Violencia homicida en Bogotá


Investigación “Caracterización de la Violencia Homicida en Bogotá”
Contrato 254 de 1999, Secretaría de Gobierno – Alcaldía de Bogotá

Documento de Trabajo
VIOLENCIA HOMICIDA EN BOGOTA
Análisis Estadístico e Interpretativo
PAZ PUBLICA
CEDE – UNIANDES  

Bogotá, Octubre de 2000

INTRODUCCION
Luego de varios años de una continua y sostenida caída -iniciada en el año de 1993 y que fue casi tan marcada como el aumento que la precedió- las tasas de homicidio [1] de la capital parecerían haberse estabilizado en el año de 1999 [2] (Gráfica 1).  En este trabajo se hace un análisis estadístico e interpretativo de la violencia homicida en Bogotá para comprender tanto los factores que están detrás de su dinámica reciente como los elementos que permiten explicar sus peculiaridades locales al interior de la ciudad. El informe está dividido en tres secciones. En la primera se propone una taxonomía de las distintas manifestaciones de la violencia homicida y se hace una breve referencia a algunas de las teorías disponibles para las categorías propuestas. En la segunda, se analiza la información sobre homicidios disponible para la capital a nivel de las 19 localidades. En la tercera parte se procede a un análisis más desagregado, por sectores censales. Para contribuir a la comprensión de la situación se analizarán primero, y de forma separada, los distintos factores para los cuales se dispone de información dejando para el final el análisis multivariado que permitirá tener una idea del efecto conjunto de algunos de los elementos previamente considerados.

1 – TAXONOMIA DE LA VIOLENCIA
Uno de los mayores obstáculos tanto para el diagnóstico de la violencia en las ciudades colombianas como, sobretodo, para la adecuada formulación de políticas, lo constituye la tendencia a agrupar bajo un mismo rótulo fenómenos que difieren sustancialmente tanto en términos de su gravedad, de sus consecuencias, como de los actores involucrados y de los escenarios en donde ocurren. No es extraño, por ejemplo, encontrar definiciones de violencia tan amplias -por ejemplo “las conductas de individuos que intenten, amenacen o inflijan daño físico u de otro tipo” [3]- que permiten cobijar bajo un mismo paraguas fenómenos verdaderamente dispares. Aún limitándose a las situaciones extremas, de violencia homicida, la variedad y complejidad de los casos reales es tal que hacen difícil establecer causas comunes o patrones generales de comportamiento. Algunos ejemplos pueden servir de apoyo a la afirmación anterior:
CASO 1 - “Entonces, Ignacio, uno de los hombres que jugaba tejo, se acercó y colocó un disco de rancheras. Pero José, a quien llaman El Negro se puso furioso porque le cambiaron la música y en seguida irrumpió en gritos contra Ignacio, que le respondió palabras vulgares .. El Negro saco un revólver y disparó varias veces. Ignacio alcanzó a quitarse pero a Julia la alcanzaron dos de las balas, una de ellas en el pecho. Murió enseguida “. [4]

CASO 2 - “La muerte del soldado Alexánder Carreño fue un caso fortuito. Esa noche sus asesinos, enviados por Adela, buscaban a Carlos García para ajustarle cuentas. Lo perseguían desde que Adela, una mujer señalada como expendedora de basuco, les pagó para asesinarlo. La razón: la determinacion de García de abandonarla. Ocurrió a las 7:45 de la noche en la transversal 78 No 51-75 en el barrio El Socorro del sector de Kennedy. El soldado Carreño, que prestaba servicio militar y se encontraba gozando de una licencia de diez días, recibió tres impactos de bala en la cabeza” [5]

CASO 3 - “A las 4 de la mañana, los comandos  policiales se aproximaron a la cárcel La Picota de Bogotá a cumplir la orden del Presidente de la República: entrar y trasladar a los cabecillas que lideran una guerra a muerte entre 'paras' y guerrilleros y a un criminal que venía dirigiendo desde prisión el cartel de la extorsión.  Además, decomisar todo el armamento en poder de los reos.  Pero los internos llamaron desde sus celulares a sus mujeres y les ordenaron dirigirse a las afueras del penal, en compañía de sus hijos.  Las mujeres llegaron y terminaron enfrentadas a puños con agentes  antimotines. Otras acostadas sobre la vía para cortar el paso de las  tanquetas policiales. Y otras más, encaramadas sobre los muros y las mallas tratando de alcanzar el interior de la cárcel. Y los niños utilizados como escudos humanos por sus madres para hacer frente a los gases lacrimógenos de la Policía. Adentro, se escuchaban explosiones, ráfagas de ametralladoras y arengas de los reos que lideraban, vía celular, un levantamiento carcelario, que se extendió a la Modelo y a la cárcel de Cúcuta.” [6]

Si algo queda claro de los casos anteriores es que son radicalmente distintos tanto en términos de las circunstancias que llevaron al homicidio, como de las motivaciones de los actores que participaron en el incidente, como de las eventuales medidas que se pueden tomar para evitar que se vuelvan a dar casos similares. No es fácil la respuesta a interrogantes muy simples que surgen de la lectura de estos casos: ¿Qué habría podido hacerse para evitar que ocurrieran? ¿A quien le correspondía hacer algo?
Es razonable argumentar que cada uno de estos casos requiere tanto de una teoría diferente para su adecuada comprensión y explicación, como de un tratamiento distinto a nivel de las políticas de respuesta, o de prevención.  Vale la pena por lo tanto un esfuerzo por separar la amplia gama de manifestaciones de violencia para proceder a una agregación más manejable y apropiada para la discusión y el diseño de las políticas.

1.1 – VIOLENCIA IMPULSIVA
La primera clasificación que resulta pertinente para el diagnóstico de la violencia está basada no tanto en la naturaleza del acto violento como, de alguna manera, en las motivaciones del agresor. Spierenburg [1996] propone caracterizar los incidentes de violencia de acuerdo con su posición en dos ejes relacionados. El primer eje estaría constituido en un extremo por  la violencia impulsiva  en contraposición a la violencia planeada o racional situada en el otro extremo. El segundo eje tendría que ver  con  la violencia expresiva  o ritual  en oposición a la violencia instrumental [7]. "La violencia ritual se enmarca en un contexto social en dónde el honor y la valentía física están altamente valorados y relacionados ... El extremo opuesto es la violencia que se usa con el fin de obtener algo" [8].
Como la manifestación básica, y para muchos analistas primordial, de la violencia impulsiva, se menciona con frecuencia el fenómeno del maltrato al interior del hogar, y en particular aquel ejercido contra las mujeres y los niños.
En  una revisión relativamente exhaustiva de la literatura disponible sobre violencia contra la mujer, Klevens (1998) propone tres grandes categorías de teorías: las macroestructurales  -feministas y culturales- que atribuyen la violencia a la inequidad entre géneros, a la cultura patriarcal, al cumplimiento de roles estereotipados o a la cultura de la violencia; las intrapersonales  en las cuales se asocia el fenómeno con rasgos específicos del individuo agresor tales como su personalidad, su psicopatología, el aprendizaje social y los  problemas cognoscitivos; por último, las interpersonales  en las cuales se explica la violencia como el resultado de la  interacción entre ciertos tipos de personas en ciertas circunstancias y en determinados contextos.
La idea general de las teorías macroestructurales que le asignan un papel predominante a los factores sociales y culturales es que, desde temprana edad, los individuos son socializados en sus respectivos roles sexuales, lo que contribuye a perpetuar las condiciones originales de desigualdad entre los géneros, el machismo, los sistemas patriarcales y en general, todas aquellas instituciones que determinan un desequilibrio de poder entre los hombres y las mujeres, una de cuyas manifestaciones extremas sería, precisamente, la violencia doméstica. 
Conviene señalar que en este tipo de teorías no se hace un esfuerzo por separar analíticamente los casos de homicidio de las agresiones no letales. Parecería que implícitamente se supone que los primeros son simplemente ataques con una mayor intensidad. 

1.1.2 – VIOLENCIA IMPULSIVA FUERA DEL HOGAR: LAS RIÑAS
“(En Colombia) la mayoría de los homicidios (cerca del 80%) hacen parte de una violencia cotidiana entre ciudadanos, no directamente relacionada con organizaciones criminales" [9].

"Es indiscutible que el mayor problema que enfrenta Bogotá es el alto nivel de violencia con que muchos habitantes resuelven sus conflictos cotidianos, ante la absoluta indiferencia por parte del resto de la sociedad" [10].

“Desde un corte de luz hasta el cambio de una melodía; desde un robo de una gorra hasta el piropo a una acompañante, arrastran a los colombianos a matarse unos a otros” [11].

Como se desprende de las afirmaciones anteriores, una de las categorías de la violencia que en la capital, y en general en Colombia y América Latina, ha recibido más atención en términos de prevención es la violencia impulsiva por fuera del hogar: la de las riñas, disputas o altercados que, en el bar o en la calle, se salen de las manos y terminan con lesiones, que pueden resultar fatales.
Un punto que se debe destacar, en los estudios o programas que señalan su importancia, es la carencia de una teoría satisfactoria para dar cuenta de este tipo de incidentes violentos. En algunos trabajos, se considera que la violencia impulsiva es básicamente una categoría residual:  se trata de la violencia que no es racional o instrumental [12]. De esta consideración se deriva, sin mayor justificación adicional, la recomendación que con este tipo de violencia no son eficaces la represión o el castigo sino que se debe buscar la prevención.
Fuera de esta distinción, clara, con la violencia instrumental, se tienden a favorecer para la violencia impulsiva las explicaciones de tipo cultural [13]. Se considera que las influencias culturales pueden tener su origen en las desfavorables condiciones sociales y económicas [14]. En otras ocasiones se plantea, para estas tendencias culturales hacia la violencia, unas profundas raíces históricas [15].
Es interesante anotar que, en distintos lugares, y para diferentes épocas, tal tipo de explicación ha sido relativamente común. Lo que se considera un estudio clásico sobre el homicidio urbano en los Estados Unidos fue realizado a finales de los años cincuenta por el sociólogo Marvin Wolfgang a partir del análisis de los archivos del departamento de Policía de Filadelfia. Wolfang encontró que, de los 560 casos que pudo clasificar en 12 categorías, la mayor frecuencia, el 37%, correspondía a un “altercado de origen trivial; un insulto, una blasfemia, un empujón…” [16]. Estudios posteriores realizados en otras ciudades norteamericanas llegaron a la misma conclusión: este tipo de riñas constituían la variedad más corriente de homicidio.
A finales de los sesenta, en su Staff Report on Crimes of Violence, la comisión encargada por el presidente Lyndon Johnson concluía que “los altercados aparecen como la principal fuerza motivadora tanto aquí como en estudios previos. Las razones ostensibles para los desacuerdos son usualmente triviales, lo que indica que muchos homicidios son actos espontáneos de pasión, y no el producto de la determinación de matar” [17].
Un siglo antes, también en Filadelfia, la situación parecía similar. De acuerdo con un historiador, el homicidio modal en el siglo XIX en esta ciudad “era el resultado de una reyerta o riña que empezaba en un saloon  y alcanzaba un climax en la calle. La bebida era un elemento importante de la cultura de la ciudad, y de manera preponderante entre los subgrupos entre los cuales ocurrían la mayor parte de las muertes “ [18]. Varios siglos atrás, al otro lado del Atlántico, en Oxford durante el siglo XIV, en opinión de otro historiador, del análisis de los casos judiciales queda la “abrumadora impresión de que la mayoría de los homicidios no fueron premeditados sino, por el contrario, espontáneos, surgieron en el momento” [19].
Son tres los aspectos que vale la pena destacar de las referencias anteriores. Uno, que todas estas opiniones acerca de la importancia relativa de la violencia impulsiva y cotidiana, del homicidio que no tenía sentido, de la violencia baladí, están basadas en un examen de los expedientes judiciales. Dos, relacionado con el anterior, que en ninguno de los estudios se hace referencia a la posibilidad de que las tasas de homicidio fueran excepcionalmente altas y que, además, el grueso de los homicidios se quedaran por fuera de la acción de la justicia. Tercero, que las comunidades para las cuales se analizaba la violencia no estaban sujetas a la influencia de una amplia gama de organizaciones armadas sobre las cuales podría por lo menos recaer parcialmente la responsabilidad de la violencia observada.
Con relación al primer punto, resulta claro que si el mismo tipo de análisis, basado en la información de los casos que se juzgan, se hace para Bogotá, las conclusiones resultan similares. Efectivamente, en una muestra de sentencias penales [20] se encuentra que, en los casos de homicidio juzgados en la capital, el 52% habían sido el resultado de riñas, el 19% de atracos y el 10% de ajustes de cuentas. Sin embargo, esta caracterización de la violencia que alcanza a ser aclarada por la justicia no siempre corresponde con la que realmente ocurre en las calles. Como se argumentará a lo largo de este trabajo, la naturaleza de la violencia que se judicializa no siempre coincide con la que se deriva de las causales consignadas en las necropsias de los médicos legistas. Tampoco es consistente con las circunstancias de los homicidios  reportadas por los familiares de las víctimas en las encuestas de victimización realizadas en la capital en las que se han hecho preguntas al respecto [21]. Otro síntoma claro de esta falta de correspondencia entre la violencia real y la que llega a los juzgados se obtiene a partir de la información relacionada con el tipo de arma que se utilizó para cometer los homicidios. De acuerdo con la mencionada muestra de procesos judiciales el 52.4% de los homicidios ocurridos en Bogotá habría sido cometido con un arma de fuego, cifra bastante inferior al 70% que se obtiene a partir de las necropsias de Medicina Legal.
No parecería entonces recomendable basar el diagnóstico de la violencia en la capital en el escenario que se deriva de la muestra, pequeña y definitivamente sesgada [22], que llega a los juzgados. Ni mucho menos en los casos de homicidio que llegaron a la justicia de otras latitudes, y en otras épocas.
Aunque parezca extraño, la evidencia –testimonial o estadística- que se ha ofrecido en el país acerca del predominio de la violencia impulsiva es en extremo débil, cuando no inexistente. Las escasas pruebas que se ofrecen sobre la importancia de la violencia fortuita normalmente no pasan de ser impresiones u opiniones en las cuales se mezclan en las cifras todas las variantes de la violencia y, además, se confunde simultaneidad con causalidad: para dos eventos que ocurren al mismo tiempo, es común la inclinación a afirmar que uno causó al otro. Sobretodo cuando tal tipo de causalidad hace parte de la sabiduría convencional. A título de ejemplo, vale la pena mencionar un artículo de prensa, donde supuestamente se demuestra la estrecha relación existente entre la violencia homicida y el fútbol.

 “El lunes último –tras los cables informativos que dieron cuenta del coraje y la gallardía deportiva de la Selección Colombia frente a Argentina- las agencias internacionales atiborraron las redacciones de diarios en todo el mundo con las noticias sobre el trágico saldo de las celebraciones que siguieron a la victoria: 76 víctimas mortales” [23]

Lo que los despachos noticiosos no se detuvieron a aclarar es que esa cifra, 76 muertos, correspondía aún número normal, incluso muy inferior al promedio, de muertes violentas para el país en esa época. Como lo aclara el mismo reportaje dos párrafos más adelante: “Quince mil personas fueron asesinadas durante el primer semestre de 1993 en Colombia”. Pero la causalidad entre la celebración por la victoria de la selección y los muertos quedó establecida. Y la teoría supuestamente corroborada.

1.2 – LA VIOLENCIA INSTRUMENTAL
1.2.1 -  EL PEQUEÑO DELINCUENTE O REBELDE
La pregunta de porqué ciertos individuos matan a otros es uno de los grandes temas de la criminología, que constituye en la actualidad un campo del conocimiento tan amplio que su simple revisión sobrepasa el alcance de este trabajo [24]. Parece por lo tanto pertinente concentrarse en aquellas teorías que han tenido mayor aceptación e influencia en el país.
Una explicación que cuenta con un amplio respaldo en Colombia es la de los determinantes sociales y económicos de la violencia. La idea de que la pobreza, la desigualdad y, en general, las desfavorables condiciones sociales y económicas de la población, constituyen el caldo de cultivo  de la violencia es sin duda una de las explicaciones de la violencia más populares y aceptadas entre los analistas y la opinión pública colombianos.

1.2.2 – LOS CONFLICTOS SOCIALES
Con relación a la explicación de los conflictos sociales, que conducen a la violencia, los argumentos se han concentrado bien en las condiciones políticas   -como el tipo de régimen de gobierno o las posibilidades de participación- bien en la estructura económica. El pensamiento predominante en los setenta y ochenta, le restó importancia a los factores económicos de los conflictos, señalando que la pobreza era bastante común, pero las revueltas sociales no lo eran. Entre quienes, por otro lado, han hecho énfasis en las condiciones económicas, se debe destacar la obra del mismo Marx, cuya influencia sobre el pensamiento colombiano en materia de violencia, crimen y conflicto es bastante directa [25]. A su vez, la idea de la violencia urbana como una manifestación extrema de las luchas sociales no ha estado del todo ausente en los diagnósticos realizados en el país. 

1.2.3 – CRIMEN ORGANIZADO: LAS MAFIAS
Son cada vez más frecuentes en los trabajos sobre violencia en el país las alusiones al problema del crimen organizado, y en particular a las mafias del narcotráfico. A pesar de lo anterior, las políticas públicas para el control de la violencia parecen restarle importancia a la contribución de este fenómeno a la violencia. Lo anterior a pesar de que, conceptualmente, el tema de las organizaciones criminales es fundamental para el estudio de la violencia urbana en Colombia. La razón más importante es que las mafias en efecto existen, operan en muchas de las ciudades colombianas y hay una relación, ampliamente reconocida en la literatura, entre este tipo de actividades y la incidencia de muertes violentas en una localidad. Estas organizaciones se enfrentan y compiten, muchas veces de manera violenta, tanto entre ellas como con los organismos de seguridad del Estado. Por otro lado, son justamente las organizaciones armadas las que en mayor medida ayudan a explicar la coexistencia de justicia pública y esquemas privados de protección y justicia privada: puesto que debilitan la justicia oficial y, simultáneamente, ofrecen esos servicios.
Una aproximación bastante poderosa para caracterizar a quienes prestan este tipo de servicios es mediante la figura del mafioso, sobre la cual existe ya un volumen importante de trabajos. Un aspecto relevante de esta literatura es la estrecha relación que existe entre el mafioso y el criminal común que, aunque parezca paradójico, es uno de los actores sociales que en mayor medida requiere de protección privada pues, por definición, no puede acudir al sistema oficial de justicia [26].

1.2.4 – VIOLENCIA ESTATAL Y PARAMILITAR
Un factor recurrente en las explicaciones sobre la violencia en las sociedades con algún tipo de conflicto armado es el de la violencia promovida por el mismo estado para enfrentar los levantamientos armados y, en general, para reprimir la protesta social. En este contexto es usual para la explicación dividir la sociedad en dos clases, los capitalistas, a quienes van dirigidos los ataques criminales y los trabajadores que canalizan la protesta social a través de los rebeldes [27].
En una versión modificada, o deteriorada, de este modelo radical de la violencia, el aparato represivo del Estado se divide en una parte visible -legal y legítima-  que se concentra en dar respuesta a los ataques criminales menores, y otra más oscura, ilegal e ilegítima, que por lo general se asocia con los militares y los servicios de inteligencia, y cuya función es la de la guerra sucia contra los rebeldes que no pueden ser controlados con los medios represivos tradicionales. Aparece así la figura del paramilitar que generalmente se considera una simple extensión de los organismos de seguridad del Estado [28].

1.3 – SINTESIS. TEORIAS PREDOMINANTES
En el Cuadro 1 se resumen las principales categorías que parecen pertinentes para el diagnóstico que se ha hecho de la violencia en Bogotá. Aún corriendo el riesgo inherente a las simplificaciones, vale la pena tratar de resumir, en este mismo cuadro, cuales son las explicaciones predominantes sobre las distintas manifestaciones de la violencia.
Hay tres elementos que parecen comunes, y determinantes, en la mayoría de los análisis  de la violencia hechos para Bogotá y las demás ciudades colombianas. El primero es el de la importancia, en términos de su contribución al número de muertes violentas, de la violencia impulsiva. Para Colombia, país mundialmente reputado por el poder de sus organizaciones criminales y la intensidad del conflicto armado, se sigue postulando que “la violencia cotidiana en las ciudades … es la causa de la mayoría de los homicidios y lesiones no fatales del país” [29].
El segundo elemento, vinculado con el anterior, es el supuesto de una causalidad de la violencia que se inicia en las manifestaciones menos graves, como la agresión en el hogar, y conduce progresivamente hacia las situaciones más serias, incluso las mafias o el paramilitarismo. Así, se plantea que la generalización de la violencia impulsiva facilita que surjan actividades criminales o conflictos sociales de gran envergadura; la violencia en el hogar induce la violencia impulsiva en la calle que, a su vez, conduce a manifestaciones cada vez más graves de violencia criminal. En este planteamiento coinciden varios analistas:
“Existen vínculos causales entre violencia criminal y no criminal … La violencia se aprende, y el primer lugar de aprendizaje es el hogar … La conducta violenta en la niñez es una buena variable predictiva de la violencia adulta” [30].

“Décadas dedicadas al estudio de la conducta humana demuestran que la violencia doméstica y la violencia social son parte de un todo integral que se entrelazan de manera estrecha y se refuerzan mutuamente” [31].

“Un volumen importante de publicaciones revela que el comportamiento violento se comienza a gestar desde la temprana infancia, y que las prácticas y creencias acerca de la educación de los hijos favorecen o dificultan el comportamiento violento del adulto” [32]

El tercer elemento que parece común a las explicaciones predominantes sobre la violencia urbana en Colombia es el de los determinantes sociales y económicos de la violencia instrumental: la ejercida tanto por los criminales comunes como por los rebeldes. Todavía en este caso, el análisis se concentra en las condiciones iniciales bajo las cuales el individuo marginado aprendió los comportamientos violentos y, consecuentemente, emprendió una carrera criminal o se vinculó a un grupo insurgente. Así, aún cuando se llega a reconocer la pertinencia de la violencia instrumental, se considera que en sus orígenes hubo una inducción a la violencia como consecuencia de las condiciones sociales.
El último elemento común consiste en ignorar, minimizar, o explícitamente negar, los eventuales vínculos de la violencia organizada con  la delincuencia común.
A partir de este esquema, se tiende a dar prioridad a las políticas preventivas, dirigidas al grueso de la población, en detrimento de las medidas represivas concentradas en unos pocos actores. Dentro de las primeras, se otorga un papel preponderante a la educación, entendida en un sentido muy amplio que incluye la posibilidad de alterar la cultura, las creencias y las actitudes hacia la violencia. En segundo término, se favorece el gasto público para tratar de alterar las condiciones sociales y económicas que ayudan a explicar la persistencia de varias formas de violencia.
Desde el punto de vista represivo, tan sólo se favorecen ciertos controles –al porte de armas, o al consumo de alcohol- también dirigidos al grueso de la población.
Para la violencia política parece haber unanimidad entre los analistas en el sentido que se debe lograr, ante todo, una salida negociada para los conflictos.

2 – VIOLENCIA HOMICIDA EN BOGOTA - ANALISIS POR LOCALIDADES
2.1 – CONCENTRACION Y PERSISTENCIA
En 1999, alrededor de una tasa promedio para la ciudad ligeramente inferior a los 50 homicidios por cada 100 mil habitantes (hpcmh), que es un 20% inferior al promedio nacional, se observan sustanciales diferencias por localidades. Así, mientras en la localidad de Santa Fe la tasa supera los 230 hpcmh, y en los Mártires las tasas continúan por encima de los 100 hpcmh, lugares como Engativá, o Usaquén, exhiben tasas que no pasan de los 20 hpcmh. Las grandes diferencias en los niveles de violencia al interior de la ciudad eran igualmente marcadas en el año 97, cuando la tasa más alta, también de la localidad de Santa Fe (340 hpcmh) era cerca de 13 veces superior a la de la localidad menos violenta (Gráfica 2.1.1).
Este fenómeno de alta concentración geográfica de la violencia homicida que, además, se mantiene en  el tiempo, se traduce en una clara persistencia y hace que, de hecho, un buen predictor de la violencia homicida en un localidad sea simplemente el nivel de la tasa de homicidios observado en esa misma localidad durante el período inmediatamente anterior. En efecto, entre localidades, la correlación entre las tasas de homicidio de 1999 y las de 1998 es del 99% y la cifra respectiva para los niveles del 98 y del 97 es del 97% (Gráfica 2.1.2).
La noción, evidente en los datos, de una violencia homicida muy concentrada geográficamente y, además, con una localización espacial que persiste de un año a otro es un desafío importante para la idea de una violencia difusa, accidental, y cotidiana que involucra al grueso de la población.
La idea misma de la violencia impulsiva, o emotiva, implicaría en principio dificultades para la predicción basada en las ocurrencias anteriores. Además, lo verdaderamente accidental no tendría por qué ocurrir tan sólo en unos pocos lugares. Si, como se observa para la violencia homicida, únicamente en ciertas zonas de la capital se da una incidencia muy superior al promedio, y esta alta incidencia persiste en el tiempo, parece recomendable buscar factores de riesgo peculiares a esas zonas, en lugar de difundir la explicación por toda la ciudad y entre toda la población. 
Para ilustrar este punto puede ser útil recurrir a una analogía. Si, luego de analizar la distribución geográfica de los accidentes de tráfico en la capital se encontrara que existen unas zonas bien definidas de alto riesgo, y que el mayor riesgo persiste y su concentración en unos pocos lugares no cambia de un año a otro, no tendría mucho sentido insistir en atribuir la alta accidentalidad a la imprudencia general de los conductores bogotanos, o buscar la reducción en los incidentes a través de la educación. Más razonable y simple parece la estrategia de indagar lo que puede estar facilitando los accidentes en esos lugares específicos. Muy seguramente se llegaría a explicaciones simples, como un cruce con mala visibilidad, o un paso elevado con un peralte invertido.
Cuando la violencia homicida está altamente concentrada localmente, es difícil de defender el argumento que la violencia impulsiva sea la predominante en aquellos pocos lugares que son en extremo violentos. Como se verá en detalle más adelante, la información disponible para Bogotá tiende a corroborar esta observación.
Por otro lado, y para reforzar la recomendación de superar un diagnóstico tan poco esclarecedor para el diseño de políticas -el de la importancia de las riñas- no sobra recordar que en forma similar a la característica residual de la definición de esta categoría de la violencia -la que no es racional- los datos de la violencia por riñas parecen hacer referencia a aquellos incidentes para los cuales no se sabe muy bien lo que ocurrió. Al respecto la definición de una lesión por riña en un minuciosa encuesta sobre lesiones no fatales en Cali es reveladora: “cuando las personas involucradas se han enfrentado entre sí por causas no determinadas” [33].

2.2 – CAMBIOS SUSTANCIALES EN EL TIEMPO
El fenómeno de inercia que se acaba de señalar para la violencia no implica que sus niveles permanezcan inalterados con el paso del tiempo. La falta de cambios bruscos de un año a otro no debe confundirse con ausencia total de variaciones que, por el contrario, se observan y que en períodos largos se traducen en alteraciones significativas en los niveles observados de la violencia.
A lo largo de las dos últimas décadas, la tasa de homicidios colombiana pasó, en el lapso de 10 años, de un poco menos de 30 hpcmh a más de 75 hpcmh para posteriormente descender de manera casi tan acelerada como había aumentado. La tasa promedio de las grandes urbes –Bogotá, Cali y Medellín- cayó de 120 homicidios por 100 mil habitantes (hpcmh) en 1991 a menos de 80 hpcmh en 1997. Una reducción del 33%. Su aporte conjunto al total de muertes violentas se redujo en cerca de diez puntos, para situarse en el 30%, cifra apenas superior a su participación en la población.  Para Bogotá, la tasa de homicidios se multiplicó por 2.5 en el término de cuatro años para, luego, reducirse casi a la mitad en los cinco años siguientes.
Estas nada despreciables variaciones a lo largo del tiempo en las tasas de homicidio tampoco sirven de apoyo a las explicaciones basadas en la importancia de la violencia impulsiva, y menos aún a la noción de que esta tiene raíces culturales.
Entre 1997 y 1998 la tasa de homicidios en Bogotá se redujo en un poco más del 17%.  Esta tendencia favorable de la violencia no puede considerarse uniforme para la ciudad. Por el contrario se observan para los cambios entre el 97 y el 98 grandes diferencias por localidades. Mientras Antonio Nariño, Usaquén, la Candelaria y Bosa muestran caídas superiores al 30%, en lugares como Teusaquillo, Mártires y Tunjuelito se observan, en el mismo período, incrementos superiores al 10%. Los cambios en la tasa de homicidios por localidades entre el 98 y el 97 no muestra un perfil muy definido. En particular, no parecen estar asociados con los niveles iniciales de violencia: dos de las localidades más violentas, Santa Fé y la Candelaria, muestran una reducción importante pero en otra localidad también violenta, los Mártires, se da un incremento. Para el resto de las localidades, el cambio parece ser totalmente independiente del nivel de partida de la violencia (Gráfica 2.2.1 Izquierda).
En el período siguiente, 99/98, la caída global, ligeramente inferior al 7%, es ya mucho menos marcada. Tampoco es uniforme por localidades -en dónde las variaciones fluctúan entre –30% y +40%- ni presenta un patrón que permita asociarla con la violencia inicial, o con sus cambios en el período inmediatamente anterior (Gráfica 2.2.1 Derecha). Por el contrario, se puede destacar  el hecho que la localidad que presentó una mayor caída entre el 97 y el 98, Antonio Nariño, fue precisamente aquella para la cual un año después se observó el mayor incremento, similar en magnitud al de la baja que lo precedió.
En síntesis, la caída en las tasas de homicidio en la capital, de acuerdo con los datos por localidades, no muestra síntomas de uniformidad, puesto que la magnitud del cambio varía de forma apreciable entre localidades, ni de continuidad, puesto que para una fracción importante de las localidades el signo de los cambios no persiste en el tiempo (Gráfica 2.2.1 Inferior).
Un elemento de particular interés para la evaluación de los esfuerzos contra la violencia homicida en la capital tiene que ver con la posibilidad de establecer un vínculo entre la reducción observada en las tasas de homicidio entre el 97 y el 99 y las medidas  que se tomaron relativas al porte de armas.
El primer punto que se debe destacar es que, de acuerdo con los datos de armas incautadas por la Policía, si se perciben, en los últimos años y a nivel global para la ciudad, los efectos de los esfuerzos por controlar el porte de armas por parte de los ciudadanos. Este esfuerzo habría sido particularmente fructífero en el año 97 cuando, con relación al período anterior, se incautaron un 17% más de armas. Para el año 98 la dinámica del esfuerzo fue menor, con un incremento de los decomisos inferior al 2%. En el año 99 se recogió menos material que en el 98 pero de todas maneras el nivel estaba aún un 10% por encima de lo observado en el 96 (Gráfica 2.2.2).
El segundo aspecto que se puede anotar sobre el esfuerzo emprendido por controlar las armas en la capital es que, a juzgar por los resultados en términos de la distribución de los decomisos por localidades, no parece haberse hecho de manera uniforme. En todos los años parecería haber ciertas localidades que recibieron atención prioritaria y en las cuales el incremento en el número de armas incautadas fue varias veces superior al observado en el resto de la ciudad. Así, mientras en 1997 se destacan San Cristóbal, Fontibón y los Barrios Unidos, un año más tarde los mayores aumentos se observan en Bosa, Los Mártires, Engativá y Kennedy mientras que en el 99 las localidades dignas de mención pasan a ser Puente Aranda y la Candelaria.
Una idea que surge alrededor de estas marcadas variaciones en las prioridades geográficas de las medidas de control de armas –vale la pena reiterar que juzgando por los resultados obtenidos- es la de falta de recursos disponibles que permitan un cubrimiento uniforme de toda la ciudad y obliguen a efectuar rotaciones en términos de las localidades dignas de mayor atención. Una tendencia de este tipo se percibe al observar los cambios en los decomisos por localidades en dos períodos consecutivos, que sugieren una asociación negativa: las localidades en las cuales se incrementan los controles en un período son precisamente aquellas localidades que parecen recibir menor atención durante el período subsiguiente (Gráfica 2.2.3). Esta asociación negativa es más marcada entre el 98 y el 97 que entre el 99 y el 98.
Lo que no deja de sorprender es que la distribución espacial de los controles de armas parecería haberse hecho sin tener en cuenta la geografía de la violencia en la capital. Esta observación es válida sobretodo para 1997, cuando se percibe una asociación negativa entre el éxito de los controles y los niveles de violencia (Gráfica 2.2.4 Izquierda).  En los años siguientes esta relación es menos clara y se debe destacar el favorable efecto de los controles en ciertas localidades muy violentas como Los Mártires en el 98 y Puente Aranda y la Candelaria en el 99. A pesar de lo anterior, es difícil dejar de señalar el hecho que la localidad más problemática de la ciudad, Santa Fé, parece no haber recibido en los últimos años mayor atención en materia de control de armas (Gráfica 2.2.4).
De cualquier manera, al comparar las cifras de cambios en la tasa de homicidios por localidades con un mayor o menor éxito en los esfuerzos por controlar las armas, medidos por el número de unidades incautadas, tanto para 1998 como para 1999, no es fácil sugerir algún tipo de asociación entre estos dos indicadores. Aunque en 1998 en ocho de las 19 localidades se observa un incremento en el número de armas incautadas y simultáneamente una caída en las tasas de homicidio, la existencia de tres localidades en las cuales se incrementó la violencia a pesar del mayor éxito en los decomisos y, además, de un número también importante de localidades en las cuales la violencia se redujo a pesar de un control de armas más laxo no sirven de apoyo a la idea de una reducción causada por los controles. Algo similar puede decirse para el año 99 durante el cual el número de localidades en las cuales se redujo la violencia sin el correspondiente incremento en el éxito de los controles es aún mayor que aquellas en las cuales los mayores decomisos se vieron acompañados de mejores controles (Gráfica 2.2.5).

2.3 – VIOLENCIA Y CONDICIONES SOCIALES
El análisis de la relación entre la violencia homicida y las condiciones sociales y económicas de una comunidad es tal vez uno de los aspectos más confusos y debatidos en la actualidad y, a pesar de lo anterior, uno de los que han tenido mayores repercusiones sobre la formulación de políticas. Además, es uno de los puntos para los cuales la evidencia empírica es más difícil de interpretar, y menos contundente.
En el país, el diagnóstico predominante no simplemente destaca la importancia de la violencia impulsiva sino que, además, postula una estrecha asociación entre esta y las precarias condiciones sociales. “La gran cantidad de personas que nacen todos los días, sumadas a las que llegan persiguiendo esperanzas han generado ciudades inhóspitas, descuadernadas e inhabilitadas para albergarlos a todos con decoro. Estas circunstancias aunadas a las condiciones de hacinamiento, desnutrición, desempleo y deterioro de la familia, que imponen la desigualdad y la pobreza, propician en gran medida el desarrollo de conductas hostiles para la resolución de conflictos familiares y comunitarios. Las frustraciones y amarguras que se derivan de la lucha por la supervivencia en situaciones de inequidad y marginalidad constituyen factores facilitadores de comportamientos agresivos” [34].
Son varias las fuentes de confusión alrededor de esta relación entre la pobreza y la violencia. La primera tiene que ver con el hecho que, aún a nivel teórico, el impacto de las condiciones sociales y económicas sobre los incidentes violentos es diferente, y a veces tiene el sentido opuesto, en los agresores que en las víctimas. Si bien es razonable suponer, como lo ha hecho por mucho tiempo la criminología y más recientemente la economía del crimen, que para los ataques contra la propiedad la pobreza, la falta de educación o de empleo, constituyen factores de riesgo, desde el punto de vista de los agresores, también es válido plantear que, para las víctimas, la relación es la inversa. Puesto que las víctimas de mayores recursos disponen de un mayor patrimonio susceptible de ser atacado [35]. Los ejercicios estadísticos realizados con encuestas de victimización muestran que, en efecto, en América Latina el perfil típico de las víctimas de los atentados contra la propiedad es el de hogares de ingresos medios y altos [36]. Para Colombia, el análisis de los incidentes contra la propiedad reportados en la encuesta de hogares también muestra que los hogares de estrato bajo tienen menor propensión a ser víctimas que los de estrato medio o alto [37]. Desde el punto de vista de los agresores contra la propiedad, la escasa información con que se cuenta -algunas encuestas a la población reclusa- es, no sólo insuficiente, sino que se puede considerar sesgada para el análisis de la relación entre la pobreza y los comportamientos criminales. En efecto, un aspecto reconocido de las cárceles en varios países de América Latina es que en ellas la población de escasos recursos está sobre representada, por ser aquella que no cuenta con la posibilidad de contratar abogados para su defensa, factor que afecta la probabilidad de permanencia en la cárcel [38].
La segunda dificultad para el análisis de la relación entre las condiciones sociales y la violencia, tiene que ver con la extensión, que desafortunadamente se ha hecho de manera automática, de un conjunto de hipótesis planteadas fundamentalmente para los ataques contra los bienes para explicar los ataques contra las personas. El análisis de las encuestas de victimización colombianas muestra claramente que existen importantes diferencias entre las circunstancias alrededor de los delitos contra la propiedad y los que caracterizan los ataques contra las personas, homicidios y lesiones personales. En los segundos se encuentra que los hogares de estrato bajo tienen una mayor propensión a ser víctimas que los hogares de clase media y alta [39]. Si bien la información sobre los agresores de homicidio es prácticamente inexistente, el hecho que las víctimas pertenezcan a la población de menores recursos muestra la precariedad de la teoría disponible para explicar las agresiones contra las personas, de acuerdo con la cual, en principio, se esperaría algún tipo de redistribución violenta de los recursos de las víctimas pudientes hacia los agresores pobres. 
La tercera confusión proviene de no reconocer el hecho que los actores violentos, aunque inicialmente estén marginados social y económicamente, pueden acumular riqueza y poder, y continuar ejerciendo las actividades ilegales. Para Colombia es voluminosa la evidencia testimonial, periodística y judicial acerca de la rápida y enorme acumulación de riqueza ilegal.
A todas estas dificultades se agrega un obstáculo mayor que es el de no contar más que con datos agregados para unas teorías que en su mayoría han sido planteadas a nivel del comportamiento de los individuos.
¿Cuales son los factores sociales que pueden contribuir a explicar las diferencias tan marcadas y persistentes en los niveles de violencia homicida entre las localidades bogotanas?
Un primer aspecto que conviene analizar es el de la eventual relación entre la violencia y el número de habitantes en cada localidad. De la observación de esta relación para finales de los noventa (Gráfica 2.3.1) se desprenden dos ideas. La primera es que las localidades más violentas (Santa Fe, Las Mártires y La Candelaria) se destacan de las demás no sólo por ser poco pobladas, sino por tener una población  bastante estable, que prácticamente no creció durante la última década. La segunda observación es que, por fuera de estos lugares muy violentos con demografía poco dinámica, no aparece a simple vista ningún tipo de relación positiva entre la violencia y el número de habitantes en una localidad. Se podría aún sugerir que las localidades más pobladas, y con mayor crecimiento demográfico, presentan niveles de violencia inferiores al promedio de la ciudad. Estas observaciones no coinciden con la visión de una violencia homicida que tenga su origen en el desorden que tradicionalmente se asocia con los flujos migratorios, o con el asentamiento de población desplazada. Otros indicadores disponibles de densidad de la población, o de hacinamiento, tampoco sirven para corroborar la asociación, a nivel de localidades, entre la situación demográfica y los índices de violencia. En efecto, ni el número de habitantes por unidad de superficie en una localidad, ni el número de familias por unidad de vivienda, muestran una asociación estrecha con los índices de violencia (Gráfica 2.3.2). Las localidades más violentas no parecen atípicas en términos de densidad, o hacinamiento de la vivienda. Por otro lado, las localidades con problemas de densidad habitacional, como Fontibón o en menor medida Bosa, no se destacan por sus elevados índices de violencia. El único indicador demográfico que, aunque de forma leve, muestra cierta asociación con la tasa de homicidios es el índice de masculinidad o sea el porcentaje de hombres en el total de la población en una localidad. En aquellas localidades, como Chapinero, Teusaquillo, Barrios Unidos o Usaquén, en las cuales la proporción de hombres dentro de la población es más baja se presentan tasas de homicidio inferiores al promedio. En el otro extremo, las localidades más violentas se caracterizan por contar con mayor participación masculina (Gráfica 2.3.2).
El análisis de la relación entre la violencia homicida y los indicadores de pobreza, medida por necesidades básicas insatisfechas (NBI), no muestra, al nivel de las localidades capitalinas, ningún patrón definido. Ni las localidades más violentas se destacan por sus altos, o bajos , niveles de pobreza, ni las localidades más pobres -o las menos pobres- muestran ser peculiares en materia de violencia. Lo anterior puede decirse tanto para la incidencia de la pobreza estimada para el año de 1998 (Gráfica 2.3.3), como para la evolución de ese indicador a lo largo de los 90
Con dos indicadores disponibles de las deficiencias en el sistema educativo, el analfabetismo y el índice de deserción escolar, las tasas de homicidio muestran una asociación positiva y una correlación cercana al 70% (Gráfica 2.3.4). Acerca de esta relación pueden hacerse dos comentarios. El primero es que, para Bogotá, la intensidad de tal asociación depende en buena medida de lo que ocurre en la localidad de Santa Fe en donde confluyen alto analfabetismo, alta deserción escolar y altos índices de violencia. Si se excluye de la muestra esta localidad la relación entre deficiencias en educación y tasa de homicidios se reduce sustancialmente (al 20%). El segundo punto es que para el segundo indicador, la deserción escolar, se puede considerar la posibilidad de una causalidad en ambas vías.
Por otro lado, se debe anotar que otros elementos del sistema educativo, y en particular aquellos sobre los cuales se puede tener alguna incidencia a través de las políticas públicas, no muestran la relación esperada con los niveles de violencia. En efecto, ni el número de establecimientos de enseñanza pública, ni la relación entre docentes y alumnos en la secundaria parecen tener algún tipo de efecto sobre los índices de violencia (Gráfica 2.3.4). Para el primero de estos indicadores se percibe, por el contrario, una leve relación positiva que podría simplemente estar captando el efecto de una mayor proporción de jóvenes dentro de la población.
Algo similar puede decirse acerca de la aparente asociación positiva entre la tasa de homicidios y el número de parques por habitante en una localidad, relación que de cierta manera desvirtúa la noción según la cual la violencia surge como resultado de la carencia de sitios de esparcimiento para la juventud (Gráfica 2.3.5).
Otra idea recurrente en la literatura sobre violencia en los Estados Unidos tiene que ver con las deficiencias en el llamado capital social que con frecuencia se trata de medir con el número de asociaciones cívicas en una comunidad. Los datos disponibles para Bogotá muestran que la capacidad de asociación de una localidad, medida por el número de asociaciones culturales y comunitarias, no está negativamente relacionada con sus niveles de violencia. Por el contrario se observa una leve correlación positiva (Gráfica 2.3.5).

2.4 – VIOLENCIA Y PRESENCIA DEL ESTADO
Una de las variantes de la noción de las causas objetivas de la violencia postula que la mayor o menor presencia estatal en una comunidad está relacionada con los índices de violencia. Luego de varios años de políticas públicas de alguna manera inspiradas en este diagnóstico que favorece la canalización de recursos públicos hacia las zonas más problemáticas resulta difícil de corroborar con los datos la idea original según la cual el abandono estatal de traduce en una mayor incidencia de las conductas violentas. Para Colombia, los datos disponibles a nivel municipal muestran una relación perversa entre el gasto público y la violencia homicida [40]. En efecto, “la participación de los municipios en los ingresos corrientes de la nación” variable que mide la atención relativa que en términos fiscales reciben los municipios muestra ser un factor significativo en la explicación de las diferencias en las tasas de homicidio municipales, pero con un signo contrario al esperado. Si bien no parece razonable deducir de esta asociación una relación de causalidad tampoco parece razonable ignorarla como criterio para evaluar la efectividad de este tipo de acciones para reducir la violencia.
Para Bogotá, los datos por localidades también sugieren una asociación perversa entre los distintos indicadores de presencia estatal y los niveles de violencia. En primer lugar, las localidades violentas (Santa Fé, la Candelaria y en menor medida Los Mártires) se destacan por albergar un mayor número de funcionarios públicos per cápita que el resto de la ciudad. En segundo término, el gasto público por habitante también, en términos de su asignación presupuestal, parece estar positivamente relacionado con los niveles de violencia homicida (Gráfica 2.4.1). Es interesante observar que la asignación del presupuesto por habitante en todas las categorías contempladas (salud, vías, vigilancia y seguridad, funcionamiento, desarrollo educativo y desarrollo recreativo) muestra una correlación positiva con los niveles de violencia. La asociación más estrecha (correlación cercana al 70%) se observa para el rubro de vías y la más débil, aunque también positiva, se da para el de vigilancia y seguridad (Gráfica 2.4.2).
Al dividir el gasto y la inversión públicos de la capital de acuerdo con las prioridades del año 1997 también se conserva el sentido de esta asociación perversa entre el gasto público y los niveles de violencia. Nuevamente, todas las prioridades del gasto público en la capital, incluyendo el relativo al programa de cultura ciudadana, muestran una asociación positiva con los niveles de violencia. La relación más estrecha se observa, extrañamente, con el gasto en medio ambiente (Gráfica 2.4.3).
Como ya se señaló, no es conveniente adjudicar a estas asociaciones un sentido de causalidad. Parte de la relación que se observa puede tener su origen precisamente en la tendencia a favorecer con recursos públicos adicionales las zonas más conflictivas de la ciudad. Sin embargo, no parece prudente ignorar el hecho que estas asociaciones positivas sugieren un limitado alcance de la inversión de recursos públicos como mecanismo preventivo de la violencia en la capital e incluso señalan la posible consolidación de un sistema perverso de incentivos para la asignación de tales recursos. 
Como última vía para contrastar la idea de una asociación entre la presencia Estatal y los niveles de violencia, se puede señalar la absoluta independencia que se observa entre la cobertura de los servicios públicos domiciliarios –acueducto, alcantarillado, energía y teléfonos- y los niveles de violencia homicida. En efecto, ni las localidades peor atendidas en materia de servicios públicos, como pueden ser Usme, Ciudad Bolívar, San Cristóbal o Tunjuelito, se destacan por unos niveles de violencia excepcionales ni, en el otro extremo, las localidades más violentas se distinguen en términos de cobertura de servicios (gráfica 2.4.4). 

2.5 – VIOLENCIA, VIGILANCIA Y CASTIGO
Uno de los elementos característicos de la teoría económica del crimen es la llamada hipótesis de la disuasión, o sea la consideración del efecto que tienen las sanciones policivas o penales sobre la incidencia de conductas criminales. En teoría, esta relación es una consecuencia directa del supuesto de racionalidad de los delincuentes para quienes la persecución y la sanción constituyen una especie de costo, un precio, de sus actividades ilegales. Al incrementarse, este precio actuaría como un incentivo tendiente a disminuir la incidencia de tales conductas.
Son varios los obstáculos que existen para poder contrastar empíricamente esta hipótesis. El primero tiene que ver con la dificultad para medir adecuadamente la sanción esperada que es el argumento que, en principio, afecta la decisión individual de delinquir. El segundo obstáculo tiene que ver con un fenómeno equivalente al ya señalado para el gasto público y se deriva del hecho que, normalmente, ciertas zonas con mayor incidencia de conductas violentas reciben mayor atención en términos de la asignación de recursos de seguridad y justicia. A nivel agregado esta tendencia puede traducirse en una asociación positiva entre la presencia de organismos de seguridad y los niveles de violencia.
Para las localidades bogotanas la información disponible muestra una asociación negativa entre dos indicadores de presencia de la policía y la tasa de homicidios. En efecto, tanto con respecto al número total de Centros de Atención Inmediata (CAIs) como al pie de fuerza (número de agentes) en cada localidad se puede apreciar una relación negativa que es más o menos estrecha cuando se excluye de la muestra la localidad de Santa Fe, la más violenta [41] (Gráfica 2.5.1).
Lo que resulta difícil de conciliar con la observación anterior es que al dejar de considerar la presencia de policía en términos absolutos para introducir algún tipo de indicador unitario –por habitante, o por manzana para el pie de fuerza- la asociación negativa señalada se hace más débil y cambia de signo (Gráfica 2.5.2). Aparece entonces una relación perversa entre presencia de policía y niveles de violencia que, como ya se señaló, podría tener su origen en el hecho que la violencia puede servir de criterio de asignación local de los recursos de policía.  
Un posible indicador de la ausencia de castigo en una localidad, que se discutirá más adelante, lo constituye la proporción de homicidios sobre los cuales las autoridades –fiscalía y medicina legal- no pudieron recoger información suficiente para emitir una opinión sobre el móvil del incidente. Es interesante observar que esta aproximación, precaria, a la impunidad reinante en las distintas localidades de la capital, muestra una asociación bastante estrecha (correlación del 80%) con los niveles de violencia (Gráfica 2.5.3). 

3 – LOS MOVILES DE LA VIOLENCIA – ANALISIS POR LOCALIDADES
3.1 – VIOLENCIA IMPULSIVA E INSTRUMENTAL
Otra vía para ampliar la comprensión de la violencia en la capital es a través del análisis de algunas de las características de los homicidios recogidas en los protocolos de Medicina Legal. La primera, y tal vez la más importante de estas características es la opinión, expresada normalmente por los fiscales o los médicos legistas, sobre los móviles del homicidio. Para estos móviles, Medicina Legal cuenta con las siguientes categorías:
Ajuste cuentas
Atraco
Discusión o riña
Enfrentamiento Armado
Intervención legal
Intolerancia Social
Maltrato Conyugal
Maltrato Infantil
Maltrato Intrafamiliar
Sin Información

Con el fin de aportar elementos para el debate sobre la naturaleza de la violencia en la capital  vale la pena iniciar el análisis con las dos grandes categorías que dividen la opinión de los observadores en términos de su importancia relativa. La violencia instrumental [42],  por un lado, definida como aquella para la cual se puede pensar que el homicida actuaba con un propósito y perseguía determinados fines y, por otro lado, la violencia impulsiva [43], rutinaria o cotidiana, generalmente asociada con los problemas de convivencia o el consumo de alcohol. Estarían además todos aquellos casos, numerosos, en los cuales las autoridades no cuentan con ningún tipo de información sobre los móviles del homicidio [44].
Son tres los aspectos que vale la pena destacar del análisis de los dos grandes tipos de violencia. El primero es que, para aquellos casos en los cuales se tiene alguna información sobre los móviles, es más importante, en todas las localidades, la violencia instrumental que la violencia impulsiva. El número de homicidios instrumentales es, en promedio para la ciudad, 2.5 veces superior al de casos que se pueden considerar impulsivos; en ninguna de las localidades es más pertinente la incidencia de los segundos (en todos los casos la relación es superior a 1.8) y en algunos casos, como Tunjuelito, alcanza a haber 4.4 homicidios instrumentales por cada caso impulsivo.  El segundo elemento que se puede señalar es que los dos tipos de violencia están positiva y estrechamente asociados: la correlación entre uno y otro indicador, por localidades, es del 94%. Son justamente las localidades más violentas aquellas en dónde se presenta una alta incidencia tanto de homicidios instrumentales como de casos impulsivos (Gráfica 3.1).
Un punto que se debe tener en cuenta con respecto a esta asociación entre la violencia instrumental y la impulsiva, es que se torna más estrecha a medida que aumentan sus niveles. En efecto, si se excluyen de la muestra las tres localidades para las cuales ambos tipos de violencia son superiores al promedio, la correlación entre los indicadores de uno y otro tipo de violencia se reduce considerablemente (al 62%). Esta observación se puede interpretar de dos maneras. La primera es que sólo en los niveles altos, por encima de 60 hpcmh, una de las violencias “jalona” a la otra. Esta interpretación excluiría la posibilidad, en las localidades violentas, de mecanismos no oficiales de imposición de orden social. La segunda explicación, que parece más razonable, es que, a partir de ciertos niveles de violencia, la alusión a los móviles como las discusiones o las riñas puede guardar menos relación con lo que realmente ocurre en los incidentes.
A favor de esta segunda interpretación se puede señalar el hecho que la violencia instrumental muestra una estrecha asociación positiva con lo que se podría denominar la violencia misteriosa, aquella para la cual no se tiene información sobre los móviles. Las localidades en dónde se presentan más homicidios instrumentales son justamente aquellas en dónde aparece un mayor número de casos sin información suficiente para emitir una opinión sobre los móviles. Lo interesante es que esta relación entre la violencia y el misterio no se da sólo en números absolutos, sino que persiste al considerar la proporción  de homicidios sin información sobre el móvil (Gráfica 3.2). Un aspecto interesante de esta violencia misteriosa es que entre dos años consecutivos muestra una persistencia aún mayor que la de la violencia global: las localidades en donde se presentó un alto número de homicidios misteriosos en un año determinado son precisamente las localidades que, al año siguiente, muestran un alto número de casos de la misma naturaleza [45]. Además, a pesar de la reducción en el número de homicidios totales entre 1997 y 1999, la proporción de los casos para los cuales no se obtuvo información sobre móviles permaneció constante alrededor del 60%.
Parece razonable argumentar que la proporción de homicidios para los cuales no existe información sobre los móviles puede utilizarse como una aproximación al desempeño de la justicia penal en aclarar las muertes violentas ocurridas en una localidad. En efecto, se sabe que en el país en un alto porcentaje de los casos de homicidio en los que se logra condenar al agresor, dicho agresor venía identificado desde el momento de la denuncia, o sea casi desde la ocurrencia del incidente. Si bien el hecho de que en la necropsia  se consignen ciertos datos que permitan tener una idea sobre los móviles del homicidio no garantiza el éxito de la respectiva investigación judicial, el caso opuesto, cuando ni siquiera se sugieren posibles circunstancias de la muerte por parte de los fiscales inicialmente encargados del caso, o de los médicos legistas, si puede tomarse como una anticipación de pocas posibilidades de éxito en la tarea judicial posterior. El hecho que esta proporción de muertes misteriosas muestre también cierta persistencia en el tiempo, permite suponer que este indicador burdo de la impunidad entra a formar parte de las características de la localidad en donde ocurrió el homicidio. Para aquellos lugares en dónde es alta la proporción de homicidios misteriosos que, además, se mantiene en el tiempo, no parece descabellado hablar de zonas de impunidad. En este sentido, se puede pensar que existe una relación positiva entre el número de muertes violentas en una localidad y la proporción de casos para los cuales no se tiene ningún tipo de información sobre los móviles. Los datos por localidades tienden a soportar este planteamiento tanto para el año de 1999 como para el promedio del período 1997-1999: es justamente en aquellas localidades en dónde se da una mayor proporción de homicidios para los cuales no existe información sobre las circunstancias, y que razonablemente se puede suponer quedarán impunes,  en dónde se observan los mayores niveles de muertes violentas (Gráfica 3.3).
Dada la importancia que tiene dentro del debate sobre la violencia en Colombia esta categorización de la violencia de acuerdo con los móviles vale la pena analizar de manera mas detallada los dos tipos de violencia, la instrumental y la impulsiva.

3.2 – VIOLENCIA IMPULSIVA: RIÑAS Y MALTRATO
Para la violencia impulsiva, un nivel de desagregación que parece pertinente, tanto a nivel de diagnóstico como de medidas  de prevención y control, es el que tiene que ver con el escenario de la violencia: si esta se da al interior del hogar, entre personas de una misma familia, o si ocurre entre extraños por fuera del hogar. El primer caso se puede denominar la violencia por maltrato  [46] y el segundo la violencia por riñas
Un primer punto que vale la pena destacar es la escasa asociación que, en los diferentes períodos para los cuales se cuenta con esta información para Bogotá, existe entre una y otra categoría de la violencia impulsiva (Gráfica 3.4).
En principio, se podría pensar que ambas manifestaciones de la violencia impulsiva tiene un origen común: los individuos intolerantes que,  generalmente bajo el estímulo del alcohol, agreden a sus familiares o, en la calle, se involucran en discusiones y riñas que terminan fatalmente. Esta es la noción que explícitamente se adopta en las teorías que destacan la importancia de la violencia impulsiva, y tal es la visión implícita en el diagnóstico predominante por varios años sobre la violencia en Bogotá, y en general en todo  el país. Como ya se señaló, algunos analistas plantean, a nivel conceptual, la existencia de una relación, estrecha y causal, entre la violencia doméstica y la violencia por fuera del hogar [47]. Fuera de los Estados Unidos, los trabajos empíricos que permitan corroborar esta asociación aún son insuficientes. En uno de los pocos estudios disponibles para otras sociedades [48], luego de comparar noventa culturas diferentes alrededor del mundo, se sugiere que, en efecto, en las sociedades pacificadas, en dónde los hombres son poco violentos en la calle, es menos probable la violencia en el hogar.
La información disponible para Bogotá, a nivel de localidades, no sirve para darle apoyo la idea de una asociación sólida entre las dos manifestaciones de la violencia impulsiva. Para esta aparente inconsistencia entre una noción generalizada de la intolerancia y lo que muestran los datos para Bogotá pueden sugerirse varias explicaciones. La primera es que hace falta refinar un poco la teoría, y avanzar en los trabajos empíricos sobre los agresores para comprender mejor cuales son los canales a través de los cuales se podría dar esta asociación y cual sería el sentido de la causalidad [49].  La segunda es que la teoría, tal como está planteada, serviría para predecir una asociación entre uno y otro tipo de violencia únicamente cuando los niveles de incidencia son bajos. La evidencia etnográfica que se acaba de mencionar apunta en esa dirección: en los lugares no violentos en la calle, también se presentan bajos niveles de violencia doméstica. Sobre los lugares con altos niveles de violencia en la calle puede o no darse alta incidencia de maltrato en el hogar.
En últimas, detrás de la idea misma de violencia impulsiva hay un cierto carácter de no previsibilidad. En ese sentido, la información disponible sobre homicidios por maltrato en el hogar muestran, en forma contraria a la violencia global, o a la violencia sin información, muy escasa persistencia en el tiempo. El número de homicidios por maltrato en una localidad y en un determinado año es un mal predictor de los que ocurrirán, dentro de esa misma categoría y en esa localidad, el año siguiente. La correlación entre los valores de dos períodos consecutivos no sólo es bastante baja, sino que su signo cambia en el tiempo (Gráfica 3.5). Por otro lado, y como cabría esperar, la violencia impulsiva en el hogar está bastante dispersa por toda la ciudad y no concentrada en unas pocas localidades. En todas estas dimensiones, las manifestaciones extremas de maltrato en el hogar si parecen enmarcarse dentro de la idea general de una violencia difusa e impulsiva. Pero parecen ser las únicas.
La última explicación que se puede dar para la escasa asociación entre los dos tipos de violencia impulsiva tiene que ver con la confiabilidad de los reportes de homicidios cuyo móvil fueron las discusiones o las riñas. No parece arriesgado pensar que algunas muertes violentas, por ejemplo las asociadas con participación de la víctima en actividades ilegales, o con ajustes de cuentas o venganzas, sean reportadas por las autoridades como resultantes de una riña callejera [50]. Es una categoría poco problemática.
El primer síntoma en este sentido tiene que ver, de nuevo, con la alta concentración geográfica de las muertes por riñas, cuya incidencia es importante justamente en aquellos lugares con mayores niveles de violencia instrumental. La correlación entre la tasa de homicidios por riñas y la de la violencia instrumental es no sólo importante sino relativamente constante entre períodos (Gráfica 3.6). No hay, en principio, argumentos razonables para explicar esta asociación. ¿Por qué, vale la pena preguntar, la gente se involucraría en discusiones y riñas precisamente en las localidades más peligrosas, en dónde son frecuentes los incidentes de violencia instrumental, como los atracos y los ajustes de cuentas? Para aceptar este tipo de explicación, sería necesario hacer supuestos heroicos sobre la racionalidad de los bogotanos: como postular que son impermeables a la información sobre la peligrosidad de ciertos sitios, que es persistente en el tiempo, o bien que, a sabiendas del peligro, acuden a ellos sin ventajas aparentes diferentes a un alto riesgo contra sus vidas.
Un elemento que muestra la precariedad de la información sobre homicidios por riñas, y más específicamente el hecho que allí bien pueden estar todos los casos de riñas, pero que también pueden haber contaminación por casos con otras causales, es el de la cifra de denuncias por riñas, que reporta la Policía Nacional para Bogotá en el año de 1999, y que guarda muy poca relación con la tasa de muertes violentas cuyo móvil reportado fueron las discusiones o rencillas. En efecto, las dos localidades para las cuales la Policía reporta una mayor tasa de denuncias por riñas en el año 99 son Chapinero y la Candelaria que corresponden bastante bien a zonas con vocación de rumba, en las cuales se concentra un alto número de sitios de diversión y expendio de alcohol. Tales zonas, sin embargo, no corresponden a las localidades más violentas, como Santa Fe o los Mártires en dónde, por el contrario, se presenta un número de denuncias por riñas muy similar al promedio para la capital. Así, la primera parte del planteamiento predominante sobre la violencia parece corroborarse con la información de la Policía: en las zonas con presencia importante de sitios de rumba y venta de licor parece haber mayores incidencia de riñas. La parte que no concuerda con la información es que sean estas las zonas en dónde se presenta un mayor número de muertes violentas. Estas localidades con un alto número de denuncias por riñas no se destacan por un alto número de muertes violentas, ni siquiera de aquellas en las cuales se reporta la riña como causal del homicidio (Gráfica 3.7).

3.3 – VIOLENCIA INSTRUMENTAL: ATRACOS Y AJUSTES DE CUENTAS
Un aspecto que sobresale de la información sobre los dos principales tipos de violencia instrumental, los atracos y los ajustes de cuentas, es, de nuevo, el de su alta concentración geográfica al interior de la capital. Como refuerzo adicional a esta noción, terca, de unas pocas localidades que se destacan por sus altos niveles de violencia, en cualquiera de sus manifestaciones, se tiene una altísima correlación por localidades (r=95% para el promedio 97-99), entre el número de homicidios resultantes de un atraco y el correspondiente a los llamados ajustes de cuentas (Gráfica 3.8).  Las localidades de Santa Fe y los Mártires vuelven a destacarse del resto de la capital mostrando niveles del orden de dos y cuatro veces superiores a lo observado en el resto de la ciudad.
Por otra parte, ambas manifestaciones de la violencia instrumental muestran una acentuada persistencia en el sentido que su concentración geográfica no se modifica sustancialmente de un año a otro. Esta perseverancia es más marcada para los llamados ajustes de cuentas que para los atracos. Es digno de mención, por ejemplo, el hecho que el número de homicidios por ajuste de cuentas en una localidad en el año 99 estuvo casi completamente determinado por lo ocurrido para tal dimensión de la violencia en esa misma localidad el año inmediatamente anterior (Gráfica 3.9).
A nivel agregado para la ciudad, la evolución de la violencia instrumental entre 1997 y 1999 no es uniforme para sus dos principales manifestaciones. En efecto, mientras en 1998 la tasa de homicidios por atraco disminuía, con relación al año anterior en un 25%, la correspondiente a los ajustes de cuentas se incrementaba en un 11%. Un año después, la mayor caída correspondía a los muertos por ajuste de cuentas (24%) mientras que la violencia originada en atracos también disminuía, esta vez en un 12% (Gráfica 3.10).
Al nivel más desagregado por localidades, no es fácil detectar un patrón definido para los cambios en la tasa de homicidios de tipo instrumental observados entre 1997 y 1999. Para los ajustes de cuentas, en muy pocas localidades se observan descensos en los dos períodos consecutivos (98/97 y 99/98). Algo similar se puede decir para los incrementos. Son una mayoría las localidades en las cuales el descenso entre el 99 y el 98 vino precedido por un aumento en el año anterior (Gráfica 3.11 Izquierda).
Para los atracos, por el contrario, es más alto el número de localidades en las cuales se dio un descenso de la  tasa en los dos períodos considerados (Gráfica 3.11 Derecha).

4 – ANALISIS POR SECTOR CENSAL
4.1 – CONCENTRACION GEOGRAFICA
El primer elemento que se puede destacar con relación a la violencia en Bogotá cuando se analiza a nivel de los cerca de 600 sectores censales en que está dividida la capital es, de nuevo, el de su elevada concentración geográfica. La primera alternativa para aproximarse a este fenómeno es mediante la construcción de la llamada curva de Lorenz herramienta que, aunque generalmente utilizada para ilustrar la distribución del ingreso entre la población, puede ser útil para analizar sobre qué proporción de la población recae que proporción de los homicidios. 
Lo que se observa es que en 1997, en los sectores censales más violentos, donde habitaba el 20% de la población bogotana, ocurrieron cerca del 42% del total de las muertes violentas. En el otro extremo, los sectores censales menos violentos, también con una quinta parte de la población, daban cuenta de cerca del 5% de los homicidios. Así, el coeficiente de Gini, indicador tradicionalmente utilizado para medir el grado de concentración, de las muertes violentas en la capital era de 0.37.  Para ese mismo año, las cifras respectivas para el total del país eran: 25% de los homicidios en los municipios más violentos, con el 20% de la población, y cerca de 8% de las muertes en los municipios menos violentos, también con un quinto de la población. Para la totalidad del país el cálculo del coeficiente de Gini de la concentración de la violencia arrojaba una cifra de 0.16. Así, la concentración geográfica de la violencia en la capital del país aparece bastante mayor que la del país en su conjunto (Gráfica 4.1.1).
El segundo elemento que se puede señalar sobre la distribución espacial de la violencia en la capital es que, contrariamente a lo que ha venido sucediendo en el país a todo lo largo de los 90, la concentración aumentó en el año 98. Para dicho período, en la mitad más pacífica de la ciudad ocurrieron tan sólo el 20% de los homicidios. Aunque para el último año se observa una mayor dispersión que en el 98, la centralización siguió siendo superior que en el 97 (Gráfica 4.1.2). Una agrupación tan alta de la violencia no se observó a nivel nacional ni siquiera a principios de la década de los noventa cuando las tres principales ciudades daban cuenta de cerca del 40% de las muertes violentas. En ese año, el coeficiente de Gini para el país fue de 0.25 mientras que la cifra respectiva para Bogotá en el 98 fue de 0.48. 
Cuando se analiza la aglutinación de las muertes violentas en unos pocos lugares para los distintos tipos de violencia, impulsiva o instrumental, se obtienen resultados sorprendentes. En principio, cabría esperar que la primera, la violencia cotidiana y rutinaria, estuviera más dispersa entre los distintos sectores de la capital que la instrumental, la que resulta de los atracos o ajustes de cuentas, y que se puede pensar se limita a unos cuantos focos con altos índices de delincuencia o presencia de organizaciones armadas. Extrañamente, lo que se observa es lo contrario: el coeficiente de Gini que se puede calcular para las muertes supuestamente atribuibles a los problemas de convivencia, al maltrato y a las riñas es de 0.43, contra 0.36 para aquellos casos asociados con un uso instrumental de la fuerza. Por otro lado, y de manera también sorprendente, es mayor la concentración geográfica de la violencia misteriosa, aquella para la cual no se cuenta con información sobre los móviles del homicidio que la de la violencia instrumental (Gráfica 4.1.3).
Aunque el coeficiente de Gini para la violencia sin información es muy similar al de la violencia impulsiva, las características de  la concentración en cada uno de estos casos son diferentes. Mientras que para la violencia rutinaria la aglutinación se explica sobretodo por unos bajos niveles de violencia en los sectores más pacíficos, para la violencia misteriosa la mayor centralización se da en el otro extremo de la escala de violencia. Con las localidades ordenadas de acuerdo a su participación en cada tipo de violencia, en el primer caso, tan sólo el 10% de los homicidios ocurren en los lugares en donde habita el 40% de la población. Para la violencia misteriosa, por el contrario, cerca del 40% de estos casos ocurren en los lugares, más violentos, en dónde habita tan sólo el 10% de la población (Gráfica 4.1.3).
El fenómeno de concentración de la violencia por sectores censales en la capital es tan marcado que se alcanzan a encontrar sectores censales en los cuales el promedio de muertes violentas para el período 97-99 es del mismo orden de magnitud del número de habitantes. Aunque algunos de estos casos podrían explicarse por deficiencias en las cifras de población de ciertos sectores censales, otros factores ayudan a explicar la presencia de tasas de homicidio exorbitantes.  El primero tiene que ver con la existencia de zonas con muy pocos residentes, prácticamente abandonadas por los ciudadanos como lugar de habitación, en dónde se concentran diversas actividades ilegales, que generan un alto tráfico de no residentes y en donde se produce un importante número de muertes violentas. Tal sería el caso del sector censal correspondiente a la zona conocida como el Cartucho. En estas circunstancias la idea misma de una tasa de homicidios, definida como el número de muertes por cada 100 mil habitantes –en principio residentes- claramente pierde su sentido. La segunda razón para encontrar tasas de homicidio verdaderamente fuera de lo común está relacionada con la presencia de las cárceles capitalinas, la Modelo y la Picota, en dónde en los últimos años han ocurrido un número significativo de homicidios. En ambos casos se obtienen tasas del orden de mil homicidios por 100 mil habitantes o sea cerca de 25 veces el promedio para la ciudad durante el mismo período.
De cualquier manera, la distribución de la tasa de homicidios por sectores censales en Bogotá no es simétrica y, por otro lado, presenta un porcentaje muy importante, el 16%, de zonas con tasas superiores a 100 homicidios por cada cien mil habitantes, nivel normalmente asociado con situaciones de guerra (Gráfica 4.1.4). 

4.2 – PERSISTENCIA
Un aspecto llamativo de la violencia en la capital es el relacionado con la persistencia, de un año a otro, en el número de muertes violentas que ocurren en un determinado lugar. Este fenómeno, que se observa aún para una unidad espacial tan ficticia como los sectores censales, se da sobretodo cuando la cifra de muertes violentas es superior al promedio observado para la capital.
A partir del momento en que en un sector censal bogotano se cruza un determinado umbral en los niveles de violencia es altamente probable que, un año más tarde, ese mismo sector censal se distinga, nuevamente, por un número de homicidios superior al promedio para la ciudad. Este fenómeno se percibe por la correlación alta y positiva que se observa entre el número de homicidios ocurridos en dos años consecutivos y, sobretodo, por el hecho que esta asociación tiende a hacerse más estrecha al moverse hacia arriba en la escala de la violencia (Gráfica 4.2.1). La correlación entre el total de homicidios por sectores censales en el 97 y el 98 es de 0.71. Para los datos correspondientes al 98 y el 99 la cifra aumenta a 0.78.
Un punto que se debe destacar con relación a este fenómeno de persistencia de la violencia es que, cuando se desagregan las muertes violentas de acuerdo con el tipo de causal que llevó al homicidio, la mayor contribución a la continuidad  espacial de la violencia parece provenir de los homicidios misteriosos, aquellos para las cuales no se cuenta con información suficiente para emitir una opinión sobre causal. Por sectores censales, cuando se consideran tres grandes categorías de la violencia, la impulsiva, la instrumental y la misteriosa, es claro que la alta correlación entre las cifras de dos períodos consecutivos proviene ante todo de las muertes sin información sobre causales. Como cabría esperar, la violencia impulsiva presenta, en los años considerados, una menor persistencia que la instrumental. Tanto entre 1997 y 1998 como entre este último año y el 99 la correlación, por sectores censales, de las muertes atribuibles a los problemas de convivencia es inferior al 30%, mientras que la de la violencia instrumental es cerca de un 10% superior. A su vez, estas correlaciones son bastante inferiores a las que muestra la violencia sin información  que son del 72% entre el 97y el 98 y  del 83% entre el 98 y el 99 (Gráfica 4.2.2).

4.3 – CAMBIOS ENTRE 1997 Y 1999
Los desequilibrios espaciales de la violencia en Bogotá se mantienen al considerar no ya sus niveles sino sus variaciones de un año a otro. En efecto la caída promedio, cercana al 17%, en el número de homicidios entre 1997 y 1998 no se presenta como algo distribuido de manera uniforme entre las zonas de la capital. Hay una fracción importante de sectores censales (el 18%) en los cuales desaparecieron las muertes violentas (caídas del 100%) pero en un porcentaje no despreciable (13%) se observaron aumentos superiores al 100%. En cerca del 15% de los sectores la caída observada en el número de homicidios estuvo entre el 20% y el 40%, pero también en una fracción importante se observó un incremento entre 0% y 20%. (Gráfica 4.3.1 Superior).
Entre 1998 y 1999, la distribución de los cambios en la violencia por sectores censales  es aún menos uniforme. La menor caída promedio se explica en buena parte por una fracción creciente de sectores (cerca de uno de cada cuatro) en los cuales los incrementos fueron superiores al 100%.
Para Colombia, se ha señalado que la caída en las tasas de homicidio a lo largo de los 90 se dio dentro de lo que se puede denominar un escenario de convergencia: caídas altas en los lugares que inicialmente eran más violentos y caídas menores, o incluso aumento en aquellos lugares más pacíficos. En otros términos, se observa una relación negativa entre las variaciones y los niveles iniciales de violencia. Una tendencia de este tipo implica una cada vez menor concentración geográfica de la violencia.
Para Bogotá, no es posible percibir una propensión de este tipo. Como ya se señaló, entre el 97 y el 99 se habría dado una mayor concentración espacial de la violencia. Confirmando lo anterior, es imposible detectar una asociación sistemática entre las variaciones en el número de homicidios y sus niveles iniciales (Gráfica 4.3.2) que permita sugerir algún tipo de convergencia. 
Otro punto que se puede señalar con relación a las variaciones en el número de homicidios en los dos últimos años es el de su escasa continuidad en el sentido que, al comparar la relación entre los cambios ocurridos en dos períodos consecutivos, sobresale la existencia de un gran número de sectores censales para los cuales las variaciones se sucedieron cambiando de signo. Así, parecen mayoritarios los sectores en los cuales, tras una caída en el 98 se observa un incremento en el 99 o aquellos en los cuales esta situación se invierte: primero un aumento y al año siguiente una disminución (gráfica 4.3.3).

4.4 – MOVILES DE LA VIOLENCIA - SECTORES CENSALES
A pesar de las dificultades que, debido al escaso número de incidentes en ciertos sectores censales, implica la desagregación de los homicidios de acuerdo con las causales consignadas en las necropsias vale la pena un breve análisis en esas líneas. Para este ejercicio se agruparon los homicidios de los años 97, 98 y 99.
El primer punto que se debe destacar es el de la significativa fracción de homicidios sin información suficiente para que se consignara en la respectiva necropsia una opinión sobre las causales de la muerte violenta. Del total de homicidios ocurridos en la capital entre 1997 y 1999, en casi tres de cada cinco (57.5%), no se logró recabar información suficiente para establecer una posible causa de la muerte. Alrededor de este promedio se observan importantes diferencias por sectores censales. En un 20% de los sectores hay ignorancia sobre las causales en más del 70% de los casos y en uno de cada diez sectores la falta de conocimiento abarca la totalidad de los casos ocurridos. En el otro extremo, sólo en un 7% de los sectores censales se alcanza un porcentaje de homicidios sin información inferior al 10% (Gráfica 4.4.1).
Entre los casos para las cuales se puede tener una idea sobre las causales del homicidio, menos de uno de cada tres de los incidentes (28%) es atribuible a la violencia impulsiva o sea a cuestiones relacionadas con el maltrato o las riñas. En la mayoría de los casos (72%) sobre los cuales se dispone de pistas para asignar una causal se hace referencia a violencia instrumental. Alrededor de estos promedios globales para el período 97-99 se observan importantes diferencias espaciales. Parecería que la composición de la violencia en sus dos grandes categorías, impulsiva e instrumental, no está distribuida de manera uniforme por la ciudad. De cualquier manera, se destaca siempre la mayor importancia de la violencia instrumental que la de la impulsiva. Mientras para el 40% de los sectores censales se observa que la participación de los casos de convivencia es inferior al 10%, sólo en 20% de los sectores se da una participación tan baja de la violencia impulsiva. En el otro extremo, cuando en cerca del 30% de los sectores censales la totalidad de los casos para los cuales se dispone de información es asimilable a la violencia instrumental, en tan solo 5% de los sectores se da un predominio total de la violencia impulsiva. En general, fuera de la fracción de los sectores (uno de cada cinco) en los cuales la violencia instrumental parece no existir (pues representa menos del 10% de los casos con información) lo más probable es que la violencia instrumental presente una mayor participación que la impulsiva (Gráfica 4.4.2)
Un aspecto interesante acerca de esta descomposición de la violencia –en impulsiva, instrumental y sin información- es que las respectivas participaciones no parecen ser independientes de la escala de violencia. En primer lugar, parecería que la desinformación está directamente asociada con el número de muertes que ocurren en un sector censal. Así, mientras los niveles bajos en el total de homicidios (por ejemplo inferiores a 10 casos en 3 años) están asociados con casi cualquier proporción de casos sin información, a medida que se sube en la escala del número de muertes la fracción de casos sin aclarar parece converger progresivamente hacia la unidad (Gráfica 4.4.3. Esta tendencia se aprecia cuando, al moverse hacia la derecha en la escala del total de muertes el área bajo la diagonal se confunde progresivamente con la diagonal).
En segundo lugar parece que, al aumentar la violencia, en los pocos casos en los cuales se logra recabar información suficiente para emitir una opinión sobre la causal del homicidio, esa calificación tiende progresivamente hacia las causas instrumentales. Por encima de cierto rango de la violencia (10 homicidios en 3 años) la cifra de casos con causal conocida tiende a equipararse con la de casos de violencia instrumental (Gráfica 4.4.4 Izquierda). Por el contrario, los casos de violencia impulsiva parecerían estar acotados por arriba y ser relevantes únicamente en los niveles bajos de muertes violentas (Gráfica 4.4.4 Derecha).

4.5 – VIOLENCIA Y CONDICIONES SOCIALES
Un elemento que sorprende al analizar la relación entre la violencia –medida por el total de muertes ocurridas entre 1997 y 1999- y la situación demográfica de la capital tiene que ver con la baja asociación que se observa entre estas dos magnitudes. Sin llegar a hablar del eventual impacto del grado de urbanización sobre la violencia sino a un nivel aún más básico de considerar la violencia como un fenómeno cuya medición se hace corrientemente en términos per-cápita, es realmente digna de destacar la baja relación que, en la capital, se da entre el número absoluto de muertes violentas y la población en los distintos sectores censales (Gráfica 4.5.1).
Esta falta de una relación estrecha entre el número de muertes violentas y el de habitantes por sectores censales se puede señalar tanto para la violencia calificada instrumental como para la considerada instrumental en los reportes de los fiscales y los médicos legistas (Gráfica 4.5.2).
El hecho que en un número no despreciable de sectores censales habitados por menos de diez mil ciudadanos se presente un número comparable de homicidios al observado en zonas de la ciudad con cincuenta mil habitantes; o que de manera más específica sectores con cinco o diez mil habitantes sufran un número de homicidios calificados impulsivos similar al que se reporta en sectores cinco o diez veces más poblados no debe pasarse por alto pues refleja, de nuevo, la precariedad del diagnóstico que hace énfasis en la importancia de la violencia impulsiva, rutinaria y corriente entre los ciudadanos que, casi por definición, debería afectar a una proporción relativamente constante de la población. 
Otro elemento que se puede señalar es la falta de una asociación estrecha entre las muertes violentas y el crecimiento de la población en los sectores censales que sirva de apoyo a la idea de una violencia inducida por la presión demográfica. De aceptar la existencia de tal relación, que es muy débil, los datos disponibles para Bogotá tienden a sugerir para la misma un signo negativo: los sectores más violentos son precisamente aquellos en donde la población ha permanecido estable mientras que, por el contrario, los sectores con mayor crecimiento demográfico muestran un número de homicidios inferior al promedio de la ciudad (Gráfica 4.5.3).
La falta de esta relación entre la violencia y la presión demográfica se mantiene al considerar de manera separada la violencia instrumental y la impulsiva (Gráfica 4.5.4).
La falta de una relación sistemática entre la violencia y las variables disponibles de condiciones de vida persiste cuando se consideran las indicadores de pobreza. Nuevamente, la información disponible para los sectores censales de Bogotá parece negarle el apoyo a la noción tradicional de las causas objetivas de la violencia. En efecto, el grueso de los sectores con un número de homicidios superior al promedio se caracterizan por un bajo porcentaje de población con Necesidades Básicas Insatisafechas (NBI) mientras que aquellos sectores en los que la población es mayoritariamente pobre presentan niveles de violencia que no superan el promedio de la ciudad (Gráfica 4.5.5 Izquierda). Cuando se utiliza el índice de miseria para medir la pobreza, esta relación negativa, y contraria al diagnóstico más común, parece ser más clara (Gráfica 4.5.5 Derecha).

4.6 – OTROS FACTORES
En esta sección se presentan las asociaciones entre la violencia y otras variables disponibles por sector censal que hacen referencia, sobretodo, a la presencia de actividades ilegales en las distintas zonas de la capital [51].
A pesar de tratarse de una actividad que no es común en la mayoría de lugares capitalinos, la presencia de tráfico de armas alcanza a mostrar un efecto positivo sobre el número total de muertes violentas. Como cabría esperar, este efecto es más difuso para la violencia impulsiva que para la instrumental y aquella sin información (Gráfica 4.6.1) .
Otra actividad para la cual se alcanza a percibir un impacto positivo sobre los niveles de violencia es la presencia de bandas armadas que atentan contra la vida. Un punto interesante de este efecto es que es más claro para la violencia sin información que para la instrumental o la impusiva (Gráfica 4.6.2).
La información, subjetiva, disponible sobre influencia de los bares en las distintas zonas de la ciudad no ofrece mucho apoyo a la tradicional idea mediante la cual se asocian los expendios de licor con sitios de alta peligrosidad y violencia. En particular, cuando se desagregan los datos de homicidios de acuerdo con sus causales, se encuentra que la violencia impulsiva está menos asociada con la presencia de bares que la instrumental, o aquella sin información sobre los móviles (Gráfica 4.6.3).
Por último se puede señalar que, aunque débil, es posible percibir en los datos un efecto, negativo como cabría esperar, entre la presencia de policía en un sector censal y el número de muertes violentas. Tal vez el efecto más notorio, que sigue siendo tenue, se observa para los homicidios misteriosos (Gráfica 4.6.4)

4.7 – ANALISIS MULTIVARIADO
Vale la pena ahora emprender el análisis del efecto simultáneo que los diferentes factores que se acaban de enumerar tienen sobre la violencia en Bogotá. Teniendo en cuenta que para cada una de las tres grandes categorías consideradas de violencia –la impulsiva, la instrumental y la misteriosa o sin información- es razonable argumentar que los factores determinantes difieren es conveniente realizar un ejercicio de estimación específico para cada una. A continuación se presentan los principales resultados obtenidos [52]. Las ecuaciones estimadas aparecen en el Anexo 1.

4.7.1 – Violencia Impulsiva
Las variables que mejor ayudan a explicar las diferencias en los homicidios impulsivos, o de intolerancia, por sectores censales son, en su orden [53]:
-       la población total del sector censal, con un signo positivo, que simplemente refleja el hecho que, a pesar de la independencia señalada entre el número absoluto de muertes y la población, persiste algún tipo de efecto de escala. De cualquier manera, la estimación de la ecuación con tasas de homicidio en lugar de número absoluto de muertes conduce a resultados bastante más pobres en términos de explicación de las diferencias.
-       la presencia de bandas que atentan contra la vida, con un signo positivo
-       el índice de Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI) con un signo positivo que serviría de apoyo a la noción de unas “causas objetivas” de la violencia impulsiva.
-       la incidencia de atracos en la zona, con un signo positivo
-       la presencia de sitios de apuestas en la zona
En conjunto, estas variables explican el 33% de las variaciones en el número de muertes impulsivas.
Por otro lado, parece conveniente enumerar algunas de las variables consideradas en la estimación que mostraron no tener un efecto significativo sobre las diferencias entre sectores censales en las muertes violentas impulsivas. En primer lugar se confirma la observación hecha anteriormente sobre la independencia entre este tipo de violencia y la presencia de bares. Tampoco aparece un efecto significativo de la presencia de droga o prostitución. Para este tipo de ataques impulsivos la mayor o menor presencia de la policía parece no tener mayor fecto, como  tampoco lo tiene la presencia de organizaciones guerrilleras. 

4.7.2 – Violencia instrumental
Los factores que en mayor medida contribuyen a explicar la violencia instrumental serían los siguientes, ordenados de mayor a menor contribución a la explicación [54]:
-       la población total del sector censal, lo cual refleja de nuevo un efecto escala
-       la presencia de bandas que atentan contra el patrimonio, con un sigo positivo
-       la presencia de bandas que atentan contra la vida, con signo positivo
-       la presencia de tráfico de armas, con el signo positivo esperado
-       la presencia de prostíbulos, también con un signo positivo
-       la presencia de policía, con un signo negativo. A diferencia de lo observado para la violencia impulsiva, sobre la cual el indicador de presencia policial no mostraba un efecto significativo, la violencia instrumental si aparece sensible a la mayor o menor presencia de la policía
En conjunto estas variables ayudan a explicar el 35% de las variaciones en el número de homicidios instrumentales.
Conviene señalar que el indicador de pobreza pierde su poder explicativo sobre este tipo de violencia.

4.7.3 – Violencia Sin Información
Para los numerosos casos en los cuales no fue posible emitir un concepto sobre los móviles del homicidio, las variables que mejor contribuyen a explicar las diferencias entre sectores censales serían [55]:
-       la presencia de tráfico de armas, con un signo positivo. El hecho que sea esta la variable más significativa de la ecuación, incluso por encima del término de escala dado por la población del sector censal sugiere que el misterio sobre la violencia es bastante más sistemático de lo que en primera instancia se podría considerar.
-       la presencia de bandas, también con un signo positivo
-       la población total
-       la presencia de prostíbulos
-       el indicador de necesidades básicas insatisfechas, con un signo positivo. La presencia de esta variable en la ecuación se puede interpretar de dos maneras. La primera sería que dentro de los homicidios sin información  existe una proporción de casos impulsivos sobre los cuales, como ya se vio, el indicador de pobreza presenta un efecto positivo. La segunda interpretación sería que en las zonas más pobres de la ciudad la recolección de las pruebas necesarias para establecer un móvil se hacen más difíciles.
-       la presencia de droga

En conjunto estas variables explican el 28% de las variaciones en los casos de violencia misteriosa.

5 –  CONCLUSIONES
Aunque se acepte el supuesto, conservador, que en los casos de homicidio para los cuales no se tiene información sobre los móviles la participación de la violencia impulsiva es similar a la que se observa en aquellos casos en los cuales sí se pudo emitir un concepto sobre causal de la muerte, aunque se acepte el supuesto, también conservador, que los casos reportados como riñas por los fiscales y los médicos legistas son efectivamente disputas triviales entre ciudadanos comunes y que bajo esta denominación no se esconden ajustes de cuentas, atracos o venganzas, la participación de la violencia impulsiva en la capital no sobrepasa el 30%. Así, al fenómeno de la intolerancia que, como diagnóstico e inspiración de las políticas, ha acaparado la atención en los últimos años no se le pueden atribuir más de uno de cada tres de los homicidios que ocurren en Bogotá. La violencia cotidiana, rutinaria y baladí de la capital en ningún caso sobrepasa la barrera de los quince homicidios por cien mil habitantes. Las medidas de control o prevención de la violencia que en el futuro se adopten no deberían seguir orientadas exclusivamente a aquellas manifestaciones que aparecen como las menos protuberantes.
La evolución de las muertes violentas en Bogotá a lo largo de los noventa también tiende a restarle importancia y pertinencia al diagnóstico basado en la intolerancia, o en la vaga noción de una cultura de la violencia. En el transcurso de diez años la tasa de homicidios bogotana se incrementó primero, se redujo sustancialmente después, y parecería haber llegado a un nuevo punto de inflexión. ¿Se debe pensar entonces que los asuntos de convivencia, las actitudes, las costumbres y la cultura también sufrieron cambios sustanciales y siguieron una evolución similar? Cualquier definición de cultura, incluso la adoptada por analistas de la violencia [56], lleva implícita no solamente la noción de largo plazo sino de cambios que, cuando se dan, son lentos y graduales. No parece razonable sugerir que una misma generación pueda sufrir más de un cambio cultural de importancia a lo largo de su vida, ni mucho menos dos transformaciones de sentido opuesto. Esto sin entrar a discutir las razones, que nunca se han ofrecido, por las cuales los bogotanos, y en general los colombianos, se habrían tornado más violentos.
En síntesis, es difícil de conciliar la idea de una violencia fundamentalmente impulsiva y determinada culturalmente con unas tasas de homicidio que, como en el caso de Bogotá, se circunscriben a unas pocas localidades y, en el término de un quinquenio, se duplicaron para luego reducirse casi a la mitad. ¿Cual puede ser la definición de cultura de la violencia compatible con tal heterogeneidad espacial o con un aumento y una reducción importantes en una sola década? ¿Se consolidó rápidamente, y en unos cuantos barrios de la ciudad, una cultura violenta para luego, también de manera acelerada, desvanecerse? Vale la pena recordar que lo que ha sido reconocido como un cambio importante en las actitudes hacia la violencia, la pacificación de las costumbres en Europa occidental descrita por Norbert Elías, fue un proceso de varios siglos y en una sola dirección, no de una década y en dos sentidos diferentes. Además, no se trató nunca de un proceso circunscrito a unos pocos lugares.
Para las muertes violentas sobre las cuales se dispone de alguna información en cuanto a los móviles, lo que predomina en los datos es la dimensión instrumental: se trata de atracos y de ajustes de cuentas. A este tipo de violencia, bajo supuestos en extremo conservadores, se le pueden adjudicar las dos terceras partes de los homicidios que ocurren en la ciudad. O sea una tasa del orden de los treinta homicidios por cien mil habitantes que, por sí sola y como promedio agregado para la capital, ya es preocupante. Si por otro lado, y como muestran los datos, estas muertes criminales están altamente concentradas al interior de la ciudad; esa concentración persiste en el tiempo y, además, los pocos lugares de la capital que dan cuenta de la mayor proporción de muertes violentas se pueden asociar con la presencia de organizaciones armadas, el diagnóstico de la violencia predominantemente impulsiva y difusa pierde aún más sentido. Como también lo pierde la justificación, la pertinencia, e incluso la legitimidad, de las medidas supuestamente preventivas de la violencia dirigidas a toda la población, a tratar de cambiar sus actitudes, o su cultura, o sus hábitos de esparcimiento. Claramente, a nivel de los agresores, el grueso de la violencia en la capital no es un problema de todos los bogotanos, ni siquiera de muchos de ellos. Las medidas orientadas a su control no pueden seguir pasando por alto esta realidad.
Los datos disponibles para la ciudad sugieren que, geográficamente, las dos grandes categorías de la violencia –la impulsiva y la instrumental- están no sólo asociadas entre sí sino, además, altamente correlacionadas con una tercera categoría, la violencia misteriosa, constituida por aquellos incidentes para los cuales las autoridades ni siquiera pueden emitir una opinión sobre las eventuales causales. Para esta asociación, que indica que los pocos lugares muy violentos lo son en todos los sentidos, se puede recurrir a dos explicaciones. La primera -una extensión de la teoría de la intolerancia- es que la violencia doméstica, primero, y las  riñas en los bares, después, conducen al crimen. Este tipo de razonamiento no sólo es rebuscado, algo ingenuo y poco intuitivo sino que desconoce de manera flagrante la realidad de un país agobiado por la más variada gama de actores armados sobre los cuales, que se sepa, la evidencia de un pasado de maltrato familiar, o de violencia impulsiva es prácticamente inexistente. E irrelevante, puesto que nivel de recomendaciones de acción pública la infancia y la adolescencia de los actores armados actuales es algo bizantino como preocupación. Ante una opinión internacional crecientemente preocupada con la exportación del conflicto, las mafias y los saberes criminales colombianos no parece prudente insistir en las explicaciones basadas en los padres agresores o en  un manejo deficiente de las celebraciones del fútbol en los bares.
La segunda explicación, que en los pocos lugares con alta incidencia de violencia criminal también es alto el nivel de riñas que resultan fatales, y de homicidios misteriosos, es más simple, lógica y convincente. Además ofrece algunas sugerencias básicas de acción pública. Como la de concentrar los esfuerzos -de vigilancia, de control de armas, de restricción de horarios, de investigación criminal, de inteligencia-  en las escasas zonas de alto riesgo. Los datos para la capital sugieren que el control, necesariamente policivo y penal, de las actividades criminales existentes es, además, una buena manera de prevenir homicidios impulsivos.
El último componente del diagnóstico tradicional sobre la violencia, el de sus causas objetivas, tampoco recibe un respaldo significativo de los datos. Las historias persistentes sobre los flujos de población migrante, y más recientemente de desplazados, como la fuente primaria de los problemas de violencia no se corroboran con la evidencia disponible. En este contexto, parecerían haberse confundido las nociones de necesidades, o derechos, no satisfechos, incluso la protesta social, con la de violencia. Y las probablemente crecientes responsabilidades públicas en aliviar y satisfacer esas necesidades con la labor, más específica, de controlar el crimen y las muertes violentas. La asociación entre las tasas de homicidio y cualquier indicador de las condiciones sociales es, en el mejor de los casos, imperceptible. Para los indicadores de presencia del Estado la asociación es incluso contraria a la esperada: las zonas mejor atendidas por el sector público son por lo general más violentas que las abandonadas. Esta relación perversa que se observa entre gasto público y violencia en la capital simplemente confirma lo que se ha encontrado a nivel nacional. Lamentablemente, va en contravía de lo que ha sido en el país el criterio más general de prevención: orientar recursos públicos hacia las zonas conflictivas.





[1] Definida como el número anual de homicidios por cada cien mil habitantes
[2] Durante este último período se alcanzó a observar un ligero incremento en el número total de homicidios
[3] Reis y Roth (1993). Understanding and Preventing Violence.
[4] El Tiempo, Septiembre 12 de 1993. Tomado de Segovia (1994).
[5] El Tiempo, Junio 15 de 1993. Tomado de Segovia (1994)
[6] El Tiempo, Febrero 12 de 2000
[7] Buvinnic y Morrison (1999) hablan de violencia emocional en lugar de impulsiva y también destacan el hecho que este tipo de violencia no encaja en el tradicional esquema de elección racional utilizado por los economistas.
[8] Spierenburg [1996] págs 70 y 71. Traducción propia.
[9]  Presidencia de la República (1993) "Seguridad para la gente - Segunda fase de la Estrategia Nacional contra la Violencia", Bogotá pag 15
[10]  Alcaldía Mayor de Bogotá (1997) "Seguridad y Convivencia - Dos años y tres meses de desarrollo de una política integral" Bogotá, pag 7
[11] Segovia  (1994)
[12] Esta es, por ejemplo, la sugerencia de Buvinic et al (1999). “La distinción entre los dos tipos de violencia es importante porque los modelos de comportamiento criminal violento representados por el ofensor racional, modelo muy favorecido por los economistas que estudian el crimen, no pueden explicar completamente la violencia emocional”. Pag 6. 
[13] “(En) la violencia emocional .. tienden a prevalecer las variables psicosociales y culturales por sobre las racionales”. Buvinic et al (1999) pág 6.
[14] “Dos expertos consultados… señalan que la agresividad de los colombianos tiene sus raíces en la desigualdad social, la falta de educación y la inconformidad en sus relaciones afectivas o laborales”. Segovia (1994) pág 52
[15] “Los Aztecas era un pueblo eminentemente guerrero .. El pueblo Inca también era igualmente un pueblo muy belicoso que … impuso su cultura a los pueblos vecinos … Los conquistadores llegados después a las indias para encontrar riqueza y honor representaban perfectamente el aventurero español, hábil, amante del riesgo, malicioso, cruel y sobretodo valiente e individualista. Su desprecio por la vida era total” Rico (1978) pág 176. Traducción propia
[16] Citado por Daly y Wilson (1988)
[17] Citado por Daly y Wilson (1988)
[18] Lane, Roger (1979). Violent Death in the City: Suicide, accident and murder in nineteenth century Philadelphia. Cambridge, Ma: Harvard University Press.
[19] Hammer, Carl (1978). Patterns of Homicide in a medieval university town: Forteenth century Oxford. Past and Present, 78, 1-23. Citado por Daly y Wilson (1988)
[20] Ver Rubio, Mauricio (1998) “CONTENIDO DE LAS SENTENCIAS PENALES - Análisis de una muestra de sentencias en cuatro ciudades colombianas (1995-1996)”. Informe Final de Investigación. Bogotá CEDE- CIJUS
[21] Ver una discusión de estas discrepancias en Rubio (1999).
[22] Vale la pena recordar que el porcentaje de homicidios que se juzgan en Colombia no sólo es una pequeña fracción de los que realmente ocurren sino que además, su tipología no es comparable a la del universo de muertes violentas.
[23] El Tiempo Septiembre 12 de 1993. Tomado de Segovia (1994)
[24] Ver por ejemplo Siegel (1998) o García-Pablos, Antonio (1999). Tratado de Criminología. Valencia: Tirant lo Blanch
[25] Ver al respecto Rubio (1999)
[26] Aunque muchas veces el criminal y el mafioso se funden en un mismo individuo real, que se auto protege  -eso es lo que ha llevado a tal confusión en la caracterización del mafioso- el principal aporte de la literatura reciente ha sido justamente la sugerencia de separar estas dos funciones. Así, por ejemplo,  se explica la gran facilidad con que los mafiosos cambian de actividad criminal, observación que iría en contra de la noción de las ventajas de la especialización. Aquí la especialidad es la protección privada, que se puede aplicar a distintas actividades, criminales e incluoso legales. El último punto es que un servicio que inexorablemente termina prestando el mafioso es el de la protección contra sus propios ataques, como el secuestro o la extorsión.
[27] Por lo general se postula que los capitalistas juegan un papel determinante en la definición de la política criminal. Se da un nuevo tipo de acción relevante, la del rebelde contra el Estado y ante este ataque, la respuesta del Estado es la represión.. Es razonable suponer que este tipo de explicaciones tienen su origen en lo que podría denominarse la sociología del castigo y en particular en la obra de Michel Foucault. Ver por ejemplo Vigilar y Castigar.
[28] La ilegalidad no impide que ciertos sectores acudan al paramilitar, justamente por su mayor efectividad. La acción de estos grupos se puede extender a la delincuencia común. En Colombia, este tipo de acciones de grupos paramilitares contra pequeños delincuentes, mendigos e incluso prostitutas u homosexuales reciben el nombre de “limpieza social”.
[29] Duque y Klevens (2000) página 188.
[30] Buvinic y Morrison (1999) pág 2.
[31] Buvinic et al (1999) pág 6
[32] Guerrero (1997)
[33] Concha y Espinoza (1997)
[34] Alcaldía Mayor de Bogotá (1997). Seguridad y Violencia en Santa Fe de Bogotá, D.C. página 27.
[35] Por otro lado, se puede proponer que las personas de mayores ingresos invertirán más en la protección privada de sus bienes disminuyendo la probabilidad de ser víctimas de un ataque.
[36] Gaviria y Pajés (1999)
[37] Rubio (1999a).
[38] Ver por ejemplo Rubio  (1998). “Contenido de las Sentencias Penales- Análisis de una muestra de sentencias en cuatro ciudades colombianas (1995-1996)”. Bogotá: Cede- Cijus Mimeo
[39] El análisis que se hace más adelante, basado en los datos de Medicina Legal no permite, siendo estrictos, decir mucho acerca del estrato socioeconómico de la víctima.
[40] Sarmiento (1998), Página 41.
[41] Al excluir de la muestra la localidad de Santa Fe la correlación entre la tasa de homicidios y el número de CAIs es de –40%. Con el pie de fuerza es de –50%.
[42] En esta categoría se incluyeron los ajustes de cuentas, los atracos, el enfrentamiento armado y la intervención legal.
[43] En la cual se incluyeron las discusiones o riñas, y los diferentes tipos de maltrato familiar.
[44] En este grupo se incluyó la categoría “intolerancia social” que no suministra información suficiente para clasificar el homicidio como instrumental o impulsivo.
[45] La correlación entre las tasas de homicidio “sin información”, por localidades, entre 1997 y 1998 es del 95%. Para los años 98-99 la cifra es del 99%.
[46] Y que incluiría, de las categorías utilizads por Medicina Legal,  tanto el maltrato conyugal, como el maltrato infantil como el maltrato intrafamiliar .
[47] Ver por ejemplo Buvinic, Mayra y Andrew Morrison (1999). Notas Técnicas. Prevención de la Violencia. Washington o Buvinic, Mayra, Andrew Morrison y Michael Shifter (1999). La Violencia en América Latina y el Caribe. Un marco de referencia para la acción. Washington: BID. Serie de Informes Técnicos del Departamento de Desarrollo Sostenible.
[48] Levinson, D (1989) . Family violence in cross-cultural perspective. Newbury Park, CA: Sage citado por Klevens (1998)
[49] Un dato que también va en contra de estos planteamientos es el de la violencia conyugal en España, en la cual tienen bastante protagonismo los hombres en la tercera edad, que, en principio, no coinciden con quienes se involucran en las riñas y las discusiones callejeras.
[50] A la familia de un joven criminal muerto como resultado de sus actividades le puede convenir presentar el incidente como algo rutinario, resultado de la intolerancia. Sobretodo si el diagnóstico oficial plantea que es ese el tipo de violencia predominante.
[51] La metodología empleada para la construcción de estos indicadores consistió en (1) el establecimiento de una calificación, por barrios de la ciudad, sobre presencia de distintas actividades u organizaciones. Posteriormente se calculó un promedio simple de esta calificación para el indicador de actividad a nivel del sector censal. 
[52] La estimación se hizo bajo el supuesto que los tres tipos de violencia son independientes entre sí y, además, que la intensidad de las actividades ilegales es también exógena e independiente de los niveles de violencia. Aunque estos supuestos son relativamente fuertes no hay un número suficiente de variables instrumentales que permita mejorar los procedimientos de estimación.
[53] Ver Ecuación 1 en el Anexo
[54] Ver Ecuación 2 en el Anexo
[55] Ecuación 3 en el Anexo
[56] “El conjunto de normas, actitudes, valores y creencias transmitidos, aprendidos y compartidos por un grupo social que le da coherencia a la manera como sus miembros, o un subgrupo de ellos, actúan, interpretan y responden a las circunstancias” Duque y Klevens (2000) pág 190.