"(Las FARC) hacen fiestas a las que invitan a la gente y a los más jóvenes los ponen a hacer polígono. A los que mejor disparan los convencen para que por dos meses hagan un curso de instrucción y cuando ellos quieren volver a sus fincas, los obligan a quedarse o los matan" [1].
“Durante tres meses estuve en un curso de formación política. Aprendimos cómo educar a las masas y a reclutar más jóvenes. Ellos (en las FARC) escogen peladas bonitas y manes pintosos, para que los muchachos tengan una buena imagen que quieran imitar” [2].
“Los y las estudiantes, los rumberos … los raperos, metálicos, los de la sinfónica, el rock y el tranx, los de Ciudad Bolívar y el Cartucho, y los del parche, las vendedoras de rosas, los pilos, los del baile de los que sobran, los muchachos y las muchachas del campo, los obreros … han venido a esta fiesta de propuestas” FARC (2001) [3].
“Las herriko tabernas siguen contribuyendo a la financiación de la trama ETA-Batasuna. Funcionan como sedes sociales de Batasuna y es en ellas donde más de 30.000 batasunkides pagan sus cuotas mensuales. Expertos aseguran que estas sedes siguen siendo centros de adoctrinamiento de los jóvenes aspirantes a convertirse en jarraitxus” [4].
“Imagina por un momento que la calle es otra vez de la gente, imagina que aunque solo fuera por un día bailamos, cantamos, nos divertimos, reivindicamos, bebemos, andamos en bicicleta, escuchamos música, nos manifestamos, jugamos, nos enamoramos, debatimos, corremos, soñamos y luchamos en la calle. Imagina fiesta, jaleo, música, carnaval, denuncia, diversión, reivindicación, gaupasa, muchedumbre, martxa eta borroka” [5].
Si organizaciones tan adustas, severas, politizadas y dogmáticas como pueden ser las FARC colombianas y la ETA en el País Vasco parecen recurrir a veces a la fiesta, al trago, a la rumba y a la parranda [6] para atraer adeptos y reclutar nuevos miembros ¿por qué no sospechar que esta es una de las estrategias con que cuentan las pandillas juveniles, más frescas, irresponsables e impulsivas, para atraer adolescentes a sus filas?
En la literatura sobre pandillas juveniles en los países desarrollados se pueden distinguir dos vertientes. O bien se las asimila a sofisticadas organizaciones empresariales con estrategias administrativas, laborales y de mercadeo, o bien se destacan su informalidad y las dificultades para ir más allá de una agrupación difusa de individuos poco motivados. No se ha considerado la posibilidad de entes muy aglutinados, pero por razones no necesariamente económicas, ni políticas [7].
Aunque en América Latina, por el contrario, se ha hecho énfasis en asuntos como la búsqueda de afecto, compañerismo e identidad en la conformación de las pandillas, en la mayor parte de los trabajos persiste la herencia del materialismo y tanto en el diagnóstico como en las recomendaciones de política, se sigue privilegiando el dogma que todos los problemas juveniles surgen de la pobreza. Además, se promueve la romántica figura del revolucionario, del delincuente político, esta vez en versión junior, preocupado por asuntos como la globalización, la estructura salarial, el deterioro en los términos de intercambio, la herencia de un conflicto armado, que protesta con violecia contra la injusticia social. Recientemente, entre los economistas, se ha tratado de extender hacia la adolescencia la figura beckeriana del avezado empresario del bajo mundo que, completamente informado, conoce los vericuetos del mercado y las rutas de la droga, la eficacia policial, las penas previstas en el código penal, las probabilidades de ser capturado, la tasa de homicidios -como proxy de sus chances de morir- y calcula racionalmente que sí compensa vivir por fuera de la ley [8].
En cualquier caso, la figura más simple, trivial y parsimoniosa del adolescente que piensa antes que nada en divertirse, en la música, en el trago, en la droga, en la parranda, en su próximo noviazgo y en el sexo, se ha sacrificado, tal vez por considerarse no del todo seria, y poco relevante para un análisis adulto del fenómeno. Consecuentemente, y de manera desafortunada, se ha menospreciado como explicación la que, en últimas, podría ser una de las claves más pertinentes para comprender la atracción que ejercen las maras, las pandillas e incluso los grupos armados organizados para reclutar adolescentes y críos de edades cada vez menores.
Con este trabajo se busca revertir esa tendencia exclusivamente racional y materialista que ha contaminado, y sin duda limitado, el análisis de la violencia juvenil para sostener tres argumentos. El primero es que para entender el comportamiento de los adolescentes es imprescindible estudiar su entorno, las instituciones y organizaciones que los rodean, pues es allí donde se configuran ciertas conductas que no siempre son un asunto personal. Lo que con frecuencia se trata de analizar como una decisión individual y racional de un joven se comprende mejor si se toma como una moda, un patrón de comportamiento compartido por todo un grupo. El comportamiento del joven que delinque es útil descomponerlo en tres pasos secuenciales analíticamente distintos: uno, el abandono de la familia y el sistema educativo; dos, el ingreso a la pandilla y tres, la adopción de las conductas, vestimentas, rituales, delitos o crímenes que ese grupo ha asimilado previamente a su repertorio. Puesto que la información utilizada en este trabajo es más idónea para analizar los dos primeros pasos de esta secuencia es allí donde se centra el esfuerzo de diagnóstico. Dentro de estos elementos se hace énfasis en las cuestiones emotivas, impulsivas y, en concreto, en aquellas relacionadas con la actividad sexual. Así, queda por fuera del análisis el otro gran motor emotivo de la violencia que es la venganza.
El segundo argumento es que entre los adolescentes, y con mayor razón entre aquellos que muestran poca vocación por la escolaridad, la parranda y el sexo son cuestiones cruciales, tanto o más pertinentes que los estudios, el bachillerato, la formación técnica, la universidad, el futuro empleo, los salarios esperados o la protesta social. También se argumenta que el paso que con frecuencia se da antes del ingreso a la pandilla –el rompimiento con el sistema normativo familiar y escolar- tiene un importante componente de rebeldía, pero no política sino sexual.
El tercer argumento es que el conocimiento que se tiene sobre las complejas relaciones entre el flirteo, la actividad sexual y el ejercicio sistemático de la violencia es precario. Sin embargo, la evidencia sobre esta asociación es recurrente y por lo tanto no se puede seguir ignorando en el diagnóstico. De manera especulativa se plantea que la esencia de ese vínculo está mejor identificada, e incluso manipulada, por las organizaciones que reclutan jóvenes. En términos escuetos se argumenta que si, como sugieren los testimonios y los datos en este trabajo, uno de los principales atractivos que la pandilla ofrece a los jóvenes es un cambio sustancial en su actividad sexual, los programas de prevención circunscritos al ámbito educativo y laboral tendrán un alcance limitado.
En este punto vale la pena hacer un par de aclaraciones. Por un lado, señalar que las motivaciones para ingresar a la pandilla son con frecuencia bastante más triviales y, valga la redundancia, juveniles de lo que se ha planteado tradicionalmente no equivale, ni mucho menos, a proponer que se trata de un fenómeno inocuo e inofensivo. Por el contrario, toda la evidencia disponible sugiere que constituye un importante factor de inseguridad entre la población y que esta percepción no es gratuita ya que dentro de las pandillas se concentran los jóvenes más violentos y el grueso de la delincuencia juvenil. Además, grupos criminales consolidados y organizados también pueden contar con este gancho para el reclutamiento. La segunda aclaración es que argumentar que la decisión del joven de adherir a un grupo tiene un alto componente emotivo no equivale a plantear que esa agrupación es a su vez algo puramente impulsivo e irracional. Las motivaciones de los adolescentes para entrar a una banda no deben confundirse con los objetivos de la organización como tal. Las herramientas de mercadeo o de atracción con que cuenta un grupo para reclutar miembros no siempre coinciden con sus finalidades, ni con los medios para alcanzarlas. Una organización guerrera -sobran ejemplos- puede atraer adeptos con motivaciones religiosas, de la misma manera que una de caridad puede reclutar gente con el incentivo de buenos salarios.
El aspecto sobre el que se quiere llamar la atención -una estrecha asociación entre las manifestaciones de violencia y la actividad sexual en los jóvenes- se entiende mejor como un mecanismo de atracción y reclutamiento que como un objetivo en sí mismo de las pandillas.
Con una aproximación cuantitativa como la que se adopta en este trabajo para analizar algo tan complejo como la relación entre sexualidad y violencia no se pueden abordar todas las dimensiones del problema, ni agotar las posibilidades de interpretación de los datos o los testimonios que se presentan. Si, además, las teorías relevantes para dar cuenta de esta relación entre sexo y violencia no abundan en las ciencias sociales, las asociaciones que se presentan deben tomarse más como sugerencias de líneas de investigación que como resultados concluyentes.
El ensayo está dividido en cinco secciones. En la primera, para ambientar el argumento central, se ofrecen algunos testimonios de mareros y pandilleros centroamericanos y se contrastan esas declaraciones –simples, espontáneas, frescas y juveniles- con las explicaciones –evidentemente adultas y serias pero tal vez demasiado complejas y rebuscadas- que algunos analistas, los mismos que reportan testimonios, ofrecen de la violencia juvenil. En la segunda sección, metodológica, se hace un esbozo del esquema conceptual que sirvió de base tanto para el diseño del instrumento de medición utilizado como para la interpretación de los resultados. También se presenta la ficha técnica básica de tal instrumento -una encuesta de auto reporte de conductas entre jóvenes de 13 a 19 años- aplicado en Panamá. En la tercera sección se analiza, con datos de esta encuesta, el recorrido típico que siguen los jóvenes para ingresar a la pandilla. Este camino o sendero se inicia por lo general con la huida de los jóvenes de su entorno familiar (y escolar) hacia la vida en la calle. Se establece una diferencia entre el destino final de las pandillas, más frecuente en ellos, y el que lleva a algunas de ellas a la prostitución, señalando que se trata de senderos paralelos con un elemento detonador común, la fuga de la casa. Se hace énfasis en que este paso crucial, es parte de una serie acumulativa de conductas problemáticas juveniles, y tiene bastante más que ver con asuntos emotivos, en particular con impulsos sexuales, que con minuciosas consideraciones laborales. También en esta sección se analizan los factores que ayudan a explicar el regreso de la pandilla a la familia, que no siempre son los mismos de salida de la casa, pero que tampoco pueden considerarse circunscritos al ámbito laboral. La cuarta sección está dedicada a señalar las múltiples asociaciones que muestran los datos de Panamá entre la violencia y la actividad sexual adolescente. Con información de encuestas similares realizadas en otros lugares de Centroamérica, se sugiere que el componente rumbero de los problemas juveniles no es una peculiaridad panameña. Por último, sin profundizar en las consideraciones teóricas sobre estas relaciones, y básicamente con el ánimo de despertar la curiosidad, el ensayo se cierra con una revisión de la escasa literatura en la que se abordan tales vínculos. Además, para promover un debate menos trascendental, ideológico y materialista sobre el conflicto armado más largo de América Latina se aventuran unas comparaciones entre las pandillas centroamericanas y las guerrillas colombianas, que cuentan con una proporción importante de guerreros adolescentes, que tienen líderes que también lo fueron y que siguen siendo primitivos, traviesos y poco hábiles para controlar sus instintos.
[1] Testimonio de un guerrillero reinsertado. El Tiempo, Abril 1 de 2005
[2] Testimonio de Carolina en HRW(2003) p. 31
[4] “Las herriko tabernas siguen financiando la trama etarra”. Periodista Digital, Mayo 23 de 2005
[5] Invitación a una toma de calles por ETA el 19 de Septiembre de 2002. Página Indymedia de Euskal Herria (http://euskalherria.indymedia.org) invitando a una toma de calles. Las campañas de los nacionalistas vascos más radicales para movilizar jóvenes hacia ETA –como este ejemplo de “marcha y lucha” o martxa eta borroka- han estado muy ligadas al consumo de drogas, y según algunos analistas (como el Observatoire Géopolitique des Drogues) ayudarían a explicar el consumo atípicamente alto entre los jóvenes vascos.
[6] Los términos rumba y parranda se utilizan en este trabajo, indistintamente, en su sentido de fiesta o juerga “especialmente si se realiza por la noche y con bebidas alcohólicas”, con la aclaración adicional que se trata de un ambiente propicio para los intercambios no comerciales ni laborales sino de amistad y, sobre todo, de pareja. Al respecto es pertinente recordar que el término rumba viene de un “baile provocante propagado (desde Cuba) a todo el mundo” y que parece tener raíces comunes con arrimar. Corominas (1990) pp. 64 y 516
[7] Ver los distintos trabajos de Klein et.al. (2001) y en particular el de Decker (2001)
[8] Esto es una autocrítica. Ver Rubio (1996).