Violencia y prostitución juvenil en Centroamérica
Mauricio Rubio [1]
Abril 2008
Abril 2008
Uno de los aspectos más llamativos de la violencia juvenil en Centroamérica es el abismo que separa las interpretaciones profundas, adultas y políticas del fenómeno con las declaraciones ingenuas, frescas e irreverentes de los jóvenes bajo estudio. En las primeras se busca promover la figura de un rebelde con gran conciencia política [2] mientras que los segundos reflejan al adolescente irresponsable que fuera de las interminables peleas con sus pares piensa en divertirse, en la música, en el trago, en la droga y, sobre todo, en sus violentas aventuras sexuales. Así, de manera desafortunada, se ha menospreciado una de las pistas más pertinentes para comprender la atracción que ejercen las maras y las pandillas que reclutan adolescentes, cada vez menores, que jugando a la guerra, someten las mujeres a su alrededor.
Con este trabajo se busca revertir esa tendencia racional y materialista que ha limitado el análisis para sostener dos puntos. Uno, que la violencia juvenil no puede comprenderse sin abordar el tema del comportamiento sexual adolescente y, dos, que en una sociedad machista la violencia sexual -como la que ejercen las pandillas- es un elemento detonador de la prostitución adolescente femenina.
Fuera de esta breve introducción, el trabajo está dividido en cinco secciones. En la primera se presenta el instrumento de medición utilizado: encuestas de auto-reporte de conductas aplicadas entre jóvenes. En la segunda, se resumen los resultados que sugieren que la pobreza es una débil explicación de la violencia juvenil en la región: no todos los violentos son pobres y la mayor parte de los pobres no son violentos. En la tercera parte se señala que las pandillas promueven y concentran la violencia juvenil. En la cuarta se argumenta que la violencia tiene réditos no tanto en el ámbito económico como en el de la acumulación de poder y, en particular, del que se ejerce sobre las mujeres, para someterlas sexualmente. Por último, se señalan los múltiples vínculos que muestran los datos entre las pandillas y la prostitución adolescente en la región.
Las encuestas de auto reporte en Centroamérica
Como parte de los programas de Seguridad Ciudadana del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en Centroamérica, entre el año 2002 y el 2005, se realizaron en Honduras, Nicaragua y Panamá cinco encuestas de auto reporte de conductas entre jóvenes [3]. Se encuestaron en total más de ocho mil quinientos adolescentes (8523), de 13 a 19 años. Un poco más de las tres quintas partes (61.4%) estaban vinculados al sistema educativo y distribuidos por mitades entre hombres y mujeres. En los desescolarizados, se encuestaron más hombres (68%) que mujeres.
La muestra de la población estudiantil se escogió de manera aleatoria con selección geográfica de los establecimientos y , dentro de estos, buscando representatividad por edad y género de los jóvenes a quienes se suministraba un cuestionario para responder privada y anónimamente.
Para captar a los desescolarizados fue imposible encontrar un procedimiento que garantizara, simultáneamente, aleatoriedad y anonimato de la encuesta. El segundo requisito fue considerado prioritario. Los esfuerzos se centraron en captar jóvenes que se pudieran agrupar para responder el cuestionario de manera anónima. Así, la mayor parte de los pandilleros, mareros y delincuentes juveniles llegaron a la muestra de manera dirigida.
La principal ventaja del instrumento utilizado es que permite elaborar no sólo un perfil de los infractores y pandilleros sino compararlos con un grupo de control, el de los estudiantes. El hecho que la submuestra de desescolarizados no fuera aleatoria implica que la encuesta no sirve para medir la incidencia global de infracciones, o de afiliación a pandillas.
Otra de las innovaciones fue la introducción de preguntas sobre la presencia de maras, pandillas o crimen organizado en el barrio de quien responde la encuesta. Desafortunadamente, aún no se han desarrollado mecanismos para comparar estos resultados con otras fuentes de información sobre pandillas, como los inventarios o censos de las autoridades o las organizaciones que trabajan con pandilleros.
Una de las principales limitaciones del esfuerzo realizado es que no contiene trabajo de campo adicional –historias de los barrios, etnografías, biografías, entrevistas, testimonios- que refuerce y complemente las encuestas.
No sobra aclarar que ninguno de los resultados expuestos, incluso aquellos que pasaron el cedazo de la significancia estadística se propone como una ley universal, independiente del entorno. Por el contrario, todas las regularidades que aparecen en los datos se sugieren como hipótesis susceptibles de verificación con otros datos, historias, testimonios y entrevistas recogidas a nivel local.
Pandillas, pobreza y exclusión
La explicación más extendida para la existencia de pandillas en Centroamérica, y para la vinculación de los jóvenes a tales grupos, es la de la precariedad económica [4]. Es difícil identificar la ascendencia intelectual de estos planteamientos. Se trata de una mezcla entre anomia y lucha de clases que se percibe como tan automática y evidente que no requiere mayor elaboración conceptual. Por fortuna, esta asociación simplista entre ya está siendo criticada por quienes mejor conocen el fenómeno [5].
La información de la encuesta es útil para contrastar la hipótesis de la pobreza y para identificar los mecanismos a través de los cuales operaría la causalidad. Son dos los indicadores que se tienen en las encuestas sobre la situación económica de los jóvenes. El primero se obtuvo preguntándole a los jóvenes la percepción de su posición en la escala social [6]. El segundo es el monto mensual de sus gastos.
Una de las ventajas del indicador de la clase social es que, al ser una percepción relativa al entorno del joven, permite agrupar los datos de las encuestas de los distintos países sin necesidad de supuestos adicionales sobre diferencias urbano rurales, equivalencias cambiarias, salarios o costo de vida.
La distribución por clase social de los adolescentes que se deriva de las encuestas, tanto de los estudiantes como de los no escolarizados es razonable y consistente con lo que se esperaría a priori. Para la submuestra de estudiantes, aleatoria y representativa, se obtiene una distribución en forma de campana, con una moda del 46% en la clase media y ligeramente concentrada en los valores inferiores de la escala. Entre los jóvenes no escolarizados, y tal como se podía prever por el tipo de muestra, la distribución está mucho más concentrada en los niveles bajos de la escala social. No hay manera de saber qué tan representativa, por clases sociales, es la muestra de la población de los jóvenes por fuera del sistema educativo. Se sabe que algunos grupos –los que trabajan, o los que emigraron- están sub representados, pero en esos grupos puede haber jóvenes de todas las clases sociales.
La primera variable que vale la pena cruzar con la percepción del estrato de los jóvenes es el reporte de haber estado vinculado, alguna vez, a una mara o pandilla. Los resultados de este ejercicio muestran que la asociación entre situación económica y vinculación a las pandillas se sólo entre los jóvenes no escolarizados, pero es más tenue, casi imperceptible, entre la población estudiantil.
Gráfica 1
Entre los jóvenes que no estudian, la mayor proporción de pandilleros (27%) se observa en el estrato social más bajo. En la clase media-baja el porcentaje es del 22%, en las clases media y media alta del 12% y en la clase alta del 10%. Entre la población estudiantil, por el contrario, la relación entre clase social y afiliación a las pandillas es menos nítida, no es decreciente, el porcentaje no varía mucho alrededor del promedio (3%) y la fracción de pandilleros en la clase más alta (4%) es similar a la del estrato inferior (5%). En otros términos, entre los estudiantes no se observa un efecto nítido de la situación económica sobre la decisión de los jóvenes de vincularse a la pandilla.
Estas gráficas son útiles para ilustrar por qué ha sido tan persistente la idea de una asociación entre pobreza y pandillas. En la submuestra de jóvenes no escolarizados la gran mayoría de los pandilleros, casi el 80%, pertenecen a las clases más bajas. En este trabajo, sin embargo, se ha hecho explícito que esta muestra no es aleatoria ni representativa de la población por fuera del sistema educativo. Aún más, la muestra, dirigida, se tomó tratando de captar pandilleros, y de los estratos más bajos, que son los que normalmente se hacen visibles en las calles o acuden a las organizaciones y asociaciones que trabajan con ellos. Se puede sospechar que las pandillas de jóvenes ricos -que también las hay [7]- son menos fáciles de detectar, porque cuentan con espacios privados para reunirse y es poco probable que estén vinculadas a programas de prevención o rehabilitación.
En buena parte de los trabajos sobre pandillas en Centroamérica, los procedimientos para captar los jóvenes que se estudian tienen esa misma limitación: la muestra no es ni aleatoria, ni representativa. Y esto no es una crítica, ya que son obvias las dificultades para hacerlo de otra manera. Sin embargo, no es usual que en las generalizaciones que se hacen a partir de esas muestras, sesgadas hacia los pandilleros más desfavorecidos, se haga explícita esa limitación. Esta es tal vez una vía a través de la cual se ha exagerado el impacto de las condiciones económicas sobre la vinculación a las pandillas.
Así, los datos de las encuestas de auto reporte, no avalan la afirmación que todos los pandilleros son de escasos recursos, o que ninguno hace parte de la población privilegiada que asiste a la escuela, o que cree hacer parte de la clase alta. En todos los lugares en los que se realizó la encuesta hay reportes de vínculo a una mara o pandilla entre los estudiantes. Por otro lado, entre los pandilleros encuestados, cerca de la mitad se sitúan en la clase más baja, uno de cada cuatro (26%) considera que pertenece a la clase media baja, el 18% se sienten de clase media y un no despreciable 10.4% manifiesta pertenecer a las clases más altas.
Es imposible saber con la encuesta si estos pandilleros de buena posición social fueron originalmente señoritos de la élite que se vincularon a las pandillas –por razones tan variadas como no aburrirse, conseguir droga, defenderse o vengarse, acosar mujeres, jugar a la guerra o hacer negocios sucios- o si se trata de jóvenes de origen modesto que en la pandilla ascendieron -de manera vertiginosa pues todos son menores de 19 años- en la escala social. Ambos escenarios parecen pertinentes tanto para el diagnóstico de la violencia juvenil como para las recomendaciones de política.
Lo que sí se puede señalar es que los pandilleros con buena posición social son menos vulnerables a la actuación de la justicia. Y esto es más que una conjetura. De acuerdo con la encuesta, un 48% de los pandilleros estudiantes reporta haber estado detenido alguna vez por las autoridades. Esta proporción de estudiantes en problemas con la justicia sí se asocia negativamente con la escala social: muestra un máximo del 70% entre los pandilleros del estrato más bajo y desciende paulatinamente hasta situarse en un cómodo 29% para los pandilleros de la clase más alta. La impunidad parece ser algo que compran los jóvenes de la élite vinculados a las bandas. Y esa también puede ser una fuente de sesgos en los trabajos sobre pandillas que a veces se centran en jóvenes detenidos, los de más escasos recursos. También se puede pensar que si los niños bien, logran evitar las pesquisas penales, les resulta aún más fácil esquivar las investigaciones académicas.
Gráfica 2
En síntesis, la pobreza está lejos de ser una condición necesaria para la violencia juvenil. Se puede abordar la cuestión de si la pobreza es condición suficiente para la violencia juvenil: si todos los jóvenes que enfrentan precariedades económicas muestran, por ese simple hecho, una alta inclinación hacia las pandillas. Este planteamiento, que rara vez se hace explícito, está latente en la mayor parte de los escritos sobre la violencia, y en general sobre cualquier problema juvenil en América Latina. En los medios de comunicación de los países industrializados, por ejemplo, es estándar que cualquier relato sobre algún incidente criminal que involucre jóvenes latinoamericanos recuerde que la pobreza y la desigualdad son rampantes en la región. Un reflejo menos automático cuando se relatan incidentes de kale borroka, por las ramas juveniles de la ETA en el país vasco o los desmanes de los hooligans ingleses. También en los trabajos académicos sobre pandillas y maras en la región, es usual que se dediquen un par de secciones a la descripción detallada de los indicadores de pobreza, calidad de vida, desigualdad o desempleo, y de su eterno deterioro. Se da por descontada la relación que debe existir entre estas variables y la violencia.
En ese contexto, y dada la indudable precariedad de todos estos indicadores, el asunto parecería estar mal planteado. Ante un panorama económico y social tan desalentador, la pregunta relevante sería, ¿por qué no hay más violencia? ¿Por qué, siendo tan generalizados y persistentes los indicadores de pobreza y desigualdad, y siendo tan clara y evidente la relación entre pobreza y violencia se observa esa situación anómala de jóvenes que son pobres, pero que no delinquen, que no hacen daño y que no se vinculan a las pandillas?
Los datos de las encuestas muestran que el escenario del joven pobre no pandillero, totalmente ajeno a la explicación más corriente, no es la excepción. Se trata, por el contrario, del escenario más común. Los jóvenes pobres no violentos constituyen una mayoría, una abrumadora mayoría que queda al margen del diagnóstico y, peor aún, de las ventajas asociadas a los programas de prevención de la violencia.
De los jóvenes pobres vinculados al sistema educativo, casi la totalidad, un 95%, reporta haber permanecido siempre al margen de las pandillas. En Panamá, el lugar dónde esta cifra es más baja, sigue siendo del 88%. O sea que nueve de cada diez estudiantes de los estratos más bajos han logrado, desafiando la teoría, evitar la vinculación a las pandillas.
Entre los adolescentes no escolarizados, aunque inferiores, las cifras no son menos reveladoras. En promedio, un poco menos de las tres cuartas partes de los jóvenes desvinculados del sistema educativo no han optado por las pandillas. En todas las encuestas este porcentaje sigue siendo superior al 50%. Vale la pena recordar que la muestra de no escolarizados se hizo casi buscando de manera dirigida pandilleros, y pandilleros pobres.
Gráfica 3
A diferencia de los pandilleros ricos, que no sólo son pocos sino que, de acuerdo con la teoría, estarían vacunados contra la violencia, no existe una razón similar basada en su peso relativo para que estos jóvenes hayan sido excluidos del diagnóstico. Y al igual que los señoritos violentos, estos jóvenes que en contra de todas las adversidades, y desafiando las explicaciones de la violencia más aceptadas, han logrado permanecer al margen de la violencia juvenil –salvo tal vez como víctimas- son un elemento crucial para la comprensión del fenómeno.
La proporción de jóvenes pobres ajenos a las bandas continúa siendo importante (42%) incluso en el escenario más adverso que se puede imaginar: entre los hombres que han abandonado el sistema educativo, que viven en un barrio con pandillas y que, además, cuentan con un amigo pandillero. En condiciones menos extremas, la fracción de jóvenes pobres no pandilleros es aún más importante, y siempre mayoritaria. Los jóvenes pobres que estudian, por ejemplo, tanto hombres como mujeres, contradicen abiertamente la supuesta causalidad de la pobreza puesto que incluso viviendo en un barrio con pandillas permanecen en su totalidad al margen de tales grupos.
Ni en las crónicas de prensa, ni en los trabajos académicos sobre la juventud, es común encontrar historias sobre esta mayoría silenciosa, doblemente marginada –de las ventajas del desarrollo y del interés de los analistas - que si se tomara realmente en serio la teoría de la pobreza como detonante de la violencia juvenil, debería recibir atención prioritaria en los programas de prevención, proyectos que con frecuencia se dirigen, algo tarde, a los lugares en dónde ya se manifestó la violencia, o sea en donde falló la prevención.
Los pandilleros sí son más violentos
Otra idea común sobre la violencia juvenil en Centroamérica es que son mínimas las diferencias de comportamiento entre los pandilleros, el resto de los jóvenes y la sociedad en general. En cierta medida, se trivializa la violencia juvenil señalando que todos los jóvenes son igualmente violentos o que una gama amplia de problemas sociales –la indiferencia, la falta de tolerancia, los patrones de gasto, la economía de mercado, ciertos programas de TV- se pueden considerar equivalentes a la violencia [8].
Los datos de la encuesta tampoco concuerdan con la idea que los pandilleros y mareros son simples extensiones de una sociedad violenta. El pertenecer o no a una pandilla se asocia con una radical diferencia en cuanto a las infracciones y los delitos que se reportan. Así, el 70% de los estudiantes no vinculados a las pandillas no reportan ninguna infracción, el 28% señalan sólo conductas leves, un 2% dicen haber cometido una infracción grave y ninguno manifiesta haber cometido más de una grave. Entre los pandilleros escolarizados, las cifras respectivas son 6%, 42%, 34% y 18%. Estos porcentajes no se apartan mucho de los observados entre pandilleros desescolarizados. La diferencia en el reporte de infracciones por los no pandilleros tampoco cambia mucho en función de su escolaridad. En otros términos, en materia de infracciones, el factor crítico, mucho más que el abandono escolar, es la vinculación a las pandillas o maras.
El análisis de la información desagregada en las 13 categorías de infracciones consideradas en la encuesta tiende a corroborar esta impresión: la cuestión crítica no es tanto la escolaridad como la vinculación a las pandillas. Para la mayor parte de las conductas consideradas, la incidencia es varias, muchas, veces superior entre los pandilleros y el resto de los jóvenes, en forma más o menos independiente de su calidad de estudiantes. El pandillero que estudia está, en materia de infracciones, mucho más cerca del pandillero no escolarizado que de sus compañeros de escuela. A su vez, entre los jóvenes que abandonaron el sistema educativo pero que no han optado por las pandillas y sus pares estudiantes no pandilleros, el reporte de conductas es más o menos similar. Así, más que a los jóvenes de escasos recursos, que en su mayoría permanecen alejados de su influencia, la pandilla parece agrupar a los adolescentes infractores y a los delincuentes juveniles.
La observación anterior no equivale a plantear que las pandillas tienen establecido un monopolio sobre la delincuencia juvenil. De hecho, son numerosos los infractores y delincuentes no pandilleros. De cualquier manera, la participación de los pandilleros en los distintos mercados de infracciones se incrementa de acuerdo a su gravedad.
Lo que queda claro es que la pandilla es una importante escuela del delito y que, en esa dimensión, sus integrantes se distinguen de manera nítida de la mayor parte de los adolescentes, incluso los infractores. No parece haber, en ninguno de los lugares en dónde se aplicó la encuesta, barreras específicas –normativas, sociales, culturales o morales- que impidan que los jóvenes pandilleros incurran en alguna categoría de delitos. Parecería, por el contrario, que se le miden a cualquier cosa. Como claramente lo expresa un pandillero “tienes que hacer de todo: matar, robar, lo que sea. Si eres pandillero, eres pandillero y haces todo lo que sea para mostrar tu poder “ [9].
La falta de especialización de las pandillas en materia criminal es consistente con una larga tradición en la investigación sobre gangs en los Estados Unidos que describe las actividades de los pandilleros como de estilo cafetería [10] o a la carta o sea como acciones de grupos que cometen una gran variedad de infracciones y crímenes, sin mayor especialización [11], probablemente dependiendo de las modas, de los caprichos de los jefes, o de la demanda externa por sus servicios.
La violencia juvenil paga: dinero, sexo y poder
Las pandillas ejercen atracción sobre algunos jóvenes e incrementa en estos el reporte de conductas violentas. Conviene analizar la naturaleza de este imán que atrae a los adolescentes hacia las pandillas. Un procedimiento para dar luces sobre estas motivaciones consiste en comparar la situación de los individuos que tomaron la decisión con la de quienes no lo hicieron. Así, por ejemplo, si se detecta que los pandilleros gastan más que los no pandilleros se puede sospechar que las cuestiones económicas jugaron algún papel.
Dejando de lado el consumo de tabaco, alcohol y droga, y en general el vacile -pasárselo bien- que con frecuencia se menciona como motivación para ingresar a una pandilla se destacan tres dimensiones que, aunque con traslapos, merecen un tratamiento analítico peculiar y pueden estudiarse con la información de las encuestas. La primera es la económica. Interesa saber si el ingresar a la pandilla se asocia con cambios en los patrones de gasto entre los jóvenes. La segunda es la dimensión afectiva o sexual: si la pandilla amplía las posibilidades de conseguir pareja. La tercera es la dimensión política: si los pandilleros adquieren más poder del que está al alcance de los adolescentes no vinculados a estos grupos.
Para el primer aspecto, llama la atención que el monto promedio mensual de los gastos reportados por los pandilleros [12] no sea muy superior al de los demás jóvenes. La diferencia es estadísticamente significativa, pero su magnitud, del 10%, no es elevada. En materia de gasto, la mayor discrepancia entre los pandilleros y el resto, se da entre los hombres que ni estudian ni trabajan.
La vida en la pandilla parece tener mayores repercusiones en el terreno sexual que en el económico. En esa dimensión la diferencia entre los pandilleros y los demás jóvenes es más marcada. Tomando como indicador de actividad sexual el número de parejas a lo largo de la vida [13] se encuentra que el valor para los pandilleros es cuatro veces superior al de los no pandilleros. En el terreno sexual el mayor efecto pandilla se observa en las mujeres que ni estudian ni trabajan y para quienes se puede sospechar que la banda representa una vía hacia la venta de servicios sexuales.
Gráfica 4
Para los hombres, el mayor impacto de la pandilla en la ampliación de los horizontes sexuales se observa entre quienes estudian pero no trabajan.
Vale la pena ahora indagar si la violencia juvenil, en la pandilla o fuera de ella, ofrece recompensas de tipo económico o sexual. La respuesta parece ser afirmativa y, de nuevo, se puede anotar que la violencia parece más rentable desde un punto de vista sexual que económico. Mientras que los jóvenes que reportan haber cometido dos o más tipos de infracciones graves, los verdaderos delincuentes juveniles, gastan en promedio un 50% más que quienes no han cometido ninguna infracción, en el terreno sexual las diferencias son del orden de cuatro a uno para los pandilleros y de nueve a uno para los delincuentes juveniles no pandilleros.
Por otro lado, la afiliación a las pandillas parece tener repercusiones que varían con el género. Para las mujeres, el ingreso a la pandilla se asocia con una reducción del 17% en sus gastos personales. En los hombres el ser pandillero no conlleva ningún cambio en el gasto una vez se controla por otras variables que lo pueden alterar [14].
En el terreno sexual el impacto es mayor, sobre todo para las mujeres, entre quienes el ingreso a la pandilla implica un salto importante en materia de promiscuidad, que se aumenta en un 79%. Para ellas, la combinación de sacrificio económico y mayor promiscuidad permite sospechar un escenario poco emancipador y más consistente con una condición de sometimiento sexual a los varones de la pandilla o, de prostitución y proxenetismo.
En cuanto al tercer tipo de motivación para ingresar a la pandilla, el poder, las diferencias son bastante difíciles de cuantificar. Varios indicios sugieren que la pandilla sí representa para algunos una vía rápida de acceso al poder político sobre la vida del barrio. El primero es la opinión que manifiesta un porcentaje no despreciable de los jóvenes que respondieron la encuesta: las pandillas juveniles son las que, de hecho, mandan en sus barrios [15].
Gráfica 5
De acuerdo con Rocha (2006b) las peleas entre pandillas tenían, al menos en sus inicios, como principal objetivo adquirir prestigio y poder. Cruz y Portillo (1998) encontraron que el 77.5% de los pandilleros consideran que han ganado poder y un 84.3% percibe el respeto como algo obtenido a través de su pertenencia a la pandilla. Además, que este beneficio político, presenta diferencias por género.
En los testimonios se percibe que el poder adquirido como pandillero es con frecuencia un resultado, un coproducto no siempre intencional, de la capacidad de matar a alguien, por ejemplo por venganza. Es concebible que no sea algo previsto, planeado o presupuestado al agredir, herir o matar a alguien, acciones con las que el poder llega, y se acumula.
Con matices, algo similar puede pensarse acerca del poder coercitivo que los mareros ejercen sobre las mujeres, las de la banda y las del barrio. Aunque no es inusual que la agresión sexual sea el inicio de las relaciones de los pandilleros con las adolescentes, también es concebible que las agresiones surjan de una relación afectiva, y más específicamente sexual, por ejemplo por celos, y que luego se consoliden como un instrumento de dominación.
Los datos de las encuestas muestran con claridad que la cercanía con las pandillas incrementa de manera significativa la probabilidad de que una joven sea agredida sexualmente. Mientras que entre las jóvenes totalmente alejadas de las pandillas –que viven en un barrio sin pandillas, no han tenido amigos o novios pandilleros, ni han hecho parte de una pandilla- el reporte de haber sufrido alguna vez un ataque sexual es del 4%, entre las pandilleras o las novias de pandilleros la cifra se acerca a una de cada tres.
Gráfica 6
De la encuesta no puede sacarse ninguna conclusión sobre el peso relativo de las pandillas en la violencia sexual. No se sabe la proporción de abusos cometidos por adultos, que existen y sobre los cuales hay evidencia. Sin embargo, diversos testimonios corroboran que las pandillas y las maras son un entorno fértil para la violencia sexual y, más específicamente, para las violaciones colectivas [16].
A este ingrediente de apropiación de féminas por la pandilla se debe sumar el hecho que se trata de varones patriarcales y machistas como pocos, para quienes la ancestral división entre las mujeres con las que el macho se divierte y a las que quiere para tener hijos es tajante. Varios testimonios coinciden en que los pandilleros aspiran, al dejar la vida loca, a casarse con lo que ellos mismos llaman una chica decente [17]. Así, las muchachas de la pandilla son para pasar un buen rato, para usarlas [18].
No hace falta mucha imaginación para señalar que estos dos ingredientes, violencia sexual colectiva y machismo exacerbado, son una antesala de la prostitución adolescente femenina, un fenómeno que, como muestran los datos, es pariente próximo de la pandilla.
Un segundo aspecto es el de la asociación entre sexo y agresiones físicas, algo que también parecen estimular las pandillas. Para una mujer joven, el estar cerca de una pandilla se asocia con una mayor probabilidad de haber sido agredida por su pareja, o por terceros.
Al atar cabos entre actividad sexual y agresiones se pueden aclarar algunos aspectos de las maras para los cuales son esquivas las explicaciones. Uno de ellos es el de los tatuajes, y más específicamente que en las pandillas esta sea una característica típicamente masculina. Como explicación estándar para esta tradición de pandilleros y mareros, se señala que se trata de una manera de reforzar la identidad [19]. Lo que no se entiende bien es por qué se trata de una peculiaridad de los hombres, sobre todo en los barrios populares. No queda claro por qué las jóvenes pandilleras no recurren a estas marcas en el cuerpo para construir su identidad.
Una posible explicación es que la pandilla tiene interés en que el acceso sexual a sus mujeres sea un privilegio de sus miembros. Si la mujer pandillera se une al grupo con un trencito –rito de iniciación mediante el cual las jóvenes son forzadas a tener relaciones sexuales con todos los integrantes de la pandilla- dejando de ser, para los pandilleros, una chavala decente, marcarla con un tatuaje sería exponerla al peligro de los machos depredadores de otras pandillas.
La tendencia a monopolizar, hacia fuera, a un grupo de mujeres que se comparten sexualmente al interior del grupo, no sólo se puede inferir por la cuestión de los tatuajes varoniles. También puede considerarse parte de lo que se tiene que defender, y algo que puede dar pistas sobre la lógica de algunas peleas. El afán por reclutar objetos sexuales para la pandilla, algo que se logra de inmediato con las violaciones colectivas, puede inducir a casos extremos de violencia. Es fácil argumentar que la tendencia a acaparar mujeres y mantenerlas disponibles sólo para los miembros de la pandilla es un gancho eficaz para reclutar adolescentes cargados de hormonas [20]. Por otro lado, no parece un despropósito sospechar que los problemas de pareja y de celos, sean una razón detrás de algunas de las innumerables riñas, peleas, batallas y verdaderas guerras en las que participan, en todos los lugares donde se ha detectado su presencia, los pandilleros centroamericanos.
Una de las razones que se menciona para las frecuentes peleas entre pandillas rivales es la venganza, el llamado traido [21]. Las venganzas retroalimentan la violencia. Entre más violentos se tornan los de una pandilla, habrá más peleas, y entonces se requerirán más guerreros. Pero las cadenas de venganzas no agotan el abanico de explicaciones. ¿Por qué se inician? Cada vez es más común atribuírlas a la distribución de drogas al por menor. Pero no convence la idea que la dinámica de las pandillas haya girado siempre en torno a la droga. Se puede, al contrario, sospechar que el narcotráfico capitalizó este instinto de las bandas juveniles por guerrear y defender territorios. De cualquier manera sería demasiado ingenuo pretender que las peleas nada tienen que ver con las violaciones colectivas, con los celos, con el afán por monopolizar a las mujeres [22].
La pandilla proxeneta
Los datos de la encuesta muestran una extraña –por lo ignorada en la literatura- pero sólida, relación entre la venta de servicios sexuales y las pandillas o maras. En primer lugar, el ser pandillera se asocia positivamente con el reporte de venta de servicios sexuales. Mientras que entre las adolescentes que estudian y no están vinculadas a las pandillas un 1.4% declara haber recibido dinero a cambio de tener relaciones sexuales, entre las pandilleras que aún permanecen escolarizadas la cifra es del 32%. El 15% de las estudiantes que manifiestan haber comerciado con sexo declaran simultáneamente haber pertenecido a una pandilla. Entre las jóvenes que no han vendido servicios sexuales la cifra respectiva es del 0.5%. Así, el simple hecho de pertenecer a una pandilla multiplica por cerca de diez y ocho (1763%) la probabilidad de que una joven reporte prostitución; entre las adolescentes sexualmente activas el incremento es del orden del 400%.
La asociación entre las maras o pandillas y la prostitución no se limita a la venta de servicios sexuales por parte de las pandilleras. Aunque parezca extraño, el simple hecho que la joven manifieste que en su barrio operan pandillas implica diferencias importantes en el reporte de prostitución. En promedio, y aún excluyendo de la muestra a las jóvenes pandilleras entre quienes, como se vio, el comercio sexual es importante, el 14% de las adolescentes que viven en un barrio en el cual operan pandillas manifiesta haber intercambiado sexo por dinero. Entre las jóvenes de barrios sin pandillas la respectiva fracción es del 5%. La mayor diferencia se observa en los barrios de estrato más bajo, para los cuales la presencia de pandillas sobre el reporte de comercio sexual se asocia con un nada despreciable incremento de 24 puntos. Este efecto tiende a disminuir al moverse hacia arriba en la escala social, hasta desaparecer entre las jóvenes de clase alta. Así, es interesante observar cómo las pandillas parecen actuar como catalizador para la tradicional asociación entre precariedad económica y prostitución.
Gráfica 7
Otro indicador de cercanía con las pandillas disponible en las encuestas, el tener lazos de amistad con uno de sus miembros, tiende a confirmar la asociación con la prostitución adolescente. Entre las jóvenes estudiantes sexualmente activas, 16% de las amigas de pandilleros reportan haber vendido servicios sexuales; si no reportan tal amistad la cifra se reduce al 5%.
Para esta asociación entre pandillas y prostitución juvenil, son en extremo escasas las referencias en la literatura o los reportes de prensa [23]. Este extraño silencio es tal vez uno de los síntomas más reveladores de la desafortunada tendencia, al analizar uno y otro fenómeno, a darle prioridad a la agenda política o ideológica, que a su cabal comprensión. Por el lado de los trabajos sobre explotación sexual, sin el menor sentido crítico, se ha asimilado el discurso promovido por movimientos abolicionistas de países desarrollados para los cuales la figura corruptora que más conviene es la de un misterioso adulto mafioso que trafica con mujeres. Un personaje sobre el cual la evidencia y los testimonios son esquivos en América Latina. Igualmente asombroso resulta el limbo al que los estudiosos de las maras y pandillas han condenado el tema complicado, pero fundamental para entender su dinámica, de la actividad sexual de los pandilleros y del papel de las mujeres en sus guerras.
Este asociación crucial entre comportamiento sexual y violencia, en la cual son tercos los datos, lo expone con claridad el antropólogo Marvin Harris. “Entre más violentos los machos, se tornan más agresivos sexualmente, se explotan más las mujeres, aumenta la incidencia de la poliginia, el control de varias mujeres por un solo hombre. La poliginia, a su vez, intensifica la escasez de mujeres, incrementa el nivel de frustración de los machos más jóvenes y aumenta la motivación para ir a la guerra” [24].
REFERENCIAS
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Rocha, José Luis (2006). “Mareros y pandilleros: ¿Nuevos insurgentes, criminales?”. Envío Digital Nº 293, Agosto. http://www.envio.org.ni/articulo/3337
Rocha, José Luis (2006a). “Pandilleros del Siglo XXI: Con hambre de alucinaciones y de transnacionalismo”. Envío Digital Nº 294, Septiembre.
Rodríguez, Luis J (2005). La Vida Loca. El testimonio de un pandillero en Los Ángeles. NY: Simon y Schuster
Rubio, Mauricio (2007). De la pandilla a la mara. Pobreza, educación, mujeres y violencia juvenil. Bogotá: Universidad Externado de Colombia
Rubio, Mauricio (2007a). Pandillas, rumba y actividad sexual. Desmitificando la violencia juvenil. Bogotá: Universidad Externado de Colombia
Santacruz, Maria y José Miguel Cruz (2001). “Lãs maras en El Salvador” en ERIC, IDESO, IDIES, IUDOP (2001) pp. 17 a 33
Sosa, Juan José y José Luis Rocha (2001). "Las pandillas en Nicaragua" en ERIC et.al (2001) pp 335 a 43
[1] Profesor-Investigador, Universidad Externado de Colombia. Este trabajo se basó en una serie de consultorías realizadas para el BID. Se agradece el apoyo y los comentarios de Mauricio Pérez, Juana Salazar y Jorge Sapoznikov.
[2] Rocha (2000, 2006)
[3] La presentación detallada de los resultados se encuentra en Rubio (2007)
[4] ERIC (2001)
[5] Rocha (2006)
[6] Que está basada en la siguiente pregunta: “en términos de su ingreso y su nivel de vida, la gente se describe a si misma como perteneciente a cierta clase social. (Alta, media o baja). Tú te describirías como perteneciente a la clase: alta, media alta, media, media baja y baja”.
[7] Ver historias y testimonios, para distintos lugares y épocas en Rubio (2007)
[8] Castro y Carranza (2001), Cruz (2003), Santacruz y Cruz (2001), González (2006)
[9] Testimonio del pandillero José Alemán tomado de « Las ‘maras’ en Centroamérica: de las guerras civiles a la ultraviolencia callejera ». El Tiempo, Marzo 30 de 2005
[10] Decker (2001)
[11] Algunos trabajos sobre pandillas en Europa muestran, por el contrario, cierto nivel de especialización. Ver Klein et. al. (2001)
[12] Para esto, se construye un índice que se hace igual a 100 para el gasto promedio de un grupo de referencia constituido por los jóvenes que trabajan, no estudian, ni son pandilleros. Se encuentra que el valor de este índice para los pandilleros es de 83.
[13] Para facilitar la comparación con el gasto, de nuevo se construye un índice que se hace igual a 100 para el número promedio de parejas de los trabajadores no estudiantes ni pandilleros.
[14] Ver detalles de este ejercicio en Rubio (2007)
[15] Para acercarse a la medición del poder de las maras y pandillas, en las encuestas se solicitaba calificar qué tan aplicable era al barrio la siguiente afirmación hecha por un pandillero ‘’nosotros gobernamos el barrio sin que nadie nos diga nada. Si alguien dice algo lo callamos. Se asustan porque somos muchos. Los jóvenes mandamos’’
[16] Rodríguez (2005). Rocha (2000), Sosa y Rocha (2001)
[17] Sosa y Rocha (2001) p. 401
[18] Cruz y Portillo (1998), Sosa y Rocha (2001)
[19] Rocha (2003)
[20] Ver un desarrollo de este argumento, testimonios y datos en Rubio (2007a).
[21] Rocha (2005)
[22] Testimonios en Rubio (2007, 2007a)
[23] Algunos testimonios en Rubio (2007)
[24] Harris (1975)