Violencia y género


Mauricio Rubio *


INTRODUCCION
La violencia en América Latina se ha convertido en uno de los problemas sociales más apremiantes. A pesar de que existen dificultades importantes de información, al nivel básico de la medición del fenómeno, uno de los principales obstáculos para su control sigue siendo la limitada comprensión sobre sus causas. La única expresión de la violencia para la cual se tiene una idea razonable sobre su incidencia, que permite compararla con la de otras sociedades, o con la que se observaba en el pasado, es la violencia homicida. Para las conductas criminales violentas diferentes del homicidio las fuentes de información son contradictorias y datos confiables sobre lo que realmente ocurre sólo existen para algunas grandes ciudades. Para las demás manifestaciones de la violencia, como la agresión entre ciudadanos o el maltrato familiar, la evidencia es aún más débil.

Así, la única manifestación de la violencia sobre la cual se tiene información confiable en términos de magnitud, es precisamente aquella para la cual las explicaciones son más precarias. La respuesta satisfactoria a la cuestión de por qué mueren de manera violenta tantas personas en América Latina sigue siendo esquiva. Los avances recientes en el diagnóstico han estado más orientados a desvirtuar ideas arraigadas que a proponer y contrastar nuevas teorías.

La categorización de los homicidas en una de tres casillas idealizadas  -el individuo marginado inducido a la violencia por la pobreza, el rebelde altruista que lucha por la justicia social o el ciudadano común que, irracional, emotivo, o bajo los efectos del alcohol, elimina a su oponente en una discusión trivial- han invadido el diagnóstico sobre la violencia. Desafortunadamente ninguna de estas tipificaciones permite explicar de manera satisfactoria una de las características reconocidas, en todos los países, y en todas las épocas sobre la violencia homicida: se trata de un asunto entre hombres, más específicamente entre hombres jóvenes, y aún más específicamente entre hombres jóvenes de escasos recursos que se matan entre sí.  La marcada diferencia por géneros es también una característica de la agresión en el hogar, de los actores violentos organizados y de la participación en la guerra.

En este trabajo se busca resumir los principales elementos de una teoría que, como complemento al conocimiento disponible, permite explicar el marcado sesgo entre géneros que aún persiste en la violencia. A diferencia de lo que viene ocurriendo en casi todos los ámbitos –educación, mercado laboral, política- en dónde la participación femenina tiende a equiparase con la masculina, las mujeres conservan un papel muy marginal como agresoras. Para esa persistencia es para la que se busca una explicación.

Fuera de esta introducción y unas breves conclusiones el trabajo está dividido en tres secciones. En la primera se resumen los principales aspectos de la teoría. En la segunda se discuten las repercusiones de la teoría propuesta en diferentes escenarios de la violencia. En la tercera sección se presentan dos ejercicios empíricos para contrastar la teoría propuesta.



1 – UNA TEORIA EVOLUTIVA DEL COMPORTAMIENTO
Son básicamente dos las características observadas de la violencia en América Latina  que no se explican bien con la teoría disponible. La primera es el hecho de seguir siendo un asunto casi exclusivo entre hombres jóvenes. La segunda es su aparente asociación con la desigualdad del ingreso y no con la pobreza general de la sociedad. La teoría que se resume a continuación contribuye a la comprensión de estas dos peculiaridades.

Son frecuentes, en las reacciones ante la violencia las alusiones a los instintos, a las conductas salvajes y a los comportamientos primitivos, irracionales, pasionales, e incluso animales. Las ciencias sociales han establecido una distinción tajante entre tal tipo de conductas instintivas o naturales, que se limitan a cuestiones básicas como dormir, comer, caminar o hablar, y los demás comportamientos, que se consideran racionales o culturales. Una distinción tan radical, que se centra en el viejo debate naturaleza versus crianza (nature vs nurture) optando por la posición extrema de que sólo es digno de análisis el comportamiento correspondiente a la dimensión racional o cultural está recibiendo cada vez más críticas por parte de la psicología, la biología y en general las disciplinas interesadas en la evolución.

1.1 – DEL DARWINISMO SOCIAL AL NEO-DARWINISMO [1]
En los últimos dos siglos se pueden distinguir dos períodos de influencia de Darwin sobre las ciencias sociales. La primera época, llamada del darwinismo social  va desde mediados del siglo XIX hasta la primera guerra mundial. La segunda iría desde los años setenta hasta la actualidad. Su denominación reciente se habría  transformado desde el término inicial de sociobiología hasta el nombre actual de psicología evolucionaria [2]. El primer darwinismo, también conocido como el spencerismo  fue muy popular en la segunda mitad del siglo XIX. Su promotor, Herbert Spencer fue tal vez uno de los pensadores sociales y políticos más influyentes y respetados de su época. Bajo esta visión, se postulaba la existencia de la selección no sólo individual sino de grupo y además se suponía que las características adquiridas se transmitían por herencia. El primer gran desafío al spencerismo vino de los desarrollos de la genética de Mendel, quien desacreditó la idea de que los rasgos aprendidos se podían heredar. El segundo ataque provino de la sociología, y en particular de Durkheim, quien planteó que el hecho social era un sistema autónomo que debía explicarse sólo con otros hechos sociales.

Por otro lado, la naciente antropología, la ciencia de la cultura, avanzó la idea de la cultura como algo exclusivamente humano, libre de las restricciones biológicas. Lo cultural se supuso que era el simple producto del aprendizaje  social, que venía de afuera a formar la mente humana, que era básicamente una tabula rasa. Posteriormente, obras muy difundidas y populares como la de Margaret Mead contribuyeron a consolidar la idea del determinismo cultural, que venía como contraposición al determinismo biológico. El debate naturaleza versus crianza se inclinó definitivamente a favor de la segunda. El marxismo, por su parte, reforzó esta tendencia. Durante la mayor parte del siglo XX las ciencias sociales se separaron por completo de la biología y la evolución. En la actualidad se considera que cualquier aporte de la biología para el estudio de la cultura es reduccionista y políticamente reaccionario. Se consolidó una verdadera biofobia  dentro de las ciencias sociales.

Por los años setenta la biología dio un paso importante al poder empezar a explicar la selección de grupo y avanzar en la comprensión del comportamiento social de las especies, incluyendo la especia humana. Se lanzó la idea de que la selección natural promueve no sólo la supervivencia y reproducción de los individuos sino de sus parientes cercanos, los que comparten su herencia genética. Con la publicación de la Sociobiología de Edmund Wilson en 1975 renació el interés por adicionar un elemento biológico a la explicación de los comportamientos humanos. Las ideas básicas de este nuevo esfuerzo son dos. Uno, que las condiciones biológicas y genéticas afectan la percepción y el aprendizaje de los comportamientos sociales. Dos, que el entorno y la experiencia determinan el comportamiento, pero en combinación con ciertas restricciones impuestas por lo que se puede denominar la naturaleza humana. La más importante de estas restricciones es la necesidad de supervivencia y de reproducción del código genético. En otros términos, se plantea que la biología, el entorno y el aprendizaje son factores mutuamente interdependientes y que no parece razonable excluir por completo ninguno de ellos en la explicación del comportamiento.

1.2 – ELEMENTOS DE  LA NATURALEZA HUMANA   [3]
El neo-darwinismo está, paradójicamente, fundamentado en la antropología, la ciencia de la cultura. Uno de los elementos de partida es la observación, sobre la cual hay cada vez mayor consenso, que, en todas las culturas, se observan ciertos patrones recurrentes en el comportamiento de las personas. Por ejemplo, que entre los individuos existe una preocupación permanente por el estatus social; que no sólo hay tendencia al chisme, sino que el chisme versa sobre asuntos similares; que los hombres difieren de las mujeres en ciertos rasgos básicos; que se observan sentimientos similares, como la culpa, la vergüenza, o el sentido de justicia. Entre más se estudian culturas diferentes, más se encuentran similitudes y aspectos comunes en la complicada red de relaciones que las caracteriza.

Así, una rama de la antropología actual busca explicar estos rasgos comunes como respuestas adaptativas, de una misma naturaleza humana, a entornos y circunstancias en extremo diversos y cambiantes. Si bien el comportamiento es producto de la cultura, los rasgos comunes a todas las culturas serían un producto de la naturaleza humana. Se plantea que tanto la naturaleza humana como la cultura son un resultado de la evolución. Por su parte, la psicología evolucionaria, aunque rechaza la idea central del conductismo, en el sentido que el ser humano depende exclusivamente de la dosificación previa de estímulos externos, tampoco va al otro extremo de plantear que el comportamiento humano es inmutable, impermeable al entorno, y totalmente determinado por los instintos, o los impulsos innatos. Tampoco pretende defender la idea de que todas las peculiaridades de los individuos se reducen a diferencias genéticas. Aunque se postula la noción de que los genes juegan un papel importante, el problema de las diferencias genéticas no es el que se considera relevante. Lo que se postula común a la especie humana, e importante para entender el comportamiento del individuo, es un conjunto de mecanismos, o programas de desarrollo interno que, orientados por los instintos naturales, toman información del entorno social y afectan la manera como va madurando el cerebro.

1.2.1 – SEXO Y COMPORTAMIENTO
Los instintos naturales básicos de los humanos son los de cualquier especie: la supervivencia y la reproducción. La capacidad de adaptación al medio, que incluye obviamente lo social y lo cultural, es lo que continuamente busca la selección natural. Entre los mecanismos adaptativos y de supervivencia, el más importante es la capacidad de reproducción. Ningún rasgo que contribuya a la buena salud, al buen metabolismo, a la resistencia a las enfermedades, al aprendizaje rápido, puede transmitirse si faltan adecuados mecanismos de transmisión genética. Cualquier rasgo genético ha podido heredarse, menos la esterilidad. Contrariu sensu, la capacidad reproductora es el rasgo genético que mayores posibilidades ha tenido de ser transmitido entre generaciones. Los seres humanos han heredado tendencias e instintos para sobrevivir, alimentarse, pensar, comunicarse etc.. Pero sobre todos estos, han heredado su capacidad para reproducirse. Aquellos ancestros que mejor se reproducían fueron los que lograron transmitir sus características a las generaciones siguientes. Cualquier rasgo que incrementara las posibilidades de una reproducción exitosa se transmitió a costa de cualquier otra característica.

Así, el primer gran postulado de la teoría de la selección natural es que el objetivo final, la función principal para la cual los seres humanos han sido diseñados –se han adaptado a la evolución-  es para la reproducción. Aún más, el objetivo primario que en mayor medida se ha podido transmitir, y que por lo tanto constituye la característica básica de la naturaleza humana, es el que trata de maximizar la herencia genética. En este punto vale la pena hacer algunas aclaraciones. Primero, que no se trata de una teoría de la motivación. Se trataría de un conjunto de condicionantes naturales a la formación de gustos, o a los mecanismos de toma de decisión. Las características individuales que vayan en contra de la reproducción exitosa no constituyen rasgos adaptativos y por ende tienden a desaparecer. Segundo, se trata de un conjunto de postulados positivos, no normativos. Decir que algo es natural no implica que sea algo deseable. Simplemente equivale a decir que es algo que, en circunstancias primitivas de entorno y cultura [4], contribuyó a la supervivencia y a la reproducción de la especia humana. Tercero, decir que algo es resultado de la selección natural, no equivale, ni mucho menos, a decir que sea inmodificable. Como casi cualquier manifestación de la naturaleza humana puede modificarse, por ejemplo cambiando el entorno cultural que condiciona el comportamiento.

1.2.2 – UN OBJETIVO, DISTINTAS ESTRATEGIAS
Para alcanzar el objetivo general de la reproducción, se pueden adoptar diferentes estrategias, entendidas como métodos para lograr ciertos fines, como medios para resolver problemas específicos. Puede parecer extraño afirmar que para la búsqueda de pareja, o para el sexo, el comportamiento humano es estratégico. Pero más extraño aún resultaría afirmar que los individuos escogen sus parejas al azar. La búsqueda de una pareja es estratégica, y las estrategias han sido diseñadas para que esa búsqueda sea exitosa. Las adaptaciones contemporáneas de las estrategias no son más que la evolución de soluciones a los problemas planteados por la supervivencia y la reproducción en épocas primitivas. Las estrategias sexuales son recursos adaptativos para el problema básico de encontrar una pareja. Aunque el término estrategia normalmente implica la noción de conciencia y racionalidad, en el ámbito de las estrategias sexuales se trata más de una metáfora útil para analizar los problemas que plantea la búsqueda de una pareja. La noción de estrategia sexual no necesariamente implica intencionalidad consciente  [5]. Son varios los problemas que se deben resolver para la búsqueda exitosa de una pareja. Simplificando, se puede decir que hay una secuencia de estrategias: elegir la pareja, atraerla, mantenerla, y reemplazarla. En todas estas etapas hay diferencias apreciables entre las estrategias masculinas y las femeninas. 

1.2.3 – LA INVERSION PARENTAL
Al nivel más general hay un conflicto de estrategias relacionado con el hecho que, para el objetivo general de la reproducción, el hombre tiene la posibilidad de adoptar dos estrategias globales diferentes. La estrategia de la cantidad, o el mating, caracterizada por muchas parejas, de corta duración, con escasas obligaciones y aportes a lo que se podrían llamar los proyectos reproductivos o, por otro lado, la estrategia de la calidad, o el parenting, definida como la búsqueda de un número reducido de parejas con las cuales se establece una relación duradera y con alto grado de compromiso caracterizado por inversión de tiempo, esfuerzo y recursos en los proyectos de crianza. Para las mujeres la posibilidad de la primera de estas estrategias, el mating, es bastante más limitada que para los hombres.

Así, un conflicto fundamental entre las estrategias sexuales es que los hombres que optan por el mating de corto plazo necesariamente interfieren con la inclinación de las mujeres al parenting  de largo plazo. Estas dos estrategias globales se caracterizan por distintas disposiciones hacia la actividad sexual. Ya para Darwin eran claras las diferencias de actitud de los sexos con relación a la reproducción, en la mayoría de las especies. “La hembra es menos ansiosa que el macho…Ella es recatada, y puede verse con frecuencia empeñada en evitar al macho…El ejercicio de algún tipo de elección por parte de la hembra parece una ley tan general como el ansia del macho” [6]. Esta asimetría de intereses, persistente en todas las épocas y en todas las culturas, tiene como principal consecuencia que los machos compiten entre si por oportunidades de reproducción escasas [7]. La asimetría tiene mucho que ver con lo que cada uno, macho o hembra, aporta para la reproducción. Al igual que en todas las especies [8] las células reproductoras femeninas, los óvulos, son de mayor tamaño, más valiosas y más escasas que los abundantes y minúsculos espermatozoides. Y esta no es la única asimetría: en los humanos la larga transformación del huevo fecundado en un organismo ocurre dentro de la mujer, a quien le resulta naturalmente imposible emprender más de un proyecto reproductor a la vez. De esta manera, para la mujer, llega un momento en el cual, desde el punto de vista del objetivo de la reproducción, el sexo no sirve para nada. Para el hombre, ese momento nunca existe: bajo el objetivo de la reproducción, siempre se puede hacer más.

La observación que en algunas especies todas las hembras tienen un número similar de crías mientras que, entre los machos, ese número no sólo es variable sino que, además, está directamente asociado con el número de parejas, llevó en los años cuarenta a un biólogo a afirmar que la selección natural estimula “un ansia indiscriminada en los machos y una pasividad discriminadora en las hembras” [9]. Posteriormente, se analizaron los diferentes intereses de los machos y las hembras en términos del sacrificio necesario para la reproducción. Para los machos, su papel en la reproducción puede ser de corta duración y no exigir mucha energía ni recursos. Así, con poco que perder y mucho que ganar, los machos pueden mostrar “un deseo agresivo e inmediato por aparearse con cuantas hembras estén disponibles” [10]. Para la hembra, por el contrario, el sexo puede implicar una carga prolongada. Tendrá por lo tanto todo el interés por asumir los riesgos asociados con la reproducción únicamente bajo las circunstancias propicias.

Una de las decisiones cruciales que enfrenta la hembra es que el macho que se escoge como pareja sea adecuado [11]. Conviene, para embarcarse en la aventura de la reproducción, escoger el más adecuado entre los machos disponibles. En el mercado de parejas, al macho le conviene hacer publicidad acerca de lo adecuado que es, así no lo sea, mientras que a la hembra le conviene detectar los posibles engaños publicitarios. Así, la selección natural crea “destrezas de vendedor entre los machos y desarrollados escepticismo y discriminación entre las hembras” [12]. El último paso en el desarrollo de la teoría se dio simplemente reemplazando el concepto de sacrificio por otro más moderno, la inversión, que ya venía con un marco analítico, el de la economía. En los años setenta se definió la inversión parental (IP)  como “cualquier inversión hecha por el padre o la madre en una cría individual que aumenta sus posibilidades de supervivencia (y reproducción) a costa de la posibilidad de invertir en otras crías” [13]. La IP incluye todo el tiempo, la energía y los recursos necesarios para la fertilización, la gestación y la crianza. Obviamente las hembras harán la mayor IP hasta el nacimiento; aunque de manera menos obvia, pero típica, esta disparidad continuará después del nacimiento.

La primera pregunta que resulta necesario plantear es si esta teoría, que fue postulada a nivel general, y en el contexto de la selección natural de todas las especies, es pertinente para comprender la naturaleza humana, sensible a la cultura y al contexto. Si bien es cierto que las presiones de la selección condujeron a ciertas estrategias sexuales para el éxito de la reproducción, las condiciones actuales difieren bastante de las condiciones históricas bajo las cuales se dio esa evolución. En particular, las normas sociales, la religión y el derecho han tendido, por varios siglos, a regular estas tendencias naturales. El primer punto que se debe señalar es que, como se sabe desde Mendel, lo aprendido no se hereda. Así es que si existe en la actualidad un efecto social sobre estas tendencias sería más bien a controlarlas, no a diseñarlas cada vez desde cero. Por otra parte, se puede pensar que, entre más cerca se esté de las condiciones primitivas para las cuales la evolución fue configurando esas estrategias, más pertinentes serán para comprender el comportamiento. Tal sería el caso de sociedades en donde la supervivencia no esté tan garantizada como en las sociedades occidentales modernas. A mayor inseguridad física y más severa escasez de recursos, por ejemplo, cabría esperar una mayor proliferación  de estas tendencias, diseñadas para ese tipo de entorno. Por último, se puede suponer que en aquellos grupos sociales, o individuos, menos sometidos a un conjunto de normas de control, mayor será la manifestación de estas tendencias básicas y primitivas. 

A pesar de las observaciones anteriores, sigue vigente la inquietud de si la teoría de la inversión parental (IP) contribuye de alguna manera a explicar los comportamientos actuales en el ámbito de las parejas. Si, por ejemplo, en materia de sexo, las mujeres son más discriminadoras y están menos dispuestas que los hombres. Ciertamente la sabiduría popular de muchas sociedades contemporáneas tiende a respaldar esta teoría. En el mismo sentido de corroborarla, se puede señalar la persistencia de la prostitución –que no es otra cosa que la versión extrema de la estrategia del mating, o sea el sexo sin compromiso posterior- como un servicio para una clientela fundamentalmente masculina.  De manera similar, la industria de la pornografía -que para los biólogos no es sino una manifestación adicional de lo que se observa en muchas especies: machos que consideran objeto sexual  cualquier cosa que se parezca a una hembra- es algo dirigido a los hombres [14].  

Fuera de esta evidencia circunstancial, diversos estudios muestran que los hombres, en promedio, son mucho más abiertos al sexual casual y anónimo que las mujeres [15]. Una encuesta antropológica relativamente amplia hecha en los años setenta [16] en distintas culturas, primitivas y desarrolladas, sugiere que la principal predicción de la teoría de la IP concuerda con lo que se observa. Las mujeres tienden a ser relativamente selectivas de sus parejas sexuales; los hombres lo son menos y tienden a considerar el sexo con una amplia gama de parejas como un asunto bastante atractivo. En Buss (1994) se reportan los resultados de un trabajo de campo realizado a lo largo de varios años en 37 culturas diferentes [17] que tienden a confirmar las predicciones básicas de la teoría. Otro aspecto que parece generalizado es la costumbre del intercambio sexual, entendido como la oportunidad de sexo, ofrecida por la mujer, a cambio de algo –como regalos, dinero, o protección- ofrecido por el hombre. Este intercambio es también una consecuencia directa de la teoría de la inversión parental: quien posee y monopoliza un recurso escaso y valioso y, además, incurre en costos para suministrarlo, no va simplemente a regalarlo sino que espera algo a cambio. Economía simple, de la cual, nuevamente, la prostitución no es sino una manifestación extrema. Con relación a este intercambio, parece pertinente una cita de Malinovsky  sobre los indígenas de una isla en Melanesia en los años veinte: “en el transcurso de cualquier asunto amoroso el hombre tiene que dar pequeños regalos a la mujer. Para los nativos, la necesidad de un pago por una de las partes es evidente. Esta costumbre implica que la relación sexual, aún cuando hay atracción mutua, es un servicio que ofrece la mujer al hombre” [18] 
1.2.4 – OBJETIVOS Y TEMORES FEMENINOS.
Hasta este punto simplemente se ha planteado que las mujeres serán más discriminantes y selectivas, y que se inclinarán por hombres más adecuados, para la supervivencia y posterior reproducción de los críos. La noción del hombre más adecuado tiene varias dimensiones.  La primera es la de una adecuada salud [19]: no vale la pena embarcarse en una costosa aventura reproductiva con alguien que permita prever problemas serios de supervivencia física de los herederos. La segunda es una adecuada capacidad para invertir recursos en la crianza. Para la mujer, entre dos alternativas de pareja, ceteris paribus, es más atractiva aquella que presenta una mayor disponibilidad de recursos, o un mayor potencial para obtenerlos. Pero esta última condición no es siempre suficiente, pues se requiere cierto grado de certeza acerca de que los recursos serán efectivamente invertidos en la crianza, y no en otros asuntos, o en aventuras ajenas. Así, la generosidad, entendida como el deseo y la voluntad de invertir en la crianza, es un rasgo que la mujer selectiva encuentra deseable en el hombre que escoge como pareja [20].

Es razonable pensar que de estas cuatro características la primera y la cuarta son fácilmente identificables dentro de la población de hombres, se presentan en una baja proporción de los casos y, además, son poco cambiantes en el tiempo de tal manera que las predicciones sobre su presencia en una eventual pareja pueden basarse en la simple observación. Para las otras dos, la capacidad económica y la generosidad, evaluar qué tan adecuadas son las diferentes alternativas de pareja es un asunto más arriesgado. Primero, porque son rasgos que presentan una mayor variabilidad dentro de la población de hombres y segundo, porque se requiere mirar más allá de la situación actual para evaluar los beneficios potenciales y la inversión que efectivamente se hará en la crianza.

La preferencia que las mujeres muestran por los hombres con mayor posibilidad de acceso a recursos es tal vez el criterio más antiguo y persistente de elección de sus parejas. Dondequiera que las mujeres manifiestan preferencias marcadas por cierto tipo de hombres, el acceso a los recursos, el buen partido, parece ser el criterio más determinante de esas preferencias. De nuevo, esta observación se corrobora en dónde se dispone de evidencia al respecto. Para Estados Unidos, por ejemplo, estudios realizados en 1939, en 1956, 1967 y a mediados de los ochenta muestran que la valoración que las mujeres le dan a las perspectivas económicas de su pareja es el doble de la que le otorgan los hombres. Mujeres con educación universitaria manifiestan que el mínimo aceptable para la capacidad económica de sus maridos es ganar más que el 70% del resto de los hombres; para los hombres la cifra equivalente -el potencial relativo de ingreso de sus parejas- es el 40%. En una revisión de los anuncios personales en los periódicos por medio de los cuales se busca una pareja, se encontró que las mujeres que ponen avisos buscan seguridad económica de la pareja once veces más de lo que la buscan los hombres [21]. En el trabajo de campo mencionado atrás, Buss (1994) encuentra que “en todos los continentes, en todos los sistemas políticos (incluidos el socialismo y el comunismo), en todos los grupos raciales, en todos los grupos religiosos, en todos los sistemas de parejas, las mujeres le otorgan mayor valor que los hombres a las buenas perspectivas financieras de su pareja” [22]. No hace falta recurrir a los tradicionales cuentos infantiles para encontrar repetida una y otra vez la historia de amor cuyo final feliz es el matrimonio con el hombre de buenos recursos [23].

El otro aspecto, complementario a la capacidad económica, altamente valorado por las mujeres son los síntomas –como la generosidad, el compromiso, la confiabilidad- de que esos recursos vendrán hacia la crianza como parte de la inversión parental. El incumplimiento del compromiso de aportar recursos para la crianza constituye el principal riesgo de las mujeres al constituir una pareja. Si bien un inadecuado acceso a los recursos por parte del hombre puede tener consecuencias negativas sobre la crianza, tal situación normalmente es el resultado de la adversidad. El buen desarrollo de esa capacidad no atenta contra los intereses del hombre. El compromiso de invertirlos de manera exclusiva en la crianza es bastante más frágil. La exclusividad en la asignación de esos recursos es algo que ya puede presentar dilemas, y aún conflicto de intereses. En particular  -dada la posibilidad entre los hombres de optar por la estrategia del mating en detrimento del parenting una vez puesto en marcha un proyecto de crianza- siempre existe la posibilidad de emprender otros nuevos proyectos de reproducción.

Parecería entonces que el compromiso de exclusividad es un recurso escaso. De manera más precisa, es un recurso que parece ser abundante ex-ante, antes de la reproducción, pero que muestra ser bastante más escaso ex-post. Las señales más usuales del compromiso son el amor antes de que se constituya la pareja [24] y la fidelidad una vez se ha constituido. Si los celos constituyen el mecanismo psicológico adaptado para detectar la infidelidad, y la infidelidad tiene una connotación peculiar entre las mujeres, cabría esperar particularidades en las situaciones típicas que generan celos. Y eso es precisamente lo que muestran varios estudios. De forma consistente con el temor básico de la mujer, la desviación de recursos hacia otras parejas, se ha encontrado que esta es la situación de infidelidad que más celos produce. Las muestras de compromiso y generosidad con otra mujer producen mayor incomodidad que la simple relación de sexo casual.  

1.2.5 – OBJETIVOS Y TEMORES MASCULINOS.
Así como las mujeres le otorgan particular importancia a la capacidad que tiene su pareja de proveer recursos para la reproducción, los hombres parecen concentrase en la capacidad de las mujeres para producir y criar hijos. Esta prioridad ayuda a explicar la importancia que los hombres le otorgan a la juventud de su pareja. La fertilidad de las mujeres es un recurso limitado en el tiempo, y cesa abruptamente con la menopausia. La falta de asociación entre la vejez de las mujeres y el atractivo sexual parece ser una constante [25]. Estudios entre distintas culturas muestra que los hombres prefieren parejas jóvenes.

La importancia de la juventud de la pareja podría ayudar a explicar la persistente preocupación de los hombres con la belleza física de las mujeres, y la indudable asociación que existe entre la idea de mujer bella y la atracción sexual. Un punto interesante acerca de la diferencia de edades deseable para establecer una pareja es que parece aumentar con la edad de los hombres [26]. La marcada preferencia de los hombres por la belleza de las mujeres, que no es algo recíproco, es una de las diferencias psicológicas entre géneros que está mejor documentada. Y ya no se trata de un rasgo exclusivamente primitivo. Al parecer va en aumento, y su importancia no está exclusivamente relacionada con su valor reproductivo. También tiene consecuencias sobre la percepción del estatus social de los hombres. Lo que, a su vez, refuerza su poder de atracción sobre otras mujeres.

Parece ser universal el deseo de los hombres por tener en su entorno mujeres atractivas, jóvenes y, eso también, fieles hasta la muerte. La fidelidad de la mujer parece ser la principal preocupación de los hombres al establecer una pareja. La teoría de la IP ofrece una buena explicación para este temor: la posibilidad de invertir recursos en un vástago ajeno. Así como para las mujeres el principal riesgo al embarcarse en la reproducción es el de terminar criando el hijo sola, para los hombres el temor fundamental es el de invertir recursos en un hijo de otro, preocupación que es totalmente ajena a las mujeres.

2 –IMPLICACIONES PARA LA VIOLENCIA [27]
2.1 –  LA COMPETENCIA VIOLENTA POR LOS RECURSOS
Para la explicación de la violencia, un componente de la teoría de la IP que puede ser relevante tiene que ver con la competencia que se da entre los hombres, solteros y jóvenes, para alcanzar recursos que permitan atraer y conquistar una pareja con la cual se pueda emprender el proyecto de reproducción. Un punto de partida es la observación que para los hombres, en distintas culturas y épocas, se han dado siempre importantes diferencias en la posibilidad de acceso a los recursos. Esta disparidades, por lo general, están asociadas con otras aún más marcadas en la posibilidad de reproducirse [28]. Desde el punto de vista de la reproducción, el estar en los niveles más bajos de la escala económica y social nunca ha sido un rasgo adaptativo para los hombres. Incluso puede implicar la posibilidad real de no tener herederos. Por el contrario, el poder y la riqueza, una posición favorable en la escala social, han estado generalmente acompañados no sólo de un alto potencial de reproducción, sino de numerosas mujeres, y proles [29].

Hasta no hace mucho tiempo, la asociación entre poder y número de mujeres e hijos era bastante directa. Aún en las sociedades modernas se mantiene una relación entre el estatus de un hombre y sus oportunidades sexuales [30]. El otro extremo, que ha registrado menos la historia, es el de los hombres que por carencia de recursos no lograron atraer una pareja para iniciar un proyecto de reproducción y crianza, y que por esta razón no dejaron herederos.

Es un hecho suficientemente reconocido que los escenarios en los que están en juego las jerarquías, la generación y asignación de los recursos, o sea los ámbitos del trabajo, de los negocios o de la política, han sido tradicionalmente, y continúan siendo, territorios masculinos. Con frecuencia se observa que se trata de un fenómeno exclusivamente cultural. Sin desconocer la importancia de lo cultural, sino descartando el prejuicio de que la naturaleza humana no juega allí ningún papel, las teorías basadas en la evolución sugieren que detrás de esta obsesión de los hombres por el acceso a los recursos hay una dinámica de competencia por las oportunidades de reproducción y que esta dinámica es la misma que ayuda a explicar las diferentes actitudes de los hombres y de las mujeres hacia el sexo. El inmenso potencial reproductivo de los hombres; el más escaso y limitado potencial de las mujeres; la baja variabilidad que se observa en el número de parejas y de hijos entre las mujeres y, sobretodo, las enormes variaciones que se pueden dar, entre los hombres, en la realización del potencial de reproducción son cuatro elementos que pueden contribuir a explicar la dinámica de la violencia en algunas épocas y sociedades. En un extremo, un hombre con muy bajas posibilidades para alcanzar recursos puede, textualmente, no tener herederos. En el otro extremo, los hombres ricos y poderosos pueden lograr acceso a numerosas, jóvenes y bellas mujeres con las cuales se garantiza la reproducción. La presión sobre los hombres para competir por una pareja es claramente más fuerte que para las mujeres. Se trata nada menos que de un asunto de supervivencia. Por esta simple razón la competencia puede tornarse violenta.

Entre la amplia gama de las explicaciones actualmente disponibles sobre la violencia esta es la única que da cuenta de un hecho universalmente reconocido: se trata de un fenómeno entre hombres, entre hombres jóvenes. Aún más, como lo muestra la evidencia de las sociedades más violentas, se trata de un asunto entre hombres jóvenes de escasos recursos. Una predicción de esta teoría es que, para que surja –o, con mayor precisión, para que se den condiciones favorables a- la violencia se requieren dos elementos: alta desigualdad en el acceso a los recursos y un desequilibrio en el mercado de parejas. Eso, precisamente, es lo que desde hace bastante tiempo sugiere la evidencia testimonial y, más recientemente, están empezando a mostrar algunos trabajos estadísticos [31].

Es interesante observar que una de las predicciones de la teoría, que la desigualdad contribuye a la violencia, es similar a los planteamientos de las teorías de la tensión (strain theories)  propuestas hace varios años por la criminología. De acuerdo con esta vertiente, el crimen es básicamente una función del conflicto entre los objetivos que se impone la gente y la posibilidad de alcanzarlos por medios legales. Los miembros de las clases bajas, al no poder realizarlos, sienten rabia, frustración y resentimiento, lo que constituye la tensión [32]. La ventaja de la teoría evolutiva es que, a diferencia de las teorías de conflicto, permite explicar por qué la violencia, paradójicamente, no se dirige siempre hacia las clases altas, sino que es un fenómeno intra-grupo entre las clases más pobres y , por otro lado, por qué estas frustraciones y tensiones no tienen un efecto similar  entre hombres y mujeres.

Fuera de este escenario de competencia violenta por los recursos, se pueden concebir otros mecanismos de refuerzo de la violencia que son consistentes con la teoría. El más obvio es el de la tendencia a imitar a los violentos exitosos. Si, como parece una constante, un actor violento acumula recursos, poder y mujeres [33] y lo hace de manera más rápida y visible que los actores no violentos es razonable pensar que, en una versión en reverso del proceso de civilización de Norbert Elías, los jóvenes busquen imitar los comportamientos violentos que condujeron al éxito y garantizan la reproducción.

2.2 – VIOLENCIA DOMESTICA
Las diferencias entre géneros en términos tanto de lo que se busca en la pareja, como de los temores, o las desconfianzas básicas, hacia el otro, tienen consecuencias sobre la estrategia que cada uno de ellos, hombre y mujer, adopta para iniciar el contrato de pareja, y posteriormente para mantenerlo o terminarlo. También estas diferencias ayudan a comprender los riesgos que, para ese contrato, representan las tendencias naturales de uno y de otro. En particular, las ideas expuestas permiten comprender algunas posibles fuentes de conflicto cuya inadecuada o inoportuna resolución puede llevar a situaciones de violencia.

Hay algunos puntos que vale la pena simplemente mencionar, y que tienen que ver con las disposiciones básicas hacia el sexo; o con los cambios diferenciales de esas actitudes a lo largo del tiempo, que pueden ser una fuente de conflicto; o con lo que parece ser una mayor asociación directa del sexo con la violencia en los hombres que en las mujeres. Existen dos aspectos sobre los cuales es conveniente hacer un análisis más detallado. El primero tiene que ver con la tendencia de los hombres a considerar a las mujeres como su propiedad. El segundo, relacionado con el anterior, es el problema de la infidelidad y en particular, el de los incidentes que producen celos y las conductas violentas que pueden resultar.

2.2.1 – LA MUJER COMO PROPIEDAD [34]
El hecho que en diversas culturas, y en distintas épocas, los hombres hayan considerado a las mujeres como una de sus propiedades parece ser bastante más que una metáfora. Como se señaló, para la reproducción el recurso escaso y valioso es el que aporta la mujer quien es además la responsable de una mayor inversión parental (IP), antes y después del nacimiento. Esto hace que, entre los hombres, se produzca no sólo una competencia por el recurso escaso sino que quien logra acceso a dicho recurso se vea enfrentado al problema de protegerlo, contra la competencia, reclamando derechos, títulos, sobre ese recurso y buscando monopolizarlo. Para los hombres, dos rasgos adaptativos habrían sido por lo tanto el desarrollar mecanismos para el éxito en la competencia y, como complemento, aquellos útiles para evitar el engaño.

La intrusión de terceros rivales provoca no sólo un sentido de hostilidad sino también de agravio, de deshonra. Si la hostilidad motiva reacciones en contra del rival, el sentido de deshonra, de injusticia, incentiva recurrir a terceros para que reconozcan la intrusión como una violación de derechos y como una justificación para sanciones colectivas. Una particularidad de las parejas entre seres humanos es precisamente el alto grado en que personas distintas a la pareja están envueltas en la relación. En ese sentido, Levi Strauss ha argumentado que el matrimonio, más que un contrato entre un hombre y una mujer, es un contrato entre los hombres, la formalización de una apropiación de una mujer por parte de uno de ellos [35]. Y cuando se analizan en detalle los intercambios de recursos que en distintas culturas se dan alrededor del matrimonio se tiene la impresión de un sofisticado tráfico de mujeres: en muchos casos, el hombre, y su familia, pagan por adquirir la capacidad reproductora de la mujer. Se espera que, en la pareja, la mujer traiga hijos. El algunas sociedades, se da inicialmente una cuota inicial y después se pagan cuotas con cada hijo. Es común que el precio de la mujer esté ligado a su capacidad de reproducción y de hecho, se acepta que la falta de concepción sea una justificación para el divorcio.

En la tradición hispana, las referencias a esta noción de apropiación son múltiples: en el acto sexual el hombre posee y la mujer se entrega. La mujer que hace parte de una pareja, la señora, se distingue claramente de la que no, la señorita. En el hombre esta diferencia no es relevante. Aún no ha desaparecido la referencia en los apellidos a la propiedad: señora de  tal. El ritual del matrimonio católico en ese sentido es transparente: el padre de la novia la entrega  al novio. Pocas cosas reflejan mejor esta idea de la mujer como una propiedad del hombre que las leyes sobre el adulterio, que sólo recientemente se empezaron a modificar en occidente. Daly y Wilson (1988) hacen una revisión histórica y entre culturas de las leyes de adulterio y concluyen que la idea de hacer ilegal, y criminalizar, el contacto sexual de una mujer casada con un hombre distinto de su esposo es recurrente. Además, que “la víctima es el esposo y el agravio por lo general se plantea en términos de violaciones a la propiedad” [36]. En algunas sociedades, el tratamiento legal para el adulterio es equivalente al previsto para el robo. Es reveladora la etimología de la palabra adulterio, del latin adulterare, que significa normalmente hacer impuro, espúreo, o inferior, por medio de la adición de ingredientes extraños e impropios. En términos de los temores básicos planteados anteriormente, esta intrusión de un elemento extraño considerada en el adulterio no es otra cosa que la inseminación exitosa de la pareja por parte de un tercero. De ahí proviene sin duda el diferente tratamiento que ha tenido el adulterio dependiendo del sexo del infractor, de las diferentes consecuencias que tiene sobre el hombre y sobre la mujer. Las leyes revolucionarias francesas, cuyos autores estaban preocupados por eliminar las discriminaciones, incluso las de género, conservaron un tratamiento distinto para el hombre y la mujer en materia de adulterio: “no es el adulterio per se lo que la ley castiga, sino simplemente la posible introducción de hijos extraños al hogar e incluso la incertidumbre que el adulterio crea al respecto. El adulterio por parte del marido no tiene tales consecuencias” [37]. El primer país en el cual se hicieron legalmente equivalentes el adulterio del hombre y de la mujer, fue Austria en 1852, dónde de todas maneras se conservó una asimetría relacionada con la posibilidad de una mayor sanción si, como resultado del adulterio, se arrojaban dudas sobre la verdadera paternidad de hijos posteriores [38].

En síntesis, en la mayor parte de las sociedades sobre las cuales se dispone de información se dan indicios de esta noción de la mujer como una propiedad del hombre: el matrimonio es algo socialmente reconocido; el adulterio se considera equivalente a una violación de la propiedad; se valora la castidad femenina; la idea de proteger a la mujer está asociada con protegerla del contacto sexual y por último, se considera la infidelidad femenina como una provocación e incluso como una justificación para las respuestas violentas [39].

Aún en ciertos grupos que manifiestan buscar una sociedad igualitaria, donde se busca un hombre nuevo y se desafían casi todos los derechos de propiedad vigentes persiste este, sobre las mujeres: “En las Farc los hombres eran de verdad quienes mandaban, y las mujeres quienes obedecían. Ellas eran sumisas, no discutían mucho. Las ponían a cocinar y a pagar guardia. Las consideraban como de su propiedad” [40].

2.2.2 – LOS CELOS
La preocupación por la exclusividad sexual, o por los ataques a esa exclusividad, es lo que normalmente se entiende relacionado con el fenómeno de los celos. Los celos han sido considerados como una característica de la personalidad, una emoción particular, una pasión  [41]. En todo caso, en la literatura académica su tratamiento es claramente peyorativo, se considera un defecto, algo que no debería existir. O simplemente algo que no merece estudiarse, y se ignora. A pesar de que en la escasa información disponible sobre violencia doméstica el de los celos es un tema recurrente, el papel que se le asigna en las teorías sobre el fenómeno es  insignificante. En la teoría de la IP, por el contrario, las causas y consecuencias de los celos, y su papel en la búsqueda de la exclusividad en las relaciones de pareja son fundamentales.

La etimología del término en español es bastante consistente con la noción de los celos como un mecanismo de protección de la exclusividad en la pareja [42]. En uno de los escasos trabajos académicos en donde no se abordan los celos como un simple inconveniente, se encontró que parejas con niveles bajos de celos eran más propensas a los rompimientos, y se sugiere que los celos pueden servir para mantener la relación o, por otro lado, que su intensidad refleja el valor que la parte celosa le asigna a la relación[43].

En lo que parece haber cada vez mayor claridad es que hay diferencias sustanciales en las situaciones que provocan celos entre los hombres y entre las mujeres [44], lo que soporta la idea de temores y estrategias diferenciales para el mantenimiento de la pareja. De todas maneras, este tipo de trabajos, basados en gran parte en auto reporte pueden tener problemas. Sin embargo, el análisis de evidencia más concreta, como la de homicidios entre parejas, la violencia doméstica, o la iniciación de procesos de divorcio también tiende a corroborar esta idea de celos diferenciales.

Para Estados Unidos, en los estudios sobre homicidios en la pareja, el tema más recurrente, de acuerdo con la policía y los psiquiatras es el de los celos, y de manera más específica, los celos por parte del hombre. De acuerdo con Daly y Wilson (1988), en buena parte de los casos de homicidio la causa es un conflicto en la pareja, pero distintos tipos de evidencia indican que la mayor fuente de conflictos es, precisamente, el conocimiento, o sospecha, fundada o infundada, del esposo de que su esposa le está siendo infiel o que intenta abandonarlo.  La información disponible para España y América Latina tiende a corroborar esta impresión. En particular, la idea de los celos masculinos, el temor de adulterar la relación con un elemento extraño, es tal vez la única posible explicación a lo que de otra manera no tendría ningún sentido y es el aumento de la posibilidad de agresión a la mujer durante el embarazo y en el período post-parto.

En varios países  se ha encontrado que hay una mayor incidencia de ataques letales a las mujeres jóvenes [45] fenómeno contradictorio no sólo con la idea de la pareja romántica sino, también, con una parte de la teoría de la IP: son precisamente las mujeres más apreciadas. Una posible racionalización es que esta es la edad que provoca mayores celos, entre los hombres de cualquier edad. De hecho, se ha encontrado que la edad de la mujer es un mejor predictor de la violencia  doméstica que la del hombre.  Pero la cuestión de los celos no es un asunto relevante tan sólo en los casos de violencia extrema y letal. Varios trabajos sobre conflictos violentos entre parejas [46] sugieren que el principal motivo de los conflictos, cerca de la mitad de los casos, tienen que ver con el afán de posesión y los celos sexuales. En el mismo sentido apuntan algunas entrevistas realizadas entre hombres agresores.

2.4 - LA GUERRA [47]
Aunque con una asociación menos transparente con las estrategias sexuales, y a un nivel todavía más precario de corroboración empírica, las ciencias de la evolución están empezando a aportar elementos para la comprensión de uno de los fenómenos más estrechamente asociados con la violencia, la guerra. En este campo también se da, persistentemente, el aspecto de las marcadas diferencias de género, para el cual las teorías disponibles sobre los conflictos no aportan mayores luces.

El renovado interés  de la antropología por la guerra primitiva está en parte relacionado con el desafío por explicar la llamada selección de grupo. El concepto clásico de la selección natural de Darwin estaba relacionado con la selección individual: el proceso que estimula los comportamientos que promueven la mejor adaptación de los individuos para la supervivencia y la reproducción. En estos términos, la evolución de ciertos comportamientos de grupo, cooperativos, no es fácil de comprender puesto que el sacrificio individual en aras del bienestar del grupo no tiene mayor cabida en la versión clásica de la teoría. Entre los distintos comportamientos de grupo, la guerra es algo particularmente difícil de explicar. Nada más ajeno a la idea de la selección natural que el afán colectivo por sacrificar jóvenes fuertes, saludables y aptos para la reproducción.

El neo-darwinismo está empezando a ofrecer interpretaciones para complejos comportamientos cooperativos, tales como las guerras, o más precisamente los feuds, o los raids  [48],  entre pequeños grupos, o bandas. Si se piensa en las sociedades primitivas como esencialmente constituidas por pequeños clanes basados en el parentesco, se podría considerar la selección de grupo como una extensión de la selección por parentesco: los hombres jóvenes mueren en enfrentamientos sacrificándose por parientes cercanos. Otros tipos de selección de grupo han podido promover la evolución del altruismo recíproco entre individuos no emparentados que hacen favores con la expectativa de ser correspondidos luego.

Recientemente se ha llegado a plantear la posibilidad de que ciertos rasgos muy básicos del comportamiento humano pudieron surgir durante los millones de años que los ancestros del hombre gastaron en pequeños grupos étnicos. Una posibilidad, que ha sido denominada  el etnocentrismo, no sería otra cosa que una tendencia humana a formar grupos exclusivos que se cierran de manera sólida a la intrusión de individuos extraños al grupo. El término fue acuñado por los darwinistas sociales para quienes este, considerado un rasgo heredado, estaba en la raíz del problema de la guerra  y, además, era uno de los principales catalizadores de la evolución humana. La idea fue retomada en los setenta por E.O Wilson. “Los seres humanos están fuertemente predispuestos a responder con un odio desproporcionado a las amenazas externas y a promover una escalada de su hostilidad suficiente para arrollar las fuentes de la amenaza con un margen holgado de seguridad. Nuestros cerebros parecen estar programados para una inclinación a hacer particiones de la demás gente entre amigos y extraños … Tenemos la tendencia a temer profundamente las acciones de los extraños y a resolver los conflictos agresivamente” [49].

La idea de una tendencia natural de los humanos a formar grupos, cuya cohesión interna depende directamente de la amenaza de un enemigo exterior, parece ser importante no sólo como estrategia de defensa –hay una seguridad intrínseca en el grupo, la de los números, que reduce las probabilidades individuales de convertirse en víctima- [50] sino como explicación alternativa para el fenómeno de la cooperación [51].

Los planteamientos de Wilson recibieron apoyo por dos tipos de avances científicos hechos en los años setenta. El primero fue el hallazgo que entre los chimpancés también se da no sólo el homicidio, sino un tipo particular de enfrentamientos letales entre bandas de machos [52]. El descubrimiento de esta posibilidad de guerra entre los chimpancés fue trascendental por dos razones. Por un lado, porque se desvirtuaba la extensión de la idea del buen salvaje de Rousseau al reino animal. Ante la poca evidencia que por mucho tiempo hubo sobre animales matando miembros de su misma especie la biología había supuesto que los animales sólo se hacían daño cuando algo dejaba de funcionar. Por otro lado también se derrumbaba la idea, muy arraigada, de la guerra como un rasgo fundamentalmente humano. La guerra era una de las cosas que definitivamente separaban al ser humano de las demás especies, y por lo tanto se consideraba como algo exclusivamente cultural. El segundo elemento de apoyo a las propuestas de Wilson fue el avance de la idea de que los humanos y los chimpancés parecen estar mucho más relacionados como especies de lo que originalmente se pensaba [53]. El chimpancé es el único animal al cual se le reconoce una “inteligencia maquiavélica” [54]: son capaces de atribuir intenciones a otros, tienen capacidad de empatía, pueden llegar a percibir a otro chimpancé como alguien de una especie diferente -el equivalente de deshumanizar al enemigo que tan frecuentemente se asocia con la violencia- y llegado el caso buscar deshacerse de otros, son capaces de engaño deliberado y de estrategias rudimentarias de violencia. Otro de los varios aspectos peculiares que comparten es cierto tipo de organización social. Las comunidades de chimpancés se caracterizan por un conjunto de machos que viven siempre en el grupo en el que nacieron, mientras las hembras migran hacia otros grupos durante la adolescencia, y el territorio se defiende, a veces se extiende, con recurso a la violencia, muchas veces letal, ejercida por bandas de machos emparentados. Que se sepa, muy pocas especies animales viven en comunidades patrilineales en dónde las hembras, para reducir el riesgo de incesto, migran hacia otros grupos para buscar su pareja. Y sólo de dos especies  se sabe que esta práctica va acompañada de un sistema de intensa agresión territorial, dirigida por los machos bajo la forma de incursiones letales a comunidades vecinas en búsqueda de enemigos para atacar y matar. Este conjunto de patrones de comportamiento se ha documentado sólo entre los chimpancés y los humanos [55].

¿Cual es la relación entre este tipo peculiar de guerra entre los chimpancés y las guerras entre los hombres?  Aunque la guerra ”civilizada” entre sociedades ha sido uno de los temas más estudiados en la historia, las luchas primitivas entre clanes, grupos, comunidades o tribus, ha sido, algo bastante ignorado por las ciencias sociales [56]. Para las luchas entre grupos o clanes, Keeley (1996) señala que su estudio ha estado enmarcado entre las dos visiones extremas de la naturaleza del hombre. La de Hobbes, quien consideraba que el Estado inercial y natural de la humanidad es la guerra y la del buen salvaje de Rousseau, para quien nada más amable que el hombre en su estado natural.

En la primera mitad del siglo XX, con el impulso de la etnografía, se empezó a observar que las sociedades primitivas reales no eran ni lo uno ni lo otro. Lo que surgió de estos primeros trabajos fue una visión estilizada y ritualizada de las guerras primitivas,  término que fue acuñado en contraposición al de la guerra civilizada entre naciones. Mientras que en esta última los motivos u objetivos son económicos y políticos, racionales y prácticos –territorio, recursos- entre los primitivos se lucha por otras razones, personales, psicológicas, rituales de cohesión. En los años sesenta, la cuestión de las guerras tribales se enmarcó en los debates teóricos de la época. La perspectiva materialista argumentaba que las sociedades primitivas van a la guerra sólo cuando se ven forzadas por la competencia por alimentos o demás recursos esenciales. Reafirmando la visión de Rousseau se volvió a considerar la paz como el estado natural e inercial al que tienden las sociedades cuando los bienes materiales están al alcance por medios no violentos.

A finales de los años sesenta, los trabajos de Napoleon Chagnon sobre los Yanomamö en Venezuela y Brasil vinieron a desafiar esta visión. Lo que Chagnon describe es un estado permanente de guerra motivada por el ánimo de venganza y la captura de mujeres. El escenario hobbesiano  reaparece no sólo como algo lógico, sino real.  La particularidad de los Yanomamö es el haber permanecido bastante aislados de las influencias políticas y culturales externas. Es útil referir algunos de los datos reportados por Chagnon. Los hombres se llaman a sí mismos feroces y violentos y, sin embargo, consideran que sus enfrentamientos perpetuos son peligrosos y, en últimas, reprensibles. La gente de las distintas aldeas mantiene relaciones de intercambio, de bienes y mujeres, con las otras, se establecen a menudo alianzas políticas frágiles y persiste un ambiente de terror y una permanente disponibilidad para la venganza. Las aldeas constan de un centenar de personas, relacionadas entre sí por parentesco de los hombres. En cuanto el tamaño de la aldea llega a unos trescientos, el control por parentesco se hace débil y cualquier evento insignificante puede llevar a peleas, tensiones y eventualmente a una guerra de secesión. Las guerras entre aldeas, según ellos mismos, no surgen por acceso a los recursos. Pueden desatarse por asuntos tan elevados como sospechas de brujería o tan banales como una discusión por celos. Los Yanomamö dicen que con frecuencia las guerras ocurren por cuestión de mujeres. Una técnica usual de guerra son las incursiones (raids) que normalmente empiezan en una reunión de una o dos decenas de hombres que acuerdan matar a uno o dos enemigos particulares. El objetivo de la incursión es matarlos  y escapar. Aproximadamente el 30% de los hombres mueren por homicidio. Quienes no participan en las incursiones se consideran cobardes y sus esposas pueden ser objeto de seducción. Los hombres que han participado en una incursión, cerca del 40% del total, son honrados por el resto, entre ellos se encuentran los miembros más prominentes de la comunidad y tienen, en promedio más del doble de mujeres que los demás hombres y cerca de tres veces el número de hijos [57]. Parecería que la participación en las incursiones incrementa el éxito en términos de reproducción.

Se han señalado varias similitudes entre estas guerras primitivas entre los Yanomamö y los enfrentamientos entre grupos de chimpancés. En ambos casos, los raids se inician por iniciativa de unos pocos machos que de forma deliberada invaden el territorio reconocido de comunidades vecinas. La agresión por lo general se concentra en los machos adultos. Las hembras jóvenes puede ser tomadas como rehenes. Estas incursiones son consideradas eventos excitantes [58] y muchas veces los asaltos presentan muestras gratuitas de crueldad. Hay permanente disponibilidad, se planea el asalto, se mata al enemigo, se escapa y se celebra. En un grupo de chimpancés  [59] se calculó en 30% el porcentaje de machos muertos en estos ataques.

Las incursiones letales no parecen ser una peculiaridad de los Yanomamö. Por el contrario, serían una forma bastante corriente de enfrentamientos entre comunidades primitivas. Por otro lado, parece haber cada vez mayor consenso, a partir de la reinterpretación de hallazgos arqueológicos que hasta hace poco se tomaban como evidencia de simples juegos rituales, que las guerras de este tipo entre grupos primitivos fueron muy comunes a lo largo de la prehistoria [60]. Lo que estas similitudes sugieren es que cuando las condiciones económicas, sociales y ecológicas de los humanos se acercan al escenario más primitivo concebible, como el de los chimpancés, o el del eventual ancestro común, los patrones de violencia  convergen. De manera más especulativa se puede pensar que algo similar ocurre cuando, por distintas razones, se desintegran o desaparecen las restricciones legales, culturales, éticas y morales y reaparecen ciertos instintos básicos hacia la violencia. Recientemente se ha llegado a sugerir que, aún en las guerras civilizadas,  se fomenta un verdadero placer de matar para llegar al punto de convertirlas en celebraciones  de la violencia [61].

 3 – ALGUNA EVIDENCIA PARA LATINOAMERICA
A continuación se presentan un par de ejercicios estadísticos en los cuales se incorporan algunas de las hipótesis sugeridas por la teoría resumida. Con la presentación de estos ejercicios se buscan dos objetivos. Uno, mostrar que estas teorías si pueden  contribuir a la explicación de las diferencias que actualmente se observan, entre regiones, en algunas de las manifestaciones de la violencia. En términos puramente estadísticos parece claro que aumentar el poder explicativo sobre un fenómeno, con respaldo teórico, es algo más pertinente que limitarse a las ideas que cumplen el requisito de lo políticamente correcto. El segundo objetivo de estos ejercicios es el de ratificar la noción que estas teorías no necesariamente implican mayor determinismo, en el sentido que el aceptarlas equivalga a ignorar otros elementos que contribuyan a la explicación. No tendría mayor sentido reemplazar un modelo con variables exclusivamente sociales, económicas o culturales, con otro limitado a los factores biológicos.

Se presentan dos ejercicios, en los cuales parecen relevantes dos hipótesis  diferentes con relación a la violencia. El primero es el que se ha denominado la competencia violenta por los recursos –y por las parejas- cuyo escenario más adecuado es el de una violencia no muy aguda, aparentemente generalizada entre los ciudadanos. Para este se escogió la situación actual de Guatemala en dónde la violencia aparece precisamente como algo difuso, desligado del conflicto de los años ochenta y no siempre vinculada al fenómeno del crimen organizado.

El segundo ejercicio, con datos colombianos, está orientado a corroborar la idea que la guerra puede desprenderse de las condiciones que le dieron origen y convertirse en una actividad sin ninguna lógica aparente, salvo la de la misma guerra. A pesar de esta irracionalidad, futilidad y aparente gusto por el conflicto, que hace inevitable pensar en las incursiones de los Yanomamö, se conserva su característica primitiva esencial: es un asunto de hombres, y de hombres jóvenes.

3.1 – HOMICIDIOS EN GUATEMALA [62]
La violencia homicida actual en Guatemala presenta, en términos regionales, varias características. Uno, enormes disparidades regionales, con tasas de homicidio que  superan en ciertos departamentos los 100 homicidios por cada cien mil habitantes (hpcmh) en forma simultánea con regiones con una tasa cercana a cero. Dos, al igual que en muchos lugares de América Latina, se observa una gran concentración y persistencia de la violencia en ciertas localidades [63]. Tres, hay una escasa relación entre la violencia actual y la intensidad del conflicto en los ochenta [64].

Una explicación corriente en Guatemala acerca de las raíces de la violencia tiene que ver con la pobreza y la exclusión social como factores determinantes, como el caldo de cultivo,  de los comportamientos violentos. Esta explicación no se corrobora con la información disponible que muestra que la asociación entre la violencia y los indicadores de pobreza no sólo es sólo débil sino que presenta el signo inverso al esperado [65]. Tampoco se observa una asociación sólida, ni con signo negativo, con los indicadores de nivel educativo [66].

La primera sorpresa  que presenta la situación de Guatemala tiene que ver con la aparente capacidad de las culturas indígenas para controlar la violencia en las regiones donde su presencia es mayoritaria [67]. De manera preliminar [68] se trató de corroborar para Guatemala la hipótesis de la competencia violenta por recursos entre los hombres jóvenes. Para esto, se construyó como indicador del desequilibrio en el mercado de parejas un índice de masculinidad específico por edad y estado civil: la relación entre el número de hombres solteros entre 12 y 29 años y el número de mujeres solteras de la misma edad [69].

El primer punto que vale la pena señalar es que,  a nivel nacional, hay un exceso de hombres solteros del orden del 12%. Alrededor de este promedio se dan enormes diferencias, en ciertos departamentos el desequilibrio alcanza el 40%.  El otro aspecto interesante acerca de este indicador es que está negativamente asociado, y de manera significativa, con el porcentaje de población indígena  [70]. Vale la pena destacar que este indicador del desequilibrio en el mercado de parejas si muestra una asociación con la tasa de homicidios, y que el signo de esta relación es el que se esperaría en principio: a mayor superávit de hombres en edad de casarse, mayores niveles de violencia. En  efecto, y como se observa en la Gráfica, los departamentos más violentos coinciden con aquellos en los cuales el desequilibrio es mayor. Nótese como en esta Gráfica se pueden distinguir claramente dos grupos de departamentos: en los más violentos (por encima de 40 homicidios por cien mil habitantes) la relación entre violencia y la tasa de masculinidad específica es aún más nítida que para el total de departamentos. En los otros, la asociación es menos estrecha. Estos últimos son precisamente aquellos en los cuales la población indígena tiene una mayor participación en el total.
En síntesis, con relación a los determinantes sociales y económicos de la violencia, la información departamental para Guatemala muestra un perfil que va en contra de la sabiduría convencional sobre la violencia. No aparece una relación clara con los niveles de pobreza y no se corrobora la noción de que la violencia surge de deficiencias en el nivel educativo. Por el contrario, aparece con nitidez una mayor capacidad de la población indígena, precisamente la más pobre y con menor nivel escolar, para controlar la violencia. Por otro lado se observa una asociación entre los niveles de violencia y la tasa de masculinidad entre la población joven soltera.

La relación entre la violencia homicida y el crimen organizado ha sido ampliamente reconocida en la literatura [71].  Los datos agregados por departamentos para Guatemala tienden a corroborar esta asociación [72]. Tal vez una de las asociaciones más analizadas por la economía del crimen, tanto a nivel teórico como empírico, es aquella entre la incidencia de las conductas criminales y la actuación de la justicia penal. Para Guatemala si parecería haber una asociación inversa entre las tasas de homicidio y el desempeño de la justicia penal [73].

En síntesis, es posible identificar cuatro factores que ayudarían a explicar las diferencias departamentales en los niveles de violencia: la proporción de población indígena en el total, el índice de masculinidad entre los jóvenes solteros, la percepción sobre la influencia del crimen organizado y el desempeño de la justicia penal.  ¿Cual es el efecto conjunto de estos cuatro factores sobre los niveles departamentales de la tasa de homicidios? A pesar de contar con un número relativamente reducido de observaciones es posible realizar un primer ejercicio estadístico de regresión múltiple cuyo resultado [74] más sorprendente es el del débil poder explicativo del indicador de desempeño de la justicia penal sobre la tasa de homicidios [75]. Si se excluye de la estimación el indicador de desempeño de la justicia penal, se observa [76] que tres variables -la proporción de población indígena, un índice de masculinidad, y el indicador de presencia de crimen organizado- explican en conjunto más del 80% de las variaciones en los niveles de violencia por departamentos [77].

El punto que más llama la atención de este ejercicio estadístico es que en están adecuadamente representados los tres grandes paradigmas del comportamiento humano: la dimensión instrumental racional, representada por el efecto del crimen organizado, el elemento cultural, que se capta a través de la proporción indígena de la población, y la dimensión más natural,  que se manifiesta por el exceso de hombres solteros.

3.2 – EVOLUCION DEL CONFLICTO EN COLOMBIA [78]
Para analizar la evolución del conflicto colombiano durante los noventa, se siguió una  metodología puramente estadística y ecléctica. El procedimiento empleado fue rudimentario: con base en ciertas sugerencias derivadas de la literatura disponible sobre conflicto, se trataron de encontrar, dentro de un conjunto relativamente extenso de indicadores a nivel municipal [79] aquellos que contribuyeran a explicar un indicador del conflicto: la presencia municipal de la guerrilla para distintos momentos durante la década pasada. Más específicamente, se siguieron los siguientes pasos:
-       Se estimó una ecuación para determinar los factores que contribuían a discriminar los municipios en los que, en 1987-1989, se había detectado presencia de la guerrilla.
-       Conservando el mismo conjunto de variables de la ecuación estimada para el período inicial 1987-1989 se analizó la evolución de la capacidad de esos factores iniciales para discriminar los municipios con nueva presencia guerrillera en varios períodos subsiguientes: 1990-1992, 1993-1994 y 1997.
-       Una parte del análisis está basada en la evolución de la capacidad explicativa de la ecuación estimada para el período inicial.
Dentro del conjunto relativamente amplio de factores que ayudaban a explicar la presencia de la guerrilla en una localidad a finales de los ochenta [80] vale la pena destacar :
·      La edad promedio de la población del municipio. La juventud de los habitantes aparece como el factor que en mayor medida  favorecía entonces la presencia de la guerrilla en una localidad. Este resultado no sorprende, pues se trata de una expresión adicional de una de las pocas características prácticamente universales de violencia, en cualquiera de sus manifestaciones: se trata de un asunto entre jóvenes.
·      El índice de calidad de vida, que aparece positivamente  asociado con la presencia de la guerrilla. A mayor índice de calidad de vida mayor era, a finales de los ochenta, la probabilidad de influencia insurgente en un municipio. Es conveniente destacar que el signo de esta variable es contrario al que resulta de la predicción basada en la explicación tradicional sobre la violencia en Colombia.
·      El indicador de desigualdad en las condiciones de vida. En este caso con el signo esperado a partir de la explicación tradicional: a mayor desigualdad, mayor probabilidad de presencia guerrillera en una localidad. De nuevo, se debe destacar que esta corroboración parcial de la teoría tradicional  -en el sentido que la pobreza no parece afectar el conflicto pero la desigualdad sí- es justamente lo que se encuentra tanto en otros trabajos hechos para Colombia [81], como en algunas comparaciones internacionales [82].
·      El índice de masculinidad definido como la proporción de hombres entre la población, con un signo positivo: entre mayor es el desequilibrio de la población por géneros mayor es la probabilidad de influencia guerrillera.

Esta última asociación, junto con el efecto de la edad promedio de la población, indica la relevancia de factores puramente demográficos en la determinación del riesgo de presencia de grupos armados en las localidades. Si se tiene en cuenta la asociación positiva con los indicadores de desigualdad se corrobora una de las hipótesis propuestas en el sentido que los desequilibrios en el mercado de parejas, en presencia de desigualdad en el acceso a los recursos,  contribuyen a una competencia violenta por los mismos [83].

Una vez adoptada una ecuación para el período inicial 1987-1989, se procedió a estimarla, con el mismo conjunto de variables explicativas, para distintos períodos subsiguientes. Se buscaba analizar en qué medida los factores de riesgo iniciales contribuían a explicar la expansión de la guerrilla durante los 90, concentrando la atención en los factores que ayudaban a discriminar los nuevos municipios sobre los cuales la guerrilla fue ganando influencia.  No vale la pena repetir el análisis detallado de las ecuaciones estimadas para los períodos 1990-1992, 1993-1994 y 1997. Baste con señalar algunas de las tendencias generales del conflicto durante los noventa que sugiere este ejercicio.

El primer par de resultados que vale la pena mencionar es que la probabilidad de que en un municipio libre de influencia de la guerrilla aparezca dicha presencia aumentó sustancialmente, pasando de cerca del 10% a principios de los noventa a cerca del 50% en el año 97. De manera simultánea, la capacidad de los factores iniciales para discriminar [84]  los municipios susceptibles de caer bajo la influencia de la guerrilla, se fue reduciendo de manera continua  y era, en 1997, cerca de la décima parte de lo que había sido a finales de la década anterior. En conjunto, estos dos resultados muestran un indicador del conflicto, la presencia de guerrilla, que se expande con creciente facilidad y de una manera cada vez más difícil de explicar, o predecir.

La segunda anotación que se deriva del ejercicio es que las distintas variables que pudieran asociarse con las llamadas causas estructurales fueron perdiendo importancia como factor para discriminar los municipios con presencia guerrillera del resto de localidades. Otro tanto puede decirse de las variables relacionadas con la escolaridad de los habitantes de los municipios. Ni siquiera los indicadores disponibles del poder disuasivo del estado escapan a esta tendencia decreciente en términos de su facultad para dar cuenta de la influencia de la guerrilla en los municipios. Para el final del período analizado, los únicos factores que, de manera tenue, contribuyen a la explicación de la nueva presencia de la guerrilla en los municipios tienen que ver fundamentalmente con dos aspectos: las características demográficas de la población y la desigualdad.

Lo que los resultados anteriores sugieren es que, a lo largo de los noventa, el conflicto colombiano se desprendió de la realidad económica, social y política del país y adquirió una dinámica propia. Esta anotación es consistente con lo que se ha observado para los conflictos internos en distintas sociedades  [85]. También corrobora el resultado de comparaciones internacionales en el sentido que los factores que determinan que surja un conflicto son bien diferentes de los elementos que ayudan a explicar que tal conflicto se mantenga y perdure  [86].  Intimamente relacionado con este escenario de una guerra progresivamente desenganchada de sus causas estructurales iniciales se ha señalado, para diversas sociedades y en distintos períodos, el fenómeno del surgimiento y consolidación de una casta de guerreros, hombres,  los llamados warlords  [87], que florecen con la guerra y para quienes el conflicto armado deja de ser un medio para el logro de ciertos objetivos iniciales y pasa a constituir un fin en si mismo [88].

La conclusión que se deriva de este ejercicio es que cuestiones tan naturales como la edad y la composición por sexo de la población de las localidades pueden contribuir a explicar los inicios de un conflicto, y que, por otro lado, ese conflicto puede desprenderse de sus razones -sociales, económicas o políticas- y transformarse en una guerra con dinámica propia.

Claramente, a nivel de los medios utilizados, el conflicto colombiano tiene muy poco que ver con los enfrentamientos entre los Yanomamö, o con las incursiones violentas de los chimpancés. Lo que no parece prudente descartar del todo es que siga habiendo elementos comunes a nivel de las motivaciones primarias, del gusto por la guerra. Gusto sobre el cual no hay mayores reparos en hacerlo explícito: “Primero en El Palmar y después en Casa Verde, arreglaron una tregua. Pero después la Tregua para los muchachos se vuelve una rutina cansona, no hay riesgos, no hay pelea. A muchos muchachos pelados lo que les gusta es pelear; les gusta comisionar, pelear con los chulos, verlos correr; les gusta asaltar las patrullas. Para ellos la pelea es una diversión y como ellos están acostumbrados a esa tensión, la tregua les parece aburrida, y más sabiendo ellos que de ella no sale nada. Por eso nunca, nunca pensamos en desmovilización. En las FARC esa palabra no existe” [89].

Vale la pena contrastar estas declaraciones tan varoniles con las de varias mujeres, también colombianas, también guerrilleras. "Un día me mandaron a preparar una bomba para volar un puesto de policía, que explotó pero sin matar a nadie. Eso no les gustó a mis jefes. Me llamaron al día siguiente y cuando expliqué que no había sido un error sino que yo no quería dañar a nadie se pusieron furiosos y me obligaron a repetir la operación” [90].”Lo que si tenía claro era que la de la guerrilla era una lucha importante. Pero no pensaba en la cuestión militar. Mi tarea era colaborar en la enseñanza. Las armas no me apasionaban ... A mí realmente no me llaman la atención las armas. Yo tengo claro que estoy en la lucha armada porque es una necesidad para el país” [91]. “La mayoría de las que ingresaban a las Farc lo hacían para huir del maltrato familiar, de la persecución de los padrastros y del exceso de trabajo que les ponían en la casa. Algunas lo hacían también porque les atraía un guerrrillero o les llamaba la atención el poder que generaban las armas. Los hombres, en cambio, se metían a la guerrilla porque a ellos sí les gustaban las armas y porque la vida no les ofrecía más oportunidades ... Lo más duro de la guerra es la muerte, la pérdida de los compañeros. Son dolores que se van acumulando. Uno no es consciente de ello mientras está en la lucha. Pero cuando para, lo devora a uno el dolor de cada muerto, de todos los muertos” [92]

4 – CONCLUSIONES
En este trabajo se ha querido argumentar que para la comprensión de algunas de las  variadas manifestaciones de la violencia no parece razonable descartar del todo la posibilidad de que ciertos elementos de la naturaleza humana, algunos instintos básicos, puedan eventualmente contribuir a la explicación y a enriquecer el diagnóstico.

¿Cual sería el sentido actual de una noción como la de un instinto natural para la violencia, o para la guerra? Las especulaciones que se hicieron hace más de un siglo acerca de una base biológica de los comportamiento violentos fallaron por la simple razón que faltaba una teoría psicológica que hiciera plausibles tales vínculos. De esta manera, sólo se podía hablar de forma muy vaga de instintos e impulsos que invocaban el determinismo biológico y que fácilmente podían ser rebatidos con referencias a la plasticidad y variedad del comportamiento humano, y en particular a la facilidad con que los individuos, los grupos y las sociedades, pasan de la agresión a la amistad, de la paz a la guerra, de la guerra a la reconciliación.

Lo que parece cada vez más objeto de crítica por parte la psicología es la radical distinción que aún se maneja en las ciencias sociales entre lo biológico y lo cultural, como una especie de programas inmutables que limitan lo natural a cuestiones como comer, dormir, caminar o hablar y suponen, por defecto, que todo lo demás es cultural, o aprendido del entorno. Esta distinción tan radical está incomodando progresivamente a los psicólogos. “El modelo estándar de las ciencias sociales requiere una psicología imposible. Resultados en psicología cognitiva, biología evolutiva, inteligencia artificial, psicología del desarrollo, lingüística, y filosofía convergen hacia la misma conclusión: una arquitectura psicológica que consista simplemente de mecanismos equipotenciales, de propósito general, independientes y libres de contenido simplemente no podría desempeñar las tareas que se sabe que la mente humana es capaz de desempeñar ni resolver los problemas de adaptación para cuya solución los seres humanos evolucionaron –desde ver, hasta aprender un lenguaje, o reconocer emociones, o elegir una pareja, o las muchas actividades que se agregan bajo el rótulo de aprendizaje cultural”  [93].

La alternativa que se propone es un modelo de la mente similar a una compleja red de computadores dedicados a funciones específicas [94]. Mecanismos especializados, con formatos, procedimientos y claves particulares que evolucionaron para encargarse de ciertos problemas adaptativos durante épocas remotas y primitivas. Se propone que conceptos vagos como cultura, aprendizaje, o razonamiento deben refinarse. Como un primer paso se sugiere una distinción entre la cultura adoptada  -que correspondería al término cultura que actualmente se maneja, o sea el contenido que ha sido reconstruido desde representaciones en otras mentes-  y una cultura provocada [95]  que significa una red de mecanismos psicológicos especializados en problemas específicos, mecanismos que permanecen latentes en la mente hasta que son requeridos por situaciones específicas locales. Estos mecanismos podrían ser tanto biológicos como culturales, como una mezcla. El punto relevante es que el hecho que ciertos comportamientos nunca aparezcan, o que sólo aparezcan después de la infancia, no implica necesariamente que sean socialmente construidos. Que aparezcan en ciertas culturas, o en determinadas épocas y no en otras, no implica que sean invenciones culturales. Si, como parece ser, la mente humana está cargada con tales mecanismos, uno de ellos bien podría ser el de los impulsos letales en los machos, impulsos que serían provocados por cuestiones del entorno como los celos, la escasez de parejas, el miedo,  la venganza o la guerra.

Lo que resulta paradójico en el discurso es la continua referencia a factores culturales, o a la transmisión de valores, como elementos explicativos de comportamientos  violentos que, simultáneamente,  se califican de salvajes, o primitivos, o pasionales pero de todas maneras poco racionales, y en contra de cualquier norma social. Las deficiencias de la información, y los prejuicios sobre lo políticamente correcto, han impedido hasta el momento el desarrollo del trabajo empírico necesario para avanzar en la tarea de contrastar las distintas hipótesis que se plantearon en este trabajo. Lo que resulta difícil de entender es que, ante la insuficiencia de teoría para explicar la violencia –que es innegable- no exista una mayor apertura y aceptación de hipótesis que puedan contribuir a comprender el problema, un requisito indispensable para tratar de aliviarlo.

A nivel positivo la conclusión global de la teoría propuesta en este trabajo para complementar el conocimiento predominante sobre el fenómeno de la violencia es que si parece existir algo como una naturaleza humana que, en conjunto con la elección individual, el entorno social y la cultura, ayuda a explicar los comportamientos, y en particular los comportamientos sexuales y el recurso a la violencia por parte de los hombres. Por otro lado, que en la tarea de controlar la violencia, esa naturaleza humana, que existe y debe ser tenida en cuenta, no aparece como una buena aliada. 

Los prejuicios sin embargo son tercos. Se sigue despreciando, o interpretando de manera políticamente correcta, la evidencia. Además, se proponen explicaciones que sencillamente no convencen, como aquella que basta con transmitir culturalmente un papel, el del macho, para que de allí surja el aprendizaje de infinidad de conductas específicas asociadas con ese papel: como ser infiel, conducir embriagado, andar armado, enredarse en riñas, reaccionar violentamente por celos, agredir a la pareja, volverse criminal, vengar a alguien cercano, unirse a una banda o vivir de la guerra [96]. Y que ese mismo papel, la masculinidad, es el que se transmite en todas las culturas, y desde siempre, a todos los hombres. ¿Cuales son la psicología y la pedagogía consistentes con esta noción de transmisión cultural de acuerdo con la cual basta con enseñar masculinidad para que en ese paquete se transmitan instrucciones concretas sobre reacciones específicas, que además son contrarias a las normas sociales? ¿Qué tipo de psicología sirve para explicar el hecho que el alcohol, o la droga, o situaciones extremas como la rabia, o los celos refuerzan lo aprendido? Es realmente tortuosa la explicación de que la violencia surge de la prescripción cultural de ciertas conductas. Bastante más intuitiva, y parsimoniosa, es la explicación basada en la insuficiencia de controles para esas conductas. ¿Por qué lo que parece ser evidente en la actualidad, aún en Colombia [97], como es el objetivo social de transmitir y reforzar culturalmente el disgusto por la guerra es algo que se logra con mayor facilidad entre las mujeres que entre los hombres?. ¿Por qué las mujeres aún cuando asumen roles eminentemente “masculinos” y con poder siguen mostrando una menor disposición, y un mayor disgusto hacia la violencia?  [98].

Es demasiado débil la evidencia a favor de la idea que los hombres jóvenes son violentos por que se les educó para serlo. Además es contraria a la difundida noción que el fortalecimiento del sistema educativo está asociado negativamente con la incidencia de conductas violentas. La acumulación de cultura, la civilización ha transitado el camino de más a menos violencia [99]. Parece más simple, intuitivo y conducente para la adopción de políticas plantear, por el contrario, que los pocos hombres jóvenes que aún son violentos es porque no se logró controlarlos. Además, que en ese objetivo indispensable de controlar -cultural o legalmente- la violencia, en la calle, en el hogar o en la guerra, no parece prudente contar con aportes significativos de la naturaleza humana.

BIBLIOGRAFIA

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Wright, Robert (1994). The Moral Animal. The New Science of Evolutionary Psychology. New York: Vintage Books. 


ANEXO

 

ECUACION 1

DATOS DEPARTAMENTALES
ESTIMACION REGRESION MULTIVARIADA CON E-VIEWS

VARIABLE DEPENDIENTE:
TH98, es la tasa de homicidios  por cien mil habitantes en 1998.
VARIABLES INDEPENDIENTES:
POBIND, la proporción de indígenas en el total de la población
MASCULINO, la relación de masculinidad, definida como el número de hombres solteros entre 12 y 29 años y el número de mujeres solteras entre 12 y 29 años
CORG, la percepción de la influencia de crimen organizado en la localidad, medida como el porcentaje de hogares que consideran que tal presencia es muy seria
JP9697 es el indicador de desempeño de la justicia penal.


ECUACION 2
DATOS DEPARTAMENTALES
ESTIMACION REGRESION MULTIVARIADA CON E-VIEWS
VARIABLE DEPENDIENTE:
TH9698, es la tasa de homicidios  por cien mil habitantes. Promedio 96-98.
VARIABLES INDEPENDIENTES:
POBIND, la proporción de indígenas en el total de la población
MASCULINO, la relación de masculinidad, definida como el número de hombres solteros entre 12 y 29 años y el número de mujeres solteras entre 12 y 29 años
CORG, la percepción de la influencia de crimen organizado en la localidad, medida como el porcentaje de hogares que consideran que tal presencia es muy seria


ECUACION  3
DATOS MUNICIPALES
ESTIMACION MODELO LOGIT CON STATA

. logit vgp8789 esigp esqt85 ogps ppmt paa ptp90 papi ephsc epcd pfyt79 pfptx79 pfepi79

Logit Estimates                                         Number of obs =    953
                                                        chi2(12)      = 171.20
                                                        Prob > chi2   = 0.0000
Log Likelihood =  -257.3304                             Pseudo R2     = 0.2496

------------------------------------------------------------------------------
 vgp8789 |      Coef.   Std. Err.       z     P>|z|       [95% Conf. Interval]
---------+--------------------------------------------------------------------
   esigp |   9.727533   4.318123      2.253   0.024       1.264167     18.1909
  esqt85 |   .0354287   .0130902      2.707   0.007       .0097725     .061085
    ogps |  -.0466351   .0252908     -1.844   0.065      -.0962042     .002934
    ppmt |   .1023181   .0665867      1.537   0.124      -.0281893    .2328256
     paa |  -.3557268   .0745188     -4.774   0.000       -.501781   -.2096726
   ptp90 |   7.37e-06   2.67e-06      2.760   0.006       2.14e-06    .0000126
    papi |   .4382019   .1308053      3.350   0.001       .1818282    .6945757
   ephsc |   -.374993   .1209892     -3.099   0.002      -.6121274   -.1378586
    epcd |   .1400296   .1090905      1.284   0.199      -.0737838     .353843
  pfyt79 |   .0005522   .0002311      2.390   0.017       .0000993    .0010052
 pfptx79 |   .0174555    .009111      1.916   0.055      -.0004016    .0353127
 pfepi79 |   .0136114   .0068354      1.991   0.046       .0002144    .0270085
   _cons |  -2.476336   4.632457     -0.535   0.593      -11.55578    6.603113

VARIABLE DEPENDIENTE
vgp8789
Presencia Guerrillera en 1987-1989

VARIABLES

ESIGP

INDEPENDIENTES

Indice de Desigualdad de Gini para la población pobre
ESQT85
Indice de Calidad de Vida en 1985
OGPS
Número de estaciones de Policía pcmh
PPMT
Proporción de hombres en la población
PAA
Edad Promedio de la Población
PTP90
Población total en 1990
PAPI
Indice (1 a 6) de Asociación y Participación Política
EPHSC
Proporción de la población con Bachillerato
EPCD
Proporción de la Población con Educación Superior
pfyt79
Ingresos fiscales Totales pcmh pesos de 1987. Promedio 87-89
pfptx79
Proporción de Impuestos en Ingresos Fiscales. 1987-1989
pfepi79
Proporción de Inversión en el Gasto. 1987-1989






* Paz-Pública - Universidad Carlos III de Madrid. merubio@eco.uc3m.es
Este trabajo ha sido realizado en el marco del proyecto “Textbook on the Economic Analysis of Law for Latin America”  financiado por la Tinker Foundation. Una versión anterior fue presentada en el VI Congreso Anual de la Asociación Latinoamericana y del Caribe de Derecho y Economía (ALACDE) Octubre 27 y 28 de 2000. ITAM, México.
[1] Este resumen está basado en Dawson (1999) y Wright (1994)
[2] El término en inglés “evolutionary psychology” parece que no debe traducirse como psicología evolutiva, pues esta denominación estaría reservada para la rama de la psicología iniciada por Piaget.
[3] Esta sección está basada en Dawkins (1989), Barkow et al (1992), Buss (1993), Ridley (1993, 1996) y Wright (1994)
[4] Un punto importante es que el diseño natural no ha cambiado de manera significativa desde la época de las cavernas, mientras el entorno si ha sufrido radicales transformaciones. Así, un rasgo adaptativo en un entorno primitivo de restricción de alimentos, como el gusto por los azúcares y las grasas, puede no serlo en la actualidad. Cambió el entorno, no el rasgo adaptativo.
[5] De la misma manera que el gusto natural por el dulce, o por los alimentos ricos en energía y proteína constituyen estrategias para la supervivencia, por la vía de la buena alimentación, o para regular la temperatura del cuerpo, sin que sea necesaria la intención, o siquiera  la consciencia de los objetivos. En el mismo sentido, no es que el sexo se haga pensando conscientemente en la reproducción. Lo que resulta adaptativo es que el sexo sea algo que, naturalmente, se tiene gusto en hacer.
[6] Citado por Wright (1994) pág 33. Traducción propia.
[7] De acuerdo con Buss (1993), la teoría de Darwin de la selección sexual tuvo mucha resistencia por parte de los científicos hombres por más de un siglo, en parte porque la idea de un proceso activo de selección le concedía demasiado poder a la mujer que  se pensaba debía permanecer pasiva en el proceso de apareamiento.
[8] En biología la definición de hembra se basa precisamente en el mayor tamaño de las células sexuales.
[9]  Bateman J.A (1948). “Intrasexual selection in Drosophila” Heredity. Citado por Wright (1994) pág 40, traducción propia.
[10] Williams, George (1966). Adaptation and Natural Selection. Citado por Wright (1994) pág 41, traducción propia.
[11] Traducción de “fit” en términos de supervivencia.
[12] Williams, George (1966). Adaptation and Natural Selection. Citado por Wright (1994) pág 41, traducción propia.
[13] Trivers (1972) “Parental Investment and Sexual Selection”. Citado por Wright (1994) pág 42, traducción propia.
[14] Y una industria de tamaño no despreciable. De acuerdo con Ghiglieri (2000) tan sólo en los EEUU es algo superior a los U$ 8.000 millones de dólares al año, cifra del orden de magnitud de las exportaciones totales de un país en desarrollo..
[15] En un experimento, tres cuartas partes de los hombres a los cuales se acercó una mujer desconocida a proponerles una relación sexual aceptaron tenerla, mientras que ninguna de las mujeres abordadas por un hombre desconocido aceptó la propuesta. Buss y Scmitt (1993) “Sexual Strategies Theory: An Evolutionary Perspective on Human Mating”. Psychological Review 100. Citado por Buss (1994). Para España, el estudio Salir de Marcha y Consumo muestra que el 39.1% de los jóvenes salen por la noche en busca de sexo, pero las proporciones varían en función del género: es el caso del 53% de los jóvenes hombres y del 17.3% de las mujeres. El País Junio 18 de 2000.
[16] Publicada por Donald Symons en 1979 en The Evolution of Human Sexuality. Citado por Wrangham (1994).
[17] Y en el cual se incluyeron comunidades de los cinco continentes, desde habitantes de grandes ciudades como Rio de Janeiro, Sao Paulo, Shangai, Bangalore y Ahmadabad en la India, Jerusalem y Tel Aviva, Teherán hasta culturas primitivas como los Zulús. Se cubrieron los grandes grupos raciales, étnicos y religiosos con más de 10.000 entrevistas.
[18] Malinovski, Bronislaw (1929). The Sexual Life of Savages in North-Western Melanesia. Citado por Wrangham (1994) página 45. Traducción propia.
[19] Y sobretodo en el sentido de problemas de salud que se puedan considerar hereditarios.
[20] Vale la pena, por último, señalar un rasgo que si bien puede haber perdido importancia en las sociedades modernas y pacificadas resulta fundamental para la capacidad de supervivencia en las sociedades violentas y es el de la aptitud del hombre como protector físico de la seguridad tanto de su pareja como del vástago.
[21] Trabajos citados por Buss(1994).
[22] Buss (1994) página 25. Traducción propia.
[23] El testimonio de una antigua prostituta que dejó de serlo para convertirse en diputada socialista en suiza y al cabo de los años vuelve a visitar a sus antiguas compañeras es revelador: “Muchas de ellas seguían allí y vinieron a hablarme. Estaban convencidas de que me había casado con un hombre rico. Cuando supieron que era diputada y juez asesor me hicieron el vacío. Eso era traicionarlas mientras que la boda con un millonario no, la boda era el final feliz de un cuento”. El País 26 de Marzo de 2000, página 34.
[24] Varios estudios mencionados por Buss (1994) muestran que en distintos países, una de las cualidades más apreciadas en un marido potencial es el estar enamorado. En los avisos en los periódicos, una de las características más solicitadas por las mujeres que buscan pareja es la sinceridad.
[25] De acuerdo con Malinovski los indígenas de las islas de Melanesia consideraban el sexo con las mujeres ancianas algo “indecoroso, ridículo y antiestético”. Citado por Wrangham.
[26] En Colombia, por ejemplo, se menciona con frecuencia que la “sabiduría china” recomienda que, en el momento de constituirse la pareja, la edad de la mujer debe ser la mitad de la del hombre más 7 años, que implica una diferencia de edades creciente con los años: (14,14), (20,17), (30,22), (40,27), (50,32), (60,37), (70,42). Un trabajo reportado por Buss (1994) hecho en Estados Unidos con base en anuncios de periódico muestra resultados consistentes con esta sabiduría popular: los hombres en sus treinta prefieren mujeres unos cinco años menores mientras que en los cincuenta la diferencia de edades deseable ha aumentado a 20 años. Las decisiones efectivas de matrimonio parecen confirmarlo: entre los americanos en el primer matrimonio la diferencia de edades es de tres años, en el segundo de cinco y en el tercero de ocho. Estudios similares para distintos países también muestran esas diferencias Citados por Buss (1994)
[27] En Ghiglieri (2000) se ofrecen, con base en las mismas ideas, explicaciones para las violaciones, individuales o en grupo en los contextos de guerra, el infanticidio y los genocidios.
[28] En un análisis de 104 sociedades regidas por déspotas la antropóloga Laura Betzig encontró evidencia “que los hombres ricos y poderosos disfrutan de los mayores niveles de poligenia ... y la mayoría tenían acceso privilegiado a esposas más fértiles y atractivas” Citado por Ghiglieri (2000) página 46. Traducción propia. La misma situación se puede encontrar en ambientes más cercanos: "Fabio (Vásquez Castaño) .. parecía contento de vernos. Lo acompañaba una mujer muy bella. Después supe que el único que podía tener una mujer en el campamento era él. Los demás vivían en total abstinencia. Fabio las cogía por turnos. Duraba con cada una siete u ocho meses, se aburría y escogía otra ... Una noche llegó un compañero a mi hamaca y me dijo: La llama el jefe. Yo sentí temor, allá uno era como una ovejita: sí, compañero; como usted diga, compañero ... Pero también estaba convencida de que todo lo que Fabio hacía era perfecto. En ese momento él no tenía compañera. Estaba en plan de conquista" " Lara (2000) páginas 40 y 44
[29] El récord registrado de número de hijos, cerca de novecientos, corresponde efectivamente a un hombre que no sólo era poderoso sino muy violento Moulay Ismail “El Sangriento”, emperador Sharifian de Marruecos.
[30] Perusse (1993). “Cultural and Reproductive Success in Industrial Societies: Testing the relationship”. Behavioral and Brain Sciences. Citado por Wright (1994). No parece lejano el día en que se empiece a ofrecer una respuesta a la vieja inquietud de Darío Echandía: el poder, ¿para qué?. La respuesta promete ser  simple: para tener más mujeres. Se dice que Aristoteles Onassis afirmó alguna vez que “si las mujeres no existieran todo el dinero del mundo no tendría ningún sentido”. Ghiglieri (2000). En una visita a Bogotá el economista del crimen Isaac Ehrlich relató la siguiente anécdota. A un alto funcionario que alternaba su actividad de altos cargos en la URSS -mucho poder y poco sueldo- con puestos de dirección de bancos en Londres -mucho dinero y poco poder- se le preguntó cual de esas actividades prefería. Sin dudarlo respondió que era mejor tener poder; “¿Por qué?” ... “Por las mujeres”.
[31] En un trabajo de David Courtwright sobre la evolución histórica y las diferencias regionales de los homicidios en EEUU se encontró que la composición de la población era un buen predictor de la tasa de homicidios. “Las tasas más altas siempre se dieron en dónde la población local tenía la mayor proporción de hombres jóvenes y el número menor de mujeres jóvenes listas para el matrimonio”. Ghiglieri (2000) página 126. Para Colombia, por ejemplo, parte del conocimiento adquirido sobre la violencia indica que las zonas mineras, o las regiones de colonización emprendida por hombres solteros, no por parejas, son lugares altamente conflictivos y violentos. Algunos trabajos recientes en los cuales se tratan de explicar las diferencias, entre países o entre regiones, en las tasas de homicidio sugieren que no es la pobreza la que contribuye a la violencia sino la riqueza y la desigualdad en las regiones Fajnzylber et al (1998, 1999), Bourguignon (1999), para Colombia Montenegro y Posada (1995) o Sarmiento (1998). Por otro lado, los ejercicios estadísticos que se resumen más adelante muestran que cuando se introduce un indicador de desequilibrio en el mercado de parejas, los resultados tienden a corroborar la teoría.
[32] Siegel (1998). Criminology.
[33] En Colombia, la asociación entre ser mafioso, acumular riqueza y poder, y tener al alcance no una sino muchas mujeres, con frecuencia reinas de belleza, es tal vez uno de los rasgos más característicos del mundo ilegal en la década de los ochenta.
[34] Esta sección está basada en Daly y Wilson (1988) y Wilson y Daly (1992)
[35] Levi Strauss (1969). The Elementary Structure of Kinship. Ciitado por Daly y Wilson (1988)
[36] Daly y Wilson (1988) página 190. Traducción propia.
[37] Tomado de Fenet, 1827 y citado por Wilson y Daly (1992) página 311. Traducción propia.
[38] Daly y Wilson (1988) página 192.
[39] Wilson y Daly (1992)
[40] Dora Margarita ex´guerrillera del Eln y el M-19. Lara (2000) página 65
[41] Cuya etimología es común a la de pasivo,  lo cual encaja bien en la idea tradicional de algo que se soporta, de manera pasiva, y no algo que se elige de manera activa Esta idea la propone Elster quien señala la cercana relación entre passion y passive. Elster (1999) página 29.
[42] Celar, 1438, “velar, vigilar”. Misma raíz de celador y de celosía “enrejado de madera que se pone en ciertas ventanas para que las personas que están en el interior vean sin ser vistas”, 1555, antiguamente celos, s XV, “se llamó así la celosía por la causa que determina su uso, ya que l amujer oculta tras una celosía no está a la vista de los viandantes”. Diccionario Etimológico Gredos.
[43] Mathe (1986) “Jealousy and romantic love: A longitudinal study”. Psychological Reports. Citado por Wilson y Daly (1992)
[44] Francis J L (1977). “Toward the management of heterosexual jealousy”. Journal of Marriage and the Family. Teisman y Mosher (1978). “Jealous conflict in dating couples”. Psychological Reports. Buunk B (1981). Jealousy in sexually open marriages. Alternative Lifestyles. Buunk y Hupka (1987) “Crosscultural differences in the elicitation of sexual jealousy” Journal of sex Research.. Citados por Buss (1994)
[45] En Canadá, por ejemplo, la tasa de homicidios, entre esposos, para las mujeres menores de veinte años es cerca de tres veces la que se observa entre los 20 y los 44 y cerca de siete veces la que se da entre las mujeres mayores. Daly y Wilson (1988) página 206.
[46] En Estados Unidos, Canadá y Escocia. Reportados por Daly y Wilson (1988) páginas 207 y 208.
[47] Esta sección está basada en Wrangham y Peterson (1996), Ridley (1996) y Dawson (1999),
[48] Las traducciones de estos términos, enemistades, o incursiones, no parecen suficientemente ilustrativas del sentido del término en inglés.
[49] E O Wilson, On Human Nature. Citado por Dawson página 87. Tradicción propia.
[50] Ridley (1996)
[51] Los grupos de cooperadores serían más exitosos que los grupos  de individualistas. En los primeros el rasgo más importante sería la imitación, o el conformismo. Haciendo lo que todos los demás hacen se garantiza la cooperación. “A donde fueres, haz lo que vieres”. Esta idea de las cascadas de información, la imitación,  las modas, está siendo defendida aún por ciertos economistas, por ejemplo Hirshleifer (1995) “The blind leading the blind: social influence, fads and informational cascades” en Tommasi (1995). The New Economics of Behavior. Cambridege University Press.
[52] Para dar este paso, políticamente incorrecto, de utilizar conocimiento sobre animales para explicar el comportamiento humano vale la pena escudarse en la afirmación de una antropóloga (Helen Fischer, autora de El primer sexo, las capacidades innatas de las mujeres y cómo están cambiando el mundo. Tauros). “A medida que sepamos más del comportamiento de los animales podremos explicar mejor por qué los hombres y las mujeres no se comprenden” El País, Mayo 18 de 2000.
[53] Tres tipos de descubrimientos recientes han llevado a postular la idea de un ancestro común a los humanos y los chimpancés hace unos 5 millones de años. Uno, fósiles descubiertos en Etiopía indican que hace unos 4.5 millones de años caminaba por el Africa un ancestro del hombre con un cráneo muy similar al de los chimpancés. Segundo, diversas pruebas de laboratorio muestran que, genéticamente, los chimpancés son más cercanos al hombre que al gorila. Tercero, tanto en el campo como en el laboratorio se encuentran cada vez más paralelos entre el comportamiento humano y el de los chimpancés.
[54] Término acuñado por Byrne y Whiten, Machiavellian Intelligence, Social Expertise, and the Evolution of Intellect in Monkeys, Apes and Humans. Citado por Dawson (1999). En el mismo sentido apunta de Waal (1989). Chimpanzee Politics. Power and Sex Among Apes. Baltimore: John Hopkings University Press.
[55] Par ael resto de cerca de 4000 especies de mamíferos no se han detectado patrones de comportamiento similar.
[56] Keeley (1996) señala como únicamente de la Guerra Civil Norteamericana se han escrito más de 50 mil libros mientras que de las luchas entre sociedades primitivas, en todo el siglo XX (hasta 1996) , se escribieron muy  pocas obras completas dedicadas al tema y algunas etnografías.
[57] Estos cálculos fueron hechos por el mismo Chagnon analizando datos de distintas aldeas. Wrangham y Peterson página 68.
[58] Esta conclusión para los chimpancés se basa en observación de campo.
[59] El estudiado por Jane Goodall (1986). The Chimpanzees of Gombre: Patterns of Behavior. Citado por Wrangham y Peterson.
[60] Keeley (1996)
[61] En ese sentido apunta el libro de Joanna Bourke, An intimate history of killing (Granta Books) en el cual, con base en el análisis de cartas enviadas por combatientes a sus novias y familiares, la autora sugiere que los soldados llegan a celebrar la violencia y a considerarla como una experiencia muy superior a la mediocridad de la vida civil o a equiparar las matanzas con experiencias sexuales. Ver el resumen y la crítica al libro en El País, Mayo 30 de 1999.
[62] Esta sección está basada en resultados preliminares del proyecto BID-CIEN “Violencia en Guatemala” coordinado por el autor
[63] La correlación de las tasas de homicidio departamentales entre dos años consecutivos es del 98%.
[64] Es muy pobre la asociación que se observa entre la violencia actual  y (1) el reporte que hacen los hogares acerca de las personas conocidas que, alguna vez, hubieran muerto de manera violenta o (2) la gravedad del conflicto tal como la perciben hoy los hogares o (3) la gravedad de los abusos cometidos por las autoridades. Estos dos últimos factores están altamente correlacionados.
[65] La correlación entre la tasa de homicidios (promedio 96-98) y el índice global de Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI) es de –19%. Con el indicador de exclusión la correlación negativa es aún más significativa, - 44%.
[66] La correlación entre la tasa de homicidios y la de analfabetismo es del orden de –45%, mostrando que a mayor porcentaje de población sin capacidad de lectura la violencia es menor, y no mayor como supondría la teoría. Utilizando como indicador del llamado capital humano la escolaridad promedio de los adultos se llega a un resultado similar, en el sentido de un efecto perverso de la educación sobre la violencia
[67] En aquellos departamentos en los que la población indígena constituye más del 40% de la población las tasas de homicidio se sitúan alrededor, o por debajo, de los 20 homicidios por cien mil habitantes. Por el contrario, los departamentos con mayores niveles de violencia son aquellos para los cuales la participación indígena dentro de la población es inferior al 20%. Tanto para el promedio del período 1996-1998 como para cada uno de los años, la correlación entre la tasa de homicidios y el porcentaje de población indígena es del orden del –80%.
[68] Y desafortunadamente sin poder contar con información sobre distribución del ingreso.
[69] El indicador ideal sería número de hombres solteros en el rango de edades a las cuales es habitual que se casen los hombres sobre número de mujeres solteras en el rango de edad a las cuales es habitual que se casen las mujeres. Estas edades generalmente no coinciden siendo mayor la de los hombres. 
[70] Si se acepta que el desequilibrio surge ante todo de movimientos migratorios se tendría que la población indígena dispone de mejores mecanismos para contener la emigración. De todas maneras, estas dos variables, el índice de NBI y el porcentaje de población indígena, explican más del 60%  de la varianza observada en el índice de masculinidad específica
[71] El trabajo clásico para el análisis de la violencia como un insumo de las diversas actividades de las mafias es Gambetta (1993). The Sicilian Mafia : The Business of Private Protection, Cambridge MA : Harvard University Press.
[72] En efecto el grupo de departamentos en dónde un porcentaje importante de la población considera “muy seria” la influencia del crimen organizado en su localidad corresponde con los mayores niveles de violencia.
[73] Como una razonable aproximación para esta variable, se cuenta para Guatemala con datos departamentales sobre el número de personas detenidas por homicidio. En los departamentos dónde se aclaran un alto porcentaje de los homicidios la tasa de homicidios el año siguiente es baja y por el contrario, los departamentos con un bajo nivel de detenidos por cada homicidio muestran niveles altos de violencia. La correlación simple entre las dos variables es del orden del 40%.
[74] Ecuación 1 en el Anexo.
[75] El coeficiente estimado, a pesar de ser negativo como cabría esperar, no resulta ser estadísticamente significativo
[76] Ecuación 2 en el Anexo.
[77] Y todas lo hacen con una significancia estadística que supera el 97%.
[78] En esta sección se resumen algunos de los resultados de Rubio (2000) “Violencia y Conflicto en los 90”. Coyuntura Social, Mayo
[79] Se ensayaron casi todos los indicadores disponibles con información demográfica, social, económica e institucional.
[80] Ver Ecuación 3 en el Anexo.
[81] Sarmiento (1998)
[82] Fajnzylber et al (1998, 1999)
[83] Desafortunadamente no ha sido posible realizar aún el mismo ejercicio con un índice más refinado, como es el de masculinidad entre la población soltera en edad de contraer matrimonio. Este indicador es el que recomendaría la teoría expuesta. 
[84] Se utiliza como criterio de capacidad explicativa de los factores iniciales el pseudo-R2 de las ecuaciones logit.
[85] Ver por ejemplo Waldman y Reinares (1999). “.. Las guerras civiles se alimentan generalmente a si mismas. Desenganchadas de sus orígenes y causas iniciales, desarrollan una dinámica propia cuyo propulsor principal lo constituye una violencia liberada de las ataduras políticas”. Waldman (1999b) página 87
[86] Collier y Hoeffler (1999).
[87] El origen del término se atribuye a los señores de la guerra que se consolidaron en la China en los disturbios de principios del siglo XX y consolidaron poderes neofeudales. Ver Waldman (1999a)
[88] Waldman y Reinares (1999)
[89] Testimonio de un guerrillero en Molano (1997) página 8. Subrayados propios
[90] La niña que desertó de las Farc. El Tiempo, Marzo 4/01
[91] Liliana López, alias Olga Lucía Marín, Comandante de las FARC. En Lara (2000), páginas 94 y  117.
[92] Dora Margarita, ex guerrillera del ELN y el M-19. En Lara (2000), páginas 66 y  70
[93] Tooby y Cosmides (1992) página 34. Traducción propia.
[94] Una idea similar, que propone abandonar la idea de un poderoso computador central para reemplazarla por un modelo de pequeños computadores en red ha sido propuesta también por algunos economistas como Aaron Henry (1994) "Public Policy, Values, and Consciousness" Journal of Economic Perspectives Vol 8 No 2
[95] El término en inglés es “evoked culture”.

[96] Esa es la idea implícita, por ejemplo, en las siguientes declaraciones a raíz del experimento de toque de queda para los hombres en Bogotá. ¿Por qué son los hombres tan violentos? Para Javier Ómar Ruiz del Colectivo Hombres y Masculinidades, no es cierto que sea por naturaleza. Más bien lo ve como un asunto cultural muy antiguo y que encierra una serie de mitos que se convirtieron en costumbre. "Mientras a los hombres se les dice desde pequeños qué es lo que deben hacer para demostrar su masculinidad, a las niñas se les permite que sean femeninas sin que se les esté recalcando cómo demostrarlo".  El Tiempo, Marzo 4 2001
[97] El discurso de acuerdo con el cual la guerra en Colombia es un valor cultural positivo es totalmente contrario a la evidencia.
[98] Tal es el caso de la Fiscal encargada de la entrega de los grandes capos del narcotráfico en Medellín, amenazada, valiente y obligada a andar armada que declara: “Para mí, dentro de los jueces, el trabajo duro, duro, es el del que levanta los muertos .. Yo soy una persona tranquila y no sería capaz de realizar esa labor; no me gusta ver sangre, me deprime el muerto de la índole que sea”. En Salazar, Alonso (1993). Mujeres de Fuego. Medellín: Corporación Región. Página 273
[99]  Esa es la esencia de la noción del proceso civilizante de Norbert Elías ampliamente aceptado entre los historiadores del crimen. El único elemento de transmisión cultural sobre el cual hay creciente consenso que va en la dirección contraria es la televisión intensiva en escenas violentas que desensibilizan las reacciones hacia tal tipo de conductas. De cualquier manera, sigue abierta la cuestión de por qué ese medio tiene un efecto diferencial entre los hombres y las mujeres. Ver Ghiglieri (2000).