Del rapto a la pesca milagrosa
Breve historia del secuestro en Colombia
El análisis de la evolución del secuestro en Colombia muestra que, con la excepción de los primeros raptos de la moda Lindbergh, se trata de algo bastante más complejo que un negocio criminal corriente, por distintas razones.
En primer lugar, porque a diferencia del atraco, o el robo callejero o incluso el homicidio, el secuestro requirió, para consolidarse como actividad, de unas organizaciones muy rígidas, y de una ideología que las aglutinara internamente. El grueso del problema del secuestro en Colombia sigue girando alrededor de organizaciones, no de delincuentes individuales. Dada la connotación ideológica que en Colombia tienen los términos delito político –motivaciones altruistas- y crimen organizado –motivaciones monetarias- vale la pena adoptar este término, el del delito sui generis, propuesto por la comisión de notables para el narcotráfico, y que sirve para caracterizar los actos criminales cometidos no por individuos sino por organizaciones.
Las razones para que se trate de un delito colectivo son múltiples. Uno, requiere división del trabajo. Dos, presenta enormes problemas de agencia, que se solucionan de manera eficaz a base de ideología; la principal alternativa a la cohesión ideológica, los incentivos monetarios, requiere un monto considerable de recursos, que están al alcance de muy pocas organizaciones criminales.
Tres, el adoctrinamiento es lo que asegura que el botín del secuestro sea propiedad colectiva de un grupo, y no de los individuos. Esta ha sido una característica recurrentemente señalada por los distintos grupos subversivos del país, desde épocas anteriores a Marquetalia, para diferenciarse de los delincuentes comunes. “Hubo dos hechos que molestaron a Marulanda. Uno fue la repartición de una plata que se le quitó a la Caja Agraria, (de dónde) se sacó medio millón de pesos y los liberales de de Peligro se los fueron distribuyendo como plata de bolsillo. Cada participante cogió su moneda, la contó y se fue a comprar reses… Marulanda se emputó y los vació, les dijo bandoleros. Les hizo ver que si la lucha la degenerábamos y nos volvíamos una cuadrilla de ladrones, nos ganaban la guerra”. Molano (1996) p. 79. Años más tarde el cura Pérez del ELN hacia énfasis en el mismo punto “existe una diferencia entre el secuestro y la retención que es preciso aclarar: el secuestro es un acto, criminal, realizado por la delincuencia común que tiene por finalidad el interés personal de quienes cometen el delito; la retención fundamentalmente es una acción política, cuya finalidad está determinada por objetivos de bienestar colectivo, en el marco de un proyecto histórico de transformación social liderado por una organización revolucionaria”. (Medina 1996 p. 236 Subrayados propios).
Cuatro, la reputación de violencia, insumo indispensable para consolidar la industria, la acumulan organizaciones, rara vez individuos. Y no sólo para la cuestión básica de extraer de manera forzada el rescate. Es la reputación de las organizaciones armadas la que configura ciertas actitudes, como la no denuncia, que también contribuyen a su desarrollo. También son las organizaciones poderosas las que en mayor medida garantizan el bloqueo de las acciones judiciales. Es muy indicativo de la relevancia de esta reputación que en los secuestros de los periodistas por Pablo Escobar la pregunta inicial fuera si se trataba de la guerrilla o de los narcos.
Así, el doble requisito de delito colectivo sustentado por una ideología, es lo que hizo que lo adoptaran como actividad corriente básicamente las organizaciones políticas. Aún más, se puede plantear que el recurso al secuestro como fuente de financiación ha sido directamente proporcional al dogmatismo, a la rigidez política y al adoctrinamiento de los grupos. Irónicamente, la organización no subversiva que más practicó de manera sistemática el secuestro, la de Pablo Escobar, lo hizo varias veces con móviles exclusivamente políticos.
Puesto que el secuestro, aún el económico, lo han cometido ante todo organizaciones políticas han sido inevitables, de manera recurrente, una variada mezcla de consecuencias para un mismo incidente. A su vez, los plagios por organizaciones rebeldes que buscaban derrocar el régimen, incluso cuando simplemente se exigía un rescate monetario, se percibieron desde sus orígenes como atentados a la seguridad pública, con la consecuente respuesta militar.
Los distintos grupos armados se especializaron en los secuestros que podían ejecutar en sus áreas de operación, la ciudad o el campo. Los impresionantes éxitos iniciales del secuestro urbano incitaron a los grupos rurales a mirar hacia las urbes. Los altos riesgos de las acciones urbanas, a su vez, produjeron el desplazamiento de la principal guerrilla urbana hacia el campo. El dilema entre mayor rendimiento urbano y menor riesgo rural de los secuestros se resolvió con las familias citadinas, o las empresas, que se acercaban a las áreas rurales. El primer proceso lo facilitó la droga. En síntesis, la peculiaridad colombiana que facilitó la consolidación del secuestro fue el desplazamiento de riqueza, normalmente urbana, hacia las áreas rurales donde operaban las guerrillas. El narcotráfico dio un impulso definitivo a la actividad y, simultáneamente, abrió la compuerta de la guerra sucia para enfrentarlo.
Una característica del secuestro en Colombia ha sido la débil incidencia de los móviles sexuales. Los grupos subversivos secuestran mujeres en mucho menor proporción que hombres y son excepcionales las quejas por abuso sexual o violación. El caso de un comandante de las FARC que, después de haber violado a una mujer cautiva, abandonó la guerrilla para reinsertarse no contradice sino que tiende a corroborar la observación anterior. No sólo por el despliegue que tuvo el caso en los medios como algo excepcional sino, sobre todo, por el hecho que el motivo para abandonar la guerrilla habría sido evitar el fusilamiento, lo cual sugiere que sí existen en tales grupos severas sanciones para los abusos sexuales con los secuestrados. “Omar López, alias 'Beltrán', se entregó al Ejército al descubrir que sus compañeros de las Farc lo iban a fusilar por los atropellos cometidos contra la bacterióloga” [1].
Uno de los pocos casos de rapto de mujeres es el reportado recientemente por la representante de una asociación de trabajadoras sexuales en Ecuador: “Queremos que nos defiendan en la frontera.. Seis compañeras fueron secuestradas por los guerrillos en Sucumbíos y llevadas para el Putumayo, a prestar servicios. Dicen que han muerto" [2].
Es difícil no pensar aquí en el ascendiente católico de los secuestradores colombianos como base de los insólitos sistemas normativos que rigen sus conductas y en la necesidad de complementar el eventual efecto disuasivo de los jueces, que parece haber sido ser precario, con el de los prelados. La cristiana actitud de perdón de los prelados nunca ofreció mayores esperanzas sobre esta alternativa de prevención. Un caso ilustrativo fue el del obispo de Zipaquirá, secuestrado por las FARC en Noviembre de 2002 y que, sin el respaldo de muestras de contrición de los verdaderos responsables del hecho perdonó a los autores materiales, probablemente simple ejecutores de órdenes de sus superiores.
En varias dimensiones el cambio de siglo marcó el final de un ciclo en la evolución del secuestro. Después de una accidentada y dolorosa trayectoria se llega de nuevo a situaciones que recuerdan los orígenes de la actividad. No deja de sorprender que, después de tantas innovaciones, de haber alcanzado las míticas cimas de los rescates millonarios en dólares que se repartían entre los necesitados, de haber logrado titulares en primera página en los diarios del mundo y tiempo triple A en la TV por varias semanas consecutivas, después de haber permitido doblegar gobiernos y alterar las leyes penales, después de haber contribuido a gestar una de las mayores máquinas de matar, el secuestro en Colombia esté dando muestras de volver a los humildes orígenes campesinos de la época de los bandoleros. Por otro lado, parece haberse enquistado en una de las entrañas más oscuras del sistema capitalista, lo que en un principio se buscaba combatir.
Las noticias de secuestros muestran el retorno a las acciones puramente políticas o propagandísticas Como podría ser el de los turistas extranjeros plagiados por el ELN en la Sierra Nevada a mediados de Septiembre de 2003 para, luego de algunas exigencias típicamente políticas, liberar algunos de ellos sin que aparentemente se haya pagado rescate.
Ahora, lamentablemente, se suman algunos plagios con un sentido puramente partidista, casi tribal y con unas víctimas cada vez más difíciles de encajar en la visión de los enemigos del pueblo. “ El fusilamiento de una maestra de escuela rural secuestrada por el rebelde Ejército de Liberación Nacional (ELN) causó una ola de rechazo en Colombia. El grupo guerrillero había condicionado la puesta en libertad de Ana Cecilia Duque, de 31 años, a que su padre matara a un presunto paramilitar, y la asesinó porque éste no cumplió la orden” [3]. “Amnistía Internacional siente preocupación por la seguridad de Nidia Correa Velásquez y otros miembros de la comunidad de desplazados forzosos de Tulúa, en el departamento de Valle del Cauca. Según los informes, Nidia Correa fue secuestrada el 16 de mayo por cinco individuos no identificados” [4]. “Sanas y salvas fueron rescatadas 27 personas que habían sido retenidas ilegalmente … Los hechos ocurrieron en la vía que del Municipio de Piedecuesta conduce a la Vereda Sevilla de esta misma localidad santandereana ... Los campesinos habrían sido retenidos la noche anterior, con el propósito de evitar que participaran en una actividad política a la que había convocado para hoy un candidato a la Alcaldía de Piedecuesta” [5]. En País Libre se han observado recientemente casos en los cuales el cobro de extorsión parecería ser un co-producto de lo que parece el objetivo primordial de algunos secuestros hechos por paramilitares: el de, mediante “juicios políticos” a los rehenes obtener información sobre el enemigo [6]. Es difícil no establecer acá un paralelo con prácticas como la desaparición forzada, o la tortura, que no sería prudente incluir en la categoría de delitos económicos simplemente porque se cobre un rescate monetario.
La metamorfosis del enemigo que merece ser plagiado ha sido tal que ya puede serlo cualquiera que no pertenezca a la ahora poderosa organización que secuestra. El indicio más dramático de esta transformación lo constituye el plagio, con un operativo digno de película, de una humilde mujer con fines de servidumbre, algo que raya con la captura de esclavos. “Este testimonio hace parte de la declaración aportada el pasado 6 de octubre por XXX a la Dirección del Gaula de la Policía en Barranquilla, y que da cuenta cómo esta mujer …fue obligada a trabajar como empleada del servicio para el grupo del Eln que tiene en su poder a siete extranjeros en algún lugar de la Sierra Nevada de Santa Marta. La declaración, a la que la Fiscalía le ha otorgado plena credibilidad, revela además que la mujer estuvo cocinando y lavando para el grupo secuestrador. La declarante sostuvo que el pasado 9 de junio, hacia las 9:00 a.m., un sujeto llamado Alberto Vergara le dijo en Santa Marta que una señora estaba buscando una muchacha para llevarla a Canadá para trabajar en labores domésticas. Y agregó que, como ella estaba interesada, aceptó la oferta, se fue con el aludido personaje hasta el barrio Mamatoco, y allí quedó con otras dos personas desconocidas. “Cuando el señor Alberto se fue, ellos me montaron en un carro blanco de vidrios oscuros (...) y cuando llegamos a un campamento me vendaron los ojos y yo les pregunté que por qué me vendaban los ojos. Ellos me dijeron que no hiciera tanta pregunta y que me bajara del carro. Cuando me bajé, estas personas llamaron por radio a otros señores y les dijeron que ya podían venir por mí”. .. Aseguró que tiempo después la montaron en un helicóptero con tres señores y que, “todavía con los ojos vendados”, después de un corto viaje, la bajaron de la aeronave y la encerraron en un cuarto donde sólo veía montañas y neblina. “Me dijeron que me quedara quieta porque de ahí yo no podía salir más, que eso era la ley del silencio” [7].
Simultáneamente, la consolidación de la actividad llevó a los secuestradores a establecer sofisticados y turbios acuerdos financieros de mutua conveniencia con una de las facetas más inmorales del capitalismo, el enemigo inicial al cual había que combatir por cualquier medio. Atrás quedaron las épocas heroicas en las que se hacía público el monto de los rescates pagados y el uso de los recursos obtenidos.
El otro ciclo que parece haberse completado es el de los flujos internacionales en la tecnología del secuestro. De avezados importadores de las tácticas montoneras, los grupos subversivos colombianos se convirtieron en hábiles exportadores y promotores de la actividad más allá de las fronteras. De acuerdo con Hagedorn (1998) p. 28, algunos miembros del Ejército Popular Revolucionario (ERP) mexicano responsables de un buen número de secuestros en su país a mediados de los noventa habrían recibido entrenamiento en Colombia “y su propósito era proveer una sucursal para las guerrillas colombianas que requerían no sólo nuevas fuentes de liquidez sino nueva rutas para el tráfico de droga”.
Vale la pena hacer referencia a un caso que le da un giro radical al concepto de integración regional: un grupo subversivo chileno que, financiado por las FARC, secuestra un alto ejecutivo en Sao Paulo. De acuerdo con una investigación realizada por un periodista español del diario El Mundo, con fuentes de Interpol, en julio del año 2001, Mauricio Hernández Norambuena, más conocido en Chile como el "Comandante Ramiro" del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), recibió US$ 150 mil de Manuel Marulanda, fundador y líder de las FARC, para preparar el secuestro del publicista brasileño Washington Olivetto, crimen por el que fue detenido y encarcelado en Brasil [8].
Menos novelesca y más sistemática resulta la expansión del secuestro hacia Venezuela, que tiene todos los síntomas de un contagio desde Colombia. Son los estados próximos a la frontera los que muestran tasas similares a la colombiana y muy superiores a las del resto del vecino país (Gráfica 4). El denominado secuestro fronterizo se percibe allí como una actividad ya consolidada bajo el liderazgo indiscutible de los grupos subversivos colombianos. De acuerdo con un penalista venezolano “los secuestros que desde el año 1976 hasta 1991 sumaron solamente treinta y nueve se multiplicaron vertiginosamente llegando en la actualidad a realizarse dos plagios mensuales …Este delito (se ha convertido) en una próspera industria de los subversivos colombianos que operan en la frontera de nuestro país”. Hace además un detallado inventario de los frentes guerrilleros que operan en los estados fronterizos venezolanos: cuatro de las FARC, cinco del ELN y tres del EPL. (Buroz 1998 p. 70, 73, 78 a 80).
Algunos de lo elementos de la tecnología que se exporta han sido el bloqueo de la respuesta judicial ante los secuestros e incluso la cooptación de iniciativas legales. El mismo Buroz señala el marcado contraste entre las respuestas que tradicionalmente se daban en Venezuela a los secuestros –la mayor parte terminaron en condena y en el año se llegó 73 a nacionalizar una empresa que cedió ante el chantaje- y las “presiones contra las autoridades judiciales” o las “complicidades surgidas” en la zona fronteriza ante los secuestros de la guerrilla colombiana. Relata además los detalles de la virtual absolución de los acusados en el juicio por el secuestro del ganadero Jorge Díaz Márquez por parte del ELN y cómo el abogado defensor del caso, posteriormente elegido senador, se destacaría por “oponerse a la promulgación de la ley anti-secuestros (y) oponerse a la aplicación de la legislación militar en las zonas de seguridad fronteriza”. (Ibid pp. 85 y 86.)
Gráfica 4
Parodiando el título de un trabajo reciente sobre el conflicto colombiano, los poderosos secuestradores nacionales, como ya lo habían hecho los narcotraficantes, están mostrando que este callejón no tiene una sino varias salidas: hacia los países vecinos, hacia Latinoamérica. Sorprende que, a pesar de los ya innumerables testimonios sobre la exportación de la tecnología subversiva y la internacionalización del conflicto colombiano, el análisis siga siendo, con contadas excepciones, algo parroquial. Sobresale en ese sentido el más reciente y ambicioso esfuerzo de diagnóstico del conflicto armado en Colombia que sólo menciona de manera tangencial y genérica el problema, como otra de las consecuencias del narcotráfico: “al internacionalizar el conflicto de modo patológico, esto es, por la vía del crimen y no de la política” Callejón con salida - UNDP (2003) p. 88. A pesar de un capítulo del informe dedicado a la expansión territorial de la guerrilla, ni siquiera se menciona la situación en las fronteras con Venezuela o Ecuador. Una conjetura sobre las razones de este inexcusable olvido es que perderían sentido las recomendaciones orientadas a corregir las “raíces del problema”. Un análisis detallado sobre el impacto del conflicto colombiano en Venezuela, Perú, Bolivia, Ecuador, Panamá y Brasil se encuentra en Millet (2002). En Rubio (2003) se hace un breve inventario de casos reportados en la prensa.
Con este nuevo escenario en mente vale la pena preguntarse hasta cuando, y hasta dónde, se seguirá reproduciendo el desafortunado reflejo colombiano de responder a las tomas de rehenes, por violentas que puedan ser, con llamamientos automáticos a retomar el diálogo con los agresores. Tal vez el ejemplo más deplorable lo constituyen las declaraciones del delegado especial del Secretario General de las Naciones Unidas en Colombia a raíz del asesinato a mansalva, por parte de las FARC, del gobernador de Antioquia y otros secuestrados que tenían en su poder. "Las FARC deben reconocer la masacre y pedir perdón … Seguimos convencidos, aún en este momento tan duro, tan polarizado y sangriento, de que va a haber una solución para este conflicto y que debe ser negociada" [9]. Es difícil pensar que el mismo funcionario reaccionaría de tal manera ante una masacre cometida por narcotraficantes, o paramilitares. Difícil también imaginar, en España, a cualquier funcionario público, académico, periodista o burócrata internacional que emitiera unos comentarios similares ante el asesinato a sangre fría de rehenes por parte de ETA.
La singularidad colombiana de dar prioridad a la superación de las causas objetivas y a la búsqueda de diálogo como respuesta inmediata a las manifestaciones de violencia, con una intensidad que parece proporcional a la gravedad del ataque, no ha llegado al extremo de proponer que ante los asesinatos de colombianos, por sicarios colombianos y con tecnología colombiana –la del parrillero- pero cometidos en Madrid, España, se deba responder haciendo más inversión social en Medellín. Cabe entonces esperar que cuando un comando de una organización armada colombiana secuestre en el extranjero un grupo de personas de terceros países, los analistas o los funcionarios internacionales de un cuarto país, no persistan en señalar, como respuesta al incidente, que se deben enderezar las raíces locales del conflicto, o que el establecimiento colombiano debe tratar de corregir lo que ocurrió en Marquetalia en 1964.
La internacionalización del secuestro colombiano es un hecho, no sólo en términos de diseño y tecnología, sino de capacidad de ejecución. A diferencia de la épica era montonera, sin embargo, cuando los detalles de los incidentes y su desenlace se hacían públicos, innovaciones significativas han sido la opacidad, el misterio y la desinformación. Al otro lado de la mesa, también parece evidente la internacionalización y concentración de la otra cara del secuestro: la, esa sí, industria de la negociación. Se ha llegado a la situación demencial en que virtuales multinacionales del secuestro, para mantener su guerra, negocian en privado, y por debajo de la mesa, con las multinacionales de las pólizas y del manejo de crisis.
[1] Semana “El mundo al revés”, Septiembre 28 de 2003. Alexis Ponce “Rostros que cuentan historias”
[2] Quincenariop Tintají / Quito. Agosto 13 de 2003.
http://www.rebelion.org/internacional/030813ponce.htm
[3] BBC Mundo Domingo, 27 de abril de 2003.
[4] AI INDEX: AMR 23/060/2002 24 Mayo 2002.
[5] Agencia Voces 09/29/2003. www.caracol.com.co/voces/.
[6] (Comunicación personal).
[7] El Espectador, 19 de octubre de 2003
[8] El Mercurio, Martes 10 de Septiembre de 2002
[9] El Tiempo, Mayo 12 de 2003. Énfasis propio.