad, el marido sufrió problemas de erección y ella temía no conformarse con él.

Un caso publicado en 1894 en una revista científica describía la consulta de una madre con su hija de nueve años porque, decía, se masturbaba mucho. El ginecólo procedió a examinarla. “Tan pronto toqué el clítoris, las piernas se abrieron ampliamente, la cara se puso pálida, la respiración fue corta y rápida, el cuerpo se movió por la excitación, surgieron ligeros gemidos”.

Poco antes, en una convención médica se presentó “La Paciente”, de 29 años. Buscaba que la internaran en un asilo. Había escrito su historia. “Heredé una disposición mórbida de mi madre y el temperamento opuesto de mi padre, dándome una naturaleza contradictoria. Antes de los seis años me excitaban los juegos sexuales con otros niños y a los doce uno me advirtió que si los hombres se enteraban ninguno querría casarse conmigo. No entendí lo que decía: no sabía nada de mi cuerpo. Gradualmente, mi sistema nervioso se vio afectado. Los orgasmos llegaban sin proponérmelo. Meterme en una bañera o lavarme las partes a menudo los provocaban”.


Ignorancia, prejuicios y machismo implicaban desconcierto entre confesores e intervenciones quirúrgicas deplorables. Pero sería un error pensar que las historias fueron inventadas, o que para entenderlas toca leer a Foucault. El paralelo con “genio y figura hasta la sepultura” más los factores hereditarios explícitos en los testimonios deben irritar a militancias y fanatismos que por razones ideológicas niegan la naturaleza humana y empantanaron el diagnóstico de problemas sexuales críticos, como el embarazo adolescente. Sin novelas, cine ni series de TV el oscurantismo cotidiano sería crítico. Por desgracia, muchas discusiones sobre género, sin biología, historia, literatura ni arte, están siendo lideradas por la charlatanería igualitaria.





Burrus, Virginia (2004). The Sex Lives of Saints. An Erotics of Ancient Hagiography. University of Pennsylvania Press

Groneman, Carol (2000). Nymphomania, a history. NT: W.W. Norton

Lombroso, Cesare and Guglielmo Ferrero (1893, 2004). La Donna Delincuente. Traducido como Criminal Woman, the Prostitute and the Normal Woman por Nicole Rafter yMary Gibson (2004). Duke University Press

Rubio, Mauricio (2012). "Las Marías y sus seguidores". El MalpensanteAgosto


Rubio, Mauricio (2012). “El enredo del embarazo adolescente”. El EspectadorNov 17

Ward, Benedicta (1987). Harlots of the Desert. A Study of Repentance in Early Monastic Sources. Kalamazoo, Michigan: Cistercian Publications

Una militante desmemoriada

Publicado en El Espectador, Febrero 14 de 2019


La foto no podía ser más pintoresca. Seis mujeres sonrientes, alegremente ataviadas posan en una calle de la colorida Cartagena de Indias.

Los ademanes de celebración son inequívocos: puños levantados, rebeldes, victoriosos con un lazo verde en la muñeca. En su cuenta tuiter, una  protagonista de la escena da pistas sobre la razón del júbilo: un encuentro “sororo, amoroso, y de mucho realismo político” donde se discutió el estado actual de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. “Las jóvenes se toman la palabra, las redes y alzan el puño, reivindicando el derecho a decidir sobre sus cuerpos” proclama Victoria Sandino, senadora por la Farc y ex combatiente guerrillera. Las seguidoras también derrochan fogosidad en los comentarios: una asimila el sexteto a “una banda de rock feminista y abortera”.

Si Sandino fuera totalmente ajena a la política de abortos forzados en su grupo insurgente, si por lo menos la hubiera criticado al desmovilizarse, la hipocresía e incongruencia no serían tan ofensivas. Como anota una periodista española, “su lucha feminista en el seno de las FARC contrasta con las acusaciones de connivencia con abortos forzados y violaciones que le han lanzado exguerrilleras críticas”. Sin hacer alusión a la infame práctica, la nueva parlamentaria feminista recuerda que “jamás me sentiré avergonzada por mi militancia en las FARC EP”.

Alexandra Vargas, una desmovilizada que a los 15 años fue obligada a subirse en una camioneta, deja constancia de lo poco que le importaban a esta feminista los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres en las Farc. Al cuarto día de reclutamiento forzado, Alexandra fue violada por alias Jerónimo, que abusó de ella durante tres noches seguidas, “hizo lo que quería y me dijo salga de aquí”, recuerda con rabia. Después siguieron el Abuelo y el Zorro. “La palabra de la mujer no vale nada. Las niñas y jovencitas eran para los comandantes, entonces ellos no permiten que otra persona esté con uno”, aclara. Ingenuamente pensó que Victoria Sandino tendría un gesto compasivo, un mínimo de empatía, y haría algo para protegerla. Pudo “decirle a ella las cosas, pero le daba lo mismo. Decía que tenía que aguantarme, que a eso habíamos ido las mujeres a las Farc”.

La sorpresa no acaba con el cinismo de una presunta cómplice de violencia sexual en la guerrilla que celebra el avance de los derechos reproductivos de las jóvenes. A su lado en la foto, también de plácemes, está Catalina Ruiz-Navarro, implacable feminista que usualmente protesta por el más mínimo incidente contra las mujeres en América Latina. Su retórica sobre los abusos patriarcales sufridos por el género femenino es bien selectiva: hipersensible a la suerte de algunas e indiferente a la de otras. Alexandra, por ejemplo, parece no contar, a pesar de que hizo su denuncia en un medio periodístico con cubrimiento nacional, como lo han hecho  las  integrantes de la Corporación Rosa Blanca que tampoco han merecido apoyo, ni siquiera un breve comentario, de la célebre militante. Por el contrario, aseguran ellas, no faltan las amenazas posconflicto de Sandino.

Ese olvido es particularmente extraño en quien ha destacado la importancia de los relatos que, con valentía y nombre propio, hacen algunas mujeres sobre la violencia que sufren y que por distintas razones no atiende la justicia oficial. Al defender el escrache, esa “forma de protesta, sobrevivencia y sanación… una estrategia de sanción social y denuncia pública” criticada por su informalidad, hace énfasis en que “es la forma de denuncia social que hemos elegido las mujeres ya que la justicia patriarcal no nos cumple y ha probado ser insuficiente para atender la violencia machista”. Ese tipo de protesta fue popular contra la represión política extrema. "Si no hay justicia hay escrache” era el lema utilizado en Argentina en los noventa contra los responsables de torturas y desapariciones durante la dictadura militar.


Las desertoras de la Rosa Blanca han optado, precisamente, por el escrache virtual. Para algunas, como Alexandra, fue frustrante quejarse en la guerrilla. Probablemente por eso se les volaron a sus verdugos. En la euforia por la paz con “verdad, justicia y reparación”, aupadas con el #MeToo, movimiento global basado en creer a pie juntillas las quejas femeninas, fueron víctimas atípicas en Colombia al ventilar denuncias con nombre propio: ni Él ni Ellos, puro escrache. Misteriosamente, el establecimiento feminista, los activismos y periodistas progres las ignoraron. Seguirán desconcertadas con la imagen de la banda sorora y rockera precedida por una reflexión de Ruiz-Navarro que aparentemente concierne a otras elegidas: “no podemos evadir nuestra responsabilidad como sociedad exigiéndole a las víctimas que vuelvan a quedarse calladas”. Sin justicia, ni Victoria, ni apoyo en el horizonte, en @CorpoRosaBlanca les queda el recurso que recomienda ese feminismo también desmemoriado, clasista y taimado que las ningunea: hacerse oír.



Tweet de Victoria Sandino

Castrillón, Gloria (2018). “Victoria Sandino, la líder feminista de la Farc”. El EspectadorJul 20

Julià, Alvaro (2013). "Habla una víctima del escrache bancario". Blog personal, Mzo 29

Ruiz-Navarro, Catalina (2019). “¿Qué hacemos con el escrache?”. El EspectadorEne 10

Saura, Gemma (2018). “Nadie firma la paz apara acabar en una cárcel”. La VanguardiaOct 31

Diferentes respuestas al terrorismo

Publicado en El Espectador, Febrero 7 de 2019


Muchos países han sufrido ataques terroristas y los han enfrentado de manera dispar pero convergente hacia la mano firme. Colombia es excepcional en negociar aún con delincuentes políticos.

El chantaje con rehenes se volvió problema acuciante para los gobiernos a finales de los sesenta por dos razones: el Frente de Liberación Palestina y la insurgencia latinoamericana. Tras el fracaso de las tácticas de guerrilla rural, en especial la del Che Guevara en Bolivia, hubo un viraje hacia el secuestro de diplomáticos y grandes empresarios citadinos.

En agosto de 1968, el embajador norteamericano en Guatemala cayó abatido en un intento de secuestro. Dos años después, el mismo grupo guerrillero capturó a Karl von Spretti, embajador alemán, exigiendo la liberación de 17 prisioneros y 700 mil dólares. A pesar de las presiones del gobierno germano, las demandas fueron rechazadas y el cadáver de Spretti apareció “cerca de unos matorrales”. El repudio internacional al homicidio fue generalizado y al cambiar el gobierno los secuestradores fueron aniquilados.

En 1969, las autoridades brasileñas liberaron quince presos para salvarle la vida al embajador norteamericano. En marzo de 1970 soltaron otros cinco a cambio del cónsul de Japón en Sao Paulo, en Junio cuarenta más por la liberación del representante norteamericano en Porto Alegre y en Enero del 71 se alcanzó el pico con el intercambio del embajador suizo por otros setenta prisioneros. Ese mismo año comenzó la reacción: una campaña de exterminio de los terroristas. Ese país dejó dejó de sufrir ese tipo de amenazas con un costo considerable para las libertades civiles y políticas.

Por la misma época, los Tupamaros secuestraron en Uruguay a varios diplomáticos y mataron a un asesor norteamericano. La indignación pública contribuyó a la llegada de un régimen militar que arrasó con esa guerrilla y, de paso, con la democracia.  A través del M-19, la filosofía y técnicas tupamaras alteraron definitivamente el conflicto colombiano. Antes, en 1970, el Frente de Liberación del Quebec, inspirado por ese mismo grupo, secuestró a un diplomático británico y a un político canadiense. El gobierno introdujo el War Measures Act con apoyo ciudadano. Se acusó luego al primer ministro Pierre Trudeau por su exagerada reacción, pero el terrorismo fue controlado.

También en 1970, comandos palestinos retuvieron tres aviones norteamericanos con unos cuatrocientos pasajeros. Algunos eran alemanes y siete prisioneros fueron liberados a cambio, tres de ellos de cárceles germanas. La debilidad ante el chantaje implicó que Alemania sufriera nuevos ataques. En febrero de 1972 el vuelo 649 de Lufthansa fue desviado hacia Yemen y el gobierno alemán pagó cinco millones de dólares de rescate. En los juegos olímpicos de Munich, ocho militantes de Septiembre Negro secuestraron a once atletas israelíes. Pedían la liberación de 200 prisioneros palestinos. Un desastroso intento de rescate acabó con la vida de los rehenes y de cinco terroristas. Los tres restantes fueron capturados. Mes y medio después, los palestinos desviaron otro avión alemán hacia Zagreb, a donde fueron enviados los terroristas detenidos en Munich para ser luego liberados en Trípoli. Solo en 1975 el canciller Helmut Schmidt, conocido por “su frialdad, realismo e impaciencia con la retórica socialista” revirtió la tendencia actuando con firmeza frente al terrorismo.

Durante esos años sombríos hubo un marcado contraste entre la dureza de los países anglosajones –cuyas instituciones admiran los analistas del desarrollo- con la inclinación a ceder de alemanes y japoneses. “La explicación más probable es que ambos países trataron de corregir la impresión causada en el mundo por sus años de gobiernos totalitarios, poco preocupados por la vida humana” plantea Richard Clutterbuck director de Control Risk en aquella época.

Una conjetura similar se podría proponer para Colombia: una secuela de La Violencia política habría sido la mala conciencia de ambos partidos, liberal y conservador, por sus excesos. Esta actitud, junto con una criminología deplorable, manipuladas por la izquierda partidaria de la vía armada, habrían deslegitimado el recurso a la mano dura de sucesivos gobiernos, o exagerado las repercusiones negativas de cualquier reacción decidida de las autoridades ante los ataques, achacándoles la iniciativa para perpetuar un régimen represor.

La célebre frase del Coronel Alfonso Plazas en la chapuza para retomar el Palacio de Justicia -“aquí, defendiendo la democracia maestro”- ha generado burlas, resentimiento e indignación sin un debate serio sobre cuáles hubieran sido las repercusiones de ceder al chantaje del M-19 y transar la liberación de magistrados. En el contexto mundial, según Clutterbuck, la captura de rehenes “más espectacular y exitosa” fue la toma de la Embajada de República Dominicana en Bogotá, erigida en modelo de negociación correcta en Colombia: claudicar ante los atacantes. Aquí se olvida que los terroristas de cualquier ideología responden a incentivos elementales: la zanahoria invita a reincidir, el garrote disuade. Esa escueta realidad ya la asimilaron prácticamente todas las democracias.




Cluttterbuck, Richard (1993). "Negotiating with terrorists" en Schmid & Crelinsten, pp. 263 a 287

Davy, Richard (2015). “Helmut Schmidt: Politician who guided West Germany through tough economic times, terrorism and the Cold War”. The IndependentNov 10

PL (1970). "Encuentran asesinado al embajador alemán". Prensa Libre, Abril 6

Ray, Michael (2017). “Munich massacre”. Encyclopaedia BritannicaMarch 13

Rodríguez Larreta, Aureliano (1984). "De Robin Hood a la guerrilla urbana": El País, Ago 5 

Schmid, Alex & Ronld Crelinsten (1993). Western Responses to Terrorism. Frank Cass Publishers 

Taylor Gerard (2018). “Mullah Krekar is notified of new charges”. NorwayTodayAug 27