Retomando una de las ideas expuestas en la primera parte de este ensayo, que para alterar ciertas conductas es conveniente tener en cuenta el centro de control –racional, normativo o emocional- del que surgen, es oportuno preguntarse si con los pandilleros, los mafiosos o los guerrilleros, a quienes, como se vio, parecería que les gusta eso de la pelea y la guerra, que se están gozando la violencia, pueden ser suficientes los argumentos para convencerlos de abandonarla, para hacerlos entrar en razón. No se requiere una dosis exagerada de escepticismo para responder negativamente a este interrogante. Sin embargo, tanto el diagnóstico de la violencia como, consecuentemente, las sugerencias que se hacen para enfrentarla siguen circunscritas a la esfera de lo racional. Un ejemplo diciente de esta desafortunada insistencia lo constituye un trabajo sobre reclutamiento de menores en Colombia –del que se tomaron varios testimonios para ilustrar este ensayo- en el que se incluye una sección de recomendaciones a la guerrilla, y a los grupos paramilitares [1].
La mayor parte de las infracciones o delitos juveniles –graffiti, peleas, homicidios, ajusticiamientos, violaciones- así como una porción no despreciable de la violencia adulta que con frecuencia las sucede, simplemente no concuerdan con la visión romántica del materialismo. Ninguna de ellas encaja en el esquema de la acción de un trasgresor, político o empresario, que acepta los objetivos convencionales pero los busca por distintos medios. En múltiples ocasiones los mismos fines son muy poco convencionales. No sólo eso, los objetivos son poco elaborados, en extremo primarios, básicos, instintivos.
Las consecuencias en términos de recomendaciones y sugerencias de política de las regularidades en los datos y de las conjeturas presentadas a lo largo de este ensayo no son obvias. Por el contrario, requieren reflexión, mucho debate, más evidencia, algo de teoría y, por lo tanto, también se dejan para trabajos posteriores. Por lo pronto, se pueden simplemente plantear algunas ideas en borrador.
La primera es que si los guerreros se están divirtiendo, si se involucraron a la lucha por razones impulsivas y emotivas, no es conveniente ignorar esa categoría de incentivos para hacerlos desistir. En ese sentido, se deben reconocer dos esfuerzos aislados emprendidos por quienes conocen, en el terreno, a los violentos colombianos. Como cabía esperar, tales iniciativas fueron recibidas con bastante escepticismo por una sociedad acostumbrada a un análisis serio, intelectual, adulto y exclusivamente materialista y político de la violencia.
“Los rostros insinuantes y los cuerpos voluptuosos de las mujeres que adornan los más de dos millones de calendarios de bolsillo, empezaron a circular la semana pasada en Arauca, Arauquita y Saravena, municipios que integran la primera zona de rehabilitación del país. También empezaron a hacer parte de las billeteras de guerrilleros y campesinos de la región. Las modelos de los almanaques no vienen sólo con sus diminutos bikinis, sino ‘armadas’ con una sugestiva ‘artillería’, con la que se pretende dar un mensaje a la insurgencia … La decisión de utilizar modelos 'ligeritas de ropas', es el resultado de cerca de 50 entrevistas realizadas por los militares a desertores. En la encuesta los guerrilleros dijeron que habían tomado la decisión por falta de dinero y no tener pareja estable” [2].
“Con la obra de teatro ‘Reflexiones de trinchera’, el Gobierno busca incentivar la desmovilización. Desde junio de 2000, se ha presentado, gratis, en las plazas públicas de 87 lugares de Colombia, entre municipios, corregimientos, veredas y caseríos. Una de sus integrantes, Angélica González, de 26 años, al menos una vez al mes alista su traje de combate y se marcha a algún lugar de Colombia para tratar de tocar el corazón de guerrilleros o paramilitares” [3].
Las herramientas emotivas no sólo pueden ser eficaces con ingenuos miembros de la tropa. Es oportuno recordar que un elemento crucial en el éxito del colosal operativo que se montó para liquidar a Pablo Escobar fue su debilidad por la familia.
“Si para Pablo la excesiva crueldad fue el principio de su fin, el amor por su familia lo remató. Tuvo una gran capacidad de organización, se rodeó de poderosos cercos de seguridad y montó un gran aparato de inteligencia. Pero su cálculo y su sangre fría llegaban hasta donde nacía la debilidad por su familia … Sus hijos, su esposa, fueron su talón de Aquiles, y de esa debilidad se valieron al final sus enemigos para cazarlo” [4].
También vale la pena hacer referencia a un acontecimiento reciente, ocurrido en Pereira, Colombia, en donde un grupo de mujeres de pandilleros se unieron en una huelga sexual para tratar de frenar las guerras entre pandillas.
“Qué es lo que más le gusta hacer a tu novio?", pregunta Julio César Gómez, coordinador metropolitano de seguridad de Pereira. Yenny, entre risas, le contestó que lo que lo que más le gustaba a él era hacer el amor.
"Le gusta más eso que jugar fútbol".
"Entonces no se lo dé más", le ripostó Omaira, otra de las mujeres que terminaron formando parte del grupo de 25 muchachas que declararon la huelga de 'piernas cruzadas' a ver si el desespero por la abstinencia acaba por fin la guerra de años entre las 40 pandillas de Pereira.
Para ellas sólo una oferta de trabajo y la posibilidad de acabar sus estudios hará que sus compañeros dejen la vida de pandilla, el hurto y el crimen.
"Estamos cansadas de tanta promesa -dice Ingrid, de 19 años, quien llevaba un cuarto de hora callada-. Llegó la hora de la acción".
”La actividad preferida por (los pandilleros) es hacer el amor, y están en la delincuencia no por necesidad económica, sino por un referente de poder y seducción sexual". Julio César Gómez [5].
Como bien lo han entendido estas mujeres de pandilleros y el coordinador de seguridad de Pereira, parece insuficiente seguir limitando el análisis de las pandillas y la delincuencia juvenil a la visión puramente económica y laboral del fenómeno. Como para todos los jóvenes, para los pandilleros la actividad sexual es una motivación importante, a la cual están lejos de querer renunciar. Los asuntos educativos y laborales, por el contrario, parecen interesarles bastante menos. Así lo demuestran la mayor parte de los datos disponibles y un sin número de testimonios que simplemente no concuerdan con el guión tradicional que los pandilleros y delincuentes juveniles querían seguir estudiando, capacitándose para el mercado laboral, pero que la sociedad les negó las oportunidades para hacerlo.
La segunda reflexión tiene que ver con las organizaciones voraces, y más específicamente con el hecho que su existencia puede llegar a ser totalmente independiente de la de sus integrantes. Esta idea de una organización independiente de las personas que la componen -claramente una herejía para las disciplinas aferradas al individualismo metodológico- es un tema recurrente entre los analistas de algunos grupos, como la ETA. Los guerreros son fundamentalmente seguidores de reglas impuestas por la organización. Y esas normas, ideales, esa razón social, tienen, por decirlo de alguna manera, una vida propia. Se puede argumentar que aún el escenario más desfavorable para una organización -la desvinculación de todos sus integrantes por reinserción, encarcelamiento, muerte, vuelta a sus familias, desaparición- será insuficiente para finiquitarla ya que sus banderas podrían ser recogidas por algún nuevo guerrero, rebelde o mafioso. Así, parece indispensable llevar a cabo el ritual de extinción de la agrupación y esa es una razón de peso para no abandonar la idea de la negociación, entendida simplemente como poder inducir sus líderes a que la desarticulen y la extingan formalmente.
El último punto, relacionado con el anterior, es que si es posible identificar uno o varios individuos con el liderazgo y carisma suficientes para convencer a sus guerreros que una organización deja de existir –escenario no sólo verosímil sino factible entre personas entrenadas, formateadas desde jóvenes para seguir de manera precisa las instrucciones de sus superiores jerárquicos- resulta claro que las grandes soluciones políticas –como prometer cambiar una sociedad, arreglar el problema agrario, o ajustar de nuevo una constitución- serán no sólo más costosas sino menos eficaces que la tarea de civilizar unos pocos machos bravos en sus años otoñales, por violentos y politizados que hayan sido de adolescentes. Sería inapropiado sugerir la herramienta de la seducción como política, aunque con algunos líderes sin duda funcionaría.
“Fue precisamente en San Vicente del Caguán donde la Teófilo Forero perdió a su líder de entonces, 'Julián Cabir', quien dejo atrás una estela de muertos, se fugó con una bella adolescente y se llevó para siempre un botín de varios millones de dólares” [6].
Pero como se vio que ocurre en las pandillas, unos hijos son una de las razones más poderosas para dejar atrás la violencia. La seguridad y el bienestar de unas pocas familias deberían estar entre los rubros más pertinentes de la agenda de negociación con un grupo armado. Este planteamiento fue avalado en privado por un funcionario colombiano que participó en los preacuerdos con el ELN en Cuba hace unos años: algo sorprendido, manifestaba haber percibido que los grandes temas políticos eran secundarios en las preocupaciones de los elenos en comparación con el futuro de sus hijos.
Al respecto, sin comentarios, vale la pena citar una breve nota biográfica de un impetuoso guerrero reconvertido, de la tierra de los mareros.
“Joaquín Villalobos abandonó a su familia de clase media acomodada en San Salvador a los 19 años y se fue a la montaña a combatir al régimen militar que gobernaba su país. Hasta los 41 fue jefe del Ejército Revolucionario del Pueblo, militarmente la más eficaz de las cinco formaciones guerrilleras del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional. Villalobos fue una leyenda en su país durante una guerra civil que le enfrentó no sólo a la dictadura salvadoreña, sino también a Estados Unidos, que en tiempos de Reagan hizo todo lo posible -menos efectuar una intervención militar directa- para derrotarlo. Fidel Castro lo señaló en su día como uno de los más brillantes comandantes guerrilleros que había producido América Latina. Hace ocho años, y con la ayuda del Gobierno británico, Villalobos se trasladó a Oxford, donde hoy vive con su mujer y tres hijos. Llegó sin hablar inglés, pero ya ha obtenido una maestría en la venerable Universidad y está concluyendo un doctorado sobre el tema de la violencia política. Reconocido experto mundial en pacificación, ha trabajado como asesor para las Naciones Unidas y la Universidad de Harvard en varios conflictos, entre ellos, los de Afganistán, Irlanda del Norte, Bosnia, Filipinas, Sri Lanka, Chiapas y Colombia” [7].