Violencia juvenil en República Dominicana
INTRODUCCION
“Ellos (los pandilleros) directamente salen afectados porque son la línea de choque del narcotráfico … El narcotráfico y el crimen organizado están detrás de las bandas y de las llamadas naciones … Muchos de ellos ni siquiera saben que la ley castiga ser miembro de una banda por el tipo de actividad que ellos realizan … Lo que usted ve en los barrios son el tercer o cuarto escalón de una organización criminal; detrás de ellos está el narcotráfico, todos los problemas que ocurren entre pandillas es por el narcotráfico … Los jóvenes en esos barrios son tan víctimas como las gentes que ellos agreden porque son utilizados por el narco y crimen organizado como fuerza de choque para la distribución y venta de su mercancía, para que roben, atraquen, asesinen gente, son usados como matones por ellos” [1].
Estas declaraciones recientes de un alto oficial de la Policía dominicana resumen adecuadamente varios de los resultados más preocupantes que surgen del análisis de una encuesta de auto reporte realizada entre un poco más de un millar de jóvenes en tres provincias de la República Dominicana durante el año 2005. El mismo oficial habla de las conexiones internacionales que tienen aquellos que subvencionan las pandillas y que, según sus términos, son los que obligan a esos jóvenes a pertenecer a esas organizaciones “ellos los conquistan hablándoles mentiras” .
Así, para la violencia juvenil, aparece una nueva acepción para el ilustrativo término de colombianización con que se ha hecho referencia al aparente deterioro de la situación de inseguridad y es, al igual que lo observado en Medellín, Cali y otras ciudades colombianas, en las últimas tres décadas la instrumentalización de las pandillas juveniles para incorporarlas por distintas vías a una de las actividades más contemporáneas más rentables. A diferencia de varios países centroamericanos en dónde las pandillas juveniles se han ido incorporando progresivamente a organizaciones en esencia también juveniles como la llamada mara salvatrucha, el elemento impulsor y catalizador en República Dominicana parece ser aún más organizado, mejor consolidado y más adulto: el narcotráfico.
Es básicamente con este trasfondo de una situación de inseguridad muy ligada al mercado de la droga que se hace indispensable reformular, para adaptarlo a tan peculiar escenario, la visión tradicional de la violencia juvenil como un simple resultado de la precariedad económica y la falta de perspectivas laborales de los adolescentes. Parecería, y así lo sugieren de distintas maneras los datos de la encuesta que más que carencia de oportunidades lo que habría es un excedente de vías rápidas e ilegales de enriquecimiento para los jóvenes que se involucran en el negocio.
EL ENTORNO
Aunque una encuesta de auto reporte como la que se analiza en este informe se adecua más al análisis de los determinantes individuales de vinculación de un joven a las pandillas, es factible tener una visión general de la incidencia, a nivel agregado, del fenómeno. Al respecto, el primer aspecto que sobresale de los datos de las encuestas es la variabilidad geográfica del fenómeno de las pandillas. Esta apreciación es relativamente independiente del indicador que se adopte para la medición de tal incidencia.
Para aproximarse a la importancia relativa las pandillas en las tres provincias de República Dominicana en las que se realizaron encuestas se dispone de tres indicadores diferentes más o menos relacionados, basados todos en el reporte hecho por los jóvenes que respondieron de forma anónima el formulario: 1) el reporte de alguna vez en la vida haber sido pandillero; 2) el contar o no con un amigo pandillero y 3) la percepción de que en el barrio en dónde se vive existen o no pandillas.
Con los dos primeros se puede construir un indicador tanto para los jóvenes vinculados al sistema escolar como para los desescolarizados. A diferencia de lo observado con relación o otros países, se observa cierta homogeneidad al interior de República Dominicana en materia de influencia del fenómeno de las pandillas. Más o menos dos de cada tres de los jóvenes encuestados, en las tres provincias, manifiesta que en el barrio en dónde vive hay existen pandillas. Un porcentaje similar, también de manera independiente del lugar, manifiesta conocer personalmente o contar con un amigo pandillero y, sorprendentemente, este porcentaje no cambia entre los escolarizados y el resto. La proporción de jóvenes que, aunque vinculados al sistema escolar, manifiestan haber pertenecido a una pandilla –y que dada las características de la muestra se puede considerar el indicador más apropiado para comparar la incidencia relativa del fenómeno- sí presenta diferencias regionales importantes, siendo más del doble en el Distrito Nacional que en Santo Domingo.
Utilizando el mismo indicador de incidencia entre los estudiantes, se puede decir que el fenómeno de las pandillas en República Dominicana está menos generalizado que en Panamá y Nicaragua y sería similar al de Tegucigalpa. Esta incidencia más baja que la observada en lugares como Managua o Ciudad de Panamá no necesariamente debe considerarse una buena noticia. Aunque bien podría reflejar un fenómeno aún incipiente, podría también interpretarse, de acuerdo a la hipótesis planteada en Rubio (2005), como el reflejo de unas pandillas mejor consolidadas y con mayores vínculos con la criminalidad organizada.
PANDILLAS Y SITUACIÓN ECONÓMICA DE LOS JÓVENES
No cabe duda que, al igual que en otros lugares de América Latina, en República Dominicana una de las explicaciones más generalizada para la presencia de pandillas en las localidades, así como para la vinculación de los jóvenes a tales grupos es la basada en la precariedad de la situación económica tanto social como individual. La información de la encuesta realizada puede ser útil no sólo para contrastar este planteamiento sino para refinar un poco el análisis e identificar los mecanismos a través de los cuales operaría el impacto desde el ámbito económico hasta el entorno de las pandillas.
Como primer indicador de la situación económica de los jóvenes se puede utilizar su percepción subjetiva del estrato socio económico al que pertenecen [2]. Antes, se puede mirar su consistencia con otras medidas disponibles sobre el nivel económico de los jóvenes como son la educación de la madre y los gastos mensuales del mismo joven.
A pesar de tratarse de un indicador muy subjetivo, la percepción de la clase social a la que pertenece el joven aparece compatible, a nivel agregado, con las otras dos variables relacionadas con la capacidad económica. De todas maneras en todos los ejercicios en los que se busque contrastar el efecto del ingreso se hará uso de todos los indicadores disponibles.
Otra verificación que se le puede hacer a la información sobre percepción de estrato socio económico es observar su distribución entre la muestra de estudiantes, que se sabe es representativa de dicha población puesto que el respectivo grupo fue escogido de manera aleatoria para la encuesta. Lo que se observa, como cabría esperar, es una distribución en forma de campana, cuya moda corresponde al estrato medio, y sin diferencias importantes entre hombres y mujeres [3].
Otro aspecto que vale la pena señalar es que, dentro de algunos grupos específicos de riesgo considerados en la encuesta –pandilleros [4], trabajadoras sexuales, sankis, adolescentes callejeros e infractores- predomina la opinión de pertenecer al estrato bajo de la población.
Retomando el indicador de estrato socio económico, con los datos de estrato agregados a nivel de barrio se observa que no existe una relación negativa (pues el índice de correlación es de 0.04) con la incidencia de pandillas en los barrios. Por otro lado, con una medida muy simple de la desigualdad –la desviación estándar en la calificación del estrato socio económico- se observa una muy leve asociación positiva (r = 0.16) con la presencia de pandillas.
La asociación entre la presencia en los barrios y las demás variables disponible sobre la situación económica de los hogares tampoco es más estrecha que la observada con el estrato.
Así, y a diferencia de lo observado cuando se realiza este ejercicio con datos de distintos países agregados por municipios [5], los datos de República Dominicana agrupados por barrios no avalan el planteamiento relativamente generalizado que a mayor precariedad económica mayor será la incidencia de las pandillas. Vale la pena un esfuerzo por entender mejor por qué no se da esta relación que a menudo se plantea como incontrovertible.
El primer punto que conviene dilucidar es si -como postula la hipótesis que el pandillerismo es una respuesta a la precariedad económica- al mejorar la percepción que tienen los jóvenes sobre su posición en la escala social disminuye la frecuencia de adolescentes que reportan haber estado vinculados a las pandillas. A primera vista, los datos consolidados de la encuesta tienden a avalar esta observación puesto que, entre los hombres jóvenes que se consideran del estrato más bajo uno de cada cuatro ha sido pandillero mientras que, en el otro extremo, entre quienes perciben pertenecer a la clase más alta la cifra respectiva es de uno de cada once.
Entre otras, la proporción de pandilleros entre los jóvenes del estrato más alto (9%) no es tan diferente de la que se observa en el estrato medio bajo (12%), y es incluso superior a la que se da en los estratos medio (8%) y medio alto (7%).
A pesar de la observación anterior, si se divide la muestra en dos partes, de acuerdo con el criterio de estar o no vinculado al sistema educativo, se aclara bastante la naturaleza de la relación entre la situación económica de los jóvenes y la vinculación a las pandillas. Una razón para, en ciertas circunstancias, analizar la encuesta separando a los estudiantes del resto de jóvenes es que, como se ha anotado, mientras la muestra de estudiantes es aleatoria, la de no escolarizados no lo es. En particular, en este grupo están sub representados aquellos jóvenes que, habiendo abandonado el sistema educativo no se han vinculado a las pandillas [6]. La desagregación de la muestra en estos dos grupos –estudiantes y no escolarizados- es interesante por varias razones. Primer porque desaparece por completo la asociación lineal y negativa que se observaba, con los datos agregados, entre estrato socio económico y presencia de pandillas. Segundo, porque se sugiere que la principal vía a través de la cual la situación económica repercute sobre el fenómeno de las pandillas es el abandono escolar. Sobre este tema se volverá más adelante. Tercero, porque entre los jóvenes que aún están vinculados al sistema educativo lo que se observa para la incidencia de pandillas, en lugar del perfil decreciente con el nivel económico que se postula con frecuencia, es una relación en forma de U con una incidencia de pandillas muy similar en el estrato más bajo (11%) y el más alto (9%), y un mínimo en el estrato medio bajo (3%). El hecho que dentro del conjunto de jóvenes relativamente privilegiados, como son los que continúan estudiando, la proporción de pandilleros sea similar en los dos extremos de la escala social es un desafío importante a las asociaciones simplistas entre capacidad económica y violencia. Cuarto porque, entre los no escolarizados -aunque no se da ningún caso de pandillero que sienta pertenecer al estrato más alto- se observa relativa independencia entre la afiliación a las pandillas y el nivel económico, siendo en el estrato medio alto donde se da el mayor reporte (29%) de vinculación de los jóvenes a las bandas juveniles.
La relación entre el reporte de haber sido pandillero y el nivel educativo de la madre, por el contrario, es más consistente con lo que se puede considerar la explicación tradicional de las pandillas: a mayor educación de una mujer, parece menos probable que alguno de sus hijos se vincule a una pandilla. Parecería que el paso crítico en materia educativa es el que se da entre la primaria y la secundaria.
En efecto, mientras que entre los jóvenes cuya madre no tiene ninguna educación o sólo cuenta con la instrucción primaria el reporte de haber sido pandillero es del 20%, entre aquellos cuya madre tiene educación secundaria la cifra se reduce a la mitad (10%) y no es muy distinta de la observada entre los hijos de mujeres universitarias (6%). Nuevamente, la separación de la muestra entre estudiantes y no escolarizado da algunas luces adicionales. Por una parte, se tiende a corroborar la idea que un importante factor de riesgo en la afiliación a pandillas es la desvinculación del joven del sistema educativo. Al igual que lo señalado cuando se controla por el estrato socio económico, al filtrar por el nivel educativo de la madre se observa, en cada nivel, una incidencia muy superior de pandilleros entre los jóvenes que han abandonado la escuela. Incluso entre los jóvenes cuya madre tiene educación universitaria la incidencia de pandilleros es muy superior entre los no escolarizados (18%) que entre los estudiantes (5%). La mayor diferencia, de treinta puntos, se observa entre los hijos de mujeres con sólo educación primaria. Por otro lado, al igual que lo anotado para el estrato, en la muestra de estudiantes se observa que la incidencia de pandillas no es un asunto exclusivo de los jóvenes en situación más desfavorable.
Los resultados más difíciles de interpretar son los relacionados con la asociación entre pandillas y el dato sobre gastos mensuales del joven. Aunque claramente se entra en el terreno de las causalidades en ambas vías, vale la pena analizarlos puesto que, de todas maneras, son útiles para contrastar los vínculos entre precariedad económica y violencia.
A nivel global, lo que se observa es que, dentro de lo que se podría denominar la economía adolescente, el fenómeno de las pandillas parece más un síntoma de bonanza –desde el punto de vista del gasto- que de restricciones económicas. En efecto, si se divide la muestra por quintiles de gasto de los jóvenes lo que se observa es que, entre los adolescentes pertenecientes al 20% con mayor poder de consumo, uno de cada cuatro reporta haber sido pandillero. En el quintil más bajo la proporción es uno de cada veinticinco.
El mismo patrón general se observa al dividir la muestra entre estudiantes y desescolarizados: a medida que aumenta la capacidad de gasto de los jóvenes se incrementa el reporte de haber pertenecido a una pandilla. Así, y con base en los patrones de gasto juveniles, el fenómeno de las pandillas aparece más asociado a la elite económica de los adolescentes que a los sectores más desfavorecidos.
Como se señaló, parece más que razonable en este caso pensar en la causalidad en el sentido inverso. Y en lugar de plantear que la pandilla es una de las actividades que compran los jóvenes con buenos recursos parece más pertinente señalar que se trata de una vía que permite a algunos jóvenes mejorar sustancialmente sus niveles de gasto.
En ese sentido, la separación de la muestra en las dos grandes categorías que se tuvieron en cuenta para la realización de la encuesta es de nuevo bastante útil. Por una parte muestra que, entre los estudiantes, el ser pandillero se asocia con los mayores privilegios en materia de gastos. Aún dentro de ese conjunto relativamente privilegiado que constituye el sector de estudiantes en un país poco desarrollado, los pandilleros aparecen como los consumidores más pródigos. Gastan, en promedio al mes, cerca de cuatro veces lo que gastan los estudiantes pertenecientes al estrato más bajo y un 11% más que los estudiantes no pandilleros pertenecientes a la clase socio económica más alta [7]. Entre los desescolarizados, también se observa que los pandilleros muestran mayores niveles de consumo.
El perfil por edades del gasto mensual de los jóvenes también es interesante puesto que muestra que uno de los efectos de la vinculación a la pandilla es anticipar, entre los hombres recién entrados a la adolescencia, niveles de gasto superiores a los que se observan a la edad en que normalmente finaliza la escolaridad.
Es útil analizar los gastos de los jóvenes no sólo de acuerdo a su condición de estudiantes sino, además, teniendo en cuenta su vinculación al mercado laboral mediante un empleo. Lo que se observa es interesante. En términos generales, parecería que la vinculación a la pandilla se asocia con unos ingresos del orden de cien dólares al mes para sus integrantes.
Por una parte, esa es la diferencia entre los gastos mensuales de los pandilleros que siguen escolarizados, que no trabajan, y los demás estudiantes tampoco vinculados al mercado laboral. Es además, el monto de los gastos mensuales de los pandilleros que ni estudian ni trabajan. Se puede pensar que la pandilla no es un ambiente propicio para el ahorro, sino para el consumo, y por tanto se puede inferir que las diferencias en gastos están reflejando diferencias en términos de ingresos. Si, por otra parte, se supone que dentro del grupo dedicado exclusivamente al estudio la mayor parte de los gastos corrientes se atienden con fondos provenientes de la familia, se puede sospechar que el ingreso extra de los pandilleros se convierte inmediatamente en plata de bolsillo y eso ayudaría a explicar la posición bastante favorable que, en materia de gasto, muestran los pandilleros con relación a los demás estudiantes.
Por otra parte, se observa que por fuera de este grupo relativamente privilegiado de los estudiantes que no cuentan con un trabajo, las diferencias de gasto entre los pandilleros y el resto de jóvenes se reducen. Tercero, parecería que lo que se podrían denominar gastos de subsistencia de un joven se sitúan, en promedio, alrededor de sesenta dólares al mes. Con la excepción de los adolescentes dedicados exclusivamente al trabajo, que gastan un poco más, ese es el nivel observado en todos los grupos de adolescentes no pandilleros, incluso entre aquellos que ni estudian ni trabajan.
Dos datos llaman la atención de esta comparación. El primero es que, entre los jóvenes que cuentan con un empleo la diferencia de gastos entre los pandilleros y el resto no es muy importante. Esta observación se aplica tanto a los estudiantes como a los desvinculados del sistema escolar. Parecería que, cuando los jóvenes trabajan, la pandilla no constituye una fuente adicional de ingresos.
Sin profundizar aún en el origen de los ingresos que resultan de la vinculación a la pandilla es ilustrativo analizar el impacto conjunto de los antecedentes familiares y de las distintas actividades que pueden desarrollar los jóvenes sobre sus niveles de gasto. Este ejercicio, cuyos resultados se resumen en la Gráfica siguiente [8], suscita varios comentarios.
El primero es que, como se había mencionado anteriormente, el gasto que se podría denominar autónomo de los jóvenes dominicanos es ligeramente superior a los U$ 50 al mes. El segundo es que el efecto pandilla sobre el consumo de los jóvenes es del mismo orden (U$ 33) de magnitud del que resulta de percibir U$ 100 dólares de salario mensual (U$ 35). Una diferencia sustancial que parecen tener los ingresos laborales juveniles provenientes de un empleo remunerado con los que se pueden asociar a las pandillas es que los primeros estimularían el ahorro y/o las ayudas al sostenimiento económico del hogar mientras que los segundos se utilizarían ante todo para incrementar el consumo. El hecho que tan sólo contar con un amigo pandillero tenga un impacto estadísticamente significativo sobre los niveles de gasto tienden a corroborar esta afirmación. El tercer comentario es que cada aumento de un nivel en la escala social se asocia con un incremento, relativamente modesto, de U$ 8 dólares en el gasto mensual juvenil. En otro términos, el efecto pandilla sobre el gasto de los adolescentes es equivalente a pasar del extremo más bajo al más alto en la escala social. Otro coeficiente apunta en esa dirección, de manera adicional al hecho ya señalado que U$ 100 dólares de salario incrementan en un poco más de la tercera parte de esa suma el consumo del joven, lo que permite suponer que unas dos terceras partes se ahorran o se aportan a los gastos familiares, y es que el hecho de contar con un trabajo se asocia, entre los jóvenes, con una reducción de los gastos personales de cerca de U$ 15 al mes, lo cual permite inferir hábitos más frugales entre los adolescentes vinculados al mercado laboral. Por último, no debe dejar de señalarse que los niveles mayores de gasto se relacionan con fallas en la supervisión de sus actividades por parte de los padres: el simple hecho que se sepa en la casa dónde está el joven al salir de las casa se asocia en una reducción sustancial de su consumo mensual.
En síntesis, del análisis de la asociación entre vinculación a las pandillas y la situación económica de los jóvenes queda claro que el asunto es bastante más complejo e indirecto que la relación directa y casi automática que con frecuencia se plantea entre pobreza y violencia juvenil. Por una parte, no todos los jóvenes del estrato más bajo, o con las mayores deficiencias educativas en el seno familiar se vinculan a las pandillas. En el otro extremo, un porcentaje no despreciable de jóvenes de los estratos altos, o que cuentan con una madre con educación universitaria reportan haber sido pandilleros. Más significativo aún resulta el hecho que, entre los estudiantes, la incidencia de pandilleros sea similar en el estrato más bajo y en el más alto y que la de este último sea superior a la de los estratos medios. Los datos de la encuesta simplemente corroboran algo implícitamente ignorado por la teoría tradicional, y es que los jóvenes ricos también pueden ser violentos. En el mismo sentido apunta la anotación que en los países industrializados, al amparo de estados de bienestar bien consolidados, también existen pandillas.
SITUACIÓN ECONÓMICA EN EL ENTORNO DE LAS PANDILLAS
Los datos de la encuesta permiten analizar la situación económica no sólo de los jóvenes pandilleros sino también la de su entorno más inmediato. Por una parte, y corroborando la observación hecha con los datos agregados por barrios, en el sentido que la presencia de pandillas en los barrios no se asocia directa ni automáticamente con el estrato promedio de los jóvenes de tales barrios, si se agrupan los datos de acuerdo con el nivel económico de los jóvenes y se mira cual es la incidencia de pandillas en cada uno de los estratos, se observa que esta disminuye entre el estrato bajo y el medio alto, pero sólo entre el grupo de desescolarizados. Entre los jóvenes que aún estudian, se observa una relativa independencia entre el nivel económico y la presencia de pandillas en los barrios que la reportan en promedio seis de cada diez de los jóvenes, sin que tal proporción se reduzca significativamente al aumentar el nivel económico.
Un perfil por estratos aún más disonante con las visión tradicional de las pandillas se observa para el reporte de amistad con pandilleros. Tanto entre los jóvenes que abandonaron el sistema escolar como entre quienes aún permanecen vinculados, no se percibe un efecto negativo de la escala social sobre la posibilidad de establecer lazos de amistad con las pandillas.
Se dispone en la encuesta de información no sólo sobre si los jóvenes han establecido vínculos de amistad con las pandillas sino, adicionalmente, sobre la extensión de esos lazos. Con respecto a este nuevo indicador de cercanía con las pandillas, tampoco es posible identificar un efecto negativo del estrato socio económico sobre la magnitud de los vínculos con las pandillas.
Si se utiliza como indicador de la situación socio económica del joven no su percepción de la clase social a la que pertenece sino un dato más objetivo, el nivel educativo de la madre, se observa también un perfil para el cual es difícil percibir un efecto de los antecedentes familiares sobre el establecimiento de lazos de amistad con los pandilleros.
La dificultad para encontrar una relación inequívoca entre la situación económica y el fenómeno de las pandillas también surge al observar de la percepción que tienen los pandilleros y el resto de jóvenes sobre su posición en la escala social. En efecto, la composición por estratos de distintos grupos de la población de jóvenes muestra que más que la pandilla, es el abandono escolar lo que parece tener una asociación estrecha con la precariedad económica. En efecto, entre el universo estudiantil, la percepción que tienen los pandilleros sobre su situación social relativa es muy parecida a la de los no pandilleros. La mayor parte se ubica en los estratos medios. Algo similar puede decirse para el grupo de jóvenes desvinculados del sistema educativo: el grueso de ellos considera que pertenece a la clase media baja y baja y casi ninguno percibe pertenecer al estrato alto. En ambos casos, la diferencia entre los pandilleros y el resto de jóvenes en términos de estrato socio económico es muy débil.
LA SENSACIÓN DE SEGURIDAD EN EL BARRIO
En general, la sensación de seguridad de los jóvenes parece satisfactoria, ya que es mayor el porcentaje de quienes se sienten muy seguros en las calles de su barrio (30%) que quienes se sienten muy inseguros (11%). La proporción de los que se sienten algo seguros (39%) es casi el doble de la correspondiente a quienes se sienten poco seguros (20%). No se observan diferencias apreciables entre hombres y mujeres en materia de la sensación de seguridad.
Otro dato que se puede interpretar positivamente es que la sensación de seguridad en el barrio no muestra un deterioro con la edad. Es razonable suponer que con los años los jóvenes adquieren un mejor conocimiento de las condiciones de seguridad en su barrio –por efecto de mayor número de amigos, más información, más familiaridad con la calle- y, por lo tanto, que eso no se traduzca en un deterioro en la percepción de seguridad parece un dato positivo. En las mujeres, por el contrario, lo que se observa es que la percepción sobre la situación de seguridad en su entorno mejora con la edad.
Se observa un leve efecto del estrato promedio del barrio sobre la sensación de seguridad que manifiestan los jóvenes. En efecto, entre los jóvenes que viven en los barrios de estrato medio alto y alto, la proporción de jóvenes que se sienten muy seguros es del 36%, contra 27% entre quienes viven en barrios de estrato bajo y medio bajo. Los porcentajes de quienes manifiestan sentirse muy inseguros son, respectivamente, del 6% y del 15%.
Es interesante observar que este efecto estrato sobre la sensación de seguridad de los jóvenes es más nítido entre los hombres que entre las mujeres. El grupo que manifiesta una menor sensación de seguridad en las calles de su barrio es el de los hombres jóvenes que se consideran pertenecientes al estrato más bajo. Por el contrario, quienes se sienten más seguros son los hombres de los barrios de estrato medio alto. Entre las mujeres, por el contrario, la sensación de seguridad no muestra diferencias importantes en los dos extremos del estrato económico.
Es probable que el efecto estrato sobre la sensación de seguridad de los jóvenes esté relacionado con la calidad de la infraestructura disponible en el barrio, ya que la calificación de esta última se muestra positivamente asociada con la percepción de seguridad que manifiestan los jóvenes. En efecto, mientras en los barrios en los que los jóvenes consideran que “la calidad y el mantenimiento de las calles, los espacios públicos y la iluminación nocturna de tu barrio” es de pésima calidad un 18% se sienten muy inseguros, y un 19% muy seguros, para quienes viven en barrios donde la infraestructura les merece una calificación excelente el porcentaje de muy inseguros baja al 5% mientras que el de muy seguros sube al 41%.
El efecto infraestructura se observa tanto entre las mujeres como entre los hombres, siendo un poco más significativo entre ellas que entre ellos.
El impacto favorable de la calidad de la infraestructura, el mantenimiento de las calles y el alumbrado público sobre la sensación de seguridad de los jóvenes se extiende a la disponibilidad, pero sobre todo a la calidad de la infraestructura deportiva. Así, mientras que los jóvenes que viven en un barrio sin canchas un 14% de los jóvenes manifiestan sentirse muy inseguros, y un 14% muy seguros, entre quienes viven en un barrio con canchas de calidad media (calificación 3 entre 1 y 5) los porcentajes respectivos son del 10% y del 32%. Entre quienes consideran que las canchas de su barrio son de excelente calidad la fracción de muy inseguros se reduce al 5% mientras que la de muy seguros aumenta al 45%.
El impacto favorable sobre la sensación de seguridad que se asocia con la disponibilidad de canchas es ligeramente más marcado entre las mujeres que entre los hombres. Lo que queda claro es que, para ambos, el efecto requiere una calidad media o superior.
Un escenario similar se observa para la disponibilidad de parques así como para su estado de mantenimiento. La proporción de jóvenes que se sienten muy seguros en las calles de su barrio, que es del 27% entre quienes viven en un barrio sin parque sube al 44% entre quienes reportan que el parque de su barrio es de excelente calidad.
A diferencia de las canchas, y de manera que alcanza a sorprender, el efecto parque sobre la seguridad es similar entre hombres y mujeres.
La sensación de seguridad que sienten los jóvenes en las calles del barrio no depende tan sólo del entorno físico sino que se modifica sustancialmente dependiendo de la presencia de pandillas en las localidades. Tanto entre las mujeres como entre los hombres, la influencia de las pandillas se asocia con un porcentaje de muy inseguros que se multiplica por más de dos. A su vez, la fracción de mujeres que se sienten muy seguras se reduce del 36% al 22% mientras que entre los hombres la caída en la seguridad asociada con las pandillas es aún mayor, ya que los que se sienten muy seguros pasan de representar el 44% al 23%.
No deja de llamar la atención el perfil por edades de este impacto negativo sobre la seguridad asociado con la presencia de pandillas en los barrios. En efecto, el efecto de las pandillas obre la percepción de seguridad expresada por los jóvenes parecería ser el de estabilizarla entre las distintas edades, en niveles más bajos a los observados en ausencia de tales grupos. Además, esta aparente estabilización es distinta entre las mujeres y los hombres. Para las primeras, en los barrios sin pandillas se observa que las más jóvenes se sienten más seguras y que, con los años, la percepción de seguridad en el barrio se deteriora. Cuando operan pandillas en el vecindario, la sensación de inseguridad no sólo se incrementa sino que se desvanece un poco el efecto de la edad.
Entre los hombres, por el contrario, la sensación de seguridad en las calles aumenta con la edad cuando no operan pandillas en el barrio. La presencia de tales grupos, al igual que ocurre con las mujeres, tiende no sólo a deteriorar la percepción de inseguridad sino a disminuir las diferencias por edades.
Antes de analizar otros factores que pueden tener repercusiones sobre la sensación de seguridad de los jóvenes vale la pena resumir cual es el impacto neto de cada uno de los elementos del entorno barrial considerados hasta este punto cuando se analiza su efecto de manera simultánea [9].
Los resultados de este ejercicio son interesantes. Por una parte, muestran que un impacto positivo importante sobre la sensación de seguridad lo tiene la infraestructura global del barrio, pues cada punto en la calificación de su calidad incrementa la probabilidad de sentirse muy seguro, tanto en las mujeres (41%) como en los hombres (37%). Además, esa misma variable contribuye a disminuir, entre las mujeres, los chances de sentirse muy insegura en un 42%. La simple disponibilidad de canchas o de parque no altera de manera significativa la sensación de seguridad de los jóvenes. Sin embargo, cada punto de incremento en la calificación de la calidad de las canchas del barrio contribuye en un 35% a que las mujeres se sientan más seguras y, por otro lado reduce en un 24% la posibilidad de que los hombres se sientan muy inseguros. De lejos el elemento del entorno barrial que más repercute sobre la sensación de seguridad de los jóvenes es la cercanía de las pandillas, cuya presencia, tanto en hombres como en mujeres, disminuye por lo menos a la mitad la probabilidad de sentirse muy seguro e incrementa en cerca del 150% los chances de sentirse muy inseguro en el barrio.
De manera simple y directa, los resultados anteriores sugieren que las inversiones en infraestructura para los barrios en dónde se haya detectado la presencia de pandillas, si se quiere que tengan un efecto perceptible sobre la sensación de seguridad de los jóvenes, deben, por una parte, orientarse ante todo a mejorar la calidad de esa infraestructura y, por otro lado, ir acompañados –incluso condicionados- por esfuerzos orientados a desmembrar o desarticular las pandillas existentes. Se puede pensar, por ejemplo, en procesos de negociación con los líderes de las pandillas por medio de los cuales las inversiones en infraestructura se sujetan a procesos explícitos de desmovilización y/o rituales de extinción de las agrupaciones existentes.
VICTIMIZACIÓN GLOBAL
Un poco más de la mitad de los jóvenes (51%) ha sido víctima de un ataque alguna vez en su vida y cuatro de cada diez lo han sido en el último año. Alrededor de estos porcentajes se observan diferencias dependiendo tanto del género como de la vinculación al sistema educativo. Entre los estudiantes es mayor la tasa de victimización entre los hombres (52% alguna vez 39% último año) que entre las mujeres (38%, 27%). Entre los jóvenes desvinculados del sistema escolar las diferencias por género se reducen.
Una parte sustancial de la mayor tendencia a ser víctimas que se observa entre los jóvenes no escolarizados se explica por la presencia, en este subconjunto, de grupos específicos de riesgo que se captaron de manera no aleatoria: pandilleros, trabajadores sexuales, pankis, adolescentes callejeros e infractores detenidos. Todos estos grupos resultan particularmente expuestos a ser víctimas de algún ataque.
De cualquier manera, incluso cuando se excluyen de la muestra estos grupos especiales con altísimo riesgo de victimización, la probabilidad de ser víctima de algún ataque se reduce de manera significativa entre los jóvenes escolarizados. En lo que resta de esta sección el análisis se hará sin tener en cuenta los grupos mencionados de jóvenes de alto riesgo para los que, se sabe, es necesario dedicar esfuerzos específicos de protección contra los ataques criminales.
Tanto para las mujeres como los hombres la tasa de victimización por estrato económico presenta un perfil en forma de U siendo superior en los extremos bajo y alto que en los estratos medios.
Como cabría esperar, el hecho de pasar la mayor parte del tiempo libre en la casa familiar, o la de los amigos, es un factor que se asocia con un menor reporte de haber sido víctima de algún ataque.
La incidencia de víctimas adolescentes también aparece positivamente asociada con los hábitos de vida nocturna en la calle. En efecto, mientras entre los jóvenes que, en la última semana, no salieron ninguna noche –por más de una hora- la tasa de victimización es del 27% entre quienes lo hicieron cuatro o más veces por semana la respectiva cifra supera el 40%. No es posible saber con la información disponible en la encuesta si esta asociación entre la vida nocturna y la posibilidad de ser víctima de algún ataque delictivo depende del hecho que se frecuenta ciertos sitios, en horas específicas, de mayor riesgo o si refleja hábitos más desprevenidos.
Puesto que varios de los elementos que se han encontrado asociados con la posibilidad de ser víctima de algún ataque pueden reflejar factores comunes –por ejemplo pasar la mayor parte del tiempo libre en la casa puede estar relacionado con menos salidas nocturnas- vale la pena analizar el efecto simultáneo de todos ellos. Lo que muestra este ejercicio es que, dentro de las variables disponibles en la encuesta, son cuatro las características de los jóvenes que tienen una repercusión sobre la probabilidad de ser víctima de un ataque criminal [10]. Tres de ellos aumentan el riesgo de ser víctima en un período de un año: ser hombre (en un 45%), salir de noche más de 4 veces por semana (+46%) y el estrato económico (+16% por cada nivel). Por otro lado el hecho de seguir vinculado al sistema educativo disminuye esa probabilidad en un 50%.
A pesar de que todos los coeficientes mencionados son estadísticamente significativos, el poder explicativo de las variables en su conjunto es bastante reducido. En otros términos, sigue siendo limitada la capacidad para explicar de manera sistemática, a partir de los datos de la encuesta las diferencias individuales en materia de victimización entre los jóvenes.
En forma adicional a los elementos que, desde la perspectiva de los jóvenes que son víctimas, afectan la probabilidad de sufrir un ataque, vale la pena analizar si algunas de las características del entorno en el que viven tales adolescentes tienen algún efecto sobre los chances de convertirse en blanco de esos ataques. En particular, vale la pena contrastar si los factores que afectan la sensación de seguridad de los jóvenes lo hacen a través de la mayor o menor probabilidad de ser víctimas o si, por el contrario, se trata de percepciones relativamente independientes de la dinámica de los ataques criminales.
Una manera de verificar si las características del barrio que, como se vio, afectan la percepción de seguridad de los jóvenes consiste en introducir en la ecuación de victimización cada una de esas variables y observar si se da algún efecto adicional. Los resultados de este ejercicio [11] muestran que el único elemento del entorno del barrio que tiene un impacto perceptible, y estadísticamente significativo, sobre la probabilidad de ser víctima es la presencia de pandillas en el vecindario que incrementa en un 37% los chances de sufrir un ataque criminal. Ni la disponibilidad de canchas o parque, ni su calidad, ni el estado general de la infraestructura del barrio muestran tener un impacto estadísticamente significativo sobre la probabilidad de ser víctima.
En otros términos, los datos de la encuesta sugieren que la percepción de seguridad de los jóvenes en las calles de su barrio es en alguna medida independiente de sus experiencias como víctimas, puesto que la mayor parte de los factores que afectan la primera no muestran tener repercusiones sobre las segundas. Tan sólo la presencia de pandillas en los barrios tiene un impacto perverso tanto sobre la percepción de seguridad, pues la disminuye, como sobre la probabilidad de ser víctima, al aumentarla.
Esta observación se corrobora con el hecho que la percepción de seguridad de los jóvenes no siempre parece ser sensible al reporte de haber sido víctima de un ataque criminal. Más concretamente, el impacto es asimétrico en el sentido que la victimización afecta negativamente la sensación de seguridad, pues incrementa la probabilidad de sentirse muy inseguro en las calles del barrio -en un 97% para las mujeres y en un 78% para los hombres- pero no tiene el efecto opuesto correspondiente: el haber sido víctima no disminuye la probabilidad de sentirse muy seguro.
Lo que se confirma con el ejercicio anterior es la relevancia del fenómeno de las pandillas como elemento crucial de la percepción de seguridad entre los jóvenes. Tanto en las mujeres como en los hombres el efecto de vivir en un barrio con pandillas es más perjudicial en términos de inseguridad que el haber sufrido un ataque criminal. Por otra parte mientras , como se vio, la presencia de bandas juveniles logra alterar la probabilidad de sentirse muy seguro tanto en ellas como en ellos, el ser víctima no alcance a tener un impacto similar.
VICTIMIZACIÓN ESPECÍFICA
Hasta este punto se han discutido las tasas de victimización que se pueden denominar globales, referidas al hecho de haber sufrido alguno de varios incidentes considerados de manera separada en la encuesta. Vale la pena ahora analizar las que se pueden denominar tasas de victimización específicas, o sea las correspondientes a cada uno de los siguientes ataques: agresiones físicas, amenazas, robos, sexo forzado y pago a pandillas. Lo que se observa, en primer lugar es que los tres primeros incidentes son los que dominan el panorama de la seguridad juvenil dominicana mientras que los ataques sexuales y los impuestos a las pandillas presentan una proporción de víctimas bastante inferior.
La desagregación de la tasa de victimización no sólo por el lado de los ataques sino además en términos de los grupos susceptibles de ser atacados suscita varios comentarios. El primero es que, como quedó claro con las tasa de victimización global, son varios los grupos poblacionales específicos –pandilleros, trabajadores sexuales, sankis, adolescentes callejeros e infractores- que soportan de manera desproporcionada la mayor parte de los ataques criminales considerados en la encuesta. En particular, dos de los incidentes considerados en la encuesta, los ataques sexuales y los pagos a las pandillas, parecen muy localizados. El primero en dos de los grupos de alto riesgo: las trabajadoras sexuales y los sankis y el segundo de manera casi exclusiva en las adolescentes que comercian con sexo. Sobre este punto, que de manera razonable se puede asociar a la existencia de algo como un contrato de protección de las pandillas sobre las actividades de prostitución, se volverá más adelante.
Con los datos de victimización desagregados por incidentes conviene retomar dos ejercicios realizados con la tasa global: por un lado, analizar el efecto de las características de los jóvenes y del entorno del barrio sobre la probabilidad de ser víctima de un acto delictivo y, por otra parte, evaluar el impacto que puede tener sobre la sensación de seguridad de los jóvenes el hecho de haber sido víctima de algún ataque de este tipo. Nuevamente, parece conveniente excluir de la muestra los grupos de jóvenes de alto riesgo que, como se señaló, presentan una peculiaridades en materia de victimización que exigen tratamiento específico.
De estos ejercicios surgen varios comentarios. El primero y más general es que, como cabría esperar, ni las características del joven ni las del barrio en el que vive afectan de manera uniforme la probabilidad de ser víctima de los diferentes ataques. Con relación a las primeras, el ser hombre incrementa la probabilidad de ser víctima de agresión (+88%) o de tener que pagar impuesto de paso a las pandillas (+213%) pero no tiene ningún efecto –ni aumenta ni disminuye los chances- sobre las amenazas, los robos o los ataques sexuales. El estar escolarizado reduce a la mitad las posibilidades de sufrir amenazas (-47%) o robos (-51%) pero no la de agresiones o violaciones. Los hábitos rumberos repercuten sobre la incidencia de agresiones, amenazas y sexo forzado pero no sobre los robos o los pagos a las pandillas. El segundo cometario es que la victimzación específica no parece ser muy sensible a las condiciones de la infraestructura –deportiva, recreativa o general del barrio-. Únicamente el estado general de las calles, la infraestructura y el alumbrado público muestra un efecto de reducción de los chances de un ataque sexual. La disponibilidad y calidad del parque se asocian con un efecto positivo sobre los robos. El tercer comentario es que el elemento del entorno con un efecto más uniforme, y siempre negativo sobre la victimización, es la presencia de pandillas en el barrio que aumenta la posibilidad de amenazas (+150%), la de robos (+61%), la de violaciones (+137%) y la de contribuciones forzosas a tales grupos (+210%).
Por otro lado, sorprende un poco que el haber sido víctima de algunos ataques criminales, como agresiones, sexo forzado o pago a pandillas no aparezca como un factor que altere la percepción de seguridad o inseguridad entre los jóvenes. Únicamente las amenazas muestran un efecto sobre la probabilidad de sentirse muy inseguro siendo mucho más considerable el impacto en las mujeres (+490%) que en los hombres (+109%). Los robos, a su vez, afectan los chances de sentirse inseguros entre los hombres (+163%) pero no entre las mujeres. Entre los primeros, además, afectan negativamente las posibildades de sentirse muy seguros (-40%).
LAS ACTIVIDADES DE LAS PANDILLAS EN LOS BARRIOS
De acuerdo con los jóvenes que respondieron la encuesta, y que reportan presencia de pandillas en sus barrios, las actividades que con mayor frecuencia realizan las pandillas son, en su orden, el consumo de droga o alcohol en lugares públicos (76%), las peleas entre pandillas (69%), los pequeños robos y amenazas (59%), los atracos y asaltos (50%) y las agresiones (42%).
En el otro extremo, las acciones menos reportadas para las pandillas son el trabajo para grupos políticos (16%), el cobro de impuestos (21%) y las violaciones (23%).
Al analizar la incidencia de acciones de las pandillas en los barrios clasificando estos últimos de acuerdo con el estrato social al que considera pertenecer quien responde la encuesta se observan dos regularidades en los datos. Por una parte, el ordenamiento de las acciones de las pandillas de acuerdo con la frecuencia que se reportan es similar en los distintos estratos. En los barrios de todos los estratos las acciones que con mayor frecuencia se reportan son el consumo de droga, las peleas y los robos.
El segundo aspecto, es que para todas las actividades la frecuencia de reporte es superior en los barrios de estrato bajo que en los de estrato medio y alto. Esta observación es particularmente relevante para el vandalismo, los ajusticiamientos y, sobre todo, para el pago de impuestos a las pandillas. Esta diferencia en la incidencia de las acciones en los barrios populares se puede cuantificar. Lo que se observa, en primer lugar es que, para todas las acciones de pandillas consideradas en la encuesta el diferencial de incidencia entre el estrato bajo y el medio o alto es estadísticamente significativo. Además, las magnitud es considerable: con la excepción de los ataques sexuales cuya probabilidad de reporte se incrementa sólo un 47% en los vecindarios de estrato bajo, para la mayor parte de las acciones de las pandillas esta probabilidad se incrementa entre el 110% y el 175%. Para los ajusticiamientos el incremento es del 208%, para el vandalismo el 253 y para el cobro de contribuciones un impresionante 456%.
EL PODER DE LAS PANDILLAS EN LOS BARRIOS
Entre los jóvenes que respondieron afirmativamente a la pregunta sobre presencia de pandillas en los barrios se indagaba acerca del poder efectivo que ejercen tales grupos sobre la vida de las comunidades [12]. Cerca del 13% de los jóvenes consideran que –con una calificación de 4 o 5- las pandillas juveniles son las que, de hecho, mandan en el barrio. La frecuencia de esta apreciación difiere bastante entre los hombres (17%) y entre las mujeres (7%). Se trata de una opinión exclusiva de los jóvenes desvinculados del sistema educativo y que, además, aparece estrecha y negativamente relacionada con la percepción del estrato económico de los jóvenes. Mientras más de cuatro de los jóvenes que consideran pertenecer al estrato más bajo opinan que las pandillas gobiernan su barrio, entre ninguno de los adolescentes del estrato más alto se presenta tal tipo de impresión.
Puede pensarse que la opinión sobre el alto poder de las pandillas dentro de los estratos más desfavorecidos está determinada en buena medida por los pandilleros explícitos, los trabajadores sexuales, los sankis y los adolescentes callejeros, colectivos en los que, como se vio, predomina el reporte de pertenecer al estrato más bajo. Esta observación es pertinente pues, en efecto, entre los adolescentes de alto riesgo considerados en la encuesta, es en dónde se concentra mayoritariamente la impresión sobre el poder de las pandillas en los barrios. En efecto, tres de cada cuatro de los pandilleros, dos de cada tres de las trabajadoras sexuales y la mitad de los sankis comparten la impresión que los pandilleros gobiernan el barrio.
Parecería, en últimas, que el poder de las pandillas lo perciben, y lo sufren, ante todo quienes tienen experiencia de vida en la calle.
A pesar de la observación anterior, si se excluyen de la muestra los grupos de alto riesgo persiste una asociación negativa entre el estrato económico y la percepción de alto poder de las pandillas en el barrio. Mientras uno de cada tres de los jóvenes del estrato más bajo perciben que las pandillas son las que mandan en el barrio, en el estrato medio bajo la proporción baja a uno de cada diez, al 3% en el estrato medio y al 1% en el medio alto.
En este contexto, no sorprende que dos de las actividades de las pandillas que se presentan primordialmente en los barrios populares –los ajusticiamientos y el cobro de impuestos- se asocien positivamente con la percepción de un alto poder de las pandillas. De hecho, no sólo se observa que estas dos actividades, que tradicionalmente constituyen la esencia misma de la función pública –el suministro de servicios de castigo y el cobro de tributos- no sólo estén altamente correlacionadas entre sí (r=44%) sino que también se asocien con una percepción de que las pandillas son las que, de hecho, gobiernan el barrio. En efecto, el reporte de pandillas que cobran contribuciones incrementa en un 608% la probabilidad de que se opine que tales grupos mandan en el barrio. Para los ajusticiamientos la cifra respectiva es del 140% [13].
Parece conveniente analizar cuales son los elementos del entorno que contribuyen a explicar que, en los barrios en los que existen pandillas, estas realicen ciertas actividades específicas. Como se señaló en la sección anterior, el hecho que quien responda el cuestionario considere que pertenece al estrato bajo incrementa de manera significativa el reporte de varias de las actividades de las pandillas. Vale la pena indagar si, en forma adicional a este indicador de la situación económica ciertos elementos del entorno, como la infraestructura del barrio, o el poder de las pandillas también contribuyen a explicar las diferencias en la incidencia de acciones reportadas.
Los resultados de este ejercicio muestran que con la excepción de las violaciones y el trabajo para los políticos, las distintas actividades de las pandillas se asocian esencialmente con dos factores: el reporte de pertenecer al estrato bajo y la impresión que los pandilleros gobiernan el barrio.
Es interesante, por otra parte, analizar cual es el impacto de las diferentes actividades desarrolladas por las pandillas, y el de su poder, sobre la sensación de seguridad de los jóvenes, de manera adicional a los elementos del entorno que también afectan esa percepción.
El comentario general que surge de este ejercicio es que el impacto es poco homogéneo. Mientras que para las mujeres el reporte de pandillas que violan y que tienen alto poder en el barrio incrementa en una magnitud considerable la probabilidad de sentirse muy inseguras en el barrio, en ambos casos el aumento es superior al 300%, y la calidad de la infraestructura del barrio tiene un leve efecto sobre esa sensación (35%), para los hombres, lo determinante para sentirse muy inseguros son los atracos y los trabajos para la delincuencia organizada.
Por otra parte, parece claro que los esfuerzos tendientes a mejorar la infraestructura del barrio tienen un impacto mayor en mejorar la sensación de seguridad que en impedir la de inseguridad. Por otro lado, que lo más pertinente en este ámbito, antes que la cuestión recreativa o deportiva, parece ser el mantenimiento de la infraestructura general del barrio.
SER PANDILLERO
Puesto que uno de los elementos que en mayor medida afectan la sensación de seguridad de los jóvenes –incluso más que el haber sido víctima de algún ataque criminal- es la presencia de pandillas en sus barrios vale la pena concentrar el análisis en los elementos que contribuyen a la vinculación de los jóvenes a estos grupos
Los factores básicos de riesgo
En Rubio (2006), con los datos de encuestas similares de auto reporte de conductas entre jóvenes aplicadas en otros países centroamericanos se señalan algunos elementos esenciales que ayudan a explicar la vinculación de los jóvenes a la pandilla: el género, la edad, haberse escapado de la casa alguna vez en la vida, estar desvinculado del sistema educativo, haber tenido relaciones sexuales precoces –antes de los 13 años-, haber consumido droga –marihuana, cocaína o heroína- alguna vez y vivir en un barrio en dónde operen pandillas juveniles. Para la República Dominicana dos de estos factores –la edad y el sexo precoz- no contribuyen a discriminar a los jóvenes pandilleros pero las demás variables si lo hacen de manera estadísticamente significativa [14].
Sobresalen dos factores de riesgo: el consumo de droga, que multiplica por más de once la probabilidad de reportar haber sido pandillero, y la presencia de pandillas en los barrios que lo hace por un factor cercano a siete. El ser hombre multiplica por más de tres esas posibilidades mientras que el abandono escolar lo hace en un 110% y la fuga de la casa en un 88%.
Es conveniente aclarar cual es la utilidad de tener lo que se podría denominar esta ecuación básica de los factores de riesgo de las pandillas. La primera es que permite hacer comparaciones con los ejercicios similares realizados en otros países [15]. La segunda es que, como parte de este esfuerzo comparativo, se pueden tener lineamientos comunes para los programas de prevención de la violencia juvenil promovidos con el apoyo del BID. Las dos observaciones anteriores no excluyen la posibilidad de profundizar este ejercicio de manera local, buscando los elementos que, en forma adicional a esta ecuación básica, ayudan a discriminar a los pandilleros dominicanos del resto de jóvenes. Antes de analizar otros factores determinantes de la afiliación a las pandillas conviene verificar si estos factores de riesgo son pertinentes a la hora de definir ciertas características de los otros grupos de adolescentes en situación de riesgo considerados en la encuesta. La respuesta a este interrogante parece ser positiva.
En primer lugar, el haberse fugado de la casa parece ser una característica de los pandilleros compartida con las trabajadoras sexuales, los sankis, los adolescentes callejeros y los menores infractores.
De hecho, el hecho de hacer parte de cualquiera de estos grupos de riesgo multiplica por más de ocho los chances de reportar haberse escapado –alguna vez o en el último año- de la casa por lo menos una noche sin consentimiento de los padres, y por más de diez la de haberlo hecho de manera precoz, antes de los 13 años.
Algo similar puede decirse con relación al consumo de droga –marihuana, cocaína o heroína- que también constituye una peculiaridad compartida entre los pandilleros y el resto de los adolescentes en situación de riesgo captados en la muestra.
De nuevo, el ser parte de alguno de estos grupos de alto riesgo multiplica en forma importante la probabilidad de reportar consumo de droga. Por un factor de veintitrés para el consumo alguna vez o el último año y por quince el consumo precoz de tales sustancias.
Aunque, como se señaló la actividad sexual precoz –haber tenido relaciones antes de los 13 años- no contribuye de manera estadísticamente a discriminar a los pandilleros del resto de jóvenes, es probable que esto se deba a la correlación existente entre esta conducta y el consumo de droga. En efecto, si se excluye esta última variable de la ecuación básica de los pandilleros y se reemplaza por la relativa al sexo precoz se obtiene también un impacto estadísticamente significativo [16]. Por otra parte, de manera similar a la fuga de la casa y al consumo de droga, la actividad sexual temprana también aparece como un rasgo compartido con los pandilleros por los distintos grupos de adolescentes en situación de riesgo.
Por último, es pertinente señalar que otro de los factores de riesgo de vinculación a las pandillas, como es la cercanía geográfica de los jóvenes con tales grupos, es una característica tan sólo de los pandilleros ya que los demás adolescentes en situación de riesgo no se distinguen en esa dimensión de los demás jóvenes, escolarizados o no.
Pandillas y situación económica de los jóvenes
Una vez identificados unos factores básicos de riesgo vale la pena indagar cual es el efecto que tienen sobre la vinculación a las pandillas los distintos indicadores disponibles sobre la probabilidad de que se reporte haber sido pandillero. Para eso se puede recurrir a la llamada ecuación básica, a la que se adiciona cada uno de los indicadores disponibles.
Los resultados de este ejercicio muestran que una vez se ha controlado por el efecto del abandono escolar –tal vez el único elemento de los considerados en la ecuación básica que puede estar relacionado con la precariedad- ninguno de los indicadores disponibles sobre situación económica del joven aporta a la explicación sobre la vinculación a la pandilla. Ni el contar con un empleo, ni el monto del salario disminuyen esa probabilidad, ni pertenecer al estrato bajo la aumenta. Ni siquiera el nivel educativo de la madre muestra tener un efecto perceptible. La única asociación estadísticamente significativa es con el gasto mensual del joven, lo cual refleja un elemento ya analizado: los pandilleros tienen niveles de gasto muy superiores a los demás jóvenes.
Lo que este resultado sugiere es que los esfuerzos preventivos de la violencia juvenil orientados a suplir las deficiencias en la situación económica de los jóvenes deben concentrarse en el asunto del abandono escolar puesto que, una vez se controla por ese factor, los demás indicadores de precariedad económica no muestran tener ningún impacto estadísticamente significativo.
Antecedentes familiares
Un ejercicio similar se puede realizar para indagar cual es el efecto de los antecedentes familiares sobre la posibilidad de afiliación a las pandillas. De nuevo, se trata de analizar si la introducción de nuevas variables mejora la capacidad explicativa de la denominada ecuación básica.
Los resultados de este ejercicio son similares a los encontrados para los indicadores de situación económica: una vez se controla por los factores de riesgo incluidos en la ecuación básica los elementos disponibles en la encuesta relacionados con los antecedentes familiares no ayudan a discriminar a los jóvenes pandilleros del resto.
Ni la edad de la madre, ni el número de hermanos o medio hermanos, ni el hecho que el joven tenga que hacerse responsable de ellos con frecuencia, ni el haber tenido un padrastro, ni ninguno de los posibles arreglos de pareja de sus padres (madre o padre solos, o con parejas diferentes) tienen un impacto estadísticamente significativo, adicional al de las variables consideradas en la ecuación básica, sobre las posibilidades de vincularse a la pandilla. Para República Dominicana, dos variables relacionadas con la supervisión de las actividades del joven, que han resultado ser claves a la hora de explicar la violencia en otros contextos, resultan significativas, aunque en la ecuación muestran el signo esperado: a mayor supervisión menor probabilidad de vinculación a las pandillas.
Ni siquiera los indicadores disponibles de conflictos serios en el hogar, como las peleas frecuentes, el uso de castigos severos con los hijos [17], el maltrato [18], el abuso sexual [19]o la violencia física contra la madre –elementos ampliamente señalados en la literatura como desencadenantes de problemas juveniles- muestran tener un impacto estadísticamente significativo.
Buena parte de la explicación a esta aparente insensibilidad que muestra en República Dominicana la vinculación a la pandillas a los antecedentes familiares conflictivo tiene que ver con que la variable fuga del hogar de la ecuación básica, ya capta adecuadamente el impacto de la mayor parte de las dificultades que enfrenta el joven en el hogar. Con la acción de escaparse el adolescente está mandando una señal incontrovertible de desacuerdo con lo que allí ocurre. En forma similar al escenario típico de la literatura sobre delincuencia juvenil, y a lo que ocurre en otros contextos, en República Dominicana, como se puede apreciar en la gráfica, la incidencia de conflictos en el hogar es superior entre los pandilleros que entre los demás jóvenes. Sobresale, por ejemplo, el maltrato infantil, que reportan haber sufrido cerca de la cuarta parte de los pandilleros contra un 6% de los demás jóvenes. O los castigos físicos severos (7% contra 2%). Sin embargo, si se concentra la atención no sólo en los pandilleros sino en el colectivo más amplio de los jóvenes que se han fugado de la casa se observan diferencias tan importantes como las anteriores, incluso superiores. Para el maltrato infantil, por ejemplo, la discrepancia entre el grupo de rebeldes juveniles y el resto es igual a la observada con los pandilleros (24% contra 6%). Para los castigos severos, o la violencia de pareja contra la madre la situación es aún más clara.
Así, la aparente insensibilidad de los datos de pandilleros a los conflictos en el hogar simplemente están reflejando el hecho que una conducta mucho más generalizada que la afiliación a las pandillas como es la rebeldía contra lo que ocurre en el hogar, que se manifiesta y hace explícita con un incidente de escapada por parte del joven, ya capta y resume el impacto de estos factores sobre la decisión de vincularse a la pandilla.
La recomendación básica que se deriva de este ejercicio es que un elemento que ha sido tradicionalmente ignorado en la literatura sobre problemas juveniles, en particular en América Latina, el de la rebeldía juvenil contra las normas y/o los medios para hacerlas cumplir que rigen el hogar aparece como algo fundamental en materia de prevención de la violencia. Vale la pena por lo tanto detenerse en el análisis de esta conducta que, aparentemente, es un anticipo de problemas juveniles posteriores.
La rebeldía adolescente
Como se alcanzó a percibir al analizar la asociación entre los antecedentes familiares y la afiliación a las pandillas, y por el hecho que la mayor parte del impacto se recoge a través del coeficiente de la variable fuga de la casa, las condiciones conflictivas en el hogar tienden a incrementar las posibilidades de que un joven decida romper con los lazos familiares. Como se vio, el reporte individual de cada uno de esos incidentes es mayor entre los jóvenes que se han escapado de la casa alguna vez. Como es razonable pensar que estas distintas manifestaciones de hogares conflictivos no se presentan de manera aislada vale la pena analizar cuales de estas persisten cuando se consideran de manera simultánea. También puede ser interesante analizar si su impacto es similar sobre las mujeres y sobre los hombres.
Este ejercicio suscita varios comentarios. El primero es que los conflictos familiares considerados en conjunto tienen un impacto significativo tan sólo para los hombres, entre quienes la probabilidad de escaparse del hogar se incrementa por efecto de castigos severos frecuentes (432%), de maltrato infantil (302%), de abuso sexual (254%), de peleas recurrentes (174%) y de violencia física contra la madre (97%). En las mujeres tan sólo el abuso sexual y el maltrato aumentan –en 208% y 190% respectivamente- la probabilidad de una escapada del hogar.
No parece demasiado arriesgado interpretar estas diferencias como los rezagos de una cultura machista que inculca en las mujeres una mayor sumisión y aceptación de mecanismos arbitrarios de autoridad familiar.
Los conflictos en el hogar no constituyen el único elemento que precipita la decisión de rebelarse entre los jóvenes.
Si se estima la ecuación de pandilleros entre quienes se han fugado, o sea si se busca respuesta a la pregunta ¿qué es lo que hace que un fugado no se torne violento?, la respuesta es sencilla pero contundente: la cercanía con las pandillas [20]. Aunque se podría pensar que hay un efecto en ambas direcciones –los pandilleros son los que saben si existen pandillas- eso no le debe restar importancia a la magnitud del coeficiente: la probabilidad de que un joven, dado que se ha fugado de su casa, se torne violento –ingrese en una pandilla- se multiplica por un impresionante factor de 120 (12000%). Con este resultado resulta claro que no son los jóvenes los que van a las pandillas, sino que es cuando las pandillas vienen a ellos, y operan en su barrio que la probabilidad de ingresar a tales grupos se incrementa de manera descomunal.
Pandillas, infracciones juveniles y narcotráfico
En forma similar a lo obtenido con encuestas similares realizadas en otros países, los pandilleros dominicanos se distinguen de los demás jóvenes, entre otras cosas, por un mayor reporte de infracciones cometidas. La relación de incidencia entre los primeros y los segundos va desde cuatro a uno para ataques típicamente juveniles, como el vandalismo y las riñas, hasta cerca de quince a uno para asuntos más serios como los ajusticiamientos.
Pero lo que, en República Dominicana, mejor caracteriza a los pandilleros en términos de las acciones que desarrollan son los asuntos relacionados con el narcotráfico. Para la venta de droga –marihuana o cocaína que se puede pensar se hace al menudeo- un 62% de los pandilleros reporta haberlo hecho alguna vez contra sólo un 3% de los demás jóvenes. Por otra parte, más de la mitad (52%) de quienes han pertenecido a una pandilla manifiestan haber colaborado alguna vez con narcotraficantes, contra un 2% entre los demás adolescentes.
Si se analiza la relación simple entre el reporte de los distintos tipos de infracciones por parte de los pandilleros y el resto de jóvenes se tiende a corroborar la observación que una de las peculiaridades más notorias de las pandillas dominicanas parecen ser sus vínculos con el mundo de la droga: el reporte de colaboración con narcotraficantes es treinta y cinco veces (o sea un 3500%) superior entre los pandilleros y el de venta de droga al menudeo casi veinte veces (2000%) mayor. A título de comparación, la cifra respectiva para conductas más tradicionales de las pandillas, como el vandalismo, las riñas o las agresiones, es del orden de cuatro.
A diferencia de lo que ocurre en otros países centroamericanos en dónde, como se señaló, la percepción doméstica de hacer parte de las rutas del narcotráfico no siempre coincide con la visión desde el exterior, el papel de los dominicanos en el transporte de la cocaína tanto hacia los Estados Unidos como hacia Europa ha sido señalado recurrentemente por observadores y analistas externos. Consecuentemente, no sorprende que en un escenario bastante desfavorable en materia de drogas las pandillas dominicanas muestran una vinculación bastante estrecha con ese tipo de actividad, que se percibe por varias vías.
En primer lugar si se consideran los distintos grupos de adolescentes en situación de riesgo incluidos en la muestra, los pandilleros se destacan por ser, de lejos, los que tienen lazos mejor establecidos con el tráfico de drogas. Tan sólo un 17% de los pandilleros reportan haberse mantenido al margen tanto de la venta de droga –marihuana o cocaína- como de la colaboración con narcotraficantes. En el otro extremo, el 71% de ellos manifiesta haber realizado ambos tipos de labores. Las cifras respectivas para los jóvenes escolarizados son 98% y 1% y para los no escolarizados 88% y 6%. Es interesante observar cómo en los otros grupos de adolescentes de riesgo la relación con el mundo de las drogas es menos estrecha, y más especializada en la venta, que la observada entre los pandilleros. Entre los sankis, por ejemplo, aunque el 80% manifiesta haber vendido alguna vez marihuana o cocaína, tan sólo un 10% reporta haber colaborado con narcotraficantes. Para las trabajadoras sexuales una gran mayoría (87%) se considera ajena al mundo del tráfico de estupefacientes y un pequeño remanente de este grupo (13%) reporta simplemente haber vendido alguna vez. Otro aspecto que vale la pena señalar es que tan sólo entre las trabajadoras sexuales y los sankis se da lo que se podría denominar un vínculo a medias con el narcotráfico, puesto que algunos de los jóvenes de estos grupos se limitan a la venta. Fuera de estos grupos, la participación en ese mercado tiene más características de todo o nada.
Cuando se tienen en cuenta todos los jóvenes que, en la encuesta, reportan haber pertenecido alguna vez en la vida a una pandilla se corrobora la observación anterior de un estrecho y, relativamente exclusivo entre los adolescentes, vínculo de las pandillas con el mundo de la droga.
Más de la mitad de los jóvenes que han sido pandilleros reportan haber vendido marihuana o cocaína y, además, haber colaborado con narcotraficantes. Tan sólo uno de cada tres se declara libre de tales vínculos. Para los demás adolescentes no pandilleros en situación de riesgo las cifras respectivas son del 6% y 71% mientras entre el resto de jóvenes son del 0.4% y el 98%.
En este contexto no sorprende que un indicador muy elemental del vínculo –por venta de droga o colaboración- con el narcotráfico explique por sí sólo la tercera parte de la varianza en la vinculación a las pandillas. El haber, alguna vez en la vida, vendido marihuana o cocaína o colaborado con narcotraficantes, incrementa en un 4337% las posibilidades de ser pandillero. En términos escuetos, los datos de la encuesta de auto reporte de jóvenes sugieren que, en República Dominicana, ser pandillero es, en la práctica, un sinónimo de ser narcotraficante junior.
Si se adopta el modelo expuesto en la parte introductoria del sendero hacia la pandilla se observa que, a diferencia de varias conductas para las que, como se verá, a lo largo de ese camino se observa cierta progresividad, en materia de narcotráfico parece haber un saldo cualitativo que coincide, precisamente, con la vinculación a la pandilla. Así, mientras entre los jóvenes que viven en un barrio sin pandillas –la etapa cero del sendero- el reporte de haber vendido droga o colaborado con narcos es del 5%, y sigue siendo similar en las siguientes etapas del sendero –vivir en barrio con pandillas o tener un amigo pandillero- dos de cada tres (65%) de los miembros de las pandillas reportan algún tipo de vínculo.
A pesar de lo estrecha, la relación entre pandillas y narcotráfico no es total ni automática. Existe, como se vio, un porcentaje no despreciable (cerca de un tercio) de pandilleros no vinculados con el narcotráfico, y, por otro lado, una proporción, tampoco deleznable (40%) de jóvenes traficantes no pandilleros. Vale la pena detenerse brevemente en analizar estos dos grupos.
Un aspecto interesante es que cuando se recurre a las mismas variables utilizadas en la ecuación básica de pandilleros para discriminar a los traficantes no pandilleros del resto de jóvenes se obtienen resultados interesantes. Por una parte, varios de los mismos factores que ayudaban a explicar la vinculación a las pandillas sirven para discriminar a los jóvenes que, sin afiliarse a una pandilla, terminan envueltos en negocios de drogas. En particular, el ser consumidor de droga multiplica por más de seis (617%) la probabilidad de vínculos con narcos: el abandono escolar lo hace en un 280% y la fuga de la casa en un 181%. El género deja de ser un factor de riesgo significativo: si las pandillas parecen ser un territorio predominantemente masculino, el comercio de droga lo es mucho menos.
El punto que más llama la atención de este ejercicio es que la presencia de pandillas en el barrio del joven, elemento que incrementaba considerablemente la probabilidad de vinculación de un adolescente a las bandas juveniles es algo negativamente asociado con la vinculación de un joven no pandillero al comercio de drogas. En otros términos, lo que tal resultado sugiere es que, en donde operan pandillas, estas parecen monopolizar la venta de droga y las conexiones con los narcotraficantes; la posibilidad de jóvenes no pandilleros dedicados a la droga parece verse obstaculizada por la presencia de bandas juveniles en sus barrios.
Una vez hecha esta observación, y teniendo en cuenta el hecho, que parece difícil de rebatir, que la seguridad en República Dominicana está en buena medida condicionada por el problema del narcotráfico, vale la pena abrir una nueva dimensión en el análisis adicional a la de las pandillas.
Pandillas, tráfico de drogas e infracciones juveniles
No debe dejarse de resaltar el hecho que el consumo de droga entre los jóvenes constituye un factor de riesgo no sólo para la afiliación a las pandillas sino para el eventual tránsito hacia la venta al menudeo y la colaboración con los narcotraficantes. Como se señaló, el hecho que un joven haya consumido marihuana, cocaína o heroína, incrementa considerablemente las posibilidades de que reporte haber sido pandillero o haber dado los primeros pasos en el negocio de la droga, como pequeño distribuidor o colaborador. Entre los mismos pandilleros, y con mayor razón entre los demás jóvenes, se observa una asociación positiva entre el consumo y la venta de droga. Para los primeros, el 84% de quienes trafican [21] reportan haber consumido drogas alguna vez, mientras entre quienes no trafican la incidencia de consumo se sitúa en el 30%. Entre los adolescentes no pandilleros, las cifras respectivas son del 67% contra el 4%.
El consumo de drogas no es la única conducta de riesgo para la cual parece pertinente la asociación tanto con las pandillas como con el mundo de la droga. El análisis del reporte de infracciones por parte de los jóvenes teniendo en cuenta estas dos dimensiones es bastante revelador acerca de ambos fenómenos.
Con relación a lo que se pueden denominar infracciones menores se observa para los pandilleros que las diferencias entre quienes trafican y no lo hacen parecen ser proporcionales a la gravedad de la conducta: muy leves para el vandalismo (74% contra 65%), mayores pero igualmente reducidas para los pequeños robos (74% contra 59%) y ya relativamente importantes para los robos más serios (82% contra 46%).
Entre los no pandilleros el diferencial es siempre mayor, siguiendo el mismo patrón de ser proporcional a la gravedad de la conducta. En cualquier caso, y en ambos grupos, las incursiones en el mundo de la droga se asocian siempre con un mayor reporte de infracciones.
Con relación a las manifestaciones de violencia juvenil, vale la pena señalar que entre los pandilleros el tránsito hacia el mundo de la droga parece darse acompañado de una menor participación en cuestiones impulsivas, como las riñas. Se trata de la única conducta de las consideradas en la encuesta para la cual el trafico actúa como elemento inhibidor.
Las violaciones aparecen como la conducta en la que más se destacan como agresores, por encima de los pandilleros, los jóvenes vinculados al mundo de la droga y ajenos a las pandillas. Entre estas, por el contrario, las actividades de tráfico no muestran mayor efecto sobre la violencia sexual. Para los ajusticiamientos, por el contrario, el elemento impulsor definitivo parece ser la pandilla.
La relación con las armas es interesante pues muestra que tanto la pandilla como el tráfico incrementan de manera considerable las posibilidades de que un joven ande armado –con cualquier tecnología- pero que es en la pandilla dónde se da un mayor conocimiento de las armas de fuego. Los pandilleros, incluso los que no trafican, reportan ser mayores conocedores de armamento que quienes venden droga.
Llaman bastante la atención las diferencias entre estos grupos en cuanto a la persona con quien aprendieron a usar armas de fuego. Esta inducción parece jugar algún papel en las actividades posteriores de los adolescentes. En primer lugar, entre los pandilleros sobresalen sus compañeros de banda como maestros de armas, siendo este rol mucho más importante (49%) entre los pandilleros que también trafican.
Entre los pandilleros que no trafican el liderazgo recae sobre sus familiares seguidos por partes iguales por pandilleros y alguien del barrio.
Entre los jóvenes no vinculados a bandas juveniles, juegan un papel importante en la inducción a las armas de fuego los familiares, sobre todo para quienes no tienen vínculos con el mundo de la droga. En todo caso, los pandilleros
Es imposible con los datos de la encuesta tener mayores detalles acerca de este proceso de inducción pero las diferencias tan marcadas permiten pensar que hay detrás algún elemento asociado con el proceso de reclutamiento de las pandillas.
Las diferencias en términos de infracciones, o de uso y aprendizaje de las armas no son las únicas que aparecen cuando se dividen los jóvenes en cuatro grandes grupos definidos por la afiliación a las pandillas y los vínculos con el tráfico de droga. Por ejemplo, también llama la atención la diferencia en los patrones de gasto.
El gasto promedio de los pandilleros, en forma independiente de sus vínculos con el comercio de drogas es superior al de los demás adolescentes, incluso de aquellos no pandilleros involucrados en tráfico. Detrás de estos valores similares en promedio, se esconde de todas maneras una mayor participación de pandilleros que trafican en el quintil más alto de los gastos (57% contra 33% entre los no vinculados con la droga). La distribución del gasto es más equilibrada entre los pandillero que no trafican, o sea que la droga actúa como elemento de diferenciación económica en las pandillas. Fuera de las pandillas la venta de drogas también tiene un efecto perceptible sobre el gasto promedio de los jóvenes. De nuevo, es mayor entre quienes trafican la proporción de los situados en el quintil superior de los gastos.
Fuera de estas diferencias en materia de gastos que conllevan las incursiones en el mundo de la droga, a nivel de la percepción del estrato económico se observan diferencias aún más apreciables entre los pandilleros que trafican y los que no lo hacen. Los primeros manifiestan pertenecer al estrato más bajo con mucha mayor frecuencia (67%) que quienes no venden droga ni colaboran con narcotraficantes (9%). Entre los no pandilleros, también se da esta asociación negativa entre la cercanía con el mundo narco y la opinión sobre el estrato económico al que se pertenece.
No es fácil interpretar la combinación de estos dos elementos de los pandilleros según su vinculación a las drogas: mayores niveles de gasto personal y, simultáneamente, una mayor tendencia a considerar que su situación social es desfavorable. Se podría pensar, por ejemplo, en un mecanismo de justificación/legitimación. O en una dinámica bajo la cual el dinero que se gasta tan rápido como se gana en nada contribuye a mejorar la posición social. O que la escala social la determina fundamentalmente la situación económica de la familia, no la del joven.
Por otra parte, sí parece haber algún vínculo entre las actividades con droga y los antecedentes educativos de la madre. Por una parte, para todos los jóvenes, pandilleros o no, la educación universitaria de la madre aparece negativamente asociada con las incursiones en el mundo de la droga: más del 30% de los jóvenes que no trafican reporta que su madre tiene estudios universitarios. Entre los pandilleros que trafican ese porcentaje es tan sólo del 6%.
El narco sendero a las pandillas
De forma análoga a la metáfora del sendero hacia la pandilla se puede concebir una serie de pasos secuenciales y progresivos que da el joven para involucrarse en el mundo del narcotráfico. Así, en la base estarían localizados los adolescentes totalmente alejados de la droga; aquellos que ni han consumido, ni han vendido, ni han colaborado con narcotraficantes. En el primer peldaño, y aunque resulte impreciso plantear que un requisito para ser narcotraficante es haber sido consumidor de droga, se pueden localizar aquellos jóvenes que reportan haber sido sólo consumidores. En el segundo estarían aquellos que han optado bien sea por vender droga –marihuana o cocaína- al menudeo bien sea por colaborar con narcotraficantes.
Aunque, como se señaló, a través del sendero hacia la pandilla no se llega de manera progresiva al narcotráfico sino que, aparentemente, se da un salto cualitativo al ingresar a la pandilla, con el modelo del sendero hacia el narcotráfico -que se puede denominar el narco sendero- si se observa cierta progresividad en términos de los chances de involucrarse en una pandilla. Así, por ejemplo, mientras entre los jóvenes que ni consumen ni venden droga la proporción de pandilleros es apenas del 2%, entre los que han vendido droga o colaborado con narcotraficantes la proporción ya llega al 60%, pasando por 20% entre los que son simples consumidores. A su vez, entre quienes reportan alguna incursión en la venta o tráfico de drogas, el 87% manifiesta tener un amigo pandillero. Entre quienes sólo consumen la fracción es del 70% u entre los ajenos al mercado de la droga la cifra baja al 48%.
Vale la pena analizar este denominado narco sendero tanto para los jóvenes pandilleros como para el resto. En primer lugar para uno de los factores de riesgo clave, la rebeldía adolescente se observa mayor incidencia entre quienes se han acercado al mundo de la droga. Mientras entre los jóvenes que ni han consumido ni vendido, pandilleros o no, el reporte de haberse fugado de la casa alguna vez es del orden del 8%, entre quienes trafican la proporción supera el 50%. El mismo patrón se observa para la escapadas del hogar antes de los 13 años.
El abandono escolar también es otro elemento más frecuente entre quienes muestran algún tipo de vínculo con lo narco.
El acercamiento a la droga se acompaña de algunos cambios en los patrones de gasto de los jóvenes, y de manera diferencial entre los pandilleros y el resto. Por un lado, aunque en términos del ingreso promedio no se percibe entre los pandilleros ningún cambio sustancial, sí se observa una proporción de muy gastadores –o sea pertenecientes al quintil más lato de gastos- entre los pandilleros que trafican bastante superior (56%) a la que se da entre los que ni consumen ni venden droga (31%). Para los no pandilleros, el cambio importante en el gasto –tanto promedio como en la proporción de muy gastadores- se da simplemente con el hecho de consumir droga. Podría pensarse, con base en estas gráficas que, por fuera de las pandillas, una posible razón para involucrarse en el narcotráfico sería para poder mantener el consumo de droga.
Por otro lado, de nuevo se percibe la extraña inconsistencia entre los patrones de gasto y la percepción de la clase social a la que se pertenece. A pesar de que, como se señaló, la cercanía con el mundo de la droga se asocia con niveles de gasto superiores entre los jóvenes, esta relación no se ve respaldada por una opinión correspondiente en términos de la clase social a la que se pertenece, ya que entre los consumidores y vendedores de droga es mayor la proporción de quienes consideran pertenecer al estrato bajo.
Esta combinación ciertamente inconsistente de características sociales y económicas de un joven, que se podría denominar el síndrome del gastador sin reconocimiento social, ya que aunque situado en el quintil más alto de los gastos, simultáneamente se considera perteneciente a la clase social baja parece ser, en República Dominicana, una peculiaridad no sólo, como se vio, de los pandilleros y de los jóvenes involucrados en el mundo de los narcóticos sino, de manera más general, algo que distingue a todos los grupos de adolescentes en situación de riesgo considerados en la encuesta. De todas maneras, el hecho de vender droga y/o colaborar con narcotraficantes, así como la afiliación a una pandilla, se asocia siempre con una mayor incidencia de este desbalance entre gastos y posición social.
Lo que se puede denominar el síndrome de gastador sin reconocimiento social depende, como se podía sospechar dada su alta frecuencia entre todos los grupos en situaciones de riesgo, de la vinculación al sistema educativo. Entre los jóvenes escolarizados, su incidencia es apenas del 3%. Además, en todos los grupos, es más importante entre quienes trafican con droga.
En síntesis, lo que los resultados anteriores sugieren no sorprende. Tanto las pandillas como el narcotráfico lo que tienen es un impacto considerable sobre los gastos de los jóvenes en una magnitud tal que logran localizarlo en los quintiles más altos sin que esto tenga, sin embargo, ningún impacto perceptible sobre la percepción de la clase social de los jóvenes. Aparecen, en ambos casos, no como una vía para salir de la precariedad económica sino como un mecanismo de incremento súbito en los patrones de gasto.
Violencia juvenil, rumba y actividad sexual
Uno de los resultados más recurrentes en las encuestas de este tipo realizadas en distinto países es la estrecha asociación que se observa en los datos entre los diversos indicadores de violencia juvenil y cuestiones como la rumba, los noviazgos y la actividad sexual.
República Dominicana no es ajena a esta tendencia. Como se vio, un rasgo distintivo tanto de los pandilleros como de quienes han hecho algunas incursiones en la venta de droga o la colaboración con los narcos, es un mayor reporte de consumo de drogas. A lo largo de los llamados senderos, hacia las pandillas o la venta de droga, se observa también una incidencia creciente de fumadores y, sobre todo, de consumidores de alcohol.
El consumo de droga, tabaco o alcohol, normalmente se puede asociar con lo que se podrían denominar hábitos rumberos. Dos de los indicadores disponibles en la encuesta de tales hábitos, el hecho de pasar la mayor parte del tiempo libre en la casa –síntoma de poca rumba- y el haber salido por la noche más de cuatro veces por semana –bastante rumba- también cambian a lo largo de los senderos considerados. Mientras el 78% de los jóvenes alejados de la droga reportan pasar la mayor parte del tiempo libre en la casa, entre quienes han vendido marihuana o cocaína la proporción baja al 26%. El número de rumberos habituales –los que salen de noche cuatro o más veces por semana- por el contrario se incrementa del 30% al 66%. Una tendencia similar se observa a medida que los jóvenes manifiestan mayor cercanía a las pandillas.
La mayor parte de los jóvenes encuestados, más del 80%, manifiestan haber tenido alguna vez un novio/novia. Aún para ese comportamiento tan generalizado, se observa algunas diferencias, siendo mayor tal proporción entre los pandilleros (91%) y quienes tienen contacto con el mundo narco (87%). Estas diferencias se amplían cuando se observan los noviazgos tempranos, a los 13 años o antes. Por una parte, entre los jóvenes de esa edad, la proporción de quienes ya han estado ennoviados aumenta a lo largo de los dos senderos: del 58% al 75% por el narco sendero y del 53% al 100% por el de las pandillas. Por otra parte, entre el total de jóvenes, la proporción de quienes manifiestan haber tenido su primer noviazgo a los 13 años o antes también se incrementa de manera similar.
La vida afectiva más temprana a medida que se recorren los senderos hacia la violencia juvenil se traduce en un mayor número de noviazgos, que tanto para los hombres como para las mujeres alcanzan un máximo entre los pandilleros y quienes trafican. El efecto es similar en ambos casos.
Puesto que el sendero hacia la pandilla o el que acerca al narcotráfico se caracterizan por un mayor reporte de relaciones afectivas, y desde una edad más temprana puede pensarse que el número superior de parejas está reflejando estos dos hechos. Sin embargo, aún cuando se corrige por estos factores, y se calcula el número de noviazgos por año –de vida afectiva activa, o sea a partir del primer noviazgo- entre quienes reportan haber tenido alguno, la tendencia prevalece. Tanto los pandilleros como quienes se han acercado al mundo narco reportan una mayor cantidad de noviazgos.
En términos generales, tanto entre hombres como entre mujeres el hecho de estar involucrado en cualquiera de estas dos dimensiones de la violencia juvenil se traduce en algo del orden de medio noviazgo más por año.
La vida afectiva más temprana y más variada se traduce también en esas mismas características para la sexualidad. Tanto en las mujeres como en los hombres la cercanía tanto con la droga como con las pandillas se asocia positivamente con el reporte de ser sexualmente activos. Para el primer sendero el cambio más significativo se observa para la etapa del consumo. Para el segundo, el cambio cualitativo importante se da al entrar a la pandilla.
Al considerar las relaciones sexuales precoces –las que se tuvieron antes de los 13 años- ciertas diferencias aparecen aún más marcadas. Entre las mujeres, por ejemplo, el sexo prematuro es casi un rasgo distintivo de quienes han estado vinculadas a las pandillas pues su incidencia es más de once veces superior a la de las demás adolescentes, incluso las que tienen un amigo pandillero.
De hecho, la actividad sexual antes de los 13 años aparece como un precursor de conductas problemáticas posteriores, ya que en los distintos grupos de adolescentes en situación de riesgo considerados en la encuesta su incidencia es mayor a la de los jóvenes escolarizados.
Retomando el análisis de la sexualidad adolescente a lo largo de los senderos hacia la violencia juvenil, se observa que el narco sendero, en alguna medida más que el recorrido hacia la pandilla, se caracteriza por un mayor número de parejas, por cada año de actividad sexual, o sea una vez se descuenta por el efecto de la sexualidad más temprana.
UN EJEMPLO COLOMBIANO DEL NARCO SENDERO
Algunos de los testimonios disponibles sobre violencia juvenil en un entorno dominado por el mundo del narcotráfico, en este caso en Cali, Colombia, encajan y complementan tan bien el análisis de los datos de la encuesta realizada en República Dominicana que bien vale la pena citarlo en detalle. Se trata de la minuciosa descripción del sendero de un joven que termina trabajando para el Cartel de Cali: la historia empieza casi en la infancia, como pura diversión, que compite con la escolaridad; sigue con el primer crimen, precisamente para financiar la rumba y el flirteo, que trae el éxito con las mujeres; da un salto cualitativo con el papel de justiciero privado, coincidencialmente por deslices amorosos de adolescentes; se adorna con un revelador comentario sobre los limitados alcances de la disuasión legal y con el forcejeo moral con la madre, que acaba cediendo; se consolida con la racionalización de la violencia en una de las llamadas oficinas y termina con unas reflexiones varoniles sobre las mujeres y la nueva familia como salida de la violencia.
“Después de jugar fútbol, casi todas las tardes salíamos a tumbar bicicletas. No a robar, sino a desinflarlas y a tirarlas al suelo. Salíamos a alzarle la falda a las muchachas y a pellizcarles el culo o a tirarles maizena por debajo. Imagínese: muchachas de quince a veinte años, y uno con diez. ¡Ahí comenzó uno a gaminiarse!
Cuando terminamos la primaria nos dio por los paseos. Nos íbamos días enteros, no íbamos a estudiar, sino que nos íbamos días enteros, y llevábamos sardinas. Ya estábamos en otro colegio y nos íbamos de rumba, a nadar y pescar. Yo tenía doce años cuando conocí la marihuana, pero le cogí escama. Me gustaba más el sexo … Resulta que para los paseos uno tenía que conseguir plata y andar más elegante. Entonces los muchachos más grandes empezaron a robar en las butiks, armados con una pistola hechiza de un tiro y puros cuchillos. Estas fueron las primeras acciones del barrio. Así surgieron Los Nachos, con locuras y pilatunas.
Yo estaba decidido por las ganas de plata, porque cuando las muchachas lo ven a uno con plata salen más fácil de rumba. Entonces les pedí que me dejaran participar (en el robo a un camión) … A mí me quedó gustando la cosa porque gané fama en el barrio y algunas muchachas que no volteaban a verme ya querían salir conmigo y yo todo elegante …
Fue tanta la fama que a los diítas apareció una señora a proponerme un negocio: que una muchacha le estaba quitando el marido pero que no la quería matar sino pegarle una pela … para que aprenda a respetar los hombres casados. Yo no conocía a esa señora. Ese camello resultó porque ella preguntó en el barrio por un muchacho bien cagada y le mandaron a buscarme. Claro, yo tenía trece años pero era alto y acuerpado. Además, era muy pelión y pendenciero .. Entonces me fui con la señora y me mostró la pelada: una cajera del almacén Éxito. Yo le dije que listo, que yo le daba tres juetazos y le echaba ácido … Me tocó pegarle a la muchacha; con dolor y todo porque a una muchacha de esas, bonita y muy bien vestida uno no quiere pegarle sino llevársela de paseo. Eso fue con un cable. Con el primer juetazo la muchacha se cayó y se puso a gritar. (Sigue una detallada descripción de la paliza). Cuando llegué a mi casa mi mamá estaba llorando por esa plata, porque esa señora … en lugar de pagarme a mí, le dio miedo y me encochinó con mi mamá. Estaba bravísima, ¡usted se me volvió bandido!. Yo la paré por primera vez y le dije: Mamacita, yo no soy ningún bandido. Lo que soy es un hombre. Usted a mí no me vuelve a colgar porque soy un hombre. De ahora en adelante yo soy el hombre de esta casa. Con esta plata busca un buen médico y se compra lo que quiera … La verdad es que, en el fondo, yo hacía eso por mi mamá … Mi mamá se fue donde un médico y yo me compré una escopeta de diablitos. Compré más de una cosa chévere y me fui con los muchachos de rumba; mucha ropa y mucha hembra. A partir de ese momento me desaté.
Hubo un profe, don Adán, que ubicó la jugada. Me llamó a solas y me dijo que pilas con esos negocios, que la cárcel, que póngale mucho cuidado a eso, pero no más. No sirvió de nada porque yo ya estaba en lo mío. Además en el barrio las cosas mejoraban y empezaron a surgir propuestas de negocios más grandes.
La primera vez que maté sentí como la sensación. Un pelao nos sapió y tocó matarlo. Lo mejor es matar por razones, matar cuando alguien se la cometa a uno. Así se siente que la muerte asfixia y hay que matar por desquite … Cuando a uno lo convidan a matar ya es un progreso … a uno yo no se le da nada matar a otro. Empezamos a matar incluso gratis a los violadores del barrio .. cuando se mata por encargo no se siente nada, es como un trabajo, se siente algo de susto cuando uno lo va a pelar; pero cuando le dispara y le mete el primer balazo, uno siente algo bueno.
El día que me metieron la primer condena ahí mismo (mi mujer) me dijo Uy! Tantos años que nos metieron. Entonces eso me causó como … no sé. Ella se agregó ahí mismo. Eso es muy lindo, eso me llena de orgullo. Eso es el amor. Uno sabe que las mujeres son … ¡mujeres! Pero entonces mi mujer no. Mi mujer me ha probado que es muy fina, elegante, muy, muy elegante .. Yo a mi mujer la trato bien, nunca la golpeo. Además, no me ha dado motivos. Ella sabe que si me los da, yo la abro. Entonces ella evita todo eso. Ahora está viniendo (a la cárcel) cada ocho días. Hay veces dice que se quiere quedar aquí conmigo y eso me hace sentir muy maluco. Ahí es cuando me arrepiento de la vida que he llevado, quisiera volverme evangélico y ser bueno, quisiera borrar todo lo que he hecho y volver a nacer para ser un tipo bueno” [22].
Uno de los elementos en los que no coincide esta historia real de Cali con la caricatura propuesta a partir de los datos dominicanos es el del abandono escolar como prerrequisito de la delincuencia juvenil. Se menciona este punto no sólo porque recuerda lo arriesgado que resulta trasladar de manera automática la evidencia de un contexto a otro, sino porque ilustra la importancia de las condiciones locales sobre el comportamiento adolescente. El siniestro personaje de la historia que se acaba de referir permanece dentro del sistema educativo no por vocación, ni por un minucioso análisis del mercado laboral, ni por imposición de su familia sino porque, textualmente, eso es lo que, según le cuentan, exigía el cartel de Cali para reclutar gente.
“Yo me iba a salir del colegio pero no me dejaron. Me dijeron que los patrones preferían a los muchachos estudiando” [23].
RECOMENDACIONES
Impulsar la criminología local [24]
Son comunes en el área de la violencia juvenil las recomendaciones de política que se hacen para una sociedad, o localidad, y que se basan en la evidencia recogida en otros contextos. En particular, y dada la precariedad de la evidencia empírica con que se cuenta en América Latina, no son escasas las propuestas para programas de prevención de la violencia basadas en lo que se sabe al respecto en los países desarrollados, y en particular en los Estados Unidos. La consecuente recomendación es que este tipo de ejercicio de transferencia del conocimiento sobre la violencia debe hacerse con bastante cautela. Sin llegar al extremo de sugerir que los diagnósticos disponibles para otros ámbitos son irrelevantes, lo que si se puede afirmar es que nunca resultará redundante el esfuerzo por contrastar las teorías e hipótesis en las que se inspiran los programas de prevención con la evidencia –estadística, testimonial, etnográfica …- local. El corolario de esta reflexión es que tanto para el diagnóstico de la violencia, como para la formulación de los programas, como para su ejecución, debe buscarse el fortalecimiento de la capacidad de análisis local.
La criminología no ocupa aún un lugar destacado dentro de las alternativas profesionales o de estudio en los países de la región, y parece seguir confinada a ser una especialidad del derecho penal. Algo que va en contra de la vocación fundamentalmente empírica que debe tener como disciplina. Por otra parte, el fenómeno de la globalización y la universalización del paradigma del mercado, con el fortalecimiento de la disciplina económica y su intromisión en distintas áreas de las ciencias sociales, han tendido a desvalorizar la importancia de los esfuerzos de análisis locales. Si, como empieza a ser evidente aún en materia económica, los esfuerzos por estandarizar las teorías y generalizar las recomendaciones de política pueden ser costosos, en el área de la seguridad, y de la prevención de la violencia podrían ser fatales, textualmente. A pesar de ciertas similitudes, de ciertos rasgos básicos comunes que se quisieron identificar en este trabajo, no son aún muchas las teorías, o incluso las hipótesis susceptibles de universalización. Consecuentemente, no parecen razonables los esfuerzos preventivos que no estén precedidos de un detallado y exhaustivo análisis de la situación local. No parece arriesgado proponer que cada país, cada región, cada municipio, en muchos casos incluso cada barrio, requiere de su propio diagnóstico de seguridad, del impacto de las pandillas sobre la delincuencia, de los mecanismos de reclutamiento, y de los eventuales vínculos con otras maras, pandillas u organizaciones criminales.
De la misma manera que no tendría mayor sentido emprender costosas obras de infraestructura sin un buen respaldo de especialistas en ingeniería a cargo de su construcción, la ejecución y la evaluación de los programas de prevención de la violencia también requiere de personas con una formación mínima en temas de seguridad y criminología. Cualquier política o programa lleva normalmente implícitos toda una serie de supuestos e hipótesis, generalmente propuestos y contrastados en otras latitudes, que resulta indispensable someter al escrutinio de la evidencia local. Se requiere, en otros términos, capacidad para aplicar técnicas o procedimientos, esos sí aceptados universalmente, a los datos locales.
Avanzar en la medición
Un indicador global de inseguridad
Un objetivo final razonable para los programas de prevención de la violencia juvenil sería el de maximizar la sensación de seguridad de los jóvenes escolarizados en las calles de su barrio. Por varias razones. Por una parte, porque se trata de una variable que engloba en una única dimensión los efectos que pueden tener las distintas manifestaciones de la violencia, la delincuencia, las pandillas e incluso las llamadas “incivilidades” –vandalismo, consumo de droga- sobre los jóvenes y, se puede pensar, sobre la ciudadanía en general. Segundo, la ponderación de los distintos componentes de la inseguridad implícita en este índice, que incorpora una escala de prioridades en términos de factores de riesgo, no es un asunto fácil de lograr por vías alternativas. Tercero, una medida basada en la percepción de seguridad por parte de los jóvenes, que tienen un mayor contacto con la calle, tanto de día como de noche, es más exigente y puede tener mayor alcance y cubrimiento que una enfocada hacia los adultos. Además el índice basado en la percepción de inseguridad entre los jóvenes no presenta diferencias significativas por edades, con lo cual se puede suponer que se trata de una medida relevante para la población adulta, o por lo menos consistente con la misma. Por otra parte, puesto que el índice propuesto es univariado –pero se tiene idea tanto de los factores que contribuyen a su determinación como de los pesos relativos o ponderaciones de tales- se puede pensar en hacer comparaciones tanto entre localidades como entre municipios, regiones o países.
Realización periódica de encuestas de auto-reporte entre estudiantes
Una cosa queda clara de este trabajo y es el enorme potencial de las encuestas de auto reporte. Este tipo de instrumento aplicado simplemente entre los estudiantes presenta varias ventajas. La primera es que, si se incluye en este tipo de encuesta un módulo de victimización, se trata de una manera de hacerle un seguimiento a la llamada criminalidad real de manera mucho menos onerosa que la alternativa tradicionalmente utilizada de las encuestas de hogares. La segunda es que puesto que abundan entre los estudiantes jóvenes que han establecido vínculos de amistad con pandilleros, que se puede sospechar son más frecuentes y estrechos que los que pueden tener los jefes de hogar, en este tipo de encuesta se pueden incluir ciertas preguntas muy básicas, pero fundamentales a la hora de realizar un diagnóstico, sobre la presencia, la aceptación y el poder de las pandillas en los barrios.
Este tipo de medición se puede focalizar tanto como se desee, aplicando la encuesta en los centros escolares a dónde acuden mayoritariamente los jóvenes de las localidades en dónde se realicen los programas.
En síntesis, se recomienda realizar de manera periódica una encuesta entre jóvenes escolarizados de la cual se obtengan, como mínimo, indicadores sobre las siguientes variables (1) sensación de inseguridad en las calles, (2) presencia de pandillas en los barrios y (3) incidentes de victimización entre los jóvenes. Adicionalmente, y de acuerdo con la evolución de los distintos componentes de la seguridad, se podrán incluir, con diferente periodicidad, módulos especializados en distintos temas.
Pobreza y pandillas
La información disponible en las encuestas muestra resultados en cierta medida contradictorios acerca de la relación entre la situación económica de los jóvenes y la afiliación a las pandillas. Por una parte porque, a nivel agregado, los datos tienden a corroborar el diagnóstico más tradicional, en el sentido que muestran una asociación entre la presencia de pandillas y los indicadores promedio de situación económica. En buena medida podría decirse que las pandillas prefieren localizarse en los barrios populares. A pesar de lo anterior, y a nivel individual, la asociación entre los indicadores disponibles de situación económica no es uniforme ni nítida ni simple ni lineal. Además, una vez se controla por el efecto del abandono escolar, que parece razonable asociar, aunque sea parcialmente a la precariedad económica, no aparece una variable económica con poder suficiente para discriminar a los pandilleros del resto de jóvenes. En este sentido, la recomendación es doble. Parece por un lado necesario hacer un esfuerzo por encontrar un indicador económico confiable y susceptible de medición sistemática que pueda ser incluido en las encuestas aplicadas a los jóvenes. Por otra parte, parecería conveniente, para explicar porqué es que las pandillas se instalan primordialmente en los barrios populares, encontrar una teoría más convincente que la vieja proposición, de clara estirpe izquierda trasnochada, que la violencia juvenil es la manifestación precoz de la protesta social.
Los amigos pandilleros
Aunque la naturaleza de las encuestas no permite precisar cómo opera el mecanismo de acercamiento progresivo de los jóvenes a las pandillas, ni aclarar cual es la secuencia de eventos más relevante –en particular si se conoce al amigo pandillero a raíz de una fuga de la casa, o del abandono escolar, y si se le conoce en una rumba, en el parque en mal estado o en un partido de fútbol- toda la información disponible apunta en esa dirección: el tener un amigo pandillero constituye una etapa, o un escalón, en el sendero que transitan los jóvenes hacia las pandillas.
Los vínculos de amistad que establecen los integrantes de las pandillas con los demás jóvenes, escolarizados o no, constituyen un elemento fundamental de la expansión del fenómeno pandillero y del reclutamiento de nuevos miembros. Se trata, por decirlo de alguna manera, de una de las principales herramientas de relaciones públicas con las que, como organizaciones que buscan sobrevivir y crecer, cuentan las pandillas. Los datos de algunas de las encuestas, como la de Panamá, también muestran con claridad que la amistad con los pandilleros, así como el eventual noviazgo con algunos de ellos, son un mecanismo importante para que las pandillas obtengan aceptación, legitimidad e incluso respeto entre los jóvenes. Parece por lo tanto pertinente como recomendación para la prevención de la violencia juvenil, abordar este problema y, eso parece inevitable, diseñar obstáculos, o incentivos negativos, para estas amistades peligrosas de los jóvenes.
No cabe duda que se trata de uno de los factores de riesgo que presenta mayores dilemas de política. Si bien es claro que, desde el punto de vista del joven aún ajeno a las pandillas es algo que valdría la pena prevenir, desde el otro lado, el de los pandilleros, las medidas orientadas en esa dirección constituyen un elemento de estigmatización y, probablemente, de profundización de sus conductas problemáticas.
A pesar de las observaciones anteriores, se pueden hacer algunas recomendaciones. La primera, en las mismas líneas de las anteriores es que esta variable clave, la amistad con los pandilleros, es algo que también se puede medir con las encuestas de auto reporte entre estudiantes propuestas atrás. La segunda es se debe complementar el análisis cuantitativo y estadístico que se puede hacer con ese tipo de datos con algunos trabajos de índole descriptiva, cualitativa, etnográfica, que permitan comprender mejor la mecánica de esta poderosa herramienta de relaciones públicas y de legitimación con que, consciente o inconscientemente, cuentan las pandillas. La tercera es que, a nivel de objetivos de política, la decisión de filtrar, o desincentivar el establecimiento de estos vínculos de amistad debe recaer sobre las familias.
Es bajo el prisma de los vínculos de amistad con los pandilleros que parece conveniente evaluar como estrategia preventiva de la violencia juvenil la que se basa en el fortalecimiento de la infraestructura deportiva y recreativa de los barrios. Si bien es claro que los programas de prevención de la violencia juvenil no pueden adoptar, por consideraciones más que razonables con los pandilleros, estrategias explícitas orientadas a poner obstáculos a esos vínculos, también es cierto que tampoco se puede caer en el extremo opuesto de facilitar el escenario para que surjan y se consoliden este tipo de amistades, que se sabe son problemáticas y tienen consecuencias negativas en varias dimensiones. Como se dice coloquialmente en Colombia, no se puede, cuando existe el riesgo de que sea a través del deporte, o en las canchas, en dónde se facilita la labor de reclutamiento de las pandillas, dar papaya apoyando con costosas obras de infraestructura deportiva la labor de relaciones públicas de las pandillas.
La fuga de la casa
Para lo que se ha denominado la rebeldía adolescente es claro que los factores que atraen desde la calle tienen más relevancia que aquellos que empujan desde la casa. Probablemente el impacto de los primeros es más uniforme y generalizado que el de los segundos, que puede depender más de la situación específica de los jóvenes, como lo muestra el fenómeno del maltrato y el abuso. Parece recomendable por lo tanto abordar con políticas generales sólo los primeros –influencia de pandillas, control de alcohol y droga en la rumba, educación sexual- y, para los segundos, establecer los mecanismos para atenderlos y prevenirlos caso por caso.
Una de las conclusiones más nítidas de este trabajo es que cualquier programa que pretenda hacer prevención primaria de la violencia juvenil, o de la prostitución adolescente, debe abordar el problema de las escapadas de la casa. Consecuentemente, cualquier sistema de alertas tempranas, o cualquier sistema de seguimiento de los programas de prevención, debe incluir un indicador muy simple de registro de la incidencia de este evento. No sólo porque se trata de uno de los factores de riesgo más fáciles de medir, sino uno de los más idóneos para predecir conductas problemáticas posteriores. Además, por esta misma vía, la del registro de incidentes de fuga de menores de su casa, se puede obtener información sobre otro tipo de problemas, como el abuso sexual, o el maltrato infantil, que resulta indispensable prevenir.
Capacitación laboral
El contar o no con un empleo aparece como un elemento débil en la explicación de varias de las decisiones críticas en el sendero hacia la violencia juvenil –fuga de la casa, abandono escolar, vinculación a las pandillas-. Parece por lo tanto conveniente revaluar las explicaciones puramente materialistas de los problemas juveniles, que suponen que todos estos son una respuesta a la precariedad económica, y cuya recomendación bandera es la de incrementar las perspectivas laborales de los jóvenes. Los distintos ejercicios realizados sugieren que la mayor parte de las decisiones juveniles son bastante más complejas que la simple búsqueda de una situación económica favorable.
En la misma línea de la recomendación sobre la necesidad de sofisticar las herramientas de medición de la situación económica de los jóvenes, parece conveniente avanzar en una mejor definición, y eventual medición, de cuales son las perspectivas o expectativas más relevantes para la toma de decisiones de los jóvenes.
Por diferentes vías, los datos sugieren que la dimensión laboral no está, como se presume con frecuencia, situada en primer lugar en la agenda de preocupaciones de los jóvenes. Esta observación sería aún más pertinente dentro del sub conjunto de adolescentes que han abandonado el sistema educativo y que han demostrando, sin dejar mayor campo para dudas, que no es la dimensión educativa y laboral de su vida a la que le asignan una alta prioridad.
En esta dimensión, no se puede pasar por alto en materia de recomendaciones el hecho que contar con un familiar establecido en el exterior constituya un factor de retención dentro del sistema educativo. Información adicional disponible en la encuesta de Panamá muestra que el tener dentro de sus planes de vida la emigración también contribuye a que el joven permanezca vinculado a los estudios. Se trataría, para utilizar la jerga en boga, del efecto de la globalización sobre las decisiones de formación en capital humano de los jóvenes. El simple contacto con el mundo más allá de las fronteras nacionales parece tener un impacto favorable sobre la valoración de las ventajas de ser una persona con educación.
Estos resultados no podrían ser más sugestivos sobre eventuales medidas para prevenir el abandono escolar y, por esa vía, la violencia juvenil. Si se tienen en cuenta dos de los resultados de las encuestas, que la vinculación laboral es un elemento débil en materia de prevención y que, por otro lado, el contacto con el mundo desarrollado constituye un importante estímulo a la educación, no parece un despropósito sugerir que buena parte de los recursos que, en la actualidad, se invierten para buscar encarrilar a los jóvenes en su vida productiva tendrían un impacto más significativo orientándolos, por medio de viajes o de becas, para estudiantes, o indirectamente a sus profesores, a fortalecer los contactos con el exterior.
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[1] “Bandas imponen su ley en barrios”, El Caribe, Abril 18 de 2005
[2] La pregunta específica en la encuesta era la siguiente : “En términos de ingreso y su nivel de vida. la gente se describe a si misma como perteneciente a cierta clase social (Alta, media o baja). Tú te describirías como perteneciente a la clase: Alta , Media alta, Media media, Media Baja, Baja”
[3] Aunque parezca sutil, no debe pasar desapercibido el hecho que en la distribución masculina está ligeramente más concentrada en los valores medio-alto y alto que la femenina. A cualquier persona familiar con la literatura evolucionista sobre diferencias de género no le sorprendería este resultado que los hombres, más que las mujeres, tienden a engañar y a auto engañarse en cuanto a su posición relativa en la escala social.
[4] Esta categoría se refiere a los 35 pandilleros que se podrían denominar visibles y explícitos, y que fueron captados en la para la encuesta por esa característica. Fuera de estos, otros 70 jóvenes reportaron haber sido pandilleros alguna vez.
[5] Ver Rubio (2005).
[6] Entre otras, el grupo de jóvenes que, probablemente por razones de tipo económico, han abandonado la escuela para trabajar, constituyen un contra ejemplo a la teoría de los problemas juveniles derivados de la precariedad económica puesto que, aunque agobiados por una situación desfavorable no optaron por la delincuencia.
[7] Aunque en la encuesta la pregunta sobre el monto de gastos se hizo en moneda local, se ha considerado conveniente convertirla a dólares por dos razones. Por una parte, porque facilita la lectura a personas no dominicanas. Por otro lado, porque se acerca más a una medida monetaria deflactada. Para la conversión a dólares se utilizó la tasa de cambio (28.5) suministrada por el Banco Central para junio de 2005.
[8] Ver Ecuación 1 en el Anexo
[9] Se estima, para cada columna de la tabla, un modelo logit en función de las variables consideradas. Se reportan sólo los coeficientes estadísticamente significativos (t>2). Ver Ecuaciones 2 en el Anexo
[10] Ver Ecuación 3 en el Anexo
[11] Ver Ecuaciones 4 en el Anexo
[12] La calificación estaba basada en la siguiente pregunta: “En una entrevista, un pandillero afirmaba que “nosotros gobernamos el barrio sin que nadie nos diga nada. Si alguien dice algo lo callamos. Se asustan porque somos muchos. Los jóvenes mandamos’’- ¿Crees tu que esa afirmación es aplicable a tu barrio? Por favor califica entre 1 y 5, donde ‘’1’’ es que la afirmación no tiene nada que ver con lo que ocurre en tu barrio y ‘’5’’ es que describa muy bien lo que ocurre en tu barrio.
[13] Ver Ecuación 5 en el Anexo
[14] Ver Ecuación 6 en el Anexo
[15] Para un análisis comparativo de las pandillas en Honduras, Nicaragua, Panamá y República Dominicana ver Rubio (2006).
[16] Ver Ecuación 6bis
[17] El indicador se basa en la pregunta “¿Qué tan frecuentemente reciben tú y tus hermanos / as castigos muy fuertes en tu casa?”. Se construye una variable dummy que toma el valor 1 si la respuesta es “frecuentemente”
[18] El indicador de maltrato se basa en la pregunta “¿Alguna vez en tu casa fuiste golpeado hasta el punto de requerir asistencia médica?”. Se construye una variable dummy que toma el valor 1 en caso de respuesta afirmativa.
[19] El indicador de abuso sexual se basa en la pregunta “¿Alguna vez en la vida has sido forzado(a) a tener relaciones sexuales sin que tu desearas tenerlas?” Es indispensable aclarar que la información de la encuesta no permite adjudicar con certeza este incidente a la órbita familiar puesto que no se indaga en el cuestionario sobre los victimarios.
[20] Ecuación 9
[21] El término de traficar aplicado a los jóvenes, aunque puede parecer un poco fuerte, se utiliza para no complicar inútilmente el vocabulario. En lo que sigue, se utiliza para designar tanto a quienes manifiestan haber vendido marihuana o cocaína como para los jóvenes que admiten haber colaborado con narcotraficantes.
[22] Atehortúa et. al. (1998) pp. 149 a 153
[23] Atehortúa et. al. (1998) p. 153. Subrayados propios. Nótese lo bizantina que sería la discusión en torno a la supuesta racionalidad laboral de esta decisión: se hace lo que al patrón le gusta que se haga.
[24] Ver una exposición más detallada de este argumento, y algunos ejemplos de programas exitosos basados en un minucioso diagnóstico local de la situación en Llorente y Rubio (2003)