Pandillas, parranda y actividad sexual adolescente


La parranda y el sexo como incentivo, algunos indicios
La información de la encuesta de Panamá sirve de apoyo al enfoque rumbero propuesto para complementar el diagnóstico de la violencia juvenil. Al hablar de las motivaciones de los jóvenes para ingresar a las pandillas, no se pretende ofrecer demostraciones relacionadas con cuestiones no observables, ni susceptibles de medición. Cuando, además, no es abundante la teoría disponible en las ciencias sociales para dar cuenta de ciertos patrones y correlaciones en los datos no son muchas las hipótesis previamente formuladas que se puedan contrastar con los datos. Como se señaló, el esfuerzo por presentar una teoría coherente con lo que se observa –una estrecha asociación entre la violencia y distintos indicadores de actividad sexual de los adolescentes- es una labor que se deja para trabajos posteriores. Así, los vínculos que se muestran en esta sección deben tomarse, por el momento, tan sólo como simples indicios. Al igual que los testimonios de pandilleros ofrecidos atrás, tales indicios, o pruebas preliminares, resultan útiles no sólo para señalar las limitaciones de las explicaciones más arraigadas sino para sugerir nuevas vías para aproximarse al fenómeno de la violencia juvenil. Como se expone a continuación, los datos de las encuestas de Panamá son, al igual que los relatos de los jóvenes, muy ricos en pistas acerca de una extraña mezcla de instintos y pasiones adolescentes.

Indicio 1. Entre los jóvenes que reportan tener un amigo pandillero, y que se han formado una opinión sobre las razones que llevaron a ese amigo a ingresar a la pandilla, es clara la preponderancia de los motivos rumberos sobre los económicos o los que cabrían dentro de la categoría de políticos. Además, y este punto es importante dado el desequilibrio por géneros que se observa en las pandillas, esta percepción de que se ingresa a la pandilla para rumbear y divertirse es más marcada entre los hombres que entre las mujeres.
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Se debe además anotar que entre los varones más jóvenes, de 13 o 14 años,   precisamente el rango en el que se sitúa la edad promedio de ingreso a las pandillas, es en dónde la percepción de las razones rumberas como motivación principal de los pandilleros alcanza su máximo, un nada despreciable 70%.
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Indicio 2. En forma análoga al esquema de los senderos hacia la delincuencia juvenil expuesto atrás, se puede pensar en un recorrido o sendero que conduce a algunos jóvenes hacia las pandillas, o sea una serie acumulativa de situaciones y conductas que llevan progresivamente a la vinculación de algunos adolescentes a tales grupos. Se puede plantear que los jóvenes más alejados de las pandillas son aquellos que viven en un barrio sin tal influencia. El primer eslabón de ese sendero que termina con el ingreso del joven a una pandilla sería el hecho vivir en un barrio en dónde operan estas bandas juveniles, y las etapas intermedias serían las de tener un amigo, o un novio pandillero. Una de las características más nítidas de este recorrido es un marcado incremento en la actividad sexual de los adolescentes. Mientras que, en un extremo, casi la totalidad de los pandilleros –tanto hombres como mujeres- son activos sexualmente, entre los jóvenes que viven en barrios en dónde no operan tales organizaciones la proporción de iniciados sexualmente se reduce a una de cada cuatro mujeres y uno de cada tres hombres.
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Indicio 3. A lo largo de este sendero se observa no sólo un mayor porcentaje de jóvenes sexualmente activos sino una edad más temprana para el inicio de la vida sexual, que en promedio se reduce a medida que es más clara la cercanía con las pandillas. Así, la edad promedio para la primera relación sexual es casi un año inferior entre los pandilleros que entre los adolescentes que viven en un barrio sin pandillas. 

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Indicio 4. Consecuentemente, el reporte de actividad sexual precoz, la que se tiene antes de los 13 años, es mayor a medida que los jóvenes transitan el sendero hacia las bandas juveniles. Mientras que cerca de la mitad de los integrantes de las pandillas (54% ellos, 47% ellas) manifiestan haberse iniciado sexualmente justo al entrar en la adolescencia, entre las mujeres que viven en barrios sin pandillas tal porcentaje es apenas del 6%, y de 10% para los hombres.


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Indicio 5. El inicio más temprano de la actividad sexual se traduce en un mayor número de parejas íntimas. A pesar de esta observación, no deja de llamar la atención que el verdadero salto cuantitativo en términos de la variedad de personas con quien se tienen encuentros sexuales se de, precisamente, entre quienes han sido miembros de una pandilla. Para los hombres, el ser pandillero multiplica por un factor cercano a tres el número de parejas sexuales a lo largo de su vida. No parece prudente ignorar, entre adolescentes, un incentivo tan poderoso como este.

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Indicio 6. El estímulo que brinda la cercanía con las pandillas a la vida de pareja de los adolescentes se extiende a las relaciones de noviazgo, en particular entre los hombres, para quienes el contar con un amigo pandillero les aumentaría de manera significativa la probabilidad de conseguir una novia. De hecho, aún controlando por la edad, para un joven el incremento en los chances de tener novia por el simple hecho de contar con un amigo pandillero, es similar al que se observa para la práctica regular de algún deporte: en ambos casos, se multiplica por cerca de cuatro, y de manera estadísticamente significativa, la probabilidad de tener una relación afectiva [1].

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Indicio 7. Si un objetivo de los adolescentes es tener no uno sino varios noviazgos en paralelo la cercanía con las pandillas también sería el camino indicado. Cerca de las tres cuartas partes de los jóvenes, de ambos sexos, que han pertenecido a una pandilla reportan haber tenido varios(as) novios(as) de manera simultánea. Tal tipo de infidelidad es menos común entre los jóvenes que se mantienen alejados de las pandillas.

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Indicio 10. Por otra parte, el entorno de las pandillas también parece propicio para la formalización de las relaciones de pareja más allá del noviazgo. Más de la mitad de los hombres y cerca de dos de cada tres de las mujeres que reportan haber pertenecido a una pandilla manifiestan haber estado casados (o convivido con su pareja) alguna vez. Entre los jóvenes sexualmente activos, pero ajenos al ámbito pandillero, las cifras respectivas son apenas del 15% para los hombres y  12% para las mujeres.

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Indicio 11. Puesto que el entorno de las pandillas se caracteriza por una sexualidad más activa, más temprana y más promiscua, no sorprende que también se caracterice por una mayor incidencia de embarazos. Cerca de la mitad de los jóvenes pertenecientes a las pandillas se han visto enfrentados a una situación de embarazo adolescente. Entre los jóvenes sexualmente activos sin contacto en el barrio con pandillas la cifra respectiva es del 16-17%.

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Indicio 12. Consecuentemente, y en este punto habría de nuevo un salto cualitativo al ingresar a la pandilla, la proporción de madres o padres adolescentes es bastante más alta entre los pandilleros: uno de cada tres de los hombres y cerca de la mitad de las mujeres que reportan haber pertenecido a una pandilla tenían algún hijo en el momento de la encuesta. 

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La mara o pandilla como una instancia para buscar no un empleo o actividad, como plantean las visiones materialistas, sino algo más básico y primario, una familia, es algo sobre lo cual se pueden encontrar testimonios bastante explícitos.

“Uno se mete a la pandilla para encontrar una familia, pero después de estar un tiempo en la pandilla uno quiere tener su propia descendencia de sangre … Uno tiene otro tipo de mentalidad de querer tener su propia casa, sus propios hijos, ser pandillero, pero no violento” [2].

En síntesis, no es un despropósito sugerir que -en una etapa de la vida caracterizada antes que nada por cambios hormonales que conducen a la maduración sexual- una poderosa razón para vincularse a un grupo u organización sea la posibilidad de una mayor, más temprana, variada y promiscua actividad tanto afectiva como sexual. Tampoco parece arriesgado pensar que, formal o informalmente, implícita o explícitamente, de manera abierta o en secreto como algunas sectas, tales organizaciones, que al parecer tratan de regular e imponer normas en múltiples dimensiones de la vida de los jóvenes que ingresan a ellas, tienen algún conocimiento, o por lo menos cierta intuición, sobre el enorme atractivo que esta mayor libertad sexual representa para ellos, así como el atractivo o gancho que esta particularidad de la vida pandillera representa en materia de reclutamiento de efectivos. 


Dos conjeturas:
1) ellas emigran más que ellos y
2) los pandilleros son, entre ellos, los más atados al territorio.
Sin pretender un análisis a profundidad de los determinantes de la actividad sexual de los adolescentes, sí vale la pena comentar algunas diferencias que se observan entre hombres y mujeres en esa dimensión. Se puede mencionar en primer lugar que tanto el sistema educativo como, sobre todo, la familia, actúan como una barrera a la sexualidad de los adolescentes de manera asimétrica. El simple hecho que una mujer sea aún estudiante disminuye en un 86% la probabilidad de que reporte ser activa sexualmente. Entre los hombres la cifra respectiva es del 50%.
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La supervisión por parte de los padres sobre sus salidas reduce en 76% los chances de que ellas tengan sexo mientras que el efecto en los varones también es inferior. La diferencia más abismal se encuentra para la fuga de la casa, que multiplica por más de once (1131%) la probabilidad de que una mujer empiece su vida sexual mientras que, para los hombres, el impacto es tan sólo del 168%. Este resultado tiende a corroborar el planteamiento hecho atrás en el sentido que el rebelarse contra las normas familiares para irse de la casa sin consentimiento de los padres –un incidente que predice problemas juveniles posteriores- tiene un importante componente de búsqueda de libertad sexual. La magnitud de los coeficientes estimados permite argumentar que para las jóvenes panameñas el sexo sería incompatible con la vida escolar y ante todo familiar, puesto que la principal característica de las jóvenes sexualmente activas es, precisamente, la de haberse escapado de la casa, rebelándose contra las normas establecidas [3].

Después de este breve paréntesis sobre los factores que contribuyen a explicar la actividad sexual, vale la pena centrarse en una discrepancia fundamental por género que también se detecta en el ejercicio anterior y es el efecto diferencial que, al parecer, ejercen las pandillas en Panamá sobre la sexualidad adolescente femenina y masculina. Para las mujeres, un impulso a la actividad sexual se da a través de la amistad con algún pandillero mientras que la presencia de pandillas en el barrio no muestra tener un efecto estadísticamente significativo; para los hombres, por el contrario, lo que cuenta en materia de sexo es que existan pandillas en el barrio, siendo menos relevantes los vínculos de amistad con pandilleros. El mismo efecto asimétrico se conserva si en lugar de un amigo en la pandilla se introduce en la ecuación un novio(a) pandillero. Así, entre los hombres, el empuje a la sexualidad que darían las pandillas aparece más circunscrito a un territorio, tal como el barrio, que entre las mujeres. Para ellas, bastaría con tener un amigo -por ejemplo en una pandilla de otro barrio- para impulsar su sexualidad. En otros términos, y esto se menciona por ser un tema recurrente entre los observadores del comportamiento sexual, parecería que para conseguir pareja las mujeres están más dispuestas a emigrar del barrio mientras que para los hombres tan peculiar mercado presenta importantes restricciones más allá de los territorios conocidos.

Aunque desafortunadamente no se cuenta en la encuesta de Panamá con los datos necesarios para profundizar en esa pista  vale la pena traer a colación otros resultados que sí sirven para sustentar el planteamiento de mujeres menos atadas a un grupo, y a un territorio, a la hora de buscar pareja. Una de las preguntas de la encuesta estaba orientada a indagar entre los jóvenes por sus eventuales deseos de emigrar del país para establecerse en el exterior. La pregunta específica era: “En una escala de 1 a 5 en dónde 1 es muy poco probable y 5 es muy probable, ¿qué tan probable consideras que en el futuro termines viviendo en el exterior?”.

Lo primero que se puede constatar es que ellas parecen más dispuestas a emigrar del país que ellos. En particular, quienes menos tendencia muestran por irse de su país son precisamente los pandilleros. Las diferencias por género en cuanto a los planes de emigración son estadísticamente significativas incluso cuando se controla por el estrato económico, la vinculación al sistema educativo y el contar con un familiar en el exterior, factores que incrementan la probabilidad de salir del país. 
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Aunque parezca trivial, vale la pena señalar un factor cuyo efecto sobre la calificación de la posibilidad de establecerse en el exterior es distinto entre hombres y mujeres. Entre ellas, la calificación subjetiva de su atractivo físico se asocia positivamente con el impulso a la emigración, algo que resulta irrelevante entre ellos.
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Así, los datos de la encuesta, sugieren rescatar una dimensión del comportamiento juvenil tan ignorada en las ciencias sociales como omnipresente en la vida cotidiana de los jóvenes e inocultable en algunos testimonios: la belleza física femenina. Para completar este escenario -políticamente incorrecto- vale la pena mencionar que, entre ellos, de manera más marcada que entre ellas, los indicadores de ingreso familiar y, sobre todo, su percepción del estrato social parecen tener mayor capacidad para moldear los planes de emigración. Son los hombres del estrato más alto, y los que tienen una madre con educación superior, quienes le asignan una mayor calificación a la posibilidad de establecerse en un futuro en el exterior. Aunque una economista laboral acudiría a una explicación basada en la teoría del capital humano, enfrentaría dificultades para explicar ciertas diferencias claves por género. Como, por ejemplo, el hecho que las mujeres que se consideran pertenecientes al estrato social más alto son, precisamente, las menos dispuestas a emigrar.

Vale la pena preguntarse qué tiene que ver todo esto con las pandillas juveniles. Para establecer ese vínculo, y redondear las conjeturas, es conveniente hacer referencia a una última asociación interesante que muestran los datos y es que, entre los hombres -menos dispuestos a salir de su entorno que las mujeres- los pandilleros son precisamente los más atados a su territorio. Mientras que uno de cada tres de los hombres jóvenes que viven en un barrio sin pandillas consideran muy probable emigrar del país, entre los pandilleros la respectiva cifra no alcanza al 10%.
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Es apenas evidente que las conjeturas que se acaban de presentar se basan en indicios tenues. En particular, parece arriesgado inferir de los planes juveniles sobre emigración del país comportamientos migratorios al interior de la ciudad, entre los barrios. De todas maneras, vale la pena dejar planteadas estas inquietudes por varias razones. Uno, porque se trata de pistas relevantes para investigación posterior. Dos, porque los diferenciales de emigración por géneros -entre países, entre regiones de un mismo país, o aún entre barrios de una misma ciudad- constituyen, al igual que la violencia juvenil, otra de las áreas para las cuales los tradicionales argumentos materialistas/laborales sencillamente no convencen. Tres porque se trata de un área para la cual  explicaciones más primarias y simples –como por ejemplo que se emigra no en búsqueda de trabajo sino de pareja- han sido olímpicamente ignoradas por las ciencias sociales siendo tal vez en extremo pertinentes. Cuatro, porque este aparentemente inocuo escenario de unas jóvenes –tal vez  empezando por las más bellas o las más arregladas -que emigran de los barrios populares para conseguir mejores partidos en otros lugares de la ciudad mientras que los hombres jóvenes quedan condenados a permanecer en su territorio, podría ser una de las claves para entender por qué estos últimos terminan agrupándose en pandillas: por ejemplo para defender las pocas mujeres que quedan en el barrio y/o para salir a buscar otras en territorios desconocidos y peligrosos. Quinto, relacionado con el anterior, porque este primitivo escenario de machos violentos agrupados en tribus urbanas compitiendo por mujeres es más consistente con lo que se observa en la mayor parte de las ciudades latinoamericanas –jóvenes de barrios populares que riñen y se matan entre sí- que el trillado guión del ladronzuelo de subsistencia o el, aún más rebuscado, del Robin Hood Junior, para los cuales se esperaría, como requisito mínimo de consistencia, que los jóvenes salieran de sus territorios hacia otros más prósperos para ejercer la violencia, para apropiarse de los bienes de los ricos, o para aplicar la justicia social.

El tema del desequilibrio por géneros en los movimientos migratorios, bastante relegado en el diagnóstico de los problemas juveniles, se señala como pertinente en un trabajo sobre las maras en Honduras, en dónde además se hace alusión a uno de los pocos vínculos convincentes entre la violencia local y la globalización.

”La globalización en Honduras ha consolidado dos fenómenos paralelos: las maras y la Maquila. Ambos están vinculados. La maquila es una industria de manufactura que genero empleo para miles de personas, pero sobre todo para mujeres entre los 18 y los 23 años. Esta creciente fuente de empleo ha hecho que muchas mujeres emigren a las grandes ciudades y abandonen el mundo de sus aldeas o pueblos rurales. En ese sentido, las mujeres se han convertido en uno de los grupos sociales cuyos ingresos han aumentado más. Para los hombres, sin embargo, las oportunidades de empleo son limitadas. Se activa de esta forma una especie de impotencia y frustración, que hace que muchos jóvenes decidan meterse en las maras o emigrar a los Estados Unidos” [4].

Sexo y violencia: otros vínculos
Violencia de pareja
La infidelidad -aún entre novios durante la adolescencia- es un asunto propicio para los conflictos y la violencia. Además, las pandillas muestran tener un efecto de amplificación de estos conflictos. Por una parte, entre los hombres jóvenes que reportan haber tenido alguna vez dos o más novias simultáneamente, el 61% reporta haber tenido peleas en las que ha agredido a alguna de esas parejas. Entre los pandilleros este porcentaje supera los tres cuartos (79% contra 42% entre los no pandilleros).

Se puede pensar que esta violencia asociada a la infidelidad involucra a más de dos personas, extendiéndose hacia terceros involucrados en los affaires. No sorprende por lo tanto que entre los varones que aceptan haber sido infieles sea mayor el reporte de haber agredido a alguien, alguna vez o en el último año. De nuevo, las pandillas parecen jugar un papel multiplicador de las repercusiones violentas de este tipo de conflictos. La mayor incidencia de agresiones entre los jóvenes que han tenido varias novias a la vez no se limita a su papel como victimarios. También entre ellos es mayor el reporte de haber sido víctimas de agresiones.
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Violencia sexual
La manifestación más cruda del vínculo entre sexo y violencia, la violación, también muestra una frecuencia creciente a lo largo del sendero que conduce hacia las pandillas, tanto para las mujeres víctimas de estos ataques como para los hombres que las agreden sexualmente. Para ellos, el salto cualitativo en materia de ataques sexuales se da al volverse pandilleros, grupo para el cual uno de cada cinco de los jóvenes reporta haber violado a alguien alguna vez. En forma consecuente con lo anterior, para las mujeres el mayor incremento en la probabilidad de ser víctima de abuso sexual se da, sin necesidad de entrar a la pandilla, al ennoviarse con uno de sus integrantes. 
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Pandillas y prostitución
“Unidades policiales de San Miguelito capturaron a un pandillero de "Los Insolent Boys". El pandillero es conocido por el apodo de "Temi". En varias ocasiones había amenazado a su padre con el arma porque le cuestionaba mantener relación con una mujer que lo mantenía a base de la prostitución. "Temi" estaba acostumbrado a que su mujer lo mantuviera, y ésta, para darle gusto, vendía su cuerpo por placer. Con el dinero recaudado la fémina le compraba ropa y pagaba gustos a su concubino. El padre de "Temi" había discutido con él por dicha situación en varias ocasiones, pero lo único que conseguía, según el informante, es que su propio hijo le apuntara con el arma, por lo que cansado del irrespeto, denunció a su hijo ante la Policía” [5].

Cierta información disponible en la encuesta de Panamá permite señalar una estrecha vinculación entre el fenómeno de las pandillas juveniles y el de la prostitución adolescente. En primer lugar se observa que los pandilleros son activos demandantes en el mercado de sexo. Mientras que el reporte de haber pagado por tener relaciones sexuales entre pandilleros es del 36%, entre los hombres jóvenes que no han estado vinculados a pandillas la cifra respectiva es del 8%.

Por otro lado, varios indicadores de la encuesta muestran que las jóvenes que han vendido servicios sexuales son más cercanas a las pandillas que quienes no lo han hecho. El reporte de tener amigo pandillero, el del número promedio de esos amigos, o el de haber tenido algún romance con ellos es superior entre las prostitutas adolescentes. Entre estas últimas, el 92% reporta tener algún amigo pandillero,  el número promedio de amigos es de 11 y el 65% ha tenido novio en una pandilla. Entre las mujeres que no han vendido servicios sexuales las cifras respectivas son de 47%, 5 amigos y 18%.

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Aún más, si se considera un sendero de acercamiento hacia las pandillas caracterizado por las siguientes etapas: 1) vivir en un barrio sin pandillas, 2) vivir en un barrio con pandillas, 3) tener un amigo pandillero, 4) establecer una relación de noviazgo con alguien de la pandilla y 5) ser pandillero, se corrobora la idea que la cercanía con estos grupos está asociada al comercio sexual, tanto por el lado de la compra de tales servicios por parte de los hombres como de su venta por parte de las mujeres.

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Son varias las vías a través de las cuales se puede pensar en un acercamiento entre la prostitución adolescente femenina y las pandillas. La primera, y la más directa, es que el 18% de las mujeres que reportan haber vendido servicios sexuales manifiestan haber sido pandilleras. Entre el resto de mujeres jóvenes la cifra correspondiente es apenas del 3%.

Si se tiene en cuenta que el ejercicio de la prostitución se asocia con un mayor riesgo de ser víctima de algún ataque criminal, la segunda vía de acercamiento tiene que ver con la eventual búsqueda, por parte de las jóvenes, de servicios privados de protección. Los datos de la encuesta tienden a corroborar esta observación: las adolescentes que han vendido servicios sexuales también reportan con mayor frecuencia el haber sido víctimas de agresiones, amenazas, robos y violaciones.

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El tercer elemento a través del cual convergen la prostitución de jóvenes y las pandillas es el consumo de sustancias, algunas ilegales, cuyo suministro puede ser facilitado por estas últimas. Tanto para el tabaco y el alcohol, como para la marihuana y la cocaína, el reporte de consumo alguna vez en la vida es superior entre las jóvenes que reportan haber vendido sexo que entre las demás.

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El último camino a través del cual se pueden establecer vínculos entre la prostitución adolescente y las bandas es la complicidad en la comisión de infracciones. En todas las categorías de conductas problemáticas consideradas en la encuesta, incluso en asuntos tan generalizados como el vandalismo, se observa que la venta de servicios sexuales se asocia con un mayor reporte de infracciones.

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La faceta más sombría de los lazos que se observan entre las adolescentes comercian sexo y las pandillas es el de la violencia de pareja ejercida contra ellas. El efecto nocivo de las pandillas en esta dimensión se percibe a través de los noviazgos con sus miembros, que son más proclives a la violencia, e incluso a través de los simples vínculos de amistad.

La cercanía a las pandillas así como el mercado sexual incrementan considerablemente el riesgo de que una joven adolescente sea maltratada físicamente por su pareja. Mientras casi la mitad de las prostitutas adolescentes reportan haber sido golpeadas alguna vez por su novio, entre el resto de mujeres jóvenes tal proporción se reduce al 10%. Conviene reiterar que estas cifras de violencia contra las mujeres no se refieren a los extraños, en encuentros ocasionales, sino a la ejercida por sus novios [6].

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Llama la atención de esta última gráfica la similitud entre la incidencia alguna vez en la vida y la referida al último año. Esta observación se podría interpretar como un síntoma de continuidad, o reincidencia, en la violencia que sufren las jóvenes: agredidas alguna vez es altamente probable que lo hayan sido también durante el último año. De hecho, únicamente el 6% de las jóvenes que han sido golpeadas por su novio alguna vez no lo fueron en los últimos doce meses. Aún en esta dimensión el hecho de haber vendido servicios sexuales aparece como factor agravante de la violencia contra la mujer, puesto que, entre las jóvenes que ejercen la prostitución, sólo 2.6% de las golpeadas alguna vez no reportan haberlo sido el último año.

Vale la pena aclarar que con los resultados que se acaban de presentar no se pretende, ni mucho menos, ofrecer un panorama general del fenómeno de la prostitución en Panamá. Es conveniente recordar que tanto el trabajo de campo que se realizó como este ensayo están orientados al estudio de las pandillas, no al del comercio sexual. Así, la información disponible no permite inferir, por ejemplo, el peso relativo de las bandas juveniles en el mercado de la prostitución en Panamá, en dónde la mayor parte de los clientes son adultos y buena parte de las trabajadoras, también adultas, provienen de otros países.

Religión, familia y pandillas
Un punto que vale la pena destacar del análisis de la muestra de ex pandilleros que se hizo con los datos de Panamá es que la variable con mayor capacidad para explicar la salida de la pandilla tiene que ver con la religión que practica la familia, que supera en relevancia la dimensión del trabajo o del estudio, e incluso la del establecimiento de una nueva familia por parte del joven. Es común en los testimonios sobre desvinculación de las bandas juveniles en Centroamérica la referencia a las prácticas religiosas intensivas.

La relación entre la religión y la pandilla en Panamá no deja de llamar la atención, ya que sorprende a primera vista. Puesto que, como se vio, se trata de una dimensión con alta capacidad para recuperar, o reinsertar a los jóvenes pandilleros, vale la pena tratar de entender mejor las características de este vínculo. Como ya se señaló, una variable crítica es que los hogares profesen algún credo religioso. Pero no todas las religiones practicadas por la familia muestran tener el mismo efecto sobre la probabilidad de abandono de las pandillas. Dentro de las pandilleros de familia protestante se observa la tasa más alta de deserción (45%) por encima de los católicos (31%), o los evangélicos (26%). Sin embargo, y de manera tanto sorprendente como difícil de explicar, la religiosidad de la familia –un factor que contribuye a la salida de la pandilla- parece también un factor positivamente asociado con la vinculación a tales grupos. En efecto, entre las familias que profesan alguna religión se observa una mayor proporción de menores que ingresan a la pandilla. Aunque en este caso el efecto es menos notorio –y de hecho en el ejercicio realizado para discriminar a los pandilleros el factor religioso resultó no significativo en términos estadísticos- la práctica religiosa de las familias tiene tanto el poder de empujar a los jóvenes desde la pandilla hacia fuera como, extrañamente, algo de capacidad para atraerlos desde la casa hacia la pandilla.

El hecho que la religión de la familia aparezca como el elemento con mayor capacidad para inducir la reinserción de los pandilleros sugiere varios comentarios. El más obvio es que resulta indispensable estudiar a fondo la mecánica de este vínculo. Se trata de un conocimiento que aún es precario y que, sin la menor duda, sería invaluable en materia de prevención de la violencia juvenil. Mientras tanto, y a falta de una teoría satisfactoria al respecto, se pueden aventurar un par de conjeturas. La primera es que, en contravía de las aproximaciones esencialmente materialistas a la violencia juvenil, lo que este resultado sugiere es que alrededor del fenómeno de las pandillas la moral y los sistemas normativos de la conducta de los jóvenes, que es algo en lo que la religión juega algún papel, tienen especial relevancia. La segunda conjetura –útil para reforzar una de las ideas medulares de este trabajo- es que una de las dimensiones claves del comportamiento que, desde siempre, han buscado alterar las religiones es precisamente la del sexo y que, en ese contexto, la asociación entre las pandillas y la práctica religiosa  en alguna medida estaría relacionada con la existencia de normas sobre la conducta sexual de los jóvenes.

Vale la pena tratar de elaborar una historia consistente con lo que muestran los datos para dar cuenta de esta extraña relación que se da en Panamá entre religión, sexo y pandillas juveniles. Puesto que, como se señaló, se hace una arriesgada incursión en el terreno de las conjeturas, vale la pena hacer explícitos los supuestos en los que se basa el análisis que se hace a continuación de la información de la encuesta. El punto de partida, para cuya validez se puede recurrir a cualquier historia de la sexualidad y/o de las ideas religiosas, es que las religiones, y en particular las monoteístas como son las tres consideradas en la encuesta, han buscado activamente controlar tanto las relaciones de pareja, como el comportamiento sexual de los creyentes.

El primer corolario de este supuesto simple es que los jóvenes provenientes de hogares en dónde no se practica ninguna religión habrían estado sometidos a una menor reglamentación de su vida afectiva y de sus impulsos sexuales. En este contexto, la relación positiva, aunque no muy significativa, que se observa entre la práctica religiosa de las familias y el ingreso a las pandillas, se podría interpretar bien como un gesto de rebeldía contra la reglamentación sexual más estricta que caracterizaría los hogares practicantes de alguna religión, bien como un rechazo a la probable incoherencia entre las prescripciones religiosas, su precario cumplimiento y la abundancia de mensajes contradictorios sobre su pertinencia y relevancia.

El segundo supuesto, que se deriva de la observación de los datos de la encuesta, y cuya verificación se sale del alcance de este trabajo, es que el éxito de las creencias religiosas en lograr alterar la conducta sexual de los jóvenes varía sustancialmente entre religiones. En particular, la información disponible sugiere que, en Panamá, la práctica protestante es la que logra imponer mayores controles al comportamiento sexual, con las diferencias más marcadas entre la conducta sexual de los hombres y la de las mujeres.
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Se puede por lo tanto presumir que, dentro de las consideradas en la encuesta, la normatividad protestante sería en últimas la más rígida, y eficaz, en materia de sexualidad. En buena medida, se trata del grupo que más se asemeja al patrón de la doble moral de la era victoriana en la Inglaterra del siglo XIX, que restringía notablemente la sexualidad de las mujeres permitiendo simultáneamente, y de manera informal, una mayor libertad para los hombres, pero siempre dentro de un conjunto muy rígido de reglas de comportamiento.

La eficacia de las normas protestantes en materia sexual es tal que, en la muestra, alcanza a afectar desde cuestiones tan triviales como los noviazgos adolescentes hasta los asuntos serios, como la convivencia o el matrimonio. Para esta última situación, la de establecerse como pareja, se trata de la única religión para la cual no se reporta ninguna incidencia dentro de las mujeres. Lamentablemente el formulario utilizado no permite distinguir la simple convivencia del matrimonio y, por lo tanto, no es posible saber si la regulación se refiere, para las mujeres, a la convivencia sin matrimonio o a la edad de este último.

El sexo, o la búsqueda de una pareja, no son las únicas conductas para las cuales, en la muestra, las creencias protestantes logran establecer grandes diferencias por género. Algunos comportamientos alcanzan a estar erradicados del todo entre las jóvenes protestantes. Tal es el caso del reporte de fugas del hogar, o el consumo de drogas, o la afiliación a las pandillas, para los cuales el reporte entre mujeres provenientes de hogares protestantes es nulo.

Así, no parece arriesgado plantear que, en Panamá, la religión protestante es la que impone el sistema normativo más rígido para la actividad sexual. La conjetura que se deriva de esta observación es que es eso, un sistema claro y nítido de normas de conducta sexual, lo que facilita tanto el tránsito de ida, de la familia hacia la pandilla, como el de vuelta, de la pandilla a la familia, bien sea la de arriba –de los padres y hermanos- o la de abajo, la de los hijos.

Es bastante notorio en los datos que tanto la pandilla como su entorno tienen un efecto sobre la conducta sexual de los jóvenes. No vale la pena en este punto discutir si se trata de un cambio totalmente inducido por la pandilla –el que entra ve mermada su capacidad de control sobre los instintos sexuales- o si se tiene algo como un proceso auto selectivo –quienes menos controlan su sexualidad encuentran atractiva la pandilla- pero no parece arriesgado plantear que, dentro de la pandilla, existiría una norma del tipo todo vale en materia sexual. El hecho que este ambiente resulte particularmente atractivo para los hombres adolescentes en pleno desarrollo de la sexualidad no debe esconder una característica esencial, la de ser una regla clara y precisa sobre comportamiento sexual.

Lewis Coser (1978), en su trabajo Las Instituciones Voraces señala cómo el control de la sexualidad ha sido un elemento característico de aquellas organizaciones que –como las pandillas- regulan de manera minuciosa las más diversas facetas de la conducta de sus integrantes. Por otro lado, apunta que tanto la norma rígida de la castidad como su extremo opuesto, la absoluta libertad y promiscuidad sexuales, tienen en últimas el mismo efecto de contrarrestar la influencia, y eliminar la competencia, de la familia –otra institución voraz- que permanece como la alternativa perenne a la afiliación de sus miembros.

Aunque suene paradójico, lo que diversos testimonios de ingreso a las pandillas sugieren es que los jóvenes demandan, y aceptan, un conjunto de normas de comportamiento relativamente rígido, y sobre todo explícito, que va desde ciertos rituales de iniciación hasta la prohibición, bajo amenaza de muerte, de desertar del grupo, pasando por marcas irreversibles en la apariencia, como los tatuajes, o por una clara homogeneidad en la adopción de distintas conductas de riesgo, que sería desacertado considerar carentes de reglamentación.  En el ámbito sexual, lo que se adoptaría al ingresar a la pandilla es un sistema de normas consistente tanto con el comportamiento de quienes lo imponen, los líderes de las pandillas, como con la regulación de las demás dimensiones del comportamiento. Si se establece una analogía de las pandillas con las organizaciones militares o, mejor aún, con sociedades o sectas de guerreros, dentro de las cuales la sexualidad también ha estado siempre minuciosamente controlada, se comprende mejor el planteamiento que la aparente liberalidad sexual dentro de las pandillas no es más que una faceta adicional de un conjunto preciso de normas de conducta orientadas, en últimas, a garantizar la supervivencia de los grupos que ejercen de manera sistemática la violencia.

Bajo este esquema, sorprende menos que sea la religión protestante -precisamente la que, de acuerdo con los datos, muestra mayor capacidad para controlar las conductas de los jóvenes- la que logra mayores éxitos a la hora de captar pandilleros desertores, o arrepentidos. Se puede especular que una vez formateados como seguidores de reglas dentro de la pandilla, para los desertores el tránsito menos traumático se da hacia los ambientes intensamente reglamentados. El modelo de las organizaciones voraces que regulan la sexualidad imponiendo bien sea la castidad, como en las congregaciones cristianas, bien sea la promiscuidad, como parece ocurrir en las pandillas, también es útil para predecir que la constitución de una nueva familia por sus integrantes, como la que se puede dar con la llegada de un hijo, implica con frecuencia la exclusión o salida del grupo que exige siempre entrega total e incondicional de sus miembros.

La rumba no es sólo panameña
Aunque la encuesta analizada hasta este punto es aquella en la que se ha hecho un mayor número de preguntas relacionadas con la vida afectiva y sexual de los adolescentes, ejercicios anteriores realizados en Honduras y Nicaragua también muestran asociaciones similares entre la vida de marero/pandillero y cambios significativos en el comportamiento sexual. Vale la pena resumir algunos de los resultados de estas encuestas para mostrar que los vínculos que se acaban de ofrecer entre la actividad sexual, la violencia y las pandillas no son una peculiaridad de Panamá.

En primer lugar se puede señalar que con los datos agregados a nivel de los municipios en donde se han realizado encuestas, se observa una relación positiva, aunque no muy estrecha (índice de correlación del 54%), entre el índice de presencia de pandillas en los barrios y el indicador más simple de actividad sexual de los hombres jóvenes : el haber tenido o no una relación sexual en el momento de la encuesta.  Una manera simple y directa de interpretar esta asociación sería como una extensión de la caricatura de la mara o pandilla como elemento inductor de la parranda. No parece un despropósito plantear que una faceta adicional de una vida con mayor consumo de tabaco, de alcohol o de drogas y con una mayor intensidad de salidas nocturnas, como la que parecen promover las pandillas entre los adolescentes, es la de una mayor probabilidad de iniciarse en la vida sexual. En forma consistente con este escenario, la visión de las pandillas como un factor de rebeldía contra ciertos estándares normativos impulsados por la familia y la escuela también encaja como elemento liberador de las restricciones a la actividad sexual.

Esta visión de las pandillas como una instancia que induce, facilita o promueve la liberación sexual de los adolescentes se corrobora al observar que, dentro del entorno de tales agrupaciones juveniles se da una mayor incidencia de jóvenes sexualmente activos, fenómeno que, además, está positivamente asociado con la presencia de pandillas en los barrios. En efecto, entre los hombres jóvenes que reportan tener lazos de amistad con un pandillero, la proporción de los sexualmente iniciados no sólo es superior a la del total de jóvenes sino que parecería ser proporcional a la influencia de estos grupos. Algo similar puede decirse de un colectivo de jóvenes cuya relevancia ya se destacó y que resulta ser bastante próximo a las pandillas y es el de los adolescentes que se han fugado de la casa.

La identificación del  conjunto de adolescentes que se han fugado de la casa, y que sin ser miembros de las pandillas presentan similitudes con sus miembros en varias dimensiones –y de manera más marcada que el grupo de amigos de los pandilleros, o de los jóvenes desescolarizados- es útil porque permite elaborar otro sendero de acercamiento hacia las pandillas o sea una secuencia alternativa de eventos consistente con la vinculación progresiva de los jóvenes con tales grupos.

En esta nueva versión, el modelo adoptado para el sendero estaría constituido por las siguientes etapas : (1) abandono escolar ;  (2) amistad con un pandillero ; (3) fuga de la casa y (4) pandilla. De nuevo, la hipótesis general es que a medida que se avanza en este sendero, el comportamiento de los jóvenes se asemeja cada vez más al de los pandilleros.

El modelo del sendero hacia las pandillas, parece útil para analizar no sólo ciertos aspectos básicos de la actividad sexual, o los indicadores de parranda, como se hace a continuación, sino asuntos más directamente relacionados con la violencia y la delincuencia, basados en el reporte de una detallada gama de conductas problemáticas que van desde las pequeñas infracciones hasta los crímenes más graves. 

En forma consistente con lo que muestran los datos agregados por municipios, en el sentido que la presencia de pandillas parece inducir la liberación de las conductas sexuales de los jóvenes, los datos agrupados, en cada una de las encuestas, en los distintos conjuntos de jóvenes cuyo comportamiento se asimila progresivamente al de los pandilleros –estudiantes, desescolarizados, amigos de pandilleros y fugados de la casa- también sugieren que la cercanía con las bandas juveniles se asocia con un mayor reporte de actividad sexual. Así, y de manera relativamente independiente del lugar de realización de la encuesta, los pandilleros reportan mayor actividad sexual que los adolescentes que se han fugado, a su vez activos sexualmente en mayor proporción que los amigos de pandilleros que, a su turno, reportan en mayor proporción que el resto de jóvenes –desescolarizados y escolarizados- el haber tenido relaciones sexuales.
Gráfica 44

Con algunas excepciones locales, el sendero hacia las pandillas se caracteriza por una reducción en la edad de inicio de la vida sexual. Con diferencias regionales más marcadas que para la proporción de pandilleros sexualmente activos (variable que en las cuatro encuestas se sitúa alrededor del 80%) en las  cuatro encuestas se observa que son los jóvenes formalmente vinculados a las pandillas quienes inician en una edad más temprana su vida sexual.

Los pandilleros y su entorno aparecen no sólo como quienes en mayor proporción y de manera más precoz han tenido relaciones sexuales sino que también resultan ser los más promiscuos y, consecuentemente, los más fértiles. En ocasiones, como en Tegucigalpa, la diferencia en el acceso a una mayor variedad de personas para una experiencia sexual entre los pandilleros y el resto de jóvenes es de más de dos a uno con la categoría anterior del sendero y de cerca de ocho a uno el resto de jóvenes escolarizados.
Gráfica 45
Los datos agrupados por las categorías de un sendero de acercamiento a las pandillas permiten retomar la idea planteada atrás, en el sentido que las pandillas pueden ser vistas como mecanismos promotores del vacile y de la parranda y que la práctica del sexo es una de las dimensiones características de un pasárselo bien que también incluye consumo de tabaco, de alcohol, de droga o momentos nocturnos de parranda. También en ese tipo de actividades se observa un claro liderazgo de los jóvenes pandilleros y, por otra parte, un escalamiento en la incidencia de esas conductas a medida que los adolescentes avanzan a lo largo del sendero hacia las pandillas. En términos del consumo de sustancias –tanto legales como ilegales- la tendencia a incrementarlo a medida que se avanza en dicho sendero es clara, más marcada para las drogas que para el tabaco o alcohol y parece independiente de la localidad.


Con algunos indicadores de parranda disponibles en las encuestas –como el número de salidas nocturnas por semana o la manifestación de pasar la mayor parte del tiempo libre en la calle- también permiten destacar los jóvenes pandilleros y, en su entorno, los demás adolescentes de manera directamente proporcional a su cercanía con los primeros.
Gráfica 46
Es posible que la caricatura propuesta de las pandillas como mecanismo de promoción e inducción a la parranda resulte incómoda para quienes defienden a ultranza la idea que la principal –a veces la única- explicación relevante para la vinculación a las pandillas es la precariedad económica y la falta de perspectivas laborales. En efecto, no es fácil encajar en una esquema puramente materialista el escenario, evidente en los datos, que los jóvenes supuestamente empujados a la delincuencia por la pobreza sean, simultáneamente, los mayores consumidores de tabaco, alcohol y drogas, los más activos participantes en la vida nocturna y los hombres de mayor éxito en el competido mercado de las parejas, ya que todas estas actividades requieren disponibilidad de recursos económicos, probablemente más de los necesarios para pasar el tiempo libre en la casa y seguir vinculado al sistema educativo.

Cierta información adicional disponible en la encuesta de Nicaragua permite corroborar lo encontrado para Panamá: una estrecha vinculación entre las pandillas juveniles y la prostitución adolescente. Así, en Nicaragua el 47% de las mujeres que reportan haber vendido servicios sexuales manifiestan haber sido pandilleras. Entre el resto de jóvenes la cifras correspondiente es apenas del 2%. A su vez, el 88% de las jóvenes que han vendido servicios sexuales manifiestan tener lazos de amistad con pandilleros. Entre quienes no han comerciado con sexo la cifra es del 37% .

También en forma análoga a la observado en Panamá los datos de Nicaragua muestran que las adolescentes que han vendido servicios sexuales reportan con mayor frecuencia el haber sido víctimas de agresiones, amenazas, robos y violaciones.

Tanto para el tabaco y el alcohol, como para la marihuana y la cocaína, el reporte de consumo alguna vez en la vida es sistemáticamente superior entre las jóvenes que reportan haber vendido sexo que entre las demás. Por último, en todas las categorías de conductas problemáticas consideradas en la encuesta, incluso en asuntos tan generalizados como el vandalismo, se observa que la venta de servicios sexuales se asocia con un mayor reporte de infracciones.

El efecto nocivo de las pandillas sobre las relaciones de pareja se percibe a través de los noviazgos con sus miembros, que son más proclives a la violencia, e incluso a través de los vínculos de amistad, tanto entre las jóvenes que han vendido servicios sexuales como entre quienes no lo han hecho. De nuevo, la cercanía a las pandillas así como el comercio sexual incrementan considerablemente el riesgo de que una joven adolescente sea maltratada físicamente por su pareja. Más de la mitad (65%) de las prostitutas adolescentes nicaragüenses reportan haber sido golpeadas alguna vez por su novio.  Para el resto de mujeres jóvenes tal proporción se reduce al 5%.

Entre las jóvenes pandilleras que también reportan haber vendido servicios sexuales el reporte de violencia de pareja es en Nicaragua del 62.5% contra el 28.6% entre las pandilleras que no han comerciado con el sexo.

Así, frente a la explicación usual de las organizaciones globales de tráfico de personas como elementos determinantes del comercio sexual, lo que sugieren estos resultados es que los hombres violentos que, al parecer, contribuyen a la prostitución de las jóvenes no siempre son mafias transnacionales, pueden ser poco organizados y a veces están ahí, muy cerca, en el barrio. Además, las jóvenes que venden servicios sexuales los pueden incluir dentro de la categoría de amigos o incluso novios. Las complejas y enigmáticas relaciones sentimentales de las prostitutas con sus protectores o rufianes, una  preocupación casi universal y milenaria, es uno de los temas más menospreciados en la literatura contemporánea sobre comercio sexual interesada en ver tan sólo una parte del negocio, la que conviene a los objetivos de política del respectivo analista. Así mientras la corriente prohibicionista sólo ve mafias de traficantes que obligan a las mujeres a prostituirse, la corriente del laissez faire, empeñada en presentar la prostitución como un simple trabajo más, hace caso omiso de las tormentosas relaciones afectivas de algunas mujeres con hombres en extremo violentos [7].

El escenario de la prostitución que, tanto en Nicaragua como en Panamá, se desprende de los datos de las encuestas, de una estrecha relación entre la versión callejera de este fenómeno y el mundo de las pandillas coincide bien con lo descrito recurrentemente desde la novela picaresca.


[1] La cuantificación de estas probabilidades de tener novia se hace con modelos logit.
[2] Santacruz y Cruz (2001) p. 106
[3] Sorprende bastante, bajo este escenario que cuadra bien con el prototipo de cultura machista, el hecho que para tener relaciones sexuales las relaciones de noviazgo sean más determinantes entre ellos que entre ellas.
[4] Castro y Carranza (2001) p. 309
[5] Crítica  en Línea, Septiembre 26 de 2003
[6] El indicador de violencia de pareja se basa en la siguiente pregunta “¿Alguna vez tu novia (o)  te golpeó intencionalmente?”
[7] Ver Rubio (2006a)