Los mareros han alcanzado renombre mundial. Es palpable el interés que los medios de comunicación no locales muestran por las pandillas centroamericanas. Artículos en la prensa estadounidense señalan la expansión de las pandillas de origen latino. “Desde su llegada a California y a Washington DC, la Mara Salvatrucha (MS) se ha expandido hacia Oregón, Texas, Nevada, UTA, Oklahoma, Illinois, Michigan, Nueva York, Maryland, Virginia, Georgia, Florida, Canadá y Nuevo México. La MS es única en el sentido que, a diferencia de las pandillas tradicionales en los EEUU, mantiene vínculos activos y facciones en El Salvador. La Mara Salvatrucha es realmente una pandilla internacional” [1].
La idea de una pandilla global se percibe en varios reportajes aparecidos en el último par de años en la prensa europea. Algunos plantean de manera explícita la relación de estos jóvenes con el crimen organizado transnacional [2]. En el mismo escenario mundial se inscribe la implantación de capítulos o sucursales de bandas de origen latino, como los ñetas, o los Latin Kings, en las ciudades españolas.
No faltan advertencias sobre eventuales vínculos de la mara con el extremismo islámico: a principios del 2005 el diario Boston Herald, por ejemplo, relacionó la mara Salvatrucha con Al Qaeda, aseveración sobre la cual las autoridades salvadoreñas dijeron que no existía evidencia, pero que tampoco se podía descartar del todo [3]. A tal escenario le han hecho eco medios de comunicación latinos. “Las autoridades de Guatemala y Honduras advirtieron en octubre pasado sobre posibles contactos entre terroristas de Al Qaida y las pandillas” [4]. “Según el Washington Post, en julio de 2004 uno de los lideres de Al Qaeda (Andan El Shukrijumah) se habría reunido con miembros de los Maras en la Republica de Honduras, después de ingresar ilegalmente desde Nicaragua. A su vez también habría tenido reuniones en Panamá. El objetivo del líder terrorista sería comprometer a los Maras en atentados de embajadas de países como España, Gran Bretaña y los EE.UU” [5]. “Según los informes de Blacky (un veterano de la Salvatrucha convertido en informante) organizaciones terroristas árabes, en concreto AlQaeda, tienen presencia en El Salvador y Honduras, y se han vinculado con la Mara Salvatrucha, pandilla a la que han proporcionado financiamiento. Blacky afirma que varios líderes de la Mara Salvatrucha, como El Snoopy, han estado en Afganistán, donde recibieron entrenamiento militar y terrorista” [6].
De acuerdo con ciertos informes de prensa, las posibilidades de propagación del fenómeno parecen infinitas. “De la noche a la mañana, los argentinos nos enteramos mirando un noticiero de tevé que llegaron las maras. Estas bandas delictivas latinoamericanas explicarían el aumento de la inseguridad… La alerta existe en la Argentina y en países limítrofes (como Chile)… Las maras MS13 y la MS18 son las más peligrosas que amenazan en Centroamérica. Ya bajaron a Latinoamérica y tienen centros de operación en Canadá, El Líbano y Australia… Si en Argentina la inseguridad no ha podido ser controlada sin las maras, su presencia y participación en la espiral delictiva se profundizará aún más, hasta llegar a niveles prácticamente insospechados. Muchos pandilleros que circulan por distintos países de Centroamérica y el mundo, están siendo deportados a sus países de origen, con lo cual, es posible que argentinos migrantes, se hayan convertido en mareros en su exilio y ahora regresen al país con su impronta de pandilleros” [7].
A este virtual pánico moral no han sido ajenos periodistas de lugares asolados de vieja data por sus propias bandas juveniles. La prensa colombiana, por ejemplo, ha adoptado el término de ultraviolencia callejera para describir a las maras, el nuevo enemigo que atenta contra la seguridad [8].
Está por otra parte -o como fuente de información- la opinión de personas vinculadas a los organismos de seguridad que califican el fenómeno de verdadera amenaza a la seguridad de la región. “La presencia de pandilleros de la llamada Mara Salvatrucha es hasta el momento un problema de seguridad pública, pero si se no se enfrenta podría volverse un asunto de seguridad nacional, consideró el lunes un alto funcionario del gobierno federal” [9]. “En su testimonio ante el Congreso estadounidense, en abril de 2004, el entonces jefe del Comando Sur, el General James Hill, planteó que las principales nuevas amenazas que confronta la región son problemáticas de distinta naturaleza, como el terrorismo, el narcotráfico, el crimen organizado, las pandillas y las actividades de los movimientos sociales populistas” [10].
Esta alarma ha sido recogida por publicaciones prestigiosas [11]. Un detallado reporte sobre el fenómeno en México, El Salvador, Honduras, Guatemala y Nicaragua señala que “la actividad de las bandas en Centroamérica y México es una sofisticada forma de violencia y una amenaza creciente para la seguridad de la región. Desde el final del conflicto armado de los ochenta, la violencia de pandillas ha evolucionado desde una preocupación local a nivel de barrio hasta un problema transnacional que penetra los enclaves urbanos de todos los países de la región. Las dos pandillas líderes, la Mara Salvatrucha (MS-13) y la Barrio 18, originarias de Los Ángeles han capitalizado las tendencias de la globalización y la tecnología de comunicaciones para adquirir armas, poder e influencia a lo largo de los EEUU, México y Centroamérica. La actividad de las pandillas se ha transformado en un problema complejo, multifacético y transnacional que no puede ser resuelto por países individuales actuando solos” [12].
En la misma dirección apuntan las declaraciones oficiales de los gobiernos que han iniciado una verdadera guerra, o cruzada, contra lo que consideran un problema de orden público que merece no sólo un lugar prioritario en la agenda gubernamental sino que se debe enfrentar con el ejército. “En varios países de la región, las fuerzas militares ya participan en patrullajes combinados con las fuerzas policiales, con casi ningún impacto perceptible en los niveles de la delincuencia. La verdad es que la violencia producida por las pandillas juveniles es un serio problema que sólo puede ser resuelto con una respuesta multidimensional que incluya mejores servicios sociales, la creación de empleo, y políticas efectivas y no a través del despliegue de las fuerzas militares…” [13].
“El Presidente de Guatemala ordenó el despliegue de miles de soldados en las principales ciudades del país para luchar contra éstas pandillas. El gobierno guatemalteco argumentó que sólo con la participación de las fuerzas armadas se puede frenar la violencia de las pandillas o maras, que en 2005 dejaran más de 5.500 muertos” [14].
En forma independiente de la apreciación sobre la gravedad de la amenaza, sí parece haber consenso, entre medios de comunicación, funcionarios públicos y analistas, en que la mara constituye ahora un fenómeno que no sólo ha crecido considerablemente sino que se salió del entorno municipal o nacional para entrar a operar en una esfera como mínimo regional. Lo más usual ahora es que el conteo de pandilleros se haga de manera agregada para Centroamérica.
Esa impresión la comparten los mismos mareros. Luego de tomarse la conflictiva región de la frontera entre México y los EEUU, y de asegurar que con ellos vigilando “ya no habrá más ataques, violaciones, asaltos contra inmigrantes” un líder de la Mara Salvatrucha afirma que “cada día se suma más gente, nuestra organización es poderosa, sólo nos falta llegar a Europa. Somos cientos, miles, que cada día avanzamos” [15].
El nuevo entorno sería, más que regional, global. “Para nosotros el fenómeno de las maras nace con la globalización. Y la configuración que en Honduras ha adquirido no se puede entender sin tomar en cuenta estos orígenes y la fuerte influencia que la globalización sigue teniendo en su misma evolución” [16]. “Una de las experiencias más importantes para los jóvenes en maras es que su mundo se hace universal. No tienen un solo lugar de residencia, pueden viajar de ciudad en ciudad, encontrar a su mara y quedarse con ellos para compartir sus experiencias hasta que se van a otra ciudad. Esto es importante. Su constante migración y su gran movilidad es lo que hace que en muchos casos puedan evadir sus crisis, reprimir sus miedos, reavivar sus fantasías y revivir sus delitos” [17].
En este contexto de internacionalización de las pandillas, en particular de las maras, se hace necesario superar la visión parroquial de una violencia juvenil espontánea, desorganizada y asociada a la precariedad económica. Estableciendo un paralelo cada vez más pertinente con la violencia adulta -que también pudo ser una locura adolescente- es claro que la consolidación de los carteles colombianos de la droga en lugares tan alejados de su lugar de origen, como Europa, o la extensión del territorio de operación de las guerrillas más allá de los fronteras, hacen perder relevancia a los factores locales para explicar, prevenir y controlar los brotes de violencia. Por otro lado, es cada vez más inadecuado el tradicional supuesto que la prevención y la represión son responsabilidad de un mismo gobierno, en un mismo lugar. ¿Cómo pretender, por ejemplo, que las actuaciones de sicarios colombianos o pandilleros ecuatorianos en Madrid, España, las intenten prevenir las autoridades ibéricas alterando las perspectivas laborales de los adolescentes en Medellín o Guayaquil?
El nuevo escenario hace necesario analizar las pandillas y las maras bajo una perspectiva internacional, o por lo menos regional. Algunos planteamientos en esa dirección, que ven en las pandillas una extensión de los movimientos de protesta anti globalización no son convincentes. Este ambicioso propósito exige un replanteamiento de la agenda de investigación que abarque, por lo menos, dos grandes temas. El primero, que no se aborda en este trabajo, tiene que ver con la descripción y el análisis de los vínculos entre las maras, las pandillas adolescentes, y algunos nichos del crimen organizado transnacional. Es el área sobre la cual se centran las preocupaciones de los organismos de seguridad. Aunque es posible que esta visión se base en una dosis de exageración y paranoia, hay suficiente evidencia para sugerir que el análisis de las pandillas se debe sacar del ámbito de la pequeña delincuencia de barrio. El dato más contundente en ese sentido es el de la emigración hacia los Estados Unidos y la posterior inmigración, voluntaria o forzada, de jóvenes mareros a sus países de origen. El hecho que lo que se consideran las mayores organizaciones, o redes, de pandillas en la región, la Mara Salvatrucha y la 13, hayan surgido en Los Ángeles, y cuenten ya con agencias, contactos, sucursales o franquicias en varios lugares de Centroamérica no se puede tomar como un producto de la excesiva sensibilidad de unos cuantos departamentos de policía. Parte de esa nueva agenda de investigación también debería incluir un análisis comparativo de las distintas pandillas y maras que operan en la región, para estudiarlas como redes, analizando sus vínculos, sus estructuras y su eventual liderazgo centralizado.
El segundo tema de interés, en el que se concentra este trabajo, tiene que ver con los elementos que, en distintos lugares de Centroamérica, presentan en común tanto los jóvenes que integran las maras y pandillas como estas últimas entendidas no como una simple suma de adolescentes violentos sino como organizaciones. Sin llegar al extremo de sugerir que lo que, de manera genérica y caricaturesca, se denomina aquí la pandilla del barrio, hace siempre parte de un entramado internacional centralizado, sofisticado y conectado con los carteles colombianos, con la ETA o con el fundamentalismo islámico, lo que sí se quiere destacar es que, desde sus inicios, la pandilla o la mara, incluso aquella pequeña y parroquial que opera en un vecindario específico, se debe estudiar como una organización que, formal o informalmente, implícita o explícitamente, atrae, recluta y aglutina adolescentes a quienes impone unas normas muy rígidas, y en quienes desarrolla ciertas habilidades para el ejercicio sistemático de la violencia.
Aunque no se descarta la posibilidad de que una misma organización -por razones tan variadas como el trabajo para una estructura criminal, o la huída o repliegue por las ofensivas de las autoridades- extienda su área geográfica de operación y empiece a reclutar miembros en nuevas zonas o que absorba gérmenes ya existentes de otras, este aspecto tampoco se aborda en este trabajo. En forma independiente de cómo se está dando de hecho esa extensión –por contagio directo, por emulación, por sub contratación- lo que sí sugieren con fuerza los datos disponibles es que hay ciertos patrones comunes, de reclutamiento, de imposición de normas, de liderazgo y de entrenamiento en materia criminal.
Sin llegar a sugerir que existe algo así como una casa matriz de maras en dónde unos poderosos cuadros asesorados por pandilleros senior, curtidos mafiosos o severos guerrilleros diseñan estrategias de reclutamiento y aprendizaje en el arte de la guerra, en lo que sí se hace énfasis a lo largo del trabajo, y se aporta evidencia para sustentarlo, es que existe cierta convergencia en los mecanismos para atraer y mantener a los jóvenes en las pandillas. Además, se sugiere la posibilidad de una evolución desde lo que se denomina la pandilla del barrio, en buena medida rumbera, que atrae muchos jóvenes, sobre todo en los barrios populares, hacia la mara criminal, que es la que progresivamente desvela a los organismos de seguridad.
Fuera de esta primera parte introductoria, el trabajo está dividido en doce secciones, que pueden leerse de manera independiente. En la segunda, metodológica, se ofrecen argumentos a favor de un enfoque estadístico sustentado por un mínimo de teoría que complemente y permita constrastar la mirada simplemente descriptiva, y literaria, tal vez la más influyente. Se describe la caja de herramientas conceptual adoptada para estudiar a la mara y a los pandilleros así como el instrumento de medición utilizado: cinco encuestas de auto reporte de conductas de jóvenes entre 13 y 19 años realizadas en tres países de la región centroamericana –Honduras, Nicaragua, Panamá- entre el 2002 y el 2005. En la misma sección se enumeran las principales cualidades de este instrumento así como sus limitaciones más evidentes. Dentro de las ventajas se destaca que, por primera vez en los estudios sobre pandillas en la región, se tiene la posibilidad de hacer comparaciones con un grupo de control representativo.
En la tercera sección se resumen los principales resultados obtenidos con los datos de las encuestas tomadas en conjunto, o sea analizando la muestra total. Buena parte está dedicada a contrastar una de las ideas más extdendidas sobre las causas de la violencia juvenil y las pandillas en Centroamérica: el impacto de la situación económica de los jóvenes. Para eso, se utilizó la percepción de la clase social por los jóvenes, no sin antes verificar qué tan razonable era su distribución y su consistencia con otras variables disponibles en la encuesta. El cruce con distintos indicadores de incidencia de pandillas muestra que la asociación entre precariedad económica y violencia juvenil es menos nítida de lo que se ha planteado tradicionalmente. En particular, se señala que para la sub muestra, aleatoria y representativa, de estudiantes la relación no es estrecha. Se sugiere que el énfasis que se le ha dado al impacto de la pobreza sobre las pandillas puede tener su origen en la falta de representatividad de las muestras de jóvenes en las que se basan los trabajos. Se señalan dos desafíos importantes a la explicación basada en la precariedad económica: un segmento no despreciable de pandilleros ricos o de clase alta y, en el otro extremo, una gran masa, mayoritaria, de jóvenes pobres alejados de las pandillas, de las infracciones y de la delincuencia juvenil.
El análisis de las infracciones reportadas por los estudiantes tampoco es concluyente en cuanto al efecto causal de la situación económica sobre distintas manifestaciones de la violencia juvenil. Se observa que un elemento determinante del reporte de infracciones, más que la clase social e incluso que la vinculación al sistema educativo, es la afiliación a las pandillas. Estas agrupaciones concentran en sus filas infractores y delincuentes. A pesar de la observación anterior, no toda la delincuencia, ni siquiera la juvenil, es atribuible a las pandillas. Existen menores delincuentes no pandilleros. De todas maneras, las bandas tienden a reunir a quienes han cometido una mayor variedad de infracciones, o delitos graves.
Tras señalar que un elemento que sí distingue a los pandilleros y a los delincuentes de los demás adolescentes es la persistencia de conductas que reflejan niveles bajos de autocontrol, se recurre a una teoría basada en la misma observación. Se construye un índice para recoger las variaciones de esta variable entre la muestra de jóvenes. Se analiza la relación de este índice de autocontrol con la situación económica y se encuentra que no es estrecha. Los antecedentes familiares, y en particular las situaciones de conflicto en el hogar, sí ayudan a explicar deficiencias en los niveles de autocontrol. Las conductas de riesgo tempranas también predicen el bajo autocontrol entre los adolescentes. Por otra parte, se encuentra una asociación estrecha entre el autocontrol, el desempeño escolar, la cercanía de los jóvenes con las pandillas, y el reporte de infracciones.
Para algunas de las actividades de las pandillas consideradas en la encuesta se observa una mayor incidencia entre los jóvenes de clase baja. Algo similar puede decirse acerca de la percepción del poder político de estas bandas juveniles, que es mayor entre los adolescentes de menor clase social, incluso cuando se controla por los grupos de riesgo incluidos en la muestra.
Dentro de los factores que ayudan a discriminar a los pandilleros del resto de jóvenes se destacan dos: el autocontrol y la presencia de pandillas en los barrios. También resulta importante el reporte de conductas de riesgo tempranas. Por el contrario, no se aprecia un impacto significativo de la situación económica sobre ninguno de los indicadores de acercamiento a las pandillas. Algo similar puede decirse sobre el reporte de infracciones que, muy asociado con los bajos niveles de autocontrol, es relativamente independiente de la situación económica de los adolescentes.
Al analizar qué puede ser lo que atrae a los adolescentes hacia las pandillas, se encuentra que el factor económico no es tan determinante. El gasto de los pandilleros no se diferencia mucho del de los jóvenes que se vincularon al mercado laboral. Por el contrario, en el terreno de las posibilidades sexuales se observan diferencias más importantes. Esta observación lleva a sugerir una nueva pista para entender la aparentemente irracional tendencia de las pandillas a pelearse entre sí: la caza de mujeres. Las encuestas ofrecen varios indicios sobre explotación sexual de mujeres por las pandillas, un aspecto que, aunque relativamente ignorado en las aproximaciones tradicionales, es persistente y puede llegar al proxenetismo. La sección se cierra con algunos resultados que, corroborando esta observación, muestran una estrecha asociación entre las pandillas y la prostitución adolescente.
En la cuarta sección se abordan los mismos temas pero a partir de comparaciones entre las encuestas aplicadas en distintos lugares. En las secciones cinco a ocho se hace una discusión detallada de los resultados de cada una de las encuestas y del trabajo de campo adicional realizado en Honduras, Nicaragua y Panamá.
La novena sección está dedicada a la discusión de un entorno peculiar, las comunidades indígenas de Guatemala, que por varios años permanecieron relativamente inmunes al fenómeno de las maras. En la décima se analiza otro escenario peculiar, el de Colombia, en dónde diversos grupos armados se anticiparon a la mara en el reclutamiento de jóvenes en zonas urbanas.
En las dos últimas secciones se señalan algunas implicaciones de política de los resultados presentados. Para los programas de seguridad y prevención de violencia del BID se destacan tres puntos: (i) que la premisa de la precariedad económica como principal causa de la violencia juvenil no concuerda con los datos; (ii) que una consecuencia de esa premisa -suplir las fallas económicas puede disminuir la violencia- puede ser ineficaz como política; y (iii) que el problema del déficit de autocontrol no ha recibido suficiente atención. Consecuentemente, se recomienda orientar mayores recursos para el objetivo de prevenir conductas, y de manera temprana. Se señala como limitación de los programas existentes el hecho de concentrarse en los jóvenes más problemáticos en detrimento de un número mucho mayor de jóvenes, niños y niñas, en situación de riesgo.
Por último, se propone un esquema preventivo centrado en el fortalecimiento del autocontrol en el mayor número posible de niños y niñas bajo riesgo, y en la prevención de las conductas de riesgo tempranas en el entorno escolar.
[1] Valdez (sf).
[2] Ver, por ejemplo, “Somos la mano de obra del crimen organizado: las pandillas Centroamericanas”, El País 10 de Mayo de 2005, también en el Economist “After the massacre” , Enero 15 de 2005. “Combating El Salvador's gangs” BBC News Marzo 20 de 2004, “Derrière la violence des gangs du Salvador” en Le Monde Diplomatique de Marzo de 2004, “La lutte contre les gangs” en Le Monde, del 26 de Noviembre de 2005.
[3] Ver “Preocupa a El Salvador relación Maras-Al Qaeda”. Noticiero Televisa Internacionales, Febrero 4 de 2005
[4] “Las maras, el nuevo infierno centroamericano” . Noticia Cristiana, Domingo 2 de Enero de 2005
[5] “Maras Salvatrucha, las nuevas mafias latinas”. El Ojo Digital, Febrero 28 de 2006
[6] Fernández y Ronquillo (2006) p. 40
[7] ADITAL, Noticias de América Latina y el Caribe, Junio 22 de 2006
[9] Nuevo Herald, Diciembre 5 de 2005
[10] “El Nuevo concepto de Seguridad Hemisférica de la OEA. Una amenaza en potencia”. Gaston Chillier y Laurie Freeman Informe Especial. Julio 2005. WOLA. Citado por CEG (2005)
[11] Ver por ejemplo, “How the Street Gangs Took Central America” en Foreign Affairs, Mayo Junio de 2005
[12] USAID (2006)
[13] Washington Office for Latin America. WOLA. Comunicado de Prensa. 3 de noviembre de 2003. Congresistas Estadounidenses Levantan Dudas Sobre la Participación de las Fuerzas Militares Regionales en el Combate al Crimen y la Delincuencia. Urgen al Secretario de Defensa Donald Rumsfeld no Abogar por una Redefinición del Rol de las Fuerzas Castrenses. Citado por CEG (2005).
[14] http://www.ideasydebate.com/?p=169
[16] Castro y Carranza (2000) p. 305
[17] Ibid p. 280