Violencias juveniles ignoradas: la de la élite y la sexual


 por Mauricio Rubio *
Diciembre 2008

El diagnóstico de la violencia juvenil en Centroamérica, y los programas de prevención basados en él, presentan limitaciones de tres tipos. La primera, relativamente simple de superar, tiene que ver con la manera como se recoge la evidencia. En concreto, es pertinente señalar lo que, en jerga técnica, se podría denominar un sesgo de muestreo. La mayor parte de las investigaciones sobre pandilleros se basan en trabajo de campo realizado de manera exclusiva en los sectores marginados de las ciudades, o en los centros de rehabilitación, con jóvenes de escasos recursos económicos. Consecuentemente, puesto que se excluye del universo de análisis la violencia ejercida por los hijos de la élites, se ha establecido una estrecha asociación entre violencia juvenil y precariedad económica que ha dominado tanto el diagnóstico como la formulación de las políticas de prevención. 

La segunda limitación, vinculada a la anterior, tiene que ver con las dificultades para detectar, analizar y explicar las diferencias entre países, regiones o ciudades. Como las investigaciones tienen un marcado componente local, y no son representativas de toda la población joven, no ha sido fácil compararlas de manera sistemática. Así, aún es precaria la visión que se tiene sobre los elementos que pueden ser comunes, y aquellos que marcan diferencias, entre las maras, las pandillas, y las distintas manifestaciones locales de la violencia juvenil.

La tercera restricción, tal vez  la más arraigada y difícil de superar,  es la persistencia de enfoques dominados más por la ideología que por el análisis desprevenido de la evidencia disponible. En la actualidad se tiene la visión de las maras como una amenaza a la seguridad de la región, una extensión del crimen organizado  transnacional, incluso del terrorismo fundamentalista a la que se le debe declarar la guerra o, en el otro extremo, como un movimiento rebelde y emancipador que clama por un cambio radical de las estructuras sociales. En ambos casos, ha quedado por fuera del análisis una de las más notorias peculiaridades de los pandilleros y mareros centroamericanos: la violencia sexual que ejercen contra las jóvenes de su entorno.

Este trabajo se centra en estos tres aspectos relativamente ignorados del diagnóstico actual de la violencia juvenil en Centroamérica. Con base en los resultados de unas encuestas de auto reporte realizadas en varios países de la región [1] se busca llamar la atención sobre la gran variedad de las violencias juveniles en la región, sobre la violencia ejercida por los hijos de las clases medias y altas, y se insiste en incorporar al diagnóstico un elemento clave para su cabal comprensión: la violencia ejercida, no por el sistema, o por extrañas mafias, sino por los mismos jóvenes contra sus vecinas, sus amigas, sus novias y las de sus enemigos. A cada uno de esto elementos se dedica una sección del trabajo. Como introducción se ofrecen argumentos para promover la utilización de encuestas de auto reporte de conductas entre los jóvenes como el mecanismo  más idóneo, tal vez el único, para diagnosticar toda una gama de problemas juveniles, como la delincuencia, la afiliación a pandillas, el consumo de sustancias o la prostitución adolescente. El trabajo se cierra con unas reflexiones sobre los riesgos de deslegitimar la respuesta judicial ante la violencia juvenil.

Historia de las encuestas de auto reporte [2]
Los primeros estudios empíricos sobre delincuencia se basaban en fuentes oficiales. Con esta información los criminólogos elaboraron mapas con la geografía del crimen, y en ciertos casos, identificaron algunas características económicas, sociales y demográficas de los agresores. Para los Estados Unidos, estos ejercicios indicaban que el delito estaba concentrado de manera desproporcionada en las zonas más pobres y marginadas de las ciudades y que los condenados por la justicia eran personas de las clases populares o de minorías étnicas.

Ya desde los años treinta se empezó a señalar que este tipo de información no era la más adecuada para el diagnóstico puesto que no daba una idea sobre la delincuencia escondida, que constituía la cifra negra de la criminalidad. Sofía Robinson calculó que el número de delincuentes juveniles se duplicaba cuando se tenían en cuenta algunas agencias no oficiales y no sólo los juzgados de menores. Además, encontró que las características sociales de los infractores dependían mucho del lugar a dónde eran enviados los menores. Concluía que la información judicial no sólo era insuficiente sino engañosa.

Edwin Sutherland dio el impulso inicial a lo que luego habría de convertirse en la metodología de las encuestas de auto reporte. Su trabajo pionero sobre el crimen de cuello blanco sería un gran desafío a la noción generalizada que los individuos de medios sociales favorecidos tenían menos tendencia a infringir la ley. En los años cuarenta, Austin Porterfield publicó Youth in trouble, que constituye el primer trabajo basado en una encuesta de auto reporte. El autor analizó los expedientes judiciales de un poco más de dos mil delincuentes de Texas e hizo una encuesta entre un poco más de 300 jóvenes de las universidades del mismo estado. Encontró que cada uno de los estudiantes era responsable de al menos una de las infracciones consideradas, que estas eran tan serias como las de los delincuentes, pero que muy pocos de ellos habían tenido que rendir cuentas ante la justicia.

En los años cincuenta J.F. Short y F.I. Nye, con un estudio en escuelas secundarias en varias ciudades de los EEUU encontraron, de nuevo, que entre los jóvenes con diferentes antecedentes sociales y económicos, no se encontraban discrepancias significativas en el reporte de infracciones. Los resultados de este estudio estimularon un buen número de trabajos en los que se encontraba que aunque la mayor parte de los jóvenes incurrían en actos delictivos, sólo unos pocos cometían crímenes serios de manera repetida. La relación entre el estatus social y el reporte de infracciones era débil y no reflejaba los hallazgos de los estudios basados en las estadísticas oficiales.

El trabajo de Travis Hirschi, Causes of Delinquency, publicado en 1969 fue tal vez el primer esfuerzo importante por contrastar una teoría de la delincuencia utilizando encuestas de auto reporte. Este libro se convirtió en uno de los más influyentes en la historia de la criminología. Buena parte de los esfuerzos por contrastar teorías del crimen en las últimas tres décadas se han hecho con base en este tipo de metodología.

A finales de los setenta, y ante la persistencia del problema de incoherencia entre las encuestas de auto reporte y las cifras oficiales de delincuencia se iniciaron algunos esfuerzos para examinar la fuente de estas inconsistencias. Se planteó la posibilidad que las encuestas de auto reporte estuvieran captando un conjunto distinto de conductas que las otras dos fuentes. Posteriormente se observó que parte del problema podía originarse en el hecho que una pequeña parte de jóvenes comete un número desproporcionadamente alto de delitos. En las encuestas, estos delincuentes intensivos podrían estar sub representados.

Estos desarrollos en la metodología para recoger información coincidieron con un vuelco en el énfasis de la criminología, en los años ochenta,  hacia la etología de los agresores. El asunto de los pocos agresores intensivos llevó a focalizar la investigación en los delincuentes crónicos.

En 1988 se reunieron en Holanda expertos provenientes de 15 países y acordaron emprender un ambicioso proyecto comparativo de estudios basados en encuestas de auto reporte con un formulario relativamente homogéneo. Los resultados de este ejercicio tienden a confirmar el hallazgo principal de una escasa asociación entre estrato socio económico de los jóvenes y reporte de infracciones [3].

Para América Latina, fuera de las encuestas cuyos resultados se resumen en este trabajo, de un trabajo pionero realizado por Christopher Birbeck en Venezuela y de otro similar llevado a cabo en Colombia [4] es escasa hasta el momento la aplicación de esta metodología.

Incidencia de pandillas, inseguridad y delincuencia
Un resultado que vale la pena destacar de las encuestas de auto reporte centroamericanas es la alta presencia de pandillas en la región. Es útil aclarar que en este ejercicio lo que se entiende por pandilla (o mara) es simplemente lo que cada uno de los jóvenes que respondió la encuesta percibe como pandilla (o mara). No se les suministró a los jóvenes ninguna definición o aclaración previa del término. En los países en los que es corriente el término mara fue ese el vocablo utilizado en el formulario. En los demás países se utilizó el término pandilla. Se eliminó, con preguntas previas, la posibilidad de confusión entre la pandilla y un grupo desarticulado de compañeros o amigos.  

Más de la mitad (57%) de los jóvenes escolarizados –una muestra aleatoria y representativa de esta población- reportan vivir en un barrio en el que operan pandillas y cuatro de cada diez manifiestan tener un amigo pandillero. Alrededor de estos promedios se observan importantes diferencias geográficas: en Managua un 81% de los estudiantes señalan que en el barrio en donde viven operan pandillas, y en Panamá cerca de la mitad de los estudiantes (49%) reporta conocer personalmente un pandillero, para la Zona Metropolitana del Vallle del Sula (ZMVS) las cifras respectivas son del 33% y el 24%. Además, el ordenamiento de los lugares depende del indicador que se utilice.






Gráfica 1
INCIDENCIA DE PANDILLAS
PROPORCIÓN DE RESPUESTAS POSITIVAS ENTRE LOS ESTUDIANTES

Por otro lado, entre los estudiantes el reporte de haber pertenecido a una pandilla es ligeramente inferior al 3%. La incidencia de pandillas dentro del sistema educativo también presenta grandes discrepancias por regiones. La proporción más alta de estudiantes pandilleros se observa en Panamá (5.5%) seguida por Managua (3.4%), el resto de Nicaragua (3.0%), Tegucigalpa (1.8%) y la Zona Metropolitana del Valle del Sula (0.7%). Entre la incidencia máxima y la mínima se presenta una relación del orden de ocho a uno.
Gráfica 2
¿ALGUNA VEZ HAS SIDO PANDILLERO (MARERO)?
PROPORCIÓN DE RESPUESTAS POSITIVAS ENTRE LOS ESTUDIANTES

Llama la atención que es precisamente en los lugares en dónde las pandillas juveniles se denominan maras –Tegucigalpa y San Pedro Sula- que la incidencia de estas agrupaciones, sea cual sea el indicador que se utiliza, es menor. Tanto la presencia de pandillas en los barrios, como el conocimiento personal de uno de sus miembros, como el reporte de vinculación a estos grupos entre los jóvenes escolarizados es menor en las encuestas realizadas en Honduras, donde operan las maras, que en los países en dónde se sigue hablando de pandillas juveniles.

Así, los datos de estas encuestas sugerirían que la mara es un fenómeno menos generalizado entre los jóvenes que la pandilla. No es arriesgado considerar las primeras como entes más organizados que las segundas, como una especie de etapa posterior en su desarrollo. Las agrupaciones transnacionales, como la Salvatrucha son, en efecto, maras. En los países en donde, como Nicaragua, no se utiliza el término mara, son frecuentes las aclaraciones del tipo “aquí aún no han llegado” .

"Son dos realidades distintas, los miembros de la mara Salvatrucha hacen juramentos de fidelidad, todo un rito y pactos para quienes quieren integrarlas, es decir, es un asunto serio como que entres a una sociedad. En cambio, en Nicaragua, los jóvenes entran a las pandillas por diversión, desempleo, falta de alternativas; no se trata de un compromiso, nada que ver con eso" [5]. 

Por otra parte, también se podría plantear que se trata de organizaciones menos impulsivas, mejor organizadas, y más instrumentales en el uso de la violencia que las pandillas. En la mara la violencia tendría más una connotación de guerra que de riña. Incidentes como la masacre de 28 personas que se desplazaban en un autobús en San Pedro Sula, a finales del año 2004, atribuido a la mara Salvatrucha como respuesta al endurecimiento de la política contra la delincuencia juvenil del gobierno hondureño tienden a corroborar esta observación. En la misma dirección apuntan algunos resultados de las encuestas.

Esta en primer lugar el hecho que, con la notoria excepción de Managua, la sensación de seguridad en el barrio entre los jóvenes estudiantes es relativamente más favorable en los lugares donde las pandillas parecen un fenómeno más generalizado. Se observa que sobre la proporción de jóvenes que manifiestan sentirse muy seguros, o la de muy inseguros, la mara parece tener mayor impacto negativo que la pandilla.  La excepción, como se señaló, la constituye Managua.

Gráfica 3
SEGURIDAD EN EL BARRIO - ¿QUÉ TAN SEGURO TE SIENTES EN LAS CALLES DEL BARRIO?
PROPORCIÓN DE ESTUDIANTES QUE SE SIENTEN MUY SEGUROS O MUY INSEGUROS

Puede pensarse que la sensación de seguridad no depende tan sólo de la presencia de pandillas sino de otros factores, como por ejemplo de la delincuencia común. Un interrogante que vale la pena resolver es el de la asociación entre la presencia de pandillas en los barrios y la probabilidad de ser víctima de algún ataque. En el agregado de las encuestas, el hecho que un estudiante reporte que en su barrio hay pandillas incrementa en un 66% la probabilidad de que manifieste haber sido víctima de un ataque criminal. Esta cifra varía bastante entre regiones, siendo muchísimo mayor el impacto de las pandillas sobre la victimización en Panamá (165%) que en la ZMVS (103%), Managua (88%), en Tegucigalpa (82%), y en el resto de Nicaragua (38%). En todas las encuestas este coeficiente es estadísticamente significativo pero está lejos de ser el único elemento que explica las variaciones en la tasa de victimización. En otros términos, la responsabilidad de las pandillas en la pequeña delincuencia varía considerablemente de un lugar a otro.

Lo que sí puede anotarse es que, en todos los sitios en los que se aplicó la encuesta, la presencia de pandillas en un factor importante de inseguridad entre la población joven, que este impacto es mayor que el de la delincuencia callejera y que, en esta dimensión, las diferencias regionales parecen reducirse. En efecto, al calcular cual de estos dos fenómenos -la presencia de pandillas en el barrio o la delincuencia- tiene mayor repercusión sobre la percepción de seguridad en los jóvenes se encuentra que el impacto del primero es mayor, y más significativo en términos estadísticos.

Gráfica 4
PANDILLAS, VICTIMIZACIÓN E INSEGURIDAD
CAMBIO (%) EN LA PROBABILIDAD DE SENTIRSE MUY INSEGURO
POR EFECTO DE PRESENCIA DE PANDILLAS EN EL BARRIO O HABER SIDO VÍCTIMA


De estos resultados, llama la atención, por lo bajo, el impacto de las pandillas sobre la sensación de inseguridad de los estudiantes en Panamá, que es casi la mitad del que se observa en promedio en las demás encuestas.

Con base en estos resultados, se puede señalar que un buen indicador de la incidencia de pandillas –el que capta de manera más clara el impacto sobre la percepción de inseguridad- es el que se basa en el reporte, por parte de los jóvenes, sobre la presencia de pandillas en sus barrios. Así, parecería conveniente avanzar en la dirección de complementar, y contrastar, la información sobre influencia de pandillas que normalmente llevan las autoridades de policía, o las ONGs interesadas en el fenómeno, con encuestas realizadas entre una muestra representativa de la población estudiantil.

Por otra parte, y de nuevo en apoyo a la idea de una diferencia entre la incidencia cuantitativa y la intensidad del fenómeno de las pandillas, se observa que es en aquellos lugares en los que aparece más generalizada la presencia de pandillas en donde estas agrupaciones parecen tener un menor poder efectivo sobre la vida del barrio.

En cuanto al auto reporte de infracciones, si se analizan las discrepancias entre los pandilleros y los jóvenes vinculados al sistema escolar se corrobora la impresión de diferencias básicas entre la pandilla y la mara. Parecería que, de nuevo con la excepción de Managua, en los lugares en dónde operan maras hay una mayor discrepancia entre la incidencia de infracciones cometidas por los pandilleros y por los estudiantes. En otros términos, se podría sugerir que las maras tienden más a monopolizar las infracciones que las pandillas. Mientras que en Tegucigalpa o San Pedro Sula, territorios mareros, el porcentaje de pandilleros infractores supera en cerca de 80 puntos el de estudiantes, en Panamá la diferencia se reduce al 50%.


La riqueza no es vacuna contra la violencia
“Los verdaderos pobres de este mundo padecen a los ricos y se destruyen unos a otros, pero no causan masacres entre nosotros. Sólo atacan los que ansían la primacía, no los que padecen la marginación” [6].

Esta observación de Fernando Savater para desafiar lo que él denomina las explicaciones conmovedoramente burguesas -como la pobreza, la injusticia, los atropellos bélicos- para el terrorismo islamista se puede extender al fenómeno de las pandillas y las maras, para las cuales sigue siendo común la referencia a la precariedad económica como factor determinante de las conductas violentas de los jóvenes.

De acuerdo con una hipótesis, que se hace a veces explícita, la pobreza sería una condición necesaria de vinculación a las pandillas: se plantea, a veces sin atenuantes, que todos los pandilleros son pobres. Se da por descontado que no existen bandas con agresores provenientes de familias acomodadas. La riqueza sería una especie de vacuna contra el delito y la violencia.  

“En todos los casos, los pandilleros o mareros son personas pobres, jóvenes de barrios marginales, en su mayoría del ámbito urbano,  muchachos expulsados de las escuelas, desempleados, abusados, integrantes de minorías en busca de identidad social o colectiva; como se dice popularmente, gente de la calle” [7] .

Lo que rara vez se hace explícito cuando se afirma que los pandilleros son de origen humilde es que, casi siempre, el diseño mismo de los trabajos de los que se deriva esta observación hace que este sea un resultado inevitable, puesto que los jóvenes que se estudian o entrevistan se escogen, no de manera aleatoria para representar a la población, sino en los barrios populares.

Los datos de las encuestas de auto reporte, no avalan la afirmación que todos los pandilleros son de escasos recursos. O que han sido expulsados de la escuela. En la totalidad de los lugares en los que se realizó la encuesta hay reportes de haber estado vinculado a una mara o pandilla entre los estudiantes. Y entre mareros y pandilleros, no son escasos los que dicen pertenecer a las clases medias y altas. Con la posible excepción de la encuesta realizada en San Pedro Sula, en Honduras, y en dónde hacer parte de las clases favorecidas aparece como un factor que casi elimina la posibilidad de la vinculación a las maras, en los demás lugares en los que se aplicó la encuesta, entre el 5% y el 15% de los jóvenes con situación económica muy favorable reportan haber estado vinculados a las pandillas o a las maras.

Gráfica 5
INCIDENCIA DE PANDILLAS EN LAS CLASES ALTAS  POR REGIONES
PROPORCIÓN (%) DE JÓVENES DE CLASES ALTAS QUE REPORTAN HABER SIDO PANDILLEROS

Entre los pandilleros que respondieron la encuesta, cerca de la mitad se sitúan en la clase más baja. Pero el 26% considera que pertenece a la clase media baja, el 18% se sienten de clase media y un no despreciable 10.4% manifiesta pertenecer a las clases más altas. Alrededor de este promedio se dan diferencias regionales. En Panamá, es baja la fracción de pandilleros (3.5%) que dicen pertenecer a la élite. En Tegucigalpa, por el contrario, un impresionante 42.5% de los mareros manifiestan hacer parte la clase social más alta.

Gráfica 6
ELITIZACIÓN DE LAS PANDILLAS  POR REGIONES
PROPORCIÓN (%) DE PANDILLEROS QUE MANIFIESTAN PERTENECER A LAS CLASES ALTAS

No hay información suficiente en las encuestas para saber cual fue el recorrido que hicieron estos jóvenes para llegar a ser pandilleros que sienten pertenecer a la élite. No se sabe si se trata de señoritos que se volvieron pandilleros o de jóvenes que ascendieron socialmente gracias a la pandilla. Desde la perspectiva de los programas de prevención de la violencia juvenil, ambos escenarios son pertinentes tanto para el diagnóstico como para las recomendaciones de política pública.

Si se trata del primer escenario, el grupo de señoritos pandilleros presenta un gran interés analítico, porque su estudio y comprensión permitiría avanzar y sofisticar el diagnóstico de la violencia. El hecho que jóvenes para quienes no aplica el discurso del rebusque, que no viven hacinados, ni les faltan recursos para ocupar sus ratos de ocio, con acceso a canchas o piscinas privadas, también se vinculen a las pandillas es un desafío a la idea implícita que las buenas oportunidades económicas constituyen una especie de vacuna contra la violencia juvenil. Lo que, como se vió en otro capítulo, sí se puede señalar es que los pandilleros con buena posición social son menos vulnerables a la actuación de la justicia. Este es un resultado recurrente de las encuestas de auto reporte realizadas en distintas partes del mundo.

Los adolescentes violentos de buena posición social constituyen una materia prima idónea para las organizaciones paramilitares, vigilantes, o los mal llamados grupos de limpieza social que, en últimas, contribuyen a espirales de violencia por retaliaciones y venganzas privadas, socavan las instituciones y limitan el alcance de los programas de prevención. Si, además, se trata de jóvenes que cuentan con recursos para adquirir armas, y aportan a la pandilla aptitudes empresariales, facilidad para comprar impunidad, capacidad de liderazgo o de subcontratación del trabajo sucio, contactos en los organismos de seguridad, su impacto sobre las organizaciones violentas puede ser importante, así su número sea muy reducido.

El segundo escenario, los pandilleros que en pocos años suben toda la escalera social, no es menos pertinente pues muestra las limitaciones de los programas de reinserción basados en el aprendizaje de oficios modestos y sugiere que, desde una perspectiva económica, la pandilla sería no una simple tabla de supervivencia sino una alternativa para enriquecerse de manera expedita.

La experiencia colombiana es rica en ejemplos de jóvenes de buenos ingresos y posición social que se involucraron con organizaciones armadas, o que las crearon. Los líderes del Cartel de Cali iniciaron con el secuestro de un compañero de las aulas universitarias un próspero negocio de drogas. Ricardo Palmera, un alto ejecutivo bancario, se vinculó a las FARC e impulsó con sus conocimientos sobre las finanzas de las víctimas la industria del secuestro en su región. La cúpula inicial del ELN, estuvo compuesta por la élite estudiantil universitaria de los años sesenta. Los líderes de los grupos paramilitares nunca tuvieron problemas económicos. También sobran los ejemplos de descomunales fortunas amasadas en pocos años por jóvenes intrépidos en organizaciones criminales. Queda claro en los pocos testimonios disponibles de pandilleros de clase alta [8] que su escenario no es la calle, sino el interior de los condominios, o los clubes. Al actuar en territorios privados, las pandillas de ricos son menos visibles, y es menos probable que hagan parte de las entrevistas que con frecuencia se utilizan para inferir que la precariedad económica es una característica de los violentos.

Las bandas de niños bien no son una peculiaridad colombiana. Un joven Guatemalteco señala en un grupo focal sobre pandillas que “sí hay maras en su colonia, pero no pobres, sino de cierto nivel social” [9]. Tanto en Brasilia, en Río de Janeiro, como en Sao Paulo, Brasil, han sido detectadas bandas juveniles entre las clases altas [10]. Una periodista acuñó el término silver-spoon gangs [11], para describir los jóvenes pudientes que en Brasil agreden y asaltan. En Trinidad y Tobago los llamados posh gangs, reclutan sus miembros entre las clases medias y altas. Algunos de ellos, en su mayoría dedicados al tráfico de drogas, cuentan con un empleo en paralelo [12].

En Centroamérica existió cierto interés, durante los años noventa, por la maras que operaban en los colegios, pero ahora merecen poca atención. Incluso quienes hacen énfasis en la pobreza como condición para las pandillas dejan entrever la existencia de grupos acomodados sin que eso amerite mayores comentarios. Por ejemplo, al hablar de la vida loca de las maras, Liebel (2002) la define como “la sensación que trae la lucha de la propia banda con bandas rivales de otros barrios, con otros jóvenes burgueses que se creen más que ellos”. En un trabajo titulado “clases medias: violentas y organizadas” se señala la alta incidencia, en San Pedro Sula, de violencias de niños ricos [13].  No menos pertinente como desafío a la teoría de la pobreza es el llamado matoneo, o bullying, en los centros escolares -agresiones verbales y físicas- algo que apenas empieza a despertar la atención en distintos países, y que también puede detectarse en los datos de las encuestas realizadas en Centroamérica [14]. Igual de pertinente para desvirtuar la asociación simple entre violencia y pobreza, es el ejemplo de organizaciones criminales que reclutan personas de alta clase social, con estudios y con buenos contactos [15].

La poca atención que han recibido los violentos ricos se debe en parte a que son menos numerosos y visibles en público. Pero esta explicación es insuficiente. Algunos factores ideológicos han podido contribuir a perpetuar la idea de una asociación automática entre pobreza y violencia. El primero, sobre el cual no vale la pena profundizar, es la influencia de esquemas que asimilan la violencia juvenil a una forma de rebelión contra una sociedad injusta: se plantea que el joven pobre es violento porque está protestando, y para que deje de hacerlo se debe transformar la sociedad.  Una segunda influencia, más difusa, es la que pudo tener la literatura de los inicios de la industrialización. En efecto, personajes como Oliver Twist, de Charles Dickens, Gavroche de Honorato de Balzac, o Tom Sawyer de Mark Twain, encuadran bien en la figura contemporánea del pandillero que, sin más salidas, tiene que delinquir para sobrevivir y, por esa razón, genera sentimientos de comprensión y aceptación de sus desvanes y su picardía. Un ilustre estudioso de las pandillas centroamericanas establece explícitamente este paralelo y hace el elogio del vago de la literatura.

“Mark Twain convirtió en héroe a un paria y creó un personaje genial que hacía ácidas críticas a las instituciones educativas de su época. En este contexto resulta lúcida la célebre sentencia de Twain: No permitas que la escuela interfiera con tu educación. Twain bendijo el oficio del rebelde: fustigar el orden establecido, ridiculizar los lugares comunes, socavar los cimientos aparentemente sólidos de las instituciones. Twain penetró en el espíritu de los rebeldes de los agitados tiempos de la fiebre del oro, tiempo de cambios acelerados, movilidad social, marginación y delincuencia” [16].

Algunas referencias literarias permiten desafiar esta ingenua idealización de los pandilleros y mareros contemporáneos que, sin la menor duda, son más violentos, sobre todo con las mujeres, que los traviesos personajes decimonónicos. En La Mara, novela que puede considerarse un reportaje sobre lo que ocurre en la frontera entre Guatemala y México, está descrita en detalle la caza de mujeres por mareros al acecho de los trenes de emigrantes detenidos para el control de documentos por las autoridades.

“Los de la Mara Salvatrucha saben a quien agarrar y por qué, batos locos  … cantan regué y fuman y tragan pastillas y toman de las botellas y se abrazan entre ellos y se ríen, se quitan la ropa a jalones, tasan a las hembras, las camelan, les gritan, se echan sobre cinco mujeres que Ximenus sabe serán batidas a estrujones … Aquella que se resiste en los puros ruegos, en las invocaciones a la familia que tienen, en la piedad por la madrecita sagrada de ustedes y el Poison que la familia de la clica es la clica y nomás la clica … o la regordeta de más allá que pide perdón por sus hijos, y Jovany dice que nadie tiene hijos, que los putos papás valen lo que valen las lágrimas, y aquella mujer, la de junto al laurel, esa ya no llora, está con los brazos caídos y es desgajada por varios … la que Ximenus sabe y los tatuados también que no se levantará nunca más de sus mismos líquidos, nunca” [17].

También pueden ser ilustrativas algunas caricaturas de señoritos violentos, que también las hay en la literatura, contemporáneos de pilluelos como Tom Sawyer o Gavroceh pero más cercanos a la tierra de la mara. La descripción literaria es útil no tanto para despertar empatía, sino porque una vez se despoja al joven violento del ropaje ideológico de la pobreza, pueden surgir pistas para comprender un poco mejor sus actuaciones. En Gringo Viejo, Carlos Fuentes relata cómo los excesos en las haciendas a veces no pasaban de ser simples deslices de parranda juvenil, artificios para que los jóvenes de la élite no se aburrieran durantes sus vacaciones.

“Se aburrían: los señoritos de la hacienda sólo venían aquí de vez en cuando, de vacaciones. El capataz les administraba las cosas. Cuando venían, se aburrían y bebían coñac. También toreaban a las vaquillas. También salían galopando por los campos de labranza humilde para espantar a los peones doblados sobre los humildes cultivos chihuahuanenses, de lechuguilla, y el trigo débil, los fríjoles, y los más canijos les pegaban con los machetes planos en las espaldas a los hombres y se lanzaban a las mujeres y luego se las cogían en los establos de la hacienda, mientras las madres de los jóvenes caballeros fingían no oír los gritos de nuestras madres y los padres de los jóvenes caballeros bebían coñac en la biblioteca y decían son jóvenes, es la edad de la parranda, más vale ahora que después. Ya sentarán cabeza. Nosotros hicimos lo mismo”.

El señorito violento no es una simple figura literaria creada por Fuentes. Los datos de las encuestas señalan que este personaje es estadísticamente relevante. Además, la historia de jóvenes sanguinarios sin mayores dificultades económicas, pertenecientes a las élites, es larga. Tal vez más que la de los adolescentes pobres que se pelean entre sí, o que se rebelan contra una sociedad injusta. En la antigua Grecia, la formación de bandas violentas era un asunto de jóvenes de las familias ricas [18]. En los tumultuosos siglos XI y XII en Europa, las luchas eran entre señores feudales que reivindicaban privilegios para no pagar, y para cobrar, impuestos. Al principio del renacimiento en Venecia, la mitad de los ataques contra las autoridades de la ciudad eran cometidos por los nobles [19]. Las crónicas de las ciudades andaluzas durante los siglos XIV y XV muestran no sólo una intensa violencia ejercida por las élites sino una asociación entre estas, las bandas y la prostitución [20]. La presencia de jóvenes de buena condición económica fue definitiva en el aumento de la violencia en las ciudades medievales. Los registros de Lille en el siglo XIV mencionan un “gusto inmoderado de los jóvenes burgueses por las agresiones brutales” [21]. Ciudades universitarias con importante número de scolares muestran alta incidencia de delitos de sangre [22]. Frevert (1998) señala que, en las ciudades europeas durante el siglo XVII, los estudiantes eran particularmente propensos a las conductas agresivas y al uso de la fuerza. Parte sustancial de la dinámica de la violencia en esa época se explica por las interminables cadenas de venganzas, las faidas. Algo que remite de inmediato a uno de los elementos claves en la continuidad de las pandillas centroamericanas en la actualidad, el llamado traido.

Con estas observaciones no se pretende postular una teoría de la violencia con el signo opuesto a la de la precariedad económica. El hecho de ser rico, como el de ser pobre, es un indicio débil de propensión a las agresiones.  Esto es lo que muestran con claridad los resultados de las encuestas.

Gráfica 7
AUTO REPORTE DE AGRESIONES POR CLASE SOCIAL - PANDILLEROS Y RESTO
PROPORCIÓN DEJÓVENES QUE REPORTAN HABER AGREDIDO A ALGUIEN POR CLASE SOCIAL, AFILIACIÓN A PANDILLAS Y ESCOLARIDAD
ESTUDIANTES
NO ESCOLARIZADOS
Además, el abanico de infracciones y delitos de los señoritos de clase alta es similar al de los pandilleros de los barrios populares: lo que se pueda [23]. Incluso arreglar que unos narcotraficantes apoyen financieramente una campaña presidencial, y sustraer una parte de los recursos. Lo que los distingue es, tal vez, su profundo convencimiento que, como se dice en Colombia, la “justicia es para los de ruana” [24].

Se puede pensar que si los niños bien, logran evitar las pesquisas penales, les resulta aún más fácil esquivar las investigaciones académicas y sociológicas. Tal vez sea esa la razón para que se hable tan poco de los señoritos violentos en los trabajos que inspiran las políticas públicas para prevenir pandillas y delincuencia juvenil.

El silencio sobre el gang rape
Un caso recurrente de agresión perpetrada por los hijos de las élites y que resulta imposible de encajar en la teoría de la precariedad económica es el de la violencia sexual en la que, con frecuencia, y como bien lo ilustra el relato del Gringo Viejo, el victimario es de posición social más favorable que la víctima.

En las ciudades europeas en la Edad Media, la violación no afectaba por igual a todas las mujeres. En Venecia, por ejemplo, 84% de los casos de agresión sexual en los que los nobles reconocen su responsabilidad eran sobre jóvenes artesanas u obreras [25]. En uno de los pocos juicios por los llamados feminicidios ocurridos en Ciudad Juárez, en la frontera de México con los EEUU, y en los cuales han sido asesinadas más de trescientas mujeres jóvenes en su mayoría trabajadoras humildes de las maquilas, uno de los acusados, Sharif Sharif, cuenta la historia de Alejandro, “un mexicano veinteañero, blanco, rico y prepotente que se enamoró en 1990 de una adolescente humilde llamada Silvia, morena, delgada, de cabellera larga … La muchacha aquella se negó a tener amores con él, y a mediados de aquel año, Alejandro la mató por despecho. Jamás se le investigó, ni se le detuvo por ese crimen: la familia de Alejandro había pagado a las autoridades para evitarlo” [26].

Versiones contemporáneas del llamado derecho de pernada persisten en el sector rural de varios países latinoamericanos. Igualmente difíciles de encajar en el guión tradicional de la violencia generada por la pobreza son los casos de abuso sexual, que constituyen un significativo detonante de una variada gama de problemas juveniles, incluyendo la afiliación a pandillas, y que tampoco pueden considerarse monopolio de las clases populares [27].

Los datos de la encuesta también sugieren este patrón que parece generalizado para la violencia sexual: víctimario rico, víctima pobre. Aunque no existe información directa sobre la posición social relativa de las partes en los incidentes de violación, la información agregada muestra un perfil que autoriza esta conjetura. Por una lado, entre las jóvenes de clase baja el reporte de haber sido víctima de una violación es el doble del que se reporta en la clase alta, tanto para las estudiantes –muestra que es aleatoria y representativa- como para las desescolarizadas. Entre los victimarios, por el contrario, el reconocimiento de haber participado en una violación es el doble entre los jóvenes de la clase alta, pandilleros o no.

Gráfica 8
AUTO REPORTE DE VIOLACIONES POR CLASE SOCIAL
PARA CADA CATEGORÍA  PROPORCIÓN DE JOVENES QUE REPORTAN VIOLACIÓN POR CLASE SOCIAL, GÉNERO Y ESCOLARIDAD
MUJERES VÍCTIMAS
HOMBRES VICTIMARIOS

Queda claro, de nuevo, el papel de la pandilla como catalizador de la violencia sexual. Conviene anotar que estos resultados son estadísticamente significativos. Para las mujeres víctimas, la mejoría de clase social –pasar de baja a media o de media a alta- reduce en un 17% la probabilidad de reportar una violación. El estar vinculada al sistema educativo disminuye un 44% esos chances y vivir en un barrio con pandillas aumenta el riesgo en un 73% [28]. Para los hombres, por el contrario, el mayor estrato social implica un incremento del 37% en la probabilidad de haber participado en una violación, mientras que el estar vinculado a la pandilla lo hace en un 1370%; además que se perciba que la pandilla manda en el barrio aumenta esos chances en un 65% [29]. Para los hombres, ni la edad, ni la vinculación al sistema educativo, muestran un efecto significativo sobre el ejercicio de la violencia sexual.

Estos resultados corroboran lo señalado en otro capítulo: la presencia de pandillas o maras en los barrios incrementan de manera significativa el riesgo de violencia sexual contra las mujeres. Además, diversos testimonios son reiterativos sobre un tipo peculiar de ataque sexual, el gang rape.

“Las violaciones se convirtieron en cosa común en Las Lomas. Comenzaron como incidentes aislados, luego se hicieron un modo de vida. Algunos pensaban que este ritual había empezado con gente de afuera, no de Las Lomas. Otros decían que había comenzado con un vato que estaba loco, pero los demás siguieron el ejemplo, porque los ataques les daban un chueco sentido de poder[30].

“Nosotros andábamos armas de las buenas, asaltábamos a los carros que entraban a vender al reparto. Nos metíamos en las chantis (casas) a robar todo lo bueno que hubiera y no nos importaba matar a seis que fueran. Y sin compasión. También violábamos a chavalas y mujeres viejas. Igual en la calle. Si alguien nos bombiaba (delataba), le pasábamos la cuenta … Ella hasta ‘pipito’ me decía. Se hacía pasar por broder mía. Entonces yo me descobijo y me voy para mi chante. Pero ya voy malo. En ese momento decidí que todos los de mi pandilla la agarraríamos por la fuerza. La chavala es polaca (fácil). Un día la invité a la escuela cuando ya estaba vacía, y ahí cité a los broderes. Le caímos como 25. Y además le corté el pelo con una tijera. A mí no me cuadran las violaciones, pero es que esa chavala era bombina” [31].

“A otros, ya drogos, les agarra por andar buscando mujeres y querer violarlas. Incluso aquí; hay bastantes chavalos aquí en la cuadra que les gusta. Ese es su hobby. Cuando ya andan bien locos te roban, te puñalean y si pueden te agarran, y si pueden palmar te palman. Y si andás con tu jañita, papá, se la tiraron, y frescos. Se fueron y eso quedó impune. Por el temor de la gente: si ponés una denuncia, esos me van a palmar” [32].

“(Wendy) estaba parada frente a una glorieta de la colonia Lusiana de San Pedro Sula cuando fue tomada a la fuerza por pandilleros de la MS, quienes la llevaron a una casa de ese mismo sector. Ahí cada uno de los miembros de la pandilla abusó sexualmente de ella, mientras trataban por la fuerza de drogarla y ante su resistencia comenzaron a golpearla y amenazarla con que la matarían. Cuando todos habían saciado sus bestiales instintos, estos pandilleros decidieron hacer negocio con la muchacha, de manera que corrieron al voz que cobraban cincuenta lempiras por la persona que quisiera tener relaciones con la joven ... Wendy pudo identificar a los pandilleros pero ha decidido no denunciarlos porque está convencida que no van a hacer nada contra ellos” [33].

La práctica del trencito, que consiste en obligar a una joven a ofrecerse sexualmente a los varones como condición para ingresar a la pandilla, constituye un rito de iniciación común con las jóvenes que ingresan, confirma la relevancia del gang rape. Este trencito está relativamente extendido y ha sido identificado, con el mismo nombre, como novatada para las mujeres entre los ñetas, una banda de puertorriqueños, dominicanos y ecuatorianos con ramificaciones en España [34].

No faltan en Centroamérica observadores comprensivos que logran detectar en las relaciones sexuales en las pandillas, que se inician con un trencito, un modelo de emancipación de la mujer. Y que se las ingenian para ver en estos rituales ciertas “señas de equidad con las mujeres” o para sugerir denominaciones aún más inocuas, como donando amor, para el gang rape.

“En el caso de las mujeres, el ritual de admisión tiene variaciones. Se les exige que lleven a cabo peleas, pero también existe la práctica de "el trencito", del "donando amor". Una chica cuenta: "Una vez yo andaba bien loca, y cuatro batos de la clica me dijeron que me soltara la greña. Yo les dije que no, que para eso me había brincado a golpes, y uno de ellos me dijo: Mira loquita si no soltás te vamos a descontar, mejor que sea por las buenas. Y pues, yo bien drogada, ¿qué hacía? Ni modo, ya me tocaba y pasaron los cuatro por mí". Después de un ritual así, la chica es admitida y tiene que contar con más ataques parecidos.  Por encima de todo se espera de las mujeres lo mismo que de los hombres, sea en peleas con otras pandillas o con la policía o sea en "los vaciles". El trato irrespetuoso de los chicos con las chicas da lugar a discusiones. Y no se practica en todas las pandillas de la forma descrita. Hay maras en las que se prohibe de forma expresa el reparto discriminatorio de roles que afecta normalmente a las mujeres en la sociedad, y las mujeres viven en posición de igualdad, e incluso llevan la voz cantante. Esta equidad abarca también la homosexualidad. Mientras que en las sociedades centroamericanas se considera generalmente la homosexualidad como algo anormal, como una enfermedad, en muchas pandillas centroamericanas se practica de manera abierta entre las mujeres y entre los hombres, no siendo motivo de discriminación. En el estudio de AVANCSO, la mitad de las mujeres reconocieron haber tenido relaciones lésbicas, lo que no excluye tener relaciones con hombres [35].

En su libro Dans l’enfer des tournantes (En el infierno del gang rape [36]) Sabrina Bellil, una joven francesa hija de inmigrantes que fue violada dos veces a los catorce años por la banda de amigos de su primer novio, ofrece algunos detalles del ambiente en el que en algunos barrios se dan las relaciones entre el poder adolescente y la violencia sexual, que casi siempre se ejerce en grupo, el gang rape.

“Me sentía entre dos fuegos. Todo se precipitaba en mi cabeza y yo no sabía en donde se encontraba la verdad. Me sentía aplastada por las obligaciones arbitrarias de mi medio y mi sueño de libertad. Quería ser libre, no vivir sometida, ni encerrada en la casa, como aquellas que veía a mi alrededor. Quería la misma libertad de un tipo: respirar, disfrutar la vida, qué más natural? … A los trece años, ser rubia o morena le importa poco a los jóvenes, lo esencial es tener un culito lindo… Jaïd era el caliente del barrio, el que había que respetar, aquel cuyos deseos eran órdenes. Yo tenía trece años, él diecinueve … Jaïd era el cañón del barrio. Un cuerpo a la Bruce Lee gracias al box tailandés … Era temido y respetado, tenía influencia sobre toda la banda y el vecindario … Me derretía como un hielo frente a él. Era demasiado para mí. Uno de los grandes del barrio, tan buen mozo, tan respetado que se interesara en una niñita de mi edad, no me lo podía creer. Tenía su pareja y eso no le impidió echarme carreta … Jugaba conmigo y yo boba … En el barrio me volví la meuf (mujer) de Jaïd, y eso cambiaba mi vida. Me tenían consideración, me respetaban… (A él) yo quería sobre todo impresionarlo, ser como él, una dura, temida y respetada. Una pequeña kamikaze que se burla de todo y no le tiene miedo a nada … No me daba cuenta que nuestra relación era extraña. Yo no comprendía muy bien que era su meuf sin serlo realmente. Nuestra relación consistía en vernos algunas veces. Me llevaba o a un rincón o a su casa para echarse su golpe. Yo era una marioneta entre sus manos … Progresivamente dejaron de respetarme. Una pequeña reputación sulfurosa me seguía gracias a Jaïd, que contaba a mis espaldas a la banda el detalle de nuestros encuentros … A partir del momento en que encontré a Jaïd cambié terriblemente. Para los profesores, los asistentes sociales y mis padres pasé, en un año y medio de una niña difícil a una irrecuperable ” [37].

No es posible sin información adicional, saber qué tan representativa de las relaciones de pareja entre los jóvenes de los suburbios parisinos es la historia de Sabrina. Mucho menos si se trata de la misma dinámica que se presenta en las ciudades centroamericanas. No abundan en la región los libros escritos por jóvenes pandilleras, y es poco el interés que sus experiencias sexuales forzadas han despertado entre los analistas. Pero se puede anotar que ciertos elementos claves coinciden. Y que la historia de Sabrina podría servir para ilustrar y comprender lo que muestran los datos de las encuestas. Se verbaliza el atractivo que ejercen los violentos, como protectores, sobre las mujeres más jóvenes. Se percibe la cercanía, la amistad, el noviazgo, entre los victimarios y las víctimas de violaciones. Sobre todo, un tema recurrente en los testimonios, y los trabajos académicos que tratan a toda costa de minimizar su gravedad, está descrita la lógica del trencito,  el gang rape.

Es fácil presumir que la tendencia a acaparar mujeres que la pandilla somete sexualmente es un gancho eficaz para reclutar adolescentes cargados de hormonas. Tal escenario no es simple especulación [38]. Un escenario útil para ilustrar esta tendencia, puesto que también filtra la cuestión de la precariedad económica, es el de las pandillas de inmigrantes latinos en España. En 1999 llegaron a Galapagar, un pequeño pueblo de la Comunidad de Madrid, cinco Latin Kings que ya habían sido coronados en el Ecuador. Pronto se trasladaron a la capital. Su primera labor como grupo fue empezar a reclutar chicas de su nacionalidad.

“King Ñatín y los demás habían comenzado por los bares de copas frecuentados por latinoamericanas. Sus novias ya se habían integrado a la banda con sus propias reglas de comportamiento. La más significativa fue quizá la prohibición de relacionarse con hombres que no fueran reyes coronados de los Latin Kings, o la obligación de guardar luto de seis meses si dejaban de ser pareja de cualquiera de la banda. Desobedecer aquello les traería complicaciones. Eric (el líder) le daba gran importancia. Por un lado se reservaba varias reinas a su disposición, ya que el no tenía ninguna norma que cumplir al respecto; y por otro, mantenía el gancho de las chicas para reclutar nuevos miembros ansiosos de forma parte de aquella vida loca de raperos … También tenían una cantera inmensa de aspirantes, la que formaban todos los institutos de los distritos latinoamericanos de Madrid … una banda de barrio (se transformó) en una especie de movimiento rapero que se extendía lento pero seguro a otros barrios como Carabanchel, Villaverde  o Vallecas … (Uno de los policías que los investigaba comenta) Esto es como la parada nupcial del Urogallo, meneando sus plumas para atraer a las incautas … Han llegado dos al instituto, y dos horas después, se alejan rodeados de niñas deseosas de convertirse en la novia del más malo del barrio. En unos días, varios chicos del colegio querrán ser como ellos; o peor, ser ellos mismos miembros de pleno derecho de la banda … Entre los años 2000 y 2001 decenas de chavales habían picado el anzuelo de una supuesta vida loca de sexo y violencia y se estaban integrando a la banda. La organización crecía al mismo ritmo de la musculatura de Eric o el número de tatuajes de su piel” [39].

A principios de 2003 Eric fue detenido por dirigir una serie de atracos y violaciones colectivas. En la historia de los Latin Kings y de su pandilla apéndice, las Latin  Queens hay episodios que ilustran el escenario de agresiones por problemas de parejas y de celos. “En la Plaza de la Cebada se registraron varias agresiones por parte de las reinas latinas. El motivo siempre fueron los celos, y el castigo un puntazo con la navaja, preferentemente en el trasero de  las golfas que con malas artes querían arrebatarles a sus hombres” [40]. Una Latin Queen corrobora con su testimonio la estrategia explícita de monopolizar mujeres para la pandilla.

"No puedes fumar hasta que no cumples los 18 años, y sólo te puedes enrollar con chicos latin kings. Si luego rompes con el chico, tienes que guardar un luto de seis meses y durante ese tiempo no liarte con nadie más … (Como castigo por incumplir las normas) te tenías que quedar quieta mientras una reina te pegaba durante 30 segundos, o 60, o tres minutos: te daba puñetazos en el cuerpo y bofetones en la cara" [41].

Si se registran peleas de pandilleras por motivos de pareja y de celos, no es un despropósito pensar que esa es una eventual razón detrás de algunas de las innumerables riñas, peleas, batallas y verdaderas guerras en las que participan, en todos los lugares donde se ha detectado su presencia, los pandilleros centroamericanos.

La necesidad de despolitizar el diagnóstico
El meollo del debate político en torno a lo que deben hacer las comunidades frente a la violencia juvenil en Centroamérica es el papel de la respuesta policiva y judicial. Recomendar que se le asigne prioridad a la prevención en el sistema educativo  sobre la represión policial [42] no implica desconocer la necesidad de complementar la una con la otra.  Es alrededor de la represión que la visión ideológica del problema lleva a planteamientos más ingenuos e inconsistentes. Por ejemplo, el guión tradicional de la continuidad de las violencias, desde la conquista de los españoles, a las dictaduras impuestas por el Tío Sam, pasando por las masacres campesinas y el genocidio indígena para llegar a la Mara Salvatrucha, que representaría una especie de emancipación a esa cadena de opresiones es algo que se ofrece para deslegitimar cualquier forma de represión pero que no alcanza a pasar el escrutinio de los datos, ni de los testimonios, ni del sentido común.

Deslegitimar de manera sistemática -aportando como único argumento un marco conceptual e ideológico heredado de la guerra fría- la respuesta judicial que el Estado debe dar ante los crímenes graves, como rutinaria y automáticamente se hace en cualquier democracia desarrollada, contribuye poco a la solución de la violencia juvenil. La razón es simple. Ante un homicida, o un grupo de violadores, por jóvenes que puedan ser, si el Estado y las instituciones judiciales no dan una respuesta adecuada, léase acorde con la ley, es muy probable que la familia, la gente cercana a las víctimas o quienes se sientan vulnerables de serlo en el futuro, tomen algún tipo de retaliación privada, más represiva y sanguinaria que la contemplada en cualquier código penal contemporáneo.

A nadie que haya sufrido de cerca la violencia de los mareros se le pueden ofrecer por respuesta argumentos académicos como que se trataba de jóvenes marginados buscando construir su identidad. La adecuada respuesta judicial ante la violencia extrema es, además, la única manera de defender a los victimarios de las venganzas privadas, siempre más sanguinarias y sin control que las oficiales.

Una cosa es decir, como ya se acepta universalmente, que la respuesta judicial debe seguir procedimientos precisos y estrictos que respeten los derechos humanos de los agresores. Otra bien distinta es asegurar, deslegitimando esa respuesta, que la represión no sirve sino que hace parte integral del problema. Y otra aún más grave es hacer caso omiso de las víctimas y afectados por la violencia de las pandillas quienes pueden, a partir de un doloroso suceso, dedicar todas sus energías a la búsqueda de ajusticiamientos privados.

En materia de diagnóstico una consecuencia lamentable de la aversión visceral de algunos analistas ante la justicia oficial es la manipulación de la evidencia sobre algunos hechos violentos para presentarlos de tal manera que aparezcan, en forma independiente de las circunstancias en que se dieron, como una conspiración de las autoridades contra las clases oprimidas.

Por ejemplo, el misterio en torno a la autoría de los incidentes de feminicidio se ofrece con frecuencia como indicio para involucrar a los gobiernos. Son comunes, para sustentar tal tipo de sospechas, las analogías con los abusos cometidos por los militares en medio del conflicto armado de los años ochenta. A pesar de que existen drásticas diferencias en cuanto a las características de las víctimas y de las circunstancias de los atentados, se repite la alusión a la continuidad de la violencia contra las mujeres [43]. Es común recurrir a una especie de conspiración entre las autoridades y los medios de comunicación para atribuir tales incidentes a las pandillas juveniles. “Es muy peculiar el intento de las fuerzas de seguridad y de los medios de comunicación del área de achacar a las maras todos los actos delictivos, incluida la totalidad de los asesinatos de mujeres, sin realizar las debidas investigaciones” [44].

El tratamiento que se le ha dado al feminicidio ilustra las limitaciones y los riegos de un diagnóstico politizado, ideológico y poco sensible a la evidencia. Es claro que cuando se trata de encajar uno de los incidentes que universalmente se pueden asociar a la actuación de bandas y pandillas juveniles, como son las violaciones colectivas, en un guión poco sexual y en exceso político, no es mucho lo que se puede avanzar en comprender la dinámica de la violencia juvenil, ni mucho menos en prevenirla.

Son múltiples los testimonios según los cuales durante el conflicto armado guatemalteco, mujeres indígenas fueron objeto de violación y tortura, antes de ser asesinadas por los militares con un procedimiento casi rutinario [45]. Pero la supuesta continuidad entre este tipo de agresiones, por parte de soldados contra mujeres indígenas campesinas en medio de un conflicto armado, y los feminicidios actuales, urbanos, en buena parte cometidos por mareros contra mujeres con escasa vinculación política es poco convincente. Uno de los eventuales vínculos entre las dos situaciones, la impunidad de los agresores, no es suficiente para sostener una visión conspirativa contra las clases populares que poco contribuye a buscarle una solución judicial a tales incidentes puesto que, de partida, elimina la noción de responsabilidad de actores tan violentos [46].

La hipótesis según la cual las violaciones y asesinatos de mujeres son orquestadas por el crimen organizado no admite un análisis serio. Otro argumento que se ofrece a favor de la continuidad de la violencia desde la época del conflicto contra insurgente hasta la Mara Salvatrucha es el ánimo ejemplarizante, la voluntad de aterrorizar. Dando un paso adicional en las acusaciones sobre la responsabilidad de los organismos de seguridad en los incidentes de feminicidio y en la sugerencia de una total continuidad entre la violencia eventualmente atribuible a las maras y la del conflicto armado de los años ochenta, un cartel de una ONG muestra una caricatura con varias mujeres asesinadas, entre ellas una indígena, una de las cuales recibe un disparo de fusil a manos de un militar. Para complicar aún más el confuso panorama, el cartel se titula “las mujeres estamos hartas de los mano dura”.

Tomado de BBCMundo.com

Son muchos los argumentos –filosóficos, legales, sociológicos, económicos, psicológicos- que se pueden ofrecer en contra de las políticas de mano dura sin necesidad de recurrir a este tipo manipulaciones de la evidencia que en nada contribuyen a controlar la incidencia de estos casos.

Tampoco ayudan a la prevención los repetidos esfuerzos por hacer comprender, incluso excusar, los desmanes de los mareros. “Es importante remarcar que estos adolescentes y jóvenes, comprendidos  entre 14 y 25 años, pertenecen a la generación que vivió la última etapa de la guerra y la  etapa posterior a ella y son víctimas de las secuelas de violencia que el propio conflicto  armado dejó en Guatemala” [47]. O que, sin ofrecer mayor evidencia, se les escude detrás de supuestas manipulaciones [48].

En términos de entorno, agresores y víctimas es clara la discontinuidad entre la violencia sexual del conflicto armado y la que puede ser atribuible a los mareros, que tiene una lógica diferente a la que se da en las situaciones de guerra contra un enemigo externo. La de los pandilleros y mareros es contras sus mujeres, las de su barrio, incluso contra las que ingresan a su mara. La supuesta persistencia de la violencia es un elemento que, no sólo enturbia el diagnóstico, sino que impide que se logre su control [49].

A pesar de que la mayor parte de los asesinatos de mujeres mexicanas han ocurrido en Ciudad Juárez, un reconocido foco de pandillas juveniles, algunas de ellas muy violentas, con eventuales conexiones con la Mara Salvatrucha, en el extenso informe de Amnistía Internacional –cerca de un centenar de páginas- no se menciona ni una sola vez el término pandilla, ni el de mara. En las descripciones de los incidentes, para referirse a los victimarios, se habla más de hombres que de jóvenes y, de manera explícita, se hace énfasis en el componente de género, entendido como la sumisión de la mujer débil por el macho patriarcal como principal característica de los incidentes, que de acuerdo con este informe parecerían no tener ninguna dimensión sexual pertinente. “Todo parece indicar que estas jóvenes son seleccionadas por sus victimarios por ser mujeres sin ningún poder en la sociedad” [50]. Se sugiere que es el sistema el que viola y mata a las mujeres. En forma consistente con esta orientación del diagnóstico, el victimario es un representante adulto del género masculino, una de las recomendaciones a las autoridades va orientada simplemente a proteger, en general, a las adolescentes. No parece esta ser la manera más idónea para prevenir este tipo de homicidios, ni las infinitas cadenas de venganzas que, con toda seguridad, vendrán a suplir las deficiencias judiciales.







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* Profesor investigador, Universidad Externado de Colombia. Se agradecen comentarios. http://sites.google.com/site/mauriciorubiop/
[1] Todas las encuestas fueron realizadas en el marco de programas financiados por el BID. La metodología utilizada para realizar las encuestas se resume en otro capítulo de este volumen. Más detalles en Rubio (2007)
[2] Esta sección está basada en Thornberry & Krohn (2000) y Farrington (2003)
[3] Junger-Tas et. al (1994).
[4] Llorente et. al (2004)
[5] Declaraciones del jefe del Departamento de Comunicación de la Oficina de Asuntos Juveniles en Nicaragua. Univisión/AFP AFP, Junio 27 de 2005
[6] “La montaña y Mahoma”, El País, Agosto 16 de 2005
[7] CEG (2005). Subrayados propios
[8] Ver Rubio (2007)
[9] Merino (2001) p. 115
[10] Gonçalves (1997) y Barbetta (1997)
[11] Nicole Veash (2002), “Children of privileged form Brazil crime gangs silver-spoon target the wealthy”. Boston Globe, Febrero. Citado por Covey (2003). 
[12] Covey (2003)
[13] Martínez y Falla (1996)
[14] Rubio (2007)
[15] Para Colombia, ver por ejemplo “La máquina de infiltración de Farc es el Partido Comunista Clandestino Colombiano”, Semana, Agosto 12 de 2006. Para México, “La sierra de Sinaloa es el feudo del principal cártel de narcotraficantes en México. En los dominios del Chapo Guzmán”.  El País, Febrero 2 de 2007.
[16] Rocha (2000)
[17] Ramírez Heredia (2004) pp. 200 a 206
[18] Salles (2004)
[19] Gonthier (1992) p. 155
[20]  Moreno y Vásquez (2004) p. 18
[21]  Gonthier (1992) p. 47
[22]  Gonthier (1992) p. 56
[23] Ver incidencias de distintas infracciones por clase social en Rubio (2007) Capítulo 2, sección VI
[24] Ver por ejemplo, María Jimena Duzán “El Proceso 8000. Fernando: No te lleves el secreto”. El Tiempo, Febrero 5 de 2007 o “Los niños bien”, Mauricio Vargas, eltiempo.com, Febrero 23 de 2007
[25]  Gonthier (1992)
[26]  González (2002) p. 21
[27] López Vigil (2001)
[28]  Se estima un modelo Logit cuya variable dependiente es el reporte de haber sido violada. Todos los coeficientes son significativos al 99%.
[29] Resultados estadísticamente significativos al 99%, 99% y 95% respectivamente.
[30] Rodríguez (2005) p. 135. Subrayados propios
[31] Rocha (2000)
[32] Sosa y Rocha (2001) p. 425
[33] “Maras ¿víctimas o delincuentes?” La Prensa, Noviembre 2 del 2000, página 51A
[34] Etcharren, Laura (2006). “Ñetas. Una mara, un color dentro del mundo de la globalización”. Mayo 12, http://lauraetcharren.blogspot.com/2006/05/etas.html
[35] Liebel (2002)
[36] La tournante, del verbo tourner o rotar, es el nombre que se le ha dado en Francia al gang rape.
[37] Bellil (2003) pp. 20 a 25
[38] Esta hipótesis se desarrolla, y contrasta con los datos de la encuesta realizada en Panamá, en Rubio (2007a)
[39] Botello y Moya (2005) pp. 29, 73 y 74
[40] Botello y Moya (2005) p. 76
[41] Jiménez Barca, Antonio (2005) "Yo soy un 'latin king". El País, Julio 10/07/2005
[42] Como se hace en Rubio (2007)
[43] AI (2005) p. 6
[44] Prensa Libre.com. Junio 5 de 2004
[45] Testimonio de un soldado reportado en Carrera, Margarita (2005). “Persistencia del Feminicidio en Guatemala. Prensa Libre, Junio 17 de 2005
[46] Ibid.
[47] “Algunas reflexiones sobre el feminicidio en Guatemala” – CALDH. http://www.fidh.org/IMG/pdf/gt_women2004e.pdf
[48] Ibid.
[49] “Contra el feminicidio en Guatemala”. Mujeres Universia, España. Noviembre 21 de 2005. http://mujeres.universia.es
[50] AI (2003) p. 15