Palomas y Sankis. Prostitución adolescente en R Dominicana


Por Mauricio Rubio *


INTRODUCCION
En este documento se analizan los datos de una encuesta, realizada en varios municipios de República Dominicana en el año 2005, a 1214 jóvenes con edades entre los 13 y los 19 años, que permite contrastar varias hipótesis sobre los determinantes de la prostitución adolescente [1]. Aunque el objetivo principal de esta encuesta no era analizar la venta de servicios sexuales sino el tema más general de la violencia juvenil [2], algunas de las preguntas –de un formulario de auto reporte de conductas respondido de forma anónima por los jóvenes- hacen referencia a la venta de servicios sexuales. Además, se incluyó dentro de la muestra, de manera dirigida una población de  jóvenes prostitutas cuyo perfil puede ser comparado con un grupo de control.  Así, esta encuesta permite, mediante procedimientos estadísticos, y dentro de una gama relativamente amplia de indicadores, identificar aquellos factores que ayudan a discriminar a los jóvenes que reportan haber vendido servicios sexuales de los que no lo han hecho. 

Los ejercicios realizados tienen carácter exploratorio y son de naturaleza inductiva. Con los resultados que se presentan a continuación no se pretende postular leyes universales sobre determinantes de la prostitución adolescente, válidos en cualquier lugar y en cualquier época. Todas las asociaciones encontradas, aunque estadísticamente significativas para República Dominicana, se plantean como meras hipótesis para refinar y contrastar en otros contextos. Sí se puede con la encuesta, por el contrario, rechazar algunas teorías y desafiar leyes supuestamente universales, que será necesario reformular y, también, contrastar con nueva evidencia.


LA PROSTITUCIÓN EN REPÚBLICA DOMINICANA [3]
Antes de presentar los resultados de la encuesta de auto reporte realizada en el año 2005 en República Dominicana, vale la pena hacer unos breves comentarios sobre la situación general de la prostitución en dicho país.

A partir de los años setenta República Dominicana, cuya economía se basaba hasta entonces en un esquema de agricultura para exportación, empieza a gravitar alrededor del turismo. Aunque de tiempo atrás existía algo de prostitución del tipo mujer inmigrante a la ciudad [4] el auge del turismo trajo consigo un considerable incremento en el comercio sexual. En Puerto Plata, por ejemplo, el impulso definitivo se da con la llegada de cruceros durante los años ochenta. A estos lugares fluyen las mujeres jóvenes para sumarse a la oferta de una variada gama de atenciones a los turistas: hoteles o resorts con servicios todo incluido; música, baile, grupos folklóricos. El aumento de la clientela extranjera en los burdeles locales, con visitas promovidas por toda una gama de intermediarios como empleados de hotel, taxistas, guías turísticos que se benefician, se sumó al considerable influjo de divisas turísticas. Posteriormente aparecen en las playas los botelleros, aguateros o lavapies -menores de 12 años que lavan la arena de los pies de los turistas a cambio de una propina- algunos de los cuales amplían la oferta de servicios para convertirse en los llamados sanky-pankies, “adolescentes menores de edad que son víctimas de la explotación sexual comercial de mujeres turistas y ocasionalmente de hombres homosexuales y bisexuales extranjeros a cambio de dinero o regalos”  [5]. Se empieza a dar un tipo de relación aparentemente marital entre jóvenes locales y extranjeros muy mayores que se instalan como residentes y que previamente han pagado a las familias de bajos recursos por la entrega de sus hijos para compañía, que eventualmente incluye servicios sexuales.  

Se señala, entre turistas o extranjeros residentes, la existencia de precursores encargados de detectar a personas menores dispuestas a vender servicios sexuales para luego transmitir esa información boca a boca a otros extranjeros que llegan a las playas o poblados preguntando por esas personas específicamente. A pesar de estas redes informales, se reporta también la existencia de protectores [6] o maipolos [7] que inducen a los menores al comercio sexual. En algunas playas, quienes controlan las sillas para los bañistas son simultáneamente intermediarios.

Al parecer un factor que ha contribuido al auge del comercio sexual ha sido la expectativa de que el vínculo con extranjeros puede ser útil a la hora de querer emigrar del país. Este elemento habría sido importante en los setenta y los ochenta.

ALGUNOS DATOS COMPARATIVOS
Encuestas de auto reporte similares a la analizada aquí para República Dominicana se han realizado anteriormente en varios países de la región centroamericana. En varias de ellas se hicieron algunas preguntas relacionadas con la venta de servicios sexuales, y en sólo dos –la de Panamá y República Dominicana- se incluyó una muestra dirigida de trabajadoras sexuales. Para efectos de comparación, es conveniente limitarse a la muestra de estudiantes que, en todos los lugares en donde fue realizada la encuesta, se tomó de manera aleatoria. Aunque, como resulta obvio, la venta de servicios sexuales entre la población estudiantil no ofrece una buena estimación de la incidencia del fenómeno de la prostitución –sobre todo cuando se tiene en cuenta que el comercio sexual normalmente se da tras el abandono escolar- si puede pensarse que en alguna medida refleja lo que ocurre por fuera de las aulas. Al comparar la incidencia de la venta de servicios sexuales [8] entre la población estudiantil sexualmente activa de varios países se observa que República Dominicana se destaca, ante todo, por la alta incidencia de prostitución adolescente masculina, que alcanza el 13.2%. En Panamá donde la  venta de sexo por parte de las mujeres jóvenes es muy superior (23.1%) a la de República Dominicana (9.2%), la cifra para los hombres apenas llega al 9,3%. Tanto en Honduras [9] como en Nicaragua el reporte de comercio sexual por parte de los adolescentes es menor que en los otros dos países.
De distintas maneras, se ha señalado en la literatura una asociación entre la prostitución y los ataques sexuales. La información disponible no muestra para República Dominicana una situación particular en esa dimensión. Sobresale, de nuevo, Panamá en dónde más de 12% de las jóvenes estudiantes reportan haber sido forzadas alguna vez a tener relaciones sexuales. La segunda incidencia se observa en Tegucigalpa (5.6%) seguida, con niveles cercanos al 3% por Nicaragua y República Dominicana.
La violencia sexual en contra de los hombres presenta menos variaciones entre países, siendo levemente superior la de República Dominicana.

De manera consistente con la alta cifra de ataques sexuales sufridos por las jóvenes panameñas, en ese mismo país se obtiene un mayor auto reporte de violaciones por parte de los jóvenes estudiantes.

La encuesta realizada en República Dominicana tuvo un cubrimiento demográfico limitado a tres provincias –Distrito Nacional, Santo Domingo y Santiago- y por lo tanto no es posible abordar un análisis comparativo con datos agregados a nivel local. A pesar de la observación anterior, para las tres provincias consideradas en la muestra se pueden calcular algunos datos agregados. Son dos las características básicas del reporte de venta de servicios sexuales en las provincias dominicanas incluidas en la muestra. La primera es la de una marcada heterogeneidad en cuanto a la incidencia de prostitución entre los jóvenes. Mientras que en Santiago más del 22% de las jóvenes vinculadas al sistema educativo reporta que alguna vez en la vida ha recibido dinero a cambio de sexo, en Santo Domingo, la cifra correspondiente es del 5%, y en el Distrito Nacional del 13%. La segunda característica, más sorprendente aún, es que en la provincia con menor incidencia de prostitución estudiantil femenina, es mayor la cifra correspondiente a la masculina.

Esta gran disparidad geográfica parece ser una constante del comercio sexual en muchas sociedades y en distintas épocas [10].

Por otra parte, esta discrepancia entre provincias en cuanto a la venta de servicios sexuales no es tan marcada en términos de la incidencia de violencia sexual. De cualquier manera, se debe señalar que este tipo de ataques son más frecuentes entre los hombres jóvenes.
De manera similar a lo observado en la comparación entre países, a nivel local, hay una clara asociación entre el reporte de haber sido víctima de un ataque sexual por parte de las mujeres y, por otro lado, el de haber sido victimario de uno de esos ataques por parte de los hombre. En ese sentido, desde los dos extremos del ataque sexual se destaca Santo Domingo como el lugar con mayor incidencia


NO SOLO LAS POBRES SE PROSTITUYEN
“Es en este contexto de pobreza, altos niveles de violencia y migración que se ubica el problema de la explotación sexual comercial de las personas menores de edad” [11]

Uno de los aspectos más interesantes del análisis desagregado de los datos de la encuesta es que muestra que, en República Dominicana, la relación entre las condiciones sociales y económicas -o las relaciones de poder entre los géneros- y el reporte de haber vendido servicios sexuales es menos directa y bastante más compleja de lo que se postula con frecuencia.

Por una parte, conviene reiterar que entre los jóvenes estudiantes dominicanos encuestados –grupo que fue escogido aleatoriamente para la muestra- es mayor la proporción de hombres que reportan haberse prostituido alguna vez que la respectiva proporción de mujeres. Sobre la relevancia actual de la prostitución adolescente masculina en América Latina es diciente el hecho que en un trabajo sobre explotación sexual de menores realizado en Nicaragua se hayan entrevistado el mismo número  de hombres y de mujeres [12]. De todas maneras, no todos los observadores consideran pertinente analizar la vertiente masculina de la prostitución [13]. Como se aprecia en la Gráfica, la relación entre la incidencia de prostitución juvenil y el estrato social del joven está lejos de poder considerarse algo monótono e inverso, como se plantea normalmente. Además, en República Dominicana, esta asociación difiere entre mujeres y hombres. Si bien para las primeras, se observa una incidencia mayor en el estrato bajo, las cifras de los estratos medio y alto son muy similares. Para los hombres, el perfil es similar al masculino entre los estudiantes pero entre los no escolarizados la incidencia de comercio sexual aumenta con el estrato.
De cualquier manera, tanto para ellas como para ellos el elemento determinante parecería ser la vinculación al sistema educativo. Esta observación tiende a corroborarse al comparar la composición por estratos de los jóvenes de acuerdo a su agrupación en términos de dos dimensiones: la escolaridad y el comercio sexual.

Entre los estudiantes lo que se observa es que para los hombres, el haber vendido servicios sexuales no se asocia con diferencias perceptibles en su composición de acuerdo con su percepción de la clase social a la que pertenecen. Para las mujeres que estudian, por el contrario, la participación de la clase baja es mucho mayor entre quienes han comerciado con sexo (50%) que entre las jóvenes que no lo han hecho (17%). 

Entre los adolescentes desvinculados del sistema educativo las diferencias por género se matizan e incluso se revierten: tanto para ellas como para ellos se observa una mayor participación de la clase baja entre quienes han vendido servicios sexuales pero entre las mujeres es menor el efecto.
De cualquier manera, lo que queda claro de estas gráficas es que hay un vínculo más estrecho entre el estar o no vinculado al sistema educativo y la percepción de la clase social que entre esta última y el intercambio de sexo por dinero. Sorprende además que el mayor impacto del estrato sobre la venta de servicios sexuales se de entre las mujeres estudiantes, que en principio se puede plantear están menos sujetas a la precariedad económica. Cabe pensar, al observar estas gráficas, que puede haber cierta causalidad en la otra vía, en el sentido que la prostitución adolescente estaría alterando la percepción de clase social, sobre todo entre las mujeres que estudian.

Algo en esa dirección sugieren los datos de un indicador de situación económica menos subjetivo como es el nivel educativo de la madre. Por una parte, se observa que, de nuevo para los hombres que estudian, el comercio sexual parece bastante desligado de los antecedentes económicos de la familia. La composición de los jóvenes escolarizados de acuerdo al nivel educativo de la madre es prácticamente la misma entre quienes se han prostituido y quienes no lo han hecho. Entre las mujeres, se observa una participación de madres universitarias y con algo de bachillerato que no cambia con la venta de servicios sexuales por parte de la joven. Aunque la proporción de madres sin ninguna educación es mayor entre quienes han comerciado con sexo, el cambio no es tan drástico como el que se observa con la clase social. 

La distribución de los jóvenes no escolarizados de acuerdo con el nivel educativo de la madre tampoco parece alterarse de manera sustancial si se separan los jóvenes por su participación en el mercado del sexo.
En forma similar a lo que se observa con la clase social, a partir de los datos sobre educación de la madre también se percibe que el verdadero factor de quiebre entre los adolescentes, más que la prostitución misma, sería la desvinculación del sistema educativo: entre los desescolarizados priman las madres con baja escolaridad mientras entre los estudiantes cobran importancia los estudios secundarios y universitarios. Una vez separados estos dos grupos, la venta de servicios sexuales no se asocia de manera nítida con el historial educativo de la madre.  

Conviene recordar que, dadas las características de la muestra, no aleatoria para los desescolarizados, cualquiera de los eventuales efectos de la escolaridad debe interpretarse con cautela. De todas maneras, la información de la encuesta no contribuye a avalar el planteamiento, bastante generalizado, que la precariedad económica es el principal detonante del comercio sexual entre los jóvenes dominicanos.

Por otra parte, lo que los datos de la encuesta sugieren es que, tanto entre estudiantes como entre jóvenes no escolarizados, la venta de servicios sexuales es algo que permite que los jóvenes aumenten de manera significativa su nivel de gastos personales. Sorprendentemente, los patrones de consumo de los jóvenes que se han prostituido son muy similares entre quienes acuden al mercado del sexo como estudiantes y quienes lo hacen desvinculados del sistema educativo. En ambos casos, además, se observa que el comercio sexual adolescente masculino es más rentable que el femenino, algo que sorprende un poco dada la mayor oferta de prostitución por parte de ellos.
Si se analiza más de cerca cómo es que se da este cambio, lo que se observa es que la venta de servicios sexuales se asocia, entre los estudiantes, con una considerable reducción de quienes se sitúan en los quintiles más bajos del gasto. En las mujeres, todas pasan a los tres quintiles superiores mientras que entre los hombres se amplía considerablemente la participación del tercero y cuarto quintil.

Dentro del grupo de adolescentes desvinculados del sistema escolar el impacto más sensible del comercio sexual sería el aumento en la participación de quienes se sitúan en el quintil más alto del gasto. Tanto en hombres como en mujeres este incremento es del orden del 25%.
Esta aparente discrepancia entre un alto tren de gastos mensuales y una baja percepción de la clase social a la que se pertenece -se puede pensar en una especie de arribismo juvenil- es particularmente marcada para las mujeres que han vendido servicios sexuales.

Estos resultados corroboran frecuentes testimonios acerca de los ingresos de las prostitutas –siempre desproporcionados para su nivel educativo- así como sobre el desorden en sus cuentas, la precaria capacidad de ahorro y los patrones de consumo conspicuo, con tendencias al despilfarro (García, 2004; Agustín, 2003).
“Una mujer proveniente de una zona rural del tercer mundo puede llegar a Europa y, con buenos contactos, ganar pronto 5000 Euros o más por mes” (Agustín, 2003, p. 6). 

En un estudio realizado en Medellín entre 500 prostitutas se señala que estas mujeres “demuestran dificultades al cuantificar sus ingresos mensuales” hasta el punto que “no se han considerado atendibles las respuestas que han dado con relación al asunto (del dinero) en el cuestionario” (Trifiló, 2003, p. 108). Varios testimonios son muy gráficos sobre este asunto.
“Allá (en el Japón) cada ocho días me daban un sobrecito pero nunca supe ni cuanto valía el yen ni cuanto ganaba. Los cambiaba en dólares y nunca me di cuenta del valor del dólar, nunca, nunca. Pero cuando llegué sí, traje unos dólares, tampoco me acuerdo cuánto traje, pero sí traje, como para pasar un mes tomando o más”.  “La plata de la prostitución es maldita: como la consigo la gasto”. “Yo tenía días que me hacía hasta 70-80.000 pesos. Y yo decía: no, pues, ¡yo con toda esa plata! ¡Ave María! Pero mentiras, pagaba la pieza, compraba ropa, la comida, el hotel y al otro día amanecía sin con qué tomarme una gaseosa. Entonces yo digo que esa plata era maldita, porque eso era volador hecho, volador quemado”. “La plata de la prostitución es como mal habida, es como la plata robada” (Trifiró, 2003, p. 111 y 130).

En República Dominicana de acuerdo con algunas jóvenes entrevistadas
“es que como uno se lo gana fácil, lo gasta fácil” o ... “hasta ahora todo el dinero que he conseguido es para ir a fiestar a Santo Domingo, comprar ropa fina”. Así, “el deseo de poder disfrutar de placeres y cosas lujosas es una motivación de mucha fuerza ... paralelamente a los (altos) niveles de ingreso son los gastos forzados por lo que hacen: ropa elegante, atractiva, maquillaje, y peluquería cada vez que lo desean, adornos, pagos altísimos de arriendo y altas cuotas de alimentación” (Pareja y Rosario, 1992 pp. 93, 113 y 169) [14].

En síntesis, los datos de la encuesta sugieren que la asociación entre la situación económica de los jóvenes y su participación en el comercio sexual es bastante menos automática y más compleja de lo que se supone con frecuencia. La pobreza está lejos de poder ser considerada una condición suficiente de la prostitución femenina -puesto que un porcentaje no despreciable de los jóvenes más pobres no la ha ejercido- ni tampoco una condición necesaria –ya que una fracción tampoco desdeñable de los adolescentes de la más alta clase social de la muestra reporta haber comerciado con el sexo. Lo que sí sugieren los datos es que se trata de una vía para que los jóvenes puedan aumentar su consumo personal.

CUATRO ELEMENTOS RECURRENTES
En Rubio (2006b), con base en los resultados de una encuesta similar aplicada en Nicaragua se encuentra, que con un efecto bastante más significativo sobre la prostitución adolescente que el de la situación económica del hogar aparecen las versiones locales de cuatro elementos recurrentemente mencionados en la literatura como factores que afectan la decisión de vender servicios sexuales. El primero es el de la falta de educación. El segundo elemento es lo que se puede denominar la rebeldía precoz, para cuya medición en estas encuestas se empleó una variable dicótoma: haberse escapado de la casa, por lo menos por una noche y sin consentimiento de los padres, antes de los trece años. Para las mujeres jóvenes, mientras la proporción que ha vendido servicios sexuales entre las denominadas rebeldes precoces es casi del 37%, entre quienes nunca se fueron de casa el porcentaje apenas supera el 4%. Para los hombres la respectivas cifras son del 15.5% y del 6.5% [15].

El tercer factor que muestra tener un efecto sobre la venta de sexo es el abuso sexual, en este caso el reporte de haber sido forzado alguna vez a tener relaciones sexuales [16]. El haber sufrido la experiencia de una violación se asocia, en las jóvenes nicaragüenses, con un incremento de más de 12 puntos en el reporte de venta de sexo. Aunque para esta variable es también más que razonable pensar en una causalidad en ambas vías, este resultado coincide con los de trabajos previos para el mismo país. “Según un estudio llevado a cabo por el Ministerio de la Familia sobre 300 niñas prostitutas, el 56% empezaron su vida sexual a los 12 o 13 años, el 28% habían sido víctimas de violaciones” (OMCT, 2001, p. 19). Para los hombres el impacto del abuso sexual resulta aún mayor, con un aumento superior a los 20 puntos en la probabilidad de prostitución. De nuevo, se puede pensar en una causalidad de doble vía. Lo que los datos de Nicaragua sugieren es que para las mujeres el sexo forzado y el vendido ocurren casi de manera simultánea a los catorce años. Para los hombres, la edad promedio de la experiencia de sexo forzado precede en cerca de un año la de la venta de servicios sexuales. 

El cuarto elemento que, en Nicaragua, contribuye al sexo por pago es mantener un relación de amistad con un hombre violento, en este caso con un joven pandillero.  Entre las adolescentes que reportan tener un amigo perteneciente a una pandilla juvenil la incidencia de prostitución es del 10.7%, mientras que para quienes no cuentan con tales contactos la fracción no llega al 2%. La venta de sexo adolescente femenina independiente -sin ningún tipo de vínculo con el mundo de los pandilleros- es reducida. En efecto, más del 88% de las jóvenes que reportan haber vendido servicios sexuales manifiestan, simultáneamente, tener un vínculo de amistad con las pandillas.

Por otra parte, siempre en Nicaragua, es posible identificar un número mayor de variables con un efecto estadísticamente significativo sobre el reporte de venta de servicios sexuales por parte las mujeres que de los hombres. O sea que se explican mejor las diferencias en la probabilidad de prostituirse entre ellas que entre ellos. Para las primeras se explica cerca del 27% de las variaciones en la variable dependiente; para los segundos el nivel explicativo apenas supera el 6%.  En ambos casos, un alto porcentaje de las diferencias individuales frente al comercio sexual permanece inexplicado. En términos familiares, la prostitución adolescente en Nicaragua sigue siendo bastante impredecible y difícil de explicar sistemáticamente, y la masculina lo es más que la femenina.

Lo que se ha denominado la rebeldía precoz en los adolescentes –el haberse escapado de la casa antes de los trece años- sí tiene un efecto diferencial sobre la probabilidad de prostitución adolescente, siendo más importante para la femenina, que se multiplica por un factor cercano a siete para la venta de sexo alguna vez y superior a doce para la prostitución repetida –más de dos veces el último año-. La mayor diferencia por géneros se observa para los vínculos de amistad con los pandilleros que, siendo irrelevantes para la prostitución adolescente masculina, parecen estrechamente asociados con la venta de servicios sexuales por parte de las mujeres jóvenes.

Por último, para ellas se observa una mayor continuidad en el ejercicio de la prostitución pues es menor la proporción de quienes venden servicios sexuales alguna vez y luego abandonan esa práctica (18% versus 40% en los hombres). Estos datos son consistentes con la observación que se ha hecho sobre el diferente perfil de la prostitución masculina y la femenina a lo largo del tiempo.

La variable crítica en la explicación de la prostitución juvenil femenina, una escapada temprana del hogar, aparece estrechamente asociada tanto con la violencia sexual como, a través del embarazo prematuro, con la desvinculación del sistema educativo. Es bastante difícil, en lo que aparece como una compleja maraña de eventos simultáneos y efectos cruzados, definir el sentido de las causalidades que conducen a una mayor probabilidad de vender servicios sexuales. A pesar de lo anterior, es conveniente tratar de elaborar unos esquemas explicativos compatibles con los datos.

Antes de analizar en detalle, con los datos de la encuesta de República Dominicana la naturaleza de estos vínculos para dicho país conviene señalar que estos cuatro elementos que, de manera totalmente inductiva, se lograron identificar como factores asociados a la prostitución adolescente femenina en Nicaragua, corresponden bastante bien con la situación típica que, en varios lugares y en varias épocas, ha sido señalada en la literatura como conducente a la prostitución femenina [17].

LA VENTA DE SERVICIOS SEXUALES EN REPÚBLICA DOMINICANA
Sobre las prostitutas menores en República Dominicana, las llamadas palomas, por ejemplo, se anota que, en su mayoría
“son casi siempre iletradas, y han sido expulsadas o abandonan sus hogares después de convertirse de manera precoz en madres solteras” [18].

Si se realiza el mismo ejercicio brevemente descrito para Nicaragua con los datos de la encuesta de República Dominicana surgen algunas semejanzas y discrepancias que vale la pena mencionar [19].

La primera es que, al igual que en Nicaragua, la prostitución adolescente masculina es bastante más difícil de explicar que su contraparte femenina. Además, con los factores ya descritos utilizados para Nicaragua, tanto para hombres como para mujeres, el nivel explicativo de la ecuación estimada es menor en República Dominicana.

La segunda similitud que vale la pena destacar es que una vez se controla por el abandono escolar ninguno de los indicadores disponibles sobre los antecedentes económicos del joven contribuyen a la explicación en el sentido previsto por la noción de la pobreza como principal determinante de la prostitución. Aunque a primera vista algunos de las variables relativas a la precariedad económica de los jóvenes, como la clase social muestran una asociación con la venta de servicios sexuales, basta con controlar por el abandono escolar –sin ninguna otra variable adicional- para que este efecto se desvanezca. Ni el estrato social, ni el nivel educativo de la madre muestran tener un impacto adicional sobre el comercio sexual adicional a de la variable crítica de la desvinculación al sistema educativo. La única variable que, incluso cuando se tiene en cuenta el abandono escolar conserva una capacidad para discriminar a las mujeres que han acudido al mercado del sexo es la de tener un nivel de gastos muy alto y, simultáneamente, considerar que se pertenece a la clase social baja.
Este indicador que se podría denominar de arribismo juvenil es una característica más masculina que femenina, algo que caracteriza a los jóvenes narcos y a los pandilleros y, como se aprecia en el cuadro, una peculiaridad que también comparten las jóvenes prostitutas: el mostrar ese combinación peculiar de gastos personales muy altos con baja percepción de clase social multiplica por cerca de cuatro (397%) la posibilidad de que se reporte haber vendido servicios sexuales.

La prostitución juvenil masculina aparece aún menos sensible a la situación económica de los jóvenes. En algunos casos, al controlar por el abandono escolar, se alcanza a percibir un efecto perverso de la clase social –al subir en la escala se incrementa la probabilidad de venta de servicios sexuales; pertenecer a la clase más baja disminuye esa probabilidad- que no llega a ser estadísticamente significativo.


FALTA DE EDUCACIÓN (Y DE TRABAJO?)
Uno de los pocos factores relacionados con la precariedad económica que, tanto en República Dominicana, como en Nicaragua como en Panamá, muestra alguna capacidad para discriminar a los jóvenes que recurren a la prostitución es el de la desvinculación del sistema educativo. Esta asociación entre la falta de instrucción y el ejercicio de la prostitución es un tema recurrente en la literatura de distintos lugares y en diferentes épocas, desde Cataluña en el siglo XIX hasta República Dominicana en la actualidad.

“Entre las causas predisponentes, encontramos en primer término la escasa ilustración del sexo femenino. Nadie se atreverá a poner en tela de juicio que la ignorancia es una de las causas más eficientes de la prostitución”. (Sereñana, 1882).

“Las cifras parecerían sugerir que los niveles de analfabetismo entre los niños, niñas y adolescentes envueltos en prácticas sexuales comerciales … son superiores a los de aquellos menores de edad de su mismo grupo etáreo residentes en esas localidades” [20].

Vale la pena por lo tanto analizar en mayor detalle la mecánica de este vínculo. Como se ha señalado repetidamente, el hecho que la población de jóvenes por fuera del sistema educativo no haya sido incluida en la muestra de manera aleatoria sino dirigida y que, en particular, se haya aplicado el formulario a un grupo de mujeres prostitutas y otro de sankis, es muy probable que la magnitud estimada del impacto del abandono escolar sobre los diversos problemas esté sobre estimada.
A pesar de la observación anterior, son varios los síntomas que señalan la importancia de la desvinculación del sistema educativo como detonante de varios problemas juveniles. Por ejemplo, y de manera bastante nítida, los datos de la encuesta muestran que la incidencia de la prostitución –tanto en hombres como en mujeres- parece aumentar con el tiempo que transcurre desde el momento del abandono escolar. Para la mujeres, mientras el porcentaje que ha vendido servicios sexuales sin abandonar la escuela es del 10%, entre quienes llevan más de 6 años sin escolarización tal cifra supera el 80%. Para los hombres, aunque de manera menos marcada, también se observa este vínculo positivo entre el número de años sin asistir a la escuela y la incidencia de prostitución. Conviene reiterar que por la forma del muestreo estas cifras no se deben tomar como indicadores de incidencia.

Lo que parece claro es que el abandono escolar resulta, al cabo de los años, bastante más traumático para ellas que para ellos, por varias razones. La primera es que el mercado laboral dominicano parece más cerrado para las mujeres con escasa educación que para los hombres en similar situación. Mientras que entre los hombres que han abandonado la escuela hace un año o menos la proporción de los que cuentan con un empleo fijo es del 32%, para las mujeres la proporción respectiva apenas alcanza el 10%. Esta puede ser una peculiaridad de la República Dominicana contemporánea, y se puede pensar en muchos escenarios con la situación inversa, como por ejemplo los de alta demanda por servicio doméstico. La segunda razón es que la situación económica del hogar parece tener un efecto amortiguador del abandono [21], e incluso matiza la discrepancia por géneros, salvo en la clase más alta –poco representada en la muestra- en dónde el abandono escolar de las mujeres no se traduce en mayores tasas de empleo entre las no estudiantes.
Por otra parte, algo que no ocurre tanto con ellos, en las mujeres el abandono escolar aparece bastante asociado con el embarazo adolescente, con la maternidad y el matrimonio juveniles. Más de dos de cada tres (68%) de las jóvenes desvinculadas del sistema educativo reporta haber estado embarazada, casi la mitad (48%) dice tener hijos, y una proporción similar ha estado casada o ha vivido en pareja. Entre los hombres que han abandonado la escuela tales porcentajes son apenas del 22%, el 15% y el 11%. 
Podría pensarse que es precisamente la maternidad precoz la que cierra las posibilidades laborales de las mujeres que dejan de estudiar. Los datos de la encuesta no avalan esta observación ya que no se observa un efecto perceptible negativo de la maternidad, ni del matrimonio, sobre el reporte de estar empleada por parte de una joven. En realidad, ni la edad, ni la clase social, ni el haber tenido hijos o estado casada, ni siquiera el abandono escolar ayudan a explicar el empleo femenino entre las jóvenes dominicanas [22].  A diferencia de los hombres, para quienes la vinculación laboral se explica parcialmente por la desvinculación del sistema educativo, que incrementa las posibilidades de empleo en un 113%, o el haber estado casado, que lo hace en un 128% o el estrato, que actúa como un amortiguador del abandono escolar incrementando la posibilidad de encontrar un trabajo en un 30% por cada nivel [23], la decisión de trabajar entre las jóvenes dominicanas es bastante difícil de explicar con la información de la encuesta.

Así como resulta evasiva la comprensión de la dinámica del empleo femenino, el hecho que se reporte tener o no un empleo remunerado tampoco ayuda a explicar la participación en el mercado del sexo. En efecto, si se excluyen de la muestra las 15 trabajadoras sexuales incluidas de manera dirigida y que manifestaron, todas, tener un empleo –que se puede sospechar hace referencia a su actividad de venta de servicios sexuales- el hecho de contar con un trabajo no aporta, entre las mujeres, a la explicación de acudir al comercio sexual [24]. Así, la información de la encuesta permite poner en duda la idea, bastante aceptada, que la prostitución femenina es antes que nada una respuesta a la imposibilidad de encontrar fuentes alternativas de trabajo.

En cuanto a los hombres, sí se observa un efecto más claro de la vinculación laboral con la venta de servicios sexuales pero con un signo contrario al esperado: el contar con un empleo remunerado incrementa (en un 103%) la probabilidad de que se reporte haber recibido dinero a cambio de sexo [25].

Así, como factores de riesgo de la prostitución adolescente, dentro de los indicadores que de alguna forma se pueden relacionar con la situación económica de la familia, la variable clave sigue siendo el tiempo transcurrido desde el momento del abandono escolar. Aunque con un efecto estadísticamente significativo, esta variable, por sí sola, explica un porcentaje bajo de las diferencias individuales en el comercio del sexo. Cada año adicional por fuera del sistema educativo incrementaría en un 82% la probabilidad de venta de servicios sexuales por parte de una joven, incluso cuando se controla por su edad, variable que sorprendentemente se asocia negativamente con el comercio sexual [26]. Con sólo estas dos variables se explican un poco más del 20% de las variaciones en la decisión de prostituirse. Para los hombres, tanto los años por fuera de la escuela como la edad tienen un menor poder explicativo, y un impacto menos importante sobre la venta de servicios sexuales [27]

ESCAPARSE DE LA CASA: REBELDÍA, SEXO Y EMBARAZO PRECOCES
La tercera similitud entre los determinantes de la prostitución en República Dominicana y los observados en Nicaragua es la importancia de haber sido víctima de algún ataque sexual como una peculiaridad de los jóvenes que venden servicios sexuales. Desafortunadamente el formulario utilizado no abunda en detalles acerca de las circunstancias de este tipo de incidente para el que, es claro, se puede pensar en una causalidad en ambas vías con la prostitución: si bien el abuso infantil puede ser una causa de la venta de sexo posterior, también es claro que se trata de una actividad particularmente sensible a este tipo de ataques. La información relativa al momento en que por primera vez ocurrió este incidente permite sin embargo controlar -al menos parcialmente- la causalidad en el sentido inverso. Cuando se consideran los ataques sexuales tempranos, aquellos sufridos antes de los 13 años, se observa un impacto importante y estadísticamente significativo sobre el comercio sexual adolescente y se puede pensar en un efecto causal. En las mujeres, el haber sido víctima de abuso sexual antes de la adolescencia multiplica por más de nueve (930%) el reporte de comercio carnal mientras que, para los hombres, la cifra respectiva es de más de tres (318%) [28].

De nuevo, estos resultados, simplemente corroboran observaciones hechas en distintos lugares y diferentes épocas.
”En los últimos años se ha observado una creciente población infantil que vive y deambula por parques, mercados, terminales de buses y viejos edificios de la antigua Managua. Estos niños y niñas, según se constató, han sido expulsados del grupo familiar por padres, madres y padrastros principalmente, o bien se han escapado de su hogar por maltrato, abuso, explotación, conflictos familiares y uso de drogas entre otros. Su destino final son sitios donde son víctimas de abuso y explotación” (OIT-IPEC, 2002a, p. 94).

“La mayoría de las niñas entrevistadas se ha fugado de su casa, 5 de ellas una vez, 9 de dos a cinco veces y 11 más de 6 veces. En el caso de los varones todos se han fugado, 2 una vez, 14 de dos a cinco veces y los 9 restantes más de seis veces” (OIT-IPEC, 2002, p. 107).

Al igual que en Nicaragua, una de las variables con mayor poder explicativo sobre la prostitución adolescente en República Dominicana, en particular la femenina, es el haberse escapado de la casa, y en particular el haberlo hecho de manera temprana, antes de los trece años. Además, esta variable, capta de manera muy nítida la información sobre las diferentes formas de abuso y maltrato que pueden sufrir los jóvenes en el hogar. Por otro lado, se observan importantes diferencias por género. Así, mientras entre los jóvenes que manifiestan no haber sufrido ninguna manifestación de violencia intra familiar (VIF) tan sólo el 5% de las mujeres y el 10% de los hombres reportan haberse ido de la casa por lo menos alguna noche sin consentimiento de los padres, el haber sufrido algún tipo de VIF –peleas frecuentes en el hogar, castigos severos, madre golpeada, abuso sexual o maltrato antes de los 13 años- las cifras respectivas son del 13% para ellas y del 28% para ellos; entre quienes han soportado más de tres de las manifestaciones de la VIF las proporciones se incrementan al 60% y 86%.
Aunque resulta claro que en esta asociación entre los conflictos serios en el hogar y las escapadas de casa puede haber una causalidad en ambas vías –mayor represión a las manifestaciones de rebeldía adolescente- el hecho que la situación de riesgo en el hogar empuja a los jóvenes hacia la calle se corrobora al observar la incidencia de escapadas precoces, o sea antes de los 13 años. En esta dimensión, la manifestación temprana de la rebeldía juvenil, el impacto de la situación desfavorable en el hogar aparece más marcado.
No siempre se presentan en un hogar todas las manifestaciones de la VIF. Además, entre quienes han sufrido una mayor variedad de incidentes es más alta la proporción de rebeldes precoces.  Hay en esta relación una diferencia por género, ya que las mujeres muestran más capacidad de aguante, llegando a un punto de saturación de tres tipos de incidentes que implica un súbito incremento de las fugas. En los hombres, por el contrario, la asociación entre variedad de la VIF y fugas tempranas es más progresiva.
El haberse escapado de la casa antes de entrar en la adolescencia parece ser una característica de todos los grupos en situación de riesgo considerados en la encuesta: los pandilleros, las jóvenes prostitutas, los sankis, los adolescentes callejeros y los menores infractores.  Así, mientras entre los jóvenes escolarizados el reporte de haberse escapado de la casa antes de los 13 años apenas llega al 1%, y entre los no escolarizados al 8%, entre las prostitutas y los sankis, tal proporción supera el 30%.
De hecho, el hacer parte de cualquiera de estos grupos de riesgo multiplica por más de ocho los chances de reportar haberse escapado –alguna vez o en el último año- de la casa por lo menos una noche sin consentimiento de los padres, y por más de diez la de haberlo hecho de manera precoz, antes de los 13 años.

Como ya se señaló, cualquiera de las manifestaciones de la VIF se asocia, al considerarlas individualmente, con un mayor reporte de escapadas de la casa. Cuando se analiza el impacto de dichas manifestaciones en conjunto se observa que para las mujeres son dos las de mayor impacto: el sufrir castigos físicos severos, que incrementa los chances de escaparse de la casa en un 1160%, y el abuso sexual antes de los 13 años, que lo hace en un 919%. Para los hombres, por lo general más propensos a volarse de la casa todas las manifestaciones de la VIF, con la excepción de las peleas frecuentes tienen un efecto que es significativo estadísticamente. De todas maneras, y al igual que las mujeres, son los castigos físicos severos (+807%) y el abuso sexual antes de los 13 años (+590%) los factores que en mayor medida se asocian con la rebeldía precoz.

Como para los castigos físicos severos –para los cuales en la encuesta se tiene un indicador de continuidad de tales hábitos- se puede pensar en una causalidad en ambas vías –mayor represión con quienes se han fugado de la casa prematuramente- es razonable argumentar que entre los jóvenes dominicanos, y en forma independiente del género, el abuso sexual es la manifestación de la violencia que en mayor medida tiende a expulsarlos fuera del hogar. De nuevo, este resultado de la encuesta no hace más que corroborar conclusiones en las misma líneas hechas con otros estudios. Un “36% de los niños y las niñas (9 varones y 9 mujeres) han experimentado abuso sexual antes de los 12 años. En el caso de las niñas el abuso sexual cometido por un familiar (6 casos) es el más frecuente, seguido de la violación por un familiar (2) y únicamente se registró un caso de abuso sexual por desconocido. En cambio, en el  caso de los varones, 5 de los 9 abusos fueron por desconocidos, 2 por conocidos y únicamente en 2 casos fue por un familiar” (OIT-IPEC, 2002, p. 111).

Las consecuencias del abuso sexual normalmente van más allá de la decisión de escaparse del hogar. El impacto puede ser duradero, puede reaparecer en el contexto de relaciones adultas violentas y se da por lo general de manera diferencial entre géneros, en una gran variedad de contextos, aún más allá de los sociales o culturales. “Todos los primates sujetos a abuso o privación temprana son vulnerables a establecer relaciones violentas con sus pares como adultos. Los machos tienden a ser hiperagresivos y las hembras fallan en protegerse a si mismas o a su prole ante el peligro. La sobre excitación fisiológica persiste, particularmente a los estímulos que recuerdan el trauma” [29].

Sin embargo, el abuso sexual no es el único factor que empuja a los jóvenes hacia la calle. Entre los jóvenes desvinculados del sistema escolar, un porcentaje no despreciable de mujeres (10%) y de hombres (14%) que no han sido abusados sexualmente reportan haberse escapado de su hogar antes de la adolescencia. En el mismo grupo de desescolarizados, hay una fracción de rebeldes precoces incluso entre quienes no han sufrido ninguna forma de abuso, maltrato o violencia familiar, tanto entre mujeres (8%) como entre hombres (14%). Entre los estudiantes, por el contrario, la proporción de rebeldes tempranos entre los no abusados sexualmente es muy reducida: 0.3% entre las mujeres y 1.5% entre los hombres.

Es interesante observar que una característica de los jóvenes no estudiantes que se escaparon antes de los 13 años de su casa sin haber sufrido ningún ataque sexual es otra dimensión, ya no pasiva sino activa, de la sexualidad. Tanto los como las rebeldes precoces no abusados presentan una mayor incidencia de relaciones sexuales tempranas: 50% entre las mujeres y 60% entre los hombres. Entre quienes no se volaron de su casa, los porcentajes respectivos son del 17% y el 30%.

Así, uno de los principales determinantes de la rebeldía adolescente parecería ser la búsqueda de una mayor libertad sexual entendida tanto como una vía para escapar de los abusos o, en el otro extremo, como una manera de lograr tempranamente su independencia sexual. Ambas dimensiones se refuerzan ya que el abuso sexual incrementa sensiblemente la probabilidad de una actividad sexual precoz.

Para cerrar este aparente círculo vicioso de conductas de riesgo prematuras, se observa que tanto la actividad sexual como las fugas de la casa  precoces incrementan de manera significativa la probabilidad de desvinculación del sistema educativo. El efecto es particularmente serio entre las mujeres para quienes las relaciones sexuales antes de los 13 años multiplican por un factor superior a nueve (aumento de 831%) las probabilidades de salir del sistema educativo, mientras que la rebeldía precoz lo hace en un 458% [30]. Entre los hombres los porcentajes  respectivos son del 92% y del 704% [31]. Es conveniente aclarar que estos coeficientes se obtienen aún excluyendo de la muestra los grupos de palomas y de sankis, ambos desvinculados en su totalidad del sistema escolar. 

Así, el despertar sexual temprano, incluso cuando no se reporta como algo forzado, está asociado con las escapadas precoces del hogar, en especial para las mujeres. Este evento refuerza la actividad sexual posterior, que recibe un impulso definitivo con el abandono escolar, sobre todo en las mujeres.

Para ellas, más que para los ellos, la rebeldía precoz se asocia no sólo con un inicio más temprano de la actividad sexual sino con un número mayor de parejas. En efecto, el irse de la casa antes de la adolescencia incrementa en 1.3 el número promedio de compañeros íntimos, por cada año de actividad sexual. En los hombres, la diferencia no alcanza el 0.8. El mayor número de parejas sexuales sube en un 30%, por cada pareja adicional al año, el riesgo de embarazo adolescente. A su vez, la preñez precoz muestra tener un efecto devastador sobre la continuidad de los estudios: si entre las adolescentes del total de la muestra la tasa de abandono escolar es del 30% entre las que han tenido por lo menos un embarazo tal cifra alcanza el 87%.

El escenario de la joven que reporta simultáneamente abuso sexual y escapada tempranos del hogar parece particularmente riesgoso como sendero hacia la prostitución. En la muestra se reporta venta de servicios sexuales en las dos jóvenes con tales antecedentes.

El escaparse del hogar, por último, no sólo depende de los factores que empujan desde la casa sino también de los que atraen, desde la calle. A diferencia de lo encontrado en Nicaragua, en dónde tanto la presencia de pandillas en los barrios, como el poder efectivo de las mismas mostraban tener un impacto sobre la rebeldía adolescente, con la información de República Dominicana no aparece ningún efecto perceptible de las pandillas sobre las fugas del hogar.

A pesar de la observación anterior, existe un indicador de actividad de pandillas en los barrios que, en República Dominicana, sí aparece positivamente asociado con el reporte de escapadas de la casa y es el de “consumo de alcohol o droga en lugares públicos”. De hecho, el que un joven manifieste que en el barrio en dónde vive las pandillas consumen droga multiplica por cerca de cuatro (+287%) la probabilidad de que se reporte haberse escapado de casa y por más de once (+1022%) la de que lo haya hecho antes de los 13 años, en ambos casos de manera estadísticamente significativa.

El vivir en un barrio en donde las pandillas consumen sustancias no es el único indicador relacionado con la droga que muestra tener una asociación positiva con la rebeldía adolescente. El consumo de marihuana o cocaína también se asocia con un importante incremento en los chances de reporte de una escapada alguna vez en la vida (+1134%) o antes de los 13 años (+947%), también con coeficientes estadísticamente significativos. En forma consistente con estos datos, el reporte de haber vendido droga o haber colaborado con narcotraficantes multiplica por casi trece (1200%) la frecuencia de reporte de las huidas de la casa. Las diferencias en el reporte de fugas de la casa entre quienes tienen o no algún contacto con el mundo de la droga, son particularmente altas en el caso de los estudiantes.
LA RELACIÓN CON LOS VIOLENTOS
Una de las discrepancias más dignas de mención entre los factores que ayudan a explicar la venta de servicios sexuales en Nicaragua y República Dominicana es la aparente desconexión que se da, en este último país, entre la prostitución de adolescentes y las pandillas juveniles. En efecto, a diferencia de lo observado en Nicaragua, el hecho de tener un amigo pandillero no ayuda a discriminar a los jóvenes dominicanos, hombres o mujeres, que acuden al mercado del sexo. Aunque se observa un efecto positivo de los lazos de amistad con los pandilleros sobre la prostitución, este no alcanza a ser estadísticamente significativo [32]. Algo similar puede decirse cuando se utiliza como indicador de cercanía de las pandillas el que estas operen en el barrio.

Por el contrario, si se analiza la posibilidad de contactos con otra dimensión de la violencia –no necesariamente juvenil- como, por ejemplo, los que se establecen con el mundo de la droga se observan algunas asociaciones que vale la pena mencionar. La primera es que el efecto no es similar entre las mujeres y los hombres que venden servicios sexuales. Para las primeras, aparece como muy pertinente el haber colaborado con narcotraficantes, factor que multiplica por cinco (+400%) la probabilidad de que se reporte comercio sexual alguna vez en la vida. Por el contrario, el hecho de haber vendido marihuana o cocaína, aunque también positivo, no muestra un efecto estadísticamente significativo [33]. Para los hombres el efecto de ambas actividades –venta de droga y colaboración con narcos- está estrechamente asociado con el comercio sexual. Entre los hombres, el haber vendido droga multiplica por más de nueve (+804%) los chances de haber vendido servicios sexuales. Sorprendentemente, para la segunda de estas conductas, hacerle trabajos a los narcos, el coeficiente es negativo [34]. Se podría conjeturar, por ejemplo, que los narcos tratan de evitar el establecimiento de redes de apoyo entre homosexuales.

Este vínculo que se observa entre la prostitución adolescente y el bajo mundo, en este caso el de la droga, en forma análoga al que se observa en Nicaragua con las pandillas juveniles se puede interpretar de varias maneras. En primer lugar, el comercio sexual muestra tener un impacto considerable sobre la vulnerabilidad de los jóvenes a los ataques criminales. La probabilidad de sufrir agresiones físicas, de ser amenazado con un arma, e incluso de ser víctima de un robo en la calle es sustancialmente mayor para los jóvenes que reportan haber recibido dinero a cambio de tener relaciones sexuales que para el resto. Esta dinámica es pertinente sobre todo entre los jóvenes desvinculados del sistema educativo.
Se puede pensar, por ejemplo, que la prostitución de los jóvenes no escolarizados es más visible y callejera mientras que, entre los estudiantes, se trataría más de una actividad de segundo piso.

Esta observación se tiende a corroborar al observar las tasas de victimización específica para los diferentes grupos de riesgo, y en particular para las trabajadoras sexuales y los sankis, que por la manera misma como fueron incluidos en la muestra, ejercen su actividad de manera explícita y en lugares públicos. 
Esta mayor vulnerabilidad puede implicar la conveniencia de contar con protectores o vengadores privados, como pueden ser las pandillas juveniles, o los mismos narcos. En ese sentido, nótese como las prostitutas son las que en mayor proporción reportan haber tenido que pagar contribuciones a una pandilla. Esta vía de contacto de los jóvenes que, en la calle, venden servicios sexuales con el mundo criminal ha sido señalada en algunos estudios.  “Algunas de las muchachas jóvenes manifestaron tener «pareja», quien, según dijeron, las protege, las cuida y comparte los gastos de la casa. Algunos de sus compañeros se dedican a la venta y/o al tráfico de estupefacientes, además del robo” [35].

Vale la pena en este punto hacer un paréntesis para señalar que la mayor tendencia a ser víctima entre quienes ejercen el comercio sexual se extiende al ámbito de las relaciones privadas. Entre los distintos grupos de riesgo, la probabilidad de que una paloma sea golpeada por su novio es varias veces superior a la de los demás adolescentes, incluyendo los sankis, que también venden servicios sexuales. Así, se percibe una clara diferenciación entre la prostitución adolescente femenina y la masculina, en el sentido que la primera aparece más asociada con la violencia de pareja. 
Esta observación se corrobora al analizar la incidencia de violencia de pareja según venta o no de servicios sexuales por géneros y escolaridad. Parece claro que, en esa dimensión de la violencia el mayor riesgo se da para las mujeres que, por decirlo de alguna manera, salen del closet –en realidad de la escuela- para vender servicios sexuales de manera, se puede pensar, más explícita que las estudiantes. Este efecto, por el contrario no se da para los hombres.
Por otra parte, al igual que en Nicaragua, el comercio sexual en los adolescentes dominicanos está asociado con un mayor consumo de sustancias legales e ilegales. De nuevo, las diferencias son mayores para las mujeres que para los hombres.
Así, una segunda manera para dar cuenta del acercamiento al bajo mundo sería la de facilitar el acceso a las drogas. Esta observación tampoco sorprende. En el ya referido trabajo de OIT-IPEC, aunque se menciona de manera repetida el fenómeno del alto consumo de droga entre los adolescentes que venden servicios sexuales, no se hace ninguna mención a la cuestión del tráfico de sustancias y a la posible relación entre uno y otro fenómeno. En un trabajo similar realizado en Nicaragua, por el contrario se señala que
“Desde hace muchos años este sector (La Dupla, en Managua) ha sido bien conocido como una zona de prostitución y tráfico de drogas (pega, crack, marihuana y cocaína). Aquí pululan  mayoritariamente mujeres adultas; sin embargo, se observó la presencia de adolescentes en los grupos … En el parque Luis Alfonso Velásquez … tanto de día como de noche deambulan mujeres adultas y adolescentes consumidoras de drogas, que son pagadas por dar sexo a policías, vigilantes, obreros de la construcción y taxistas principalmente” [36].

No debe dejar de señalarse que el problema de los vínculos entre prostitución adolescente y narcotráfico aparece, de acuerdo con lo reportado en la encuesta, como algo bastante complejo. Por una parte porque es entre las mujeres que han comerciado con sexo aún vinculadas al sistema escolar en donde se da la mayor asociación, y de manera específica para la venta de cocaína y la colaboración con narcos. Para los hombres, por el contrario, el problema está más relacionado con la marihuana y por fuera del sistema escolar [37].

Así, frente a la explicación corriente de las organizaciones transnacionales de tráfico de personas como determinantes de la prostitución, lo que sugieren estos resultados es que los violentos que, al parecer, contribuyen a la prostitución de los jóvenes no siempre son mafias transnacionales, pueden ser poco organizados y a veces pueden estar ahí, muy cerca, en el colegio.

Volviendo a la observación de una alta incidencia de violencia de pareja sobre las jóvenes prostitutas, no es fácil comprender el comportamiento tanto del hombre que vive de la venta de servicios sexuales de las mujeres que seduce, como el de la mujer que no sólo los vende sino que comparte beneficios, se siente protegida, y mantiene un vínculo afectivo con su explotador. La explicación basada en varios siglos de patriarcado es pobre para esta situación realmente insólita. El chulo o maipolo –denominaciones para el rufián en República Dominicana-
“es un vividor por excelencia ... son hombres muy hábiles que logran hacer que las muchachas se enamoren de ellos, pero son pocas las veces que ellos se enamoran de ellas ... crean unos nexos afectivos que logran convencerlas de que le ayuden económicamente, o las convencen de que inviertan en sus negocios lo poco que tiene. Con el chulo las relaciones sexuales también son conflictivas. El, que entiende la necesidad de afecto que esta muchacha tiene, cultiva esa necesidad para mantener su control sobre ella, sobre sus ingresos. (El hace) todo aquello que contribuye a que ellas desarrollen lazos afectivos de dependencia. Estos se profundizan cuando la primera relación sexual es realizada con uno de estos chulos profesionales” (Pareja y Rosario, 1992, p. 106).

Para las mujeres que se iniciaron en la prostitución como consecuencia de un abuso sexual temprano, o de una agresión, se puede plantear un vínculo entre ese hecho y una tormentosa relación posterior con un rufián, en una versión doméstica del síndrome de Estocolmo. 
“La gente busca lazos afectivos ante el peligro exterior. Tanto los adultos como los niños pueden desarrollar vínculos emocionales con gente que de manera intermitente los hostiga, golpea y amenaza. La persistencia de estos lazos lleva a confundir amor con dolor. Los ataques llevan a estados de sobre excitación ante los cuales la memoria se puede disociar, y retornar tan sólo cuando se renueva el terror. Esto interfiere con la capacidad de juzgar estas relaciones y abre paso al ansia de afecto para superar los miedos reales” (Van der Kolk, 1989).

Aunque falta investigar si los antecedentes de maltrato son los que ayudan a explicar la dependencia de algunas mujeres de sus rufianes, en lo que sí parece haber consenso, desde hace varios siglos, es que el personaje del rufián o chulo es particularmente propenso a la delincuencia.
“En el estudio de José Luis Alonso Hernández, que titula El lenguaje los maleantes españoles en los siglos XVI y XVII La Germanía, es sumamente interesante el apartado que dedica a la “Jerarquización de Valentónica”, cuyo núcleo central es el rufián-valentón; describe este autor el proceso de las diversas fases por las que ha de pasar el aspirante a seguir esta carrera de la delincuencia profesional. Parece ser que la cualidad indispensable para iniciar el ingreso en estos cursos era la calidad de chulo calificativo que generalmente se conservaba hasta llegar al doctorado: la iniciación se hacía, como aprendiz, con la categoría de mandil … recadero entre rufianes y prostitutas … De aquí se pasaba a la categoría de rufián (de donde) se ascendía posteriormente a la posición de jaque. Esta categoría se completaba en la de jaque-rufián (algo así como teniente-coronel de estas milicias), el cual recibía también los nombres de germano, matón y guapo, a mas de algún otro” (Pezzi, 1991).

Por mucho tiempo los rufianes fueron reconocidos por sus dotes para el ejercicio de la violencia.
“(En Andalucía en el s. XV) cada bando armaba su ejército y sembraba el terror por campos, villas y ciudades … Para formar dichos ejércitos, estos señores de la guerra no dudaron en recurrir a los servicios de lo más florido de la canalla andaluza, entre los que sobresalían por su arrojo y su fiereza los rufianes que controlaban las actividades de numerosas prostitutas en cada ciudad” (Moreno y Vásquez, 2004, p. 18). Así, las mancebías se concibieron en parte -bajo el objetivo global de controlar el orden público- como un mecanismo para retener o por lo menos encauzar el poderío militar de los rufianes. “Para las autoridades sevillanas estaba claro que para acbar con los enfrentamientos sangrientos había que cercenar las bases del reclutamiento nobiliario, y que éste se nutría especialmente de los rufianes que controlaban la prostitución clandestina. Ante la imposibilidad de disuadir a los magnates en lucha, se decidió actuar contra las bases de sus bandos, persiguiendo la proliferación de rameras fuera de la mancebía. El 9 de Julio de 1470 la ciudad ordenó que todas las prostitutas de Sevilla se acogiesen a ejercer su trabajo en la mancebía” (Ibídem, p. 49). 

Como ya se anotó, la figura del rufián es clave para que se establezcan vínculos entre la prostitución y el mundo criminal. Esta asociación, tan común en la picaresca, entre rufianes y delincuencia no parece perder vigencia. Basados en entrevistas en 4 ciudades británicas, May et. al (2000) señalan que la mayor parte de los rufianes (pimps) asociados fundamentalmente con la prostitución callejera tienen un importante historial delictivo. También es más probable que surja cuando existe tráfico de mujeres y, de manera perversa, es el personaje con mayor capacidad para bloquear los esfuerzos policivos contra las mafias.

Aunque la prostitución latinoamericana actual, enmarcada en el escenario de excedente de mujeres, no parece muy asociada con el tráfico ni, por lo tanto, con la delincuencia lo que, a su vez, le resta relevancia a las funciones del rufián, no sería sensato ignorar del todo esta problemática figura, ni la tormentosa y peligrosa relación que mantiene con algunas prostitutas, de manera proporcional a su juventud. De acuerdo con el mismo trabajo de May et. al. (2000), las mujeres que mantienen vinculación con rufianes corren mayor riesgo de sufrir abuso físico o emocional. También preocupante resulta la observación que los rufianes tienden a concentrarse en las prostitutas más jóvenes y, si bien su rol como inductores a la actividad no es del todo claro, sí juegan un papel importante en mantenerlas dentro del negocio.

Para República Dominicana, se ha observado también que, en la calle, las prostitutas más jóvenes son las que con mayor frecuencia se ven acompañadas de un control o chulo (OIT-IPEC, 2002, p. 86). Este siniestro personaje,
“es el dueño de la mujer. El administra el dinero, lo exige, le da lo que quiere, la golpea, impone las reglas de la relación a su antojo, las cambia de zona cuando no consiguen clientes, le busca trabajo en un negocio y hasta actúa de defensor en algunos casos en que ella lo necesita” (Pareja y Rosario, 1992, p. 49).

En las casas de citas cambia el nombre del protector -a maipolo, generalmente el administrador del negocio- pero no sus funciones básicas.
“Ellos son la fuerza de choque del dueño tanto con las mujeres como con los clientes problemáticos. El negocia con las mujeres su salario, les pone multa cuando llegan tarde, él es quien le paga al tigre guardián, y sabe a quien buscar cuando hay problemas con la justicia ... Suelen manejar el contrato de trabajo a su capricho, les pagan cuando quieren, las despachan sin pagarles o les cancelan el contrato. Las maltratan físicamente cuando se quieren imponer, las obligan a tener relaciones con ellos, e imponen la norma que toda nueva muchacha que entra al negocio debe ser estrenada por él. Hay casos frecuentes en que el (maipolo) convive con una o varias de las muchachas residentes (Pareja y Rosario, 1992, p. 49).

SEXO Y FAMILIAS INSEGURAS
Aunque la mayor característica de las jóvenes que reportan haber tenido un embarazo (o los jóvenes que lo reportan para su pareja) es el estar por fuera del sistema escolar, también parece haber una asociación positiva entre este incidente y la venta de servicios sexuales. Las diferencias por género muy seguramente tienen que ver con la edad de las parejas con quien se tienen relaciones sexuales.
Conviene recordar que, para las mujeres, el embarazo incrementa los riesgos de abandono escolar. De cualquier manera, si parecería haber una asociación entre venta de servicios sexuales y embarazo ya que si se desagrega la población que ha comerciado con sexo de acuerdo con la frecuencia con que lo hace aparecen una clara asociación positiva. Entre las jóvenes sexualmente activas que nunca han vendido servicios sexuales la tasa de embarazo es del 36%, sube al 40% para quienes lo hicieron alguna vez pero no el último año y alcanza el 67% entre quienes durante el último año lo hicieron con mayor frecuencia.
Bastante preocupante resulta la observación que, aún cuando se controla por el número de parejas sexuales, la prostitución adolescente, sobre todo la femenina, parece positivamente asociada con los embarazos. En efecto,  mientras que entre las jóvenes que manifiestan no haber comerciado con sexo la mayor promiscuidad –medida por el número de parejas por año de actividad sexual [38]- se ve acompañada de menores tasas de embarazo adecuándose al prototipo de mayor variedad sexual con mayor control de natalidad, entre las jóvenes que han vendido servicios sexuales la probabilidad de un embarazo crece con la promiscuidad, lo cual se podría interpretar como un síntoma de escasas precauciones en materia de contracepción.
En la encuesta se hacía la pregunta acerca de haberse hecho o no un examen de VIH-SIDA. El hecho que quienes respondieron positivamente a esa pregunta, y que la asociación entre uno y otro evento sea más estrecha entre las mujeres (coeficiente de correlación de 39%) permite sospechar que ese tipo de prueba se practica entre los jóvenes no por iniciativa individual sino como parte de los controles de embarazo. Por otra parte, se debe señalar que, la proporción de personas que se han hecho una prueba VIH sin que medie un embarazo sea prácticamente la misma (10-11%)  entre quienes venden servicios sexuales y quienes no lo hacen, sin mayores diferencias por género.

Con respecto a los adolescentes que declaran tener hijos se observan dinámicas similares a las del embarazo. En esta dimensión, la escolaridad también aparece como uno de los factores determinantes de paternidad, y sobre todo la maternidad, prematuras. Cerca una de cada dos las jóvenes no escolarizadas reportan tener algún hijo, dependiendo poco de si han vendido servicios sexuales o no.
Entre los hombres, escolarizados o no, la prostitución si parecería positivamente asociada a la paternidad.

Hecha esta aclaración, en el sentido que hay una fuerte incompatibilidad entre la escuela y la maternidad adolescente, se puede señalar que el ejercicio frecuente de la prostitución no constituye un obstáculo para que las jóvenes tengan descendientes. Cerca de la mitad de las jóvenes que reportan haber vendido servicios sexuales con frecuencia semanal o superior el último año reporta tener hijos, contra un 22% entre quienes no han acudido al comercio sexual.
Para las mujeres el comercio sexual no implica diferencias apreciables en términos de con quien viven los hijos, que en su gran mayoría lo hacen con sus madres. Hay una diferencial crucial, sin embargo, en términos de la colaboración económica que reciben de los padres de esos hijos ya que mientras que el 87.5% de las jóvenes madres que no han comerciado con sexo manifiestan que el padre les ayuda con la crianza del hijos entre las madres que han vendido servicios sexuales tal cifra es de apenas el 37%. Algo similar se observa entre los padres: la venta de servicios sexuales no afecta mucho el hecho de vivir o no con el hijo –el porcentaje es bien inferior al de las mujeres- pero sí cambia la colaboración que se brinda a la madre con la crianza del hijo.

PROSTITUCION Y EMIGRACION
Dada la importancia que tiene República Dominicana en la prostitución femenina en otros países, y en particular en lugares como España y Ámsterdam, vale la pena preguntarse si de alguna manera se puede percibir entre las jóvenes dominicanas que venden servicios sexuales algo que se pueda asimilar a un plan de emigración para ejercer su actividad en el exterior. En general, los datos de la encuesta no avalan el escenario de unas jóvenes que venden servicios sexuales con perspectivas claras de establecerse en otro país. Por el contrario entre quienes han acudido a la venta de sexo tan sólo un 19% consideran muy probable emigrar, contra un 33% de las demás adolescentes.
En el otro extremo el 28% de las primeras no piensa emigrar, contra el 17% de las segundas.

Aunque bastante alta, la proporción de mujeres adolescentes que tienen algún familiar establecido en el exterior es ligeramente inferior entre quienes reportan haber vendido servicios sexuales (75%) que entre quienes no lo han hecho (81%). Como resulta obvio, entre quienes cuentan con algún contacto en otro país aumentan los deseos y planes de emigración. Pero este mayor deseo no es una particularidad de las jóvenes que han vendido servicios sexuales y, de hecho, aún entre quienes tienen familiares en el extranjero los planes de emigrar siguen siendo inferiores entre las jóvenes que vendido sexo.
Entre los hombres que han comerciado con el sexo tampoco se percibe de manera nítida una mayor inclinación hacia la emigración que entre sus congéneres que no lo han hecho. Aunque es mayor la proporción, entre quienes han vendido servicios sexuales, de los que consideran muy probable irse del país (33% contra 26%) también es superior la de quienes no piensan emigrar (26% contra 17%).
A diferencia de las mujeres, los hombres que han vendido servicios sexuales y además tienen contactos familiares en el exterior sí muestran una mayor voluntad de emigrar. El porcentaje de los que consideran muy probable irse del país alcanza en este caso un significativo 46%.
Realmente, en materia de la voluntad de fortalecer los vínculos con el exterior, la mayor peculiaridad de las jóvenes que han vendido servicios sexuales es la de, textualmente, querer establecer lazos matrimoniales con una persona extranjera. La eventual voluntad de emigrar, si bien no se manifiesta de manera explícita en términos de planes de vida, sí se hace de manera indirecta a través del deseo de formalizar una relación de pareja con un foráneo. Un 40% de las jóvenes que han comerciado con sexo –contra 17% de las demás mujeres- manifiesta que ser extranjero es una cualidad muy importante de la persona con quien uno se casa.
Esa sobre valoración de lo foráneo tiende a corroborar lo encontrado en otros estudios sobre venta de servicios sexuales en República Dominicana,
“muchas mujeres buscan al gringo para casarse, pero mientras el gringo llega, ellas van comiendo ...” [39].

“El enamoramiento y entrega de su cariño se da cuando cree haber encontrado al cliente que le va a sacar del negocio, que se va a casar con ella y le va a ofrecer una situación estable ... La motivación para que una muchacha desee casarse es muy amplia: visa para Estados Unidos, un hombre con suficiente dinero para brindarles una casa, estabilidad, ropa. No falta aquella que se casa porque se enamora verdaderamente de un cliente desde el primer momento, y con ellos la búsqueda del matrimonio tiene el deseo implícito que la honre, que la saque del negocio” [40].

Aunque estos testimonios hacen referencia al lado femenino del mercado del sexo, no se trata de una peculiaridad de las mujeres, pues entre los jóvenes prostitutos también se observa la misma valoración de la pareja extranjera.
Conviene aclarar que no se trata, ni mucho menos de una particularidad dominicana. En un estudio hecho en Medellín, Colombia, Trifiró (2003), en un capítulo con el sugestivo título En busca de un esposo europeo, cuenta la historia de Lucero, quien “ya renunció al sueño de la adolescencia de volverse rica y quiere sólo encontrar un buen hombre europeo con quien criar a sus hijos y garantizarles un futuro, como hicieron sus dos hermanas” puesto que, según Lucero, “los hombres europeos son fríos y sin alma pero saben ser fieles y respetan la sacralidad de la familia, mientras que los colombianos te dejan abandonada con la barriga”  [41]. En Corea, “como resultado del rechazo por la gente de su pueblo, estas mujeres no perdían de vista el gran premio: el matrimonio con un militar estadounidense” [42]

El extranjero, sin embargo no parece ser el único príncipe/princesa azul que pueda venir a cambiar súbitamente la situación. En general, una cualidad considerada muy importante de la persona con quien uno se casa por parte de los jóvenes que reportan haber vendido servicios sexuales, y esa es una de las características que los diferencia de los demás adolescentes, es que se trate de alguien con dinero y riqueza. En el otro extremo, asuntos como la inteligencia, la generosidad o la fidelidad aparecen menos valorados que en el resto de las jóvenes.
Las observaciones anteriores aparecen aplicables tanto a las mujeres como a los hombres que han vendido servicios sexuales.
Esta valoración de las cualidades de la pareja con la que se desea contraer matrimonio, y que por la prioridad que se le asigna a la cuestión puramente económica podría denominarse arribismo matrimonial es un factor que permite discriminar, junto con varios de los elementos discutidos hasta este punto, a los jóvenes que han vendido servicios sexuales de los demás.

PROSTITUCIÓN Y NARCOTRÁFICO
Vale la pena en este punto un esfuerzo por detectar entre esa maraña de efectos, algunos de los cuales se entrecruzan y refuerzan, cuales son los que, en últimas, mejor contribuyen a diferenciar a los y las jóvenes que reportan en la encuesta haber vendido servicios sexuales de los demás. Los resultados de este ejercicio [43] suscitan varios comentarios .
El primero es el de las notables diferencias entre los factores de riesgo de la prostitución femenina y la masculina y, en particular, que la segunda aparece más difícil de explicar a partir de los datos de la encuesta que la primera: el porcentaje de la varianza explicada en la ecuación femenina es del 27%, contra el 11% en la de los hombres. El segundo comentario es que el único factor de riesgo común para la venta de servicios sexuales por parte de las mujeres y los hombres es el abuso sexual temprano –antes de los 13 años- que incrementa de manera estadísticamente significativa, y con una magnitud importante (+642% para las mujeres y +566% para los hombres) la probabilidad de tal evento. El tercero es que, a diferencia de la prostitución adolescente femenina, la masculina aparece compatible tanto con la vida familiar como con la escolaridad. En efecto, mientras que para las mujeres la venta de servicios sexuales se asocia con un corte tanto con la familia como con la escuela -puesto que la rebeldía precoz incrementa los chances en un 421% y el abandono escolar en un 252%- entre los hombres no se observa lo mismo. El cuarto comentario es que la búsqueda de un matrimonio de conveniencia con una persona rica y/o extranjera parece ser un incentivo para la prostitución  tanto para las mujeres como, de manera menos significativa,  para los hombres.

El último comentario es que la relación entre la prostitución adolescente y el mundo de la droga aparece de acuerdo con los datos de la encuesta siendo determinante como, por otro lado, bastante complejo. En efecto, mientras que para los hombres la venta de marihuana o cocaína es tal vez la principal peculiaridad de quienes venden servicios sexuales, esta dimensión resulta irrelevante entre las mujeres. Para estas últimas, por otra parte, aparecen como determinantes las relaciones de colaboración con los narcotraficantes algo que, por el contrario, caracteriza a los hombres que no venden servicios sexuales: tal tipo de colaboración reduce en un 88% los chances de que se reporte prostitución adolescente masculina. 

Para corroborar la observación que las relaciones entre el narcotráfico y la prostitución son en extremo complejas y merecen un análisis específico y a profundidad -que por obvias razones sobrepasa el alcance de este informe- vale la pena mencionar algunos resultados de una detallada descripción de las redes de tráfico de cocaína en Holanda, en las cuales Zaitch (2002) destaca las peculiaridades de los vínculos entre el comercio sexual y la distribución de drogas colombianas en ese país. Fuera de ciertos contactos sociales, pues las prostitutas colombianas y los traquetos -nombre para la nueva generación de pequeños capos del narcotráfico- frecuentan los mismos bares o restaurantes, o de servicios de compañía ocasionalmente demandados por los segundos, o del hecho que algunas mujeres que llegaron como mulas se volcaron hacia la venta de sexo, o que otras colaboran con el blanqueo de dinero, las relaciones entre las dos actividades son distantes. Por varias razones. Uno, la importación y distribución de cocaína es ilegal, y se persigue. Quienes ejercen la prostitución no siempre muestran disposición a tomar mayores riesgos. Dos, las aptitudes que se requieren para una y otra actividad son distintas: la reputación de violencia necesaria en la distribución de droga no es consistente con los requisitos físicos requeridos para la venta de sexo. Tres, los traficantes de cocaína consideran que las prostitutas son demasiado vulnerables en los aeropuertos y fronteras: no sólo son demasiado visibles sino que, con mayor frecuencia, son sujetas a controles, o interrogadas, o deportadas. Las consideran poco fiables e indiscretas. Incluso para tareas menores, como el transporte de dinero, presentan inconvenientes pues anuncian demasiado sus viajes -hacen con frecuencia fiestas de despedida- y por lo tanto son presas fáciles para los robos. Cuatro, el bajo nivel de consumo de droga por parte de las prostitutas colombianas corrobora la idea de que están alejadas de la venta al por menor. Por último, está el hecho de que en Holanda no existen mafias que controlen diversos mercados ilegales. Así, los traficantes colombianos en Holanda tienen que establecer múltiples contactos para las distintas etapas del negocio, que rara vez coinciden con los de soporte a la venta de servicios sexuales [44].

Misteriosamente, y a diferencia de la relativa independencia de las mafias que muestran las prostitutas colombianas en Europa, las mujeres dominicanas, de acuerdo con el mismo autor, sí parecen depender de sus chulos y rufianes en Ámsterdam. Hasta qué punto esto refleja mayores vínculos con el narcotráfico es algo que valdría la pena indagar. Lo que sí parecería es que -también a diferencia de las prostitución en Colombia, que de acuerdo con varios observadores es relativamente independiente, sin mayor influencia de rufianes o proxenetas [45]-  en República Dominicana “casi siempre estas adolescentes menores de edad (las llamadas palomas) operan bajo la “protección” de un “control” o “chulo”, que puede ser un menor o un adulto” [46].

EL NARCO COMO CLIENTE, NO COMO TRAFICANTE
Es posible que una de las consecuencias más desafortunadas del diagnóstico de la prostitución adolescente basado en la precariedad económica de los jóvenes y/o las mafias de proxenetas en un país aquejado por problemas de droga es que se desdibuje el  papel del mafioso narco que, se puede pensar, en el ámbito de la prostitución juega más el papel de pródigo y apreciado cliente que el de lúgubre y temido traficante de personas. En ese sentido, pueden ser útiles algunas referencias a la situación colombiana, en dónde, ahora parece indiscutible, el narcotráfico jugó un papel fundamental en el impulso a la prostitución de jóvenes en sus áreas de influencia, sin mayores distingos de clase social, o nivel educativo.

Una muestra ilustrativa de la dimensión faraónica que alcanzó a tener la demanda por servicios sexuales de la mafia colombiana, y que a la vez constituye una muestra insólita  de lo que puede llegar a ser el tráfico de mujeres en la actualidad, es una rumba de capos en Río de Janeiro que, ya organizada con un costo de medio millón de dólares, se frustró por los riesgos de seguridad provocados por el amplio despliegue del evento en los medios de comunicación brasileros y que algún tiempo después se replicó, con las garotas traídas expresamente, en la finca de Pablo Escobar, jefe del cartel de Medellín,.
“Pablo Correa, que vivía con varias de sus amadas bajo el mismo techo, quedó tan entusiasmado que se importó una mulata para sumarla a su pequeño harén. Y Pablo (Escobar), en esta época de sosiego y prosperidad en Nápoles, en una rumba recordó con antojo el golpe de las caderas de las garotas. “Vaya y tráigame unas mulatas del cabaret de Brasil”, le dijo a su piloto. “Dentro de quince horas estoy de regreso”, le respondió mientras miraba su reloj. Y, efectivamente, regresó con el avión cargado de garotas, típicas de carnaval, con culos portentosos que agitados de manera singular hacían entrar en furor a los asistentes. Mientras andaba embelesado con las mulatas, Pablo fue advertido de que su mujer, doña Victoria, se dirigía en su helicóptero hacia Nápoles. Susto le dio al Patrón. Ordenó de inmediato desaparecer las pruebas de la juerga y que se empacara a las invitadas en el avión. Cuando su mujer llegó todo estaba en orden y cuando por fin partió, Pablo hizo que el avión, que había dado vueltas, unas tres horas, sobre los cielos de Nápoles con las cabareteras, aterrizara de nuevo” [47].

A diferencia de la voluminosa bibliografía académica sobre la violencia colombiana, tímida en el tratamiento de estos temas, las referencias a la activa demanda por servicios sexuales de los violentos es frecuente en los relatos y biografías de los mafiosos célebres, o de sus colaboradores cercanos. Por ejemplo, la biografía de Jhon Jairo Velásquez Vásquez, alias Popeye, lugarteniente del mismo Pablo Escobar es útil para destacar los complejos mecanismos de refuerzo entre una fuente aparentemente infinita de recurso financieros, como el narcotráfico, y una juventud ávida de enriquecimiento rápido. Uno es la capacidad de arrastre que tiene la exitosa vida sexual de ciertos personajes del bajo mundo sobre las conductas juveniles. En el capítulo titulado El comienzo de la mencionada biografía, y antes de hacer referencia al deslumbramiento que le produjo la riqueza y el poder que se respiraba en la finca del capo, Popeye cuenta como, cuando lo conoció, el patrón estaba
“sereno y radiante. La mujer que le acabo de llevar es realmente hermosa. Nada menos que la señorita Medellín … Una rubia de la alta sociedad paisa, de rasgos finos y elegantes. Su piel es blanca y suave. Las piernas le llegan al cuello. Lleva un finísimo reloj Cartier …Desde el momento que la recojo en su casa, advierto que no tiene puesta ropa interior, excepto un minúsculo corpiño negro de encaje, que sujeta su hermoso y exuberante busto. Esta mujer es una verdadera fantasía para cualquier hombre”  [48].

La capacidad de los mafiosos para conquistar no una sino muchas mujeres hermosas se menciona en esta biografía varias veces. Además, se hace explícita la idea, totalmente ignorada en el diagnóstico tradicional de la violencia juvenil, que una de las consecuencias más temidas de la precariedad económica de un joven, que se agrava con la desigualdad, es la de no tener acceso a la pareja que desea. También se alcanza a sugerir la idea de lo que se puede denominar un efecto de arrastre, o sea un impacto perceptible de los mafiosos sobre la sexualidad de las jóvenes de su entorno. 
“En mi barrio, las mujeres hermosas eran cuatro. Enloquecían a todos los muchachos con su porte y su cadencia al caminar. Yo particularmente moría por una de ellas, la más bella; pero desde mi posición de fracasado, era imposible pensar en tenerla. La frecuentaba Roberto Striedinger, uno de los pilotos de Pablo Escobar Gaviria .. Sin embargo, el destino la marcó para que más adelante fuese mi esposa” [49].

“En el túnel (parte trasera del camión en la que se transportaban los visitantes sin permiso a Pablo Escobar en la cárcel de la Catedral) acomodábamos a las reinas de belleza de la época. Creo que a lo largo de ese tiempo, alcanzaron a subir en el túnel todas las candidatas que participaron en el reinado de Cartagena … Visitaban a los muchachos y se divertían. Varias de ellas, incluso, terminaron enamoradas y de las visitas resultaron matrimonios. También lo hacían modelos famosas y actrices” [50].

”Pablo Escobar no era hombre de una sola mujer, siempre había una nueva, más bonita, más joven, más lujuriosa, más fina y con más clase. O no necesariamente con más clase, pues muchas de las más bellas mujeres de su colección, provienen también de las comunas, humildes barrios y modestos municipios. Algunas madres le ofrecían sus hijas al Señor, preparándolas previamente para complacerlo en la cama” [51].

“Él mismo (Escobar) le mostró a su mujer una carta donde unas jóvenes de Bucaramanga, universitarias y vírgenes, le ofrecían, como un honor, su sexo” [52].

No parece exagerado colegir de testimonios como estos que el éxito de algunos mafiosos haya podido llegar a alterar las condiciones del mercado de parejas y del sexo a su alrededor, produciendo algo asimilable a un impacto social. Alonso Salazar, un observador serio y minucioso del narcotráfico en Medellín alcanza a sugerirlo.
“En Envigado, con la bonanza, las apacibles costumbres cambiaron … Para las mujeres se puso de moda una sensualidad abierta y desafiante, mejorada con siliconas”  [53].

Pablo Escobar no es el único mafioso colombiano para el cual se ha mencionado un notable éxito con las mujeres de cualquier estrato social, y cierta capacidad para influir sobre el mercado del sexo. Para Carlos Lehder Rivas, para los patrones del cartel de Cali o, más recientemente, para los líderes paramilitares, también se ha señalado una gran capacidad de atracción de hermosas féminas así como de generar situaciones en las parece retórica la distinción quedan claros los límites entre el intercambio afectivo y el comercio sexual.
“Ingenuas niñas se dejaron seducir por el dinero de Lehder y varias tienen hijos de él … De cuatro a cinco jovencitas se decía que estaban embarazadas o tenían prole nacida en virtud de las íntimas relaciones con Carlos Lehder .. Este sí que es un asunto ponzoñoso porque todas las muchachitas de las que se dijo y se sigue diciendo que estaban encartadas por ese motivo, eran y siguen perteneciendo a queridísimas familias … Dicen que una vez, cuando sostenía amores con dos o tres universitarias, ofreció a las tres un premio millonario si llegaba cualquiera de ellas  a quedar en embarazo y si de esa preñez salía un varón … Y dicen que por esa propuesta, ante lo interesante que ella resultaba, las muchachas se iban a acostar con él y hacer toda clase de malabares sexuales a ver si de pronto quedaban preñadas de muchachito”  [54].

“¿Qué desea tomar? Me dijo Carlos (Lehder). Una chica preciosa, algo así como el ama de llaves se arrimó al lugar en el que me encontraba con Lehder … La jovencita no fue capaz de ocultar su molestia por encontrarse conmigo .. No era nadie distinta a la hija de un conocido político de la región. Una distinguidísima mujer, de atributos físicos demarcados en una línea delgada; una dama de mucho porte, tal cual fue la madre en su juventud. El caso no me gustó… -¿Qué hacía esa niña en la casa de Lehder? Me preguntaba. –Yo la conocía desde pequeña- me indignó porque, además, su papel no encajaba; no tenía por qué ser, habida cuenta de la  posición social y económica de la familia a la que pertenecía esa niña, una mandadera del magnate” [55].

“Con El Pichón conversamos de muchas cosas. El llevaba varios años en eso. Era un cocinero mayor y estaba muy bien parqueado en Cali con los patrones. Sin embargo, me dijo que estaba aburrido, que el mayor anhelo de él era independizarse … Lo que sí le gustaba era la finura de los patrones. Un día me contó de lo sabroso que vivían. El estuvo en una fiesta donde las invitadas eran artistas de la televisión y reinas. Desfilaron en tanga por pasarela y luego se las jugaron entre ellos en una polla. Sí, con una polla se supo quién se quedaba esa noche con cuál” [56].

“El capo (Gilberto Rodríguez Orejuela) estuvo diez días encerrado en una lujosa casa del exclusivo barrio de Los Rosales … durante dos semanas los agentes de la Policía vieron entrar en la noche a doce atractivas mujeres que, según los informes, llegaban de la capital antioqueña con el único objetivo de visitar al capo” [57].

“Las autoridades encargadas del control del Aeropuerto Los Garzones, de Montería, han notado que cada vez es más frecuente la llegada de jóvenes modelos provenientes de Medellín y Bogotá, que tienen como destino los campamentos paramilitares de Santa Fe de Ralito. El fenómeno ha causado todo tipo de rumores en la ciudad. Lo cierto es que, pasados unos días, las modelos regresan a sus lugares de origen”  [58].




RECOMENDACIONES
El debate sobre la prostitución ha llegado a niveles altos de politización, no siempre con el suficiente respaldo en la evidencia. A la noción del mal menor, con que históricamente se ha respondido a los impulsos abolicionistas se han sumado ahora dos corrientes contrapuestas. Por una lado, la de quienes hacen recaer toda la responsabilidad del problema en unas mafias y traficantes, sobre los cuales la evidencia para América Latina es tenue, y, en el otro extremo, una que se podría llamar del laissez faire y que defiende la posición de que se trata de un mercado (oficio) como cualquier otro.

Para ofrecer argumentos a favor de la prevención –no necesariamente la prohibición o la abolición- de la prostitución no parece necesario recurrir a ninguno de esos dos extremos, que oscurecen el panorama, dificultan el diagnóstico y hacen prácticamente imposible el diseño de políticas y programas realistas.

Aunque la información de la encuesta analizada no aporta evidencia directa acerca del entorno social y demográfico de la prostitución en República Dominicana, no parece arriesgado plantear que se trata de una compleja mezcla de rezagos de prostitución del tipo de excedente de mujeres que migran hacia la metrópoli con la asociada a la actividad turística. En ambos casos, el escenario de los traficantes o explotadores que se llevan a las mujeres contra su voluntad, típico de las situaciones de frontera con excedente masculino, no parece el más idóneo para el diseño de estrategias realistas y eficaces. Por otra parte, parece claro que desde República Dominicana, al igual que desde otros países de América Latina, como Brasil y Colombia, está emigrando en la actualidad, al menos hacia Europa, una población mayoritariamente femenina. Se puede plantear que los mismos motivos que llevan a esas mujeres a radicarse en el exterior, y no unos misteriosos tratantes de blancas,  son los que está impulsando la exportación de servicios sexuales.

Este dinámico comercio de exportación de sexo, y la posibilidad de unos mecanismos internos de refuerzo y transmisión intergeneracional de la actividad, algo sobre lo cual la encuesta no aporta información, pero sobre lo que existe copiosa evidencia en distintos lugares y épocas [59] justifican el planteamiento que se debe hacer algo para prevenir la prostitución adolescente en República Dominicana. Las recurrentes y complejas relaciones del fenómeno de la prostitución con el narcotráfico que muestran tanto los datos de la encuesta, como evidencia en el mismo sentido en algunos centros de producción o distribución de droga en el exterior, apoyan la idea de asignarle una atención prioritaria al tema de la prostitución dentro de la agenda global de la seguridad dominicana.

En general, son básicamente tres los argumentos que se pueden esgrimir a favor de políticas preventivas de la prostitución adolescente. El primero, es el relacionado con la muy poco estudiada y comprendida relación entre los fenómenos de la prostitución y la violencia juveniles. El segundo, que se puede agrupar bajo el tema de violencia doméstica tiene que ver con dos personajes, misteriosamente ausentes del debate contemporáneo sobre comercio sexual, pero no siempre de la vida privada de las jóvenes que venden servicios sexuales: los rufianes (chulos o parejos) y sus hijos, los de las prostitutas. El tercero es la posible expansión del negocio -cuando no se establecen unos controles mínimos- hacia la prostitución adolescente e infantil. La relevancia y gravedad relativa de estos elementos depende del entorno del comercio sexual.  Para República Dominicana los tres parecen pertinentes.

Como en varios otros campos en los que se presenta el dilema entre la prevención y el control, en el área de la prostitución adolescente resulta indispensable separar las medidas orientadas a quienes ya están iniciados o involucrados en la actividad de quienes pueden eventualmente empezar a ejercerla. En otros términos, se debe distinguir la prostitución activa de la potencial.

Con relación a la prostitución activa se pueden esbozar algunos comentarios basados en los resultados de la encuesta. El primero es que así como parece poco relevante para República Dominicana el escenario de los grandes traficantes de seres humanos, de blancas, mulatas o negras para llevarlas como esclavas sexuales a lejanos lugares, tampoco parece evidente la idea opuesta –que sería la consistente con los planteamientos promovidos por los sectores del laissez faire- de avezadas empresarias del sexo que se entrenan localmente para luego ampliar su mercado y exportar su know how a nivel global. Con una encuesta concentrada en la población joven es prácticamente imposible abordar el asunto crucial de cómo se da la conexión entre la prostitución adolescente y el ejercicio adulto del oficio. Pero la evidencia de varios lugares, y en distintas épocas, sugiere que hay importantes vasos comunicantes entre uno y otro fenómeno. También la experiencia de varios milenios tratando infructuosamente de prohibir, disuadir, ilegalizar o abolir lo que se conoce como el oficio más antiguo del mundo sugieren que los esfuerzos en esa dirección han sido, en el mejor de los casos, inocuos. Escuetamente no parece irresponsable recomendar que, en materia de prostitución activa adulta los esfuerzos deben concentrarse en labores puntuales y concretas de regulación y reglamentación, cuya enumeración y discusión sobrepasa el objetivo de este trabajo.

El área crítica de intervención se presenta por un lado, en la confluencia entre la prostitución adulta, la prostitución juvenil también activa y, sobre todo, la potencial. Por otro lado, en las relaciones entre la prostitución activa –adulta o juvenil- y el mundo criminal. Sobre este segundo capítulo los datos de la encuesta ofrecen más información que sobre el primero. Y muestran con claridad que los jóvenes –tanto mujeres como hombres- que venden servicios sexuales son no sólo más propensos a ser víctimas de ataques criminales, o de violencia de pareja sino que, además son una especie de punta de lanza del consumo de sustancias, y probablemente de la venta de droga y la colaboración con los narcotraficantes.

Con relación al asunto crítico de la relación entre la prostitución activa y la potencial, resulta importante tener una idea precisa del efecto que pueda tener el mantenimiento del statu quo sobre la expansión de la actividad hacia personas cada vez más jóvenes, algo que es apenas prudente prevenir. Esa evaluación no es cuestión de opiniones sino un asunto empírico. Aunque el instrumento más idóneo para medir esta tendencia general no es una encuesta en la cual buena parte de quienes comercian con sexo no fueron incluidos en la muestra de manera aleatoria, la evaluación de la dinámica de ese mercado a partir de la muestra de estudiantes  –esa sí tomada al azar y por lo tanto representativa de la población escolarizada- muestra una tendencia preocupante, ya que, a pesar de la manera como se hizo la pregunta que tendería a dar mayor peso a las personas mayores pues hace referencia a la venta de sexo alguna vez, la incidencia decrece con la edad. Entre los estudiantes sexualmente activos los de la cohorte de 14 años reportan más haber vendido servicios sexuales que sus compañeros de 19. En la cohorte de 15 años la incidencia es similar a la observada entre los de 18, con tres años más de experiencia.

Parecería entonces, de acuerdo con lo observado entre los estudiantes, que la venta de servicios sexuales por parte de los adolescentes va en aumento, y ya es importante en edades tempranas. Es indiscutible entonces, la conveniencia de prevenir.

Por el lado de la demanda,  por prostitución activa parece razonable, siguiendo el ejemplo sueco, incluir como receptores de las medidas preventivas o disuasivas a los clientes de la prostitución y no sólo a quienes ofrecen los servicios sexuales. Por dos razones. La primera, por el sano principio de no discriminación por género. La segunda por una cuestión de eficacia: es más factible disuadir de una transacción a quien la hace de manera ocasional, incidental, que a quien eventualmente hace de eso su forma de vida. Aunque es fácil predecir que tal tipo de medidas no tendrán mayor alcance entre clientes vinculados al bajo mundo, y en particular narcotráfico, no debe pensarse lo mismo en el otro amplio sector de la demanda por servicios sexuales dominicanos como puede ser el turismo.

Bajo un escenario de disuasión, es conveniente, en forma paralela a lo que se está haciendo mundialmente con el alcohol y el tabaco, abordar el problema de la publicidad a la venta de servicios sexuales en los medios escritos de comunicación. En particular, parece conveniente estudiar el eventual efecto de esa publicidad sobre la prostitución potencial juvenil.

Un aspecto recurrente en los testimonios de prostitutas en América Latina es la tendencia de algunos clientes a presionar por el servicio sin preservativo, asumiendo una prima de irresponsabilidad. Esta peligrosa tendencia parecería proporcional a la cercanía con lo que en Colombia se denominan traquetos, para quienes la satisfacción de cualquier capricho sería simplemente un problema de fijarle el precio. Natalia, una universitaria Bogotana que vende servicios sexuales el la zona cocalera señala que “la posibilidad de estar enferma es muy alta, pues algunos clientes pagan más por no usar condón” [60]. Aunque no de manera directa, la información de la encuesta permite sospechar que el ejercicio de la prostitución por parte de los jóvenes en República Dominicana está lejos de poderse considerar un simple e inofensivo oficio más, que se practica con precaución y responsabilidad. Por el contrario, la asociación con otras conductas de riesgo, y en particular con el consumo de droga y el narcotráfico permite pensar en un panorama de alto riesgo.

Con relación a las medidas preventivas orientadas hacia la prostitución potencial es apenas evidente que estas deben dirigirse hacia los jóvenes, y entre más temprano mejor. Varios de los factores que a lo largo del trabajo se denominaron tempranos o precoces –las escapadas de casa como elemento de rebeldía contra la familia, el abandono escolar, la actividad sexual, el consumo de sustancias- hacen referencia a este tipo de conductas a la edad de 13 años, que es la mínima considerada en la encuesta.

En materia de recomendaciones se pueden distinguir dos grandes temas, el primero es el de la necesidad de actualizar, sofisticar y refinar el diagnóstico para hacerlo más acorde con las condiciones específicas, y bastante peculiares del mercado del sexo dominicano. El segundo es el de la conveniencia de concentrarse en la prevención muy temprana: prevenir que la prostitución potencial se transforme en prostitución activa. Aunque la superación de varios de los factores que empujan a los jóvenes hacia la prostitución sin duda ya hacen parte de la agenda de políticas hacia la juventud dominicana vale la pena plantear, como elemento novedoso, la idea que este tipo de medidas puede tener el doble efecto de contribuir a la  prevención de la violencia juvenil, por dos razones. Uno, por la similitud con los escenarios favorables a la vinculación a las pandillas, y por el narcotráfico como catalizador de ambas problemáticas entre los adolescentes.

No sobra hacer énfasis en la recomendación de actualizar y adecuar el diagnóstico tanto al entorno social y demográfico de la prostitución como a múltiples testimonios que señalan, una y otra vez, que el esquema básico de la precariedad económica mezclada con traficantes de personas no es el más pertinente para la realidad dominicana. 

Tal vez la característica más lamentable del debate actual –consecuencia directa de su alta politización- es la falta de información confiable y el manejo poco riguroso de la escasa evidencia disponible. En esa dimensión, casi se añora la época del reglamentarismo cuando, por lo menos, y a pesar de la fuerte influencia de los prejuicios morales, se discutía sobre bases empíricas más sólidas. En forma opuesta a los minuciosos análisis y diagnósticos que se realizaron en el siglo XIX -por lo general por gente vinculada a la salud pública- la discusión contemporánea parece completamente inmersa en las consideraciones normativas. Corbin (1982, p. 34) califica el trabajo de Parent-Duchatelet como una de las primeras obras maestras de la sociología empírica. No es fácil emitir un juicio similar para la literatura contemporánea sobre prostitución.

En los círculos políticamente más activos, el rigor y el análisis sistemático de los datos han perdido relevancia para dar paso a simples opiniones sin respaldo, o a afirmaciones incorrectas.
“El tráfico de mujeres y la prostitución en América Latina se remonta a la época de la conquista cuando los españoles, en cumplimiento de la ley de guerra, tomaban o entregaban  el botín de mujeres al vencedor” (Chiarotti, 2002).

De manera más sutil, en el otro extremo, el del laissez faire, también se apela al mismo mecanismo: se relatan con gran detalle uno o dos casos de prostitución exitosa, e incluso divertida, dando a entender implícitamente que se trata de la situación típica del oficio. Nunca se menciona el impacto de ciertos asuntos que son relevantes a la hora de evaluar la prostitución, tales como las enigmáticas relaciones de algunas mujeres con sus rufianes, la alta incidencia de violencia de pareja, o el tema de sus hijos, que sufren las consecuencias de decisiones sobre las cuales no tienen control.

Así, ignorando por completo que la estadística es una valiosa herramienta de soporte para las ciencias sociales, es común la falacia de generalizar a partir de unos pocos casos, los más dramáticos. Aunque los esfuerzos de denuncia sobre el tráfico de mujeres han tenido el valor de poner el tema en la agenda, las aproximaciones tremendistas deben dar paso a las explicaciones más rigurosas, sistemáticas y objetivas.

Con frecuencia, fuera de emitir opiniones condenando, sin definirlo adecuadamente, el tráfico de mujeres, se resta importancia a los determinantes, o a la aceptación social, del fenómeno en los círculos más cercanos y aún familiares de los adolescentes.

No vale la pena detenerse a argumentar que la política pública no puede diseñarse a partir de evidencia tan débil como puede ser un collage de relatos, por más dramáticos y reales que puedan ser. Se debe anotar además que la simple expansión numérica de los casos desfavorables también puede ser insuficiente. El hecho que un grupo poblacional posea una característica común, por ejemplo la pobreza, no implica necesariamente que esa sea la causa de cualquier conducta de ese grupo. Sobre todo cuando, como lamentablemente ocurre con frecuencia, las muestras de ese grupo poblacional no se toman de manera aleatoria. Cuando se va en busca de un problema juvenil tan sólo a los barrios populares, es apenas evidente que todos los jóvenes problemáticos compartirán la característica de vivir en un barrio marginal. Pero de ahí a postular la marginalidad como causa del problema existe un enorme trecho. En ese sentido, la principal limitación de uno de los resultados de este trabajo, el abandono escolar como factor de riesgo de un variado abanico  de problemas juveniles, tiene que ver precisamente con la falta de representación en la muestra de jóvenes desescolarizados no problemáticos.

En el mismo sentido, la asociación que por lo general y de manera casi automática se hace entre la prostitución adolescente y la precariedad económica podría explicarse parcialmente porque en esta como en tantas otras actividades, los jóvenes de bajos ingresos –o de barrios marginados- son siempre más visibles por la simple razón que pasan más tiempo en la calle. Esta observación es particularmente relevante para las mujeres entre quienes, aunque en promedio mucho más encerradas en sus casas que los hombres, el deambular por la calle depende bastante de la clase social. Tan sólo el 3% de las jóvenes de clase alta manifiestan que la calle es el lugar donde pasan la mayor parte del tiempo libre, cifra que aumenta al 13% entre quienes consideran ser de la clase baja.
Los hombres jóvenes de clase baja son los que, de acuerdo con los datos de la encuesta, dominan el espacio callejero. Entre ellos, sin embargo, el efecto de la clase social parece menos determinante.
Sin embargo, y como lo sugieren de distinta forma los datos de la encuesta, la asociación entre percepción de clase social, la situación económica efectiva de los jóvenes –medida por su nivel de gastos mensuales- y el reporte de ciertas conductas no siempre es tan directa como parece. Paradójicamente, los jóvenes que permanecen la mayor parte del tiempo libre en la calle, sobre todo los hombres, manifiestan tener un mayor nivel de gastos personales que los jóvenes menos visibles que permanecen en sus casas. En la calle se concentran los jóvenes con altísimos niveles de gastos –el quintil superior- que, simultáneamente, manifiestan pertenecer a la clase baja.

Así, no sorprenden las anotaciones de algunos trabajos en las cuales se percibe no sólo esta contradicción básica en cuanto a la precariedad económica –jóvenes de barrios marginados con altos niveles de gastos, por ejemplo para teléfonos celulares, beepers o droga- sino, algo desafortunado en el contexto de trabajos serios y minuciosos,  un inocultable deseo por reafirmar implícitamente, y sin mayores matices, la tesis de la precariedad económica como determinante de la venta de servicios sexuales: 
“nuevas modalidades de comercio sexual están surgiendo de manera permanente en prácticamente todos los barrios marginados de la capital y muchos del resto del país, tanto en mujeres como en hombres. Ejemplo de esto son las “chicas beeper” (jóvenes que ofertan sus servicios sexuales a través de números telefónicos), y el intercambio de sexo por drogas en los barrios marginados (incluyendo marihuana, cocaína, crack, y en menor medida “éxtasis”)” [61].

Otra de las limitaciones del debate sobre políticas hacia la prostitución ha sido la pretensión de diseñar un esquema legal con alcance internacional, y defender unos patrones de tolerancia supuestamente universales, sin tener en cuenta contextos locales específicos. No es razonable proponer medidas inspiradas en lo que ocurre en una sociedad desarrollada, con unas saludables finanzas públicas y una amplia cobertura de la seguridad social, demográficamente balanceada y con baja incidencia de la prostitución, como puede ser Suecia, para que sean adoptadas en países pobres, con enormes desequilibrios demográficos, burocracias precarias, sistemas de atención social quebrados, y alta incidencia de prostitución aceptada y tolerada, como podría ser el caso en varios países latinoamericanos.

Por un lado, las propuestas laboristas, o de laissez faire, se enfrentan con la dificultad esencial de establecer los límites entre la tolerancia, la liberalización y la legalización del statu quo, por un lado, y el estímulo a la expansión del negocio por el otro. Al respecto el caso de la liberal Holanda es diciente pues, a pesar de todos los avances en el reconocimiento de derechos civiles de las trabajadoras sexuales, no se ha dado el paso crucial de otorgarles permisos laborales por temor a una verdadera “avalancha de prostitutas extranjeras” (Wijers, 2004, p. 220).

Las propuestas abolicionistas, por su parte, presentan dos problemas básicos. En primer lugar, la previsible ineficacia de las medidas que en principio requerirían, para hacerlas cumplir, enormes contingentes de funcionarios públicos a los que previamente habría que aleccionar y convencer de la bondad y pertinencia de la prohibición. No es sensato suponer que las burocracias modernas serán tan eficaces combatiendo la prostitución como lo fueron los miembros de la Compañía de Jesús en el siglo XVI en España, cuando contribuyeron al declive de las mancebías.
“El ataque de los jesuitas a las mancebías cubre dos períodos: uno que va de 1590 a 1615, y otro que abarca de 1616 a 1623. El primero combinó la prédica militante, la persuasión y la fundación de casas de recogidas; el segundo comprendió  campañas agresivas que incluían la invasión de grupos de frailes a los burdeles, expulsión de clientes, acorralamiento de las muchachas por parte de los religiosos más ancianos y una prédica intimidante. Ponían crucifijos en las entradas y montaban guardia .. dispuestos a disuadir a todo aquel que pretendiera ingresar … Bajo esta presión, las mancebías perdieron su clientela” (Rodríguez, 2002, p. 52).

Además, encaminarse hacia la ilegalización casi automáticamente implicaría entregarle ese comercio a las mafias, en una especie de profecía que se auto cumple. En países en los que aún se digiere mal una costosa guerra contra las drogas no es prudente introducir nuevas cruzadas, en lo que se puede pensar es una actividad parcialmente promovida, y privilegiada por pródigos clientes mafiosos. Tampoco parece oportuno insistir en el problema de las redes de traficantes en aquellos lugares en dónde, como explícitamente se señala para República Dominicana, la espontaneidad del mercado parece ser frecuente:
 “mientras las niñas y adolescentes involucradas en prostitución tradicional (en burdeles) eran introducidas a esta práctica por amigas, los niños y adolescentes en neoprostitución (en calles, parques, playas y discotecas) se iniciaban más temprano y buscaban a sus clientes por sí mismos desde sus inicios en la prostitución” [62].

La breve alusión que se hizo al descomunal poder de compra de los capos colombianos de la droga, y en particular al impacto que produjo sobre la juventud de su entorno la extensión de ese poder al mercado del sexo debería hacer evidentes las limitaciones del esquema tradicional de la falta de oportunidades de los jóvenes como fuente de problemas juveniles. Es indispensable reconocer que como influencia, el principal efecto del narcotráfico sobre los jóvenes es su poder de atracción, de corrupción incluso parece apropiado el término de seducción.

Es fácil argumentar que si el problema de la prostitución adolescente en República Dominicana se pudiera atribuir a los traficantes de personas sería bastante más fácil y expedito el diseño de intervenciones que probablemente quedarían reducidas a una dimensión esencialmente policiva y represiva. Desafortunadamente, el asunto es bastante más complejo. Tanto los datos de la encuesta como múltiples testimonios lo que muestran es que el (narco)traficante es más un aliado, un socio de los jóvenes que un enemigo que los rapta y secuestra. Un porcentaje nada despreciable de los adolescentes, mayor aún entre quienes se prostituyen, así como entre los pandilleros, manifiesta haber colaborado con narcotraficantes. El efecto corrosivo de esa colaboración puede ser tal que, como lo muestra la evidencia colombiana, alcance a deteriorar los vínculos familiares, o a revertir los canales de poder y autoridad al interior de las familias. En últimas, parece conveniente insistir que, con el narcotráfico como catalizador, surge la esencia de buena parte de los problemas juveniles: se trata de dilemas morales, mucho más que laborales. 

Ante la arremetida de los narcotraficantes para atraer, reclutar o seducir adolescentes es fácil argumentar que el problema no es tanto la carencia de oportunidades laborales como el exceso de oportunidades fáciles, expeditas y lucrativas en el bajo mundo. Sería ingenuo insistir en que la eventual vacuna contra la vinculación de los jóvenes a uno de los negocios contemporáneos más lucrativos deba ser de la misma naturaleza monetaria con la que los agentes de esa industria los atraen.




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* Profesor Investigador. Universidad Externado de Colombia. Se agradecen comentarios mauriciorubiop@hotmail.com
[1] Para una justificación del uso de este término ver Rubio (2008).
[2] Por esta razón, la asociación entre la prostitución juvenil y la actividad de las pandillas puede estar sobre dimensionada. La prostitución no callejera ejercida por jóvenes desvinculados del sistema escolar no está representada en la muestra.
[3] Esta sección está basada en OIT-IPEC (2002)
[4] Originada en lo flujos de menores desde el interior rural hacia las ciudades más grandes para trabajar como sirvientas, niñeras, cocineras, o ayudantes para, de manera disimulada, ser a menudo las víctimas de abuso sexual por parte de sus empleadores o sus hijos.
[5] OIT-IPEC (2002) p. 90
[6] Se denomina protector al individuo, “por lo regular de sexo masculino, que se dedica a recoger niños que se encuentran sin hogar o en otras circunstancias especialmente difíciles (abandonados, expulsados o fugados de sus hogares, e inmigrantes)”. Ibid. Nota pp. 3
[7] “Persona a quien los padres confían el bautismo, y le delegan funciones familiares y tutelares sobre sus hijos en la comunidad. El término proviene de: mai (madre) priora (superiora), regente de un convento de religiosas en el siglo XVIII”. Ibid. Nota pp. 4.
[8] La pregunta específica era “ ¿Alguna vez has recibido dinero a cambio de tener relaciones sexuales ? ”. Los porcentajes reportados en las gráficas se refieren a los jóvenes sexualmente activos.
[9] Los datos de Honduras corresponden a una encuesta realizada en la Zona Metropolitana del Valle del Sula, compuesta por varios municipios localizados alrededor de la ciudad de San Pedro Sula.
[10] Rubio (2006a)
[11] OIT-IPEC (2003) p. 18
[12] OIT-IPEC (2002) p. 106
[13] “De acuerdo con datos aportados por el Censo de Niños, niñas y adolescentes que  trabajan en la calle, el ejercicio de la explotación sexual en las ciudades estudiadas  (Managua, Matagalpa, León, Chinandega, Masaya y Granada) es un fenómeno  fundamentalmente de mujeres adolescentes”. PNUD (1999) p. 10
[14] Sobre la paradoja de unos ingresos muy altos para la débil educación y capacitación, y algunos estimativos de los montos obtenidos por la venta de sexo en distintas sociedades, ver Edlund y Korn (2002). Allí  también  se elabora una “Teoría de la prostitución” basada, precisamente, en el dilema prostitución-matrimonio. De todas maneras, sobre este punto la evidencia no es concluyente, y requeriría de investigación más sistemática. Varios testimonios recogidos en Solana (2003) muestran que una proporción de mujeres alcanzan no sólo a enviar para sostener a sus familias en los lugares de origen sino para acumular lo suficiente para “montar un negocio”.
[15] Aunque la asociación entre venta de sexo y el irse de la casa puede ser de dos vías, para Nicaragua se consideró como factor explicativo el haber tomado esta decisión de abandonar el hogar antes de los 13 años. En esta edad es bastante bajo el reporte (9%) de servicios sexuales a cambio de dinero por primera vez.
[16] La pregunta específica era ¿alguna vez en la vida has sido forzada(o) a tener relaciones sexuales sin que tu desearas tenerlas?
[17] Ver Corbin (1982), García (2002), varios de los trabajos en Martínez y Rodríguez (2002), Nor (2001), Solana (2003).
[18] OIT-IPEC (2002)  p. 86.
[19] Ver Ecuaciones 1 y 2 en el Anexo.
[20] OIT-IPEC (2002) pp. 108 y 109.
[21] Este resultado coincide con lo encontrado en Nicaragua en donde también se observa que a mayor estrato social aumenta la proporción de jóvenes escolarizados que cuentan con un empleo.
[22] Ver Ecuación 3 en el Anexo
[23] Ecuación 4.
[24] Ecuación 5
[25] Incluso cuando se excluyen de la muestra los 10 sankis que en su mayoría reportan contar con un trabajo remunerado. Ecuación 6
[26] Lo cual podría tomarse como un indicativo que la prostitución juvenil viene en aumento y/o se practica en edades cada vez menores.
[27] Ecuación 8
[28] Ecuaciones 1 y 2
[29] Van der Bolk (1989) p. 389. Traducción propia
[30] Ecuación 11
[31] Ecuación 12
[32] Ver Ecuaciones 1 y 2
[33] Ecuación 13
[34] Ecuación 14
[35] OIT-IPEC (2002) p. 96.
[36] OIT-IPEC, (2002a) pp. 95 y 97
[37] Conviene recordar que la población femenina de estudiantes que ha vendido servicios sexuales es bastante reducida (seis jóvenes en total) y que por lo tanto sus características son relativamente inciertas en términos estadísticos.
[38] O sea el número de parejas que se reporta haber tenido en la vida dividido por el número de años desde que se tuvo la primera relación sexual.
[39] OIT-IPEC (2002) p. 74
[40] Pareja y Rosario (1992) pp. 104 y 108
[41] Trifiró (2003) p. 153
[42] Moon (1997) p. 3
[43] Ecuaciones 13 y 14
[44] La situación opuesta se presenta en el Japón, en dónde los traficantes colombianos negocian directamente con grupos de la Yakuza y, por lo tanto,  hay mayor oportunidad para integrar ambas actividades.
[45] La independencia con que actúan las prostitutas colombianas en el exterior parecería  tener raíces en el funcionamiento del mercado del sexo en Colombia. “En Bogotá las prostitutas ganan todo lo que producen putiando para ellas; los empresarios ganan con la venta de licores y los impuestos como multas, alquiler de apartados etc. Los empresarios de mujeres en Bogotá no son los intermediarios del placer y el sexo; las prostitutas son las que tienen el negocio de putería para ellas, y son los verdaderos intermediarios. El proxenetismo tiene un valor no muy significativo en la actualidad en Bogotá”. Luna (1990) p. 43
[46] OIT-IPEC (2002) p. 86
[47] Salazar (2001) pp. 90 y 91
[48] Legarda (2005) p. 18
[49] Legarda (2005) p. 25
[50] Escobar (2000) p. 55
[51] Legarda (2005) p. 26
[52] Salazar (2001) p. 21
[53] Salazar (2001) p. 75
[54] Orozco (1987) pp. 83 y 86
[55] Orozco (1987) p. 133
[56] “Ascender en la escala de los narcos”. Atehortúa et. al. p. 195
[57] Chaparro (2005) p. 48
[58] Revista Cambio, Junio 26 de 2005
[59] Rubio (2005)
[60] Bustos (1999)
[61] OIT-IPEC (2002) p. 87. Subrayados propios
[62] OIT-IPEC (2002), p. 15