Cambios en el mercado de la cocaína


¡Hágale, hermano!
Secuestro, narcotráfico y otras alegres audacias del M-19

Durante la administración Reagan, con la Directriz 221 firmada en abril de 1986 [1] se plantea por primera vez la droga como un problema que atenta contra la seguridad de los EEUU y se da por lo tanto vía libre a la participación del ejército de ese país en la batalla contra el narcotráfico, en cualquiera de sus fases. La consecuente represión de los cultivos de coca en lugares como Bolivia o Perú con el apoyo financiero y militar norteamericano, así como la propia dinámica de la industria, dentro de la cual los grandes capos colombianos jugaban un creciente papel y buscaban monopolizar el control de las distintas etapas de la actividad, reforzaron la tendencia al traslado de una parte de los cultivos de coca hacia las selvas colombianas.

En algunas de las zonas de frontera en dónde mejor se adaptaban las nuevas siembras de coca –como el Caquetá o el Guaviare- había de tiempo atrás presencia de grupos guerrilleros, o asentamientos de la denominada colonización armada. Este es el término, acuñado por William Ramírez, que utiliza Molano (1996) para distinguir de “la colonización campesina espontánea” los esquemas elaborados en las regiones de influencia de las FARC.  Por distintas razones -como la conflictividad explosiva en zonas fronterizas productoras de bienes de alto valor de mercado con alta inmigración o por los intereses a veces irreconciliables entre productores de coca y traficantes de pasta- las guerrillas, y en particular algunos frentes de las FARC, se fueron consolidando como la autoridad más eficaz en las zonas donde se implantaba el cultivo de la coca. El cobro de tributos a cambio del suministro de protección privada terminó siendo financieramente beneficioso para tales grupos.

No son abundantes los testimonios sobre el papel del M-19 en las zonas precursoras en el cultivo de coca, pero varios indicios indirectos sugieren que, a su manera, pudieron beneficiarse de tal expansión. El primero es el de la extraña coincidencia de elegir precisamente esa región cuando se tomó la decisión de abandonar el esquema de guerrilla urbana para llevar la confrontación a las zonas rurales. “Hacia finales de los años setenta, las FARC comenzaron a registrar un crecimiento notable en Caquetá y el conjunto de la región suroriental. A comienzos de los ochenta, el M-19 hizo sus primeros ensayos como guerrilla rural en el Caquetá. Simultáneamente con esta expansión guerrillera, se extendió el cultivo de marihuana y luego de coca en amplias regiones amazónicas” [2].

Son frágiles las razones que se dieron en su momento para justificar esa decisión. Luego de señalar, en forma contraria a lo que predicaban entonces los otros grupos, que el principal error de la guerrilla rural era la dispersión, y de ahí la decisión del M-19 de concentrarse en un solo lugar, Jaime Bateman explica por qué el sitio que más los favorecía era el Caquetá: “Era el mejor sitio porque nuestras fuerzas eran inexpertas. No teníamos un solo militar real. Teníamos teóricos militares y campesinos con criterios políticos más que militares … Entonces lo que hicimos fue una abstracción de lo que podía ser la lucha militar en Colombia, no político-militar, y empezamos a concentrar. El Caquetá se volvió el único frente nuestro. No por razones de aparato, sino por concepción. Necesitábamos enfrentar el enemigo en una sola zona, en lo más retirado del país, en un solo frente. Le estábamos demostrando al país que el problema no era territorial. Mucha gente nos decía ¿Pero eso allá tan lejos … ¿ Quien va a ir hasta el Caquetá a pelear … ¿ y nosotros les decíamos: El ejército tienen que venir a pelear donde nosotros le digamos. Y así sucedió. El Caquetá se convirtió en un fortín popular de lucha militar que ha conmovido a este país”  [3].

No es claro si fue la coca lo que atrajo al M-19 o si, por el contrario, su presencia contribuyó a la expansión del cultivo en el Caquetá. “Al igual que los municipios de Valparaíso, Curillo y San José del Fragua, Milán es uno de los lugares más afectados por llamada “guerra del Caquetá”, período que se vive entre 1981 y 1983 por las acciones militares del M-19. El avión de la empresa Aeropesca cargado de armas cae cerca a la comunidad indígena de Herichá, en el río Orteguaza en octubre de 1981. La violencia que se desencadena en toda la zona de operaciones del M-19 por donde circularon las armas, produce una migración masiva de campesinos de estos municipios, quienes en su mayoría van a Florencia, dando origen a la famosa invasión llamada Las Malvinas calculada en ese entonces en 5000 personas . Otros se movilizan a diversos municipios del departamento y hacia sus departamentos de origen. Pasada la guerra, los colonos regresan a sus parcelas. Coincide este período con la época en la que se inician los cultivos de coca en esta zona del departamento” [4].

Lo cierto es que, una vez consolidada la presencia de este grupo en la región, se da una nueva, doble y afortunada coincidencia. Por un lado, el M-19 adhiere públicamente al Movimiento Latino Nacional liderado por Carlos Lehder. “Cuando apareció la segunda edición del Quindío Libre (el periódico del movimiento de Carlos Lehder) su noticia más destacada fue precisamente sobre la adhesión de dos militantes del M-19 (El Loco y la Chilindrina) al Latino Nacional” [5]. A su turno, este prominente traficante no sólo rescata el ideario bolivariano y se declara admirador del General Rojas Pinilla –dos íconos del Eme- sino que empieza a proponer imaginativos proyectos de colonización del Caquetá. “Los quindianos somos los verracos para trabajar la tierra. Si apoyan al movimiento Latino, nosotros vamos al Caquetá y le probamos al País que las fincas sin cuota inicial son un negocio bueno para el desarrollo nacional … Fundamentalmente se requería de un sistema de transporte que llevara a los quindianos a trabajar durante la semana en intensas jornadas y que los regresaran los fines de semana para que los labriegos leñadores pudieran estar con sus familias. Tenía que ser así inicialmente mientras estaban óptimas y cultivadas las tierras del Caquetá y entonces si sería cuestión de partir con morral y familia a promover la civilización definitiva” [6].

Por varias razones, se puede sospechar que, a diferencia de las FARC, cuyas relaciones más sólidas eran con los campesinos y colonos cultivadores de coca, los del M-19 se encontraban más cerca de los intereses de los traficantes. Uno, no tenían una base popular en la región ni se sabe de un reclutamiento significativo de efectivos. Con notables excepciones -como la de Marcos Chalita, un líder popular oriundo del Caquetá- siguieron siendo un grupo dirigido por cuadros urbanos con enclaves en la selva. Al respecto, son dicientes algunos detalles de la visita de la periodista María Jimena Duzán al campamento del M-19 en la zona: “esa primera impresión del campamento jamás se me olvidará. Un señor impecablemente vestido de blanco, con una pistola en el cinto, fue el primero en saludarme … Había en aquel campamento un médico costeño desfilando en bata blanca, con el barro a las rodillas, despachando consultas con un foneidoscopio en la mano y un casete de salsa en la otra, como si se tratara de un personaje escapado de la película Mash[7].

Por otro lado, en forma consecuente con su origen urbano, los del Eme mostraron siempre gran capacidad para relacionarse con los peces gordos del narcotráfico y, simultáneamente, serias limitaciones para encajar en medios campesinos, requisito indispensable para jugar el papel de paraestado en la zona, o para cobrar tributos que, como el gramaje a los colonos y campesinos de la región, requieren un sólido entronque con la población local.

Por último, tenían mejor establecidos los contactos con el tráfico internacional de armas, un escenario más cercano a los narcotraficantes que a los cultivadores de coca. En efecto, de acuerdo con el testimonio de Floyd Carlton Cáceres, uno de los principales testigos en el juicio contra Manuel Antonio Noriega, las rutas ilegales de armas se habrían iniciado en Centroamérica a finales de los setenta cuando Omar Torrijos estableció un puente de apoyo a los Terceristas de Edén Pastora en Nicaragua. Las armas, que inicialmente provenían de Cuba, salían de Panamá hacia pistas clandestinas en Costa Rica. Tras la caída de Somoza, se empezó a utilizar el mismo circuito para armar a la guerrilla salvadoreña y al M-19, con dos diferencias: las armas yo no eran de origen cubano sino adquiridas en el mercado negro internacional y estos grupos pagaban por sus armas. Los contactos y rutas establecidos con este contrabando de armas sentarían las bases para el posterior tráfico de cocaína a través de Panamá y bajo la protección de Noriega  [8].

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[1] . Bowden (2001) p. 69
[2] Diagnóstico departamental de situación de DDHH y DIH - Caquetá . http://www.presidencia.gov.co
[3] Jimeno (1994) p. 395
[4] Ferro et. al. (1999).
[5] Orozco (1987) p. 156. En la p. 159 hay una copia de la primera página del ejemplar.
[6]  Orozco (1987) pp. 193 y 194
[7] Duzán (1982) p. 219
[8] Ver “Un hombre venal y de la CIA” El País,  Diciembre 17 de 1990.