Del rapto a la pesca milagrosa
Breve historia del secuestro en Colombia
La década de los ochenta se abre con la espectacular toma, por parte del M-19, de la embajada de la República Dominicana en Bogotá el 27 de Febrero de 1980. Entre los numerosos rehenes se encuentran catorce embajadores. Los guerrilleros exigen la liberación de más de trescientos prisioneros. Tras una larga negociación y el pago de un rescate monetario considerable, el 27 de abril el comando se dirige hacia Cuba llevando como garantía a doce de los rehenes que sólo serán liberados en la Habana. En entrevista concedida al periodista Germán Santamaría el 16 de Noviembre de 1980, y publicada en El Tiempo, Jaime Bateman afirma que su grupo recibió un millón de dólares por la toma de la embajada.
Durante la primera mitad de esa década empieza a generalizarse la práctica del secuestro en Colombia y se inicia una marcada tendencia creciente que, con la excepción del período 93-94, se extiende hasta finales de siglo (Gráfica 1). Los comentarios de prensa señalaban ya a Colombia como el líder mundial en materia de secuestro y, por otro lado, como una sociedad que había perdido capacidad de reacción y se acostumbraba a convivir con esta situación. “Sólo de cuando en cuando, ante un asesinato particularmente masivo o atroz, o ante una oleada de secuestros especialmente numerosa, o en aquellos casos en que la víctima es inhabitualmente vistosa por razones económicas, sociales o políticas, se registra un sobresalto de protesta en la ciudadanía acostumbrada y como anestesiada a la violencia … El caso es que, entre tanto, la violencia se ha convertido en la forma natural de la vida cotidiana en Colombia. […]: es lo mismo atracar que jugar al fútbol, o que cargar ladrillos en una obra, o que ser atracado” [1]. “Desde hace varios años, cuando comenzó a decirse con las cifras en la mano que Colombia compartía con Italia el récord mundial de secuestros, el país, que en un principio se había horrorizado con la proliferación de este fenómeno, tanto a nivel político como a nivel de delincuencia común, se fue acostumbrando al registro diario en las páginas de los periódicos, de nuevos raptos de industriales, ganaderos, campesinos e, incluso, funcionarios del gobierno como una realidad con la cual habría que convivir” [2]. “Salvo en algunos casos especialmente espectaculares o feroces--el de José Raquel Mercado, dirigente sindical "ejecutado" por el M-19, el de Gloria Lara de Echeverri, torturada y asesinada por una misteriosa ORP, el de Stanley Bishop, ejecutivo de la Texas liberado tras un importante rescate por una banda que dirigía un ex juez de la República, el de Jaime Betancur, hermano del Presidente, secuestrado por el ELN y en cuya liberación intervino el propio Fidel Castro--, la reacción de la ciudadanía ante los secuestros había sido en general de insensibilidad o indiferencia.” [3]
Son básicamente dos las circunstancias que se pueden asociar con este incremento: la decisión de los distintos grupos subversivos de orientar la lucha hacia las ciudades y el tráfico de droga.
Gráfica 1
2.1 – La urbanización del conflicto
Son claros el liderazgo y la influencia que debió ejercer el M-19 sobre las demás guerrillas colombianas. A raíz de la toma de la embajada de la República Dominicana, y aún cuando buena parte de sus cuadros directivos se encontraban detenidos, el M-19 aparecía como el grupo rebelde digno de ser imitado en Colombia. Con unos pocos golpes muy certeros no sólo había logrado acumular recursos económicos considerables sino que había demostrado capacidad para dialogar en sus términos con el gobierno colombiano y había obtenido una difusión, un cubrimiento mediático y una publicidad difíciles de imaginar para cualquiera de las demás agrupaciones subversivas. En opinión de un conocido columnista, “el M-19 supo convencer. Para mostrarlo basta el dato de que, siendo un grupo considerablemente mal organizado y de dimensiones bastante reducidas, su actividad generó en 15 años 10 veces más reportajes de prensa y de televisión, entrevistas y libros que cualquier otra organización armada colombiana -Farc, ELN, EPL- en el doble de tiempo y con mayores efectivos. Su eficacia como 'propagandista armado' fue asombrosa, y en eso superó con creces a sus modelos (los Tupamaros uruguayos o los Montoneros argentinos)” [4].
En términos escuetos, las guerrillas rurales y dogmáticas querrían también, a partir de ese momento, transitar el exitoso sendero trazado por los subversivos urbanos, más imaginativos y pragmáticos. Un buen ejemplo vale más que mil teorías. No parece simple casualidad que varios grupos subversivos colombianos manifestaran por aquella época de gloria del M-19 su intención de adoptar dos cambios cruciales: orientar su lucha hacia las ciudades y abandonar los rígidos esquemas ideológicos que habían guiado sus acciones hasta entonces.
El Ejército Popular de Liberación (EPL), que se había constituido en 1967 como brazo armado del partido comunista y, siguiendo la experiencia china, buscaba ante todo hacer presencia en las zonas rurales para lograr el apoyo campesino, cuestiona definitivamente esta orientación en el mismo momento que el M-19 está ocupando la embajada. “El 11 Congreso del partido que se reúne a inicios de 1980, se compromete a evaluar en su conjunto el trabajo del partido, a reexaminar toda la línea política y organizativa … el estudio crítico y autocrítico del pensamiento de Mao Tse Tung … el 11 Congreso señala claramente que su actividad esencial debe ser dirigida con un criterio de clase, que el foco de su acción deben ser los grandes centros industriales y en el campo las zonas agroindustriales”. (Declaraciones de William Calvo en Álape 1985) pp. 309 y 311).
Para las FARC, distintos analistas coinciden en señalar como un punto de quiebre estratégico la VII conferencia, que se realiza en Mayo de 1982. En lo político, esa reunión marca el rompimiento con el partido comunista y sus rígidos esquemas (Pizarro 1992 p. 202). En lo militar, se identifican las ciudades –y en particular a Bogotá, centro del eje de despliegue por la cordillera oriental (Rangel 1999)- como el objetivo primordial de las acciones: se decide urbanizar el conflicto. “La creación del Ejército Revolucionario se liga al planteamiento estratégico que define el despliegue de la fuerza, el centro del despliegue estratégico, allí donde en Colombia se están dando las contradicciones fundamentales, colaterales y accesorias de la sociedad, y que en este momento se ubican en las grandes ciudades del país. En estas condiciones el trabajo urbano adquiere una categoría estratégica”. Mandato de la VII Conferencia de las FARC trascrito en Peña (1997) p. 3. Aunque las FARC han hecho siempre énfasis en la dimensión política de esta decisión -en la ciudad era dónde se acumulaban las contradicciones del sistema- es difícil creer que no se tuvo en cuenta de manera explícita tanto el potencial financiero de las ciudades como el éxito obtenido el M-19 explotando ese potencial. Al respecto, es significativo el lapsus-lingüe de Jacobo Arenas cuando afirma en un libro de Arturo Álape que “uno de los filones de mayor importancia que estudió la Séptima Conferencia fue el fenómeno de la urbanización acelerada de las ciudades colombianas”. (Citado por Peña 1997 p. 8. Subrayado propio).
Por aquella época el ELN atravesaba una profunda crisis originada en una aparatosa derrota militar en Anorí en 1973, que tuvo no sólo las consecuencias negativas asociadas con el combate sino que implicó una mayor deserción. “En 1974, en un solo año, el ELN pasó de 270 guerrilleros a menos de 70”. Incluso su líder Fabio Vásquez Castaño se refugió en Cuba a finales del 74 dejando “encargado” de la dirección del grupo a Gabino, de tan sólo 24 años. (Peñate 1999 pp. 73 y 74). La situación se agravó con el llamado febrerazo de 1977, cuando casi la totalidad de sus cuadros urbanos fueron detenidos en Bogotá [5]. El M-19 juega un papel definitivo en el devenir de este grupo. No sólo porque incorpora en sus filas a varios ex elenos sino porque alcanza a financiar lo que queda del grupo. “En 1982, el ELN estaba tan acabado que hubo de recurrir a contribuciones del M-19 para poder subsistir”. (Peñate 1999). Además, unos años después, haría parecer irrelevante como amenaza el surgimiento y consolidación del frente Domingo Laín en la región del Sarare que sería precisamente lo que permitiría al ELN renacer de sus cenizas para encontrar la jugosa veta asociada a los recursos petroleros. Esta es una conjetura de Peñate (1999) quien con razón encuentra difícil de explicar la falta de reacción del Estado colombiano ante un pequeño frente que acumulaba ingentes recursos saboteando y extorsionando a la industria petrolera.
Los dilemas que enfrentaban por aquella época los grupos guerrilleros de origen campesino para tener acceso a los recursos urbanos habían sido sufridos en carne propia por el ELN. La experiencia de Anorí dejaba claro que hacer caer todo el peso financiero de la guerra revolucionaria sobre la población lugareña podía poner en juego la supervivencia de un grupo. Además que la cantera de ganaderos o agricultores acomodados se agotaba rápidamente. Por otra parte, el febrerazo hizo evidente que las operaciones subversivas en la ciudad requieren una tecnología y una estructura organizativa peculiares, distintas a las de los grupos armados móviles en el campo. El relato del febrerazo hecho por Gabino deja clara lo frágil que puede ser la seguridad de una organización subversiva en las áreas urbanas. “A mi paso por Bogotá, se revientan algunos hilos en el sistema de seguridad y compartimentación, dónde se juntan errores de liberalismo con la delación de un muchacho que fue capturado en la capital … Son ubicadas y allanadas simultáneamente cinco casas … Me replegué, cojo un taxi y me voy para la Boyacá, a una casa que tenía como referencia en caso de que ocurriera algo, cuando yo llego, el taxista me dice “oiga, esto está feo, está lleno de tiras y de policías, ¿usted dónde se va a quedar?”” . (Medina 2001 pp 376 y 377). En particular, la necesidad de mimetizarse y pasar desapercibido, esencial para sobrevivir en el medio urbano, era particularmente difícil de asumir para combatientes rurales, en uniforme, permanente y visiblemente armados. El testimonio de un guerrillero del frente 22 de las FARC es ilustrativo “en el área de la Sabana en Cundinamarca, la situación de crecimiento es totalmente distinta, comenzando porque no hay montañas. En las regiones urbanas y suburbanas cambia incluso el modo de desplazamiento de nosotros como guerrilla, porque hay que hacer un uso diferente de las armas, que no siempre pueden portarse, lo mismo que el uniforme. El desplazamiento lo realizamos por medio de unidades, que van vestidas de civiles, y en algunos casos con armas cortas”. (Peña 1997 p. 15). El entrenamiento que recibe, y las aptitudes que debe desarrollar un guerrillero rural, militares en esencia, tienen dimensiones casi antagónicas a las de su contraparte citadina. “Había tanto que aprender por el otro lado … Era toda una escuela. Introducción general a la conspiración: teoría y práctica. … Antes de que empezara una reunión, tocaba prender el radio de la casa. Y había una medida básica que se llamaba minuto conspirativo: era el tiempo que se dedicaba a crear una historia que justificara por qué estábamos reunidos, y cómo nos habíamos conocido .. Había claves para todo. Para escribir, anotar datos, dejar mensajes, para hablar. Se trataba de hacerlo con naturalidad, que el lenguaje cifrado no fuera sospechoso. Pero el lenguaje de las claves resulta a veces como el de los trabalenguas, y es frecuente que se crucen los cables, para escribir y para hablar. Y de tanto cuidar el lenguaje, se acaba diciendo lo contrario o no se entienden los mensajes. Y de pronto una acción que había que demontar se hace y se frustra, o al revés”. (Grabe 2000 pp 66 y 67).
La intención explícita de los distintos grupos subversivos de mirar hacia las ciudades no implicó el abandono del secuestro rural que, aunque progresivamente fue perdiendo importancia relativa, siguió aumentando en términos absolutos. Para finales del siglo, de acuerdo con los datos de Fondelibertad, los agricultores, ganaderos y hacendados sumados constituían cerca del 6% del total de las víctimas de secuestros. En algunas regiones el asedio a los propietarios rurales fue tan severo que tuvo consecuencias definitivas en dos fenómenos cruciales para la evolución del conflicto: la venta y concentración de tierras en manos de narcotraficantes y la conformación de grupos paramilitares. Lo que Fernando Cubides denomina el modelo típico de desarrollo del paramilitarismo, el de Puerto Boyacá, se desarrolló en buena medida como respuesta a la “exasperación de medianos y grandes propietarios ante una campaña sistemática de secuestro y extorsión adelantada por la guerrilla, una campaña satíricamente llamada por ellos mismos como “La Teletón del Magdalena Medio”. (Cubides 1999 pp. 170 y 171) [6].
Paradójicamente, la toma de la Embajada marcó para el M-19 el inicio de una nueva etapa: prácticamente se abandonaba la estructura urbana, bastante menguada, y se orientaban las acciones militares hacia el campo. “(La estructura urbana del M-19) ha sido fuertemente golpeada .. no se le olvide que nosotros trabajamos en la clandestinidad. Y es siempre el trabajo urbano el que primero cae … La ventaja de aquí es que se puede reunir a mucha gente. Estamos protegidos por la selva y por las condiciones geográficas”. (Entrevista a Jaime Bateman, en 1982, por Mª Jimena Duzán en Villamizar 1995 p. 232)
La transición que, por esa época, estaba dando el M-19 en franca contra vía a la de los demás grupos refleja la otra cara de la moneda de lo que se podría denominar el dilema del guerrero: es más fácil y seguro operar en las áreas rurales pero, simultáneamente, es allí dónde son más escasos los recursos para financiar la lucha. La comparación de los riesgos de la actividad subversiva urbana versus los de la rural hecha por Jaime Bateman en 1982 es contundente: “Las bajas más fuertes se encuentran en la ciudad … La guerrilla urbana es una forma de lucha que se ve expuesta mucho más a la eficacia del enemigo. La relación es de 50 a 1. Es decir por cada cincuenta compañeros que caen en las zonas urbanas, uno cae en el monte”. (Ibid. p. 241)
Así, mientras las guerrillas rurales miraban hacia las ciudades impresionadas por el éxito de la subversión urbana, esta última se refugiaba en el campo. Ambas veían su cambio de estrategia como “el desarrollo lógico de la lucha de clases del país”. Esta es una de las explicaciones de Bateman a la nueva localización del M-19 en la selva (Villamizar 1995 p. 232) que parece calcada de las conclusiones de la VII conferencia de las FARC que señalan el camino hacia la ciudad.
La manera como el ELN enfrentó este dilema fue orientando su acción hacia la economía petrolera: por medio de la extorsión directa a las empresas constructoras del oleoducto de Caño Limón desde mediados de los años ochenta y, por otra parte, con el llamado clientelismo armado, o sea la asignación mediante amenazas de recursos fiscales, en particular regalías petroleras, una práctica también utilizada por uno de los frentes de las FARC. Una segunda alternativa adoptada por la guerrilla para no arriesgar a sus efectivos en acciones citadinas fue la subcontratación de los plagios con la delincuencia urbana. La tercera opción para resolver el dilema financiero de los grupos subversivos de origen rural la facilitó en Colombia otro de los fenómenos característicos de la década de los ochenta, el narcotráfico. La manera como el M-19 solucionaría su problema financiero sigue siendo misteriosa. “A nosotros nunca nos alcanzará la plata por mucha que tengamos . Para el año entrante necesitamos plata para armar a unos ochenta mil hombres … Eso vale mucha plata. Pero mientras hayan (sic) oligarcas. Habrá dinero. Porque ya las cajas agrarias no nos alcanzan … sirven para el gasto” (Ibid. p. 239. Se puede pensar que las finanzas fueron el principal cuello de botella para tan ambiciosos planes. Los del M-19 no se consolidaron como secuestradores al por mayor, prefiriendo siempre los “peces gordos”. Recurrentemente se negó por parte de este grupo la vinculación al narcotráfico. Aunque nunca quedaron claras las contraprestaciones -el “como voy yo”- en las relaciones supuestamente altruistas de Pablo Escobar, esa sí reconocidas por el grupo.
[1] Semana, No. 8, julio 26 de 1982, “El impuesto del miedo”.
[2] Semana, No. 147, marzo 25 de 1985, “El secuestro nuestro de cada día”-
[3] Semana, No. 113, julio 30 de 1984, “¿Dónde están los secuestrados?”
[4] Antonio Caballero, epílogo al libro de Darío Villamizar. Extracto en Semana Nº 709, Enero de 1976.
[5] Un relato de este incidente se encuentra en Medina (2001) pp. 376 a 378.
[6] Teletón era el nombre de un programa anual de recaudación de fondos a través de la TV para beneficencia.