EL MERCADO DEL SEXO ASIÁTICO

Los clientes tailandeses


Para Tailandia, país reconocido como epicentro del intercambio sexual entre Asia y Occidente, existe evidencia sistemática sobre la importancia de la demanda local por servicios sexuales. En una encuesta de relaciones de pareja e infección VIH realizada en 1992 con una muestra de cerca de 3000 personas, representativa de la población, se encontró que los hombres casados reportaban haber tenido 30.2 parejas sexuales premaritales. El promedio para los varones solteros fue de 14.3. Para las mujeres, las cifras eran sustancialmente inferiores: 0.03 parejas sexuales para las casadas y 0.01 para las solteras. Un encuesta realizada en 1990 y 1991 entre jóvenes que prestaban servicio militar mostró que casi la totalidad (90%) había tenido relaciones sexuales con una prostituta y el 74% habían iniciado su vida sexual de esa manera. A los 16 años, cerca de la mitad de los encuestados ya había visitado un burdel. Es conveniente señalar que, por aquella época, los hombres que prestaban el servicio militar constituían una buena muestra de la población no universitaria ya que su reclutamiento se hacía por sorteo aleatorio [1]. Así, antes del temor producido por la epidemia del SIDA que tuvo notorias consecuencias sobre la demanda por prostitución, “el sexo pago ha sido la principal alternativa sexual para los solteros tailandeses, que se justifica como una manera de proteger a las virtuosas mujeres tailandesas del sexo premarital. Para los adultos, el uso del comercio sexual continúa de la misma manera que se hizo durante la adolescencia, sólo que con menos restricciones económicas. Atender los impulsos sexuales de los hombres ofreciendo los servicios de una trabajadora sexual se considera parte de la hospitalidad en muchos tratos de negocios. Al llegar a una nueva ciudad, los viajeros de negocios o turismo, normalmente visitan burdeles o salas de masaje erótico como parte de las atracciones locales” [2].

Es ilustrativo de la figura del macho tailandés el término nug layng  -cuya traducción al inglés es una mezcla entre playboy y ganster- que se refiere al hombre de acción, que trabaja duro, es gran tahúr, apoya a sus amigos, combate a sus enemigos y es mujeriego. Una buena personificación del nug layng fue el primer ministro Sarit Tharanat, que durante la década de los sesenta gobernó con mano dura, haciendo énfasis en la limpieza, el orden y las alianzas militares. En lo privado, fue notorio el número de amantes que mantuvo, entre 50 y 200. No es raro que en Tailandia lo varonil sea sinónimo de infractor y se asocie con todo lo que la misma cultura considera un vicio: fumar, beber, el juego, las mujeres, las prostitutas, las concubinas, las riñas, los delitos menores y la corrupción. Los hombres no religiosos que no adoptan estas conductas se les califica como kathoey (hombre de mentiras) o como naa tua mia (cara de mujer).

Uno de los resultados más consistentes en las investigaciones sobre conductas sexuales en Tailandia es que las concubinas y la prostitución han sido por mucho tiempo alternativas sexuales aceptadas para los hombres de todas las edades, estratos sociales y estados civiles. La tolerancia con las relaciones extra maritales es totalmente asimétrica por géneros y está en la base tanto de la demanda como, indirectamente, de la oferta de sexo pago. Los estudios sobre prácticas de crianza revelan que, en materia sexual, los padres son más estrictos con las jóvenes, a quienes se sigue inculcando la idea de la buena mujer que llega virgen al matrimonio. El control, durante la adolescencia, de las relaciones sentimentales o de amistad es severo con las mujeres y flexible con los hombres. Así, en forma adicional a los riesgos de embarazo y de enfermedades de transmisión sexual, las jóvenes tailandesas enfrentan serios riesgos de estigmatización si pierden su virginidad antes de casarse. “Como lo manifiestan varias trabajadoras sexuales, puesto que la virtud de una mujer soltera está eminentemente atada a su virginidad, una mujer que la ha perdido tiene poco que perder al tomar el camino del sexo comercial” [3].

Como un elemento que estimula la demanda por prostitución, en los hombres jóvenes tailandeses se acepta, e incluso se estimula, la promiscuidad. Bajo el mismo esquema se continúa durante el matrimonio y se consiente que los hombres amplíen su abanico sexual con concubinas o prostitutas. Antes de que el VIH se convirtiera en una preocupación, era usual que algunas mujeres llegaran a estimular a sus esposos para que acudieran a prostitutas no sólo para aligerar la obligación de satisfacer sus demandas sexuales sino para evitar el riesgo, considerado mayor, de mantener una concubina. Entre los jóvenes, hasta la llegada del SIDA, tener relaciones con prostitutas no implicaba ningún estigma. En la práctica, se consideraba un rito de iniciación y una manera idónea de recibir enseñanzas en ese campo. Era corriente incluso que los padres le pagaron a sus hijos sus visitas al prostíbulo. El término coloquial para la primera experiencia sexual de los hombres, (khuen khruu) lleva implícita la idea de un proceso de aprendizaje con alguien más experimentado. El de pai thiow, literalmente salir a divertirse, es un eufemismo para ir a un burdel. Visitar prostitutas en pandilla de amigos es una experiencia no sólo sexual sino social. Los poco interesados en esas salidas son sujetos de burlas y alusiones a una supuesta homosexualidad. Por otra parte, se supone que las mujeres deben llegar vírgenes al matrimonio. El sexo está vetado como alternativa recreacional para las mujeres, salvo para las prostitutas y las mujeres descuidadas (carefree) cuyo esteriotipo incluye características como superficial, emocionalmente perturbada y auto destructiva. El estigma de las mujeres carefree a veces es mayor que el de las prostitutas, que se piensan llegaron a esa situación forzadas por la pobreza. Existe la creencia que una experiencia sexual prohibida puede predisponer una mujer joven a perder el control de su sexualidad, sobre todo si la experiencia termina con el abandono del hombre con quien se tuvo. En estos casos la mujer se puede volver carefree o prostituta [4].

Varios testimonios recogidos por un aplicado periodista español, cuyo objetivo explícito era mostrar a Asia como el burdel del mundo, ilustran bien la noción de una clientela esencialmente autóctona para la prostitución asiática. En Mugling, pequeña población del Nepal reconocida por la prostitución con menores, Aldama (2004) señala la sorpresa que le produjo el gran número de hoteles “en los que un gran número de camioneros se detenía a pernoctar”. En la terminal marítima del World Trade Center en Singapur, en donde una nube de cuarentones esperaban, ligeros de equipaje, embarcarse en el ferry, Hui Ling, el contacto local le señalaba que “todos estos tíos  van a Batam de putas. Aprovechan el fin de semana. Dicen a sus mujeres que acuden a alguna reunión de negocios y ya está”.  En Oudomxi, Laos, otro reconocido centro de prostitución cerca de la frontera China, ante el comentario que los burdeles no son muy visibles su contacto local le aclara que “son casas corrientes. Para poder distinguirlas hace falta alguien que conozca el sitio. La mayoría de los taxistas saben dónde están, pero a ti no te llevarán porque eres occidental. Para los occidentales existen otros lugares” . En China, “no hay más que caminar de noche por las calles de Xi’an para darse cuenta de que los clientes de las miles de prostitutas que llenan las que parecen peluquerías no son sino chinos en busca de emociones”. En Tailandia, la meca del sexo en el Asia, una prostituta de Phuket le confirma que sus clientes, “son todos tailandeses. Algunos son jóvenes, pero la mayoría tienen mujer e hijo”. En Bangkok, la capital sexual de Tailandia, Mai, una joven que complementa sus estudios con la venta vespertina de servicios sexuales trata de seducirlo con el argumento de que “nunca lo he hecho con un occidental” [5].

Dentro de los turistas sexuales se destacan en el Asia los japoneses. Ante un par de buses repletos de nipones desembarcando en Mae Sai, en la frontera entre Tailandia y Myanmar, un guía local comenta. “Los japoneses suelen venir en grupos, muchas veces en viajes de empresa, y se dedican a pasárselo bien con las birmanas … tienen mucho dinero y aquí las vírgenes son baratas” [6].

Este cúmulo de observaciones permiten desvirtuar la idea arraigada de un mercado sexual compuesto primordialmente por hombres del mundo desarrollado occidental, los viejos verdes, que explotan sexualmente mujeres jóvenes del tercer mundo. “Bajo el folclor exótico y la imagen del mar, del paraíso y de la libertad –sea, sex and sun- se impone una lógica fría: los hombres ricos explotan a las mujeres y los niños pobres. Al sol” [7].

La idea de una nefasta influencia de los varones occidentales sobre el mercado sexual en Tailandia parece desvirturase no sólo en términos de cantidad –ante la evidencia de una importante clientela doméstica- sino en términos de calidad, en cuanto a relaciones de menor riesgo. De acuerdo con una encuesta realizada entre 150 prostitutas en cuatro regiones tailandesas se encontró que aunque en la mayoría de los casos (63%) había una solicitud de sexo seguro por parte de las mujeres, esa solicitud era atendida sólo en el 51% de los casos.  Además, la presión por el sexo sin protección presentaba importantes diferencias de acuerdo con la nacionalidad de los clientes. Mientras el 76% de los occidentales aceptaron el uso del preservativo, para los extranjeros asiáticos la cifra se redujo al 52% y entre los tailandeses apenas llegó al 27% [8]. Así, la historia de la explotación de mujeres locales por parte de patriarcas turistas del mundo desarrollado admite matices, como las costumbres sexuales más riesgosas de los clientes locales.

El típico intercambio sexual hombre rico-mujer pobre se da sin duda en Europa, en dónde el grueso de los servicios sexuales los ofrecen en la actualidad personas inmigrantes, pero muestra en los datos de la encuesta una magnitud bastante inferior a la que se observa en los distintos mercados, que se pueden considerar locales, de Asia y Europa del Este.

Matizar la idea sobre el papel preponderante del turismo sexual en el panorama global de la prostitución, no implica desconocer que en varios países un catalizador de la venta masiva de servicios sexuales sí vino del extranjero pero, como se verá, más de los militares que de los turistas.

Otro grupo de extranjeros no turistas ignorado por la literatura activista es el de los trabajadores inmigrantes. Una encuesta representativa de esta población realizada en Tailandia en el 2004 muestra que el 25% de los inmigrantes reporta haber acudido a una prostituta en el último año, y 57% manifiesta tener una pareja regular. Los solteros acuden más a este mercado que los casados y el tiempo de residencia se asocia positivamente con el sexo pago. Entre quienes trabajan en oficios marinos la demanda es mayor, como también lo es entre los inmigrantes camboyanos [9].

El escenario que se vislumbra detrás de estos resultados es tan familiar como pedestre: el trabajador inmigrante que llega soltero, tantea sus chances en el mercado local de parejas y, cuando no logra establecerse afectivamente, acude a las prostitutas. Para la China, como se analiza en detalle más adelante, la dinámica reciente del mercado del sexo tampoco se entiende sin analizar los movimientos migratorios masivos de trabajadores entre provincias.

El patrón histórico tanto en Tailandia, como en Vietnam, como en la China sugiere que con la protuberante excepción de las tropas durante las guerras, o el ignorado segmento de los trabajadores inmigrantes, la prostitución con extranjeros constituye tan sólo una fracción, el estrato de lujo, de un dinámico comercio del sexo doméstico. El turismo sexual encaja en este mismo esquema. Ringdal (2004), sin mayores precisiones, estima que el 80% de la prostitución en el Asia se orienta a clientes locales, que entre los extranjeros predominan los estudiantes y hombres de negocios japoneses, coreanos, taiwaneses y chinos así como los turistas árabes. Los occidentales no llegarían al 5% de la clientela. Algunos cálculos burdos a partir de la incidencia de sexo pago en la GSS y las cifras sobre turismo europeo al Asia llevan a órdenes de magnitud similares. En este contexto, lo que sorprende es que esta relación predominante de sexo pago entre compatriotas esté ausente del debate contemporáneo sobre la prostitución. Tanto la literatura comprometida como los informes periodísticos concentran su interés en el novelesco intercambio de miseria económica del tercer mundo por miseria sexual de los países desarrollados descrito por Houellebecq.

El estereotipo de Madame Butterfly la geisha japonesa de 15 años que cree casarse con del teniente Pinkerton, un marino norteamericano que contrata servicios sexuales temporales, parece haber persistido. El hombre occidental utiliza a la mujer oriental, y determina las condiciones del mercado global del sexo. “Son extraños, los precios del sexo. Tengo la impresión de que eso no depende tanto del nivel de vida del país. Evidentemente, según el país, se obtienen cosas diferentes; pero los precios de base, es casi siempre lo mismo: el que los Occidentales están dispuestos a pagar” [10].

La atención exclusiva sobre el cliente occidental, claramente minoritario en el mercado global del sexo, tendría que ver, según Ringdal (2004) con que el debate sobre la prostitución, desde hace casi un siglo, gira alrededor de la moralidad occidental. Al respecto señala cómo, cuando la Liga de las Naciones emprendió una investigación a gran escala sobre la prostitución mundial en los años veinte, el foco de atención fueron las prostitutas europeas que operaban en Asia y Africa. Después de la guerra con el Japón, en 1948, el tribunal de Batavia condenó a trece militares nipones por haber llevado a Indonesia mujeres holandesas para atender sexualmente al ejército en Indochina, sin que se discutiera siquieran los abusos contra muchos miles de mujeres asiáticas obligadas a prostituirse [11].

¿Un mercado en expansión?

Fuera del escenario, que no convalidan los datos, de una prostitución global liderada por los viejos verdes europeos que recolonizan sexualmente paraísos exóticos, vale la pena indagar sobre otro aspecto que con frecuencia se da por descontado y es el de la explosión del comercio sexual a partir de los años ochenta.

Como se vio, de acuerdo con los resultados de la GSS, en Europa y en los Estados Unidos, para dónde existe información anterior, la proporción de varones que reportan alguna vez haber acudido a servicios sexuales por pago ha disminuido, no aumentado. Y este descenso habría sido sustancial en el largo plazo. Para los EEUU, la caída es marcada: desde dos de cada tres hombres en los años cincuenta hasta uno de cada diez en el 2003. Para Francia, un descenso algo menor se habría dado entre los años setenta y el nuevo siglo. Esta tendencia decreciente no contradice sino que corrobora otros cambios observados en el comportamiento sexual de los países industrializados a lo largo de las últimas décadas. La información local de varios países de Europa, enmarcada en la observación elemental que se trata de una región con una población cada vez mayor, y que ese envejecimiento implica un apaciguamiento sexual de los varones, principales demandantes de prostitución, no corrobora la historia de un boom en el comercio global del sexo dinamizado por los cada vez más sexagenarios europeos.

En Asia y Europa del Este, líderes en el comercio sexual de acuerdo con la GSS, no es posible detectar la tendencia a partir de comparaciones con la incidencia de sexo pago en el pasado lejano, pues no se cuenta con esta información. Para Tailandia, la mencionada encuesta entre reclutas de principios de los noventa, mostraba una incidencia del sexo pago del 90%. Tratándose de varones en el ejército se puede pensar en una incidencia de sexo pago mayor que en la población total. De todas maneras, estas cifras contrastan drásticamente con las de la GSS del 2003 y permiten sospechar una importante caída, que tiende a corroborarse con otras fuentes. 

A pesar de no estar incluído en la muestra de la GSS, es útil analizar brevemente el caso de Taiwan [12], país que casi desde los años cincuenta, ha sido considerado un paraíso del turismo sexual. La presencia militar norteamericana durante la guerra de Corea llevó a que se construyeran allí varias estaciones de consuelo (comfort stations). Esta infrestructura sería luego utilizada para el comercio sexual orientado a los turistas. Por otra parte, el gobierno taiwanés ha hecho, también desde la misma época, un considerable esfuerzo por impulsar el turismo. Algunos autores [13] señalan que el desarrollo mismo de esta industria en el Asia también puede asociarse a las aventuras militares, ya que habría surgido como resultado de una política que buscaba amortizar las enormes inversiones que se habían hecho en la industria aeronáutica. Además, en su época inicial, se habría promovido como un sector favorable al mantenimiento de la paz y la armonía entre naciones. Sea como sea, en Taiwan, la estrategia de atraer visitantes resultó exitosa. En tres décadas, entre 1956 y 1986 el número anual de turistas pasó de menos de quince mil a 1.6 millones y los ingresos por ese concepto también se multiplicaron por más de cien. A pesar de que las cifras sobre el comercio sexual dejaron de publicarse a principios de los años setenta, hasta ese momento, la industria turística mostraba un dinamismo mucho mayor. En efecto, el número de burdeles, 200 en 1956, se había  triplicado en 1967, pero a partir de ese año empezó a descender hasta 300 en 1973. El número de salones de té y café, eufemismo para algunos negocios especializados en sexo bajó desde 1000 en el 56 a un poco más de 400 en el 73. Los hoteles que según las autoridades se orientaban al mercado sexual tuvieron un crecimiento estable por varios años para estabilizarse a principios de los años setenta. En conjunto, el número de negocios orientados al sexo venal pasó de 2500 en el 56 a cerca de 4000 en el 67, cuando dejó de aumentar. Por su parte, durante el mismo período 56-73, el número de turistas creció de manera exponencial, multiplicándose por más de cincuenta. Así, mientras en 1956 por cada establecimiento dedicado a la venta de servicios sexuales se podían contabilizar seis visitantes que llegaban al país, para 1973 la cifra era de 219 turistas por cada establecimiento. 


Para rematar la poca consistencia de este escenario taiwanés con la idea de un mercado del sexo impulsado desde occidente, se puede agregar que la explosión turística en este país ha sido liderada por los vecinos japoneses. Mientras en 1957 los norteamericanos constituían el mayor segmento de los extranjeros de visita, con el 70%, para 1973 su participación había bajado al 20% mientras que la de los nipones había alcanzado el 72%.

A pesar de lo difícil que resulta sacar conclusiones con datos de dos encuestas diferentes, parece válido presumir que en Tailandia se presentó una marcada caída en la demanda por servicios sexuales durante las dos últimas décadas. Nelson et. al. (1996) lo confirman para la primera mitad de los noventa. Estudiando cinco cohortes de jóvenes en servicio militar encontraron que en sólo cuatro años, entre 1991 y 1995, la proprorción de quienes reportaron haber tenido relaciones sexuales alguna vez en la vida con una prostituta cayó del 81.4% al 63.8%. Para la incidencia de sexo pago durante el último año, la caída fue drástica: del 57.1% al 23.8%. Estas tendencias se asocian, y refuerzan, con otros cambios observados en la sexualidad de los jóvenes. Por un lado, y a pesar del fuerte legado cultural en contra, entre las mujeres jóvenes ahora es más frecuente la actividad sexual premarital que en las generaciones anteriores. Estas nuevas costumbres, más liberales, se han visto fortalecidas por el acceso generalizado al cine, la literatura y los medios de comunicación occidentales y, más recientemente, por el temor al VIH que redujo de manera sustancial la demanda por servicios sexuales pagos.

Tailandia no es sólo un paraíso para turistas. También existe un importante mercado doméstico, sin duda afectado por el del turismo, pero en el que se observan tendencias que, como síntomas de la evolución de la prostitución, no son nítidas. Se ha observado, por ejemplo, una dramática caída en la edad de la primera relación sexual, un aumento en las infecciones VIH, pero en un entorno aún conservador cargado de mensajes culturales sobre  la mujer ideal y responsable [14].

Para principios de los años noventa, cuando se iniciaba el boom del turismo sexual, una investigación de campo mostraba que, para la clientela extranjera de prostitución masculina en Tailandia, lo que se había formado era un grupo de visitantes asiduos. En una muestra de turistas alemanes homsexuales, se encontró que menos del 30% visitaban el país por primera vez. La mayor parte venían repetidamente, con tanta frecuencia que no se consideraban turistas, para tener relaciones sexuales con muchos parejos en Tailandia [15].

La dinámica del mercado doméstico del sexo en Tailandia no concuerda con las predicciones apocalípticas sobre su expansión que se hacían a principios de los años noventa. A diferencia de muchos países del mundo, en dónde los esfuerzos por controlar la extensión del SIDA han sido infrustuosos, en Tailandia se pueden calificar de exitosos. Un estudio epidemiológico realizado en el 2004 muestra que el progama masivo de control de VIH logró no sólo incrementar el uso del preservativo, disminuir la prevalencia de enfermedades de transmisión sexual, controlar los nuevos contagios de VIH sino, además, reducir en cerca del 50% las transacciones sexuales con prostitutas [16].

Para el Vietnam, son varios los indicios de un dinámico comercio sexual. Por una parte, un marcado aumento en la incidencia de hombres seropositivos por contacto heterosexual [17]. En segundo lugar, el sexo pre-marital se ha incrementado más entre los hombres que entre las mujeres. Una encuesta representativa realizada en 5 provincias entre jóvenes de 13 a 22 años muestra que a los 22 años, 29% de los hombres y 16% de las mujeres han tenido relaciones sexuales sin casarse. Otra encuesta, realizada en áreas urbanas y rurales muestra diferencias aún más marcadas: 33.4%-26% para los hombres y 3.7%-3.3% para las mujeres [18]. Además, las relaciones sexuales prematrimoniales con personas distintas al cónyuge son mucho mayores, y han crecido más, entre los hombres que entre las mujeres [19].

A pesar de los indicios anteriores, que llevarían a la conclusión de una mayor demanda por servicios sexuales pagos por parte de los jóvenes vietnamitas, lo que se encuentra, al abordar de manera directa la cuestión, es que esto se ha dado en las áreas rurales pero no en las urbanas, en dónde son cada vez menos los jóvenes que se inician sexualmente en un prostíbulo. En ambos casos, además, sigue siendo una opción minoritaria. Aunque no son comparables con los datos presentados de la GSS –que se refieren a sexo pago alguna vez y no en la primera relación- las diferencias sugerirían un importante segmento de hombres casados clientes de la prostitución. Los estudios sobre transmisión de VIH tienden a corroborar esta observación. Parte de la diferencia también podría explicarse por la metodología de las encuestas realizadas en Vietnam –entrevistas cara a cara en el hogar- que como se reconoce en Ghuman et. al. (2005) podría haber implicado un sesgo de sub registro de sexo comercial que, oficial y domésticamente, se sigue considerando una conducta reprochable.


Se puede recurrir a otros datos disponibles para inferir de manera indirecta la dinámica del mercado del sexo en el Asia. En términos generales, hay dos tendencias cuyo impacto sobre la prostitución es ambiguo [20]. Está por un lado, con grandes variaciones por países, una tendencia global hacia la mayor prevalencia del sexo pre-marital, algo que, en principio, tiende a reducir la demanda por prostitutas. Está por otra parte la proporción de jóvenes que inician su vida sexual antes de los quince años que, también con diferencias regionales, muestra un aumento. Este dato es de interés puesto que encuestas realizadas por la Organización Mundial de la Salud en distintas regiones del mundo sugieren que “más del 30% de las mujeres que reportan que su primera relación sexual fue antes de los 15 años manifiestan que fueron forzadas a tenerla” [21].

El abuso sexual temprano es un tema recurrente en la literatura sobre prostitución. En ese sentido, el hecho que en países como la India, Indonesia y  Vietnam se haya observado un incremento sustancial en las mujeres que reportan haberse iniciado sexualmente antes de los quince años se podría tomar como un indicio indirecto de incremento en la venta de servicios sexuales. De acuerdo con las encuestas revisadas en Welling et. al. (2006) en Vietnam se habría  dado un aumento importante en las relaciones sexuales femeninas muy tempranas. Mientras para las mujeres nacidas entre 1960 y 1964 el porcentaje de iniciadas sexualmente antes de los 15 es prácticamente despreciable, para las nacidas entre 1980 y 1984 la proporción supera el 15%. En la India, aunque menor, el incremento en el porcentaje también fue importante, cercano a 10 puntos.


Con esta apretada revisión de fuentes secundarias sobre la sexualidad de los vietnamitas y tailandeses no se pretende llegar a conclusiones contundentes sobre la evolución del comercio sexual en esos países. Se busca simplemente señalar lo esquiva que resulta cualquier conclusión sólida sobre la dinámica de la prostitución con base en información indirecta, aún cuantitativa y tomada con encuestas representativas. Con mayor razón, las estimaciones de tendencias basadas en un par de testimonios dramáticos, o la simple opinión de unos expertos comprometidos con alguna causa política, no pueden adoptarse sin reservas.

El otro punto sobre el cual vale la pena llamar la atención es que, en estos países, la dinámica de la prostitución ha estado muy ligada a la evolución de la sexualidad y no sólo a la del mercado laboral. Y este vínculo es complejo. La mayor libertad sexual de los vietnamitas reflejada en el incremento del sexo prematrimonial se dio acompañada de un aumento en el inicio sexual de los hombres con prostitutas en el entorno rural pero de un descenso en el ámbito urbano.

Aunque ambos mercados, el de trabajo y el de parejas, están estrechamente relacionados, no es prudente ignorar ninguno de los dos al hacer el diagnóstico de la prostitución. En Vietnam, por ejemplo, los drásticos cambios en las costumbres sexuales se dieron no sólo por la apertura de la economía y la globalización de las comunicaciones, que ayudaron a liberar la sexualidad, sino porque, simultáneamente “prácticas como el matrimonio por arreglo, la poligamia, el matrimonio con menores fueron desestimuladas por varias leyes que, en últimas, lograron cambiar la naturaleza de la búsqueda de pareja y las prácticas matrimoniales” [22]. En Tailandia, la drástica caída en la demanda por servicios sexuales que se dio a raiz de la epidemia del SIDA y de las exitosas campañas de salud pública para controlarla, tuvo poco que ver con las vicisitudes del mercado laboral y, por el contrario, tuvo definitivas consecuencias sobre el comportamiento sexual de los adolescentes que, a su vez, pudieron afectar el comercio sexual.

Como ocurre con cualquier actividad humana, comercial o no, cuando se consolida, aumentan los chances de que se mantenga o crezca en el tiempo. Tailandia se ha afianzado como destino del turismo sexual y ese simple hecho genera una dinámica hacia la expansión de la actividad. Por el lado de la demanda, el simple rumor de un lugar en dónde hay una amplio abanico de servicios sexuales tiende a aumentar la clientela. Sobre todo cuando existen diferencias en la aceptación social y legal la prostitución y, como ocurre cuando los hombres de negocios viajan en pandilla, las restricciones impuestas por la vida de familia tienden a desvanecerse con la distancia. Por el lado de la oferta también se da una tendencia a perpetuar el comercio. “La mujer puede comprar su perdón. Esto quiere decir que si ha conseguido hacer algo de dinero en su etapa como prostituta y ha colaborado con él al bienestar de su familia, conseguirá sacudirse el estigma que envuelve la venta de sexo y comprar su bienvenida en el poblado y en el seno de su familia. Algunas abren pequeños negocios e incluso consiguen casarse con hombres que aceptan olvidar el turbio pasado de la mujer tan pronto ven su poder adquisitivo, habitualmente más elevado que el de los campesinos. Las historias de estas mujeres que vuelven a su lugar de origen con dinero incitan a otras más jóvenes a seguir su camino por lo que, indirectamente, cierran un círculo vicioso en el que ellas toman el papel de reclutadoras” [23].

Así, una estrategia tan racional como ignorada en la literatura comprometida para que, entrada en años, una prostituta se reintegre a la sociedad es capitalizando su experiencia y el conocimiento que tiene del comercio sexual, para perpetuarlo. Una mamasán (matrona, mujer proxeneta) de Chiang Mai, al norte de Tailandia, es convincente al señalar ésta como una de las mejores opciones disponibles para enfrentar el deterioro que se asocia a la vejez en el oficio. “Muchas de las mujeres que terminan su trabajo en los prostíbulos pasan a ejercer en la calle, donde el peligro es mucho mayor. Yo, como otras, decidí poner mi propio negocio. Ahora tengo media docena de chicas trabajando para mí. Yo no las he obligado. No tengo menores ejerciendo aquí. Sólo jóvenes que quieren hacer dinero de esta forma. Yo las ayudo y aconsejo. Les doy lo que yo no tuve: información. Ellas me ofrecen beneficios y una forma de vida” [24].

Cuando se habla en la literatura comprometida, o en los medios de comunicación, del boom del mercado global del sexo caracterizado por la explotación infantil y liderado por poderosas mafias de traficantes está implícita la idea de un marcado e irreversible deterioro en las condiciones en las que se ejerce dicha actividad. Los clientes, temerosos del contagio, demandarían prostitutas cada vez menores, y la satisfacción de esa perversa demanda sería el motor del tráfico de jóvenes y niñas [25].

Un estudio diseñado de manera específica para contrastar esta hipótesis en el área de la salud, mediante la comparación de dos cohortes de prostitutas Tailandesas y Chinas, inmigrantes en Australia, en 1993 y en el 2003, no contribuye a validar el dramático escenario, y trae algunas sorpresas. La principal es el aumento en la edad mediana de las prostitutas, de 26 años en 1993 a 33 una década más tarde. La segunda es el mayor nivel educativo y el mejor inglés que hablan estas mujeres. La tercera es la caída en la proporción de quienes habían sido prostitutas antes de llegar a Australia, del 48.6% al 17.6%. La cuarta es la menor importancia de los contratos leoninos con los que se las explota financieramente, del 27.5% al 9.1% y, simultáneamente, la mayor proporción de ejercicio legal de la actividad. Por último, el uso del preservativo aumentó en cerca de 30 puntos.

En síntesis, la observación que “han ocurrido cambios positivos en las condiciones de las trabajadoras sexuales asiáticas encuestadas a lo largo de una década en Sidney” [26] no avala la previsión tremendista de un mercado global del sexo en franca explosión y deterioro a lo largo de los noventa. El punto que más llama la atención de estos datos es la edad promedio, no sólo alta sino creciente de las prostitutas asiáticas que llegan a Australia. Si además se tiene en cuenta la mayor proporción de migrantes que se inician en el oficio en el sitio de llegada, es perceptible allí el escenario de la exprostituta-reclutadora, similar al de las redes, autónomas y dinámicas, de prostitutas colombianas en España que, una vez colonizado el territorio de llegada, proceden a reclutar entre sus amigas, vecinas e incluso familiares en Colombia, nuevas practicantes, a veces apoyándolas financieramente con los gastos de traslado [27]. Este escenario de la empresaria del sexo, familiar o conocida, como elemento activo en la internacionalización del mercado del sexo, no concuerda ni con el bulto de la literatura comprometida, ni con la mayor parte de la legislación de los países industrializados que, como en el campo de las migraciones, buscan afanosa e infructuosamente mafias y organizaciones criminales donde lo que hay es un rebusque continuo y la transmisión boca a boca de oportunidades de negocios, o de algún apareamiento estable, en los países desarrollados. 

Como se mencionó, la dinámica –supuestamente perversa e irreversible- del mercado del sexo hacia el sometimiento de mujeres cada vez más jóvenes se atribuye con frecuencia al terror ocasionado entre los hombres por el aumento de la incidencia del SIDA. Una encuesta realizada entre prostitutas y clientes en Tailandia a mediados de los años noventa, en el pico de la epidemia, no concuerda del todo con esta explicación del incremento en el abuso y tráfico de menores. Por un lado porque, sorprendentemente, algunos hombres tailandeses hicieron caso omiso de las señales de alerta y siguieron con sus prácticas desprotegidas con las prostitutas. Segundo, porque la reacción más común fue la de alejarse del sexo pago para buscarlo con personas amigas o conocidas [28]. Así, la mayor presión hacia una sexualidad más activa, y más temprana, sobre las mujeres tailandesas, en la que coinciden varias encuestas, se habría dado también por fuera del burdel, y no exclusivamente a través de arreglos perversos con los traficantes de niñas.

El boom es en la China

A diferencia de lo ocurrido en Europa y en Tailandia, supuesto epicentro del mercado global del sexo, en dónde a pesar de las dramáticas predicciones que se hicieron a mediados de los años ochenta la prostitución se ha reducido, la mayor y más ignorada concentración de clientes de sexo pago en el mundo, la de la China, muestra síntomas de fortalecimiento.

Cuando los comunistas chinos se tomaron el poder, una de las iniciativas fue la erradicación de la prostitución.  En 1949, tan sólo un mes después de mandar en Beijing, el nuevo gobierno municipal decidió controlar los burdeles, para cerrarlos todos, unos 224, ese mismo año. Se detuvieron cerca de 1300 prostitutas.  En otras ciudades se adoptaron medidas similares. En Shangai, considerado desde principios del siglo XX uno de los centros mundiales del comercio sexual por su número de burdeles, se arrestaron entre 1950 y 1955 más de cinco mil prostitutas, para reeducarlas. Posteriormente, en las reuniones del Congreso Nacional del Pueblo, se fue haciendo más severa la legislación hasta hacer del comercio sexual una ofensa criminal, a finales de los años setenta. Esta primera y contundente campaña tuvo éxito y las prostitutas chinas alcanzaron a considerarse un simple recuerdo del pasado burgués. En su visita a la China en el año 1955, Simone de Beauvoir escribía que “hoy no hay prostitutas , no hay olor a opio en estas calles, sólo aires de ópera salen de los radios, pancartas en rojo y negro sobre los almacenes” [29].

Sin embargo, a pesar de la creciente represión, el comercio sexual creció sostenidamente durante los ochenta y los noventa. La dinámica implícita en los datos policiales sobre personas detenidas por vínculos con la prostitución es impresionante. En 1979 en la ciudad de Guangzhou, cerca de Hong Kong, hubo 50 arrestos de prostitutas, proxenetas y clientes. En 1985 la cifra había subido a dos mil. Para finales de 1987, el número mensual de personas detenidas ya superaba los doce mil. “Por todas partes aparecían las prostitutas y sus clientes, en hoteles, inns, salones de belleza, casas, apartamentos, dormitorios, burdeles ilegales, taxis, en cualquier ciudad y en cualquier provincia” [30].

Los datos sobre una actividad basados en las personas detenidas siempre deben intrepretarse con cautela, pues más detenciones pueden simplemente reflejar mayor represión. En este caso, sin embargo, la magnitud de los cambios permite sospechar importantes aumentos. Además, la información de otras fuentes, como la salud pública, ratifica la impresión de un mercado chino del sexo dinámico, por no decir explosivo. En una sola provincia, por ejemplo, la incidencia de Enfermedades de Transmisión Sexual (ETS) creció, entre 1982 y 1988, a una tasa cercana al 9% anual. A nivel nacional, entre 1990 y 1998, la incidencia de sífilis se multiplicó por veinte. En tan sólo 2 años -1998 y 1999- se duplicó [31].  Desde 1995 las cifras oficiales reconocen un crecimiento cercano al 30% anual en los casos de sífilis y gonorrea.  El aumento podría ser aún mayor si se tiene en cuenta que muchos afectados buscan tratamiento en clínicas privadas que no informan a las autoridades [32].

La novelista taiwanesa Li Ang relata la rápida y peculiar evolución del sexo venal en una ciudad China. Recuerda el Shangai anterior a las reformas económicas, “una ciudad a la vez gris y triste, usada y silenciosa. Sus habitantes vestidos de azul o negro, iban al trabajo a pie o en bicicleta … No pude encontrar un taxi en las calles … y no se percibía ni una prostituta” [33]. Para finales de los ochenta “ya no podría afirmar que no había prostitutas, pero todavía sabían pasar desapercibidas”. El desarrollo de lo que ella denomina establecimientos de placer se habría iniciado con los salones K, de karaoke, dónde en cabinas privadas equipadas con un micrófono, una mujeres uniformadas y empleadas del establecimiento, cantan con el cliente. La extensión del canto al sexo ha sido sólo cuestión de tiempo. Actualmente, los salones K pueden existir de manera autónoma o depender de bares u hoteles de cinco estrellas. Hay establecimientos de gran tamaño hasta con doscientas cabinas individuales. El uniforme de las mujeres que atienden es clave en el engranage. Por una parte, es la señal inequívoca que se trata de prestación de servicios sexuales. Por otro lado, es uno de los requisitos de la burocracia para otorgar las licencias de funcionamiento a los salones K.

En la actualidad los estimativos sobre el número de prostitutas en la China varían entre 2 y 10 millones de mujeres. “Con el desarrollo de la economía de mercado a lo largo de los ochenta, emergieron las ETS y una activa industria del sexo. De acuerdo con las estadísticas Chinas, el número de trabajadoras sexuales estalló de 25 mil en 1985 a 246 mil en 1992 y a 420 mil en 1996, aunque diversas fuentes sugieren que hay una subestimación significativa del verdadero número. Para el 2000, la oficina de la Seguridad Pública China estimaba entre 4 y 6 millones el número de trabajadoras sexuales a nivel nacional, o sea que se multiplicaron por 160 (ciento sesenta) desde 1985. Un informe del Departamento de Estado de los EEUU sobre China estimaba el número de trabajadoras sexuales en 10 millones” [34].

Como ocurre en la mayor parte del mundo, en China se han identificado varias categorías del comercio sexual, desde las cortesanas o escorts hasta las prostitutas callejeras pasando por las que atienden en los salones K o en burdeles clandestinos. En su mayoría, se trata de jóvenes solteras, con escasa educación, migrantes de las áreas campesinas atrasadas a los centros urbanos. Existe también un activo mercado del sexo en las aldeas o áreas rurales dirigido a los campesinos solteros. También hay prostitutas cerca de las fábricas (gongpeng nu, chica de fábrica) cuyos clientes son los obreros industriales o de construcción. Las prostitutas callejeras (zhanjie nu) atienden a los clientes de más bajos ingresos [35].

El corresponsal del Washington Post relata cómo en el Hotel Zhaolong de Peking, un establecimiento de cinco estrellas propiedad del gobierno y frecuentado por militares de alto rango chinos, una mujer madura ofrecía de viva voz sus servicios a los clientes en el lobby del hotel y frente a todos los empleados. Según él, en otros hoteles ya parece rutinario que la recepcionista despierte a los clientes con un sugestivo “¿Se siente sólo?” [36].

Entre 1989 y 1990 se llevó a cabo en la China un ambicioso, y pionero, proyecto sobre el comportamiento sexual de los chinos, el equivalente del informe Kinsey realizado cincuenta años antes en los EEUU. Como parte de este proyecto, se entrevistaron 385 prostitutas detenidas en Shangai, Chengdu y Soochow y se obtuvo el siguiente perfil. “La típica mujer prostituta en prisión en la encuesta tenía 20 años y venía de una familia rural, financieramente promedio o por encima del promedio. Estaba insatisfecha con su suerte e inclinada a buscar más dinero, placer o aventura. Había abandonado tempranamente la escuela y había conservado ciertas habilidades manuales. Ha podido estar comprometida o casada, en una relación promedio o discordante, pero una vida sexual bastante satisfactoria. Aunque hace énfasis en los sentimientos como elemento importante de las relaciones humanas, se muestra cínica hacia el amor romántico, y ha podido tornarse amarga y vengativa después de haber sido engañada o abusada. Es ambivalente hacia los roles femeninos tradicionales, la castidad y la moderación sexual, pero los sigue viendo como ideales a los que desearía poder adaptarse” [37].

¿Cómo explica este sostenido incremento de la prostitución en uno de los países de mayor crecimiento económico en las últimas décadas? ¿Cómo dar cuenta de este fracaso de la autoritaria burocracia china por reprimir una conducta considerada criminal y, además, socialmente reprobada? La respuesta no parece estar por los lados del turismo sexual desde occidente. No abundan los testimonios, o las novelas, de viejos verdes europeos de rumba con jóvenes chinas. El fantasma del burdel a la salida de los estadios, tan recurrente en los medios de comunicación occidentales antes del mundial de fútbol de Alemania, no hizo parte de las preocupaciones de los recientes juegos olímpicos. Tampoco son corrientes los testimonios de prostitutas inmigrantes de la China en Madrid, París, Praga o Moscú.

Las cifras tanto de personas detenidas en la China por sus vínculos con la industria del sexo como las de salud pública muestran con una sólida dinámica. El vínculo de este explosivo segmento del mercado del sexo con otra peculiaridad china, también reciente, la de las ramas peladas, parece inevitable.

El faltante de mujeres que señaló Amartya Sen hace más de una década para su país de origen, la India, es desde hace varios años tanto o más crítico en la China. Allí se produjo como resultado de la tradicional preferencia oriental por los  hijos varones, de la descolectivización de la agricultura que precarizó los esquemas de seguridad social, de la drástica política del hijo único para el control demográfico y, sobre todo, de la generalización de la tecnología de ultrasonido que facilitó el aborto selectivo por géneros.

De acuerdo con los datos del Censo del 2000, la tasa de masculinidad china –el número de varones por cada 100 mujeres- es para los menores de 4 años superior a 120. En la actualidad, y luego de corregir por el probable sub-registro de mujeres, la China tiene un exceso de 8.5 millones de hombres.  Tan sólo en el rango de 20 a 23 años, plena soltería, hay un superávit masculino de 640 mil chinos, que se perfilan como ramas peladas [38]. Estas cifras a nivel nacional esconden patrones regionales más críticos. Los hombres solteros se concentran en unas cinco provincias del sur y el suroeste. En general, hay más hombres en las aldeas y en el campo, y menos en las ciudades. Como el desbalance numérico de los géneros se asocia con la preferencia por los hijos varones, el mayor surplus se estaría dando en las zonas rurales más atrasadas. El acervo de ramas peladas que se está acumulando será por lo tanto de solteros, pobres, desempleados y con bajo nivel educativo.

Consecuentemente, el mercado matrimonial chino se ha tornado peculiar. Entre la población soltera de 35 a 39 años, cerca del 90% son hombres; 99% de las mujeres entre 30 y 34 años son casadas. La gran mayoría de los solteros varones no tienen buen nivel educativo: el 97% no tiene bachillerato y el 40% son analfabetas. El sistema tradicional del pago de la familia del novio a la nueva unidad conyugal, ha agravado el problema de los solteros pobres para encontrar esposa.

Al desbalance por género en los nacimientos se agregan patrones migratorios masivos que lo agravan. Se estima entre 100 y 150 millones de personas la población flotante y migratoria (liudong renkou). Ellos migran para encontrar algún empleo y, con mucha suerte, esposa. Ellas también se van, para buscar mejores oportunidades, de empleo y de marido. Se ha dado una caída en los matrimonios arreglados, sobre todo en las ciudades en dónde las mujeres son las que eligen. Para ser escogido, el varón tiene que ser muy educado y tener un buen empleo. La migración femenina se orienta a donde existen puestos fabriles, en la pujante costa del sudeste, mientras que la de hombres se dirige a los proyectos de obras públicas en el interior. Así, con un importante déficit de mujeres a nivel nacional, se pueden encontrar lugares en dónde la situación es la inversa, y de manera desproporcionada. Un demógrafo encontró un pueblo fabril de la provincia de Guandong con 200 mil mujeres migrantes para tan sólo 4 mil varones nativos [39].

La China ya había experimentado estos grandes flujos de solteros. En los años treinta, en Shangai, se reportaba una tasa de masculinidad de 130 hombres por 100 mujeres, resultante de la alta migración rural y la concentración de marinos. Una peculiaridad de esta población flotante era la enorme incidencia de enfermedades venéreas. Las autoridades anotaban que entre los migrantes infectados predominaban los jóvenes solteros, quienes, según un sociólogo de la época “demandan satisfacción sexual sin poder permitirse cumplir todos los procedimientos de un noviazgo ceremonial” [40].

Las ramas peladas contemporáneas, y las prostitutas que demandan masivamente, han sido calificadas por los salubristas como los dos grupos de mayor riesgo para el contagio del VIH en la China. Varias encuestas señalan que son comunes las prácticas riesgosas, asociadas con la ignorancia sobre el SIDA y sobre los mecanismos de transmisión. En algunas localidades se ha llegado a encontrar que más del 11% de los hombres han tenido sexo sin protección con una prostituta. En otras, la proporción de prostitutas que nunca ha tenido relaciones con condón supera el 50%; su uso regular varía entre el 15% y el 30%. Consecuentemente, la incidencia de enfermedades venéreas se ha disparado [41].

La situación del comercio sexual en la China es interesante porque muestra lo complejas que son las relaciones entre desarrollo económico, mercados laborales, desigualdad, matrimonios y prostitución. Además, se destaca el impacto que puede tener la demografía sobre el comercio sexual. Es difícil encontrar un país que pueda mostrar un desarrollo económico  tan dinámico como el de la China en la última década. Este sostenido crecimiento económico, en contra de los postulados más simplistas, se ha visto acompañado de una verdadera explosión del sexo pago. Al interior de la China, y a juzgar por los mapas de incidencia de ETS, la prostitución parece más activa precisamente en aquellas localidades con mayor dinamismo laboral, las áreas urbanas y costeras del este.

La expansión del comercio sexual se explica en parte por las grandes diferencias económicas entre regiones, que llevan a migraciones masivas y, sobre todo, sexualmente desbalanceadas. Los hombres pobres con poca educación no emigran hacia donde lo hacen las mujeres campesinas. En las bolsas con superávit de hombres solteros se dinamiza la prostitución popular, muy probablemente basada en las mujeres que tuvieron menos suerte en la competencia por varones educados y con buenos empleos urbanos. Por otra parte, y aunque resulte paradójico en un país que exhibe semejante déficit femenino, la poligamia informal, el concubinato, también se ha disparado y se reconoce como un problema social “en aquellos lugares en los que la pobreza rural se encuentra con la afluencia de la nueva economía capitalista. Por un modesto alquiler mensual de U$200 en una aldea de concubinas, un hombre de negocios casado y moderadamente exitoso puede disfrutar del confort de una segunda esposa atractiva y devota. Las segundas esposas se encuentran fácilmente en el campo. También existe un floreciente negocio de intermediarios que reclutan mujeres jóvenes contentas de cambiar la dura vida campesina en alguna provincia distante por el lujo de un apartamento de dos habitaciones con algunas comodidades modernas en el dinámico suburbio de una ciudad moderna” [42].

Una parte de este concubinato ha sido impulsado por hombres de buen poder adquisitivo de los países vecinos. “Hace algunos años cuando los taiwaneses llegaban a la China y se daban cuenta de lo barato que era todo, gastaban sin hacer cuentas. Ocurría incluso que mantuvieran una joven y le compraran un apartamento” [43].

Existen dos indicios sobre el aumento de estas prácticas. El primero es el incremento en los procesos de divorcio promovidos por mujeres, como respuesta a las aventuras extramaritales de sus maridos. El segundo es el progresivo endurecimiento de las penas por la bigamia de facto.

Para tratar de detener la migración del campo a la ciudad el gobierno chino ha establecido permisos de trabajo que permiten tener un empleo legalmente sólo a cierta distancia del lugar de nacimiento. El otorgamiento de permisos para migrar a las ciudades ha sido muy restringido. Puesto que al convertirse en una concubina, una mujer joven no requiere permiso de trabajo para migrar, ya que está mantenida por su “esposo”, el control laboral a la migración ha hecho aún más atractivo el acuerdo del concubinato. No es difícil imaginar lo que le espera a una de estas concubinas cuando con los años, evento muy probable, su acomodado patrocinador encuentre una nueva y más joven aventura. Con estatus de migrante ilegal, sin posibilidad de empleo y con una posición poco ventajosa en el mercado matrimonial, es probable que tenga que contentarse con intercambios de sexo y afecto por dinero cada vez menos románticos, duraderos y favorables. 




[1] Taywaditep et. al.(2004). Es probable que estos sean los resultados que se citaron atrás como provenientes de un trabajo realizado por USAID.
[2] Taywaditep et. al.(2004)
[3] Taywaditep et. al.(2004)
[4] Taywaditep et. al.(2004)
[5] Aldama (2004) pp. 22, 79, 130, 104, 50 y  66
[6] Aldama (2004) p. 30
[7] Ibid. p. 53
[8] Buckingham et. al (2005)
[9] Ford K y Chamrathrithirong A (2007).
[10] Houellebecq (2004) p. 207
[11] Choi (1997) p. vi
[12] Toda la información ha sido tomada de Cheng y Hsiung (1997).
[13] Truong, T.D. (1990), Sex, Money and Morality: Prostitution and Tourism in South East Asia, ZED Books, London. Citado por Thorbek (2002) p. 30
[14] Powwattana A, Keller M (2004)
[15] Kleiber (1992)
[16] Chandeying V. (2004).
[17] Nguyen et. al. (2000)
[18] Ghuman et. al. (2005). Estos datos no concuerdan del todo con los reportados en Wellings et al (2006)
[19] Ibid. Tabla 1.
[20] Wellings et.al. (2006)
[21] Ibid
[22] Guhman et. al. (2005)
[23] Aldama (2004) p. 141 y 142
[24] Aldama (2004) p. 144
[25] Galiana (2000)
[26] Pell et. al. (2006)
[27] Ver testimoios en Rubio (2008)
[28] Morrison (2006)
[29] Citada por Henriques (1965) p. 270
[30] Ruan y Lau (2004) p. 194
[31] Tucker et. al. (2005) p. 540
[32] Goodman (2003)
[33] Ang (2006) p. 613
[34] Tucker et. al. (2005) p. 542
[35]  Ibid
[36] Goodman (2003)
[37] Ruan y Lau (2004) p. 206
[38] Tucker et. al. (2005) p. 54
[39] Ruan y Lau (2004) p. 185
[40] Citado por Tucker et. al (2005) p. 54
[41] Ibid
[42] Ruan y Lau (2004)
[43] Ang (2006) p. 621