Actividad sexual y violencia. Otros contextos


Las referencias a los vínculos entre sexo y violencia en la literatura, en el arte, en los tratados religiosos, en la historia del crimen o de la prostitución, en los esfuerzos legislativos o administrativos por regularla, son tan abundantes que su revisión sobrepasa con creces el alcance de este trabajo. Habría allí tema suficiente para varios ensayos. Por lo pronto, es ilustrativo citar extensivamente un texto de un reconocido humanista, novelista, columnista y agudo observador de la realidad colombiana, Héctor Abad, quien muestra no sólo que la preocupación por el tema es universal y milenaria, sino que sigue siendo relevante para entender la realidad de las pandillas hoy, en Colombia.

“Uno de los eventos, digámoslo así, fundacionales, de la cultura occidental, fue el Rapto de las Sabinas. En la Roma recién fundada por héroes inmigrantes, escaseaban las hembras y, como bien sabe cualquier feminista, es imposible emprender una civilización que se respete sin el concurso de las mujeres. Esta leyenda de la historia antigua, a pesar de su interesante y ambiguo contenido ético y social, ha tenido más éxito pictórico que sociológico. De este mito existen muchas versiones artísticas; entre las más famosas está una gran escultura de Giambologna, en la Plaza de la Señoría de Florencia; un fresco de Pietro da Cortina en el Palacio Berberini de Roma; un gran cuadro de Rubens en la National Gallery de Londres; un óleo de Poussin en el Metropolitan de Nueva York; hay incluso una versión cubista, de Picasso, que está en el Museo de Fine Arts de Boston, y hasta una obra perdida de la extraordinaria pintora italiana Artemisia Gentileschi.

Pero, ¿en qué consistió exactamente ese rapto? La anécdota fue relatada, entre otros, por Plutarco y por Tito Livio, pero yo la voy a contar con las palabras de Indro Montanelli, por rendirle un pequeño homenaje a ese intelectual italiano recientemente fallecido. Dice Montanelli en su amena Historia de Roma que después de que Rómulo matara a su hermano Remo, y después de haber repartido entre sus intrépidos guerreros la finca con colinas que habían conquistado en las orillas del Tíber, les faltaba una sola cosa para afincarse y perpetuar su estirpe: mujeres. ¿Qué hizo entonces Rómulo para procurarse este tesoro femenino para él y sus cien compañeros o Padres de la Patria? "Organizó una gran fiesta e invitó a tomar parte en ella a los vecinos sabinos, con su rey, Tito Tacio, y sobre todo, a las hijas de todos ellos. Los sabinos acudieron. Pero, mientras estaban dedicados a apostar en las carreras a pie y a caballo, que eran su deporte preferido, los dueños de la casa, muy poco deportivamente, les robaron a sus hijas y los echaron a ellos a las patadas. Nuestros antiguos eran muy sensibles en cuestiones de mujeres. Poco antes, el rapto de una de ellas, Helena, había costado una guerra que duró diez años y que acabó con la destrucción de un gran reino: Troya. Los romanos las raptaron por docenas y es, por tanto, natural que tuvieran que enfrentarse después con sus padres y hermanos, que vinieron armados a recuperarlas."

Dejemos ahí a Montanelli y volvamos a la pintura. Hay otro famosísimo Rapto de las Sabinas que no les mencioné en la lista anterior. Es el de Jacques-Louis David, que está en el Museo del Louvre, el cual ha servido algunas veces como bandera pacifista en la historia de Francia. En general los artistas, al pintar el famoso Rapto, han escogido el momento en que los romanos se roban a las jóvenes sabinas pues eso permite ver la ropa rasgada, las espadas desenvainadas, la rabia de los padres y hermanos desposeídos, el morboso erotismo de la desnudez mezclada con el miedo. Digamos que en los Raptos de las Sabinas tradicionales, uno puede leer esas pasiones humanas que son al mismo tiempo sinónimas del amor y de la violencia: Impetuosidad, arrebato, furia, frenesí, ardor, fogosidad, excitación... En el cuadro de David, en cambio, se prefiere mostrar el desenlace feliz del Rapto de las Sabinas. Cuando los sabinos vuelven a Roma en pie de guerra tres años después, con el fin de recuperar a sus mujeres, las hijas y hermanas de los sabinos ya tienen la vida organizada, como suele decirse. Los terribles romanos, guerreros brutales y despiadados, han sido domados en el hogar y no han sido tan malos esposos y amantes. Las sabinas ya tienen hijos de ellos. Entonces ellas razonan así: en esa batalla, en caso de que ganen los romanos, quedarían huérfanas, cosa que no les agrada; y tampoco quisieran quedar viudas, como sería el caso si ganaran sus padres los sabinos. Así que se interponen, con sus bebés en los brazos, entre los dos bandos (tal como las muestra el cuadro de David) y obligan a los hombres a partirse el poder y a hacer las paces. Romanos y sabinos organizan una gran francachela y celebran un inmenso matrimonio colectivo. Sancionan con un ritual amoroso y jurídico la violencia inicial. Yo sé que la historia rara vez se parece a la leyenda, pero las leyendas se inventan, quizás, para intentar darle a la historia una vestidura menos atroz que la usual.

Uno siempre piensa que el amor y la violencia son antónimos perfectos, pero el Rapto de las Sabinas nos enseña hasta qué punto puede llegar a ser violento el deseo de tener una pareja. No es que en Occidente sea normal, ni mucho menos aceptado, conseguir mujer mediante el brutal método del rapto. Pero un mito puede mostrar, de manera esquemática o exagerada, lo que se esconde con variados disfraces en lo más hondo del corazón humano. La cultura y la civilización atenúan, moderan y disfrazan nuestras pulsiones, pero éstas siguen ahí, al acecho, y en el corazón de los machos se agazapa una feroz competencia por las mujeres, y una intuición secreta de que el más fuerte, el más poderoso, se queda con las más y las mejores. Por algo será que el noveno Mandamiento prohíbe explícitamente que deseemos a la mujer del prójimo. No quiero darles, pues, una visión idílica del amor que se opone a la violencia. Al contrario, voy a defender la hipótesis de que lo que se revela detrás de buena parte de la agresividad masculina, es una competencia durísima entre los machos para tener más posibilidades de acceso a las hembras. Y al mismo tiempo, aunque con mucha menos agresividad, pero con mejor cálculo y discernimiento, pienso que también las estrategias de seducción femenina tienen que ver con una competencia soterrada por quedarse con algunos machos, los que cada cultura considera mejores, aquellos que poseen más poder y prestigio …

Así como los mitos revelan a veces nuestros secretos mejor escondidos, también algunos poetas intuyen estas verdades de fondo. Esa ley de la variedad a la que está sometida buena parte de la sicología masculina queda bastante bien descrita en un soneto burlesco de Quevedo que dice así en sus endecasílabos centrales:
"...el mayor apetito es otra cosa,
aunque la más hermosa se posea.
La que no se ha gozado, nunca es fea;
lo diferente me la vuelve hermosa;
mi voluntad de todas es golosa:
cuantas mujeres hay, son mi tarea."

La principal implicación de todo lo anterior, para la violencia, es que aunque los varones tengan la pulsión de querer acostarse con muchas mujeres, hay de todas formas un grupo considerable de ellos que no consiguen acostarse con ninguna. Como las mujeres son particularmente selectivas, para un hombre sin estatus, o con alguna tara, o que carezca por completo de alguna de esas tres Pes que son el mayor embellecedor de los varones (plata, prestigio y poder), no es nada fácil encontrar una compañera sexual. No hace mucho, en la revista Cambio, sostuve la tesis bastante polémica de que alguna parte de nuestra violencia ciudadana podría explicarse con esta frustración. Escribí lo siguiente:
"Algunos jóvenes colombianos son tan violentos (y se meten en bandas, en guerrillas, en milicias) por un motivo al mismo tiempo muy hondo y muy superficial: porque no se los dan. Viven en el reino de las mujeres que más muestran en el mundo, pero ese tácito ofrecimiento nunca se puede concretar. Con las mujeres de la publicidad porque son inaccesibles, y con las del barrio porque ellas esperan a un tipo de burbuja y gafas negras o cuando menos de moto y cadena de oro de 18 kilates y dos kilos. La televisión, vulgar maestra, les refuerza la idea que ellas sólo se deben enamorar de la riqueza y de la prepotencia. Los únicos ídolos de la radio y la revista son los más millonarios.
Completo la escena: son muchachos desempleados, sin estudio, de marihuana en la cancha y cervezas en la esquina, sin futuro productivo ni reproductivo, es decir, sin oficio y con peladas que pasan y nunca se los dan. Entonces encuentran un método radical para adquirir estatus: coger las armas, irse para el monte, o dedicarse a robar carros o a traficar con coca. Al menos, así, con un brusco ascenso social, tienen la esperanza de que un día, al regresar, reaparezcan en la esquina a bordo de una burbuja y que de pronto, al fin, alguna de las esquivas peladas se los dé. Es una teoría. Corrijo: es algo que se me ocurre. Tanta violencia se debe también a una promesa que nunca se cumple. Un estímulo sexual perpetuo (en los medios, en los avisos, en los centros comerciales), que se enfrenta a una realidad de rechazo, distancia y represión. Parece que lo dieran, pero no lo dan. Y entonces los jóvenes de la manada colombiana se enloquecen y se dedican a matar, a demostrar que sí son machos, machos, requete machos, y que un día volverán por el barrio en una moto de mil centímetros cúbicos, como una inmensa arma entre las piernas, potentísima. A cumplir una promesa. A encontrar una pelada de labios brotados y senos prominentes que finalmente se los dé" [1].

A pesar de lo universales, decantados y convincentes que resultan estos argumentos, y la pertinencia de la mezcla de pasiones para explicar la violencia, la literatura académica al respecto es escasa. Las razones para este descuido también constituyen un buen tema de investigación. En las ciencias naturales, por el contrario, el estudio del comportamiento sexual, de todas las especies, ha recibido especial atención  y entre los darwinistas de las ciencias sociales es frecuente el interés por las peculiaridades de cada género en la conducta sexual, en los celos, en la agresión, en la dominación, en la búsqueda de estatus, y en las complejas interrelaciones entre estas facetas del comportamiento humano. La revisión de esta literatura, y de un creciente volumen de evidencia también sobrepasa el alcance de este trabajo [2].

Para el sociólogo italiano Francesco Alberoni, especialista en temas como la amistad, el enamoramiento, el erotismo, la relación del sexo con la violencia es bastante directa.
“Es evidente que en el hombre existe un fuerte vínculo entre sexualidad y violencia. Un vínculo que quizás obedezca a un origen filogenético porque el macho más fuerte es el que aleja o mata a sus rivales y monta a sus hembras, lo quieran o no. La violencia le sirve para imponer a las hembras su propio patrimonio genético. Para hacer que den a luz sus propios hijos e impedir, así, que sus enemigos se reproduzcan y, por consiguiente, aniquilarlos genéticamente.
Al violar a las mujeres de las ciudades conquistadas, a las esposas e hijas de sus enemigos, el macho victorioso experimenta un placer sexual y agresivo a la vez. Yo he llegado a pensar que la paidofilia (sic) violenta también es una forma de sexualidad agresiva del macho. Se trata, en realidad, de un fenómeno casi exclusivo de los hombres. Está emparentado o incluso podría decirse que es un sustituto de la violación, pero sobre todo de la violación o la desfloración de la joven mujer, virgen, ingenua y atemorizada. El pedófilo se siente atraído por el frágil cuerpo del niño. Él los domina, los tiene a su plena merced como un soberano omnipotente tiene a sus jóvenes esclavas y esclavos…

En el hombre , el odio y la violencia se expresan, pues, directamente en la sexualidad. Al contrario, la mujer que odia, durante el acto sexual, como mucho puede herir al hombre rechazándolo, despreciándole o burlándose, manteniéndose absolutamente indiferente.

Desde el punto de vista genético-evolutivo el comportamiento de los dos géneros es complementario. La multitud de machos victoriosos difunde mediante la violencia su propio semen por doquier. Pero la mujer tiene un papel selectivo mucho más importante de lo que parece a primera vista. Soporta la violación del grupo de soldaduchos porque no consigue sustraerse a ellos, pero este patrimonio genético no le interesa. Incluso en la derrota busca el semen más valioso, el del jefe, el del verdadero vencedor. Y tan pronto como ve la ocasión se lo procura con la seducción amorosa. Entra a formar parte del harén del jefe supremo que además la toma sexualmente. El horror de la violación por parte de la mujer es la consecuencia directa de la necesidad filogenética de no ser poseída por quien no tiene valor, sino de poder elegir al hombre que sí lo tiene. Por esta razón puede acusar al marido que ya no le gusta de violación y enamorarse de su raptor cuando se trata de un bandido famoso” [3].

En el resto de esta sección se busca, sin pretender hacer una revisión exhaustiva de la literatura disponible, mostrar que varias de las ideas, asociaciones o correlaciones que se han destacado de las encuestas no deben considerarse peculiares al entorno panameño o centroamericano. Para esto, se ofrece una pequeña muestra de resultados de trabajos, y de testimonios, en dónde también se aborda, al menos marginalmente, el tema de los vínculos entre violencia, parranda y sexo.

En sociedades desarrolladas
J’baiserai la France jusqu’a c’qu’elle m’aime (Me tiraré a Francia hasta que me quiera). Tandem [4]

Sobre la sexualidad como elemento detonador de la rebeldía adolescente, o de la eventual fuga de la casa, o sobre el impacto del maltrato y el abuso sexual en una gama variada de problemas juveniles posterior, incluyendo la delincuencia o la prostitución, hay alguna evidencia para los Estados Unidos.
“(Las jóvenes) utilizan el maquillaje, las discusiones sobre novios, la vestimenta sensual y otras formas de feminidad adolescente exagerada para desafiar la autoridad adulta –de clase o raza- en las escuelas …el sexo perjudica a las mujeres y realza a los hombres … los padres en gestos en los que se confunden protección y castigo con frecuencia refuerzan los controles cuando las jóvenes llegan a la adolescencia y la sexualidad se vuelve un terreno de conflicto entre generaciones … mientras las jóvenes usan la sexualidad como símbolo de independencia, triste e irónicamente refuerzan su estatus de objetos sexuales buscando la aprobación de los varones y ratificando su posición sexualmente subordinada … La otra explicación importante de los problemas de las jóvenes con sus padres que ha recibido atención recientemente es la del maltrato y abuso sexual … Los efectos de este maltrato sobre las mujeres parecen más duraderos y van desde cuestiones como miedo, ansiedad, depresión, hostilidad y conducta sexual inapropiada hasta comportamientos como la fuga de casa, dificultades en la escuela, vandalismo y matrimonio precoz” [5].

“Muchas jóvenes se fugan de la casa para evitar ser víctimas de abuso sexual y, una vez en la calle, se ven forzadas a la delincuencia para sobrevivir. De acuerdo con un estudio en Wisconsin, para el 54% de las jóvenes que se fugaron fue necesario robar dinero, comida y ropa para sobrevivir. Algunas intercambiaron contactos sexuales por dinero, comida o albergue” [6].

Algunos trabajos sobre pandillas, también en los Estados Unidos, han señalado peculiaridades de la sexualidad alrededor de estos grupos que se asemejan a las observadas en los datos de Panamá.
“Sobre las mujeres (en las comunidades con pandillas) cae el peso del cuidado de sus hijos y la subordinación a los hombres … La investigación aporta evidencia que las jóvenes creen que la pandilla ofrece protección y retaliaciones contra los depredadores callejeros que son frecuentes en las comunidades urbanas empobrecidas … Los miembros varones de las pandillas frecuentemente tenían novias por fuera de la pandilla que eran rectas (square); estas chicas respetables las veían los jóvenes como su futuro … Varios estudios muestran que las mujeres en las pandillas crean jerarquías entre ellas, sancionando a otras tanto por ser demasiado rectas como por ser muy promiscuas. Es típico que el doble estándar sexual se refuerce por las mismas jóvenes sancionando aquellas que se perciben demasiado activas sexualmente. No se ha encontrado que las mujeres ganen estatus entre sus pares con la promiscuidad sexual” [7].

La parranda y el flirteo como principales ganchos de las pandillas también aparecen en algunas etnografías de  estos grupos en Europa.
”Amistad y solidaridad, respeto y reconocimiento, masculinidad y valentía, mujeres, música, fútbol y billares eran los aspectos notorios en la vida cotidiana del grupo (una pandilla en Frankfurt), así como un aburrimiento insoportable” [8].

“Los pandilleros exitosos (en Manchester) eran aquellos con ropa de marca, carros deportivos y muchas mujeres. Progresivamente estos pandilleros exitosos se han vuelto los role models de los jóvenes y niños” [9].

En uno de los trabajos clásicos sobre bandas juveniles realizado en Francia a finales de los años sesenta, Les Barjots, se señalan varios aspectos que coinciden con lo observado en Centroamérica cuatro décadas más tarde.
“La banda, como totalidad, puede explicarse muy bien en función de las transacciones sexuales. (Las muchachas extrañas a la banda) pueden servirles de moneda de cambio: nunca esta expresión ha sido tan fríamente exacta como al designar el comportamiento de estos jóvenes que se pasan unos a otros las nanas (prostitutas) que han dejado de interesarles. Pero los más grandes tombeurs ni siquiera se preocupan por transferirlas. Las echan. Para los muchachos de las pandillas, las conquistas sexuales constituyen un objetivo importante. Reconocen de forma trivial que eso, individualmente, es lo que más les gusta; no obstante, los muchachos no confiesan que ésta sea la finalidad principal de la pandilla … De hecho, toda chica es una compañera sexual en potencia, sea un boudin (mujer fácil) o, con mayor motivo, una baiseuse (mujer ardiente) … En una mujer sólo se distingue su grado de especialización sexual … El amor es una palabra carente de posibilidades argóticas. Sólo se habla de relaciones sexuales” [10].

Relatos similares se encuentran, con las obvias especificidades locales, un par de milenios antes, para los jóvenes griegos,
“Aristón ya había sido víctima de agresiones por parte de los hijos de Conon, con los cuales había pasado un tiempo como militar. Cuando vuelven a Atenas, forman una banda para la cual el placer y la violencia son las principales actividades. Es una costumbre relativamente frecuente en Atenas entre los jóvenes de familias ricas y los apodos que usan revelan muy bien sus preocupaciones: los Tribales … los Itifálicos … los Libertinos. Esos sobrenombres provocadores indican, sin ninguna duda, que esa juventud dorada de Atenas se reúne ante todo para llevar una vida alegre. Banquetes, borracheras constituyen las distracciones cotidianas de esos jóvenes. No dudan en agregar el sacrilegio, profanando santuarios y devorando las viandas consagradas, simplemente para desafiar las leyes divinas y humanas … “Somos la banda de los Itifálicos, hacemos el amor, golpeamos y estrangulamos a quien nos dé la gana” … Tal es, de acuerdo con Demóstenes, el lema de los compañeros de Conon” [11].

A pesar de esta persistencia, en el tiempo y el espacio, no siempre se considera digno de investigación académica el vínculo entre la diversión, el flirteo y la violencia. Por ejemplo, en la introducción a un conjunto de trabajos de economistas sobre comportamientos de riesgo en jóvenes, en los cuales se aborda tanto el tema del embarazo adolescente como el de la delincuencia juvenil en las tres últimas décadas en los Estados Unidos, tras señalar la asociación que se observa, a nivel agregado, entre las cifras de homicidios por parte de los jóvenes y el embarazo adolescente, el editor del volumen no sólo manifiesta su sorpresa por esta relación sino que la despacha de manera breve y apresurada, como dando a entender que no hay nada digno de investigación en ese curioso patrón.
“Los movimientos paralelos en el crimen y el embarazo adolescente son más sorprendentes (que los observados entre consumo de tabaco y marihuana). No hay vínculo directo entre estos comportamientos, uno de los cuales es casi exclusivamente del ámbito masculino  y el otro por definición exclusivo del ámbito femenino. Pero hay un vínculo implícito puesto que se trata de las dos actividades más desviadas que hombres y mujeres pueden acometer como adolescentes. El hecho que se muevan tan estrechamente sugiere que hay claros cambios en los gustos juveniles por la búsqueda de actividades muy riesgosas” [12].

Este desinterés sorprende aún más si se tiene en cuenta que el marcado incremento y posterior descenso tanto del embarazo precoz como de la tasa de homicidios se dio primordialmente entre el mismo grupo de población, los adolescentes de origen afro americano.

En un país con  mafias
En entornos con bandas juveniles más consolidadas, estimuladas y respaldadas por mafias adultas, como Colombia, el tema de la actividad sexual de los violentos no ha recibido hasta el momento mayor atención. El tema se evita incluso en trabajos en los que, por varios lados, se ronda la sexualidad. En Blair (2005), por ejemplo, se habla no sólo de muertes violentas, milicias y de bandas sino de cuerpo, lenguaje corporal, música, rock, salsa, exceso, desmesura … sin mencionar el comportamiento sexual.  El descuido persiste a pesar no sólo del considerable número de trabajos que se han hecho sobre un variado abanico de violencias sino de los numerosos y protuberantes vínculos de los más famosos narcotraficantes con modelos, reinas y concursos de belleza. Aunque es apenas sensato sospechar que la vida afectiva y sexual de los grandes capos ha repercutido, como ejemplo, sobre más de una generación de sicarios y pandilleros, no ha alcanzado a despertar la curiosidad de los estudios serios sobre la violencia.

Infractores urbanos y reinsertados rurales
Uno de los pocos trabajos que aborda la interacción entre sexualidad y violencia se basa en la misma metodología de encuestas de auto reporte aplicada esta vez a infractores en Bogotá, a jóvenes reinsertados del conflicto y a sus respectivos grupos de control. Llorente, Chaux y Salas (2004) encuentran varios resultados en las mismas líneas de los obtenidos con las encuestas de Panamá y Centroamérica. Para aligerar un poco con temas juveniles y del corazón el pesado ambiente del conflicto colombiano, y su complejo diagnóstico, vale la pena citarlos extensivamente.

Por una parte, al comparar el grupo de infractores juveniles urbanos y el grupo de control,
“Se encontró que los jóvenes infractores se volaban de la casa en promedio 14 puntos porcentuales más que los del grupo control y se escapaban del colegio en promedio 32 puntos porcentuales más que sus controles. En general los jóvenes infractores fueron víctimas de todo tipo de maltrato durante su infancia en mayor proporción que los del grupo control.

Las medias en las observaciones entre los infractores y controles en cuanto a lo que éstos manifiestan frente a la presencia de pandillas en el barrio donde crecieron, a que sus amigos hacían parte de estas agrupaciones o a que ellos mismos habían estado en una pandilla, presentan diferencias estadísticamente significativas. Evidentemente los mayores contrastes se dan en aquellas variables indicativas de contacto directo con pandillas: pertenecer a pandillas (3% de los controles vs. 55% de los infractores) y tener amigos en éstas (8% vs. 33%). El dinero, los amigos en pandillas y la diversión, representan los tres principales móviles señalados por los entrevistados.

En cuanto a las relaciones sexuales, se observa claramente que los jóvenes infractores son mucho más activos que los del grupo control. En el Gráfico se aprecian las diferencias tanto en la proporción de aquellos que señalaron haber tenido relaciones sexuales, como en el número de personas con las que reportan haber tenido relaciones.  Así, mientras el 35% de los controles manifiesta haber tenido relaciones sexuales, la proporción de infractores es del 83%.  Además, estos últimos reportan haber tenido relaciones en promedio con más de 6 personas, y en contraste, los jóvenes del grupo control dicen que las han tenido con una persona.

Gráfica 47
Hay una brecha considerable, de poco más de 64 puntos porcentuales, en lo que respecta al haber cometido actos de violencia contra alguna(s) de sus parejas. Por otra parte, sobresale la iniciación temprana de la actividad sexual de los jóvenes infractores frente a los controles, así como el incremento en la brecha entre ambos grupos a partir de los 12 años, lo cual coincide, como se señaló antes, con la edad en la que la mayoría de los jóvenes que dicen hacer parte de una pandilla ya han ingresado a ella.
Gráfica 48

Se hicieron preguntas para establecer la presencia en el barrio donde crecieron los entrevistados de algunos grupos de delincuencia más o menos organizada, desde pandillas y bandas de delincuentes hasta guerrilla y paramilitares, pasando por grupos de limpieza social y vendedores de drogas ilícitas. En general, salvo por la presencia de sectas satánicas, se presentan diferencias apreciables y estadísticamente muy significativas entre lo que reportan los infractores y los controles.

Si un individuo ingresa a una pandilla, la probabilidad promedio de cometer infracciones es del 93.7%, mientras que si no pertenece,  aunque dadas sus características individuales y de su entorno familiar y social, es muy posible que perteneciera a una pandilla, la probabilidad de participar en hechos delictivos es del 54.1% “ [13].

Igualmente interesantes son los resultados que se obtienen al comparar una muestra de ex combatientes del conflicto con su grupo de control.

“En la variable “haberse volado de la casa”, se halló que el 68% de jóvenes desvinculados manifestó haberlo hecho alguna vez en la vida, lo que contrasta de manera significativa con el 17% de menores del grupo control.  Al analizar la edad de iniciación del consumo de alcohol y de drogas se observa una importante brecha entre desvinculados y controles. (Con relación ) a la exposición a violencia intrafamiliar, se observa que existe una diferencia alta y significativa entre los menores que reportaron haber presenciado maltrato por parte de su papá o padrastro contra su mamá o madrastra: según lo señalado por los jóvenes desvinculados este tipo de violencia ocurre en sus hogares 33 puntos porcentuales más que lo que acontece en los hogares del grupo control … Cobran relevancia variables indicativas de algún tipo de exposición de los jóvenes a grupos armados irregulares en las que se obtienen diferencias apreciables entre desvinculados y controles… En el caso de los desvinculados, su contacto con grupos armados irregulares parece estar más mediado por miembros de la familia que por los amigos. (Entre las motivaciones) para ingresar a una u otra organización armada (guerrillas y paramilitares) sobresale, en primer lugar, el gusto por las armas y, en un lejano segundo lugar, aparecen el tener un hermano u otro familiar en el grupo, así como el tener amigos vinculados a la organización.

Se observa una simultaneidad entre la edad de vinculación y el período en que se abre la brecha entre casos y controles respecto de otros comportamientos, particularmente el manejo de armas de fuego … es evidente la simultaneidad entre la edad en que más jóvenes desvinculados empiezan a consumir (droga) y el período de ingreso a los grupos armados irregulares.

Al igual que en el estudio de jóvenes infractores se encontraron diferencias considerables entre controles y desvinculados frente a casi todas las características problemáticas de los amigos de infancia sobre las que se indagó. 

Claramente una mayor fracción de jóvenes desvinculados ha tenido relaciones sexuales y con un mayor número de personas, frente a lo que reportan los controles. Esto es, mientras que el 95% de los desvinculados respondió haber tenido relaciones sexuales alguna vez en su vida, solo el 45% de sus controles dijo lo mismo. Los desvinculados informaron haber tenido relaciones sexuales en promedio con 19 personas, mientras que los jóvenes del grupo control reportan haberlas tenido en promedio con 5 personas (en ambos casos las diferencias son significativas al 99%).
Gráfica 49

(Con relación a la prostitución) mientras que poco menos del 9% de jóvenes entrevistados en Bogotá (1.1% controles vs. 7.4% infractores) reportó haberlo hecho, el 20% de los jóvenes del estudio de desvinculados dijo lo mismo (6% controles vs. 14% desvinculados).

(Con respecto a) la distribución por edad de la iniciación en la actividad sexual se observa en primer lugar, una pequeña proporción de desvinculados precoces que dicen empezar entre los 7 y 9 años (5.3%).  En contraposición, los controles parecen iniciarse en las relaciones sexuales unos años después pues a los 9 años de edad, solo el 2.6% de ellos señalan haber tenido relaciones. En segundo lugar, de los 9 a los 12 años, aumenta considerablemente la proporción de jóvenes desvinculados que empiezan a ser activos sexualmente con respecto a los controles, lo cual coincide con el período en el cual una importante fracción de jóvenes ingresa a algún grupo armado irregular.

Esto es, a los 12 años, cerca de la mitad de los desvinculados (45.7%) ya había tenido relaciones sexuales, mientras que solo el 14% de sus controles informan lo mismo.

Por otra parte, en las relaciones de pareja las diferencias entre desvinculados y controles también son marcadas. Se encuentra una diferencia significativa de 20 puntos porcentuales entre quienes estuvieron alguna vez en grupos armados irregulares y sus controles en cuanto a haber tenido una o más “novias”.  De igual forma, se aprecia la significativa diferencia de 19 puntos porcentuales entre ambos grupos cuando se indagó si los jóvenes habían agredido con puños, patadas, empujones o golpes a alguna de sus parejas.

Por último, se indagó sobre la presencia de grupos armados y delincuenciales en el barrio o vereda en el que crecieron. Con diferencias altamente significativas frente a los controles, los desvinculados reportan mayor presencia de casi todos los grupos, salvo por las pandillas y las sectas satánicas. Particularmente marcadas son las diferencias de más de 50 puntos porcentuales con respecto a lo que informan los controles sobre la presencia de milicias y de guerrilla.  También son importantes las diferencias de más de 20 puntos porcentuales en lo que los jóvenes señalan sobre la presencia de grupos paramilitares y de laboratorios de drogas ilícitas” [14].

Historias y testimonios
En Colombia sólo recientemente se empieza a mencionar, dentro de los factores de riesgo del ingreso de menores a los grupos armados juveniles urbanos, el hecho que
“Existe una competencia fuerte por las mujeres. Por eso el gusto por la ropa de marca, las motos y los carros, el aseo, el olor, la fama, el status, la rumba. Sociedad machista y celosa (sic). Las mujeres también hacen parte de la competencia: su ropa, su olor, su pelo, su limpieza”  [15].

Dos trabajos etnográficos sobre pandillas en la ciudad de Cali constituyen una excepción a esta observación, pues ya desde finales de la década pasada implícitamente señalaban lo precario que resultaba el diagnóstico de la violencia limitado a la cuestión de las llamadas causas objetivas.

Antes de resumir algunos de estos testimonios en los que se abordan los vínculos entre violencia y comportamiento sexual vale la pena aclarar cual es el propósito, para este ensayo, de recurrir a estas referencias. En términos generales, se busca más ilustrar, y comprender, las asociaciones detectadas en los datos  centroamericanos –o en los de infractores bogotanos y reinsertados- que confirmar o corroborar relaciones con pretensión de universalidad. Al respecto, es pertinente señalar que una de las conclusiones más claras de los ejercicios estadísticos que se han realizado con las encuestas de auto reporte levantadas en distintos lugares de Centroamérica es, precisamente, que las conclusiones generalizables a distintos contextos son esquivas. La razón es simple: así se suponga que existen ciertos rasgos universales de la naturaleza humana –como la atracción por el sexo, la búsqueda de estatus, o el ánimo de venganza- la interacción con el entorno, con las instituciones, legales o ilegales, con las tradiciones y condiciones locales, con la familia, con la religión, con el sistema escolar, con la calle –casi por definición geográfica y culturalmente específicas- puede llegar a ser tanto o más determinante del comportamiento de los jóvenes que sus impulsos o instintos. Ni siquiera para uno de los resultados claves de estas encuestas –que el adolescente por lo general rompe con la familia antes de ingresar a una organización violenta- es razonable la pretensión de universalidad. Es fácil concebir un grupo, violento y voraz, que en lugar de exigir que el joven corte sus lazos con la familia opte alternativamente por fagocitarla, para incorporarla a la organización. Algo en esas líneas sugieren tanto los resultados con reinsertados de la guerrilla como algunos testimonios que muestran la relevancia de los vínculos familiares para ingresar a los grupos armados.
(La situación de unirse a un grupo con el apoyo familiar) “se presentó en el EPL y el M-19, donde hay casos de mujeres en el que padre, madre y hermanos mayores estaban vinculados a las organizaciones … Celina —madre de Lucy (una ex combatiente)— fue colaboradora urbana primero del ELN luego del M-19: yo entré a los Elenos por medio de un compadre, cuñado y compadre, luego se vinculó al M-19 por intermedio de un hijo: Cuando ya crece mi hijo... un día cualquiera me dijo “Mamá, vamos allí al teatro, al teatro de Barrancabermeja… que llegó Toledo Plata, imagínese que un movimiento de lo más bueno y se llama Anapo… vamos” dijo él” [16].

Algo similar -la organización voraz que incorpora a la familia- parece ser lo que ocurre con la mafia italiana, en particular la llamada ‘Ndrangueta de Calabria, que ha encontrado en la sólida estructura familiar de la región uno de sus mejores activos. Tampoco vale la pena extenderse en argumentos acerca de lo determinante que puede ser la mezcla de religión católica y cultura machista sobre las consecuencias del embarazo adolescente. Estas aclaraciones, sin embargo, no implican que se deba renunciar a la búsqueda de ciertos patrones regulares en el comportamiento adolescente, y de una teoría que de cuenta de ellos. Así, con los testimonios que se transcriben a continuación se pretende ilustrar, aclarar y comprender mejor las regularidades en los datos, para avanzar en la tarea de proponer hipótesis que, en distintos contextos, puedan ser contrastadas con la evidencia pertinente.

Pandillas, salsa y sexo en Cali
Con una metodología radicalmente diferente al análisis de encuestas, una etnografía de las pandillas en Cali, Vanegas (1998) no sólo toca el tema básico de este ensayo sino que alcanza a aventurar explicaciones para la alta promiscuidad de los jóvenes guerreros.
“Las mujeres inician su vida sexual y reproductiva muy temprano. A los catorce o quince años una niña ya puede tener su primer hijo. Así, una mujer que a los veinte años no tenga un hijo es una mujer quedada. Un determinante de esta situación es la violencia. Algunos muchachos al estar envueltos en peleas, enfrentamientos y negocios ilícitos, van cosechando enemigos y deudas, y en un instinto bastante primario buscan dejar por lo menos un hijo, la pinta como le llaman. Dejar un recuerdo, el heredero, es muy importante. Por eso es recurrente encontrar numerosas viudas de escasos veinte años, con dos y tres hijos … El ejercicio de la violencia paga. Cuando se es un duro se alcanza prestigio, que se capitaliza en mujeres, armas, temor y el respeto de los otros” [17].

En la misma dirección apunta el testimonio de un pandillero de Medellín:
“yo me acuerdo que le decían a uno, ¿sabe qué hombre? En esta vida, mate el primero y tenga un hijo, ya con eso se inmortaliza” [18].

El estudio mencionado sobre pandillas en Cali es tan minucioso que bien vale la pena reproducir algunos fragmentos, pues allí se ilustran con claridad varios de los puntos señalados en el análisis de los datos panameños. Se hace referencia, en primer lugar, a la idea de la violencia como una manifestación adicional de la rumba.
“Cuando se podía rumbiar en el centro, nos íbamos toda la bandola. Después todos rumba, nos veníamos arrollando al que fuera. Le tocábamos el culo a las viejas, atracábamos … Uno el día sábado tiene que cargar su fierro. Uno sabe que el día sábado es el despelote. Es el día de la rumba, uno mantiene descontrolado y uno con un fierro cualquier man lo miró mal, ahí mismo voy y lo reviento” [19].

También aparece descrita la parranda, y el consumo de marihuana, como preámbulo y gancho para el flirteo y la actividad sexual; y como algo que compite con el estudio.
“Todas esa peladitas se salían de estudiar por fumar mariguana con uno. Que este negrito es presencia, que no con el otro que es mejor, que no que yo con tal, que no que yo con el julanito. Eso recochaban con el uno y con el otro” [20].

Como cabía esperar, no faltan las referencias al éxito de los pandilleros con las mujeres, y la sugerencia de que son atractivos por eso, por ser guerreros. Incluso se hace referencia a un aparente fracasado en el mercado de parejas a quien le cambia la suerte precisamente al volverse malo. 
“Los pelaos (de la pandilla) a toda hora se mantenían con plata, vestían bien, montados con la buena percha y las buenas zapatillas, arrollando a las niñas … Las mujeres son muy tenaces, se pegan de uno porque vieron que uno tira mecha o mueve los fierros o porque es respetado en el parche, pero ellas van al parche encuentran al cacique y es lo mismo” .… El Loco era madre para las mujeres, no levantaba nada. Luego que se volvió horrendo, malo, le empezaron a caer las niñas [21].

La expresión arrollar a las niñas, conquistarlas, capta adecuadamente la tenue línea que, entre los pandilleros caleños, separa el flirteo de la agresión. Arrabaliar es el término que utilizan para tener sexo con violencia. Y no se trata de los únicos vocablos de la jerga recopilada en el estudio en los que se confunde la acción de tener sexo con la de hacer daño. Atacar significa pretender a una mujer; chasquear, término utilizado para matar, simultáneamente se utiliza para hacer el amor, que a su vez también se dice partir o quebrar. El puyón es el individuo que le hace el amor a otra persona y el quebrador es quien lo hace con muchas mujeres. Al que le gusta hacerlo de manera violenta se le dice el vacamuertero, vocablo que indica el grado de empatía de los pandilleros con las víctimas de violaciones. Varios de estos términos, como chasquiar y vacamuerta, han trascendido el escenario caleño y, al parecer,  hacen parte de la jerga adolescente colombiana para referirse a cuestiones sexuales [22].
No falta la tajante distinción, para las mujeres, entre fufurufa, o virgo loco, “mujer de muchos hombres, rumbera, puta” y virguito, “mujer muy deseada porque no ha tenido relaciones sexuales” [23]. Esta categorización no es un simple asunto semántico. Está, por el contrario en el meollo de las justificaciones que dan los pandilleros para la violencia contra las mujeres. Por una parte, porque consideran que los ataques sexuales son, en últimas, responsabilidad de las mujeres, que los provocan.
“Es que en este barrio hay mujeres muy calientes, muy arrechas que les gusta la maricada, las enyardas y el problema es de ellas … se visten demasiado provocativas, que cuando usted las ve se le tiemplan las güevas, parce. Se le pasean varias veces, se rocean como provocándolo a uno, usted me entiende. En la noche que usted está parado en la esquina y usted está todo caliente y la hembra le pasa y lo mira como con ganas, entonces somos cinco o seis en el parche y con todos se ríe y hace el mismo visaje. Entonces qué van a hacer los muchachos. La cogen y ahí hay que ver si sigue riendo. Ya cuando ve la cosa brava se asusta, pero ya para qué se asusta si ella dio el motivo, ella se lo buscó … Es que la muchacha tiene la culpa por como se viste bien corto. Yo creo que por la forma de vestir, ahí es que ella mantiene paseándose por aquí. O sea que la culpable es siempre la muchacha, además, les gusta es pasar donde están los parches y bueno, les figura …” [24].

Por otro lado, porque las mujeres virtuosas –novias o hermanas- se deben cuidar y defender, lo que genera conflictos.
“Casi todo mundo tiene claro que no se debe vacilar a las peladas de los pelaos del propio parche. Aunque eso es una regla que no se cumple y por eso se arma más de un tropel … Si veo que en mi casa mi hermana es caliente, yo no hago nada porque ella se lo busca, pero ya si es una peladita que mantiene en su casa, eso es lo que le ofende a uno” [25].

Así, no sorprende que en los barrios con presencia de pandillas, como el Distrito de Aguablanca en Cali, en dónde se realizó el estudio referido, “la violencia contra el pudor y la sexualidad es muy alta y hace parte de la cotidianidad. Las niñas de catorce años ya ingresan al mercado de la sexualidad y están expuestas como las que más a ser víctimas de bandas, delincuentes, grupos de muchachos y en muchos casos de sus propios familiares” [26].

En otra etnografía, también sobre violencias en Cali, vuelven a aparecer varios de los puntos señalados. Algunos de los testimonios encajan y complementan tan bien el análisis de los datos de las encuestas que, de nuevo, vale la pena citarlos extensivamente. De particular relevancia es la minuciosa descripción del sendero de un joven que termina trabajando para el Cartel de Cali: la historia empieza casi en la infancia, como pura diversión, que compite con la escolaridad; sigue con el primer crimen, precisamente para financiar la parranda y el flirteo, que trae el éxito con las mujeres; da un salto cualitativo con el papel de justiciero privado, coincidencialmente por deslices amorosos de adolescentes; se adorna con un revelador comentario sobre los limitados alcances de la disuasión legal y con el forcejeo moral con la madre, que acaba cediendo; se consolida con la racionalización de la violencia en una de las llamadas oficinas y termina con unas reflexiones varoniles sobre las mujeres y la nueva familia como salida de la violencia. 
“Después de jugar fútbol, casi todas las tardes salíamos a tumbar bicicletas. No a robar, sino a desinflarlas y a tirarlas al suelo. Salíamos a alzarle la falda a las muchachas y a pellizcarles el culo o a tirarles maizena por debajo. Imagínese: muchachas de quince a veinte años, y uno con diez. ¡Ahí comenzó uno a gaminiarse!

Cuando terminamos la primaria nos dio por los paseos. Nos íbamos días enteros, no íbamos a estudiar, sino que nos íbamos días enteros, y llevábamos sardinas. Ya estábamos en otro colegio y nos íbamos de rumba, a nadar y pescar. Yo tenía doce años cuando conocí la marihuana, pero le cogí escama. Me gustaba más el sexo … Resulta que para los paseos uno tenía que conseguir plata y andar más elegante. Entonces los muchachos más grandes empezaron a robar en las butiks, armados con una pistola hechiza de un tiro y puros cuchillos. Estas fueron las primeras acciones del barrio. Así surgieron Los Nachos, con locuras y pilatunas.

Yo estaba decidido por las ganas de plata, porque cuando las muchachas lo ven a uno con plata salen más fácil de rumba. Entonces les pedí que me dejaran participar (en el robo a un camión) … A mí me quedó gustando la cosa porque gané fama en el barrio y algunas muchachas que no volteaban a verme ya querían salir conmigo y yo todo elegante …

Fue tanta la fama que a los diítas apareció una señora a proponerme un negocio: que una muchacha le estaba quitando el marido pero que no la quería matar sino pegarle una pela … para que aprenda a respetar los hombres casados. Yo no conocía a esa señora. Ese camello resultó porque ella preguntó en el barrio por un muchacho bien cagada y le mandaron a buscarme. Claro, yo tenía trece años pero era alto y acuerpado. Además, era muy pelión y pendenciero .. Entonces me fui con la señora y me mostró la pelada: una cajera del almacén Éxito. Yo le dije que listo, que yo le daba tres juetazos y le echaba ácido … Me tocó pegarle a la muchacha; con dolor y todo porque a una muchacha de esas, bonita y muy bien vestida uno no quiere pegarle sino llevársela de paseo. Eso fue con un cable. Con el primer juetazo la muchacha se cayó y se puso a gritar. (Sigue una detallada descripción de la paliza). Cuando llegué a mi casa mi mamá estaba llorando por esa plata, porque esa señora … en lugar de pagarme a mí, le dio miedo y me encochinó con mi mamá. Estaba bravísima, ¡usted se me volvió bandido!. Yo la paré por primera vez y le dije: Mamacita, yo no soy ningún bandido. Lo que soy es un hombre. Usted a mí no me vuelve a colgar porque soy un hombre. De ahora en adelante yo soy el hombre de esta casa. Con esta plata busca un buen médico y se compra lo que quiera … La verdad es que, en el fondo, yo hacía eso por mi mamá … Mi mamá se fue donde un médico y yo me compré una escopeta de diablitos. Compré más de una cosa chévere y me fui con los muchachos de rumba; mucha ropa y mucha hembra. A partir de ese momento me desaté.

Hubo un profe, don Adán, que ubicó la jugada. Me llamó a solas y me dijo que pilas con esos negocios, que la cárcel, que póngale mucho cuidado a eso, pero no más. No sirvió de nada porque yo ya estaba en lo mío. Además en el barrio las cosas mejoraban y empezaron a surgir propuestas de negocios más grandes.

La primera vez que maté sentí como la sensación. Un pelao nos sapió y tocó matarlo. Lo mejor es matar por razones, matar cuando alguien se la cometa a uno. Así  se siente que la muerte asfixia y hay que matar por desquite … Cuando a uno lo convidan  a matar ya es un progreso … a uno yo no se le da nada matar a otro. Empezamos a matar incluso gratis a los violadores del barrio .. cuando se mata por encargo no se siente nada, es como un trabajo, se siente algo de susto cuando uno lo va a pelar; pero cuando le dispara y le mete el primer balazo, uno siente algo bueno.

El día que me metieron la primer condena ahí mismo (mi mujer) me dijo Uy! Tantos años que nos metieron. Entonces eso me causó como … no sé. Ella se agregó ahí mismo. Eso es muy lindo, eso me llena de orgullo. Eso es el amor. Uno sabe que las mujeres son … ¡mujeres! Pero entonces mi mujer no. Mi mujer me ha probado que es muy fina, elegante, muy, muy elegante .. Yo a mi mujer la trato bien, nunca la golpeo. Además, no me ha dado motivos. Ella sabe que si me los da, yo la abro. Entonces ella evita todo eso. Ahora está viniendo (a la cárcel) cada ocho días. Hay veces dice que se quiere quedar aquí conmigo y eso me hace sentir muy maluco. Ahí es cuando me arrepiento de la vida que he llevado, quisiera volverme evangélico y ser bueno, quisiera borrar todo lo que he hecho y volver a nacer para ser un tipo bueno” [27].

Uno de los elementos en los que no coincide esta historia real de Cali con la caricatura propuesta a partir de los datos panameños es el del abandono escolar como prerrequisito de la delincuencia juvenil. Se menciona este punto no sólo porque recuerda lo arriesgado que resulta trasladar de manera automática la evidencia de un contexto a otro, sino porque ilustra la importancia de las condiciones locales sobre el comportamiento adolescente. El siniestro personaje de la historia que se acaba de referir permanece dentro del sistema educativo no por vocación, ni por un minucioso análisis  del mercado laboral, ni por imposición de su familia sino porque, textualmente, eso es lo que, según le cuentan, exigía el cartel de Cali para reclutar gente.
“Yo me iba a salir del colegio pero no me dejaron. Me dijeron que los patrones preferían a los muchachos estudiando”  [28].

El mafioso con sus reinas
A diferencia de la voluminosa bibliografía académica sobre la violencia colombiana, tímida en cuestiones instintivas, las referencias a la sexualidad de los violentos es frecuente en los relatos y biografías de los mafiosos célebres, o de sus colaboradores cercanos. Por ejemplo, la biografía de Jhon Jairo Velásquez Vásquez, alias Popeye, lugarteniente de Pablo Escobar, jefe del cartel de Medellín, es útil para ilustrar varios elementos destacados en este ensayo. Uno es la capacidad de arrastre que tiene la exitosa vida sexual de ciertos personajes del bajo mundo sobre las conductas juveniles. En el capítulo titulado El comienzo de la mencionada biografía, y antes de hacer referencia al deslumbramiento que le produjo la riqueza y el poder que se respiraba en la finca del capo, Popeye cuenta como, cuando lo conoció, el patrón estaba
“sereno y radiante. La mujer que le acabo de llevar es realmente hermosa. Nada menos que la señorita Medellín … Una rubia de la alta sociedad paisa, de rasgos finos y elegantes. Su piel es blanca y suave. Las piernas le llegan al cuello. Lleva un finísimo reloj Cartier …Desde el momento que la recojo en su casa, advierto que no tiene puesta ropa interior, excepto un minúsculo corpiño negro de encaje, que sujeta su hermoso y exuberante busto. Esta mujer es una verdadera fantasía para cualquier hombre”  [29].

La capacidad de los mafiosos para conquistar no una sino muchas mujeres hermosas se menciona varias veces en esta biografía. Además, se hace explícita la idea, totalmente ignorada en el diagnóstico tradicional de la violencia juvenil, que una de las consecuencias más temidas de la precariedad económica de un joven, que se agrava con la desigualdad, es la de no tener acceso a la pareja que desea. También se alcanza a sugerir la idea de lo que se puede denominar un efecto de arrastre, o sea un impacto perceptible de los mafiosos sobre la sexualidad de las jóvenes de su entorno. 
“En mi barrio, las mujeres hermosas eran cuatro. Enloquecían a todos los muchachos con su porte y su cadencia al caminar. Yo particularmente moría por una de ellas, la más bella; pero desde mi posición de fracasado, era imposible pensar en tenerla. La frecuentaba Roberto Striedinger, uno de los pilotos de Pablo Escobar Gaviria .. Sin embargo, el destino la marcó para que más adelante fuese mi esposa” [30].

”Pablo Escobar no era hombre de una sola mujer, siempre había una nueva, más bonita, más joven, más lujuriosa, más fina y con más clase. O no necesariamente con más clase, pues muchas de las más bellas mujeres de su colección, provienen también de las comunas, humildes barrios y modestos municipios. Algunas madres le ofrecían sus hijas al Señor, preparándolas previamente para complacerlo en la cama” [31].

La misma idea de un patrón con gran éxito entre las mujeres aparece en otros escritos sobre el capo.

“En el túnel (parte trasera del camión en la que se transportaban los visitantes sin permiso a Pablo Escobar en la cárcel de la Catedral) acomodábamos a las reinas de belleza de la época. Creo que a lo largo de ese tiempo, alcanzaron a subir en el túnel todas las candidatas que participaron en el reinado de Cartagena … Visitaban a los muchachos y se divertían. Varias de ellas, incluso, terminaron enamoradas y de las visitas resultaron matrimonios. También lo hacían modelos famosas y actrices” [32].

“Él mismo (Escobar) le mostró a su mujer una carta donde unas jóvenes de Bucaramanga, universitarias y vírgenes, le ofrecían, como un honor, su sexo” [33].

No parece exagerado colegir de testimonios como estos que el éxito de algunos mafiosos ha podido llegar a alterar las condiciones del mercado de parejas a su alrededor, produciendo algo asimilable a un impacto social. Alonso Salazar, un observador serio y minucioso del narcotráfico en Antioquia alcanza a sugerirlo.
“En Envigado, con la bonanza, las apacibles costumbres cambiaron … Para las mujeres se puso de moda una sensualidad abierta y desafiante, mejorada con siliconas”  [34].

Pablo Escobar no es el único guerrero para el cual se ha mencionado un notable éxito con las mujeres, y cierta capacidad para influir sobre su disponibilidad. Para Carlos Lehder Rivas, para los patrones del cartel de Cali o, más recientemente, para los líderes paramilitares, también se ha señalado una gran capacidad de atracción de hermosas féminas así como de generar situaciones en las cuales, como en las pandillas, no quedan claros los límites entre el intercambio afectivo y el comercio sexual.
“Ingenuas niñas se dejaron seducir por el dinero de Lehder y varias tienen hijos de él … De cuatro a cinco jovencitas se decía que estaban embarazadas o tenían prole nacida en virtud de las íntimas relaciones con Carlos Lehder .. Este sí que es un asunto ponzoñoso porque todas las muchachitas de las que se dijo y se sigue diciendo que estaban encartadas por ese motivo, eran y siguen perteneciendo a queridísimas familias … Dicen que una vez, cuando sostenía amores con dos o tres universitarias, ofreció a las tres un premio millonario si llegaba cualquiera de ellas  a quedar en embarazo y si de esa preñez salía un varón … Y dicen que por esa propuesta, ante lo interesante que ella resultaba, las muchachas se iban a acostar con él y hacer toda clase de malabares sexuales a ver si de pronto quedaban preñadas de muchachito”  [35].

“¿Qué desea tomar? Me dijo Carlos (Lehder). Una chica preciosa, algo así como el ama de llaves se arrimó al lugar en el que me encontraba con Lehder … La jovencita no fue capaz de ocultar su molestia por encontrarse conmigo .. No era nadie distinta a la hija de un conocido político de la región. Una distinguidísima mujer, de atributos físicos demarcados en una línea delgada; una dama de mucho porte, tal cual fue la madre en su juventud. El caso no me gustó… -¿Qué hacía esa niña en la casa de Lehder? Me preguntaba. –Yo la conocía desde pequeña- me indignó porque, además, su papel no encajaba; no tenía por qué ser, habida cuenta de la  posición social y económica de la familia a la que pertenecía esa niña, una mandadera del magnate” [36].

“Con El Pichón conversamos de muchas cosas. El llevaba varios años en eso. Era un cocinero mayor y estaba muy bien parqueado en Cali con los patrones. Sin embargo, me dijo que estaba aburrido, que el mayor anhelo de él era independizarse … Lo que sí le gustaba era la finura de los patrones. Un día me contó de lo sabroso que vivían. El estuvo en una fiesta donde las invitadas eran artistas de la televisión y reinas. Desfilaron en tanga por pasarela y luego se las jugaron entre ellos en una polla. Sí, con una polla se supo quién se quedaba esa noche con cuál” [37].

“El capo (Gilberto Rodríguez Orejuela) estuvo diez días encerrado en una lujosa casa del exclusivo barrio de Los Rosales … durante dos semanas los agentes de la Policía vieron entrar en la noche a doce atractivas mujeres que, según los informes, llegaban de la capital antioqueña con el único objetivo de visitar al capo” [38].

“Casi todos los narcos, una vez que reciben el pago por un envío de cocaína, arman rumbas, lanzan pólvora, compran fincas y caballos y contratan servicios de modelos prepago. Cuanto más grande sea la ganancia de un narco, más aumentan las tarifas de esas putas de catálogo” [39].

“Las autoridades encargadas del control del Aeropuerto Los Garzones, de Montería, han notado que cada vez es más frecuente la llegada de jóvenes modelos provenientes de Medellín y Bogotá, que tienen como destino los campamentos paramilitares de Santa Fe de Ralito. El fenómeno ha causado todo tipo de rumores en la ciudad. Lo cierto es que, pasados unos días, las modelos regresan a sus lugares de origen”  [40].

Estar purgando condena no es un obstáculo para los encuentros entre los mafiosos y sus bellas mujeres. En un capítulo con el título Bellezas de portada, Castaño (2005) relata las visitas que hacen cotizadas modelos a la cárcel de Itagüí.
“Dijeron que vendría, que era cuestión de esperarla. Y ahí está: es modelo de ropa interior. Sesenta kilos de peso, piel bronceada y un busto de silicona enfrentado a un rostro que siempre se ve inocente. Aparece en revistas y en comerciales de televisión. Hoy es miércoles, día de visita para los internos de la cárcel de Itagüí , al sur de Medellín… Algunos de estos presos pagan lo que sea por un rato de placer con modelos de Medellín, chicas que cobran hasta uarenta mil dólares por dejarse tomar fotos para un catálogo. La modelo de ropa interior no hace fila y cruza la primera reja como una visitante distinguida. Pasarán dos horas antes de que la modelo salga de la prisión… De un taxi desciende una rubia. También lleva lentes oscuros y es de piel bronceada. Usa un pantalón ajustado y una camisa roja con escote.
-Esos tipos sí comen muy rico, no joda –dice uno de los guardias en voz baja. Los demás observan en silencio. Están advertidos que con la comida de los duros nadie se mete y que no pueden silbarle a las visitas, incluso fuera del muro exterior de la cárcel.
- Ser millonario y estar preso en Medellín es una bendición –dice el mismo guardián que advirtió a la rubia antes de bajarse del taxi. Su comentario descubre la relación entre belleza y violencia, que aquí son caras de la misma moneda. En los barrios más peligrosos esa conexión se expresa de manera brutal: las bandas de sicarios, cuando no pueden acribillar a sus enemigos, se ensañan con sus mujeres, sobre todo si son bellas” [41].

El llamado Camaján de los años sesenta en Medellín, lo que ahora se denominaría un simple delincuente común, es descrito también como un gran rumbero, y seductor.
“Trampas era lo que se dice un varón con todas las de la ley. Era pintoso, pachanguero y conquistador … Era un bailador tremendo. Mejor dicho, él caminaba como bailando. Se hizo famoso porque era teso para manejar el puñal. Se enrollaba una chaqueta o una ruana en una mano y cogía su puñal en la otra y saltaba para un lado y para otro con agilidad. En los bailes que se armaban por aquí, él era el que defendía a la gente de los faltones. La gente lo respetaba y quería mucho, porque era un tipo correcto. El trabajaba vendiendo mercancías y pomadas de pueblo en pueblo, y como manejaba tremendo parlamento le iba bien. Entre mentiras y chistes vendía su mercancía … Esa misma lengua la usaba para enamorar peladas. Piropo por aquí, y piropo por allá, dichosos los ojos, adiós suegra, si como camina cocina. Mantenía sus peladas encantadas, docilitas, y le alcanzaba el tiempo hasta para endulzar las suegras. Carlos Trampas fue el primer pistolero famoso que hubo por aquí. El hacía sus trabajos por fuera y mantenía a todos los bandidos del barrio a raya”  [42].

Incluso para los serios comandantes guerrilleros se pueden encontrar alusiones, de sus socios, al ambiente de parranda en el que se vive en las montañas de Colombia.
“Las Farc son la guerrilla más rica y más poderosa del mundo. Sus jefes viven como cualquier millonario capitalista: buenas mujeres, buena comida y buen licor” [43] .

Aspirantes a reinas y futuros mafiosos
Con su crónica Una reina de salario mínimo, Aricapa (2004) ilustra bien la dinámica de una asociación entre belleza femenina, dinero, emigración de los barrios populares y violencia juvenil.
“Marisol Duque es una de esas tantas jóvenes graciosas y bellas que a diario brotan silvestres como flores en los barrios populares de Medellín. Cuando tenía doce años y su anatomía empezaba a despuntar y a responder a su nueva realidad de mujeres, ella ya tomaba la medida de sus formas con el metro de su mamá. Y muy rápido se aficionó a los reinados y a las revistas de modas y sociedad, que lee con amarga fascinación porque para ella ese maravillosos mundo no está, ni de lejos, a su alcance. Marisol estaba, pues, preparada física y mentalmente para ser reina y, sin embargo, nada estaba más ajeno a sus sueños, porque ella, que es humilde pero de tonta no tiene un pelo, sabe que en este país no hay reinado posible sin una buena chequera. Si aceptó representar a su barrio fue porque esta vez su candidatura no requería de chequera. Competiría en igualdad de condiciones con otras bellezas de la ciudad en un concurso caracterizado precisamente por su acento popular. En total se presentaron a las eliminatorias 600 candidatas de todos los barrios, excepto de El Poblado y Laureles, que no mandaron representación.
-Yo no voy a presentar a mi hija en un reinado de mantecas- dicen que dijo la mamá de una niña de El Poblado cuando la organización del evento se lo propuso.
El reinado fue todo un éxito. Mostró hasta la saciedad que definitivamente en Medellín la belleza crece como la verdolaga en la playa; es maleza.
Para sacar su reina adelante y dotarlas (no hay nada más costosa que vestir a una reina), los vecinos en los barrios adelantaron actividades comunitarias que de otra manera nunca hubieran hecho.
Hacer el reinado como tal no fue nada difícil porque después de todo el nuestro es un país donde las mujeres, casi sin excepción, sueñan con ser reinas de cualquier cosa, y donde los hombres, sin excepción, están dispuestos a patrocinarles ese embeleco.
En este Primer Reinado Comunitario cientos de jovencitas pudieron, cuando menos, acariciar el sueño dorado de ser reina, así fuera de su barrio. Y eso no sólo les alimentó su vanidad, sino que en algunos casos les cambió la vida.
Marisol Duque, por ejemplo, ya no podrá ser esa chica que se bajaba del bus y pasaba por su cuadra indiferente a los piropos y las murmuraciones; ya no podrá se esa vecina apática a quien no importaba lo que hicieran o dejaran de hacer sus vecinos, entre otras cosas porque cuando la ven venir por la calle los niños exclaman: ¡mamá, ahí viene la reina!
Ella sabe que ahora tendrá que abrir más su linda sonrisa, sabe que mientras no le elijan sucesora su presencia será ineludible en cuanta fiesta o evento de beneficencia se realice en su barrio. También sabe que las fascinantes experiencias vividas en estos últimos quince días, muy probablemente no las volverá a tener en su vida. Supo a qué huele la gente importante, probó el caviar, se dio cuenta de lo grande y deslumbrante que es la ciudad porque la recorrió toda, y conoció lo que es una noche completa, pues lo primero que voló en pedazos cuando fue elegida reina fue la disciplina familiar, que no le permitía llegar a las casa después de las 10 de la noche. A sus veinte años, estos quince días fueron para ella lo más parecido a la felicidad, a una fábula de cenicienta. Por primera vez voló en avión, conoció las principales ciudades de Colombia y estuvo en hoteles de cinco estrellas. Conoció lo que es un halago con corbata, pues doña Clara (la madre) contó que últimamente la están llamando con mucha insistencia unos señores que dicen ser doctores, dizque para saludarla no más, los muy gallinazos. En cambio para Neiser, su novio del barrio, estos quince días fueron un suplicio, una trampa que le puso en el camino la Feria de las Flores. Ya una vecina le recomendó que se fuera olvidando de Marisol, que se buscara otra porque ella ya no le va a durar” [44].

Varias inquietudes surgen de la lectura de esta historia. La primera es la del impacto de ese reinado popular sobre el desempeño escolar de Marisol y el de sus compañeras de estudio. La segunda es si el eventual abandono escolar que resulte de esta experiencia se podrá atribuir, como se ha hecho tradicionalmente, a la falta de perspectivas laborales o si se debe pensar en una especie de sobre oferta de atajos para el ascenso social basados en cultivar más el cuerpo que la mente. Sería arriesgado explicar esta dinámica como una simple consecuencia de la precariedad económica. O pensar que una buena posición social constituye una vacuna contra este tipo de ilusiones. No es difícil sospechar que la misma madre del barrio El Poblado que no quiso presentar a su hija adolescente en un reinado comunal de mantecas tendría una actitud más permisiva ante la inscripción en un International Beauty Contest organizado en Hollywood. Una tercera preocupación surge ante el manejo que podrá darle Marisol a un galanteo insistente de un gallinazo de estrato alto, o lo que puede ocurrir si ese flirteo termina en seducción, y en embarazo. También inquieta lo que pueda ocurrir, no sólo con Marisol sino con Neiser, su futuro ex novio, si es un traqueto el que queda prendado de la reina. No es aventurado pensar que esto podría ampliar la lista de solicitudes de ingreso a la pandilla del barrio.

En el relato ya mencionado sobre Medellín Castaño (2005) muestra cómo el cultivo y la transformación quirúrgica del cuerpo de las jóvenes puede reemplazar la educación como mecanismo, no siempre eficaz, de ascenso social, o de salida de los barrios más violentos. Y muestra de manera más clara los múltiples vínculos de la belleza femenina con la violencia masculina.

“En el barrio Castilla dicen que el novio de Carolina Hoyos aceptó asesinar a dos hombres para pagarle una operación de senos.
- Yo estaba muy antojada de esa operación y él me prometió el dinero para hacérmela, pero yo no sabía lo que hacía ni cómo se buscaba la plata. Un día él vino con la plata y me dijo que buscara la mejor clínica. Como a los quince días tenía los implantes. A los dos meses lo mataron y entonces oí que me había pagado la operación con el dinero de unas muertes.
Para ella esos son chismes, comentarios de gente envidiosa de su belleza. Una amiga suya, Jimena Londoño, también se operó los senos, pero fue patrocinada por su papá, un vendedor de jabones y disolventes industriales que debió conseguir un préstamo para pagar la operación.
- La mamá dice que la tetas le quedaron hermosas, yo no las he visto… La única condición que le puse a la niña es que no se fuera a ennoviar con ninguno de los vagos de por aquí… Uno no cultiva una rosa para que se la coma un cerdo.
Según él, la belleza de su hija no se puede desperdiciar con gente del barrio. Por eso le repite que debe conseguirse un buen marido, alguien con futuro. En la sala, como si se tratara de un altar, hay una foto de Jimena de un metro por un metro: está en vestido de baño, y tiene la pose de una reina. La foto es de años atrás, entonces tenía frenillo, otro meritorio esfuerzo del padre por asegurarle un futuro sonriente a su pequeña, a la que imagina, dice, al lado de un ejecutivo, tal vez un empresario con dinero y sin vicios. Jimena asiste a clases de modelaje en una academia del barrio Laureles, un sitio de casas con jardines y fuentes de agua, de condominios con piscina y de cámaras de vigilancia en las esquinas.
- Las academias de por aquí son una farsa y un centro de caza para los pillos que andan en moto –dice el padre
A cinco cuadras de la casa de Jimena queda la academia de modelaje Beautiful Nodels, una de tantas escuelas piratas de modelaje a las que asisten cientos de niñas hermosas que creen que un día desfilarán en Colombia tex y Colombia moda. Lourdes, una muchacha de diecinueve años , cuenta que las chicas se desmayan por las dietas y el ejercicio excesivo.
- Lo que pasa es que todavía no han visto mi potencial. Un día voy a tener mi oportunidad. Ahora me estoy preparando para dar el gran salto –dice y se ríe
Su risa desnuda la verdad: Lourdes tiene los dientes torcidos, lo bastante para ser rechazada por una agencia profesional. Sus padres no tienen el dinero para pagarle un tratamiento de ortodoncia. Pero ella no pierde la fe.
- Mi novio me prometió que cuando le llegue una plata, comienzo el tratamiento” [45].

En el mismo relato se sugiere cómo la misma industria del embellecimiento femenino constituye una entrada algo insólita y torcida para las aspirantes a modelos al mercado de parejas.
“El caso de Victoria Castañeda es similar. Tiene dieciocho años, piel blanca, dientes casi perfectos, cabello largo y rostro de muñeca Barbie. Su desgracia, lo dice tocándose el pecho con ambas manos, es que la talla del busto es la de una niña de trece años.
- El otro año me voy a operar. Un médico que conocí en Internet me dijo que me operaba por la mitad del precio. Estoy ahorrando –dice. Su voz es ingenua, igual que la fe en ese benefactor virtual, que ya le pidió un paquete de doce fotos desnuda para comenzar a calcular los implantes de silicona que le pondrá.
Es un médico que operó a una Señorita Colombia y que tiene una clínica privada” [46].

No es difícil imaginar que estas arreglos a veces secretos de refacción corporal se puedan transformar en triángulos pasionales, o incidentes de celos, con obvias consecuencias.
“La chica le oculta lo de la operación a su novio que, igual que el resto de los novios de las jovencitas más hermosas de Beautiful Models, la espera afuera de la academia. Eso de la espera es un ritual: cada una de las chicas tiene un novio, algunos de ellos de las bandas que roban carros, extorsionan negocios y, por la suma correcta, matan y secuestran. El mayor orgullo de los tipos son sus motos de alto cilindraje y sus enamoradas, tan bellas como las que aparecen en las revistas” [47].

Lo que queda claro es el dilema, incluso el drama, que representa para las jóvenes que buscan salir del barrio por el atajo de la belleza corporal el tener que contar con alguien que las proteja mientras se hace realidad su sueño de ser una modelo reconocida. El novio protector se convierte en el virtual poseedor y, de pasada, en un estigma que atenta contra los planes de emigración y ascenso social de las frustradas cenicientas.
“- Mi novia está más bonita desde que viene a Beautiful. Ya se cuida más y por eso la cuido más –dice un chico de veinte años, que parece celebrar el juego de palabras que acaba de inventarse. Su moto es una Yamaha 175, con un corazón en el tanque de gasolina que tiene el nombre de Paula en letras doradas. Dice que acompaña a su novia a todas partes, que es su ángel guardián. Algo está claro: estas jóvenes nunca llegarán a una academia profesional con un escolta semejante. Los empresarios, además de belleza, exigen cierto estatus en las modelos que contratan para sus campañas. Temen que una chica de un barrio marginal sea el enlace de grupos armados que puedean secuestrarlos o extorsionarlos. Ese estigma es la cadena que ata a las jóvenes a sus barrios. Es, justamente, la manera como los novios logran su cometido y mantienen a las mujeres consigo, sin riesgo de extravío, aun pese a las siliconas o a los tratamientos de ortodoncia que accedan pagarles y que pareciera que las van a hacer escalar al lugar de las más bellas y bien pagadas” [48].

La impresión del cronista es que estas jovencitas centradas en sus atributos físicos, vigiladas y asfixiadas por sus violentos machos están dispuestas a casi cualquier cosa con tal de salir del barrio. 
“Todas esperan que un día irrumpa, de entre ese público que las silba y a veces les grita groserías, un agente internacional dispuesto a ofrecerles contratos millonarios y apariciones en televisión. Por esa oportunidad están dispuestas a todo, incluso a someterse a supersticiosos métodos caseros de belleza, como ese de dormir con bolsas de hielo en el pecho para endurecer los senos, o alimentarse sólo de naranjas durante cinco días para bajar de peso, o hacerse enjuagues con ceniza para blanquear los dientes, o amarrarse fajas de tela y bolsas plásticas para reducir el abdomen, o subir y bajar los escalones del barrio una y otra vez de todas las formas posibles ara fortalecer las piernas y el trasero” [49].

Aunque la mayor parte de estos sacrificios y rutinas de embellecimiento están al alcance de cualquiera, las refacciones corporales requieren cuantiosas inversiones, un patrocinio que, al igual que la protección física, sólo está al alcance de los poderosos novios con moto del barrio.
“Lo cierto es que estas chicas, por más que suban esos espirales de concreto para fortalecerse y tornearse el cuerpo, jamás lograrán llegar a donde quieren. El suyo es casi siempre un ascenso perdido y a menos que sus novios en moto decidan patrocinarlas, la mayoría ni siquiera podrá pagar lo ue unas cuatro mil mujeres de Medellín se hacen al año: cirugías de refacción. Sólo en Semana Santa de 2005 se programaron quinientas operaciones estéticas en la ciudad, casi todas de reconstrucción de senos”  [50].

Difícil concebir un escenario más fértil para la prostitución adolescente que el de estas aspirantes a Venus, con novios bien conectados en el bajo mundo, susceptibles a las sugerencias o flirteos de diversos tipos de gallinazos que supuestamente las ayudarán a moldear sus curvas o a lograr el anhelado contrato para un desfile top, distraídas o alejadas de la ardua e ingrata labor de estudiar y cultivar sus capacidades intelectuales, textualmente poseídas por machos violentos y poco castos, celosos a morir pero tal vez, como los pandilleros centroamericanos, deseosos de conquistar una chica más decente y de mejor posición social. La posibilidad de que esta sea un sendero hacia la prostitución se refuerza al observar que algunas de las modelos más bellas y con más clase de la ciudad combinan su actividad profesional con la venta de servicios sexuales.
“Falta un cuarto para las nueve de la noche y en breve comenzará el desfile de ropa interior en el que participará la modelo que hace unos días visitó la cárcel de Itagüí. Nadie en este bar del parque Lleras sabe que la modelo por la que muchos accedieron a venir esta noche es, en sus ratos de ocio, visitante frecuente de una de las dos cárceles de la ciudad…Tres, cinco, siete, nueve veces aparece la modelo en escena. Se supone que nadie sabe de su otro empleo como belleza prepago, esa categoría que reciben las modelos cotizadas que acceden a tener sexo a cambio de grandes cantidades de dinero” [51].

Lo que estos relatos no describen, pero no cuesta trabajo imaginar, es el efecto demostración que pueden tener estas parejas de traquetos y modelos populares sobre los demás jóvenes del barrio concentrados en la tarea del estudio y en prepararse para oficios sin duda más modestos.

La actividad sexual de los guerrilleros
El interés de las ciencias sociales por la relación entre sexualidad y violencia en el ámbito de los guerreros con vocación política es aún más escaso, probablemente por lo que el diagnóstico para este tipo de violencia ha sido siempre más serio y trascendental.

El tratamiento de las relaciones de pareja, o de la violencia contra la mujer, en los conflictos armados contemporáneos es reciente [52]. Luego de una primera fase, en la cual el tema de las violaciones durante las guerras fue puesto en la agenda internacional y los grupos defensores de los derechos de las mujeres documentaron el carácter masivo de esos abusos como estrategias deliberadas en varios conflictos. Por el momento se han señalado dos características básicas del fenómeno. Por un lado, se observan diferencias sustanciales entre los distintos conflictos, en términos de incidencia, de quienes son las víctimas, del escenario típico de los ataques y de su instrumentalización por parte de los actores del conflicto. Por otra parte, se destaca la precariedad de teorías, herramientas analíticas, y aún de hipótesis simples que contribuyan a explicar estas importantes variaciones. Estas dificultades conceptuales se suman a las que se dan para recopilar información sistemática sobre comportamiento sexual, agresiones y abusos contra la mujer en las zonas afectadas por la guerra. 

Como se verá más adelante, Colombia, a pesar de todas sus violencias, no se destaca a nivel internacional por las formas explícitas de violencia sexual. Sin embargo, hay testimonios que reflejan la existencia de otras formas no tradicionales de violencia basada en el género que sí se pueden asociar, de manera directa o indirecta, al conflicto armado en Colombia.

Están en primer lugar las prácticas de reclutamiento de mujeres menores de edad para servir de acompañantes sexuales de los actores armados. Segundo, según distintas fuentes, se dan estrictos controles tanto a la actividad sexual, como a la decisión de emparejarse, como a las prácticas anticonceptivas, impuestas por los grupos armados a las mujeres militantes. Tercero, aunque son prácticamente inexistentes los estudios sistemáticos al respecto, es posible encontrar testimonios sobre lo que cualquier historiador militar consideraría usual: activos mercados de prostitución en las zonas de influencia de los guerreros.
“En Antioquia y ciudades del Eje Cafetero, como Pereira y Armenia, los grupos armados reclutan menores que son llevadas hasta Tame, Arauca, y de allí las envían a campamentos para que presten servicios sexuales a los combatientes. Permanecen entre cinco y ocho días, y luego las devuelven a sus lugares de origen” [53].

“Otra mujer del EPL recuerda que en alguna ocasión se aceptó, por parte de los mandos, la presencia de una prostituta en el campamento. Esto se hacía, según ella, para responder a las necesidades sexuales de los hombres combatientes, y también como “una manera de preservar y proteger a las masitas, ya que se insistía que los combatientes no debían tener enamoramientos ni mucho menos relaciones sexuales con mujeres de la comunidad (masitas en la jerga del EPL son las jóvenes campesinas de las zonas de los campamentos del grupo armado.)[54].

Como bien lo señala una trabajadora sexual, la Geisha paisita:
"Detrás de cada muerto o cada desplazado llega un grupo: los 'paras', los guerrillos o los militares. Ahí hay clientela fija … Los combatientes también necesitan el aliciente del amor para pelear con valentía" [55].

Por último, una peculiaridad colombiana es la de ser uno de los países que, a nivel latinoamericano, en mayor medida exporta trabajadoras sexuales hacia Europa, fenómeno que, de manera aún especulativa, se podría relacionar con el conflicto, bien sea por un efecto similar al del desplazamiento, mujeres que huyen de la violencia, bien sea por el efecto indirecto sobre el equilibrio demográfico.

Dos datos adicionales tienden a reforzar las peculiaridades de las prácticas sexuales y contraceptivas en las zonas de conflicto y al interior de los grupos armados. Están por un lado resultados recientes de trabajo de campo realizado con antiguos combatientes de la guerrilla y los grupos paramilitares que, como se señaló, muestran que entre los jóvenes excombatientes la actividad sexual es más temprana, más frecuente y más promiscua que la que se observa entre los jóvenes no involucrados en el conflicto. Por otra parte, está el hecho que la compra de contraceptivos constituye un rubro importante dentro de los gastos estimados de los grupos guerrilleros. Teniendo en cuenta las prácticas de reclutamiento de menores de edad por parte de las organizaciones armadas, así como las dificultades, incluso amenazas, que soportan las mujeres para desvincularse de estos grupos, es razonable suponer que se trata de un terreno abonado para distintas formas de agresión física y abuso sexual, y que por lo tanto merecería mayor atención de la que ha recibido hasta la fecha. Por lo pronto vale la pena citar y comentar brevemente la escasa evidencia disponible.

Retomando la idea que las organizaciones voraces pueden promover tanto la promiscuidad como la castidad –en ambos casos para protegerse de la competencia de la familia- se puede pensar que en materia sexual el modelo adecuado para estas organizaciones es más de estricto control que de promiscuidad. Para las FARC, por ejemplo, se menciona una noción peculiar, bastante regulada, del amor libre.
“Las relaciones de pareja son permitidas, aunque con ciertas normas; por ejemplo, hay días especiales, en algunos frentes, para tener relaciones sexuales (miércoles y sábados) con el previo permiso del comandante, ello para conservar el control sobre la tropa durante la noche”  [56]

Esta curiosa mezcla de liberalidad no burguesa para los hombres, con ideas en extremo conservadoras hacia las mujeres -que recuerdan la actitud asimétrica de los pandilleros y los victorianos-  la confirman sus dirigentes.
“Propiamente el amor libre no existe en el sentido como lo entienden los burgueses … Una muchacha que entra aquí puede ser libre en el amor. Puede tener los amores que quiera y por eso no pasa nada. Hace su propia experiencia hasta que ella a través de su propia vida llega a la conclusión de que la cosa no debe ser así, hace conciencia de que ella tiene que ser seria y debe tomar juicio y que ella va a elegir a su compañero, va a elegir sus esposo” [57].

En el ELN la cuestión no cambia sustancialmente,
“Las relaciones de pareja son profundamente vigiladas y controladas por los comandantes, ello con el propósito de tener control sobre la tropa, especialmente en las horas de la noche. Así las cosas, las relaciones sentimentales son libres, aunque es obligación de la pareja que desee entablar una relación formal pedir permiso a la autoridad de turno, so pena de una sanción, e, igualmente, deben informar de la cancelación de esta, más aún en aquellos casos en los que se pretenda comenzar una nueva. En esta organización también se recurre a la separación de parejas para poner a prueba su relación” [58].

En el EPL también hay testimonios sobre la necesidad de pedir permiso a los mandos, virtuales padres sustitutos, para establecer una relación de pareja, así se trate de un simple noviazgo.
“Es que el comisario político era prácticamente como el papá de nosotros. Si yo quería ser novia de fulano, él tenía que pedirle permiso al comisario, si nosotros nos queríamos casar, había que ser con orden del comandante. Allá si alguien aparecía viviendo con alguien se le sancionaba porque estaba cometiendo una falta, estaba rompiendo las reglas, faltándole al reglamento de la organización” [59].

Esta interferencia y control a la vida de pareja, puede darse de manera simultánea –o complementaria- con cierta promiscuidad.
“Sobre estas formas diferentes de vivir y asumir la sexualidad, encontramos también el relato de una excombatiente del EPL, en el cual se refiere a algunas mujeres jóvenes de origen rural, que se prestaban, a tener relaciones sexuales “casi de promiscuidad, no estables y múltiples”. Eran según ella, mujeres muy dispuestas a prestarse para satisfacer las necesidades de los compañeros. “Se acostaban con el que se lo pedía”. Otra lo menciona como generosidad y bondad de las que se vinculaban a la fuerza rural y esa generosidad “se expresaba en la facilidad de acceder a relaciones sexuales”” [60].

Con otra dinámica, en los comandos guerrilleros urbanos -clandestinos y bajo menor supervisión de las parejas- se observa también esta separación entre vida afectiva y sexualidad. Es difícil no establecer paralelos entre el relato de una ex militante del M-19 y los testimonios de vida loca en las pandillas juveniles centroamericana, que incluso puede dar algunas luces sobre las razones para la intensa sexualidad que se observa en las segundas.
“Simplemente cuando tú te estas jugando la vida, cuando hoy existes y mañana no, cuando estamos solos en una casa dos, tres, personas o concentrados o de viaje o vamos a hacer un operativo y entonces nos reunimos y como realmente entre todos, la soledad, el estársela uno jugando, el que mañana de pronto ya no existes, se daba mucho la relación sexual, pero al otro día igual, tú seguías tu vida, si tenías tu compañero con tu compañero y eso quedaba ahí, en el momento de los afectos, eso quedaba ahí. De pronto se tacha de promiscuidad eso, pero yo pienso que había mucho amor y que el amor una manera de mostrarlo, de desfogarlo era por ahí, desfogar los nervios, desfogar tantas cosas, tantos sentimientos, de liberar tanto estrés y tantas situaciones, era quererse un ratico y ahí no se le hacía mal a nadie, esa es la idea de gozársela toda... Se entendía como una necesidad cualquiera, como comer, como cualquier necesidad fisiológica” [61].

En todo caso, el control sobre la natalidad es estricto, tanto en la guerrilla como en los grupos paramilitares.
En las FARC, “en los casos de embarazo la regla habitual es la de condenar el aborto, aunque el comandante puede decretar , siempre y cuando el aborto ya sea impracticable, y si la guerrillea es importante para la organización, que el embarazo continúe pero con la condición de que el niño sea entregado a algún familiar de la madre … En el caso de las relaciones estables es posible que los comandantes decreten la separación de la pareja” [62].

“(En el ELN) se emplean permanentemente métodos contraceptivos en las mujeres para evitar embarazos y se practican abortos porque, en palabras de los mismos ex combatientes, cómo pelear con un niño en los brazos? … En los casos de embarazo, se cuenta que la mujer combatiente sale del campamento cuando ya alcanza los cinco meses … se le suministra todo lo necesario y puede permanecer con su hijo hasta ocho meses después de que haya nacido, tiempo que es considerado como suficiente para que el niño sobreviva sin su madre, tras lo cual debe entregarlo a un familiar y regresar a la tropa” [63].

“Lo que uno puede ver allá es que a uno mucho le recalcan y le dicen que uno no puede estar allá embarazada con su marido, entonces si usted sale embarazada tiene que estar dispuesta a irse a la ciudad, al pueblo o la finca donde familiares” .

En los grupos paramilitares, en donde al parecer “no existen controles tan rigurosos sobre las relaciones de pareja como los que se observan en las guerrillas … a las mujeres se les exige planificar o abortar en caso de embarazo” [64].

Las razones para estos controles las resume uno de los líderes de la guerrilla más abierta y  fresca sobre estos temas:
“Los guerrilleros deben ceñirse a unas normas éticas muy claras: las relaciones entre las parejas deben ser más o menos estables y públicas. No puede permitirse la infidelidad. Es que así como es casi imposible que todo un ejército acabe en Colombia con una guerrilla, es facilísimo que un comandante quien, por el hecho de serlo, ejerza privilegios sexuales, o que una guerrillera que pase las noches de hamaca en hamaca, la liquiden en segundos” [65]. de dee el niñogndciontin y cuando el aborto ya sea impracticable, y si la guerrillea es importante para la organizacide de

La desconfianza de la organización hacia la familia, como plantea Lewis Coser, se explica básicamente porque constituye un atentado contra el aglutinamiento y la fidelidad de los miembros. No sólo en la pandillas los planes de formar una familia constituyen un motivo poderoso para abandonar la vida guerrera. Y por eso las organizaciones voraces desconfían de tales vínculos. En el ELN, por ejemplo, la autorización a la mujer embarazada para salir a tener su hijo no se extiende al padre para prevenir una deserción. En otra organización adulta y politizada como las FARC,
“Cuando los sentimientos de amor conyugal afloran, lo que se observa, según los ex combatientes, es que las parejas comienzan a pensar en la deserción, pues empiezan a soñar con una familia, con tener hijos, de tal suerte que la deserción se convierte en el mejor camino para alcanzar los sueños que se construyen al interior de la pareja”  [66].

También consistentes con el esquema de organización voraz que compite ante todo con la familia son los testimonios sobre cómo la primera se convierte en un sustituto de la segunda.
“Las mujeres de las tres organizaciones (guerrillas), cualquiera que fuera la forma de vinculación, mencionaron con frecuencia que el grupo armado era su familia, que consideraban a los compañeros como si fueran sus hermanos; dicen: nosotros éramos familia … De las cosas que más recuerdo, con más agrado y que todavía me llenan, era eso, la parte de la amistad, del afecto, de la solidaridad, de todas esas cosas que se perdieron después con la desmovilización, porque uno sentía que ellos eran los hermanos de uno, era la familia de uno.” [67].

El hecho que en organizaciones supuestamente emancipadoras se dé un control minucioso a aspectos tan íntimos de la vida de sus integrantes como con quien se pueden tener relaciones sexuales, y qué días, se alcanza a comprender -sin siquiera recurrir a la noción de instituciones voraces- por la prioridad que se le asigna a la defensa y al combate. Sin embargo, más difíciles de encajar dentro de un discurso igualitario y liberador resultan las referencias a una forma muy ancestral, primitiva, instintiva, de privilegios y de desigualdades: las que se dan en el acceso a las mujeres. La situación, recurrente desde las pandillas hasta los mafiosos, en la que los más machos son los que se quedan con las más bellas no es ajena a los grupos armados con vocación política. En las FARC, por ejemplo,
“existe la idea generalizada de que la mujer más bonita de la unidad se convertirá en la mujer del mando”. Entre los paramilitares, “habida cuenta del reducido número de mujeres en relación con el número de hombres, es muy frecuente que éstas entablen relaciones con los comandos y no con los patrulleros” [68].

“Cuando las peladas entran a las FARC los comandantes escogen entre ellas. Hay mucha presión. Las mujeres tienen la última palabra, pero ellas quieren estar con el comandante para que las proteja. Los comandantes las compran: le dan a la pelada plata y regalos. Cuando uno está con un comandante no tiene que trabajar duro. Así que la mayoría de las peladas lindas están con los comandantes” [69].

“La mayoría de las muchachas que entran quieren estar con un comandante para poder tener privilegios y hacer lo que quieran. Uno ve a los comandantes con una cantidad de peladas muy jóvenes. El comandante Topo tenía 52 años,  y andaba con una novia de 16. Eso es típico. Ellos buscan a las muchachas jóvenes y bonitas”  [70].

“De la promiscuidad, toda la que usted quiera. Hombre guerrillero que se respete tenía que tener por lo menos cinco novias, y por conquistar otras diez, dentro de la organización o por fuera, eso no tenía reparo .. Las mujeres siempre buscaban ser compañeras del mando, por el estatus que tenía el mando y generalmente cualquiera quería ser compañera del mando. Como siempre hay más hombres que mujeres, el que tiene su compañera pues es un afortunado” [71].

“Mary, dirigente política del EPL, refiere el insólito caso de un mando quien obligó a una campesina a ser su esposa para obedecer una supuesta orden del Partido. Conozco un caso, contado en primera persona, por una compañera muy joven con relación a él, de alguien que fue dirigente del EPL. Y él se le presentó y le dijo a ella: “El Partido le ordena que usted se case conmigo”, y efectivamente se casó, y tienen como siete u ocho hijos, y ella no es feliz… ella era campesina, él se enamora de ella, debe ser la más bonita de la vereda, ella es agraciadita, y él se lo presenta como una orden del partido casarse con él … Katty cuenta entre risas cómo su relación estable de pareja inició con una situación de acoso e intimidación por parte del que era mando, cuando ella no tenía sino catorce años de edad: Él me decía que yo tenía que ser la mujer de él… yo decía: “no para mí es un viejo”, él era horrible y así al pie mío… me acuerdo que me dio un beso por las malas y yo lo mordí y lo cacheteé”” [72].

La desigualdad inherente al hecho de que son los poderosos de la organización los que conquistan más mujeres también va acompañada de una promiscuidad peculiar y de una radical asimetría entre ellas y ellos, como en las pandillas.  
“En las Farc los hombres eran de verdad quienes mandaban, y las mujeres obedecían. Ellas eran sumisas, no discutían mucho. Las ponían a cocinar y pagar guardia. Las consideraban como de su propiedad … Había una muchacha que se llamaba Milena. Tenía diecisiete años. Su única falta había sido no acostarse con el jefe de la escuadra. Entonces el hombre tomó represalias: le dio carga extra, la puso a cocinar y a prestar guardia muchos días … Sólo vi una pareja estable en los seis meses que estuve cerca de las Farc. Los tipos cambiaban con frecuencia de compañera. Apenas terminaban con una, otro tenía licencia para abordarla. Era como si dijeran: “Yo no tengo ya nada con ella, hágale usted. Ya la usé, ahora es su turno … las mujeres se dejaban sin protestar. Ese cambio de parejas no generaba conflicto entre los tipos, entre las mujeres sí” [73].

“Cuando llega una mujer allá (a la guerrilla) es como si llegara carne fresca, esos hombres, hummm, cansan mucho. Uno y otro dicen: venga para acá, venga para acá, uff … A los muchachos les daba rabia, me miraban con ese señor (un comandante) y me decían: Ranguera, subiste como palma y vas a caer como coco. Me decían ranguera, de subir de rango, como decir ser una gamina y cuadrarse con un presidente … Yo miraba que a su lado tenía muchos respaldos: tenía respeto, plata, nada me hacía falta, tenía seguridad, entonces yo me entregué a él, pero al poco tiempo el superior, el comandante máximo nos separó, porque cuando llega una mujer siempre la catean para ver si es flojita; hay mujeres que se riegan por todo el campamento, y otras veces las cogen así abusadas” [74] .

“Hablando del amor, ella (Nelly Vivas, líder del M-19) comentaba que cuando salía un tipo y él se enteraba de que ella era comandante, si no huía, no se le paraba. Algo bien distinto les sucedía a los compañeros, cuyo éxito con las mujeres era proporcional al rango. Lo comprobé después: la erótica del poder opera de manera diferente para los hombres que para las mujeres; lo que atrae a las mujeres en los hombres, asusta a los hombres en las mujeres” [75].

En forma similar a lo que se observa en las pandillas, también en la guerrilla colombiana se reportan casos de instrumentalización de la violencia sexual,
“(Yo) era indisciplinada, era muy desobediente. (A los 15 días de llegar al campamento, un comandante del ELN) me violó como castigo. Entró en mi caleta una noche. Me agarró por el pelo y empezó a tocarme. Lloré y grité y le supliqué que me dejara en paz. Era virgen. Me dolió. Después de violarme, se marchó. No dije nada a nadie porque era parte del mando … Volvió cuatro días después. Lo hizo por la fuerza otra vez. Y lo hizo otra vez casi dos meses después. Otro comandante me dijo que iban a matarme porque no les obedecía” [76].

Con estos testimonios, y la escasez de otros en los que se mencione algún tipo de evidencia sobre un rol digno y emancipador de la mujer dentro de las organizaciones armadas, resulta difícil compartir la opinión idealizada, romántica e ingenua que “la participación en los grupos armados representa con frecuencia para muchas mujeres la oportunidad de jugar otro papel en la sociedad, de desplegar cualidades distintas a las que se les otorgan tradicionalmente y de demostrar su poder de mando” [77].

Violencia sexual
En lo que se percibe una gran diferencia entre los mafiosos colombianos y las pandillas o maras centroamericanas es en los límites entre el sexo pago y las violaciones ya que para los primeros, asombrosamente, es escasa la evidencia sobre relaciones sexuales forzadas. Los testimonios sobre violencia sexual por parte de los guerreros aparecen en Colombia con el deterioro del conflicto y en cabeza de los grupos paramilitares.
“Martha Cecilia se quita la camisa y exhibe una cicatriz en la espalda. Son tres letras mayúsculas: AUC. La traducción es Autodefensas Unidas de Colombia … unos treinta mil paramilitares cuyos comandantes se hicieron célebres por amputar cabezas con sierras eléctricas y marcar mujeres como si fueran vacas.
- Antes de violarme degollaron a mi hermano. Después me cortaron la espalda con una navaja. Sólo me di cuenta de lo que escribieron cuando la herida comenzó a cicatrizar”  [78].

Para la primera generación de grandes capos de la droga, no deja de causar sorpresa la costumbre del galanteo pródigo, del sexo a cambio de mucho dinero o costosos regalos -no bajo amenazas- en personajes que en otros contextos no mostraron el más mínimo reato para secuestrar o asesinar. Una muestra de la dimensión faraónica que alcanzó a tener la demanda de servicios sexuales por pago de la mafia colombiana es una parranda en Río de Janeiro que, ya organizada con un costo de medio millón de dólares, se frustró por los riesgos de seguridad provocados por el amplio despliegue del evento en los medios de comunicación brasileros y que algún tiempo después se replicó, con las garotas traídas expresamente, en la finca del gran capo.
“Pablo Correa, que vivía con varias de sus amadas bajo el mismo techo, quedó tan entusiasmado que se importó una mulata para sumarla a su pequeño harén. Y Pablo (Escobar), en esta época de sosiego y prosperidad en Nápoles, en una rumba recordó con antojo el golpe de las caderas de las garotas. “Vaya y tráigame unas mulatas del cabaret de Brasil”, le dijo a su piloto. “Dentro de quince horas estoy de regreso”, le respondió mientras miraba su reloj. Y, efectivamente, regresó con el avión cargado de garotas, típicas de carnaval, con culos portentosos que agitados de manera singular hacían entrar en furor a los asistentes. Mientras andaba embelesado con las mulatas, Pablo fue advertido de que su mujer, doña Victoria, se dirigía en su helicóptero hacia Nápoles. Susto le dio al Patrón. Ordenó de inmediato desaparecer las pruebas de la juerga y que se empacara a las invitadas en el avión. Cuando su mujer llegó todo estaba en orden y cuando por fin partió, Pablo hizo que el avión, que había dado vueltas, unas tres horas, sobre los cielos de Nápoles con las cabareteras, aterrizara de nuevo” [79].

Para los actores del conflicto armado también se ha señalado cómo, a diferencia del período de la época de La Violencia partidista en los años cincuenta, en dónde la violencia sexual era una práctica frecuente, no son comunes las “referencias a la violación como una práctica sistemática de guerra” [80].

“Con relación a hechos o prácticas violentas hacia las mujeres, la mayoría de las entrevistadas de los tres grupos (guerrilleros), refiere que no había violencia física hacia las mujeres vinculadas, dentro del movimiento, por parte de la organización … Pero casi todas ellas coinciden en recordar que la violencia de los hombres hacia las mujeres se manifestó claramente y, en muchos casos, al momento de la desmovilización y en la reinserción … Al responder a la pregunta sobre eventuales casos de abusos sexuales vividos o conocidos durante su vinculación, las entrevistadas hicieron énfasis en el ambiente de respeto y camaradería que se vivía en el grupo. Ninguna dijo haber vivido eventos de abuso sexual durante su vinculación”  [81].

Falta mucho trabajo de investigación para tener una explicación convincente sobre esta aparente inhibición de la violencia sexual entre los grupos con vocación política en Colombia pero se puede pensar que tendría que ver con dos aspectos. Uno, que las fallas en ese sensible terreno pueden minar el apoyo de la población y, por otro lado, porque es una facultad con la que deben contar organizaciones que practican de manera sistemática el secuestro, manteniendo rehenes, que a veces son mujeres, por períodos prolongados [82].  Este control de instintos entre machos violentos sólo se logra mediante una labor intencional de adoctrinamiento. Por eso no sorprende que sean más frecuentes los reportes de violaciones por los grupos paramilitares que por los guerrilleros y que, entre estos últimos, los del M-19 hayan sido los menos eficaces en lograr tales inhibiciones. En ambos casos, dentro de los grupos armados colombianos, se trata de los que han tenido una ideología menos clara y una menor vocación por el secuestro como fuente de financiación.
“La excepción mencionada es relatada por una ex combatiente del M-19 y hace referencia a la violación de una combatiente rural por un compañero del M-19 mientras hacía guardia … Por parte del M-19, Dana cuenta cómo, al final del diálogo nacional, un hombre que iba con el grupo y era recién vinculado, violó a unas niñas campesinas. Hace la aclaración que no era un militante de larga trayectoria y que hubo mucha discreción en el manejo del caso y su divulgación, pero la sanción fue drástica. Ella deja entender que semejantes hechos de violencia hacia la población podían desacreditar a toda la organización [83]

La otra paradoja de un país que se distingue por su oferta tanto de guerreros como de trabajadoras sexuales, que es indispensable mencionar puesto que desafía la visión de una estrecha alianza entre prostitutas y hombres violentos que se defendió a lo largo del ensayo, es la relativa independencia con la que las mujeres colombianas acuden al mercado del sexo –tanto en el país como en el exterior- sin  la intermediación o protección de rufianes o chulos, de los cuales hay sin duda  una sobre oferta local [84].

En síntesis, Colombia, a pesar de haber sufrido por décadas una aguda confrontación armada, y a pesar de contar con una variada gama de grupos armados con las más diversas motivaciones, económicas o políticas, no encaja del todo dentro del esquema simple de un conflicto armado que agudiza las manifestaciones explícitas de violencia contra la mujer. En efecto, este país no se distingue, en el contexto latinoamericano, por una incidencia atípica de abuso sexual, ni de violencia contra la mujer en el ámbito de la pareja. Ni la información directa de las víctimas, ni los datos oficiales de denuncias sobre maltrato parecen reflejar, en materia de atentados contra los derechos de la mujer, el agudo conflicto que existe en el país. De acuerdo con la información disponible de encuestas de hogares que permite hacer comparaciones internacionales [85] la incidencia de abuso sexual contra las mujeres en Colombia (5%) es similar a la que se observa para el promedio de América Latina, muy inferior al guarismo para Brasil (8.0%), inferior a lo que se observa en Argentina (5.8%) y levemente superior a  la cifra disponible para Costa Rica (4.3%). Algo similar puede decirse acerca de la incidencia de violencia contra la mujer en el ámbito de la pareja, fenómeno para el cual tampoco parecen evidentes a nivel agregado las consecuencias del conflicto armado colombiano.

En alguna medida corroborando la observación de relativa independencia entre el conflicto armado y las manifestaciones explícitas de violencia contra la mujer –violación, o agresión física en la pareja- algunas encuestas de victimización realizadas en municipios colombianos afectados de manera diferencial por la confrontación sugieren dos cosas. Por un lado, el abuso sexual muestra la menor incidencia dentro del conjunto relativamente amplio de conductas violentas consideradas en la encuesta. Además, no aparecen diferencias significativas en la incidencia de violencia contra la mujer entre los municipios con distintos niveles de influencia de actores armados [86].

Por otra parte, en el contexto no sólo latinoamericano sino mundial, Colombia fue por varios años el líder indiscutible en materia de secuestro. Casi la totalidad de los rehenes son mantenidos cautivos por los actores armados del conflicto, y en particular por la guerrilla. A pesar de lo anterior, la proporción de mujeres dentro de las víctimas de secuestro es bastante baja (menos del 20%) y, más diciente aún, son excepcionales las quejas de maltrato físico o abuso sexual contra las mujeres mantenidas como rehenes, en ocasiones durante varios meses [87].

Aunque recientemente han sido publicados varios testimonios de abuso sexual por parte de la guerrilla, los grupos paramilitares o los narcotraficantes [88] no se puede afirmar que se trate de una peculiaridad de las zonas afectadas por el conflicto, puesto que no se ha hecho el ejercicio de comparar de manera sistemática con lo que ocurre en otras regiones del país.

La seducción de la violencia
Un elemento de las relaciones entre parranda y violencia para el cual no es fácil encontrar una teoría, ni siquiera esfuerzos por describirlo o analizarlo de manera sistemática, pero en el que coinciden testimonios en ámbitos muy variados, es el de las agresiones, las peleas y la guerra como un asunto emotivo, a veces una franca diversión.
“ Algunos jóvenes reportan como estimulante el tipo de experiencias que se viven a través del parche. Les gusta tener la sensación de aventura y segregar adrenalina; estar en peleas, manejar armas, cuchillos, tener peleas en bares, darse botellazos o darse plomo” [89].

“Muchos de los niños de 12 y 13 años (vinculados al conflicto colombiano) que fueron entrevistados manifestaron su gusto por las armas y la violencia, y su fascinación por los pillos más malos” [90].

“Sólo el combate es el éxtasis para el guerrillero, como también lo anota Jacobo Arenas recordando al Che Guevara. La lucha es su vida, el combate es su diversión; la organización su familia, la selva su residencia” [91].

Ocasionalmente se es aún más explícito sobre la naturaleza del efecto que produce el combate, y se utilizan términos acordes con el argumento central de este ensayo. Por ejemplo cuando Carlos Pizarro, el llamado “Comandante papito” , afirma,
“Como no va a ser seductora la guerra, si la guerra es un solle” [92].

Esta atracción misteriosa y apolítica -por la guerra y por los guerreros- la verbaliza una guerrillera que se vinculó primero al ELN, a los 14 años, “a través de una relación afectiva” y luego ingresó “por iniciativa propia” al M-19.
“Estando en Cuba yo tengo acercamientos con personas que en ese momento estaban planteando una opción política diferente, que eran Jaime Báteman, Iván Marino Ospina y Álvaro Fayad. Los conocimos directamente… a mí me llama la atención el carisma que tenía Báteman, que enamoraba, que ilusionaba, y empiezo a enamorarme del proyecto que él empieza a decir que va a salir, que va a hacer...” [93].

Con un sentido más desconcertante, en el que se desvanece la posible confusión entre el encarrete afectivo y el político, surge en ciertos relatos la noción del gusto que –además  de las violaciones- pueden sentir los machos violentos haciéndole daño a otros.
“Es que Edwin (un pandillero caleño) era malo. Como que el placer de él era ver sangre. Y eso, por donde volteaba ese pelao (al que trataba de robar una bicicleta) le daba puñaladas. Y dele puñaladas. Cuando nos vimos fue rodeados de buses .. Y ya todos esos motoristas con machete y todo. Ya entonces nos tocó prender el mecho. Más adelante Edwin le daba besos al cuchillo. “Papito, usted es muy lindo”, le decía a ese cuchillo todo untado de sangre. “Por eso es que lo quiero tanto” y le daba piquitos. Besándolo y todo” [94].

“Arcángel conoce la velocidad de la sangre, la adrenalina pura. La sensación de combo, de mandar en la ciudad, de derrotar a los torcidos, que da una especie de éxtasis”  [95]. 

De manera más pormenorizada, Popeye, el lugarteniente de Pablo Escobar, ilustra la fascinación que puede ejercer sobre un adolescente la sangre. Algo que, según el mismo testimonio, es espiritualmente asimilable a la atracción por las armas.
“Se arma una pelea tremenda entre dos hombres, con machete, en la esquina de mi casa. Empieza a salpicar la sangre por todos lados. Mi corazón palpita a mil por hora. Es una mezcla de miedo y placer … Uno de los combatientes tropieza y cae al suelo; allí es brutalmente ajusticiado por su oponente, quien le corta la yugular. La sangre brota a borbollones. Sorprendentemente no corro. La sangre ejerce su fascinación y quedo hipnotizado. Mis sentidos se agudizan. Su color es hermoso, brillante, limpio. Es la vida. Es Dios. Es el diablo. Dejo de ser niño. He perdido la inocencia. Nazco a un nuevo mundo inimaginado, insospechado. Desde ese día, inconscientemente, busco la violencia. Me la quiero encontrar de frente. Me vuelvo rebelde, peleador, pendenciero y agresivo … Transcurre el tiempo y un buen día mi panorama empieza a dibujarse con trazos que dan mensajes equivocados … Un coronel del Ejército Nacional cae en combate contra las FARC. Su cuerpo es llevado al pueblo y velado en la sala de su casa. Me doy cuenta que ser militar en este país es ser alguien importante .. El cortejo fúnebre, solemnemente, recorre las calles hasta el cementerio … despidiendo al coronel suena la trompeta del ejército entonando una hermosa diana. Nace entonces mi fascinación por la vida militar. Siento la misma atracción espiritual percibida el día en que vi mi primer muerto” [96].

Castaño (2005) señala otra oscura conexión del sexo con la violencia, en el asesinato de dos jóvenes rehenes de un secuestro express, que habían sido violadas por sus guardianes mientras dos de los cómplices trataban de sacar dinero con sus tarjetas. 
“ – Cuando subimos al sitio las encontramos en pelota… Pelusa y Caremierda se las habían comido. Todos estábamos muy “timbrados” … yo no sé qué pasó. A mí me dio mucha putería verlas así, tan hermosas y tan brutas… les disparamos de pura piedra… con lo fácil que iba a ser esa vuelta y terminar así, toda “salpicada”.
- ¿Sabe qué me da piedra, periodista? Que esas peladas no se iban a morir. Yo había pensado que nos quedáramos con el carro y después botarlas por ahí, para que se fueran para la casa, pero cuando las encontré en pelota, llorando como unas perras, me llené de rabia… ¡qué cagada!” [97].

En la misma dirección se puede traer a colación el relato de un marine norteamericano recordando su participación  en la disolución sangrienta de una manifestación de civiles desarmados en Irak, en dónde se destacan cuestiones muy poco racionales como la  adicción y la venganza.
“Esos manifestantes eran las primeras personas que yo mataba … Eso me había producido un efecto extrañísimo. Qué subida de adrenalina! El miedo se transforma en motor. Lo empuja a uno. Me hacía más efecto que la mejor hierba que había fumado. Era como si todos aquellos a los que yo había odiado, toda la rabia que se había acumulado en mí se hubieran concentrado en ese momento; se tiene la impresión de absorber la vida como un caníbal. Uno está realmente contento de sí mismo, uno se siente poderoso y todo se torna claro. Se alcanza el nirvana y, luego, uno se vuelve a encontrar en las aguas sombrías; uno nada en un charco de barro y la única manera de reencontrar esa impresión es matar de nuevo” [98].

También es pertinente alguna referencia a la misma idea en circunstancias aún más remotas,
“a muchos les parece inconcebible que haya personas que experimentan verdadero placer, placer de carácter erótico, al contemplar el sufrimiento. Que existan o, en todo caso, hayan existido pueblos que obtengan placer de la contemplación misma de la muerte, con tortura o sin ella, resulta aún más increíble aunque, desafortunadamente, irrefutable. Según nos cuenta Rosenbaum en su Historia de la sífilis, un gran número de prostitutas se reunía en los burdeles cercanos al Circo Máximo con el propósito de abordar a los hombres que salían muy excitados sexualmente por el espectáculo de los gladiadores, las mutilaciones infligidas y sufridas por los animales salvajes y las demás locuras obsesivas de la arena” [99].

Norbert Elías señala cómo entre los siglos IX y XV, son recurrentes los testimonios de caballeros acerca de la alegría, del gozo (joy) de la guerra y cómo encontraban un placer particular en mutilar a los prisioneros. El placer de matar y torturar a los otros era importante y se trataba de un placer socialmente permitido.
“Te digo, que ni comer, ni beber, ni dormir me producen tanto gusto como oír el grito “Adelante!” y el grito “Auxilio! Auxilio!” y ver a los pequeños y a los grandes caer en las zanjas y los muertos atravesados por las lanzas con el estandarte … La guerra es una cosa alegre. Nos queremos tanto entre nosotros en la guerra. Una dulce alegría se levanta en nuestros corazones, en el sentimiento de nuestra honesta lealtad hacia el otro; y al ver a nuestro amigo arriesgar valientemente su cuerpo ante el peligro… resolvemos seguir adelante y morir o vivir con él y no dejarlo nunca por cuenta del amor. Esto brinda tal deleite que cualquiera que no lo haya sentido no puede decir lo maravilloso que es” [100].

En Seductions of Crime. Moral and sensual Attractions in Doing Evil, Jack Katz, uno de los pocos analistas contemporáneos que aborda de manera explícita el tema de la violencia como seducción ofrece testimonios en los cuales la comparación con el sexo es explícita. En uno, un pandillero inglés intenta describir la excitación que produce la pelea:
“See the feelin’ in yir belly goin’ intae battle, it’s like the feeling ye have when Rangers ara attackin’ the Celtic goal. Yir heart’s racin’, ye feel sick, it’s better’n sex” [101].

En otro relato, más traducible, un estudiante recuerda la sensación que le produjo robar.
“La experiencia fue casi orgásmica para mí. Hubo una acumulación de tensión mientras yo contemplaba el peligro de una acción prohibida, luego un torrente de excitación en el momento de cometer el crimen y finalmente una deliciosa sensación de relajamiento” [102].

En este contexto, no parece prudente hacer caso omiso de las declaraciones de un curtido guerrillero fariano que entiende bien que en eso de la violencia, incluso cuando es en serio, cuando hace parte fundamental de la vida política de un país, hay un componente no despreciable de instinto, de diversión, de parranda.
“Primero en El Palmar y después en Casa Verde, arreglaron una tregua … Pero después la tregua para los muchachos se vuelve una rutina cansona, no hay riesgos, no hay pelea. A muchos muchachos lo que les gusta es pelear; les gusta comisionar, pelear con los chulos, verlos correr; les gusta asaltar las patrullas. Para ellos la pelea es una diversión y como ellos están acostumbrados a esa tensión, la tregua les parece aburrida, y más sabiendo ellos que de ella no sale nada. Por eso nunca, nunca pensamos en desmovilización. En las FARC esa palabra no existe” [103].


[1] Fragmentos de Abad Faciolince (2001). Conferencia dictada en EAFIT, Medellín y amablemente remitida por el autor.
[2] Una revisión de la literatura se encuentra en Rubio y Salcedo (2006). Ver por ejemplo Ghiglieri, Michael (2000). The Dark side of Man. Tracing the origins of male violence. Cambridge: Perseus; o Wrangham Richard & Dale Peterson (1996), Demonic Males - Apes and the origins of Human Violence, Boston: Houghton Mifflin; o Buss, David (1994). The Evolution of desire. Strategies of Human Mating. Basic Books o Daly, Martin and Margo Wilson (1988). Homicide. Aldine de Gruyter.
[3] Alberoni (2006) pp. 58 a 60
[4] Grupo de Rap francés. La estrofa de la canción, se dice, fue adoptada como una especie de himno de los jóvenes en las revueltas de finales del 2005. “Banlieues: la provocation coloniale”.  Le Monde, Noviembre 13 de 2005 p. 2
[5] Chesney-Lind (1997) p. 24 y 25. Traducción propia
[6] Chesney-Lind (1997) p. 27.
[7] Miller (2001) pp. 118 y 125. Traducción propia
[8] Tertilt (2001) p. 184. Traducción propia
[9] Mares (2001) p. 156. Traducción propia
[10] Monod (2002) pp. 108 y 245. Traducción propia
[11] Salles (2004) pp. 30 y 31. Traducción propia
[12] Gruber (2001) p. 16. Traducción propia
[13] Llorente, Chaux y Salas (2004) pp. 22 a 52
[14] Llorente, Chaux y Salas (2004) pp. 43 a 60
[15] Álvarez y Aguirre (2002) p. 172
[16] Lelièvre et. al. p. 105
[17] Vanegas (1998) p. 139
[18] Blair (2005) p. 94
[19] Vanegas (1998) pp.  156 y 165
[20] Vanegas (1998) p. 159
[21] Vanegas (1998) p. 147 y 159
[22] Ver “Tirititiar, de la A a la Z . El nuevo diccionario del sexo, en la jerga de la generación Siglo XXI”. El Espectador, Febrero 25 de 2006. 
[23] Vanegas (1998) pp. 200, 202 y 209
[24] Vanegas (1998) p. 158
[25] Vanegas (1998) pp. 145 y 158
[26] Vanegas (1998) p. 159
[27] Atehortúa et. al. (1998) pp. 149 a 153
[28] Atehortúa et. al. (1998) p. 153. Subrayados propios. Nótese lo bizantina que sería la discusión en torno a la supuesta racionalidad de esta decisión, un ejemplo típico del modelo de seguimiento de reglas: se hace lo que al patrón le gusta que se haga.
[29] Legarda (2005) p. 18
[30] Legarda (2005) p. 25
[31] Legarda (2005) p. 26
[32] Escobar (2000) p. 55
[33] Salazar (2001) p. 21
[34] Salazar (2001) p. 75
[35] Orozco (1987) pp. 83 y 86
[36] Orozco (1987) p. 133
[37] “Ascender en la escala de los narcos”. Atehortúa et. al. p. 195
[38] Chaparro (2005) p. 48
[39] Castaño (2005) p. 93
[40] Revista Cambio, Junio 26 de 2005
[41] Castaño (2005) pp. 61 a 64
[42] Salazar y Jaramillo (1992) p. 119
[43] “La confesión de Fernandinho”, Semana Abril 30 de 2001
[44] Aricapa (2004) pp. 133 a 138
[45] Castaño (2005) pp. 69 a 72
[46] Ibid pp. 72 y 73
[47] Ibid. p. 73
[48] Ibid p. 74
[49] Ibid p. 75
[50] Ibid p. 75
[51] Ibid p. 78
[52] Ver Moser & Clark (2001), Wood (2004), Turshen (2001)
[53] “Inocencia perdida” , Revista Cambio Septiembre 24 de 2005
[54] Lelièvre et. al. (2004) p. 170
[55] “Las damiselas del conflicto”, El Tiempo, Agosto 26 de 2002
[56] Cárdenas (2005) p. 176
[57] Entrevista a Jacobo Arenas en Arango (1984) p. 42
[58] Cárdenas (2005) p. 203
[59] Testimonio de Deisy en Lelièvre et. al. (2004) p. 163
[60] Lelièvre et. al. (2004) p. 170
[61] Lelièvre et. al. (2004) p. 167
[62] Cárdenas (2005) p. 176
[63] Cárdenas (2005) pp. 203 y 204
[64] Cárdenas (2005) p. 223
[65] Testimonio de Liliana López, comandante de las Farc en Lara (2002) pp. 103 y 104
[66] Cárdenas (2005) p. 176
[67] Lelièvre et al. (2004) p. 160
[68] Cárdenas (2005) pp. 176 y 223
[69] Testimonio de Carolina en HRW(2003).
[70] Testimonio de Angela, antigua combatiente de las FARC en HRW(2003) p. 44. Subrayado propio.
[71] Testimonios de Verónica y de Nelly en Lelièvre et al. (2004) p. 171
[72] Lelièvre et. al. (2004) p. 154 y 155
[73] Testimonio de Dora Margarita, Ex guerrillera del ELN y el M-19. Lara (2000) p. 65
[74] González (2002) pp. 35 y 36
[75] Grabe (2000) p. 168. Subrayado propio
[76] Testimonio de Sonia en HRW(2003) pp. 44 y 45
[77] Blair y Nieto (2004). Subrayado propio
[78] Castaño (2005) p. 65
[79] Salazar (2001) pp. 90 y 91
[80] Merteens (1998) p. 242
[81] Lelièvre et. al (2004) p. 148 y 152
[82] Rubio (2005)
[83] Lelièvre et. al. (2004) p. 153
[84] Ver Rubio (2006a)
[85] El International Crime Victimization Survey (ICVS) – Ver Alvazzi del Fratti (1998)
[86] Cuéllar (1997)
[87] Rubio (2005).
[88] Amnistía Internacional (2004)
[89] Zorro (2004) p. 135. De acuerdo con este autor el parche es una etapa previa a la conformación de una pandilla.
[90] Álvarez y Aguirre (2002) p. 170
[91] Arango (1984) p. 19
[92] Grabe (2000) p. 206. Subrayado propio
[93] Lelièvre et al. (2004) p. 74. Subrayados propios
[94] Vanegas (1998) p. 171
[95] Salazar (2001) p. 85. Arcángel es un personaje ficticio en boca de quien Alonso Salazar “ha puesto algunas opiniones que algunos de los protagonistas (del entorno de Pablo Escobar) no quieren asumir públicamente”  p. 14
[96] Legarda (2005) pp. 20 y 21
[97] Castaño (2005) p. 48
[98] Massey y  Saulnier (2005). Traducción propia
[99] Partridge (2004) pp. 36 y 37
[100] Elias (1994) pp. 158 y 160. Traducción propia.
[101] Katz (1998) p. 126
[102] Katz (1998) p. 91. Traducción propia
[103] Testimonio de un guerrillero en Molano (2001) p. 348.