De la casa a la calle, y de vuelta


Para entender la dinámica de la violencia juvenil, los datos de la encuesta sugieren tener en cuenta varios aspectos, adicionales a los determinantes educativos y laborales sobre los que se ha centrado la atención. Por una parte, tanto en la decisión de abandonar la familia, como en la de ingresar a la pandilla, la dimensión sexual del comportamiento de los adolescentes juega un papel no despreciable. Por otro lado, como organización voraz, la pandilla compite con la familia, recogiendo los hombres jóvenes que se han escapado de su casa. Entre estos rebeldes juveniles están tanto quienes han sufrido abuso en el hogar como, en el otro extremo,  quienes buscan una mayor libertad sexual. En ambos casos, se da una emancipación del entorno familiar, que los explota o restringe. A su vez, desde la calle, y de forma complementaria a una gama variada de atractivos y ganchos –tabaco, alcohol, droga, amistad, solidaridad, sentido de pertenencia, delincuencia, desafío a la autoridad, protección-  la pandilla ofrece la posibilidad de un cambio sustancial en la vida sexual.

La pandilla también seduce a las mujeres: parece impulsar su actividad afectiva y sexual. Siendo predominantemente masculina, y violenta, cuando la pandilla acoge a las mujeres jóvenes, las explota sexualmente. La prostitución aparece como la alternativa femenina paralela a las pandillas. Las adolescentes que por razones similares de rebeldía sexual -a las que se suma el agravante de un eventual embarazo precoz en una sociedad machista- salen de su casa y no logran establecerse como familia constituyen una fracción importante de la prostitución juvenil.

Para las pandillas el comercio sexual constituye un arreglo conveniente e instrumental. Por eso lo protegen y, aparentemente, lo estimulan. La relaciones afectivas de las jóvenes que venden servicios sexuales y se enamoran de pandilleros violentos que las explotan, abusan,  maltratan y protegen constituyen uno de los mayores enigmas de las relaciones entre géneros. La vuelta de la calle que ha acaparado la atención de los analistas, y de los programas de prevención, hacia un empleo, está lejos de poder considerarse la única relevante. Las dos salidas alternativas –hacia un grupo religioso, o hacia una vida de pareja- se insinúan en los datos, y son tan recurrentes en los testimonios de ex pandilleros como lo han sido históricamente para las prostitutas. En ambos casos, la dimensión sexual del comportamiento también jugaría un papel importante.

3.1 – Vinculación a la pandilla
Aunque siempre es arriesgado inferir secuencias de eventos a partir de datos de corte transversal, una manera de encontrar los elementos que ayudan a explicar una acción –en este caso volverse pandillero- consiste en identificar los factores que diferencian a quienes han tomado esa acción de quienes no lo han hecho. A pesar de todas sus limitaciones, este procedimiento contribuye más a la comprensión de una acción que la simple elaboración del perfil de quienes han tomado esa acción, puesto que permite compararlos con un grupo de control.

Dentro de las variables disponibles en la encuesta realizada en Panamá aquellas que, de manera estadísticamente significativa, permiten discriminar a los pandilleros del resto de jóvenes, se pueden distinguir cinco grandes categorías [1]. Están en primer lugar dos elementos demográficos como son el género y la edad del joven. La primera de estas características confirma la observación generalizada que las pandillas son, en esencia, un fenómeno varonil.

Un segundo conjunto de factores tiene que ver con el entorno familiar del joven. En este caso, cuatro variables muestran capacidad para discriminar a los jóvenes pandilleros. Uno, su posición relativa dentro del orden de llegada de los hijos a la familia: ser el hermano menor incrementa significativamente la probabilidad de convertirse en pandillero. Este resultado coincide con la observación, más general hecha por Sulloway (1997) que en diferentes áreas los hermanos mayores tienden a ser más conservadores mientras que los rasgos de rebeldía son más frecuentes entre los hermanos menores. Dos, un indicador básico de supervisión de las actividades del  joven: que la familia sepa con quien está el adolescente al salir de la casa disminuye en un 60% la probabilidad de que se reporte haber sido pandillero. Tres, la educación de la madre: cada nivel disminuye en un 33% esa probabilidad. Cuatro, el haberse fugado de la casa incrementa en más del 230% los chances de ingresar a una pandilla. El indicador utilizado es una variable dicótoma basada en la siguiente pregunta: “¿Alguna vez en la vida te fuiste de tu casa para quedarte a dormir en otra parte por una noche o más sin consentimiento de tus padres?”.

El tercer grupo de factores es el relacionado con la escuela. En forma similar a lo que se observa en otros países, el estar o no vinculado al sistema escolar muestra tener un impacto significativo sobre la vinculación a las pandillas. Conviene reiterar aquí que como la muestra de jóvenes por fuera del sistema escolar no fue aleatoria sino, por el contrario, estuvo dirigida a captar pandilleros, cabe pensar que la magnitud de este efecto está sobre estimada y se debe interpretar con cautela. Puesto que con el procedimiento de muestreo empleado quedaron por fuera de la encuesta los jóvenes desescolarizados no pandilleros los datos recogidos le dan un peso relativo exagerado a la pandilla como destino de los jóvenes que abandonan la escuela.

La cuarta categoría de elementos explicativos tiene que ver con dos conductas típicamente rumberas entre los jóvenes: la actividad sexual precoz –haber tenido relaciones antes de los 13 años- y el haber consumido droga –marihuana, cocaína, heroína o pastillas- alguna vez en la vida. Más adelante se dan más detalles sobre este vínculo entre sexo y violencia juvenil, así como sobre una vía indirecta que lo refuerza: la del componente de rebeldía sexual en la fuga de la casa.

Está, por último, un elemento crucial que se puede considerar indicativo de la demanda por los servicios de los jóvenes y es el indicador de presencia de pandillas en los barrios, que multiplica por más de cuatro (451%) la probabilidad de que un joven se vincule a uno de estos grupos. En conjunto, estos factores explican más del 50% de la varianza en el reporte de haber pertenecido alguna vez a una pandilla.

Gráfica 1
Tal vez el aspecto que más vale la pena destacar de este ejercicio es la importancia de un incidente aparentemente inocuo, haberse escapado de la casa alguna vez en la vida, como elemento característico de los pandilleros. Este resultado concuerda con análisis realizados en distintos entornos y con metodologías variadas. En trabajos etnográficos sobre pandillas en Centroamérica, por ejemplo, el alejamiento paulatino del entorno familiar ha sido señalado como el paso inicial de un camino que conduce a la violencia juvenil.
“Hemos notado en los jóvenes con los que hablamos que, después de que abandonan a sus familias, empiezan a involucrarse en una serie de acciones sociales que van a preparar el camino para una posterior incorporación de ellos en la mara … Fundamentalmente lo que estos espacios hacen es permitir que los jóvenes se inicien en una serie de experiencias no aceptadas socialmente, que establezcan un grupo de referencia y que conozcan por primera vez a antiguos miembros de las maras” [2].

Vale la pena destacar que aunque en estos trabajos no se hace referencia explícita al esquema de los senderos hacia de violencia juvenil, es recurrente la metáfora del camino hacia la pandilla, así como una detallada y minuciosa descripción de sus diferentes etapas.
”La calle se diferencia de las esquinas en que el lugar de vagancia está lejos del entorno familiar. Las esquinas suelen estar próximas a las casas de habitación de los jóvenes que las frecuentan. La calle, por el contrario, aleja físicamente a los jóvenes del entorno del barrio o colonia donde han crecido … Ciertamente, para llegar a la calle hace falta un proceso .. un paulatino alejamiento de la familia”  [3].

En otra sección se analiza de cerca el incidente de la escapada del hogar, y se señalan sus consecuencias diferenciales sobre hombres y mujeres. Por el momento se puede señalar que mientras tres de cada cuatro de los pandilleros reportan haber dormido por fuera de la casa por lo menos una noche sin consentimiento de sus padres, para los demás hombres jóvenes la proporción apenas alcanza uno de cada cinco. Además, el perfil por edades de quienes reportan haber sido pandilleros cambia sustancialmente dependiendo de si el joven se ha fugado o no de su casa.
Gráfica 2

Mientras que entre quienes nunca han dejado de pasar una noche con su familia la afiliación a las pandillas se incrementa progresivamente con la edad, pasando del 4% en el grupo de 13 años al 28% en el de 19 años, entre los fugados de la casa el reporte de haber sido pandillero empieza con el 50% en la edad mínima, permanece relativamente constante en ese nivel hasta los 18, y se incrementa al 93% entre los mayores.

Otro aspecto que vale la pena mencionar es que las deficiencias en el proceso educativo de los jóvenes constituyen un factor de riesgo de la violencia juvenil, que se manifiesta por múltiples vías. Fuera  del efecto directo que tiene el abandono escolar de los jóvenes sobre la posibilidad de ingresar a una pandilla, son varios los síntomas que señalan vínculos entre las fallas en el proceso de escolarización y el fenómeno de las pandillas. Como se señaló atrás, la metodología para la realización de la encuesta no permitió garantizar la aleatoriedad de la muestra de jóvenes no escolarizados y, por lo tanto, los coeficientes de esta variable pueden estar sobre estimados.

Dada la importancia del género del joven entre los factores de riesgo, la baja participación de las mujeres dentro de las pandillas (menos del 7% contra un 33% en los hombres) y, por otro lado, la posibilidad de respuestas distintas que también dependen del género, el análisis que sigue se concentrará en los varones. Así, entre los hombres  que no estudian la proporción de los pandilleros aumenta de manera significativa con el tiempo que han estado por fuera del sistema educativo. Así, mientras que, entre los varones adolescentes que llevan sin estudiar un año o menos la proporción de pandilleros es del 44%, entre quienes han estado fuera de la escuela por tres años o más la cifra correspondiente ronda el 70%.

Un elemento asociado con el abandono escolar es el haber perdido algún curso. A su vez, el indicador de fracaso escolar aparece, dentro de los jóvenes estudiantes, altamente asociado con la vinculación a las pandillas. Si entre los jóvenes que aún estudian un 25% de los hombres reportan haber perdido algún curso, entre los desvinculados del sistema educativo la proporción de fracaso escolar es superior al 50%. Entre los primeros –los jóvenes que aún estudian y han perdido un curso- el reporte de afiliación a pandillas juveniles es del 23.6% mientras que, entre los estudiantes que no han perdido ningún curso la cifra respectiva es del 5.5%. Aún entre quienes no estudian, se observa una mayor reporte de haber sido pandillero entre quienes perdieron un curso.

Un impacto adicional de la escolarización sobre la violencia de los jóvenes adolescentes es el nivel educativo de la madre que, en el caso de Panamá, muestra tener un impacto directo sobre la probabilidad de afiliación a las pandillas. Para las mujeres sin ninguna educación captadas en la encuesta la proporción de reporte, por parte de sus hijos, de haber sido pandilleros es del 44%, entre las que cuentan con estudios universitarios tal cifra se reduce a la mitad. Para las madres que sólo tienen educación primaria la incidencia de pandilleros es del 56% y el mayor descenso se observa al pasar de educación primaria a secundaria.

No es fácil entender la mecánica precisa de este vínculo entre la educación de una mujer y la inclinación de sus hijos hacia las pandillas, por varias razones. Uno, porque esta asociación no se observa en los datos de encuestas similares realizadas en otros países [4]. Dos, porque aunque el nivel educativo de la madre puede tomarse como indicador de la situación económica del hogar, para Panamá no coincide del todo con otras variables disponibles –como el estrato social o el gasto de los jóvenes- que también deberían, en principio, estar relacionadas con esos antecedentes familiares. Tres, porque la educación de la madre está asociada, reforzándolos, con varios de los elementos que, de acuerdo con la ecuación estimada, ayudan a discriminar  a los jóvenes pandilleros del resto de jóvenes. Factores como la supervisión, la fuga de la casa, el abandono escolar, el sexo precoz o el consumo de droga que repercuten significativamente sobre la probabilidad de ingresar a la pandilla muestran tener alguna relación con el perfil educativo de la madre.

También se puede señalar que la educación de la madre parece afectar la percepción que tienen los jóvenes de las pandillas, así como las manifestaciones de simpatía hacia tales grupos, o la posibilidad de establecer vínculos de amistad con los pandilleros. Todos estas características del entorno de las pandillas, aunque no se pueda cuantificar su efecto, se puede sospechar tienen alguna incidencia sobre la vinculación de algunos jóvenes a tales grupos.

3.2 – Prostitución adolescente
En Rubio (2006c) se identifican, con los datos de encuestas similares aplicadas en otros países, cuatro factores que contribuyen a explicar la venta de servicios sexuales por parte de las mujeres jóvenes: el reporte de una fuga de la casa, haber sido forzada a tener relaciones sexuales, el abandono escolar y el contar con un amigo pandillero. Para la encuesta realizada en Panamá se obtienen resultados similares: los mismos cuatro elementos contribuyen de manera significativa a discriminar a las jóvenes que han comerciado con sexo del resto de adolescentes [5]. Además, se corrobora la observación que la prostitución adolescente masculina es más difícil de explicar de manera sistemática que su contraparte femenina. En particular, la fuga de la casa no ayuda a discriminar, entre los hombres jóvenes, aquellos que han vendido servicios sexuales de los que no lo han hecho. A diferencia de Nicaragua, en Panamá la cercanía con las pandillas –el hecho de tener un amigo pandillero- contribuye a la explicación de la prostitución masculina.

Aunque un análisis detallado de los factores que ayudan a explicar la prostitución de menores se sale del alcance de este trabajo, sí es pertinente discutir los vínculos entre este fenómeno y el de la violencia juvenil masculina. La relación entre las mujeres que comercian con sexo y un tipo peculiar de delincuente -el rufián- es un tema recurrente en distintos campos. En la historia, en la literatura, en los esfuerzos por restringir o regular la prostitución, y en múltiples relatos o testimonios la  figura de la prostituta aparece a menudo acompañada de un hombre muy violento que la explota, la maltrata, la protege y del cual, extrañamente,  ella está enamorada [6]. A pesar de lo anterior, se trata de un tema virtualmente ignorado por las ciencias sociales. Vale la pena por lo tanto y, por el momento sin aventurar teorías que ayuden a comprender tan insólita relación, señalar algunos de los vínculos más notorios entre la prostitución femenina y las pandillas juveniles.

Son varias las vías a través de las cuales se establece un paralelo entre las pandilleros y las prostitutas adolescentes. Como se discute en detalle más adelante, unos y otras (i) tienen antecedentes escolares y familiares similares, (ii) son altos consumidores de tabaco, alcohol y drogas; (iii) son particularmente propensos a sufrir ataques criminales y (iv) reportan haber cometido más infracciones y delitos que el resto de los jóvenes.

Por otra parte, como también se analiza en otra sección, las jóvenes que comercian con sexo son con frecuencia víctimas de agresiones por parte de sus novios, sobre todo cuando se trata de pandilleros. A pesar de esto, las manifestaciones de simpatía y solidaridad de ellas hacia ellos son explícitas y confirman la complejidad de esas tormentosas relaciones. En esta sección vale la pena concentrarse en un aspecto específico de este vínculo y  es que los mismos factores que contribuyen a caracterizar a las adolescentes que participan en el comercio sexual son pertinentes para discriminar a los varones que ingresan a las pandillas [7].
Gráfica 3

En particular, conviene destacar que los factores de riesgo primordiales de la afiliación de los jóvenes a las bandas, tanto los que expulsan hacia la calle -la fuga de la casa y el abandono escolar- como los que los atraen -la presencia de pandillas en los barrios- también son pertinentes para diferenciar a las jóvenes que han vendido servicios sexuales.

El hogar que expulsa
Un punto digno de mención es que los indicadores disponibles de rebeldía juvenil contra las normas familiares ayudan a distinguir tanto a las jóvenes prostitutas como a los pandilleros del resto de adolescentes. Haberse escapado de la casa una noche -alguna vez en la vida, en el último año, o antes de los 13 años- muestra una incidencia mayor entre las menores que venden sexo y los pandilleros que entre los demás jóvenes.
Gráfica 4

Dormir por fuera del hogar sin el consentimiento de los padres puede tomarse como una manifestación aguda de las deficiencias en los mecanismos de supervisión sobre las actividades de los adolescentes, que es otra de las características tanto de las jóvenes prostitutas como de los pandilleros.
Gráfica 5

En la siguiente sección se discuten los factores determinantes de lo que se ha denominado la rebeldía adolescente. En este punto se pueden anticipar algunas peculiaridades adversas del entorno familiar que caracterizan tanto a las jóvenes que acuden al mercado del sexo como a los varones que optan por ingresar a una pandilla. En ambos casos, se detectan entornos familiares conflictivos y problemáticos. En particular, la prostitución y la violencia juveniles aparecen asociadas con las peleas frecuentes en el hogar y con la violencia doméstica, tanto contra la madre de los jóvenes como contra ellos. 
Gráfica 6

Los conflictos del hogar con repercusiones sobre los jóvenes no se limitan a las cuestiones internas o del ámbito privado. El reporte de familiares envueltos en situaciones problemáticas con terceros –delitos, contravenciones o faltas- aparece también como un rasgo distintivo tanto de las prostitutas como de los miembros de pandillas. En ambos grupos se observa una mayor incidencia de familiares participando en cuestiones como riñas, robos, heridas, venta de droga, homicidios o prostitución. Si los problemas en los que se ha visto involucrado algún familiar se circunscriben a aquellos con repercusiones penales –robos, heridas, homicidio, o venta de droga- o al hecho de haber estado detenido, la diferencia entre los jóvenes involucrados en pandillas o prostitución y los demás es bastante nítida.
Gráfica 7


Las peculiaridades familiares de las adolescentes prostitutas y los pandilleros no se limitan a las cuestiones conflictivas, o delictivas. Asuntos aparentemente más inocuos, como el haber vivido la mayor parte de la infancia con el padre y la madre, o el haber tenido un padrastro también parecen contribuir a diferenciarlos del resto de jóvenes. Conviene aclarar que estas características de la estructura familiar no muestran una correlación alta (es inferior al 20%) con el reporte de familiares detenidos o que han cometido algún delito.
Gráfica 8

Las consecuencias de la estructura familiar sobre el acomodo de los jóvenes a su hogar son complejas. Por una parte las jóvenes que han vivido con algún padrastro o madrastra  reportan más haber sido golpeadas en el hogar que quienes han vivido siempre con el padre y la madre. La categoría de padrastro o madrastra se define en la encuesta como “la pareja de tu madre que no es tu padre” (o del padre que no es la madre).

Otros arreglos familiares, como el haber vivido sólo con uno de los padres, o con otros familiares, parecen aún más propensos para el maltrato a las niñas o adolescentes. Para los hombres jóvenes, el reporte de malos tratos también es menor cuando han vivido desde su niñez con el padre y la madre.
Gráfica 9

Por otra parte, el escenario de un padrastro/madrastra aparece como el más propenso al abuso sexual contra los jóvenes, en particular contra las mujeres. Una de cada cuatro de las adolescentes que manifiestan haber convivido con la pareja de alguno de sus progenitores reportan haber sido forzadas, alguna vez, a tener relaciones sexuales. Entre las jóvenes que han vivido todo el tiempo con su padre y su madre la cifra es apenas superior a una de cada doce.
Gráfica 10

Para las mujeres, este fenómeno podría estar relacionado con la aceleración de la menarquia que produce la presencia de un hombre distinto al padre en el hogar algo que, se ha observado, no sólo induce una actividad sexual más temprana  sino que, además, puede contribuir a la incidencia de abuso sexual. En Panamá, de acuerdo con una encuesta realizada entre adolescentes “el grupo de edad en donde la menarquia se presentó más temprano, iniciaron actividad sexual antes que el grupo con una menarquia más tardía”  [8].

El asunto del sexo forzado en el hogar, que como se acaba de ver puede estar relacionado con la estructura familiar, es pertinente para la comprensión tanto de la prostitución como de la violencia juvenil puesto que tanto entre las adolescentes que han tenido sexo a cambio de un pago como entre los jóvenes que han pertenecido a una pandilla se observa un mayor reporte de relaciones sexuales en contra de su voluntad. No se cuenta en la encuesta con mayores detalles acerca de las circunstancias de este tipo de incidente, y sería imprudente suponer que se dieron siempre dentro del entorno familiar, ya que se trata, en ambos casos, de personas que desde temprana edad han pasado buena parte de su tiempo en la calle. De todas maneras, y aún considerando que el sexo forzado constituye una especie de riesgo inherente a la actividad de las jóvenes prostitutas, se observa entre ellas un mayor reporte de tal tipo de ataque incluso entre quienes no lo han sufrido durante los últimos doce meses. Por otra parte, se puede señalar que el abuso sexual temprano –el haber sido forzado a tener relaciones sexuales antes de los 13 años- y sin que se tenga ninguna información sobre el responsable de tal abuso, aparece como una peculiaridad tanto de las jóvenes prostitutas como de los pandilleros.
Gráfica 11
La calle que atrae
En forma paralela  a lo observado para los jóvenes que ingresan a las bandas, en el sentido que además de los factores que los expulsan desde el hogar son pertinentes aquellos que los atraen desde la calle,  para las jóvenes que participan en el mercado del sexo se observa cierta influencia del entorno del barrio y, en particular, de la presencia de pandillas, de sus redes de amigos y de su poder sobre la vida comunitaria.

En primer lugar, las jóvenes que reportan haberse prostituido perciben más la influencia y el poder de las pandillas en sus barrios que las demás adolescentes. La calificación del poder de la pandilla en el barrio está basada en la siguiente pregunta:  En una entrevista, un pandillero afirmaba que ‘’nosotros gobernamos el barrio sin que nadie nos diga nada. Si alguien dice algo lo callamos. Se asustan porque somos muchos. Los jóvenes mandamos’’- ¿Crees tu que esa afirmación es aplicable a tu barrio? Por favor califica entre 1 y 5, donde ‘’1’’ es que la afirmación no tiene nada que ver con lo que ocurre en tu barrio y ‘’5’’ es que describa muy bien lo que ocurre en tu barrio.

Apenas una de cada veinte de las primeras manifiesta vivir en un barrio en dónde, según ella, no operan tales grupos. Para el resto de mujeres jóvenes la cifra es de una de cada tres. Además, en una escala de 1 a 5, las jóvenes prostitutas le asignan una mayor calificación promedio al poder de la pandilla (3.3) que las demás jóvenes (1.8) y más de la mitad de ellas consideran que las pandillas juveniles tienen alto poder o son las que mandan en su barrio; entre el resto de jóvenes tal opinión la comparten apenas una de cada cinco.
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Puede argumentarse que estas percepciones sobre la actuación y el peso político de las bandas juveniles simplemente reflejan una mayor capacidad para observar lo que ocurre fuera del ámbito familiar y que, como las jóvenes prostitutas pasan una mayor parte de su tiempo en la calle, simplemente tienen mayor información sobre las relaciones de poder en el barrio. No es posible verificar si esto es lo que están reflejando las respuestas de la encuesta. Pero otros datos, más objetivos y de interpretación menos ambigua, tienden a confirmar la impresión de que las jóvenes participantes en el mercado del sexo son más cercanas a las pandillas que las demás adolescentes. Por un lado, reportan con mayor frecuencia lazos de amistad con los pandilleros: el 92% de ellas declara ser amiga y conocer personalmente a un pandillero, mientras que entre las demás jóvenes la cifra respectiva es del 47%. A su vez, entre quienes mantienen vínculos de amistad con las pandillas, el número promedio de tales amigos es de 12 para las prostitutas y de 8 para el resto de mujeres adolescentes. El reporte de relaciones afectivas o noviazgos con miembros de bandas juveniles también es tres veces superior entre las primeras (67%) que entre las segundas (18%). 

Al hablar de la prostitución adolescente y de las pandillas como dos senderos paralelos que recorren ellas y ellos al rebelarse contra, o ser expulsados de, la casa (y el sistema escolar), pueden concebirse dos escenarios. Bajo el primero se trataría de dos recorridos independientes, al final de los cuales se encontrarían, en la calle, el pandillero y la joven prostituta. Se puede sin embargo concebir un proceso de inducción, o de refuerzo, bajo el cual ambos fenómenos se complementan y retroalimentan. Los datos de la encuesta permiten sospechar que esta segunda alternativa también es pertinente.

Sexo y pandillas, el lado femenino
Una primera razón para sospechar que la violencia juvenil tiene un efecto de arrastre sobre la prostitución adolescente es que las pandillas, en forma similar al impulso que, como se expone en otra sección, dan a la sexualidad de sus integrantes varones, parecen acelerar e incrementar la actividad sexual de las mujeres jóvenes a su alrededor. Por ejemplo, en todos los rangos de edad considerados en la encuesta el reporte de ser activa sexualmente es superior entre las adolescentes que manifiestan tener algún amigo perteneciente a una pandilla, siendo particularmente notoria la diferencia entre los 14 y los 16 años.
Gráfica 13
El impacto está lejos de ser despreciable. Como se muestra más adelante, el efecto es estadísticamente significativo. A vuelo de pájaro, el simple hecho de establecer lazos de amistad con alguna pandilla sería, entre las mujeres que entran a la adolescencia, equivalente a un adelanto de la vida sexual del orden de cuatro o cinco años.

Está relativamente bien documentado para Panamá que la entrada a la sexualidad de las mujeres, en forma más marcada que para los hombres, se da a través de sus relaciones de noviazgo. En la encuesta ya mencionada sobre comportamiento sexual entre adolescentes panameños se encuentra que “el 89.9% de las mujeres tuvieron su primera relación coital con su novio, frente al 50.9% de los hombres que señalaron a la novia, siendo estas diferencias estadísticamente significativas. El 42.8% de los varones señalaron que su primera relación sexual fue con una amiga. Sólo el 8.3% de las muchachas indicaron a un amigo, como la persona con la cual tuvieron su primer encuentro coital” [9].

Los datos de la encuesta avalan esta observación: tan sólo 5% de las jóvenes que manifiestan no haber tenido novio reportaron ser activas sexualmente, cifra que sube al 61% entre quienes, por el contrario, han tenido uno o varios noviazgos. En este contexto, un aspecto de interés es que los lazos de amistad que establecen las mujeres con las pandillas se asocian con un mayor reporte de noviazgos. Tan sólo el 3.5% de las jóvenes amigas de pandilleros manifiestan no haber tenido nunca un novio. Entre las adolescentes sin vínculos con las pandillas la cifra respectiva es del 23.4%. Nuevamente, lo que se observa es que la amistad con pandilleros parece tener como efecto el anticipar en unos años las relaciones afectivas de las adolescentes.

Así, las pandillas parecen asociadas tanto con noviazgos como con relaciones sexuales más tempranas entre las mujeres a su alrededor. Estas organizaciones tendrían un impacto tan importante sobre la sexualidad femenina como las relaciones de noviazgo. El reporte de ser sexualmente activa entre las mujeres que han tenido algún novio pero que no tienen lazos de amistad con las pandillas es del 31%, cifra que sube al 62% si, además, cuentan con amigos pandilleros –sin que su novio lo sea- alcanza el 88% entre las novias de pandilleros y el 96% entre las jóvenes que pertenecen a las pandillas.

Un impacto aún más marcado de las pandillas se observa para la incidencia de relaciones sexuales precoces, las que se tuvieron antes de los 13 años, cuyo reporte se incrementa en cerca de 30 puntos entre las jóvenes que han sido novias de pandilleros. Más de la mitad (54%) de las jóvenes que han sido pandilleras son sexualmente activas desde los 13 años. La cercanía a las pandillas se asocia no sólo con una mayor y más temprana vida afectiva y sexual sino con un número promedio superior tanto de novios como de compañeros íntimos.
Gráfica 14

Por otro lado, el entorno de las bandas también se caracteriza por una mayor incidencia de lo que se puede denominar infidelidad afectiva entre las adolescentes. Mientras una de cada cinco de las jóvenes que no tienen vínculos de amistad con pandilleros reporta haber tenido alguna vez varios novios simultáneamente, para las novias de pandilleros la cifra es de más de una de cada dos y entre las pandilleras la proporción alcanza a tres en cuatro.

En síntesis, son varios los síntomas que sugieren que la cercanía con las pandillas tiene un efecto sobre la precocidad y la variedad de la vida afectiva y sexual de las adolescentes panameñas. Por otra parte, esa misma cercanía con las bandas juveniles aparece asociada con una mayor incidencia de rebeldía adolescente entre las mujeres. El sólo hecho de contar con amigos pandilleros multiplica por más de dos el reporte de escapadas de la casa, que llega al 56% entre las novias de pandilleros y alcanza más del 83% entre las jóvenes integrantes de pandillas. No parece demasiado arriesgado plantear que el mismo componente sexual que contribuye a explicar la huída de las jóvenes de sus hogares, para protegerse de eventuales abusos, juega también un papel como elemento que, desde la calle y a través de las pandillas, ejerce atracción sobre las jóvenes que buscan un ejercicio temprano de su sexualidad. 
Gráfica 15

De la promiscuidad a la venta de servicios sexuales
Un porcentaje no despreciable de los hombres jóvenes panameños en la actualidad, a pesar de ser ellos sexualmente activos, siguen considerando la virginidad como una característica deseable de la mujer con quien quisieran establecer una familia. Así, no hace falta recurrir a la vieja tradición cristiana -para la cual la prostitución estuvo por mucho tiempo más asociada a la idea de alta promiscuidad femenina que a la venta de sexo propiamente dicha- para establecer puentes entre uno y otro fenómeno: más de la tercera parte de los jóvenes dentro del sistema educativo panameño siguen considerando que una mujer con muchas parejas sexuales es, en la práctica, una prostituta [10].

El acercamiento de las mujeres a las pandillas se da acompañado de cambios importantes en su sexualidad no sólo por un incremento en el número de compañeros íntimos y de novios sino por un rompimiento entre su actividad sexual y su vida afectiva. Si se construye un índice de promiscuidad a partir de la relación entre el número de compañeros sexuales por cada relación de noviazgo –a lo largo de la vida- se observa un claro efecto asociado a las pandillas. Mientras que para las jóvenes sin vínculos con las bandas juveniles la relación es bastante inferior a la unidad (0.6), para las adolescentes que cuentan con un amigo pandillero la relación se invierte (1.5) y para quienes han pertenecido a una pandilla la cifra supera a las dos parejas sexuales por cada relación de noviazgo (2.3).

Al analizar el perfil por edades de este indicador de promiscuidad en las mujeres se percibe mejor la naturaleza del impacto que pueden tener las pandillas sobre la sexualidad de las jóvenes a su alrededor. Mientras que entre quienes no han establecido lazos de amistad con pandilleros la sexualidad parece siempre supeditada a la vida  afectiva, puesto que el número de compañeros íntimos es inferior o muy similar al de novios, entre las amigas de las pandillas, sobre todo a partir de los 18 años, se rompe el vínculo entre estas dos esferas.
Gráfica 16
En últimas, los datos de Panamá señalan una influencia de las pandillas sobre la vida afectiva y sexual de las mujeres cercanas, para quienes la amistad con pandilleros se asocia con un incremento en el número de parejas sexuales, en el de novios, en la incidencia de noviazgos en paralelo, así como con un quiebre del vínculo entre sexo y afecto.

Sería apresurado tomar estos datos como una expresión de emancipación femenina y liberación sexual de las jóvenes en el entorno de las pandillas. Varios testimonios de mareros y pandilleros reflejan que existe una enorme brecha entre las pandillas juveniles actuales y, por ejemplo, el movimiento hippy de los años sesenta que, en principio, defendía el amor libre y sin compromiso afectivo tanto para ellos como para ellas. Además, en la típica agrupación hippy o punk, las diferencias de género se matizan con una apariencia y una visibilidad masculina o femenina similares. Las mujeres del entorno de las pandillas, por el contrario, o bien se las mantiene aparte, o están claramente sometidas.

Un síntoma revelador de la posición desfavorable de las mujeres en la pandilla, y que ilustra la naturaleza de la promiscuidad femenina en este entorno es la práctica del trencito en las maras salvadoreñas, en la que “la mujer pandillera tiene relaciones sexuales con un grupo de miembros de su pandilla, designados por ella misma o por el líder de la pandilla“. Este ritual, como se podía sospechar, no es siempre del agrado de las adolescentes que pasan por esa experiencia [11].

Además, varios relatos muestran la imagen de individuos no sólo con una temprana y promiscua vida sexual, sino con unas actitudes hacia la sexualidad totalmente asimétricas por género y más acordes con la moral victoriana que con un escenario de emancipación sexual de la mujer. Son reiteradas las referencias entre estos jóvenes a la centenaria y patriarcal distinción entre las mujeres con las que se tiene sexo y se pasa un buen rato y aquellas que se quiere, con las que vale la pena casarse para tener hijos.

“Por lo general, el pandillero admite que ser pandillero sólo forma parte de una etapa de su vida y mantiene los ideales tradicionales: casarse con muchachas decentes, fundar un hogar … Andar con chavalas vagas es para pandilleros, las chavalas decentes son para cosas serias”  [12].

“En los sueños de un pandillero, siempre está la presencia de una joven, pero con la salvedad que su mayor aspiración apunta a muchachas que no sean de su mismo ambiente, como dicen ellos, chavalas sanas … Acostarse con chavalas vagas puede ser tenido por violación en ciertas circunstancias, pero no habitualmente. El acto será condenado en dependencia del estatus de la muchacha”  [13].

“En ese momento decidí que todos los de mi pandilla la agarraríamos por la fuerza. La chavala es polaca (fácil)”  [14].

La temprana, activa y promiscua vida sexual que, como sugieren los datos, promueven las pandillas debe verse entonces no tanto como la manifestación de comunas sexualmente liberadas sino como pequeñas redes de prostitución. En efecto, de forma paralela al incremento en la actividad sexual femenina que se observa entre las adolescentes a medida que se acercan amistosa o afectivamente a los pandilleros, se da un marcado incremento en el reporte de venta de servicios sexuales. Mientras entre las adolescentes totalmente desvinculadas de las pandillas el reporte de haber tenido relaciones sexuales a cambio de dinero es del 7%, entre quienes tienen un amigo pandillero la cifra correspondiente es del 22%. Para las novias de pandilleros la cifra ya supera el 51% y entre las pandilleras alcanza los dos tercios.  Vista la relación en el otro sentido, se observa que más de las dos terceras partes de las jóvenes que manifiestan haber vendido servicios sexuales han sido novias de pandilleros. Entre las adolescentes que no han participado en el comercio sexual la cifra respectiva es inferior a una de cada cinco.

Como resulta obvio, la venta de servicios sexuales implica un mayor número de encuentros sexuales, y un quiebre entre estos y la vida afectiva, aunque la relación inversa no siempre sea cierta. Así, el índice de promiscuidad definido como el número de parejas sexuales por cada noviazgo muestra una relación positiva con la prostitución, tanto entre las mujeres que venden servicios sexuales como entre los hombres que los compran. La mayor incidencia que se observa en la venta de servicios sexuales por parte de las mujeres se explica parcialmente porque la encuesta incluía, de manera dirigida, una sub-muestra de prostitutas. Entre los estudiantes, una muestra que se puede considerar aleatoria, el reporte de venta de servicios sexuales por parte de las mujeres (20%) es muy similar al de compra por parte de los hombres.

Otra connotación que con frecuencia se le asigna al término prostitución tiene que ver con la infidelidad, con la tendencia a mantener más de una relación afectiva de manera simultánea. Los datos de la encuesta señalan que quienes manifiestan haber acudido al mercado sexual –tanto para vender como para comprar- también reportan mayor incidencia de noviazgos en paralelo: dos de cada tres de las mujeres  que han recibido dinero a cambio de sexo también han sido infieles; entre las demás jóvenes la proporción es una de cada tres. Entre los hombres la incidencia de noviazgos simultáneos es del de 78% entre los clientes de prostitución y de 53% en el resto.

Un dato de interés para el argumento central del trabajo es que, entre las mujeres, la cercanía con las pandillas altera de manera significativa la relación entre promiscuidad, infidelidad y prostitución. Por una parte, para todos los niveles de promiscuidad, el reporte de venta de servicios sexuales por parte de las novias de pandilleros es siempre superior al de quienes no han tenido tal tipo de relación con las pandillas. La diferencia es particularmente significativa en los quintiles más bajos del indicador de promiscuidad, lo que se podría interpretar como un efecto de inducción a la venta de servicios sexuales por parte de la pandilla aún entre las jóvenes que no han separado del todo la sexualidad de su vida afectiva.
Gráfica 17

El impacto que tienen las pandillas sobre la venta de servicios sexuales por parte de las novias de sus miembros, incluso cuando se controla por la promiscuidad y la infidelidad, es no sólo considerable sino estadísticamente significativo. El noviazgo con un pandillero, manteniendo constante tanto la promiscuidad como la infidelidad, multiplica  por mas de cuatro los chances de que una adolescente se prostituya [15].

La historia de una joven salvadoreña, con el sugestivo apodo de Lonly, que entró a la mara salvatrucha a los 12 años y a su vez es hija de una prostituta ilustra esa peculiar mezcla de promiscuidad, rotación de parejas y sexualidad irresponsable que se da entre las pandillas.

“La historia torcida de Zulma Carrillo (Lonly) comienza tres meses después de haber nacido, en 1981.  Su madre la abandonó para seguir ejerciendo la prostitución en la Avenida Independencia, asegura. Su abuela materna se hizo cargo de ella. Tampoco conoció a su padre. Viviendo con la abuela, en Soyapango, estudió el 5o. grado; luego se fueron a vivir al Proyecto Santa Teresa. Allí dejó inconcluso el 7o. grado. Luego por rencor, dice, se fue a vivir a la calle. “Por venganza, para hacer sentir mal a mi nana de que por ella ando sufriendo”, sostiene. Eso fue a los 12 años, en 1993.  Fue entonces que empezó a “bacilar” con la Mara Salvatrucha Criminal (MSC) de la colonia Curruncha de San Miguel. “Me gustaba el bacil con esos bichos”, asegura; sin embargo, no se había querido brincar (rito de iniciación en una pandilla).  Lo hizo hasta el 2000, soportando una golpiza de 13 segundos. “Es para agarrar odio contra las chabalas (Mara 18)”, asegura.  Cada dos o tres meses, regresaba donde la abuela. A los 14, uno de la mara, Sebastián Zaldaña, la embarazó. Nació una niña, ahora de siete años, que vive con una tía paterna. Sólo la parió y siguió “viviendo su vida loca”, con la mara.  En 1999 tuvo el primer enfrentamiento con la justicia. Fue detenida el 22 de diciembre. En 2001 se “cachó” otro embarazo. Esta vez fue Rafael López, “El Vaca”, quien según la policía es el jefe de la mara del Proyecto Santa Teresa. El niño, ahora de dos años, es criado por la abuela de Rafael.  Ese mismo año, varios pandilleros de la Mara 18 le asestaron 13 puñaladas en diversas partes del cuerpo. El 16 de septiembre de 2002 cometió otro robo. Esta vez, un juzgado la mandó a Cárcel de Mujeres. A pocos días de estar ahí, cuenta que 24 mareras de la 18 la lesionaron con una aguja de croché.  A raíz de eso la mandaron para la cárcel de Berlín, Usulután. De allá salió el 29 de agosto de este año. Se había hecho evangélica y ya tenía el “pase” (permiso) de la mara para asistir a una iglesia. Poco antes de salir de la prisión, quedó embarazada. Es de un marero de San Miguel que la llegaba a visitar” [16].

Casos más dramáticos muestran otra faceta de la promiscuidad, esta vez violenta, de los pandilleros y sugiere que la discusión sobre si se trata o no de servicios sexuales que se pagan, y cual es el medio de cambio –dinero, droga, castigo o protección-  puede ser demasiado sutil en ese desordenado, poco amigable y violento escenario para la sexualidad femenina.
“Un día la invité a la escuela cuando ya estaba vacía, y ahí cité a los bróderes. Le caímos como 25. Y además le corté el pelo con una tijera. A mí no me cuadran las violaciones, pero es que esa chavala era bombina” [17].

“(Wendy) estaba parada frente a una glorieta de la colonia Lusiana de San Pedro Sula cuando fue tomada a la fuerza por pandilleros de la MS (Mara Salvatrucha), quienes la llevaron a una casa de ese mismo sector. Ahí cada uno de los miembros de la pandilla abusó sexualmente de ella, mientras trataban por la fuerza de drogarla y ante su resistencia comenzaron a golpearla y amenazarla con que la matarían. Cuando todos habían saciado sus bestiales instintos, estos pandilleros decidieron hacer negocio con la muchacha, de manera que corrieron la voz que cobraban cincuenta lempiras por la persona que quisiera tener relaciones con la joven ... Wendy pudo identificar a los pandilleros pero ha decidido no denunciarlos porque está convencida que no va a hacer nada contra ellos” [18].

Más adelante se retoma el análisis de los mecanismos  a través de los cuales se puede dar el acercamiento entre las pandillas y el mercado del sexo. Por lo pronto vale la pena simplemente anotar que el arreglo de la prostitución –la forma más nítida del sexo irresponsable para el varón que la utiliza- es funcional para las pandillas, como lo ha sido siempre para los grupos de guerreros. No sólo permite aliviar las tensiones sexuales de los machos violentos sin atentar –como lo haría una pareja o una familia- contra la organización, que debe permanecer aglutinada para defenderse, sino que minimiza, aunque no elimina del todo, los problemas de celos y los conflictos que los acompañan.

¿Por qué se escapan los jóvenes de su casa?
“La vida que he llevado ha sido vida loca. Desde morrito me iba a las casa ajenas. Mi familia sólo me sabía verguear, y cuando no llegaba a dormir, me vergueaba más”. [19]

“El sentimiento de inadaptación es cada vez más evidente en estos jóvenes y se expresa en frases como "en mi casa nadie me entiende” o “nadie me quiere ahí”. La mayoría de las veces esa situación desemboca en algún episodio de violencia física fuerte, que nace del mismo joven y es más una especie de insubordinación (que) se expresa con gritos o insultos, pero en otros casos ha llegado hasta a golpes físicos … Entonces ellos empiezan a tomar una actitud de autosuficiencia y tratan de valerse por sí mismos, haciendo una vida más callejera” [20].

”Jorge describe la vida con su abuela como la parte más traumática de todas. Lo que más resalta es el desprecio, el castigo físico y la incomprensión. Por eso decide estar lo menos posible en su casa, y empieza a vagabundear en los alrededores. Al principio por pocas horas, pero luego se va ausentando por largas temporadas” [21].

“Yo a las mamás les daría un consejo también: que no golpeen a sus hijos, sino que les den más amor, que atiendan a sus hijos cuando llegan a sus casas, que les den de comer. Porque la verdad es que si eso no pasa, el hijo busca la calle y en la calle es que empieza todo eso” [22].

Como se señaló, es común entre los analistas de la violencia juvenil en Centroamérica la tendencia a establecer paralelos entre el marero o pandillero y la romántica figura del revolucionario que protesta contra la opresión, la precariedad económica, la falta de espacios democráticos y la injusticia social. Sin embargo, no es fácil encontrar en los testimonios de pandilleros centroamericanos vestigio alguno de esa desarrollada conciencia política, de ese sentido de altruismo y sacrificio, o de ideales superiores de igualdad más allá del entorno inmediato de las bandas.

Una dimensión de la rebeldía adolescente que, por el contrario, caracteriza a los pandilleros en sus testimonios tiene un sentido peculiar, bastante más primitivo e individualista: la inconformidad con ciertas normas de comportamiento o costumbres impuestas por la familia y el sistema escolar. Para ciertos jóvenes la noción de libertad pertinente está muy poco relacionada con asuntos económicos, políticos o sociales. La cuestión es por lo general bastante más simple y cruda: se trata de huir del maltrato o de los abusos. O bien, en el otro extremo, y como lo ilustra sin ambigüedad el testimonio de un marero salvadoreño, salirse de la casa, estar libre, es casi un sinónimo de ser sexualmente activo.

“Enseñarles a los niños lo bueno y lo malo, darles libertad, no sé … Nosotros venimos de un país (EEUU) bien liberal. Aquí en El Salvador un condón no lo va a hallar en una tienda. Y si usted dice un condón ya está diciendo una mala cosa … Yo conozco señoritas de 20 años que todavía no las dejan salir aquí en El Salvador … Hablando de la libertad, yo conozco a una señora de 60 años que todavía es señorita ” [23].

En esta sección se argumenta que uno de los elementos que contribuye a explicar la fuga de la casa, un paso decisivo que dan algunos adolescentes y que con frecuencia precede la afiliación a las pandillas y otro tipo de conductas riesgosas es,  precisamente, la búsqueda de una mayor libertad sexual, entendida tanto en términos activos –poder buscar una pareja- como defensivos –evitar los abusos en el hogar-.

Puesto que, aunque con distintas consecuencias para los hombres y las mujeres, el reporte de haberse fugado de la casa representa un importante factor de riesgo –de afiliación a las pandillas para ellos y de prostitución para ellas [24]- vale la pena un esfuerzo por indagar cuales son los elementos que ayudan a explicar este incidente típico de rebeldía contra el sistema normativo que rige el comportamiento de los adolescentes.

Antes de abordar ese análisis, se puede señalar que, con la excepción de un pequeño pico hacia los 14 años para el cual la proporción de rebeldes femeninas es superior a la de su contraparte masculina, el perfil por edades de la rebeldía juvenil –tomando como indicador la fuga de la casa en los últimos 12 meses- es similar entre hombres y mujeres: se incrementa progresivamente a partir de los 13 años, alcanza un máximo hacia los 18 y posteriormente parece estabilizarse, e incluso revertirse.  No parece por lo tanto indispensable el esfuerzo por introducir un enfoque de género al averiguar los factores que ayudan a discriminar a los jóvenes que se fugan de su hogar de los que no lo hacen. Más adelante se corrobora esta impresión.

Con relación a los factores que, de manera estadísticamente significativa, muestran tener un impacto sobre la rebeldía adolescente, conviene distinguir los que empujan al joven a salir de su casa, de aquellos factores que lo atraen, desde la calle. Dos elementos se destacan como un contrapeso a la huída del hogar: el haber vivido la mayor parte de la niñez con el padre y la madre (este arreglo familiar disminuye la probabilidad de fuga en un 45%) y el estar sujeto a supervisión familiar, o sea que los padres sepan con quien está el joven cuando sale de casa (-42%). Por el contrario, fuera de la edad del joven, que lo empuja a salir de casa, son tres las características del hogar que tienden a expulsarlos: el haber sido golpeado (+129%), el haber sido víctima de abuso sexual (+135%) y tener algún familiar que haya sido detenido (+77%).  Desde la calle, los factores que atraen al joven y contribuyen a la escapada de la casa son el contar con un amigo pandillero (+227%), el tener hábitos rumberos -reportar 5 o más salidas nocturnas por semana-  (+108%) y el ser activo sexualmente (+300%).

Gráfica 18
Al indagar si otras de las variables disponibles en la encuesta contribuyen a discriminar a quienes se han fugado de la casa de quienes no lo han hecho se corrobora la observación hecha atrás en el sentido que el ser hombre o mujer no contribuye a explicar las escapadas del hogar. En segundo término, ninguno de los indicadores disponibles de estrato económico de la familia tiene un impacto significativo sobre la probabilidad de un incidente de escapada de casa. En efecto, si se estima la ecuación correspondiente incluyendo además, individualmente, cada uno de los indicadores disponibles de situación económica  -estrato, gasto del joven (por quintiles) y educación de la madre- ninguno de los coeficientes obtenidos es estadísticamente significativo.

Parte de la explicación sobre la relativa falta de respuesta de la decisión de fugarse a la situación económica del joven tiene que ver con el hecho que una de las variables claves en la explicación de la rebeldía adolescente –la capacidad de supervisión de los padres sobre las actividades de los hijos al salir de casa- puede estar relacionada tanto con el estrato económico del joven como con la educación de la madre.
“Según el grado de descuido de los padres de familia, así es el hijo de arruinado, porque el hijo necesita de un cuido tan grande desde que nace hasta que se muere … Sí estoy de acuerdo en que los padres somos los culpables de que los hijos anden en vicios, en que uno se descuida en veces por estar trabajando, por darles económicamente lo necesario, pero como uno es tan pobre que tiene la necesidad de salir a trabajar y uno los deja y como uno llega cansado, no les revisa los cuadernos, no va un día a la escuela a preguntar si ese niño fue a clase o no, es ahí donde los jóvenes van agarrando ese camino  [25].

Cabe anotar que en esta variable clave para la prevención no sólo de la fuga de la casa sino de varios problemas posteriores se observa una asimetría entre hombres y mujeres, particularmente marcada en los hogares cuya madre tiene el mínimo nivel educativo. No parece arriesgado suponer que el tratamiento más laxo que, en términos de supervisión, reciben los hombres tiene que ver con los distintos estándares, y las diferentes expectativas, sobre su comportamiento sexual. 

El tercer comentario sobre los factores que ayudan a explicar la escapada del hogar es que, fuera de la variable que mide si el joven ha sido golpeado en su casa, que en realidad parece ser el indicador extremo de las peleas y conflictos en el hogar, otras dimensiones de la violencia doméstica no parecen afectar la decisión de irse de la casa. Si en la ecuación estimada se introduce una variable basada en la pregunta “¿Son frecuentes en tu familia las discusiones o peleas?” se obtiene un coeficiente positivo aunque no estadísticamente significativo. Además, se reduce la significancia de la variable referida a si el joven ha sido golpeado o no, lo que sugiere que ambas variables tienen un efecto común. Si, por otro lado, se introduce la información sobre haber sido golpeado como indicativa de un nivel máximo de la variables sobre la frecuencia de peleas se llega a un resultado estadísticamente significativo.

Una vez se controla por el maltrato físico hacia el joven, y por el abuso sexual, el que la madre haya sido golpeada no aporta nada a la explicación. En otros términos, y en contra de las visiones románticas y altruistas, los jóvenes parecen sobre todo sensibles a los ataques dirigidos específicamente contra ellos. Por último, los datos sugieren descartar la idea de que la salida del hogar en los adolescentes tiene algo que ver con su situación laboral, puesto que el hecho que reporten estar trabajando no aporta nada a la explicación de la decisión de fugarse de la casa.

Otro ejercicio interesante consiste en analizar si los elementos que ayudan a explicar la rebeldía adolescente son útiles para discriminar a los jóvenes que reportan haber sido rebeldes precoces, entendidos como aquellos que se fugaron de la casa antes de los 13 años. La observación general es que, para la rebeldía prematura, son más determinantes los factores que atraen al adolescente a la calle –la amistad con los pandilleros, la parranda y el sexo precoz (antes de los 13 años)- que aquellos que lo empujan o expulsan desde la casa. Los segundos siguen mostrando una asociación estadísticamente significativa con la fuga temprana del hogar, mientras que los primeros pierden su poder explicativo. Esta mayor pertinencia de lo que atrae desde la calle la corroboran algunos testimonios.
”Los jóvenes pandilleros conciben su ingreso a las pandillas como una atracción ejercida por el grupo más que por problemas en su entorno familiar”  [26].

“A mi punto de vista, muchos andamos en la calle porque nos gusta, muchos porque no tenemos un hogar y muchos porque aunque nos quisiéramos calmar, la familia no nos deja” [27].

Casi uno de cada tres de los jóvenes que reportan haberse fugado de su casa “alguna vez en la vida” manifiestan no haberlo hecho durante el último año, en una especie de reverso en su rebeldía. Un ejercicio de interés consiste en identificar cuáles son los factores que ayudan a distinguir a estos jóvenes que no reinciden en las fugas. Al respecto, conviene destacar que, con la excepción del inexorable paso de los años que tiende a mitigar la rebeldía, ninguno de los factores que permiten discriminar a quienes se fugaron son útiles para explicar su retorno al sistema normativo familiar.

Por otro lado, algunas de las variables que ayudan a explicar el retorno a la familia también son útiles para la comprensión de los factores que influyen en la fuga. En particular, se observa que una alta proporción de los que se fueron de casa alguna vez pero no el último año, no lo hicieron por la simple razón que ya se establecieron como una nueva familia, la suya. En efecto, casi uno de cada tres (27%) de los que se fugaron y volvieron, reportan vivir en la actualidad con su propia familia: su pareja y/o sus hijos. Para el resto de jóvenes, la cifra respectiva es apenas del 4%. Vista la relación en el otro sentido, se observa que casi tres de cada cuatro (73%) de los jóvenes que reportan vivir con su pareja o con sus hijos se fugaron alguna vez de su casa, contra uno de cada tres (32%) de quienes no se han establecido como familia. Así, una actividad sexual específica, la de “jugar al papá y a la mamá” aparece como uno de los factores que afectan la decisión de rebelarse y fugarse del hogar. La familia hacia abajo compite y reemplaza la familia hacia arriba.

De cualquier manera, y como ya se señaló, las razones familiares, tanto de expulsión como de atracción, representan tan sólo una pequeña proporción del escenario de la fuga del hogar. La proporción de jóvenes que se han fugado y que no reportan ni abuso sexual, ni maltrato físico, ni, por otra parte la constitución de una familia propia, alcanza el 60%. Por otra parte, los que se pueden considerar factores de atracción desde la calle –la amistad con un pandillero, la rumba y el sexo- sí parecen caracterizar el grueso de los jóvenes que se han fugado alguna vez de su casa, ya que tan sólo el 1% de ellos reporta no ser activo sexualmente, ni tener un amigo pandillero, ni ser rumbero habitual.


Dejar de ser pandillero
Casi la tercera parte (28.2%) de quienes manifiestan haber pertenecido a alguna pandilla en Panamá, también reportan haberse salido posteriormente de dicho grupo. En promedio, estos ex pandilleros duraron tres años vinculados a las pandillas, durante un tiempo máximo de ocho años y un mínimo de algunos meses.

Una inquietud que conviene despejar es si los factores que ayudan a discriminar a los pandilleros del resto de jóvenes también son útiles para establecer diferencias entre quienes abandonaron la pandilla y quienes no lo han hecho. La primera observación  es que sólo dos de los factores que ayudan a explicar la primera decisión –entrar a la pandilla- contribuyen de manera estadísticamente significativa, y con el signo opuesto esperado, a diferenciar a los ex pandilleros: el nivel educativo de la madre y el seguir vinculado al sistema educativo.

Fuera de estos dos elementos, que ratifican el rol primordial que merece el sector educativo en los esfuerzos por prevenir y controlar la violencia juvenil, aparecen algunos factores con un impacto estadísticamente significativo sobre la decisión de abandonar la pandilla [28]. El más importante es el hecho que la familia practique alguna religión, que multiplica por más de nueve (901%) los chances de salida de la pandilla. El contar con un trabajo o empleo remunerado también tiene un impacto importante (+383%) así como el hecho de tener hijos (+295%) o el seguir estudiando (+184%).

Por el contrario, los hábitos rumberos (-94%), el reporte de actos de vandalismo (-74%) y el de andar armado (-82%) muestran un poder de retención que es significativo en términos estadísticos [29]. Es conveniente señalar que, con este conjunto de variables, uno de los elementos claves en la explicación del ingreso a la pandilla, que operen tales grupos en los barrios, aparece también como determinante de la salida. De hecho, para la muestra usada en la estimación, la no operación de pandillas en el barrio “predice a la perfección” el abandono de la pandilla, y por lo tanto la variable no puede ser utilizada para la estimación. El problema radica  en que, dentro de la población de pandilleros, que es la sub-muestra que se usa para la ecuación, son en extremo raros los casos de pandilleros que vivan en barrios en dónde no operen bandas. Además, esos pocos casos coinciden con jóvenes que han abandonado la pandilla, y es por esa razón que no se puede medir el impacto de la variable.
Gráfica 19
Los resultados de este ejercicio corroboran la importancia de factores no laborales tales como la religión, la familia y la parranda. Además, queda claro que la relación entre la violencia juvenil y la situación económica de los jóvenes es bastante más compleja de lo que se postula con frecuencia. El hecho que un trabajo remunerado sea un elemento que ayude a discriminar a quienes abandonan la pandilla de quienes continúan en ella, tiende a avalar la visión materialista del fenómeno de las pandillas ya que, en principio, este resultado sugiere que aumentando la disponibilidad de trabajos se incrementan los chances de reincorporación de los pandilleros a las actividades no violentas. A pesar de la observación anterior, los demás coeficientes estimados muestran la necesidad de complementar este enfoque con otros elementos poco relacionados con el ámbito laboral. El primero tiene que ver con la importancia de la religión como factor de rehabilitación de los jóvenes pandilleros. El segundo se relaciona con una pregunta muy simple: ¿por qué el hecho de tener hijos -circunstancia que sin lugar a dudas agrava la situación de precariedad económica de los jóvenes pandilleros- los empuja hacia afuera de la pandilla? Si la motivación para entrar y permanecer en la pandilla fuera fundamentalmente económica, los incidentes que, como el tener hijos, hacen aún más precaria esa situación deberían reforzar, no revertir, esa decisión supuestamente económica y racional.


[1] Ver Ecuación 3.1.1 en el Anexo Estadístico
[2] Castro y Carranza (2001) p. 266
[3] Castro y Carranza (2001) p. 271
[4] Como Honduras o Nicaragua. Ver Rubio(2005, 2006b)
[5] Ver Ecuación 3.2.1 en el Anexo.
[6] Ver Rubio (2006a)
[7] Ver Ecuaciones 3.2.2 y 3.2.3 en el Anexo
[8] Flores et. al (2005) p. 39.
[9] Flores et. al. (2005) p. 43
[10] Flores et. al. (2005) p. 34
[11] Cruz y Portillo (1998) pp. 61 y 192
[12] Sosa y Rocha (2001) p. 401
[13] Sosa y Rocha (2001) pp. 393 y 396
[14] Sosa y Rocha (2001) p. 397
[15] Ecuación 3.2.4
[16] “La Lonly en la mara”. El Diario de Hoy. El Salvador, Viernes 17 de Octubre 2003           
[17] Sosa y Rocha (2001) p. 397
[18] “Maras ¿víctimas o delincuentes?” La Prensa, Noviembre 2 del 2000, página 51A
[19] Testimonio de José en Castro y Carranza (2001) p. 271
[20] Castro y Carranza (2001) p. 264
[21] Castro y Carranza (2001) p. 259
[22] Testimonio de un ex miembro de la mara de los Chucos en Castro y Carranza (2001) p. 314
[23] Santacruz y Cruz (2001) pp. 99 y 100
[24] Acerca de la fuga de casa como factor de riesgo de prostitución adolescente en las mujeres, ver Rubio (2006c)
[25] Santacruz y Cruz (2001) p. 70
[26] Santacruz y Cruz (2001) p. 71
[27] Santacruz y Cruz (2001) p. 60
[28] Ver Ecuación 3.4.1 en el Anexo
[29] Ver Ecuación 3.4.1.