CAPITULO VIII
La familia ha tenido siempre un papel relevante dentro de la legislación. Aunque sin regular todos los ámbitos de un espacio fundamentalmente íntimo y privado, las leyes han intervenido en las relaciones familiares y han buscado resolver los eventuales conflictos.
En la economía moderna, la familia, más que el mismo individuo, constituye el núcleo básico de análisis de muchos mercados. Por otra parte, en el ámbito de la familia se concentran varios desafíos serios a los supuestos teóricos del análisis económico. También es en el área de familia en dónde los principios más arraigados del Análisis Económico del Derecho (AED) ortodoxo, como el de promover ante todo la eficiencia, o el de reducir al mínimo la regulación, se ven abandonados por sus más enconados defensores. No sorprende que sea uno de los campos en dónde los economistas estudien de manera más detallada los aportes de otras disciplinas.
En este capítulo se analizan los puntos más críticos de la visión económica de la familia, que pueden ayudar a explicar su débil aceptación, aún al interior de la disciplina, y que deben superarse si se espera suministrar alguna contribución relevante como soporte del diseño y evaluación de la respectiva legislación. El capítulo no pretende ser exhaustivo en los temas que atañen al derecho de familia, y se centra en las dificultades teóricas asociadas con el enfoque propuesto por los economistas. En una primera sección se resume brevemente la evolución histórica del derecho de familia. En la segunda se exponen los principales aspectos de la teoría económica de la familia. En la tercera se señalan algunos puntos de divergencia entre juristas y economistas. Por último se discuten algunas de las más serias limitaciones del enfoque económico.
1 - EVOLUCION DEL DERECHO DE FAMILIA [1]
A pesar de tratarse de una zona extensa, con múltiples jurisdicciones, y con una gran variedad de disposiciones legales Bonfield (2002) destaca como elemento común en el derecho continental el rol central que históricamente desempeñaron los tribunales eclesiásticos en asuntos como el matrimonio y la legitimidad, que a su vez fueron determinantes de las sucesiones y la herencia de tierras.
Al terminar la Edad Media, la legislación familiar en Europa Occidental era una amalgama de principios derivados (i) del derecho romano, (ii) del derecho consuetudinario germano y (iii) del derecho canónico. Los dos primeros eran restos de un orden pasado que giraba en torno a la domus o casa. En ambos casos, y por razones opuestas, los dos sistemas eran profundamente patriarcales. El patriarcado del derecho germánico se desarrolló como resultado de la falta de autoridad de un gobierno central mientras que en el derecho romano era, por el contrario, una manifestación adicional, una extensión de la autoridad estatal. El patriarca germano era el protector de las personas y la propiedad de la familia, pero no era el propietario real de la casa. El derecho no era inmutable, había margen para establecer acuerdos y el control patriarcal requería el consentimiento de aquellos cuyos intereses se veían afectados. El derecho romano, por el contrario, concedía al patriarca un considerable control sobre la transmisión de la propiedad.
La unidad familiar ha interesado a los cristianos desde San Pablo. Aunque la caída de Constantinopla implicó una fragmentación del poder de la Iglesia y un debilitamiento del poder de los papas, tanto la teología cristiana como la legislación siguieron desarrollándose. En el siglo XI se revitalizaron los principios del derecho canónico y se fortaleció la jurisdicción eclesiástica. Así, no sólo aumentaron las leyes promulgadas por los sínodos sino que el mayor número de causas atendidas por los tribunales implicó más legislación formulada por los jueces. En la Edad Media, un componente sustancial del derecho canónico y de la jurisprudencia eclesiástica era la regulación de la familia: matrimonio, legitimidad y conducta sexual. Sobre el primer aspecto, la doctrina canónica hacía énfasis en los requisistos para que el matrimonio fuera válido e indisoluble una vez contraído. Al determinar cuando dos personas estaban legítimamente unidas la Iglesia tenía una obvia interferencia en el ámbito de los derechos de propiedad. El derecho secular sólo permitía que los descendientes legítimos heredaran, algo que dependía de que sus padres estuvieran casados. Así, aunque la Iglesia no fijaba los derechos de propiedad si tenía un poder indirecto sobre los derechos hereditarios. En esta misma época, la doctrina del derecho canónico era sorprendente por la escasez de requisitos para que el matrimonio fuera vinculante e indisoluble. “No se requería ni el consentimiento paterno, ni la intervemción de un sacerdote, ni la presencia de testigos, ni la consumación del acto sexual”. Se prefería una celebración con ciertos rituales, en un templo y con testigos pero se reconocían como válidos aún los que no seguían estos procediemientos [2]. Las escasas exigenias giraban alrededor de la edad (14 para hombres y 12 para mujeres), la libertad para casarse -no estar casado previamente ni tener impedimentos de consanguinidad o afinidad- y la manifestación de consentimiento mutuo. Estos requisistos eran suficientes si se expresaban en tiempo presente –te tomo por esposo(a)- y requerían relación sexual si se expresaban en tiempo futuro –te tomaré por esposo(a)-. Así, la llamada teoría del consentimiento canónica era menos rígida que la del derecho romano que daba por supuesto el consentimiento paterno, o del germánico que, además, exigía la consumación, o de la tradición medieval campesina en la que se veía el matrimonio como un proceso, una serie de medidas que tomaban las parejas y sus familias. Tanto por el hecho de obviar el consentimiento paterno como por la fijación de estrictos requisitos de consanguinidad y afiliación, la Iglesia entró en conflicto con estrategias seculares endogámicas orientadas a mantener la propiedad. En el siglo XI la Iglesia prohibió uniones de personas emparentadas hasta en un séptimo grado. A principios del siglo XIII se redujo la restricción al cuarto grado pero continuó la de personas emparentadas por afinidad.
La irracionalidad económica de las normas canónicas que impedían la elaboración de estrategias familiares sobre la propiedad fue un asunto muy criticado por los reformadores protestantes, quienes también se preocupaban por el desorden, la decadencia en el seno de la familia y la merma en la autoridad resultantes de la teoría consensualista de los canonistas. La revisión y el fortalecimiento de los requisitos para el matrimonio vinculante que surgieron con la Reforma dieron a los padres un mayor poder sobre la elección de los cónyuges de los hijos y a las autoridades locales más control sobre el comportamiento sexual de los jóvenes.
Con la promulgación en 1564 de las normas del Concilio de Trento la Iglesia fijó la legislación católica prácticamente vigente hasta nuestros días. Ante todo, se puso fin a los llamados matrimonios clandestinos -o sea aquellos que, respaldados en la teoría del consentimiento, se contraían por fuera de la Iglesia y sin mayores rituales o procedimientos- exigiendo que la celebración fuera en una iglesia. Se insistió en el consentimiento libre y voluntario, y se limitó la prohibición de contraer al cuarto grado de consanguinidad. Además, se vetaron las relaciones por fuera del matrimonio, como el concubinato. La acogida del Concilio de Trento por parte de la legislación secular fue muy desigual en Europa. En Italia, el sacerdote pasó a ser la única persona con autoridad para casar creyentes y la Iglesia obtuvo el monopolio del registro de los matrimonios. En Francia, fue necesario que el rey incluyera las normas de Trento en la legislación municipal por decreto y, de todas maneras, la Iglesia ya no tenía monopolio sobre la celebración del matrimonio. A su vez, “la Monarquía Española fue la única de las monarquías católicas que dejó -absolutamente- en manos de la Iglesia Católica, la regulación de los conflictos surgidos en relación al matrimonio, tanto en la metrópoli cuanto en las colonias, la cual operaba con una independencia casi absoluta del estado español”. El caso más peculiar es el de Inglaterra, en dónde “la legislación medieval sobre el matrimonio permaneció en buena medida intacta hasta poco antes de la Revolución Francesa” [3]. En particular, se siguió defendiendo la idea de que el matrimonio sólo requería el consentimiento individual. Así, el número de matrimonios clandestinos –sin los procedimientos canónicos y libres de la intervención de los padres, pero aún así válidos- fue siempre importante y aumentó considerablemente a partir de 1600. Solamente en 1733 el Parlamento inglés aprobó “una ley para la mejor prevención de los matrimonios clandestinos” [4].
Con relación al divorcio, se ha planteado que su aceptación en una sociedad puede estar relacionada con la importancia relativa de la autonomía individual frente a los valores comunitarios. “Si la búsqueda de la felicidad por el individuo es un derecho natural y un derecho con alta valoración por parte de la sociedad, ¿por qué el Estado debe oponerse a la terminación de una unión desdichada?” [5]. La negativa del cristianismo a permitir el divorcio puede en parte reflejar este dilema pero, en cualquier caso, muestra gran distancia con el derecho romano. A pesar de un rechazo secular, el cristianismo tardó en establecer prohibición total. Hasta el siglo XIII los canonistas reconocían que el divorcio se debía conceder en situaciones extremas, como el adulterio. Al aceptar la teoría del consentimiento, la Iglesia se opuso rotundamente al divorcio con posibilidad de casarse de nuevo. Aunque para los reformadores protestantes el matrimonio dejó de ser un sacramento, su actitud hacia el divorcio no fue del todo laxa. Lutero y Calvino se opusieron siempre al divorcio. No consideraban, por ejemplo, que la incompatibilidad fuese un motivo suficiente. Lo aceptaban en casos de mala conducta sexual o por motivos de adulterio.
A finales del siglo XVIII, Carlos III sanciona la "Pragmática Sanción para evitar el abuso de contraer matrimonios desiguales". Hasta entonces, en las colonias, el control del matrimonio dependía exclusivamente de la jurisdicción del obispado y de las cortes eclesiásticas que, por lo general, rechazaban las objeciones paternas basadas en las diferencias económicas y étnicas de los novios. Con la Pragmática Sanción se restingían los fueros eclesiásticos, se limitaban sus funciones legales y se consolidaba la tendencia iniciada con la expulsión de los Jesuitas diez años antes. Además, se introducía el control patriarcal sobre los asuntos matrimoniales. Los Borbones justificaron la Pragmática Sanción con razones de orden público. Oficialmente se atribuían los desórdenes sociales al matrimonio entre personas de diferente clase. La práctica se había vuelto tan frecuente, que resultaba en "la turbación del buen orden del Estado y continuadas discordias y perjuicios de las familias" [6]. Algunos años más tarde Carlos IV alcanzó a proponer el desheredamiento obligatorio de los hijos que se casaran sin consentimiento paterno, que también quedaban inhabilitados para ejercer cargos públicos. Para reforzar un patriarcalismo, esta vez de Estado, “en 1805, una real cédula prohibió la unión entre españoles de cualquier edad con los miembros de alguna casta, sin la previa autorización del virrey o de la audiencia” [7].
A lo largo del siglo XVIII se dio en toda Europa una mayor intervención del poder estatal en diversos ámbitos de la vida cotidiana. Un aspecto crucial fue la legislación civil para el matrimonio, institución sobre la cual la Iglesia mantenía un virtual monopolio. La respuesta de la Iglesia no fue despreciable y se puede decir que, con distinta intensidad y eficacia, ha persistido en muchos países hasta nuestros días.
2 - TEORÍA ECONÓMICA DE LA FAMILIA
El interés de los economistas por la familia ha abarcado tres grandes áreas de interés. La preocupación más antigua tiene que ver con las repercusiones de la institución familiar y, en particular, con la relación entre el crecimiento de la población y la disponibilidad de recursos. La segunda hace énfasis en la explicación de por qué existe tal institución; en las razones que llevan a los individuos a buscar una pareja, a tener sexo, a formalizar una relación o a tener hijos. El tercer tema de estudio tiene que ver con la cuestión de por qué la familia ha sido y sigue siendo una institución tan regulada.
2.1 – LOS CLASICOS Y LA FAMILIA [8]
Ya desde la Riqueza de las Naciones Adam Smith abordaba el asunto de los elementos que determinan la oferta de bebés y planteaba que, al igual que ocurría en los mercados de bienes, una mano invisible, actuando indirectamente a través del mercado laboral, los salarios, la desnutrición y la mortalidad infantil, acabaría ajustando los posibles desequilibrios. En la Teoría de los Sentimientos Morales el mismo Smith consideraba la familia como un espacio en dónde florecía el altruismo, situación contraria al mercado caracterizado por el egoísmo de los agentes. Además planteaba que la intensidad del altruismo entre los miembros de la familia dependía del grado de consanguinidad entre ellos.
En su Ensayo sobre la Población Thomas Malthus, contrariando la visión prevaleciente hasta entonces que un aumento de la población era un signo de prosperidad, señalaba que la dinámica demográfica podría traer consecuencias desastrosas para los más pobres. Puesto que la población crecía de manera exponencial y la oferta de alimentos, por las limitaciones de tierra cultivable, sólo lo hacía a un ritmo menor era inevitable que surgieran los problemas de abastecimiento. Así, el equilibrio entre población y disponibilidad de alimentos sólo se podría lograr mediante la abstinencia de hombres y mujeres para tener hijos, o por otras vías más drásticas, como la enfermedad o la guerra. Aunque menos conocidas que sus ideas sobre la necesidad de controlar artificialmente el crecimiento demográfico, Malthus defendía las ventajas del amor erótico que acompañaba la vida familiar pues lo consideraba un factor de ablandamiento del carácter, un obstáculo a las tendencias hacia la tiranía y, en síntesis, una contribución a la suavidad en el trato entre las personas civilizadas.
Las preocupaciones de J. S. Mill estuvieron centradas en las relaciones de poder entre los géneros. Consideraba incomprensible que se le denegaran a la mujer los derechos más elementales, que estuvieran sometidas a sus esposos como si se tratara de menores y que, por ley, se les forzara a satisfacer, en detrimento de sus propias opiniones o sentimientos, las exigencias sexuales dentro del matrimonio. A partir de un análisis sistemático de la dominación sobre la mujer, que consideraba había sido convertida en un objeto de reproducción y de crianza y que por esa misma razón se le negaban las posibilidades por fuera del hogar, anticipó el efecto negativo que tendría sobre las tasas de fecundidad una mayor apertura del mercado laboral a la mujer, y se convirtió en un activista de la igualación de derechos de la mujer. Previendo algunos efectos negativos, como la reducción de salarios asociada con la ampliación de la oferta laboral, proponía la universalización de la educación, una mayor regulación de las condiciones de trabajo y drásticas limitaciones a la libertad en las herencias.
La falta de armonía en el ámbito familiar, y la doble moral de las costumbres burguesas en cuanto a las relaciones de pareja fueron temas centrales en las obras de Marx y Engels sobre la familia. Este último postuló una estrecha asociación entre el matrimonio monogámico y el establecimiento de los derechos de propiedad.
2.2 – LA ECONOMIA NEOCLASICA DE LA FAMILIA
El supuesto de base del análisis económico de la familia contemporáneo es una versión extendida de la tradicional función de utilidad neoclásica en la cual se incluyen como argumentos no ya los bienes y servicios usuales que se transan en el mercado sino cuestiones más básicas, y en principio universales, como el alimento, el abrigo, la salud, las amistades, el prestigio etc … para cuya obtención los miembros de la familia dedican tiempo de trabajo doméstico así como recursos obtenidos en el mercado. El enfoque más usual sigue siendo el de unas preferencias comunes: la familia maximiza una única función de utilidad sujeta a la restricción de un ingreso también conjunto.
Desde la década de los cincuenta Paul Samuelson había tratado de solucionar la incoherencia que representaba para el análisis de demanda neoclásico el hecho que el elemento básico de la teoría, la función de utilidad, se refiriera al individuo mientras que la unidad básica de gasto fuera la familia. “¿Quien es después de todo quien consume en la teoría del consumidor? ¿Es un soltero? ¿Una soltera? ¿O es una unidad de gasto tal como la han definido los expertos estadísiticos en encuestas y quienes registran los gastos? En la mayor parte de las culturas estudiadas por la economía moderna la unidad fundamental de demanda es claramente la familia y se trata de un individuo sólo en una pequeña fracción de los casos” [9]. En este contexto, propuso la existencia de una función de utilidad colectiva del núcleo familiar, adoptando así el esquema de una entidad homogénea y armoniosa.
En el mismo sentido, varios años antes de la publicación de A Treatise on the Family, considerada la obra más representativa de la economía de la familia, Gary Becker había establecido un paralelo entre la empresa y la familia para considerarlas unidades productivas, extendiendo a la segunda el instrumental analítico de la función de producción utilizada para la primera. En estas líneas se iniciaba la llamada “nueva economía del hogar” –new home economics- cuyo planteamiento principal es que las familias son cuasi-empresas dedicadas a la elaboración de productos del hogar –household commodities- que en principio pueden ser bienes o servicios concretos como las comidas y el lavado de ropa o asuntos intangibles como la educación, el capital humano y la religión. A diferencia de los bienes producidos por una empresa comercial, que se transan en el mercado, los artículos del hogar los consumen los mismos miembros de la familia que los produce. Pero, al igual que los bienes comerciales, los productos del hogar requieren para su elaboración de recursos escasos, como otros bienes adquiridos en el mercado, tiempo, trabajo doméstico y habilidades.
Los economistas del hogar destacan que el verdadero potencial del enfoque de la función de producción de los hogares radica en la posibilidad de aplicarlo a cuestiones abstractas como el disfrute del ocio, el relajamiento, la salud y la crianza de los hijos. Este instrumento analítico es, en últimas, lo que está detrás de la extensión de las fronteras de la economía para analizar conductas que tradicionalmente se consideraron fuera de su alcance, como la fertilidad, la educación, el matrimonio, el divorcio, el crimen y la discriminación [10].
Una consideración esencial detrás de la posibilidad de aplicar las herramientas analíticas de la economía a las áreas de no mercado es la relacionada con el valor del tiempo. Aunque los economistas reconocen que ciertos objetivos del comportamiento humano –como la amistad, los lazos familiares o la participación en asuntos comunitarios- no tienen un precio, observan que todos estos fines requieren dedicación de tiempo y que, por lo tanto, llevan un precio implícito en términos del ingreso que se deja de percibir. Esta consideración del tiempo como un recurso escaso y, por esta vía, la posibilidad de aplicar el instrumental analítico neoclásico para la más variada gama de conductas humanas también recibió un impulso definitivo con los trabajos de Gary Becker [11].
Así, el origen del enfoque económico de la familia surgió no sólo como un interés autónomo por describir y entender la institución sino también como un engranaje adicional dentro de los esfuerzos por generalizar el instrumental teórico de la utilidad de los bienes y servicios de mercado.
2.3 – EL MATRIMONIO
Los principios propuestos por Becker para explicar la existencia del matrimonio son esencialmente dos. El primero es que, puesto que se trata de una acción en principio voluntaria –para las personas que se casan o para sus familias- se puede aplicar la teoría de las preferencias y postular que al casarse las personas aumentan su nivel de utilidad y que es por eso que lo hacen. El segundo principio es que, puesto que tanto hombres como mujeres compiten con otros al buscar su pareja, se puede presumir que existe para tal efecto un mercado. En conjunto, estos dos principios implican que las personas buscan su pareja de acuerdo con sus preferencias y que, para esa búsqueda, están sujetas a restricciones externas. Las ventajas del matrimonio, según Becker, no pueden surgir de las economías de escala en el hogar -que las alcanzaría cualquier unión de personas- sino de la complementariedad entre hombres y mujeres. La importancia de los hijos propios ayudaría, según Becker, a explicar por qué no son comunes los matrimonios de varios hombres con varias mujeres, ya que sería difícil definir la paternidad de los hijos si varios hombres han tenido relación con una misma mujer. La racionalidad de la monogamia estaría basada en el principio de los rendimientos marginales decrecientes de adicionar personas a un mismo hogar.
Otro elemento para explicar la existencia del matrimonio por parte de los economistas surge de las consideraciones de eficiencia. Observando la persistencia de la familia como institución social, Richard Posner plantea que debe haber en ella ciertas virtudes económicas en materia de eficiencia. Descartando de nuevo la posibilidad de que se trate de economías de escala –que se alcanzan mejor en otros contextos- plantea que el factor determinante es que facilita la división del trabajo y permite las ganancias por especialización. Tomando como ejemplo ilustrativo la familia tradicional, Posner señala que mientras el esposo se especializa en el trabajo ofrecido en el mercado laboral que puede utilizarse para adquirir bienes de mercado, la esposa se especializa en la producción de bienes de hogar. Con estas respectivas especializaciones la pareja alcanza el máximo ingreso real total.
La decisión de establecerse con una pareja tendría así dos componentes: 1) la evaluación de las ventajas entre casarse y quedarse soltero y 2) la decisión de elegir una pareja dentro del conjunto de personas disponibles. Para la primera de estas decisiones el planteamiento económico es simple, y casi tautológico: luego de evaluar los respectivos costos y beneficios de quedarse soltero(a) o casarse, cada uno de los individuos racionales que constituye la pareja se casa si considera que está mejor en esa situación que si no lo hiciera. Para la búsqueda específica de una pareja el tratamiento económico es menos unánime. En principio se supone que la función objetivo que se maximiza es la utilidad, pero no queda siempre claro la de quien, ya que puede ser la de él, la de ella, o la de un nuevo hogar, que incluirá a los hijos. Sobre esta fusión de utilidades en la pareja, persisten dos modelos. El primero, el modelo de consenso, fue introducido por Samuelson en los años cincuenta. Cada uno de los miembros de la pareja tiene una función de utilidad y, por consenso, acuerdan maximizar una función de bienestar conjunta, sujeta a la restricción de un ingreso común. La manera como se llega a este consenso, o la posibilidad de que exista y tenga ciertas propiedades razonables en tanto que función de bienestar social no fue discutida por Samuelson. Becker, por el contrario, plantea que por lo menos uno de los dos integrantes de la pareja es altruista, y en su función de utilidad se refleja una preocupación por el bienestar del otro.
En otra parte, Becker (1981) señala que cada uno de los participantes individuales en el mercado de parejas busca maximizar su propia utilidad esperada y, para dar cuenta de los posibles conflictos al constituirse la pareja, postula la existencia de una especie de mano invisible en ese mercado que desarrolla precios sombra para guiar las decisiones y alcanzar un óptimo no sólo en la nueva pareja sino a nivel social. Estos mismos precios sombra, de acuerdo con Becker, definirían la persistencia de arreglos poligámicos o monogámicos y, además, servirían para emparejar hombres y mujeres de distintas calidades. Cuando surgen dificultades para dividir las ganancias del matrimonio, o cuando existe asimetría de poder dentro de la pareja, aparecen, según Becker, obstáculos para los precios eficientes y surgen instituciones como las dotes, los precios a las novias, o el divorcio para superar tales obstáculos.
Por qué este acuerdo de complementariedad requiere de una institución peculiar en lugar de un contrato similar al de, por ejemplo, una empresa productiva tiene que ver con uno de los productos de la familia: los hijos. La característica crucial del matrimonio –lo que lo distingue de otras organizaciones o grupos de personas- es, según la economía del hogar, la existencia de los hijos. “La gratificación sexual, la limpieza, el alimento y los otros servicios se pueden comprar, pero no los hijos propios: tanto el hombre como la mujer se ven obligados a producir sus propios hijos y tal vez a criarlos” [12].
2.4 – LOS HIJOS
De acuerdo con Posner (1992), aunque el tratamiento analítico de los hijos más común entre los economistas de la familia es el de un artículo de consumo fundamental –una commodity- se podría pensar que las parejas tienen hijos: i) como una consecuencia no intencionada de la actividad sexual, ii) como una inversión productiva, iii) como una fuente de otros servicios a los padres o iv) como un instinto o deseo de preservar la especie.
Aunque por varios años se consideró que el estudio de la fertilidad era más un asunto de demógrafos que de economistas, el clásico tratado de Malthus sobre la población era de hecho una propuesta de teoría sobre este asunto, al plantear que la fertilidad dependía de dos variables básicas: la edad a la cual se contrae matrimonio y la frecuencia de las relaciones sexuales en el matrimonio. Becker señala que el enfoque económico para explicar la demanda por hijos en el hogar es una extensión y desarrollo del esquema malthusiano.
Tanto las dos variables cruciales consideradas por Malthus como el posterior desarrollo de los métodos contraceptivos sugieren, según Becker, la conveniencia de analizar los determinantes de la decisión de tener hijos con el enfoque económico. Así, se enriquecería el análisis que por mucho tiempo se hizo a partir de simples extrapolaciones de tendencias que condujeron, según él, a la mala capacidad de los demógrafos para predecir las tasas de natalidad en la posguerra.
Teniendo en cuenta que, en las sociedades modernas, se puede suponer que: i) existe dentro de las parejas un alto grado de discrecionalidad sobre el número de hijos y el momento en que se pueden tener, ii) que para muchos padres los hijos son una fuente de bienestar o satisfacción y por lo tanto pueden considerarse bienes de consumo y iii) que los hijos pueden a veces proveer ingresos monetarios y convertirse en bienes productivos, Becker propone usar para el estudio de la demanda por hijos el instrumental analítico disponible para la demanda por bienes de consumo durable. Como tal, se supone que los hijos aumentan la utilidad.
Por otra parte, se considera que la familia decide no sólo el número de hijos y el momento en que los tiene sino el monto de los recursos que invierte en su crianza. Las diferencias en los montos invertidos tienen consecuencias en términos de su calidad. Se espera que los aumentos en el ingreso se traduzcan en una mayor posibilidad de gasto en los hijos lo cual, a su vez, implicará un incremento tanto en la cantidad como la calidad de los hijos. Lo que Becker considera la contribución más importante de su análisis es la diferenciación crucial entre cantidad y calidad de los hijos.
Una predicción básica de la teoría de Malthus era que el tamaño de la familia aumentaría más que proporcionalmente con los aumentos en el ingreso: no sólo por la mayor fertilidad resultante de los matrimonios más tempranos y la menor abstinencia sino también por la caída en las tasas de mortalidad infantil. La conclusión de Becker es que la elasticidad de la cantidad de hijos al ingreso es positiva pero pequeña y que el mayor efecto se da es por un aumento en la calidad.
Una peculiaridad de los hijos propios es la imposibilidad de adquirirlos en un mercado: deben ser producidos dentro del hogar. Tener y criar hijos implica ciertos costos, especialmente durante los primeros años de vida cuando requieren gran cantidad de tiempo y dedicación de los padres, y en particular de la madre. En principio el costo neto de los hijos –lo que de acuerdo con Becker determinará su oferta- no es otra cosa que el valor presente de los gastos esperados más el valor que se impute al tiempo de los padres, menos el valor presente de retorno monetario esperado más el valor que se asigne a los servicios prestados por los hijos. Dependiendo de que estos costos netos sean positivos o negativos se podrá considerar a los hijos como un bien de consumo o uno de producción.
Dentro del conjunto de los costos de tener y criar hijos uno de los más relevantes es el costo de oportunidad, especialmente de la madres, ya que el tiempo dedicado al embarazo, a la lactancia y a la crianza implican sacrificio de oportunidades en el mercado laboral.
Para Posner (1981) tanto la caída en las tasas de nupcialidad y natalidad como los aumentos en las de divorcio sugerirían que los beneficios de tener hijos han disminuido con relación a los costos. A su vez, el costo de los hijos habría aumentado sobre todo por el importante incremento en los costos de oportunidad de criarlos.
2.5 - TEORIA ECONOMICA DE LA SEXUALIDAD [13]
Criticando la poca atención que han dedicado los economistas de la familia al análisis de las conductas sexuales, así como el precario y sesgado conocimiento que muestra la jurisprudencia norteamericana en esa materia, Richard Posner propone un conjunto de elementos para abordar el tema del sexo desde una perspectiva económica. En realidad la definición de lo que constituye el enfoque económico en este trabajo de Posner sobre el sexo es bastante difusa. En la práctica, se conservan tan sólo dos elementos: el individualismo metodológico y la búsqueda del propio interés. Cautelosamente, Posner abandona en este trabajo el postulado de que los mercados siempre se ajustan para proponer. En síntesis, en el ámbito de la familia, Posner asimila enfoque económico a funcionalismo individualista.
Luego de un minucioso recuento de la historia de los comportamientos sexuales, y de un detallado resumen de la biología la sexualidad, Posner aborda su análisis desde la perspectiva de la evaluación de los beneficios y los costos. Identifica tres grandes grupos para los fines que se persiguen con el sexo: los procreativos, los hedonistas y los sociables. La primera categoría la considera la más obvia. Sobre la segunda simplemente sugiere una distinción entre la necesidad de satisfacer una urgencia física de deseo sexual y el erotismo, entendido como el culto deliberado de la facultad para el placer sexual. Es inevitable destacar que en este punto Posner se aleja del enfoque económico tradicional en el cual siempre se ha rechazado la distinción entre necesidades físicas y deseos. Por otra parte su definición del ars erotica supone el cultivo de ciertos gustos, o sea la transformación de las preferencias: implícitamente también rechaza el planteamiento económico de estabilidad en las mismas.
Para los fines sociables del sexo considera conveniente hacer varias precisiones. Entre estas, las más dignas de mención tienen que ver con el reconocimiento de la posibilidad de intercambios no mercantiles, con el planteamiento que el sexo puede crear obligaciones, y que puede ser el cemento de ciertos vínculos bien sea de afecto o de dominación. Así, al igual que los economistas de la familia que, desde los clásicos, han reconocido la importancia de las motivaciones altruístas en las relaciones con los hijos, Posner abre la posibilidad, alrededor de los comportamientos sexuales, de conductas no egoístas, orientadas fundamentalmente a establecer y fortalecer vínculos entre las personas.
Con relación a los costos del sexo, Posner considera relevantes los de contracepción –que a su vez dependen de si el embarazo se desea o no - los de contagio de enfermedades, los de reprobación cultural o social y los de la búsqueda de la pareja, a los cuales les asigna una importancia particular. Puede señalarse que el reconocimiento, por parte de Posner, de que a una misma situación, el embarazo, dependiendo del contexto, corresponda una preferencia positiva o negativa, que sea una fuente de placer o de dolor, ya es un argumento en contra de la noción de preferencias estables.
Postulando que existe un alto grado de sustitución entre las diferentes maneras de satisfacer los deseos sexuales, plantea que el balance entre los costos y beneficios privados del sexo es lo que determina la frecuencia relativa de una u otra conducta sexual en una sociedad. La facilidad con la que Posner supone que se hacen esos cálculos se deriva de la adhesión al postulado utilitarista: todos los costos y los beneficios se pueden reducir a una misma dimensión. “Consideremos un hombre hipotético que le asigna un valor de 20 a tener sexo con una mujer de atractivo promedio y un valor de 2 al sexo con un varón sustituto –tal vez un afeminado o un travesti… Si el costo del sexo con la mujer es de 30 y con el hombre de 1, nuestro hombre hipotético preferirá tener sexo con el hombre en lugar de la mujer, aún cuando su fuerte preferencia por las mujeres sobre los hombres como compañeros sexuales permitan defnirlo como heterosexual” [14].
A pesar del planteamiento de total sustitución entre las distintas conductas sexuales, que refleja la aceptación del postulado económico tradicional de preferencias continuas, son frecuentes las referencias en el texto de Posner a la posibilidad de cambio en las preferencias. Hablando de la preferencia por las relaciones homosexuales –si se trata de algo natural y exógeno como el ser zurdo o si es el resultado de una elección previa- Posner establece una analogía con los fumadores. “Una persona puede dejar de fumar por preocupaciones por su salud y conservar un deseo inalterable por el cigarillo; sería como un homosexual que por temor al castigo dejara de tener relaciones homosexuales. Pero la mayoría de los fumadores, después de un período de abstinencia, pierden el gusto del cigarrillo; cambian sus preferencias de acuerdo con su comportamiento” [15].
Por otra parte, plantea que los arreglos institucionales también actúan como determinantes de la incidencia de los distintos tipos de conductas sexuales en una comunidad. El tratamiento que le da a estas influencias es el típico de la literatura económica: restricciones externas al individuo que tienen un efecto sobre el comportamiento por la amenaza de sanción, y no normas que se pueden internalizar alterando las preferencias. Lo anterior a pesar de que, como ya se anotó, el mismo Posner reconoce la posibilidad de preferencias que pueden cambiar, por ejemplo como resultado de las normas sociales, morales o religiosas. Por otra parte, hace alusión con frecuencia a presiones de naturaleza estrictamente moral que también repercuten sobre la incidencia de ciertas conductas sexuales.
2.6 - LAS CONSECUENCIAS DE LA FAMILIA
2.6.1 – CAPITAL HUMANO
La teoría del capital humano fue propuesta en los años sesenta [16] y a partir de allí se ha desarrollado buena parte de la economía laboral contemporánea. En esencia, esta teoría busca analizar los determinantes de los ingresos y la riqueza a través de la acumulación de conocimiento y habilidades. Tanto las aptitudes aprendidas en la familia, como la educación formal adquirida en el sistema escolar, como las inversiones en entrenamiento, salud y búsqueda de un mejor trabajo se consideran inversiones en capital humano.
Aunque progresivamente la noción de capital humano se ha ido confundiendo con la de educación formal y, de hecho, su medición se confunde ya con algún indicador de logro escolar, en sus orígenes la teoría estaba muy integrada al ámbito de la familia. En ese contexto, las áreas de interés de la teoría eran fundamentalmente dos: la primera era la distribución del ingreso, la segunda la producción de artículos del hogar o household commodities.
Con relación al problema de la distribución, la teoría del capital humano plantea que las diferencias individuales en habilidades y productividad son las que explican las diferencias de ingreso entre los individuos. Becker reconoce dos dimensiones en el problema de la distribución del ingreso. Por un lado la intergeneracional, o sea la que se da entre distintas generaciones de una misma familia y por otro la que aparece entre diferentes familias de una misma generación. Según este mismo autor, los sociólogos habrían estado más interesados en la primera, enfatizando el papel de los antepasados de un individuo en la determinación de su posición económica y social a través de la influencia de su clase o su casta. Los economistas, por el contrario, habrían dejado de lado el problema de la transmisión de riqueza por la familia al suponer que “los procesos estocásticos son los que más determinan la desigualdad a través de las distribuciones de suerte y habilidades” [17]. Los desarrollos en la teoría del capital humano y la economía de la familia permitirían, de acuerdo con Becker, un enfoque unificado de las dos dimensiones de la desigualdad. Por un lado porque, de acuerdo con la primera teoría la desigualdad se puede explicar por los comportamientos maximizadores sin necesidad de acudir a la suerte o a otras fuerzas estocásticas. Por otra parte porque, de acuerdo con la economía de la familia, el individuo no actúa de manera aislada sino como parte de un grupo cuyos miembros abarcan varias generaciones. “Los miembros contribuyen a la generación del ingreso familiar y al cuidado de los hijos que continuarán la familia en el futuro. Aquellos de la generación actual pueden incrementar su consumo a expensas de las generaciones futuras, pero se ven desestimulados a hacerlo porque se preocupan por los intereses de sus hijos y tal vez de otro miembros futuros de la familia” [18].
Este vínculo intergeneracional se refuerza por el patrimonio que se transfiere de padres a hijos. El análisis incorpora la noción de capital humano puesto que los padres maximizan su utilidad eligiendo inversiones óptimas en el capital humano de los hijos.
Con respecto a la función de producción del hogar, las habilidades individuales son pertinentes puesto que afectan de manera crítica tanto la calidad como la cantidad de lo que producen. Los economistas consideran capital humano cualquier tipo de habilidad que contribuya al aumento de la productividad, bien sea en la elaboración de bienes de mercado o de artículos del hogar. Tanto las habilidades humanas como el capital físico se requieren para transformar el trabajo y los insumos físicos en productos valorados. Además, la gente acumula estas habilidades a través de un proceso de inversión –bien sea en educación o en práctica- que es similar al que hacen las empresas. El capital humano provendría de varias fuentes: habilidades innatas, educación general que contribuye a la productividad en cualquier área y la educación o el entrenamiento específicos que incrementa la habilidad para realizar ciertas tareas particulares.
2.6.2 – FERTILIDAD Y CRECIMIENTO
A nivel micro analítico, el planteamiento básico de una vertiente de la economía de la familia es que el determinante fundamental de las decisiones relacionadas con el tamaño de la familia es el valor del tiempo de la mujer en el mercado laboral. Un número reducido de hijos permite a la mujer dedicar una mayor fracción de su tiempo a las actividades remuneradas en el mercado. El vínculo entre las decisiones de fertilidad y las de capital humano surge de la asociación negativa entre el tamaño de las familias y su nivel educativo. Esta aparente sustitución es lo que lleva a la economía de la familia a postular un incremento de la calidad de los hijos en detrimento de la cantidad. Una de las vías mediante las cuales los padres pueden alterar la calidad de sus hijos es a través de la decisión de tenerlos más temprano o más tarde en su ciclo de vida. Esta decisión se vería reforzada por la inversión en el capital humano de las madres. Los salarios altos en el mercado laboral sirven de incentivo para que la mujer se capacite en labores de mercado en detrimento de las domésticas. Con suficiente educación y entrenamiento, las decisiones laborales se toman bajo la perspectiva de una carrera y no como una secuencia de trabajos no relacionados. Esto lleva a su vez a mayores inversiones en educación específicas para una especialidad y a una mayor participación femenina en la educación superior y profesional. Consecuentemente, se reduce el entrenamiento en habilidades domésticas. Algunos economistas ven en esta disminución de las habilidades domésticas una reducción en los beneficios del matrimonio y, por esa vía, una explicación para las mayores tasas de divorcio [19].
Otra interpretación económica de la llamada transición demográfica –la caída en la tasa de mortalidad infantil seguida con un rezago por una drástica reducción del tamaño de las familias- plantea que, aunque inducidos por las condiciones económicas, se dieron cambios en los gustos y aspiraciones de los hogares que llevaron a diferentes objetivos de reproducción. Así, se hace énfasis en un fenómeno de evolución cultural: las caídas en la mortalidad infantil habrían, en una primera etapa, conducido a un número muy alto de hijos varios de los cuales, en una economía campesina con tierra escasa, habrían quedado demasiado pobres para casarse y reproducirse. Quienes cambiaron sus aspiraciones, tuvieron menos hijos, con mayores recursos y más fértiles. De cualquier manera, la transición demográfica parece haber ido más allá de la reducción en fertilidad que maximiza la supervivencia de los descendientes. En Europa, a pesar de los incrementos el la riqueza per cápita en los siglos XIX y XX, el número promedio de hijos por familia continuó decreciendo.
A nivel agregado, y diferencia del planteamiento inicial de Becker -quien, como se vió, postula la existencia de un mecanismo de mercado, una especie de mano invisible que con el establecimiento de precios sombra ajusta el mercado de hijos en niveles socialmente óptimos- algunos economistas reconocen que no existe un mecanismo que armonice los intereses individuales y los colectivos. Cabrillo (1996), por ejemplo, analiza en detalle la existencia de un desequilibrio recurrente: altos índices de natalidad en países con problemas de pobreza y bajos índices, por debajo de lo socialmente deseable, en los países industrializados. En el mismo sentido Posner (1994) reconoce la existencia de externalidades que implican desequilibrios entre las decisiones privadas de tener hijos y el número de nacimientos socialmente óptimo.
Para explicar la persistente diferencia en los niveles de vida entre los países industrializados y los menos desarrollados, algunos autores [20] introdujeron la idea de una tasa creciente de retorno a la inversión en capital humano. La idea es que los padres con bajo nivel educativo no pueden apreciar adecuadamente las ventajas de la inversión en educación, mientras que las familias educadas tienen mejores posibilidades de transferir ciertas habilidades a sus hijos. Si por otra parte se tienen en cuenta los costos de crianza de los hijos, bajo esta visión aparece un precio cambiante de la calidad de los hijos con relación al tamaño de la familia. Puesto que los padres con alto nivel educativo asignan un valor alto a su tiempo y, así, el tiempo que se gasta en criar a los hijos es costoso, la elección consecuente es la de tener familias de tamaño reducido y altos niveles de inversión por hijo. Por su parte, las familias con bajo nivel educativo optarán por familias más grandes y bajos niveles de inversión en capital humano por cada hijo. Se llegaría así a dos escenarios de desarrollo: uno malthusiano, característico de los países del tercer mundo, y otro “régimen de perpetuo desarrollo” [21] peculiar a las sociedades industrializadas.
2.7 - POR QUE SE REGULA LA FAMILIA
La observación recurrente entre los economistas de la familia es que a pesar de tratarse de relaciones que en principio hacen parte de la esfera privada han estado siempre minuciosamente reguladas. Posner (1992) señala tres características del matrimonio que lo hacen diferente de un contrato corriente en el ámbito del mercado. En primer lugar, las partes no son libres de fijar los términos del acuerdo, y normalmente ni siquiera terminarlo por mutuo consentimiento. En segundo lugar, la sanción por terminación del contrato parece ser siempre más severa que la de un contrato mercantil. Tercero, la regulación normalmente no busca intervenir en los arreglos de las disputas entre las partes. Para conciliar estas peculiaridades con el principio básico del AED, que la legislación responde esencialmente al principio de eficiencia, Posner ofrece como respuesta general que la razón es que el contrato matrimonial afecta a terceros que no intervienen en el acuerdo: los hijos.
También con relación al matrimonio y su disolución Cabrillo (1996) da dos tipos de razones para la regulación: i) la eficiencia, pues se reducen los costos de transacción en la negociación de las cláusulas, dejando en algunas sociedades campo para un reducido número de arreglos contractuales relacionados, por ejemplo, con pactos sobre la sociedad conyugal –o de gananciales- y la separación de bienes) y ii) consideraciones de equidad, en el sentido que la regulación busca muchas veces favorecer a la parte más débil. Como posibles limitaciones de la regulación señala la posibilidad de consecuencias no buscadas. La institución de la separación de bienes, por ejemplo, ofrecería incentivos insuficientes para que las mujeres buscaran cualificarse. Reconociendo que el matrimonio en la actualidad es en esencia un contrato de duración indeterminada, y recurriendo a las implicaciones de la economía de los contratos sugiere la conveniencia de enfocarlo como una serie de contratos repetidos a corto plazo.
Respecto a la protección de los intereses de los hijos Becker y Murphy (1988) racionalizan la regulación señalando que se incrementa el bienestar de los hijos. El argumento es que la falta de madurez de los hijos dificulta los acuerdos eficientes en las relaciones con los padres y conjeturan que buena parte de la legislación a la familia simplemente simula los arreglos a los que se llegaría en una negociación libre si los hijos estuvieran en capacidad de hacerla.
Luego de señalar que, a lo largo de la historia y entre distintas culturas, se ha dado una clara tendencia a regular no sólo el matrimonio sino también, y de manera directa, los comportamientos sexuales, Posner (1994) trata de comprender el eventual sentido económico de tales regulaciones. De la manera más general señala la existencia de distintas externalidades para explicar, o justificar, la regulación de la conducta sexual. Posner adopta la definición económica corriente de la externalidad: un efecto -que puede ser beneficioso o causar daño- cuya principal característica es que la persona que lo genera no lo tiene totalmente en cuenta al decidir si emprende o no la actividad que lo genera, y con qué frecuencia o intensidad la emprende. Así, una de las razones para regular las relaciones sexuales es la de tratar de reducir los comportamientos engañosos: por ejemplo, sobre la posibilidad de transmitir mediante contagio alguna enfermedad; o sobre la verdadera paternidad de un hijo por parte de la mujer; o sobre los recursos que efectivamente aportará el padre para la crianza de los hijos. Destaca que, sin lugar a dudas, los efectos externos más relevantes de las conductas sexuales son aquellos que repercuten sobre los hijos. Distingue entre aquellos con un impacto micro económico directo sobre el bienestar de los hijos y los que alteran el tamaño y la calidad de la población. Con relación a los primeros, sugiere que la racionalidad de las leyes contra la prostitución puede estar basada en la búsqueda de protección de los hijos, evitando el desvío de recursos que pudieran beneficiarlos. “El hombre que frecuenta prostitutas distrae recursos que de otra manera podría dedicar al mantenimiento de sus hijos” [22]. Tambíen sugiere que los esfuerzos por disuadir el embarazo adolescente pueden defenderse en términos de los pobres perspectivas de vida de tales niños.
El tema de la fertilidad, y sobre todo la eventual incompatibilidad entre la decisión individual de tener un hijo y el número total de nacimientos en una sociedad también lo aborda Posner desde la perspectiva de las externalidades: los costos o beneficios derivados de la adición de una persona al resto de la sociedad se reparten entre toda la población y por lo tanto sobre los padres potenciales recae sólo una participación pequeña e imperceptible. De esta divergencia entre intereses individuales y colectivos plantea la posibilidad de que la regulación sea justificable. Por otra parte, reconoce que una “lección de la historia” es que los efectos de las políticas pronatalistas o antinatalistas han sido bastante limitados, sobre todo cuando estas se han concentrado en los incentivos financieros. Con un recurso poco usual entre los economistas de la familia, señala que la alternativa más obvia para los problemas de baja fertilidad de los países desarrollados, en lugar de jugar con las tasas de natalidad, es la de relajar las barreras a la inmigración. Es realmente curioso observar como uno de los adalides de la liberación de casi cualquier mercado adopta en el tema de la inmigración no sólo una actitud abiertamente intervencionista sino que supone para tal tipo de actuación estatal que los funcionarios públicos tienen capacidades tales como la de poder filtrar la calidad –la inteligencia y el carácter- de la población inmigrante [23].
Con relación a las leyes que prohiben la bigamia o la poligamia Posner plantea que la búsqueda de eficiencia resulta insuficiente para explicarlas y sugiere considerarlas como un mecanismo de distribución. Se trataría de un verdadero impuesto a la riqueza, puesto que al limitar el número de mujeres que los hombres ricos podrían tener a sus disposición en ausencia de controles se incrementan las oportunidades sexuales y maritales de los hombres más jóvenes y pobres. Así, su análisis se aleja del de Becker (1981) para quien el declive de la poligamia se dio porque favorecía sobre todo a las mujeres y, en particular, a los beneficios que, para ellas, se dieron con esta tendencia en la eficiencia del trabajo tanto en el hogar como en el mercado.
Esta leve discrepancia entre las implicaciones de uno y otro análisis permite destacar un aspecto relativamente confuso en la economía de la familia y es el del universo relevante para las consideraciones normativas o sea, en los términos de Posner, la “tajada de humanidad” que se debe tener en cuenta para los cálculos utilitaristas de beneficios y costos. El terreno que pisan los economistas de la familia cuando tratan de determinar, por ejemplo, los niveles óptimos de población son pantanosos, y parece más prudente citarlos textualmente. En particular, es interesante la parte relativa al análisis que hace Posner de la “sugerencia de Gary Becker y de Kevin Murphy para resolver la cuestión de si los nacimientos adicionales son óptimos, preguntando a quienes aún no han nacido si estarían dispuestos y si podrían compensar a los ya nacidos (en particular a los padres y a los familiares) por los costos que los nacimientos adicionales impondrían sobre ellos. Los problemas de medición son formidables; un problema adicional y menos obvio es que, a no ser que la compensación se pague efectivamente, la validez de la sugerencia depende de dos supuestos: que los no nacidos hacen parte de la comunidad cuyas preferencias se deben tener en cuenta para determinar la política óptima de población y que sus vidas “pertenezcan” a los ya nacidos, a quienes los no nacidos deben por lo tanto compensar para que se les permita vivir en lugar de poder demandar una compensación por haber nacido más tarde o por no haber nacido del todo” [24]. No deja de causar sorpresa que estas consideraciones tan sofisticadas se hagan en detrimento de otras más simples pero normativamente más relevantes: si los cálculos de beneficios y costos sociales se deben hacer para los habitantes de un sólo país, o para la humanidad en su conjunto.
2.8 – LA MUJER Y EL CAMBIO SOCIAL
No causa sorpresa que sea uno de los pocos economistas que propone superar la obsesión por la eficiencia y la búsqueda de riqueza, Amartya Sen, quien ofrezca una visión más realista y convincente de los problemas asociados a las relaciones de pareja y al núcleo familiar. En cuanto se abandona la idea unidimensional del crecimiento económico y se plantea la conveniencia de abordar el desarrollo como la búsqueda de ciertas libertades esenciales, el análisis de la familia se hace más complejo pero también más pertinente para el debate de los asuntos de la familia.
El punto de partida de Sen, ajeno a una tradición económica que no concibe diferencias de género más allá de las del mercado laboral, es reconocer la importancia de aspectos no siempre relacionados con el bienestar, tales como la búsqueda de una mayor libertad, una verdadera agencia, de las mujeres. El término agencia no se refiere a la noción tradicional de representante sino a la capacidad de alguien “para actuar y promover cambios cuyos logros se pueden juzgar en términos de su propios valores y objetivos” [25]. El papel de una persona como agente es en esencia distinto, aunque no independiente, del que puede jugar esa misma persona como paciente. Limitar el análisis al bienestar equivale a desconocer la esencia de los movimientos feministas, más preocupados por superar diversos factores de malestar de las mujeres.
Para entender la estructura familiar es necesario tener en cuenta que hombres y mujeres tienen tanto intereses congruentes como intereses en conflicto, y ambos afectan el funcionamiento del hogar. La toma de decisiones normalmente es de cooperación, con soluciones acordadas muchas veces de manera implícita para las áreas más conflictivas. Estos acuerdos pueden ser igualitarios o pueden no serlo. La vida en familia impone que los elementos conflictivos no se hagan demasiado explícitos, pues pueden atentar contra la buena imagen de la unión. Algunas veces “la mujer despojada no puede ni siquiera evaluar el alcance de sus privaciones. De manera similar, la percepción de quien está haciendo,y qué tanto, trabajo productivo, o quien está contribuyendo, y en cuanto, a la prosperidad de la familia puede ser un factor determinante de la relación, aun cuando la teoría por medio de la cual se evalúan las contribuciones y la productividad rara vez se discute de manera explícita ” [26].
De cualquier manera, la percepción de los aportes individuales y de los derechos de mujeres y hombres juegan un papel determinante en la repartición de los beneficios conjuntos. A su vez, las circunstancias externas que afectan estas percepciones –la capacidad de la mujer de vincularse al mercado, el acceso a la educación, a la propiedad o los sistemas de valores de la comunidad- se tornan cruciales. Y esa es la razón por la cual el empoderamiento (empowerment) y la agencia independiente de las mujeres han tenido como objetivo la corrección de las inequidades que afectan a las mujeres.
Otras personas, como los niños, o los ancianos, también dependen de las relaciones de poder en el hogar. Sen hace alusión a la evidencia que existe acerca de cómo el mayor empoderamiento de la mujer en la familia puede reducir de manera significativa la mortalidad infantil, las tasas de fertilidad o la repartición de alimentos en el hogar. El impacto tanto de las hambrunas como de la desnutrición crónica al interior de la familia también depende de los derechos relativos de las mujeres, y es una de las manifestaciones más inequívocas de la inquedidad entre géneros.
Puesto que el trabajo en las labores domésticas no conlleva una remuneración monetaria, en parte por la lógica económica de considerar relevante sólo lo que se transa en un mercado, es usual que no se contabilice como una contribución femenina al bienestar de la familia. Si la mujer cuenta con un empleo por fuera del hogar no sólo aporta su salario sino que adquiere mayor poder y estatus en el hogar, algo que, a su vez, altera la percepción del número adecuado de hijos y por ende las tasas de fertilidad. Sen hace referencia a la evidencia que las tasas de fertilidad dependen no tanto de los ingresos laborales como del nivel educativo de las mujeres y de su poder relativo dentro de la pareja. La educación de la mujer, más que sus ingresos, también parece ser un factor determinante de reducción de la mortalidad infantil.
Por último, vale la pena destacar que, sin auto procalmarse experto o innovador en temas criminales, Sen hace referencia a una de las asociaciones más pertinentes en la comprensión de la violencia homicida y es la asociación que se observa entre esta última y la tasa de masculinidad de la población. “La conección inversa entre tasas de homicidio y la relación mujeres-hombres en la población ha sido observada por muchos investigadores y se han ofrecido distintas explicaciones para los procesos causales envueltos” [27].
3 – JURISTAS Y ECONOMISTAS ANTE LA FAMILIA
3.1 - LAS CAUSAS DE LA FAMILIA
No es fácil encontrar en la teoría del derecho de familia, ni en las disciplinas contiguas, como la antropología jurídica, la pretensión de explicar las causas de la familia. Se toma más como un dato, que surge del reconocimiento que la familia es tal vez la única institución humana que se puede considerar universal. En cualquier sociedad para la cual historiadores, arqueólogos o etnógrafos hayan hecho algún tipo de observación sistemática, se ha encontrado que los individuos viven en pequeños grupos basados en relaciones de parentesco y compartiendo la responsabilidad de criar a los hijos. Los vínculos familiares invariablemente implican restricciones en cuanto a quien tiene acceso sexual a quien y las responsabilidades sobre el cuidado de los hijos tienen generalmente repercusiones sobre la división del trabajo. En casi la totalidad las sociedades conocidas, la familia se define por el matrimonio, entendido en su forma más general como un acuerdo que se hace público y legitima la unión de dos personas para tener hijos y asumir la responsabilidad de criarlos.
La falta de pretensión, por parte del derecho, de buscar una explicación para la inclinación natural de los individuos a emparejarse y tener hijos no sólo contrasta con el afán de la economía por ver en esta institución un instrumento adicional para la búsqueda de bienestar individual sino que es más consistente con la visión de las disciplinas que han adherido al paradigma de Darwin. La evolución natural ha seleccionado, en todas las especies, ciertos comportamientos útiles para la crianza de los hijos. Este tipo de comportamiento es más marcado entre los mamíferos, y en particular en la especie humana, puesto que los infantes requieren un período más largo de crianza, educación y protección. Toma varios años de inversión parental después del nacimiento para que el cerebro humano pueda desarrollar complejas actividades intelectuales. La explicación evolutiva de la familia es por lo tanto que quienes desarrollaron, mediante un arreglo familiar, mejores condiciones para cuidar de los hijos se adaptaron y pudieron sobrevivir y adaptarse mejor que quienes no lo hicieron.
3.2 - LOS OBJETIVOS DEL DERECHO DE FAMILIA
A diferencia de otras áreas del derecho, en dónde los analistas económicos recomiendan sin atenuantes la eficiencia como el objetivo primordial de las leyes y las decisiones judiciales, en el ámbito de la familia las sugerencias normativas de los economistas son bastante tímidas, menos claras e incluso contradictorias. Por un lado, lo que implícitamente sugieren autores como Becker, es que la familia es simplemente un resultado de la situación demográfica, de las condiciones del mercado laboral y de la tecnología contraceptiva y que, por lo tanto, la legislación sería más o menos redundante. Por otra parte, y de manera contradictoria con ese últimpo planteamiento Becker reconoce que la mayor flexibilidad en las leyes de divorcio en los Estados Unidos [28] ha tenido consecuencias negativas en el bienestar económico de las mujeres divorciadas para acabar recomendando el retorno a las leyes de divorcio más restrictivas basadas en el mutuo consentimiento. En las mismas líneas, Posner señala las eventuales ventajas de prohibir el divorcio.
“Prohibiendo el divorcio se inducirá en primer lugar una búsqueda más cuidadosa de la pareja para el matrimonio. Entre más costoso sea un error, es menos probable que se cometa; y un erreor al elegir un cónyuge es más costoso en un sistema que prohíbe el divorcio (o lo hace muy difícil) que en uno que lo permite. Un punto relacionado con lo anterior es que entre más larga la búsqueda marital, mayor será la edad promedio de los cónyuges al casarse; y personas más maduras, más experimentadas son menos propensas a cometer errores que los novatos. Así es que se da la curiosa paradoja que hacer más difícil el divorcio puede eventualmente impulsar los matrimonios felices” [29].
Es conveniente señalar como, implícitamente, Posner introduce aquí la noción, totalmente ajena a la economía, que la racionalidad depende de la edad y de la experiencia.
Resulta claro que, al ser poco evidente el vínculo entre la legislación de familia y la eficiencia económica, los analistas económicos se han inclinado a tener en cuenta los elementos redistributivos del derecho. En primer lugar, aunque solo de manera implícita, se reconoce que el derecho de familia busca promover de manera activa la igualdad: entre hombres y mujeres [30], entre hijos biológicos y adoptivos, y aún entre hombres ricos y pobres. Tal sería, de acuerdo con Posner, y como se señaló atrás, el objetivo de las leyes que prohiben la poligamia, ya que la competencia natural limitaría el acceso de los hombres más pobres a las oportunidades de tener una pareja.
En ese sentido, el supuesto implícito sería que las tendencias naturales, la libre actuación del mercado, e incluso el principio de la división más eficiente del trabajo conducen, al interior del hogar, a situaciones desequilibradas en términos de poder y de acceso a los recursos.
Sólo este énfasis –de la legislación, las costumbres y las normas sociales- por la distribución de poder al interior del hogar sirve para explicar por qué es en este ámbito de la actividad humana en dónde el retroceso en la división del trabajo y la especialización se considera algo socialmente deseable, aún en detrimento de la eficiencia.
La precaución con la cual los economistas evaden la recomendación de buscar la eficiencia como objetivo prioritario del derecho de familia se comprende cuando, al hacerse explícito cual sería ese arreglo familiar más eficiente, se reconoce que es esa la situación de las familias tradicionales. Vale la pena transcribir en detalle lo que Posner (1992) considera que es un esquema eficiente de división del trabajo en el hogar. “La familia facilita la división del trabajo, produciendo los beneficios de la especialización. En la familia tradicional el esposo se especializa en un trabajo de mercado (por ejemplo ingeniería) que produce un ingreso que puede usarse para comprar los bienes de mercado que se requieren como insumos para la función de producción del hogar, mientras la esposa dedica su tiempo a procesar los bienes de mercado (por ejemplo comestibles) y volverlos producto del hogar (por ejemplo comidas). Especializándose en la producción para el mercado el esposo maximiza el ingreso monetario de la familia con el cual se compran los bienes de mercado que la familia necesita. Especializándose en la producción del hogar la esposa maximiza el valor de su tiempo como un insumo par ala función de producción del hogar. La división del trabajo –el esposo trabajando tiempo completo en el mercado laboral, la esposa tiempo completo en el hogar- opera para maximizar el ingreso total real del hogar permitiendo que el esposo y la esposa se especialicen en actividades complementarias” [31].
No vale la pena profundizar en las recomendaciones que, para conservar el principio de maximización de la eficiencia como objetivo prioritario del derecho, se derivarían de este escenario tan tradicional: ¿limitar, para evitar el desperdicio de recursos, el acceso de las mujeres a la educación superior? ¿retornar a la división total de tareas en el hogar? Así, en la institución que se reconoce como fundamental para la organización social, y la división del trabajo, el AED ortodoxo reconoce que el arreglo más eficiente corresponde a épocas que se consideran ya superadas en las sociedades modernas. No sorprende entonces la parquedad de los economistas en materia de prescripciones normativas para el derecho de familia. Si en otros ámbitos de la legislación las recomendaciones más inverosímiles e impracticables –como la de minimizar el costo social del crimen, o privatizar la justicia penal- se hacen sin mayor reparo y, por lo general, el denominador común es la no regulación de las conductas, en el área de la familia se observa, por el contrario, una extrema precaución, un inusitado interés por los aportes de otras disciplinas, un extraño reconocimiento de la complejidad del tema, insólitas recomendaciones de prohibición de conductas y, por último, la aceptación explícita de las dificultades para evaluar la legislación y aún para medir los parámetros más básicos del fenómeno bajo estudio. Sorprende agradablemente, por ejemplo, en el marco de una disciplina acostumbrada a manejar sin timidez los óptimos, aún sociales, que Posner acepte que no existe manera de saber si la tradición de dividir por mitades el patrimonio acumulado durante el matrimonio es demasiado generosa [32]. Como también sorprende el reconocimiento de la virtual imposibilidad de medir algo en apariencia tan trivial como la incidencia de la homosexualidad en una sociedad: “Nadie sabe cuantos homosexuales hay en cualquier sociedad –el mismo concepto de homosexual es vago por el estatus equívoco de actos o preferencias y por toda la gama de posiles preferencias” [33]. Si no se puede medir la incidencia de la homosexualidad ¿que se podrá decir acerca de los costos o beneficios sociales del fenómeno?
Es difícil no ver acá un claro, y parcializado, cambio de preferencias de los analistas del derecho en el terreno de las recomendaciones inducido, no cabe la menor duda, por la presión política de los movimientos feministas. El evangelio de la eficiencia se desvanece ante el principio, ineficiente según los mismos analistas, de la igualdad de géneros.
3.3 - CONFLICTOS Y VIOLENCIA EN EL HOGAR
“Silvana Sánchez, una joven ecuatoriana de 18 años, falleció ayer alrededor del mediodía en la acera de la calle del Corral de Cantos en Madrid, tras recibir tres puñaladas asestadas por su ex pareja, de la misma nacionalidad. El hijo de Silvana, de un año y medio, presenció el ataque y la muerte de su madre. Rocío, madre de la joven fallecida, afirma que Silvana padecía malos tratos de forma continuada. Con ésta son 39 las mujeres muertas por violencia machista en lo que va de año” [34].
“Un hombre de 47 años le ha pegado un tiro con una escopeta de caza a su esposa esta mañana en la localidad almeriense de Níjar. La mujer, de 42 años, ha fallecido horas después en el Hospital de Torrecárdenas (Almería), después de ser ingresada en un estado de extrema gravedad. Tras disparar a su mujer, el individuo se ha intentado suicidar disparándose en la cabeza” [35] .
“La historia tuvo lugar la madrugada del martes pasado en Nueva York, hasta donde llegó Luis Vallejo decidido a asesinar a Carolina Pérez, con quien había mantenido una relación sentimental. Luego de tomarse un trago, el hombre de 38 años, oriundo de Medellín, disparó contra la mujer, de 27 años, que trabajaba como mesera en el lugar. Posteriormente Vallejo se suicidó. La relación romántica de la pareja terminó en diciembre cuando Vallejo fue deportado a Colombia. Conocidos de Pérez dijeron que la colombiana siguió con su vida e inició una nueva relación pensando en que no volvería a ver a Vallejo. Pero este logró reingresar a Estados Unidos de forma ilegal y hacía cuatro días había llegado a Nueva York” [36].
“Andrés, de tres años, fue asesinado en Bogotá después de ser maltratado por su papá y su madrastra. En Yumbo una niña quedó paralizada porque su mamá y su padrastro la lanzaron por una ventana. María José, de 15 meses, después de 10 días en coma murió en Barranquilla luego que su mamá y su padrastro le pegaron en la cabeza. En Caucasia, una niña de 11 años que ha sido violada desde pequeña, tuvo un niño a los 9 años y espera otro. En Cúcuta, tres hermanitos de 3, 5 y 6 años, fueron violados de forma permanente porque sus padres los entregaban a los jíbaros para conseguir droga; estos son algunos casos que tan solo en enero de esta año se conocieron, de los más de 25.000 que a la fecha han sido reportados… De los cuarenta mil casos conocidos por el ICBF en el 2005, solo de maltrato severo se detectaron más de 17.000 y de abuso sexual cerca de 3.000 casos. En promedio, el 90% de casos de abuso y maltrato es cometido por familiares y conocidos” [37].
"Cuando pego, me enceguezco. No pienso sino en ver sangre. La sangre es lo único que me calma y me hace decir: bueno ya. Ni siquiera los ruegos me detienen. Antes me medía un poco. Le pegaba con la mano abierta, por ejemplo, porque ella no aguanta mi fuerza. Pero la última vez no me contuve. Casi la mato. Quedó con la cara hinchada y duró como una semana sin poder caminar” [38].
Este tipo de noticias que difícilmente pueden considerarse irrelevantes, o excepcionales, sugieren que la opinión predominante de los economistas sobre los conflictos de pareja, y en particular el supuesto, con frecuencia explícito, que tales situaciones por ser ineficientes se resolverán de manera automática por una negociación racional de las partes son inadecuados.
A diferencia del derecho de familia, preocupado constantemente por las asimetrías de poder en el hogar, por las relaciones de dominación, cauteloso con el tema de las adopciones y crecientemente turbado por el problema de las agresiones físicas domésticas, la familia típica del análisis económico continúa siendo un ente armonioso y totalmente libre de situaciones conflictivas. La preocupación secular del derecho, y en general de todos los sistemas normativos, por el adulterio, y la asimetría en su tratamiento cuando es cometido por el hombre o la mujer, tampoco es un tema que aparezca siquiera en el tratamiento económico de la familia que, con la excepción de algunas discrepancias en materia de participación laboral, no establece diferencias importantes entre hombres y mujeres. Esta despreocupación por temas cruciales para la comprensión de la pareja sorprende bastante cuando, supuestamente, se han tenido en cuenta los aportes de la biología para la elaboración de la teoría económica de la familia. Es extraño que en lo que pretenden ser tratados sobre la familia y la sexualidad, las obras de Becker y de Posner, no haya una sola referencia al problema de la violencia doméstica, que en el primero de ellos no se mencione siquiera el problema de los celos, y que en el segundo se haga de manera tangencial y sin asociarlo con la violencia.
Esta visión idealizada ha sido criticada incluso a nivel teórico por los mismos economistas. La tendencia a ignorar la asimetría y los abusos de poder entre géneros o la situación extrema de la violencia doméstica es el resultado de la adopción de ciertos supuestos básicos del análisis neoclásico. El postulado de costos de transacción nulos, por ejemplo, que permiten alcanzar los objetivos de manera óptima, y la utilización de funciones de utilidad comunes en el hogar le resta importancia a las posibles discrepancias y aún disputas que se sabe existen dentro de cualquier estructura familiar, tradicional o moderna. En contraste con el escenario armonioso propuesto por Becker se han hecho recientemente, en el marco de la teoría de juegos, algunos esfuerzos por modelar los conflictos cotidianos y reiterativos que no necesariamente se dan en las situaciones que anteceden al divorcio. Lo que se encuentra es que existen equilibrios múltiples y, por fin, se reconoce que para avanzar en el análisis se deben tener en cuenta la interacción de la familia con otros entornos normativos, como la cultura, la religión y las costumbres [39].
De la lectura de cualquier texto contemporáneo sobre comportamiento sexual enmarcado en el paradigma de la evolución natural surgen varios puntos que no concuerdan con la teoría económica de la familia y que, por otro lado, permiten ampliar la comprensión de las posibles fuentes de conflicto al interior de la familia, que de manera secular han preocupado al derecho.
Para el objetivo básico de los individuos –maximizar la reproducción de sus genes- existen dos estrategias, la del mating y la del parenting que, en la terminología de Becker, corresponden respectivamente a la de la cantidad, tener muchos hijos en los cuales se invierte poco, o la de calidad, tener pocos hijos e invertir mucho en ellos. Un punto crucial señalado por la biología es que existen marcadas diferencias entre hombres y mujeres -y en general entre machos y hembras de casi cualquier especie- a la hora de optar por una de estas estrategias. Mientras que para las mujeres es más natural y generalizada la estrategia de la calidad, entre los hombres persiste una inclinación hacia la estrategia de la cantidad: tener mucho sexo con pocas responsabilidades de inversión posteriores. Esta asimetría es lo que configura las actitudes básicas hacia la sexualidad en cada género y, por otra parte, es la fuente de diversos conflictos en las parejas y en las familias. Tales discrepancias son en extremo relevantes para el AED. Allen y Brining (1998) muestran cómo las diferencias en impulsos sexuales (sex drives) entre hombres y mujeres, que además varían sistemáticamente a lo largo de la vida, afectan el poder de negociacion de las partes y tienen implicaciones en términos de adulterio y divorcio. También es de esta asimetría de donde se derivan ciertos temores básicos en uno y otro género hacia las relaciones de pareja. Temores que han sido, a su vez, temas fundamentales del derecho de familia. Mientras que el escenario de criar un hijo sin la suficiente contribución de recursos del padre constituye el riesgo más básico y generalizado que asumen las mujeres al emparejarse, para los hombres tal tipo de incumplimiento por parte de la madre es una posibilidad en extremo remota. Para las mujeres, por el contrario, no existe la menor posibilidad de verse engañadas para invertir recursos en un hijo que no es propio, mientras que para los hombres se trata de una eventualidad real.
La asimetría de las estrategias, y de los incumplimientos, en los acuerdos de pareja, un aspecto básico de la biología de la sexualidad, no es una simple cuestión teórica. Un primer corolario es que existe un vínculo más estrecho de los hijos con la madre y, por esa vía, una mayor dedicación de tiempo y esfuerzo de las mujeres a la crianza de los hijos y, además, una mayor asociación entre el bienestar de estos y el control relativo que tienen las mujeres sobre los recursos de la familia. Lundberg y Pollack (1996) reportan varios estudios, con información de distintos países en los cuales se muestra que el control del ingreso por parte del padre o la madre tiene repercusiones importantes en el comportamiento de la familia. En particular, se ha encontrado que una mayor injerencia de las mujeres en el gasto tiene repercusiones en la salud y nutrición de los hijos, y aún en el consumo de tabaco y alcohol. Una encuesta realizada en 1994 en España y citada por Cabrillo (1996) muestra que, aún cuando las mujeres trabajan, el 65% de los hogares considera que es la madre quien se ocupa principalmente de los hijos, contra el 4.3% que piensa que es el padre y 18.9% que son ambos. Cuando las madres no trabajan, las cifras respectivas son 95.4% para la madre, 0.4% para el padre y 3.6% para ambos. Sobre este punto hay cada vez mayor evidencia empírica. Para Brasil, se ha encontrado que los efectos de los ingresos de la madre sobre la probabilidad de supervivencia de los hijos pueden ser hasta 20 veces superiores a los del padre. Inchauste (2001), reconociendo las desigualdades existentes al interior del hogar en Bolivia, también encuentra que el control del hombre o la mujer sobre los recursos, así como las características de la familia, afectan el bienestar de los hijos. Así, no sorprende que se haya convertido en un tema importante en la agenda de las agencias involucradas en las políticas de familia. Desde mediados de los años 70 en Gran Bretaña se reemplazó la ayuda familiar que hasta el momento consistía en una reducción de los impuestos retenidos al salario del padre por un pago en efectivo hecho directamente a la madre. Un trabajo reciente del Banco Mundial reconoce de manera explícita que las políticas dirigidas específicamente a las mujeres son más eficaces [40]. Además, ayuda a entender mejor tanto la legislación de familia, en dónde aparece con claridad el objetivo de proteger, ante todo, a la madre y a los hijos, como su aplicación. Uno de los problemas más frecuentes que llegan a los juzgados de familia en América Latina es el del incumplimiento en las obligaciones de alimentos por parte de los padres. En Colombia la cuestión es tan crítica que casi un 15% de los procesos actualmente a cargo del sistema penal tienen que ver con incidentes de inasistencia alimentaria, o sea de padres que se niegan a cumplir sentencias de los juzgados de familia [41].
La violencia al interior del hogar es un fenómeno para el cual la teoría económica de la familia sencillamente no ofrece ninguna explicación. Habría que estirar demasiado la noción de racionalidad para dar cuenta del escenario recurrente de un cónyuge, por lo general el esposo, que agrede, incluso fatalmente, al otro o a sus hijos para luego entregarse voluntariamente a las autoridades, o suicidarse. Tal tipo de situación, frecuentemente derivada de la tendencia masculina a considerar a la mujer como una propiedad, y muchas veces asociada con situaciones de celos, es un tema que se puede considerar estándar en la literatura biológica. Y no se trata de simples deducciones teóricas. “Los homicidios entre esposos son relativamente raros pero son manifestaciones extremas de los mismos conflictos que generan violencia no letal enttre cónyuges en una escala mucho más amplia… Los problemas relevantes son el adulterio, los celos y la tendencia masculina a sentirse dueño de la mujer” [42].
A pesar de la reticencia de la economía para estudiar sistemáticamente conductas irracionales, el tema es tan pertinente que los celos, y en general la conducta sexual, aparecen en varias sociedades y en varias épocas como la razón más frecuente para la violencia entre parejas. Para el Canadá, Daly y Wilson (1988) encuentran que los celos son una de las razones más recurrentes en los homicidios al interior del hogar. Un análisis de los casos de homicidio entre parejas en Málaga, España, muestra que en el 42% de los casos el “factor desencadenante” fueron los celos y en le 43% la separaciión o su intento, que con frecuencia es también un escenario favorable para los celos [43]. En otros estudios se encuentran correlaciones significativas entre los celos y la intensidad del abuso [44] así como tal asociación -celos y agresión- entre parejas del mismo sexo. “El aspecto más digno de destacar en este estudio es la fuerte evidencia de una asociación entre celos y conductas violentas… Además, los resultados sugieren que los celos permiten predecir tanto la violencia física como la psicológica” [45].
Una tercera fuente de conflictos en el hogar -también un corolario de la asimetría de estrategias y temores entre los géneros- es la de los hijastros. La biología, y en particular la noción de la selección parental -kin-selection- reconoce que, dependiendo de las relaciones de consanguinidad, existen diferencias importantes en el trato con los familiares. El modelo del padre altruista de Becker estaría basado en este principio. Una implicación de esta idea, que se podría denominar el síndrome de Cenicienta, o de Harry Potter, es que los hijastros recibirán un trato menos favorable que los hijos biológicos, algo que parece corroborar la evidencia. Para Estados Unidos, se ha encontrado que en los hogares en los cuales los niños son criados por una madrastra, o una madre adoptivo o de acogida, se gasta menos en alimentación. En Suráfrica, se encuentra que cuando la madre biológica es la cabeza de hogar, o su esposa, la familia gasta significativamente más en alimentación, en particular en lácteos y vegetales, y menos en alcohol y tabaco. El vínculo genético con el hijo, más que la anticipación sobre un lazo económico en el futuro parece ser el nexo determinante [46]. En situaciones más extremas, como la agresión, varios estudios muestran que es menos probable el abuso sobre los hijos por parte de los padres naturales que por los padrastros, y que este hecho no es explicable por diferencias económicas [47]. Una conjetura que se puede derivar de estas observaciones es que la desconfianza legal e institucional con las adopciones puede estar relacionada con esta posible discriminación en el tratamiento que se les da a los hijos no biológicos.
3.4 - CONVERGENCIA DE SISTEMAS NORMATIVOS
Una de las diferencias entre el enfoque económico y el derecho de la familia es que el segundo reconoce de manera explícita que la institución está regulada no sólo por la legislación y los jueces sino por otros sistemas normativos con los cuales el derecho compite, o sobre los cuales se apoya. “El derecho no consiste en un sistema de reglas específicas sino en un proceso internormativo. Existe sobre este punto consenso de autores de distintas corrientes. Para J Carbonnier, la variabilidad de los campos de la moral, de la religión o del derecho se explica por fenómenos de internormatividad: la regla jurídica puede apropiarse des reglas no jurídicas, así como la moral o la religión pueden apropiarse de reglas jurídicas; y, de manera inversa, el derecho puede retirarse de ciertos dominios, que abandona a la religión o a la moral” [48].
La posición relativa del derecho dentro de este conjunto de normas –la religión, la moral, las costumbres- presenta una alta variabilidad de acuerdo con el tipo de sociedad en cuestión. En particular, en las sociedades menos modernas y occidentalizadas –en América Latina aquellas, por ejemplo, con una mayor proporción de población indígena o campesina- cabe esperar una mayor interferencia de las costumbres, o de la religión, sobre la regulación del matrimonio. Resumiendo los principales resultados de un amplio estudio sobre la familia en iberoamérica, el coordinador señala como peculiaridad “el poco peso que ha tenido la legislación y el derecho enla organización y comportamientos familiares” [49].
En Colombia, en dónde es alto el nivel de mestizaje de la población y la proporción de población indígena es poco significativa, y en dónde, por otro lado, la migración del campo a la ciudad ha sido importante se considera que “buena parte de las familias colombianas se puede tipificar con base en parámetros propios de las sociedades premodernas” [50]. Además, las relaciones de pareja estarán enmarcadas en estructuras familiares o de grupo más amplias y, consecuentemente, será menor el alcance del derecho y de la solución judicial de conflictos que en las sociedades modernas e industrializadas [51]. Aún dentro de este último conjunto de sociedades, el alcance del derecho de familia, o la naturaleza del mismo, depende de la influencia de la religión. Es claro que en España y varios países de América Latina la existencia de tratados con la Iglesia fue por mucho tiempo un elemento determinante de la legislación del divorcio. En Colombia, por ejemplo, el matrimonio católico tuvo hasta hace una década repercusiones civiles no sólo en lo relativo a su indisolubilidad –una persona casada por la Iglesia no podía volver a contraer matrimonio civil- sino también en lo relacionado con la patria potestad. Esa misma influencia sigue siendo importante en las leyes sobre aborto.
Por otra parte, en varios campos relacionados con la familia -comportamiento sexual, contracepción, discriminación salarial- no sólo se da una gran influencia de normas de distinta naturaleza sino que diferentes grupos sociales -ONGs, iglesias, grupos feministas- han actuado activamente como promotores de ciertos patrones de comportamiento. Además, han jugado papel decisivo en los cambios en la legislación y actúan como verdaderos promotores o protectores de ciertas prácticas, normas o leyes. En Colombia, por ejemplo, es un hecho reconocido que ciertas instituciones privadas, vinculadas al sector salud, afectaron de manera definitiva la adopción generalizada de los métodos contraceptivos. “Los resultados demográficos en Colombia responden a políticas promovidas de manera prácticamente exclusiva por instituciones privadas, entre las que se destaca Profamilia. Esta instiución, desde mediados de los años 60, abogó con éxito por ua planificación familiar responsable, a pesar del entorno social adverso en que adelantó su trabajo. Por un lado estaba la Iglesia católica renuente al cambio y, por otro, la izquierda que también rechazaba las prácticas anticonceptivas. La prensa escrita abogó por las políticas de planificación familiar, contribuyendo a los resultados obtenidos. El apoyo oficial no consistió en nada diferente de una desganada tolerancia” [52].
Una característica de los economistas de la familia, que los distingue y aleja no sólo del derecho de familia sino de las consideraciones de los demás analistas de la institución es el recurrente materialismo –el afán por considerar irrelevante cualquier influencia que no tenga una base económica- y, en particular, su insistencia en desconocer la influencia de la religión, y en general de cualquier consideración moral o normativa, sobre los comportamientos de pareja y sobre las decisiones de fecundidad.
Becker, por ejemplo, luego de pormenorizados relatos sobre las diferencias en los arreglos matrimoniales entre musulmanes, judíos, chinos, japoneses y cristianos, y de reconocer que el incumplimiento en tales acuerdos ha sido sancionado no sólo con multas o divorcio sino también con maldiciones religiosas, al analizar la poligamia, manifiesta su escepticismo con las explicaciones basadas en la influencia de la religión, o en consideraciones normativas. Casi por principio, descarta cualquier explicación no basada en los beneficios y los costos individuales de tales arreglos. “La caída ha sido atribuída a la expansión del cristianismo y al avance en los derechos de la mujer, pero soy escéptico a esas explicaciones… La baja en la incidencia de la poligamia se debe a cambios en sus beneficios y no a la expansión exógena de doctrinas religiosas o de los derechos de la mujer” [53]. Así, implícitamente Becker plantea que, en principio, existirían ciertos niveles de las variables del mercado laboral –diferencia de salarios y educación que alteren la eficiencia del trabajo en el hogar o en el mercado- para los cuales cabría esperar en las sociedades occidentales un retorno a la poligamia, en forma independiente de las costumbres, la moral, la religión o el derecho. O que estos cambios serían suficientes para alterar todos estos sistemas normativos.
No cabe esperar una gran acogida entre los juristas a planteamientos que, paradójicamente, recuerdan la más dura dogmática marxista. Sobre todo en un área en la cual hay relativo consenso en reconocer el efecto, si no exclusivo por lo menos parcial, del cristianismo y de la promoción de los derechos de la mujer. Aún para asuntos como el divorcio, el aborto o la igualdad en la familia parece clara la influencia, y el conflicto, entre distintas ideologías. Los cambios en los derechos relativos de los géneros en América Latina, por ejemplo, no se pueden entender sin tener en cuenta la evolución de las ideas y las tendencias internacionales. O de las relaciones de poder entre la Iglesia y el gobierno civil, e incluso los militares [54]. Algunos analistas van más lejos e incluso plantean que la interferencia de la religión en los asuntos de familia ha sido en realidad un termómetro del poder relativo del la Iglesia y el Estado.
Posner, por su parte, y a pesar de que su libro Sex and Reason está profusamente documentado con las influencias de la religión, las costumbres y la moral sobre los comportamientos sexuales en distintas culturas y momentos de la historia también apuesta por un credo materialista. Al hacer explícita su teoría se limita a un conjunto limitado de variables del ámbito productivo para explicar la sexualidad: el perfil ocupacional de la mujer, su grado de independencia económica, el nivel de urbanización, el ingreso y los avances científicos y tecnológicos relacionados con el control de la fertilidad y con el cuidado de las madres y de los hijos. Algo similar ocurre a la hora de derivar de sus planteamiento un conjunto de predicciones, varias de las cuales, si se sacan del contexto norteamericano contemporáneo, no pasarían la prueba del contraste con los datos en muchas sociedades. La primera de estas preddicciones es la de la estrecha asociación, derivada de los costos de búsqueda de una pareja, que existe entre la homosexualidad con el grado de urbanización y, más específicamente, con el nivel de desarrollo económico de una sociedad. “Al facilitar la creación de mercados de actividad homosexual, la urbanización afecta no sólo la distribución geográfica de la actividad sino su magnitud... El número de homosexuales practicantes en una sociedad se incrementa con el crecimiento de las ciudades haciendo que la homosexualidad parezca un co-producto del desarrollo económico” [55]. Esta hipótesis de Posner, para la cual descarta por irrelevantes las consideraciones sobre el posible efecto del entorno religioso y moral sobre la homosexualidad, se plantea a pesar de que su libro se inicia con una referencia al Simposio de Platón, en donde se hace una defensa del amor homosexual y a pesar de la detallada referencia a la generalidad y la tolerancia de los comportamientos homosexuales entre hombres en Grecia, algo que no se extendía a la aceptación de las lesbianas, para las cuales, también aplicaría la lógica de los costos de búsqueda.
Otras predicciones, ya claramente etnocéntricas, de la economía del sexo de Posner tienen que ver con la relación directa entre pobreza y prostitución, también de manera independiente de factores culturales, morales o religiosos. “Puesto que la pobreza reduce la tasa de nupcialidad, aumenta el número de solteros disponibles y por lo tanto la demanda por prostitución, y también crea una oferta de mujeres prostitutas” [56]. Deduce también una mayor tolerancia sexual de las clases más ricas y educadas, no sólo por efecto de su menor religiosidad sino por su mayor conocimiento de la variedad sexual de la humanidad. “La gente educada tiende a estar más informada sobre la variedad sexual. Han oído hablar de Freud, o de Margaret Mead o de Malinovsky. Una persona que sabe que James I Francis Bacon, Oscar Wilde, Henry James, Marcel Proust, Gertrude Stein, Virginia Woolf, John maynard Keyenes, E.M. Forster, Pyotr Illich Tchaikovsky, George Santayana, T.E. Lawrence, alnag Turing and Ludwig Wittgenstein fueron homosexuales y que Sófoocles, Socrates, Platón, Shakespeare, Christopher Marlowe, Alejandro Magno, Julio César y Ricardo Corazón de León pudieron serlo será menos propensa a pensar que la homosexualidad es simplemente una espantosa plaga. Como sugiere esta lista, un buen número de los héroes culturales de los intelectuales han sido homosexuales, pero estos no son héroes de los no intelectuales” [57]. Este materialismo extremo se destaca como elemento esencial de la teoría a pesar de que en la misma obra se alude con frecuencia a explicaciones totalmente basadas en las influencias culturales. Como por ejemplo la idea de que el culto de la virginidad puede ayudar a explicar la incidencia de la prostitución. “Se puede incluos pensar que el culto de la virginidad tiene como función permitir identificar a las mujeres promiscuas, eliminarlas del conjunto de mujeres casaderas y y llevarlas a la prostitución” [58]. Un razonamiento tan poco económico también se encuentra en trabajos etnográficos. “En la comunidad antioqueña hemos hallado estudiando la imagen de la prostituta que disculpa su profesión en haber perdido la virginidad por seducción prematrimonial … La infidelidad conyugal de la santandereana casada, la arroja con frecuencia también al prostíbulo, porque marcada como mujer fácil, la cultura la empuja con su dictamen fácilmente a la promiscuidad, haciéndose realidad el veredicto inicial a su falta primera” [59].
No sobra señalar lo paradójico y decepcionante que puede resultar para cualquier observador desprevenido del AED -en dónde, por principio, lo que interesa es el efecto de la legislación, o de las decisiones judiciales, sobre los comportamientos- que dos de sus más citados y autorizados representantes propongan una teoría o un conjunto de hipótesis en dónde brillan por su ausencia las referencias al posible efecto de los sistemas normativos sobre estos comportamientos.
Desde un punto de vista teórico, algo que también se echa de menos en los razonamientos de Posner es la falta de consideración explícita de una teoría alternativa al funcionalismo individualista para explicar ciertos patrones empíricos. Por ejemplo la de los comportamientos sexuales esencialmente determinados, de manera funcional pero a nivel del grupo, por la religión, la moral o las normas de etiqueta.
4 – ALGUNAS LIMITACIONES DEL ENFOQUE ECONOMICO
4.1 - FAMILIA, EDUCACION Y TRANSMISION DE VALORES
“En la familia los colombianos han aprendido las maneras de ser regional, los gustos, el habla y el temperamento. En forma definitiva, la familia ha trazado el destino de cada individuo, pero también de nuestra estructura social; tanto en las pequeñas poblaciones como en las grandes ciudades” [60].
“A principios del siglo veinte, la familia en México concentraba una serie de funciones… La transmisión cultural y social de una generación a otra y la educación de niños y jóvenes corrían a cargo de la familia y de la red de parientes… A través de la familia y de los parientes, la generación de los padres transmitía a la de los hijos el lenguaje, la identidad y la posición sociales, los valores y las aspiaciones, y las creencias religiosas” [61].
Si bien para el análisis de las decisiones laborales la propuesta económica de que, en la familia, los hijos acumulan capital humano ha mostrado tener un gran potencial, la pretensión de que se trata de un proceso casi lineal que depende exclusivamente del acceso a los recursos y del tiempo escaso de los padres y que, por otro lado, la única dimensión relevante de ese capital humano es la productividad laboral despierta algo de escepticismo.
Un aspecto subestimado por la economía de la familia, y que es de particular interés para analista del derecho, interesado en estudiar el comportamiento de los individuos ante la ley, tiene que ver con la manera como se transmiten en la familia, no sólo la riqueza, las destrezas y las habilidades útiles para el desempeño laboral, sino los valores, la moral y los estándares normativos de las reglas de comportamiento en una sociedad. Casi más que la productividad de los individuos al analista del derecho le interesan aquellos elementos de la formación de los hijos que juegan un papel en la aceptación y respeto por las normas sociales, religiosas o legales. Esta dimensión de la conducta individual, que para simplificar se podría denominar la moralidad, se puede entender como la mayor o menor disposición a acatar restricciones y patrones de comportamiento que, siendo socialmente deseables, pueden entrar en conflicto con los intereses individuales de las personas. Preceptos como “decir la verdad”, “no hacer trampa”, “cumplir las promesas” se pueden considerar como ejemplos comunes de reglas morales.
El primer punto que vale la pena discutir es si esta característica de los individuos, su moralidad, hace parte de sus preferencias –de las motivaciones interiores y subjetivas del comportamiento- o de sus restricciones, o sea de los factores externos y objetivos que afectan las conductas. A diferencia del derecho, o de la sociología, que admiten la posibilidad de un proceso mediante el cual los individuos internalizan ciertas normas, la teoría económica neoclásica y, en particular, la teoría de la familia propuesta por Becker recomienda apoyarse lo menos posible en las preferencias como explicaciones y recurrir ante todo a la noción de restricciones impuestas al individuo desde afuera para explicar los cambios en los comportamientos. Así, una variable como la moralidad debería considerarse, dentro del esquema de Becker, como uno de los posibles resultados de la función de producción del hogar. Aunque Becker no ha analizado de manera explícita este punto en el trabajo de un discípulo de Becker de manera explícita se plantea que la religiosidad es uno de los resultados de la función de producción del hogar. “La práctica religiosa también puede verse como un proceso productivo. Los bienes que se compran, el tiempo del hogar y el capital humano afectan la capacidad de una familia para producir satisfacción religiosa de la misma manera que afectan su capacidad para producir comida, salud, hijos y actividades recreativas” [62].
Aunque la economía reconoce que este tipo de productos son en extremo complejos e inobservables, el artificio que se utiliza para analizarlos, e incluso medirlos y compararlos con otros intangibles, es el de plantear que los insumos que se utilizan para su producción si son medibles y reducibles a precios de mercado. Con relación a lo que se requiere para producir religiosidad, se mencionan, por ejemplo “bienes que se compran, como el vestido dominguero y el transporte, el trabajo voluntario y las contribuciones en dinero que facilitan las obras de caridad. También incluyen tiempo y trabjo de los miembros de la familia, como el que se gasta para ir a los servicios religiosos, el tiempo necesario para rezar, meditar y leer las escrituras y el esfuerzo requerido para la caridad y otras conductas motivadas por los asuntos religiosos” [63].
Se hace énfasis, además, en la importancia del capital humano específico para la producción de los distintos bienes intangibles que es lo que, sin salirse de la propuesta de preferencias constantes, permitiría explicar los hábitos en la elaboración de algunos de ellos.
Una de las críticas que, aún bajo el supuesto básico de racionalidad individual, se hace a este enfoque consiste en señalar que el reemplazo de unas preferencias –que son subjetivas y sobre las cuales no existe una teoría satisfactoria- por unas tecnologías para la función de producción del hogar no elimina los problemas ni de subjetividad ni de carencia de teoría, sino que simplemente los desplaza. A diferencia de la teoría de la firma en donde se pueden hacer ciertos supuestos razonables sobre los mecanismos de adopción de un conjunto reducido de tecnologías, las eficientes, por parte de las empresas, en el terreno de las familias, que producen para su propio consumo y por lo tanto no están sujetas a las presiones de competencia del mercado, lo más razonable es plantear que existirá una amplia gama de alternativas de producción que subsistirán de manera conjunta. La posibilidad de adopción de distintas tecnologías puede por lo tanto “explicar” casi cualquier patrón de comportamiento [64].
El proceso mediante el cual, dentro de la familia, se van configurando las preferencias de los individuos es uno de los campos en dónde, como bien señalan los economistas, el conocimiento es en extremo precario. Lo anterior no necesariamente implica que cualquier teoría sea igualmente útil o pertinente, o convincente, ni mucho menos que se pueda reemplazar la teoría por un supuesto –como el de las preferencias estables y homogéneas entre individuos- que en el área de la familia es poco razonable y contrario al sentido común. De hecho, la mayor parte de los escritos de economistas de la familia abundan en alusiones a la transformación de preferencias. De partida, la idea de que en la pareja se funden o, según Samuelson, se adoptan por consenso unas preferencias colectivas es efectivamente un cambio de este tipo.
Está claro que se trata de un área de estudio que traspasa las fronteras de varias ciencias y que el problema tiene aspectos biológicos, neurológicos, pedagógicos, psicológicos, económicos, sociológicos… Simultáneamente, parece pertinente tener una visión, siquiera aproximada, del conjunto. En tales casos, una aproximación útil puede ser la de “echar un vistazo al modo en que esos mismos problemas eran abordados cuando aún no se había producido esta división del trabajo, este desgajamiento de la búsqueda del saber en diversas especialidades” [65].
En materia de formación de los individuos, para los griegos era clara la distinción entre la educación propiamente dicha y lo que se podría denominar la instrucción [66]. Cada una de estas funciones era ejercida por una figura específica: la del pedagogo y la del maestro. El primero era un criado que “pertenecía al ámbito interno del hogar y que convivía con los niños o adolescentes, instruyéndoles en los valores de la ciudad, formando su carácter y velando por el desarrollo de su integridad moral” [67]. El maestro, por el contrario, era un colaborador ajeno a la familia que transmitía conocimientos instrumentales, o en la terminología moderna, era el responsable de desarrollar el capital humano de los menores, y los preparaba para su vida productiva. El pedagogo los preparaba para la vida activa, o sea la que llevaban los ciudadanos en la polis discutiendo los asuntos relativos a las leyes y a la vida política.
Por mucho tiempo la formación moral y el cultivo de los valores se consideró más importante que la instrucción orientada a la adquisición de habilidades técnicas o productivas. A partir del siglo XVIII, y como resultado de la consideración que la instrucción técnica y científica era indispensable para alcanzar la igualdad entre los individuos, se invirtió la importancia relativa. A eso contribuyó la convergencia en un modelo científico único, al lado del cual persistían los interminables debates morales. Así, se institucionalizó la enseñanza de lo seguro y lo práctico, en el sistema educativo, para dejar a las familias y otras instancias ideológicas la formación moral [68].
Esta distinción entre educación e instrucción, una simplificación bastante burda, es útil para entender las limitaciones del concepto de capital humano como noción central de lo que produce el hogar. Por varias razones. En primer lugar porque, como ya se señaló, la tecnología de la cual disponen los hogares para ejercer la función de pedagogos y formar moralmente a los individuos está lejos de poderse considerar homogénea, o siquiera convergente hacia un conjunto único de principios entre las distintas familias de una sociedad. A diferencia de los conocimientos técnicos o científicos, para los cuales es claro el concepto de avance y acumulación y son viables las comparaciones entre sociedades, en el terreno moral la noción de acopio, o de progreso, o la calificación de calidad continúa siendo un asunto sujeto a debate. En segundo término porque, a diferencia de la enseñanza técnica, para la cual la idea de una función de producción estructurada en la cual entran como insumos ciertos recursos de mercado y el tiempo, el aprendizaje moral que ocurre en la familia es más implícito. Como ilustra Savater (1997), “la enseñanza se apoya más en el contagio y la seducción que en lecciones objetivamente estructuradas”. Esta observación de un proceso en buena medida tácito, inconsciente, muchas veces subliminal, basado en el ejemplo y en la sucesión cotidiana de simples gestos de aprobación o rechazo está refrendada por distintos experimentos de la psicología social y las neurociencias, de acuerdo con los cuales la transmisión de valores y de preferencias es más eficaz entre menos explícita sea.
A partir del estudio de la llamada inconsciencia emocional, los neurólogos [69] plantean que los estímulos subliminales no sólo afectan las preferencias sino que lo hacen de manera más efectiva y duradera que los estímulos conscientes. Distintos experimentos de la psicología social tienden a confirmar la idea que buena parte de las preferencias se forman sin necesidad de que exista un registro consciente del estímulo o aún bajo estímulos subliminales. En la misma dirección apuntan los hallazgos recientes en el área de las neuronas espejo. Estas observaciones coinciden con las hechas por psiquiatras de principios del siglo XX en el sentido que la parte emocional del cerebro es particularmente sensible a los estímulos inconscientes. El aprendizaje moral en la familia, está más basado en la afectividad que en la discusión, la argumentación y la racionalización, y se apoya en “gestos, humores compartidos, hábitos del corazón, chantajes afectivos” [70] y es precisamente esa la razón para que sea tan persuasivo. Su efecto es tan fuerte que no sólo se transmiten a través de él los principios morales sino que hace arraigar prejuicios difíciles de superar. En síntesis, parece copiosa la evidencia que el sólo estar en un entorno familiar configura ciertas restricciones a las conductas y que, en forma consistente con la valoración implícita que existe en el hogar, el individuo adhiere inconscientemente a ciertos principios en lugar de otros.
El proceso de socialización que se inicia en el hogar tiene por objeto no sólo imponer restricciones a ciertas conductas sino también prescribir modelos de comportamiento y estilos de vida. En ambos casos, prohibición o prescripción, las conductas pueden ser específicas a la comunidad o grupo social al que pertenece el individuo. Aunque en los países industrializados esta socialización está fundamentalmente orientada en las líneas que proponen los economistas –acumulación de capital humano para el desempeño laboral- este planteamiento está lejos de poder ser considerado universal: ciertos grupos sociales han logrado mantener costumbres y prácticas centenarias indiferentes o contrarias a la eficiencia, mientras que otros se han desarrollado y fortalecido para, precisamente, impedir su asimilación a la cultura occidental. Es ilustrativo en ese sentido, por ejemplo, el relato sobre los judíos ultra-ortodoxos, un grupo que surgió como rechazo a la tradición liberal de occidente, o sea el telón de fondo de la teoría de la elección racional. La historia es interesante porque muestra varias costumbres que desafían la lógica de la racionalidad económica –insensibilidad a las señales de precios, aumento en actividades religiosas muy intensivas en tiempo en un escenario de costo del tiempo creciente, patrones atípicos de fecundidad- en medio de dos ambientes altamente desarrollados -Nueva York e Israel- y por parte de una población cada vez mayor de ultra-ortodoxos. [71].
Es fácil argumentar que, tanto entre culturas como entre grupos al interior de una misma cultura, existe mayor acuerdo y homogeneidad en cuanto a las conductas que se busca evitar que en cuanto a las que se pretende prescribir o promover. Dentro de las primeras, el patrón general sería el de tratar de impedir aquellos comportamientos que producen daño, tanto al actor de la conducta como a terceros.
A diferencia del enfoque económico, centrado en el asunto de la promoción de las habilidades laborales, para el derecho de familia, y en general para las políticas publicas en este campo, también es pertinente el análisis de un buen número de conductas y patrones de comportamiento que se considera deseable limitar u obstaculizar, y que se consideran estrechamente ligadas a la institución familiar. En asuntos como el embarazo adolescente no deseado, el aborto, el consumo de drogas, el abandono escolar, la violencia, y en general los llamados problemas juveniles se reconoce algún tipo de responsabilidad a la familia, tanto en la literatura académica como en la legislación como, más recientemente, en las decisiones judiciales. En una sentencia reciente, por ejemplo, un juez de menores español condenó a los padres de un joven a responder con su patrimonio por los daños morales causados por su hijo, que había hecho varias amenazas a un concejal en el País Vasco [72].
El control de ciertos comportamientos por medio de la socialización que se inicia en la familia lleva implícita la idea de que se trata de tendencias naturales, o instintos, y no de conductas previamente promovidas o aprendidas. Esta observación no coincide con una visión común entre analistas sociales que adhieren al principio del buen salvaje y plantean que todas las conductas indeseables son producto del aprendizaje y la cultura..
En ese contexto, el producto básico de la instrucción en el hogar consiste en configurar “del modo más afectuoso posible” lo que en la jerga psicoanalítica se conoce como el principio de realidad, entendido como “la capacidad de restringir las propias apetencias en vista de las de los demás, y aplazar o templar la satisfacción de algunos placeres inmediatos en vistas al cumplimiento de objetivos recomendables a largo plazo” [73]. Traducido a la terminología económica, el principio de realidad implica : i) domesticar o civilizar ciertos gustos o placeres naturales, ii) tener en cuenta a los demás en las preferencias, o sea desarrollar cierto grado de altruísmo y iii) alterar la tasa de descuento de los placeres de hoy contra los del futuro.
Es interesante observar que esos tres elementos del control de los instintos, que en buena medida se refieren a la configuración de las preferencias de los individuos en el hogar, se destacan en un buen número de trabajos realizados desde distintas disciplinas. A diferencia de la aproximación económica, en la cual se da por descontado que el asunto clave en la socialización de los individuos desde el hogar se limita a la prescripción o promoción de ciertas actitudes o el dejar actuar ciertas tendencias naturales como la búsqueda de la satisfacción personal, autores tan diferentes como Norbert Elías, o Albert Hirschman o Emile Durkheim, coinciden en que un requisito previo es, por el contrario, limitar o ponderar la manifestación de ciertos instintos que pueden hacer difícil la interacción con los demás y por lo tanto el intercambio. También desde el ámbito familiar la civilización de las costumbres aparece como un requisito previo a la participación en el mercado laboral y a la búsqueda de riqueza.
4.3 - FAMILIA, DIVISION DEL TRABAJO Y ORGANIZACION SOCIAL
La economía de la familia hace énfasis en las repercusiones que, dentro del ámbito del hogar típico de las sociedades modernas, pueden tener las condiciones del mercado laboral en algunas de sus decisiones determinantes, como el momento del emparejamiento, o el número de hijos y las inversiones que se hacen en ellos.
La causalidad en el sentido inverso, o sea la manera como la estructura familiar afecta la división del trabajo y la organización social es un aspecto menos estudiado por la economía, pero que no es menos relevante o interesante. Es claro que el tipo de familia predominante puede configurar o reforzar la organización económica de una sociedad y, por lo tanto, que distintas estructuras familiares pueden dar lugar a distintos modos de organización social y contribuir a perpetuarlos. Los historiadores de la familia en América Latina, por ejemplo, se muestran crecientemente interesados en la vinculación entre los estudios referidos a la familia y los centrados en el surgimiento del Estado y en las disputas de poder entre éste y la iglesia. "Las relaciones personales y domésticas son el punto de partida para entender formas más complejas de comportamiento social y el papel institucional de la iglesia y el estado como mecanismos de control" [74]. De manera aún más explícita, en otro trabajo se señala el rol predominante de la más universal de las instituciones. “En Iberoamérica las instituciones públicas tuvieron una importancia discreta frente a la fortaleza y extensión de las redes y vínculos familiares. Tanto que en ciertos momentos y ciertos lugares instituciones como los Ayuntamientos y los Consejos Municipales parecían una extensión de los grupos familiares… Ni la Iglesia ni el Estado concentraban la vida de lso individuos, como si lo hacía la familia. Los gobernadores, los alcaldes y abogados no despachaban en oficinas, sino en sus propias casas. El Alférez Real, la figura más iportante de cada ciudad, guardaa el pendón y el estandarte municipal en su casa. Las tiendas, las pulperías y las fondas eran el mismo lugar de vivienda de los dueños… Podría considerarse que una ciudad colonial colombiana no era más que un conjunto de familias unidas por vínculos de diversa índole… En cierto sentido, la economía era una proyección de los vínculos y las potencialidades familiares… Aun la actividad administrativa y lo que constituía la política, tanto en las pequeñas villas como en las capitales de gobernación, recibían impronta de los intereses familiares… Parecía corriente que unas pocas familias monopolizaran los distintos cargos oficiales ” [75].
En el mismo sentido, “un rasgo notable de la Audiencia de Quito habría sido el arraigo regional de las redes de articulaciones familiares aristocráticas… Tal configuración de las redes sociales que constituían a las clases dominantes habría incidido fuertemente en la regionalización de intereses que caracterizó el período post-independentista, determinando la existencia de cuatro regiones socio políticas fuertemente definidas… En el ámbito de la política, son los intereses de los grupos familiares o los clanes los que habrían definido en gran medida los destinos de la política… Es en el seno de estos grupos donde se oiginan y articulan estrategias políticas de enorme incidencia en la vida pública” [76]
En Europa occidental el desarrollo del capitalismo se vio precedido de la progresiva desaparición del poder de los clanes y los linajes y, por otra parte, de la generalización y fortalecimiento del matrimonio consensual. Esta tendencia, sin embargo, no se dio de manera uniforme en todos los países y fue particularmente temprana y extendida en Inglaterra. Precisamente en el lugar donde luego se desarrollarían con más fuerza las relaciones económicas capitalistas.
En la ya considerable literatura económica que estudia la relación entre asuntos como la confianza o el capital social, y el desempeño económico se da por descontada la causalidad de los primeros hacia el segundo, aceptando de manera implícita la importancia de la estructura familiar, responsable en últimas de la transmisión de valores culturales, en la división del trabajo y la organización social. Incluso aspectos de la familia aparentemente triviales, como inculcar u obstaculizar la confianza necesaria para los intercambios comerciales con personas extrañas a la familia, o la capacidad de la institución familiar para abrirse, o adoptar foráneos pueden tener importantes repercusiones en cuanto a la posibilidad de desarrollar de asociaciones más allá del núcleo familiar [77] .
El papel de la confianza como un elemento que facilita el intercambio ha sido resaltado recientemente por una vasta literatura económica. No siempre se hace explícita la naturaleza de este activo social, pero cuando se hace queda clara la importancia que juega la familia es su configuración. "(La confianza) se configuraba no sobre la base de regalas explícitas y regulaciones pero de un conjunto de hábitos éticos y obligaciones morales recíprocas internalizadas por cada uno de los miembros de la comunidad” [78].
El segundo factor cuya importancia para la formación del capital social ha sido resaltada tiene que ver con la facilidad con la cual la institución familiar adopta agentes extraños. Este elemento contribuiría a explicar las diferencias en la capacidad de asociación espontánea que se ha dado en distintas culturas. Fukuyama (1995) sugiere que los diferenciales en la actitud de las familias hacia la incorporación de extraños tuvo repercusiones en el desarrollo capitalista de distintos países europeos. Para Colombia varios analistas han coincidido en señalar la gran influencia que, en la primera mitad del siglo XIX, tuvo un grupo de técnicos extranjeros sobre el desarrollo del capital humano en Antioquia. Aunque no muy numerosos, estos extranjeros fueron importantes no sólo por sus aportes al conocimiento técnico de la época sino porque, mediante un exitoso proceso de integración social, afectaron las actitudes de la clase dirigente hacia la educación técnica y científica. Uno de las factores, particulares a Antioquia, que hizo posible este proceso fue la facilidad con que estos extranjeros se incorporaron, mediante vínculos matrimoniales, a la élite antioqueña. "La integración de los extranjeros se facilitó por el hecho de que los ingenieros eran socios indispensables en las empresas y a lso antioqueños no sólo les gustaba que sus hijas se casaran con sus socios, sino que estaban interesados en que la educación y cultura general de estos hombres de formación académica elevara el nivel cultural de sus propias familias" [79]. Así, un grupo de ingenieros foráneos que fueron incorporados por adopción a la clase empresarial antioqueña contribuyó al establecimiento de un núcleo de enseñanza y educación en Medellín y le dio un impulso definitivo a la inversion en capital humano productivo.
4.4 – LA TRANSICION DEMOGRAFICA EN EUROPA [80]
Uno de los planteamientos básicos de la economía de la familia es el de la racionalidad económica de las decisiones de fertilidad. El estudio detallado de las grandes diferencias regionales que se observaron en Europa tanto en las tasas de fertilidad como en la mortalidad infantil durante el período anterior a la industrialización sugiere que el asunto fue bastante más complejo y que el análisis de los determinantes de las decisiones familiares requiere sofisticarse. Varios puntos llaman la atención porque contradicen, o por lo menos sugieren matizar, las generalizaciones económicas simples.
El primero es el reconocimiento que la característica más notoria de la mortalidad antes del siglo XVIII no fue tanto su alto nivel como su extrema inestabilidad. La posibilidad de que una epidemia afectara una porción significativa de la población, muchas veces a los más jóvenes, hacían palpables “las angustias de una sociedad sin descendientes”. Estos temores, y su naturaleza bastante alejada de las preocupaciones económicas se reflejaba en los testamentos que se redactaban apresuradamente durante los meses de epidemia y en donde brillaba por su ausencia el cálculo racional para transferir propiedades y donde, muchas veces contraviniendo normas de sucesión hereditaria, se legaban propiedades “a la parroquia, a un monasterio u otra institución religiosa, pidiendo a cambio que se celebrara un funeral con la debida solemnidad” [81]. Solamente cuando terminó la edad de la peste se disiparon estos temores básicos y primitivos y las estrategias familiares pasaron a ser una posibilidad real.
El segundo punto peculiar tiene que ver con las enormes disparidades observadas en las tasas de mortalidad infantil entre las regiones europeas. Hay acuerdo en señalar que, junto con unas grandes diferencias ambientales, una de las razones que explica la gran varianza de la mortalidad infantil es la diversidad de las costumbres sobre la forma de alimentar a los bebés. En los lugares donde se practicaba el destete temprano, o donde no se amamantaba a los niños, la mortalidad era invariablemente más alta que en lugares económicamente similares pero en donde los infantes eran amamantados por largos períodos. Hoy se sabe que existe una relación inversa entre fertilidad y amamantamiento, pues al mamar el bebé se favorece la secreción de prolactina, una hormona que no sólo estimula la lactancia sino que inhibe la ovulación y reduce la probabilidad de embarazo. Así, lo que se daba era una relación positiva –no negativa como postula la economía de la familia- entre la vinculación laboral de las mujeres y la fertilidad, pues eran precisamente las mujeres que trabajaban las que no amamantaban a sus hijos. La relación entre trabajo femenino, destete, mortalidad infantil (y por esta vía la fertilidad) era tan estrecha que incluso presentaba una marcada estacionalidad. En el verano, cuando aumentaba la actividad agrícola, era menor el cuidado que se daba a los bebés y las mayores temperaturas implicaban problemas gastrointestinales, altamente peligrosos para recíen nacidos y niños recien destetados. De ahí el refrán español “el mes de agosto los enfermaba y el de septiembre se los llevaba” [82].
Los historiadores de la familia hacen énfasis en las costumbres, hábitos o normas sociales para explicar las diferencias en la manera de alimentar a los bebés. Entre las campesinas finlandesas, por ejemplo, se consideraba que el amamantar amenazaba la salud y la belleza de la madre, además de ser un obstáculo para las relaciones sexuales. Actitudes similares las compartía buena parte de la aristocracia europea. La idea de que amamantar y tener sexo eran incompatibles estaba tan arraigada que se daban de casos de demandas a nodrizas por haber tenido relaciones sexuales, amenazando la salud del bebé. Se sabe que en Inglaterra la norma era que las madres dieran pecho a sus hijos y, consecuentemente, se presentara allí la fertilidad más baja de Europa. Pocas mujeres dejaban de dar pecho a sus hijos antes de 1 año y muchas continuaban haciéndolo hasta los 3 años. Hacia mediados del siglo XVIII el índice total de fertilidad era de 7.1 en Inglaterra, contra 9.3 en Suiza, 9.0 en Francia, 8.9 en Bélgica, 8.4 en Italia, 8.3 en Escandinavia y 8.1 en Alemania [83]. Como una muestra de que la racionalidad individual, o local, no es siempre consistente con los intereses colectivos, vale la pena señalar que ya en 1754 se hacía público en Escandinavia un informe en dónde se atribuía la mortalidad infantil excepcionalmente alta de ciertas regiones a la costumbre local de alimentar a los bebés con leche de vaca en lugar de amamantarlos.
El tercer punto de la transición demográfica de Europa que no avala el planteamiento básico de los determinantes laborales de la fertilidad surge de la observación que las primeras formas de control conciente de la natalidad surgieron no entre las clases trabajadoras sino, por el contrario, entre la aristocracia y sólo posteriormente fueron imitadas por otras capas sociales, y de manera diferencial por países. El testimonio de un cronista francés de la época es revelador en el sentido que una especie de “revolución sexual”, más que las condiciones del mercado laboral, pudo ser el motor de la decisión, que se inició entre la clase ociosa y se propagó hacia la clase trabajadora, de controlar el número de hijos. “Las mujeres ricas, para las que el placer es el motivo de máximo interés y la única ocupación, no son las únicas que consideran que la propagación de la especie es el pasatiempo de los tontos: los pavorosos secretos desconocidos para todos los animales, menos el ser humano, han penetrado en las zonas rurales y la naturaleza ha sido engañada también en nuestras aldeas” [84].
La difusión de las técnicas de control natal de la aristocracia hacia las clases populares pudo darse a través de las nodrizas, institución muy difundida en Europa y que constituye un cuarto desafío a la teoría económica de la fertilidad. En contra de la recomendación, que ya era común entre los médicos y las clases ilustradas, que amamantar a los hijos era el mejor método de crianza, los trabajadores y artesanos urbanos confiaban la crianza de la mayoría de sus hijos a nodrizas que vivían en el campo. El fenómeno no era marginal sino, por el contrario, gneralizado. Un informe publicado en París en 1780 muestra que de los 21.000 niños nacidos tan sólo el 4.8% eran amamantados por sus madres, el 1% por nodrizas que vivían en la casa de los padres y el resto, el 94.2%, habían sido confiados a nodrizas que vivían en el campo [85]. Así, paradójicamente, “una consecuencia de este masivo recurso a las nodrizas fue una fertilidad extremadamente alta”. La fertilidad de las mujeres de Milán, por ejemplo, era de 13.7 hijos por cada mujer [86]. Simultáneamente, para las nodrizas de las zonas rurales la crianza de un niño adicional prolongaba el período de amamantamiento y por lo tanto la esterilidad temporal. Así se explicaría la baja fertilidad de las zonas rurales frente a la hiperfertilidad urbana.
Un fenómeno similar podría haberse dado en el Perú colonial en dónde el recurso a las nodrizas, allí llamadas amas de leche, fue bastante extendido. “Las familias que disponían de mayores recursos podrían comprar una esclava que tuviera leche en sus pechos para criar a los recién nacidos. También existía la posibilidad de alquilar una, que fue la opción de los grupos menos adinerados. En general, todo parece indicar que la tendencia fue que las mujeres no esclavas no lactaran a sus hijos. El numeroso contingente de mujeres esclavas que poblaba la ciudad y la alta tasa de mortalidad infantil entre la población esclava parece haber acentuado esta tendencia y haber impreso un sello muy particular en la vida familiar” [87].
5 - PARTICULARIDADES HISPANAS
5.1 – POLIGAMIA INFORMAL
En Colombia durante la colonia se observan algunos segmentos poblacionales para los cuales la alta fecundidad no se determinó del todo por la vinculación laboral sino que parecería más asociada a estrategias desesperadas de búsqueda de pareja, y a la supervivencia. “Los amancebamientos y los concubinatos eran relaciones frágiles, sumamente precarias. Puestas en cuestión o vistas con desprecio, estas parejas optaban por vivir en la clandestinidad y ocultar su condición. Las mujeres sin un respaldo de la justicia eran presa fácil del abandono. Jóvenes y cargadas de hijos, sólo tenían la opción de amancebarse con otros hombres, aumentando aún más su prole” [88].
En México, durante el virreinato, “los nacimientos ilegítimos se mantuvieron en proporciones elevadas, lo que muestra hasta qué punto las experiencias femeninas de conseguir un compañero que las sostuviera, se frustraban al quedar nuevamente solas y con la carga adicional de los hijos” [89].
En Costa Rica, “las familias de madres solteras viviendo solas tenían la mayor cantidad de descendientes, 2.89 hijos, pero mucho mayores en edad, o sea que eran las familias más viejas y numerosas” [90].
Aún menos racionales parecen las decisiones de familia de ciertas mujeres de la zona fluvial costera colombiana en los años sesenta, magistralmente descritas por Virginia Gutérrez de Pineda.
“Los hijos habidos en la primera unión no reciben ayuda de su padre y lo que proporciona el padrastro eventual no alcanza para su sostenimiento completo… Las experiencias habidas en las pretéritas uniones y las presiones que la cultura insinúa, han cambiado a la mujer en relación con sus actitudes y comportamiento de compañera. Llevando a sus espaldas el peso de una prole sin padre, al concertar una nueva unión cambia su conducta ante el hombre. Si en la primera había defendido con fiereza agresiva su dominio sobre ese compañero, esta tajante actitud empieza a flaquear en sus tácticas. Ya no trata de singularizarse en el afecto conyugal, aunque todavía se duele de que alguna mujer más entre a competir por su marido. Asume ahora una actitud más discreta, contentándose con que él le proporcione algún respaldo afectivo y un poco de colaboración económica… Al fin de aguantar esa metas, aguanta más las imposiciones maritales, se reviste de mayor paciencia, transige más, es benevolente en extremo ante las fallas (del varón)… y le importa menos o simula mejor no lesionarla los devaneos galantes del mismo. Concomitantemente, el hombre de este nuevo hogar también ofrece cambio en relación con la primera unión. Se halla más o menos en la plenitud de los treinta años, muy consciente de lo que representa en la nueva familia y explota su situación… Con los hijos ajenos ha tomado una responsabilidad sólo por atraer a la madre, que si no lo satisface en sus expectativas, no existe dentro de su débil superego razón coercitiva que lo fuerce a seguir soportándola. El progenitor de esos vástagos sacudió su obligación de sustento y él no tiene ataduras más valederas. Por ello, en esta nueva consolidación familiar su libertad reconoce escasos límites. En la plenitud vital y posiblemente económica, liberado de responsabilidades paternales del pasado, es muy consciente de que con cualquier mujer puede tener opción y recibir gratificación de toda índole. Por esto, al no sentirse realmente atado, caundo las responsabilidades superan las retribuciones, se evade otra vez. El éxodo a las ciudades le abre las puertas al abandono y cubre su retirada, porque puede difundirse en el anonimato y romper las amarras familiares para crear un nuevo vínculo matrimonial. (Entre los 30 y 35 años) consolida con facilidad nuevos hogares que con el mismo desenfado desintegra. En ninguna de estas sucesivas células familiares arraiga ni se proyecta firmemente: se convierte en una marido transeúnte que procrea, y se va luego con la facilidad conque llegó… En todo este seguundo lapso del ciclo vital femenino, la mujer se empeña, tras cada desintegración hogareña, en atraer un nuevo marido para que complemente su vida afectiva y biológica, su posición cultural de mujer adulta y ante todo, refuerce sus ralos ingresos. Si en la primera unión exigía y en la siguiente esperaba recibir, en las subsiguientes, aunque se exprese la necesidad de la dádiva varonil, ya no la solicita abiertamente. Sus procedimientos han cambiado otra vez: para obetener el apoyo y la adhesión del compañero alardea de respaldo y consagración. Trata de halagar al hombre con su propia generosidad: a expensas de su trabajo le da respaldo económico efectivo, le auspicia sus erogaciones y aun asume sus responsabilidades, conduciendo a éste al camino de la poliginia de tipo económico. La mujer que lava oro en las corrientes fluviales del Pacífico, vierte gran parte de sus ganancias haciendo de mecenas de un varón atraído simultáneamente por idénticas dádivas de mujeres colocadas en similares condiciones. Igual fenómeno se observa en el río Magdalena, donde en los puertos fluviales las mujeres trabajan para un compañero común que todas halagan y anhelan controlar, y las carreteras del litoral asientan coesposas de traficantes que las escalonan estratégicamente sirviendo sus intereses comerciales. El contrabandista de la costa Atlántica sirve un grupo de queridas ubicadas con estrategia” [91].
Qué tan relevantes o generalizados son estos escenarios es algo que por supuesto depende del momento histórico y del lugar. Además, como señala, Rodríguez (2004a) es posible que el lado oscuro de las relaciones de pareja esté a veces sobre estimado en los relatos de los historiadores, puesto las fuentes que hablan de felicidad, afecto o bienestar entre esposos son mucho más escasas y fragmentarias, sobre todo en sociedades, como la hispanoamericana, en dónde nunca fue muy importante la tradición epistolar, ni la de reflexión en diarios íntimos. “La felicidad casi nunca se pregona, uno nunca va al notario a registrar su felicidad” [92]. A pesar de la observación anterior, para la adecuada comprensión de la dinámica familiar, y en particular para el análisis del respectivo derecho, no parece prudente ignorar estos escenarios, ni mucho menos tratar de acomodarlos a situaciones idílicas y sin fricciones simplemente para insistir en afirmaciones generales, teóricas y deductivas como las que, sin mayor recato, proponen ocasionalmente economistas expertos en familia, como Gary Becker: “el mercado de matrimonios escoge no sólo el máximo de bienes para el hogar de cada matrimonio por separado sino el máximo producto del conjunto de todos los matrimonios, de la misma manera como el mercado competitivo de bienes maximiza la suma de la producción de todas las empresas” [93].
En últimas, las historias de nodrizas campesinas, mujeres aristócratas ociosas en Europa, o mujeres latinoamericanas progresivamente adaptadas a un hombre que las explota, ilustran con suficiente claridad -y sin necesidad de acudir al escenario extremo, pero también recurrente, de la prostituta que mantiene a un rufián que además la maltrata físicamente y del cual ella sigue enamorada- las limitaciones de las teorías de la pareja basadas en ejercicios, tan comunes en economía, del tipo “si yo fuera mujer enfrentada al dilema entre trabajar y criar a mis hijos, ¿cuales son los factores que afectarían mi decisión?”.
5.2 - HIJOS NATURALES, ADULTERINOS, INCESTUOSOS, Y SACRÍLEGOS [94]
Para cualquier persona informada de los asuntos de familia en España o América Latina, o para cualquiera que hace unos años se hubiera visto envuelto en trámites de divorcio o anulación de matrimonio, para no hablar de quien hasta épocas recientes hubiese sufrido el estigma de ser ilegítimo, la opinión de Becker en el sentido que la influencia de la religión en estas áreas no es relevante no pasa de ser un mal chiste. El poder de la Iglesia en este ámbito ha sido de tal magnitud que, se puede argumentar, ha sido determinante de la dinámica no sólo familiar sino política, social e incluso económica. Es más convincente el comentario de Octavio Paz, en su Laberinto de la Soledad, sobre el papel protagónico de la religión durante la Colonia. “El catolicismo es el centro de la sociedad colonial porque de verdad es la fuente de vida que cubre las actividades, las pasiones, las virtudes y hasta los pecados de siervos y señores, de funcionarios y sacerdotes, de comerciantes y militares. Gracias a la religión el orden colonial no es una mera superposición de nuevas formas históricas, sino un organismo viviente”.
Para contrarrestar las reformas legales que han buscado transformar el matrimonio en un asunto laico, la réplica de la Iglesia ha sido insistente. Todavía en el año 2006 un constitucionalista español señalaba que “la posición de la Iglesia institucional española, sobre todo de algunos cardenales y obispos, no tiene precedente comparado con la postura y el comportamiento de las demás iglesias cristianas, incluidas las católicas en el resto de Europa. Quieren seguir teniendo el monopolio de las luces y de la verdad, no sólo en el campo religioso, sino también en el científico, en el educativo, en el cultural y en el político. Esas pretensiones acabaron en Occidente con el Siglo de las Luces” [95]. Es en el ámbito de la fecundidad, y sobre todo de la nupcialidad, dónde la influencia ha sido más patente. Al reivindicar el carácter sagrado, el origen divino, del matrimonio y al señalar que es imposible separar en el matrimonio contrato y sacramento se deduce que es algo que no incumbe a los poderes terrenales, que no cabe legislación civil al respecto, que el Estado, los legisladores y jueces civiles son incompetentes para ocuparse del matrimonio [96]. Al sacralizar la institución, y limitar la sexualidad a la función reproductiva dentro del matrimonio, las relaciones extra matrimoniales y los eventuales hijos pierden cualquier viso de legitimidad. Es difícil evaluar el efecto directo que tuvo sobre los comportamientos el discurso de la Iglesia respecto a estos temas, que ha sido, y sigue siendo inflexible. Lo que no deja dudas es que tuvo efectos indirectos, a través de la legislación discriminatoria contra los ilegítimos, que llega casi hasta nuestros días.
La mancebía, una invención cristiana y española, era una parte de la ciudad bajomedieval reservada a la prostitución. Había sido concebida como un instrumento para garantizar el orden social y la tranquilidad. La idea de la utilidad pública de la prostitución estaba basada en que se consideraba un mal menor para proteger a los jóvenes, una población de alto riesgo que no tenía otro recurso de satisfacción sexual y que se consideraba fuente de los más variados problemas.
En América Latina, esta forma de prostitución, promovida por las autoridades locales y tolerada por la Iglesia tardó varios siglos en llegar. La principal razón para esto habría sido “la abundancia de mujeres indígenas que los españoles tuvieron en estado de servidumbre” [97]. Varios factores ayudan a explicar este fenómeno. Uno, la existencia de la poligamia antes de la conquista, especialmente entre la élite indígena. Dos, que entre los prehispánicos no se valoraba la virginidad sino, por el contrario, el conocimiento y la experiencia sexual de las mujeres. “(Los muiscas) reparaban muy poco en no hallar doncellas a sus mujeres y en algunas era motivo de aborrecerlas, si las hallaban con integridad: porque decían eran mujeres desgraciadas pues no hubo quien hiciera caso de ellas” [98]. Tres, que entre algunos grupos nómadas era frecuente ofrecer compañía de mujeres a los viajeros como signo de hospitalidad. Cuatro, que los españoles no tuvieron mayor reparo para tener relaciones sexuales con las indígenas, incluso varias.
La conquista de América fue en buena medida una conquista de mujeres. Los grupos españoles llevaban no sólo guías y cargadores sino numerosas indígenas. En los grupos que fundaron la Nueva Granada había casi 3000 hombres, ninguna mujer española y muchas indígenas. Aunque en un principio con las mujeres tomadas como botín, forzadas, seducidas o recibidas como muestra de lealtad o pacto de paz por los caciques, se establecieron relaciones efímeras, con el tiempo estas se tornaron más estables, aunque nunca se legalizaron.
El matrimonio estuvo siempre descartado como posibilidad por los españoles quienes contaban además con un respaldo legal. “Las Siete Partidas permitían, e incluso recomendaban, las uniones de bagarranía de los militares y funcionarios que estuvieran obligados a permanecer largo tiempo lejos de Castilla en tierra conquistada” [99]. Conviene precisar que la bagarranía en España era un contrato, que imponía ciertos requisitios. “Se precisaba que el hombre no fuese casado ni tuviese compromisos o votos religiosos y que la mujer fuese mayor de doce años y no virgen, de nacimiento libre… era preceptivo que el hombre declarara públicamente que tomaba a una mujer por barragana, del mimso modo que cuando la despedía, para evitar que la barragana fuese confundida con la mujer legítima, con la esposa propiamente dicha” [100]. Así, aunque la mujer barragana no alcanzaba el mismo estatus que la esposa gozaba de cierto reconocimiento social y se consideraba una esposa en potencia. El contrato de barraganía obligaba a la monogamia, y a los hijos la ley los consideraba naturales y con derecho a una parte de la herencia paterna. A lo largo del siglo del siglo XIV, la barraganía fue perdiendo progresivamente relevancia en España para dar paso a la figura del amancebamiento, que ya no gozaba de reconocimiento jurídico ni se hacía público. Por el contrario, se aconsejaba cierta discreción y por eso era frecuente que “la manceba figurase como ama o criada del hombre con el que convivía, sobre todo cuando la relación se establecía con un hombre que desempeñaba un cargo u oficio que le exigía preservar púbicamente su buena reputación” [101].
Esta costumbre, la del amancebamiento, fue la que se generalizó en los territorios conquistados. Y llegó a ser tan arraigada que los religiosos que acompañaban a los conquistadores renunciaron a condenarla, limitándose a exhortar que se limitaran a tener relaciones con indias bautizadas. Por su lado, los pocos españoles casados previamente en la Península fueron siempre reacios a traer las esposas a América. Durante la primera etapa de la colonia las acusaciones de abuso y maltrato a las mujeres indígenas fueron frecuentes.
De este modo, todas las rígidas normas matrimoniales católicas fueron sistemáticamente irrespetadas. “Este era un fenómeno casi inevitable en un mundo socialmente conformado por las dos orillas del mar Océano tan enormemente separadas entre sí, en distancia y en tiempo. La transgresión de este impedimento -denominado de ligamen- fue habitualmente dispensado por la iglesia, sobre todo durante las primeras épocas de la colonia y especialmente en lo que se refiere al mundo indígena” [102].
En el Perú, por ejemplo, “la sexualidad discurrió de manera notable fuera de la institución matrimonial. Relaciones prematrimoniales, consensualidad, bigamia, poligamia, nacimientos fuera del matrimonio y affaires clandestinos fueron componentes significativos de la vida cotidiana… La participación de los españoles en el intercambio, combinada con el reducido número de españolas, y la atracción entre conquistadores y mujeres nativas, trajeron consigo el establecimiento de relaciones consensuales más o menos duraderas y se crearon familias al margen de la formalización legal… La vida de familia en ciudades coloniales como Lima debió estar afectada de una manera más bien intensa y múltiple por la fuerte tendencia a establecer relaciones sexuales fuera del matrimonio. Adúlteros, amancebados e ilegítimos pueblan densamente registros eclesiásticos, cortes civiles y libros notariales. Historias de hombres que han mantenido sucesivamente relaciones extraconyugales más o menos estables con otras mujeres de distinta calidad se repiten una y otra vez a lo largo de los expedientes de divorcio durante el período colonial” [103].
En Chile, “las uniones entre españoles y mujeres indígenas en muy pocas ocasiones terminaron en la institución del matrimonio, pero ello no impidió el engendramiento de hijos ilegítimos, los que sufrieon la falta de presencia paterna. Son los denominados huachos, que formaron parte de la población mestiza durante los inicios de la colonia … La poligamia tiene raíces indígenas y chilenas. En los pueblos aborígenes el tener varias mujeres era símbolo de riqueza. Por su parte, la bagarranía era práctica común en la España medieval, por lo que la costumbre de tener una esposa y una o varias concubinas –viviendo incluso bajo el mismo techo- más que variar se incrementó entre los conquistadores. Aquellos que en los primeros años de conquista se unieron a mujeres indígenas, las integraron luego a la haciendo como sirvienta y amante” [104].
En México, “un matrimonio honorable, una esposa de alcurnia y una profesión respetable eran signos de distinción, pero no excluían la simultaneidad de otro tipo de relaciones irregulares que eran comunes entre los menos acomodados. A la hora de redactar su testamento mucho hombres y mujeres mencionaban a los hijos naturales procreados antes del matrimonio, a los iilegítimos, nacidos de una relación de concubinato, y a los expósitos recogidos o formalmente adoptados” [105].
En Ecuador, “el mundo de las mujeres populares habría sido una especie de vivero de concubinas de los hombres blancos, pues a esta mujeres se les consideraba inherentemente carentes de virtud sexual y el entablar con ellas relaciones sexuales prematrimoniales llevaba implícita la indisposición a un compromiso formal” [106].
En Bolivia, “se procrearon muchos hijos fuera del matrimonio. La ilegitimidad fue muy difundida, poco penalizada en casi todos los estamentos sociales” [107]
En Colombia, “muchos se preciaban de tener tres o cuatro indígenas amancebadas en sus casas, sujetas a su voluntad … Aun en las casas principales de Santa Fe y Tunja, a finales del siglo XVI, llegaban a ser concentradas treinta o cuarenta muchachas indígenas de servicio a las que sus amos ponían todos los impedimentos para casarse con hombres de su grupo, pues temían perderlas” [108]. Observaciones similares se han hecho para Ecuador, en dónde, por la misma época, “un rasgo bastante difundido fueron las relaciones extra conyugales y como fruto de ellas el elevado número de hijos ilegítimos, muchos de ellos nacidos de enlaces concubinarios” [109]. El estudio de testamentos de las indígenas sugiere que la mayoría de ellas tuvieron hijos con conquistadores y encomenderos, no siempre de uno sino de varios. Varias ciudades coloniales eran predominantemente femeninas. Según el padrón de 1779 en Santa Fe de Boogotá la proporción de mujeres era del 59.1% [110]. Además, los solteros y en particular las solteras superaban ampliamente a las personas casadas. De nuevo según el padrón del Arzobispado de Santa Fe en 1783, excluyendo a la población infantil las mujeres solteras constituían el 46% de la población, los hombres solteros el 23% y las personas casadas el 31% [111]. Se ha señalado que la principal razón para este sesgo en la distribución de la población era la inmigración de jóvenes indígenas para labores de servicio en las “casas blancas y acomodadas” [112]. De allí surgió una importante población mestiza. De manera informal, se institucionalizó la “casa de la otra”, “la de la querida”. “Un tipo de sistema familiar que tendría duración … hasta después de la mitad del siglo XX … y que descansa sobre una estructura social colonial cuyo mayor distintivo es la diferencia y la desigualdad: social, económica e incluso racial” [113].
La magnitud del fenómeno no fue despreciable. El estudio de los registros de bautismo en dos barrios bogotanos entre 1750 y 1806 muestra que un poco menos de la mitad (el 48%) de los recién nacidos fueron registrados como hijos de padres no conocidos o como hijos naturales [114]. En Chile “las tasas de ilegitimidad fueron muy altas desde el siglo XVII, y luego aumentan ininterrumpidamente según lo testimonian los registros parroquiales. Durante el siglo XVIII… entre un tercio y un quinto de las novias que se casaron en algunas parroquias tuvo una experiencia sexual procreativa prematrimonial, y aquellas que no se acsaron taambién tuvieron una vida sexual activa dando lugar a porcentajes de hijos elegítimos que podían llegar al 40% de los niños bauitizados” [115]. En México, a mediados del siglo XVII “28.126 bautizos de niños nacidos en las parroquias más céntricas de la ciudad de México muestran un promedio de 42% de niños nacidos por fuera del matrimonio. En este promedio hay que distinguir el porcentaje mínimo aportado por los indios, con tan sólo 27% y el máximo de los negros y mulatos que llegaron al 52% del total de nacidos dentro de su grupo… En Guadalajara se alcanzaron tasas de ilegitimidad del 64% [116]”.
En Costa Rica a finales del siglo XVIII, para una tasa promedio del 26% se observaban variaciones sustanciales: entre los españoles que constituían el 7% de los niños bautizados las tasas de ilegitimidad eran del 6%; entre los mestizos, casi las tres cuartas partes de la población bautizada las tasas llegaba al 23%. Entre los mulatos libres (15% de los bautizos) la ilegitimidad ya alcanzaba el 38%. Para los mulatos o negros esclavos, con muy pocos bautizados, la ilegitimidad era del 75% y el 94%.
Para tener una idea de lo descomunal que resultan estas cifras basta compararlas con las que se observaban en la mayor parte de los países de Europa pre-moderna, entre el 1% y el 5% [117]. Se ha señalado que las tasas de ilegitimidad europeas fueron siempre tan bajas que tal vez eso explica el poco interés que ha despertado el fenómeno de la fertilidad no marital. Además, a finales del siglo XIX se dio una caida continua y generalizada en las ya de por sí bajas cifras de hijos ilegitimos [118]. La tendencia se ha revertido recientemente en Europa, en dónde entre 1960 y 2000 el porcentaje de nacimientos por fuera del matrimonio pasó de un poco más de 5% al 26%, como resultado de la mayor fertilidad de mujeres no casadas [119].
Además de esta gran discrepancia en las tasas de ilegitimidad, en Europa la estigmatización era menor. El ser ilegítimo tenía algunas implicaciones en materia de herencias, pero “la gente de las clases altas con frecuencia se llamaban a sí mismos bastardos, expresa y orgullosamente” [120].
En Hispanoamérica toda esta población ilegal –para utilizar un término moderno- se daba en un ambiente que seguía condenando no sólo las relaciones por fuera del matrimonio, sino también el mestizaje que se estigmatizaba, precisamente por considerarlo asociado a la ilegitimidad y a la transgresión. Las restricciones y sanciones impuestas a los ilegítimos eran variadas.
“No se les permitía el desempeño de ciertas actividades consideradas honrosas. El servicio religioso, el militar, los altos cargos públicos. Se restringía también el acceso a los planteles educativos e inclusive a algunos oficios artesanales nobles. La ilegitimidad era considerada un defecto” [121].
“La legislación prohibía que los mestizos fueran proveídos en muchos cargos y oficios públicos, por ejemplo regidores o corregidores de indios. Las leyes tampoco les permitía a los mestizos portar armas o sentar plazas de soldados. En el derecho penal estaban igualados a mulatos y negros. Generalmente quedaban excluidos de oficios y dignidades eclesiásticas, aunque las mestizas si podían ser monjas… No se admitían a matrícula en universidades a mestizos, zambos, ni mulatos. Así mismo se reservan los colegios seminarios para los hijos de gente honrada y de matrimonio legítimo, de limpia sangre sin raza de moros, judíos, ni mestizo, ni hombre que no fuese legítimo podía tener indios. En los tres siglos coloniales se sucedieron unas a otras, las prohibiciones sobre el uso y tenencia de armas entre los indios y entre las castas: se prohíbe a mestizos, negros y mulatos, tener caballos, yeguas y armas (1607); que ningún mestizo, mulato o negro libre lleve espada , machete u otra arma, so pena de doscientos azotes “amarrado a un palo” (1634); que se recojan las armas de fuego que haya en los pueblos y que no se permitan juntas o marchas con pretexto de regocijos (1693); que ningún indio negro o mestizo ni otra persona pueda cargar cuchillo, puñal, mechete, ni daga (1710); que solo a los españoles se les permita llevar armas, como son espadas de cinco cuartas y otras semejantes, bien acondicionadas y embainadas (1776) ” [122].
Existen incluso testimonios de mestizos americanos de distintas regiones que solicitaban a la Corona “se les dispense el defecto de la ilegitimidad” [123].
“Algunas familias en quienes se sospecha mezcla de sangre, piden a la audiencia una declaración de que pertenecen a los blancos. Estas declaracions no siempre van conforme a lo que dicen los sentidos .. Cuando el color de la piel es demasiado opuesto a la declaración judicial que se solicita, el demandante se contenta con una expresión algo problemática: concibiéndose la sentencia entonces así: que se tenga por blanco” [124].
El fenómeno estaba estrechamente asociado con el de la estructura de los hogares. El mayor porcentaje de los mestizos ilegítimos vivía tan sólo con su madre. El empadronamiento de un barrio bogotano en 1780 muestra que en cerca de la mitad de los hogares la jefatura era femenina. De acuerdo con el padrón de otros tres barrios en 1806, en menos de uno de cada cinco de los hogares (17.5%) había presencia de ambos padres.
5.3 – UN PROBLEMA ANCESTRAL: LA VIOLENCIA DOMÉSTICA
No vale la pena tratar de resumir en esta sección la voluminosa literatura y la evidencia que existe sobre violencia doméstica, maltrato infantil o abuso sexual de menores en América Latina. Sí es pertinente, sin embargo, señalar que el fenómeno no es reciente, ni está circunscrito a unos pocos lugares.
Durante la época de la Colonia en Colombia, por ejemplo, los archivos de todas las ciudades “registran la violencia que reinaba en muchos hogares. La sevicia y el maltrato a los que sometían muchos maridos a sus esposas, parecerían ser la constante de las relaciones conyugales. En el límite de lo soportable, y sólo cuando la gravedad de las lesiones recibidas les hacía temer por su vida, las mujeres de entonces acudían a alguna autoridad para pedir su separación y su custodia… Este hábito (la llamada ley del castigo) llegó a adquirir dimensiones gravísimas en el siglo XVIII, cuando fue bastante frecuente que en Santa Fe, Popayán o Medellín, fallecieran esposas a cusas de los excesos en los castigos. En Antioquia, las esposas empezaron a cometer crímenes atroces contra sus maridos, como una reacción desesperada a los castigos que recibían. Allí, al menos, la tercera parte de los homicidas eran mujeres, la mayoría de sus propios maridos” [125].
En Chile, “la violencia doméstica afectó a familias de todos los estamentos sociales, y ya desde el siglo XVI existe mucha documentación judicial que lo testimonia… el dicho popular “quien te quiere te aporrea” legitima… el recurso a la violencia física” [126].
En México, hacia finales del siglo XVIII, “se multiplicaron los expedientes de divorcio eclesiástico y proliferaron las denuncias por malos tratos de los maridos. Es difícil pensar en un aumento real de la violencia doméstica, que siempre existió, pero, en cambio parece evidente que se habían movido los límites de lo considerado tolerable. De ahí la sopresa de los maridos demandados, que lejos de negar los hechos los justificaron como castigos merecidos por esposas insumisas. La sevicia fue alegada como causal de divorcio en casi todos los casos” [127].
En el Perú, “las propias mujeres denunciaban a sus maridos ante el tribunal eclesiástico comparando el trato recibido de éstos con la forma en que era tratada la población esclava… Habían sido azotadas por sus maridos después de desnudadas, en condiciones verdaderamente infamantes. Juana de Sotomayor, que en 1657 sostenía un juicio de divorcio contra su marido ante el arzobispado, argumentaba “me ha tratado con tanta crueldad y sevicia como si fuera su esclava”. Hay muchas opiniones femeninas con este contenido. La interacción cotidiana de población esclava y libre aportó un ingredientes de jerarquía al trato doméstico [128]”.
En Costa Rica, un análisis de las causales de demandas de divorcio entre 1732 y 1850 revela que “las denuncias de las esposas contra sus esposos estaban encabezadas en un 34.6% por las acusaciones de maltrato físico y verbal… Otras mujeres acusaron a sus maridos de proferir constantes amenazas de muerte contra ellas (5.4%)” [129]
Los historiadores de la familia no han sido tan reacios como la literatura feminista contemporánea -obsesionada por la dimensión política de las relaciones de pareja- a sugerir complejas conexiones entre la violencia contra la mujer y asuntos como el adulterio o, de manera más general, la infidelidad y los celos. En el Ecuador colonial, “la potencialidad de la transgresión sexual (era) lo que estaba en el origen de la violencia doméstica” [130]. En el Perú, por la misma época, “el adulterio también estuvo asociado a otras faltas consideradas graves por las mujeres: el maltrato físico y verbal. El código de honor masculino, combinado con la difusión de relaciones sexuales fuera del matrimonio hicieron de Lima una ciudad muy proclive a la violencia familiar” [131]. Un litigio en Costa Rica hace referencia a la relación entre maltrato e infidelidad. Según la esposa: “me es insoportable mi matrimonio a cauza de los desprecios y crueldad con que mi dicho marido me trata… mi dicho marido me dio pescozones, no siendo esta la primera ves… todo esto lo ocaciona la mala bersación en que mi marido vive pues es claro a todo este vecindario que siempre está amancebado y este es el motivo” [132].
Parecería que en la Colonia, en forma similar a lo que sugiere la evidencia contemporánea, la violencia al interior del hogar habría tenido una incidencia mayor entre las capas menos favorecidas de la población. En otros términos, la infidelidad era más grave, y habría generado mayores conflictos, entre más hubiera puesto en peligro la supervivencia de la familia. Siendo poco lo que los economistas expertos en familia tienen que decir sobre la violencia de pareja, mucho menos sepuede esperar una eventual explicación para esta característica de bien inferior, cuya incidencia decrece con el ingreso. De acuerdo con el modelo evolutivo más simple, se puede plantear que para un hombre de escasos recursos resulta mucho más peligroso, en términos del bienestar de su propia prole, tener que contribuir a la crianza de un hijo producto del adulterio. Así mismo, para una mujer de poca capacidad económica la infidelidad de su pareja implica mayores riesgos por desviación de recursos hacia otro hogar. Consecuentemente, el impulso de los celos puede ser más difícil de controlar en los estratos bajos, tendencia que se podría ver reforzada con deficiencias en el proceso educativo. Esta explicación podría complementar aquella basada en que las élites denuncian menos la violencia doméstica porque valoran más su privacidad. Para Chile, por ejemplo, se encuentra que históricamente “los expedientes recuperados (de violencia doméstica) parecen indicar que existieron menos denuncias en los estratos medios y altos. Esta situación puede ser el resultado de la necesidad de la élite criolla por proteger su vida privada, la que debía servir de ejemplo para el pueblo” [133].
5.4 – DEL DERECHO DE PERNADA AL ACOSO SEXUAL
En la Hispanoamérica colonial, la línea que separaba el amancebamiento múltiple de la servidumbre o la esclavitud era, para los hombres de la élite, bastante tenue. “Muchos españoles convivieron con las mujeres que estaban a su disposición, básicamente a su servicio como criadas… La ilegitimidad y las relaciones extraconyugales estuvieron muy ligadas a la existencia de la población esclava en general, y a la de las mujeres esclavas en particular” [134]. Además, “la convivencia podía pasar inadvertida porque las casas señoriales, con gran número de habitaciones, distribuídas en varios pisos, acogían a gran número de parientes y allegados cuya relación con el jefe de familia podía no estar clara. Los nobles y ricos comerciantes reunían a los grupos domésticos más numerosos de hasta setenta personas, aunque lo más frecunet era que se limitasen a treinta o cuarenta” [135].
Dada la facilidad con la que los poderosos tenían acceso sexual a sus criadas y sirvientas, y lo generalizada que era este tipo de relación, no es inapropiado establecer un paralelo con el llamado derecho de pernada , o sea el “derecho que se ha atribuido al señor feudal, por el que este yacía con la esposa del vasallo recién casada” [136]. Por mucho tiempo se ha dado un debate acerca de si este derecho, el antiguo ius primae noctis, el droit de cuissage francés o el droit de seigneur en Inglaterra tuvieron una base legal, explícita y escrita. El principal promotor de la idea que se trata de un mito ha sido el historiador francés Alain Boureau [137]. Barros (1993) es crítico de esta interpretación señalando que como muchos otros derechos consuetudinarios, el de pernada podría no haber dejado rastros en códigos, pero ofrece algunos indicios para argumentar que sí existió tal privilegio. Es probable que se haya usado para describir la costumbre de los señores feudales de abusar de las mujeres de la servidumbre.
De cualquier manera, la práctica estaba tan arraigada en la Hispanoamérica colonial, era una prerrogativa tan corriente y era tal la impotencia de las víctimas para evitarla, y menos para recibir compensación por los daños, que también aplicaría la noción de un derecho, informal, de los poderosos. De hecho, el Diccionario de Real Academia Española propone como acepción coloquial del término derecho de pernada el “ejercicio abusivo del poder o de la autoridad”.
De este escenario, al parecer, han persistido vestigios hasta nuestros días. En los Funerales de la Mamá Grande, por ejemplo, García Márquez hace una alusión explícita a tal situación.
“Al margen de la familia oficial, y en ejercicio del derecho de pernada, los varones habían fecundado hatos, veredas y caseríos con toda una descendencia bastarda, que circulaba entre la servidumbre sin apellidos a título de ahijados, dependientes, favoritos y protegidos de la Mamá Grande” [138].
En Gran Señor y Rajadiablos, una novela costumbrista chilena de la primera mitad del siglo XX se describen las andanzas del hacendado Don Pedro José Valverde, los celos de su esposa y la última razón que a esta le queda para pedirle a su hijo Antuco que controle un poco sus instintos, que no ejerza su derecho de pernada.
“Al fin misia Marisabel se sienta en el corredor solitario.¡Ah, su corazón suspicaz, su corazón asustado, su corazón... diciéndolo francamente, celoso! Nunca ignoró que su José Pedro engendrara en mujeres de su hacienda. Pero necesitó y sigue considerando indispensable descubrir todos esos hijos. Por fisonomía, por colores de pelo y pupilas, por aposturas, fácil resúltale la pesquisa. Ella quiere, no obstante, conocerlos a todos a ciencia cierta. Y padece por ello. Además, por Antuco, precisa un cabal conocimiento. Si hereda los dones de su padre, le rodearán los peligros. A su marido le ha dicho ya en varias oportunidades:
-Bueno sería que Antuco supiera cuáles son sus hermanas dentro del inquilinaje. No sea que de repente caiga en incesto, el pobre.
Don José Pedro se ríe, la besa con ternura y se aleja, en tales ocasiones. Pero aborda ella una vez decididamente al muchacho.
-Hay -le dice- mocetones en el fundo, y mocetonas, que se parecen al patrón. ¿Lo has observado?
El chico sonríe, al igual que su padre. La conoce. La quiere y ha penetrado en las reconditeces de sus celos.
-Huachos, mamita, se topan en todas partes.
-Y huachas, hijo, también. Ahí está para ti el peligro. Si alguna vez se te ocurre, como con la chiquilla de Cipriano, meterte con alguna detrás de la madreselva, y resulta hermana tuya... El incesto es pecado muy, muy grave.
No prosigue. Mide que fue demasiado lejos. Los celos traicionan. Pero el muchacho la previene:
-Yo las conozco ya” [139].
En Gringo Viejo, Carlos Fuentes sugiere que los abusos sexuales en las haciendas a veces no pasaban de ser simples deslices de parranda juvenil, artificios para que los señoritos no se aburrieran durantes sus vacaciones.
“Se aburrían: los señoritos de la hacienda sólo venían aquí de vez en cuando, de vacaciones. El capataz les administraba las cosas. Ya no eran los tiempos del encomendero siempre presente, al pie de la vaca y contando los quintales. Cuando venían, se aburrían y bebían coñac. También toreaban a las vaquillas. También salían galopando por los campos de labranza humilde para espantar a los peones doblados sobre los humildes cultivos chihuahuanenses, de lechuguilla, y el trigo débil, los fríjoles, y los más canijos les pegaban con los machetes planos en las espaldas a los hombres y se lanzaban a las mujeres y luego se las cogían en los establos de la hacienda, mientras las madres de los jóvenes caballeros fingían no oír los gritos de nuestras madres y los padres de los jóvenes caballeros bebían coñac en la biblioteca y decían son jóvenes, es la edad de la parranda, más vale ahora que después. Ya sentarán cabeza. Nosotros hicimos lo mismo”.
Pero el derecho de pernada no es una mera construcción literaria. La alusión de García Márquez en sus obras tiene un sustrato real, relatado en sus memorias. “Dentro del espíritu feudal de La Mojana, los señores de la tierra se complacían en estrenar a las vírgenes de sus feudos y después de unas cuantas noches de mal uso, las dejaban a merced de su suerte” [140].
En el año 2003 en la ciudad de Salta, Argentina, un abogado y hacendado fue detenido por haber intentado violar a una niña de ocho años en un motel. Ante la reticencia de las autoridades para recibir la denuncia en contra de un ciudadano tan prestante, fue necesario organizar un movimiento de apoyo para empujar la acción judicial. Una hermana de la niña, también menor (14 años) acusó al abogado de violarla repetidamente mientras su madre trabajaba para él [141]. "Somos unas mujeres desvalidas. Aparte de un hermano pequeño, no hay varones en casa. Y aunque los hubiera, ¿de qué valdría? Nadie puede con el jefe; él es como un dios en estas tierras" [142]. Las declaraciones de la madre en el juicio fueron contradictorias; después, ella misma fue acusada por el abogado y “se sospecha que la madre no sólo fue forzada a ser cómplice de la violación, sino que su hija, la víctima, podría ser fruto de su amancebamiento con el patrón, quien la trajo hace años de una remota aldea del Altiplano, para que liara cigarrillos en la tabacalera” [143].
El caso de este hacendado, aunque extremo, no parece ser excepcional. Las versiones contemporáneas del derecho de pernada persitirían en el sector rural de varios países. En Argentina, por ejemplo, “las tasas de natalidad más altas y el número más elevado de hijos de padres desconocidos -huachos, según la expresión vernacular- se registran en las localidades rurales, donde prevalece el régimen estanciero. En el departamento de La Caldera, el índice de natalidad es del 10,1%; el 30% de las criaturas que nacieron entre 1995 y 1999 llevaban el apellido de la madre… En Brasil, Luiz Ignácio Lula considera prioritaria para la acción de su gobierno la erradicación del "vasallaje sexual" -como lo definió el escritor José Lins de Rego-. En las haciendas azucareras del nordeste del país es práctica habitual. Un estudio realizado por los sociólogos del Movimiento de los Sin Tierra (MST) muestra que en las regiones rurales del estado de Pernambuco el 15% de los nacimientos de la última década no ha sido registrado por las autoridades civiles ni por la iglesia. "Esto se debe a que las madres se avergüenzan de haber dado a luz hijos ilegítimos, fruto del abuso de que son víctimas por parte de los poderosos", declara Joao Stedile, coordinador general del MST. "Antes de realizar la pesquisa, suponíamos que el fenómeno tenía que ver con el nomadismo de los jornaleros, que dejan preñadas a las mujeres y luego migran en busca de trabajo. Ahora se esclarece que los coroneles [terratenientes] siguen aferrados a las costumbres del siglo XVIII". En Ecuador, el nuevo presidente, Lucio Gutiérrez, se ha fijado una meta similar a la de sus vecinos. Mauro Ayatahi, uno de los líderes del movimiento indígena Pachacutik, ha denunciado que en los ingenios caucheros del norte, en la zona limítrofe con Colombia, los propietarios "practican a destajo las malonadas [derecho de pernada], destruyendo el tejido familiar y condenando a miles de mujeres y niños al escarnio y la miseria". En los plantíos de hierba mate, en Paraguay, sobre todo en la región de Chaco, los propios recolectores han acudido al Defensor del Pueblo para que investigue estos delitos y se castigue a los culpables...” [144].
La situación, recurrente en la que los poderosos son los que tinen derecho a quedarse con las más jóvenes no es común aún entre los grupos que dicen luchar por una sociedad más igualitaria. En las FARC, por ejemplo, “existe la idea generalizada de que la mujer más bonita de la unidad se convertirá en la mujer del mando” [145].
“Cuando las peladas entran a las FARC los comandantes escogen entre ellas. Hay mucha presión. Las mujeres tienen la última palabra, pero ellas quieren estar con el comandante para que las proteja. Los comandantes las compran: le dan a la pelada plata y regalos. Cuando uno está con un comandante no tiene que trabajar duro. Así que la mayoría de las peladas lindas están con los comandantes” [146]. “La mayoría de las muchachas que entran quieren estar con un comandante para poder tener privilegios y hacer lo que quieran. Uno ve a los comandantes con una cantidad de peladas muy jóvenes. El comandante Topo tenía 52 años, y andaba con una novia de 16. Eso es típico. Ellos buscan a las muchachas jóvenes y bonitas” [147].
Cambiando un par de detalles, para tratar de configurar una causalidad inverosímil, los mismo voceros oficiales de la guerrilla aceptan la existencia de este fenómeno de comandantes que estrenan mujeres y luego las van degradando entregándolas a la tropa.
“He conocido casos de ‘muchachitas’ de 14, 15, 16 años que son entrenadas en los batallones y brigadas… Esas ‘muchachitas’ son enviadas posteriormente a zonas guerrilleras para que soliciten ingreso y una vez en filas ‘enamoren a los comandantes’ y se conviertan en sus parejas. Una vez conseguido esto, la ‘muchachita’ comienza el juego de la infidelidad con los guerrilleros que no son mandos, con el fin de crear enfrentamientos y romper la unidad de la guerrilla” [148].
Sería imprudente pensar que este tipo de privilegios de la élite masculina no tienen un impacto más allá del ámbito de la familia. En Gringo Viejo, Carlos Fuentes, resume con claridad una de las eventuales secuelas. “Yo soy el hijo de la parranda, el hijo del azar y la desgracia, señorita. Nadie defendió a mi madre. Era una muchachita. No estaba casada ni tenía quien la defendiera. Yo nací para defenderla. Mire, miss. Nadie defendía a nadie aquí”.
Varios elementos relacionados con la prevalencia del derecho de pernada sugieren tenerlo en cuenta al analizar el entorno institucional de una sociedad. El primero es que, las sociedades que más temprano lograron domesticar el Leviatán para implantar el equilibrio entre poderes y la democracia, parecen haber controlado, desde mucho antes, los instintos sexuales del soberano y de los poderosos, además de haber hecho considerables avances en la igualdad entre los géneros. Segundo, desde los pensadores clásicos, la arbitrariedad y el abuso que representa el acceso indiscriminado a las mujeres por parte de los poderosos ha sido considerado como un síntoma inequívoco de la tiranía absoluta. El reverso de esta medalla es que su aceptación y generalización es indicio de una población dominada, humillada y servil. Consecuentemente, la protesta contra el derecho de pernada parece haber estado detrás de un número importante de rebeliones.
Algunos antropólogos interesados en los asuntos de formación del Estado han argumentado que las redes de parentesco, el matrimonio y los arreglos de pareja en sociedades con un Estado débil deben analizarse como asuntos políticos, y en un sentido más amplio que el de formas patriarcales de dominación de las mujeres por los hombres. En particular, el hecho que los jóvenes desafíen el monopolio de mujeres como supuesto derecho de los patriarcas hace que la lucha por tener o conservar una pareja cobre importancia como forma de conflicto político. Una parte importante de las luchas y enfrentamientos que se deben resolver y las estrategias patriarcales por mantener el poder tienen que ver con este problema [149].
La asociación entre el ius primae noctis y los regímenes totalitarios es antiquísima. Una de las primeras referencias a este privilegio viene de Babilonia (1900 a.c.), en dónde se atribuía al tirano Gilgamesh el poder de “él primero, el esposo después”. Los escritores clásicos también mencionan el derecho a la primera noche como un privilegio de los déspotas. En su Historia, Herodoto (450 a.c.) relata cómo en una de las tribus Libias existía la costumbre de traerle al rey las mujeres que se iban a casar para que fueran desfloradas por él. Heraclides (400 a.c) relata cómo el tirano de la isla de Kepalonia exigía pasar la primera noche con las novias. Valerio Máximo (20 a.c.) señala una costumbre similar entre los esclavos de Volsinii cuando se rebelaron: ninguna mujer libre podía casarse sin haberse acostado antes con un esclavo. El emperador Maximiano tenía el mismo tipo de prerrogativas. Asociado con el probable declive de la práctica en Europa, el droit de cuissage ganó importancia en la literatura. Y en algunas épicas se le empieza a asociar con impuestos y multas al matrimonio que reflejaban una fiscalización y racionalización de las relaciones del señor feudal con sus siervos. El mundium germano era un pago del novio para poder llevarse a la novia y tener su primera relación sexual. Si el novio no era libre, era su señor quien pagaba adquiriendo el derecho al Beilager, un acto simbólico del primer encuentro sexual que luego se integró al ritual eclesiástico del matrimonio [150].
Con la Ilustración y los nuevos ideales en los que primaba el esfuerzo personal y se condenaban los privilegios se inicia una campaña de desprestigio contra la nobleza resaltando las injusticias históricas que se habían cometido. Pensadores como Voltaire en su Ensayo sobre las costumbres, Boucher d'Argis, inventor del término o Beaumarchais, en Las Bodas de Fígaro, tratan de acreditar la tesis del droit de cuissage, que fue un tema recurrente en los panfletos surgidos con la Revolución [151]. En el siglo XIX para los pensadores liberales el derecho de pernada habría sido el más execrable de los abusos con que los señores sometían a sus siervos. En síntesis, “buena parte de la sustentación de la existencia de este supuesto derecho proviene de la generalizada idea según la cual la época medieval se caracterizó por la barbarie la cual sólo fue superada con el triunfo de la razón en la época de la Ilustración. Aún hoy en los discursos políticos se contrasta la barbarie medieval de la cual el derecho de pernada es su más sobresaliente muestra con el triunfo de la civilización moderna. El secretario general del partido comunista francés, Georges Marchais justificaba la intervención rusa en Afganistán en nombre de la civilización: "los feudales afganos practican aún el derecho de pernada". Los informes contemporáneos acerca de las regiones más arcaicas del planeta evocan ese triste privilegio” [152].
Hablando de su novela La Fiesta del Chivo, y de la dictadura que la inspiró, Mario Vargas Llosa hace explícitos los vasos comunicantes entre el machismo y los regímenes totalitarios. “En el caso de la dictadura de Trujillo como en muchas dictaduras latinoamericanas, a la brutalidad militar, a la fuerza ejercida desde el poder, se añadía un agravante suplementario: el machismo. En el caso de Trujillo el machismo fue un factor esencial, casi un instrumento de su gestión usado por el régimen para humillar a los enemigos, para humillar incluso a los propios colaboradores y de todo ello resultó que la mujer dominicana fue como una víctima propiciatoria de este sistema, la mujer era atropellada, abusada para satisfacer no sólo los apetitos sino también ese machismo en el cual encontraban su auto justificación los matones del régimen. Entonces yo quería subrayar en la novela este aspecto, la tragedia de ser mujer en la Republica Dominicana durante esos treinta un años, en los que la mujer fue un objeto para el placer de los machos, de los fuertes, y utilizadas muchas veces como un simple instrumento para humillar, agraviar, ofender a los adversarios o a los reticentes a colaborar con el régimen e incluso, que es lo grotesco en el caso de Trujillo, para mantener en la inseguridad y el temor a los propios colaboradores, ese es el motivo principal para el protagonismo que tiene Urania Cabral en la novela” [153].
En su novela 1984, George Orwell, extiende este privilegio al mundo capitalista al hablar de la "ley por la cual cada empresario tiene el derecho de dormir con cualquiera de las mujeres que trabajan en su empresa” [154]. Una idea que tampoco es exclusiva a la literatura. “Esta práctica de prestación corporal de la mujer a manos de la autoridad masculina, que parece tan campestre como histórica, se ha trasladado incólume a las instituciones urbanas -empresas, bancos, administración pública- donde el jefe a menudo se siente con derecho a abusar sexualmente del personal subalterno… Siempre, en el entendido de que es el hombre de clase alta, -patrón con aldeana o estudiante con la empleada- que usa a la mujer pobre como objeto sexual. Lo contrario, que la hija del patrón se acueste con el capataz o que la colegiala de barrio alto se divierta tirando con el jardinero, sería aberrante” [155].
Una consecuencia de esta asociación entre derecho de pernada, tiranía y abuso de poder es que la protesta contra el primero parece haber estado detrás de algunas rebeliones y revueltas contra los abusadores.
En la medida en que la costumbre del derecho de pernada fue perdiendo aceptación social dejó de ser un privilegio explícito que se ejercía de manera pública y abierta, por parte del señor en la noche de bodas, y se volvió clandestino, se degradó y se convirtió en violación. Lo que venía considerándose una costumbre aceptada tácitamente, un derecho, incluso un privilegio feudal, pasó a convertirse, simplemente, en un crimen: en una malfetría señorial. “Cuando el derecho de pernada en el siglo XV pierde el ropaje ceremonial y asume la imagen de la violación: son los agentes señoriales los mayores practicantes… El forzamiento de mujeres del común por parte de los hombres del señor, especialmente los soldados de las fortalezas, será uno de los grandes tipos de agravios que desencadenan la ira justiciera y antiseñorial de los irmandiños en 1467… El clima de polarización social y mental en la segunda mitad del siglo XV contribuye no poco a sumar mujeres violadas a los múltiples agraviados del reino de Galicia… LLega un momento en que, perdido todo sentido para la comunidad del ritual sexual de la primera noche, las mujeres y los vasallos asienten y callan por miedo al señor, sienten impotencia frente su poder, caen en un consenso fatalista que admite las prestaciones corporales y actúa, en casos extremos, como un especie de servilismo del buen vasallo que busca quedar bien con su señor prestándose al uso de la hija, la hermana o la esposa como objetos sexuales. Por otro lado, no hay que olvidar que denunciar al señor como violador supone, además de desafiar su ira virtual -lo que no estaba al alcance de una mujer o de una familia individual -, poner en evidencia la deshonra de la mujer y de la familia, y aún la cobardía de sus esposos, padres y hermanos... Misión imposible fuera de coyunturas mentales de revuelta” [156].
Barros (1993) señala dos características de los conflictos alrededor del abuso sexual por parte de los señores. La primera es el secreto que envuelve los incidentes que hacen parte “de lo no-dicho, de lo que se hace pero no se dice y menos aún se escribe”. Esta peculiaridad se explica no sólo por el poder relativo del agresor sino porque además, parcialmente, se podrían estar cubriendo abusos por parte del clero. La segunda peculiaridad es que se trata de agravios cuya salida es muy difícil de negociar. En la jerga del AED se trataría de conflictos totalmente por fuera del universo sin costos de transacción. Y por esta misma razón, porque se trata de asuntos que no son fácilmente reducibles a unidades monetarias es por lo que con frecuencia se vieron rodeados de violencia.
Un caso ilustrativo es el de Rodrigo de Luna, arzobispo de Santiago, acusado en 1458 por practicar el derecho de pernada, expulsado de su señorío y muerto en extrañas circunstancias en 1460. Había recibido una carta real para reunir su ejército y apoyar la guerra de Granada pero los caballeros de la Iglesia se negaron a seguirle y unidos con vecinos de Santiago y otras ciudades se rebelaron e impusieron, contra la opinión del rey Enrique IV, un nuevo arzobispo. Una de las acusaciones “entre otras cosas asaz feas que este arçobispo avía cometido, acaesció que estando una novia en el tálamo para celebrar las bodas con su marido, él la mandó tomar y la tuvo consigo toda una noche" [157]. Fuera de este cargo nunca hubo por parte de los levantados una lista de agravios contra él, pero sí la afirmación que "prometemos de non faser pas ni concordia con el arçobispo de Santiago". No se hacían claros ni explícitos los motivos de la revuelta.
“Nuestra investigación sobre levantamientos bajomedievales nos enseña que a diferencia del pleito legal, donde se plantean desde el primer momento cuestiones de rentas, señorío y jurisdicción: la revuelta armada estalla como indignación colectiva ante un(os) agravio(s) intolerable(s), estabilizándose más o menos de inmediato como protesta social… Por eso consideramos acertada la relación que establece el contemporáneo y bien informado Diego de Valera entre revuelta antiarzobispal y las "cosas asaz feas que este arçobispo avía cometido", muy particularmente la toma pública de la novia” [158].
El derecho de pernada como detonante de una revuelta social también es claro en el levantamiento de Fuenteovejuna, descrito por Lope de Vega. “El mismo Comendador Mayor avía hecho grandes agravios y deshonras a los de la villa, tomándoles por fuerza sus hijas y mujeres, e robándoles sus haziendas para sustentar aquellos soldados que tenía” [159].
En 1462, en el acuerdo con el que se buscaba dar fin a un levantamiento campesino conocido como la remensa uno de los puntos es: "que el señor no pueda dormir la primera noche con la mujer del campesino… pretenden algunos señores que cuando los campesinos toman mujer, el señor ha de dormir la primera noche con ella". En 1486, en la Sentencia de Guadalupe, que fue el acuerdo entre la monarquía y los campesinos catalanes mediante el cual se puso término a la rebelión, se establece: "ni tampoco puedan [los señores] la primera noche que el campesino prende mujer dormir con ella o en señal de señoría la noche de las bodas de que la mujer será echada en la cama pasar encima de aquella sobre la dicha mujer" [160].
En el siglo XVII en las declaraciones y peticiones dirigidas por los sublevados de los levantamientos del Périgord a Luis XIII se hacía un recuento de los saqueos mencionando la brutalidad con la que los soldados “crueles, bárbaros y truhanes” trataban a los campesinos como territorios conquistados. “A los hombres se les sujeta y tortura y sus mujeres e hijas son violadas en frente de ellos” [161]. Los rebeldes demandan que las autoridades respeten su dignidad, y expresan su determinación con palabras como rabia y desespero y anuncian estar dispuestos “a morir como hombres”. El principio al que más se alude, fuera de la justicia, es el de la libertad. La declaración hace énfasis en la neesidad de preservarla.
Varios siglos después, también en Francia, y con las adaptaciones a la época, se repite un escenario similar. A principios de 1905 un pequeño conflicto que se había iniciado en el taller de pintura de una fábrica en Limoges llegó en dos semanas a la categoría de situación insurreccional que tuvo que ser contenida con las fuerzas armadas, que dispararon sobre los manifestantes, matando una operaria e hiriendo otras cuatro. Esta huelga, cuya gravedad por mucho tiempo se atribuyó al hecho que Limoges era un centro rojo, la Roma del socialismo, no tuvo desde el principio más que una reivindicación: la salida de un director que ejercía sobre las obreras el droit de cuissage [162].
5.5 – DEL HIDALGO AL LORD
Entre los guerreros medievales, el modelo de pareja basado en el amor romántico entre un caballero y una dama inaccesible había aparecido en Francia desde el siglo XII. En la literatura, “el auténtico caballero servía a su dama generosa y exclusivamente, y con la misma dedicación que los vasallos debían a su señor o las esposas a sus maridos. La dama llevaba a cabo una completa transformación en el caballero al conducirlo a la perfección espiritual, mientras que ella permanecía hermética” [163].
Por la misma época en Europa ya se mencionaba el atractivo que podían ejercer sobre las mujeres, aún las más bellas, los hombres ajenos a la imagen del guerrero y del macho violento, o del poderoso terrateniente. Abelardo, que había renunciado a los derechos de primogenitura para dedicarse al estudio era consciente de eso. En una carta en la que se refiere al inicio de su relación con Eloisa relata como “ví en ella todo lo que normalmente seduce a los amantes y pensé que me resultaría posible compartir su lecho. Creí que lo lograría fácilmente. En ese tiempo yo era tan famoso por mi juventud y mi belleza que no temía ser rechazado por ninguna mujer que yo juzgara digna de mi amor” [164]. Los recuerdos de Eloísa confirman la percepción de Abelardo sobre lo que realmente importaba para conquistarla “¿qué rey podría igualarte en la fama? ¿Qué país, qué pueblo, qué ciudad no vibraba de emoción al verte? ¿Quién, pregunto, no se apresuraba a admirarte cuando aparecías en público? ¿Qué mujer, casada, qué mujer soltera, no te deseaba en tu ausencia, no ardía en tu presencia? Poseías dos dones especiales que atraían al instante el corazón de cualquier mujer: sabías componer poesía y sabías cantar… dones completamente ausentes de los demás filósofos” [165].
También apareció una corriente de literatura sentimental, como el Tratado del amor, que enseñaba tanto a los hombres como a las mujeres el arte de amar. Este nuevo amor se basaba en sentimientos, palabras refinadas y gestos nobles, ofreciendo recompensas más espirituales que sensuales. Incluso entre las clases populares el tema del amor era recurrente en conversaciones y canciones. Se ofrecía un estándar para las relaciones de pareja e incluso salidas para el típico triángulo amoroso de marido, mujer y amante. A diferencia de la recomendación típicamente patriarcal de la aceptación, el perdón y la sumisión, era frecuente en las canciones la alusión al marido “malo, violento, feo, avaro, maloliente y viejo” que con frecuencia pegaba a su esposa mientras el amante era “joven, apuesto, generoso y galante”.
Las mujeres casadas insatisfechas, aparecen en las canciones populares de la época muy poco dispuestas a aceptar resignadas su destino,
“!Poco me importa, marido mío, tu amor,
pues ahora tengo un amigo!
Es apuesto y noble,
Poco me importa, marido mío tu amor.
Él me sirve de día y de noche
Y por eso lo amo tanto” [166].
O de manera aún más contundente, “Mi marido no puede satisfacerme, como compensación tomo un amante” [167].
El tema de la violencia de pareja no es ajeno a la cultura popular europea, pero en lugar de aceptarlo de manera resignada se sugieren posibles respuestas a los ataques. En una balada, la protagonista se queja de que su marido la ha golpeado por haberse besado con otro y anuncia su reacción: “la pondré los cuernos, me iré a dormir completamente desnuda con mi amigo” [168]. Es difícil saber si estos personajes representaban situaciones reales o fantasías de mujeres oprimidas, pero el estribillo de la canción –“¿por qué me paga mi marido?”- es revelador de una mentalidad que ya estaba lejos de aceptar sin cuestionamientos la violencia contra las mujeres.
Las esposas protestantes de Europa central contribuyeron de manera significativa a la Reforma. Se les reconocía como compañeras para moldear el carácter de los hijos [169].
De acuerdo con Norbert Elías, es en las cortes de los monarcas absolutistas de los siglos XVII y XVIII donde “la dominación del esposo sobre la esposa se rompe por primera vez. El poder social de la esposa es casi igual al del marido. La opinión social la determinan en un alto grado las mujeres… Las relaciones extramaritales de las mujeres aparecen ahora legítimas dentro de ciertos límites… Este fortalecimiento de la posición social de las mujeres significó una disminución de las restricciones a sus impulsos y un aumento en las restricciones a los impulsos de los hombres” [170]. Un ejemplo en ese sentido se observa en la novela La princesse de Clèves cuando su marido, que sabe que ella está enamorada de otro le dice: “Sólo confiaré en ti; es el camino que mi corazón me aconseja seguir, y también mi razón. Con un temperamento como el tuyo, dejándote a ti tu libertad impongo unos límites más estrechos de los que yo podría garantizar” [171]. En otros términos, la violencia de la pareja abre paso a la auto disciplina. El esposo mujeriego y a la vez celoso restringe sus impulsos, y por esta vía, espera de su esposa la misma disciplina que él se impone, disminuyendo así la desigualdad entre ambos sexos.
Una notable excepción a estas tendencias se observa en aquellos países en los que la influencia de la Iglesia fue mayor, como España. La civilización del caballero español ha sido un proceso bastante más largo y tortuoso.
Mientras en 1515 el inglés Thomas More, en su Utopía, planteaba la igualdad de géneros en varios ámbitos -como la elección de cónyuge, el acceso a la educación y la definición del oficio- los moralistas españoles refinaban los argumentos para el sometimiento de las mujeres a los caprichos de sus caballeros.
Para More, “en lo tocante a la elección de los cónyuges, tienen en Utopía una costumbre, que observan rigurosamente, que a nosotros nos pareció muy extravagante y absurda, pues la mujer, sea doncella o viuda, ha de ser mostrada desnuda al que pretende casarse con ella por una grave y honesta matrona, y lo mismo el varón a la muchacha por un hombre discreto… En Utopía, todos, hombres y mujeres, saben bien el oficio de labrador. Les es enseñado desde la infancia, ya sea en las escuelas, por medio de lecciones orales, ya cual si fuera un juego en los campos cercanos a la ciudad. Los niños aprenden, no solamente mirando, sino trabajando ellos real y verdaderamente, con lo que acostumbran sus cuerpos al trabajo. Además de este oficio, que, como he dicho, han de saberlo todos, aprenden otro, como tejedor de lana o lino, albañil, carpintero o herrero. Casi puede decirse que no se conocen más oficios en Utopía. La hechura de los vestidos es igual en toda la isla, aunque se diferencian entre sí los de los varones y las hembras, los de los casados y los célibes… Cada familia se hace los suyos. De esta manera todos aprenden uno de los oficios antedichos, tanto los hombres como las mujeres. Mas siendo éstas más débiles, hacen los trabajos menos duros; por lo común trabajan la lana y el lino. Los otros oficios, por ser más pesados, son para los hombres. Los más, por natural inclinación, siguen los oficios que ejercen sus padres. Pero si a alguno le gusta más otro oficio, es agregado por adopción a una de las familias que lo ejerce” [172].
Por la misma época, el español Luis Vives mostraba tal desconfianza con la mujer que hablara u opinara que consideraba conveniente apartarla de la función de educadora. “De qué cosas hablará? ¿Hablará siempre? ¿No se callará nunca? ¿Tal vez pensará? Veloz es el pensamiento de la mujer y tornadizo por lo común, y vagoroso y andariego, y no sé bien a dónde le trae su propia lubricada ligereza … Puesto que la mujer es un ser flaco es seguro en su juicio y muy expuesto al engaño, según mostró Eva… que por muy poco se dejó embobar por le demonio, no conviene que enseñe, no sea que… persuadida de una opinión falsa, con su autoridad de maestra influya en sus oyentes y arrastre fácilmente a los otros a su propio error” [173].
La desconfianza que verbalizaban los moralistas españoles hacia las mujeres podía llegar a límites insospechados. En sus Epístolas Familiares, el filósofo escolástico Fray Antonio de Guevara, también contemporáneo de More, señala que la cualidad que más valoraba en una mujer no era la honestidad, sino la vergüenza. Como la primera era tan difícil de alcanzar, con la segunda al menos se salvaba la honra. “Si en la mujer no hubiere más de una virtud forzosa, esta había de ser la vergüenza. Yo confieso que es más peligroso para la conciencia, empero digo que es menos dañoso para la honra, en que sea la mujer secretamente deshonesta, que no sea públicamente desvergonzada”. En cuanto a las propiedades de la mujer casada, el mismo pensador considera fundamental “que tenga gravedad para salir fuera de casa, cordura para gobernar la casa, paciencia para sufrir el marido, amor para criar a los hijos, afabilidad con los vecinos, cumplida en cosas de honra, amiga de honesta compañía y muy enemiga de liviandades de moza” [174].
Con este soporte filosófico e intelectual, y con la recomendación explícita de pasar por alto las aventuras y devaneos del marido infiel, no sorprende la peculiaridad de los arreglos de pareja españoles que, más que asimétricos, se convertían en un verdadero círculo vicioso de infidelidades, difamaciones e hipocresía. “Que la mujer fuera honesta era condición que todos pedían –y aún más exigían- para la propia esposa. Que lo fuese en realidad resultaba ya más que dudoso, en lo que entraba en buena medida el esforzado ejercicio de los hombres por seducir a todas las mujeres que no fueran la suya. De ese modo, gozaban con que fueran complacientes, pero las infamaban cuando al fin lo conseguían. De hecho, esa incertidumbre en su conducta llevaba al hombre a buscar esposas cada vez con más tierna edad” [175].
Los economistas han señalado hasta el cansancio lo favorables que fueron las instituciones británicas para el desarrollo, centrando la atención en las negociaciones de impuestos entre la aristocracia y la Corona en el siglo XVII. Desde la perspectiva de la familia, sin embargo, las peculiaridades inglesas y las abismales diferencias con lo que ocurrió en España, se pueden detectar desde varios siglos antes. En forma paralela a los cambios que introdujo Guillermo el Conquistador en el control de los homicidios, la centralización y el monopolio de la coerción en el siglo XI, fue en las islas británicas en dónde, mucho antes que en el Continente, se lograron cambios determinantes en las relaciones de pareja y en la regulación de los asuntos familiares.
Es diciente, por ejemplo, la leyenda según la cual ya desde el siglo XI, Santa Margarita de Escocia habría logrado revocar un supuesto decreto que garantizaba el ius primae noctis, o derecho de pernada, para reemplazarlo por un impuesto, el merchet, que pagarían las jóvenes al casarse. Aunque los vínculos entre este tipo de impuesto, que el campesino pagaba al lord cuando se casaba una hija, y el droit de seigneur –que es como se denomina el derecho de pernada en Inglaterra, para el cual no existe un término en inglés- no han podido ser establecidos con certeza, si se ha reconocido el merchet como un avance importante, y temprano, para superar las relaciones de servidumbre del campesinado en Inglaterra o, por lo menos, como una manera de fiscalizar y racionalizar los asuntos relativos a la dote y al matrimonio [176]. Otro arreglo financiero alrededor de las relaciones de pareja, también peculiar a Inglaterra, fue el leyrwite, una multa impuesta por el lord a las relaciones extra maritales y, en particular, a las que dejaban hijos ilegítimos, que tuvo su apogeo en la segunda mitad del siglo XIII pero que para finales del siglo XIV ya había prácticamente desaparecido. Este declive se ha asociado tanto con una progresiva caída en el poder del señor feudal como con una mayor libertad de las mujeres [177]. La simple concepción del leyrwite, una carga financiera impuesta por el señor a la familia de la madre soltera, permite sospechar que ya por esa época los abusos sexuales con las mujeres de la servidumbre estaban en buena parte controlados.
Desde el siglo XIII en Inglaterra, en lo que se reconoce como un gran avance en la legislación a favor de las mujeres, se prohibió absolver y arreglar privadamente las violaciones por medio del matrimonio [178]. Ya por esa época, la libertad de las jóvenes inglesas sorprendía a los italianos. La preocupación por el honor y la virginidad femenina parecían haber sido más importantes entre los nobles del Mediterráneo [179].
“El declive del poder de los clanes y los linajes y el surgimiento del matrimonio consensual ocurrió en muchos lugares de Europa, pero en un lugar, Inglaterra, esos cambios se vieron reforzados por un importante y aún no bien explicado desarrollo en las relaciones de propiedad… Las mujeres, tanto solteras como casadas, podían poseer propiedad, hacer testamentos y contratos y poner demandas judiciales” [180].
Por la misma época, al sur de los Pirineos, “la mujer carece de protagonismo fuera del hogar; en el hogar sí, allí estaba en sus dominios. La casa familiar es su reino, no carente de riesgos, ciertamente, en especial cuando el marido-rey da en disfrutar haciendo alguna barbaridad; pero salvo eso, que no es poco, la mujer, cuando se convierte en esposa y madre, también suele hacerlo como reina y gran señora de ese pequeño mundo familiar, máxime por cuanto el marido gusta de ausentarse y de vivir a su aire en el exterior, enfrascado en sus empresas, ya sociales, ya económicas, ya por supuesto amorosas” [181].
En su Historia de la Esposa, Marilyn Yalom anota que, desde la Edad Media, entre los campesinos de Inglaterra, “que el parto se produjera inmediatamente después de los esponsales no avergonzaba demasiado y ni siquiera el estigma de un hijo ilegítimo parecía ser muy fuerte” [182]. En el siglo XVI era corriente entre los campesinos ingleses considerarse casados a partir del momento del compromiso y en cuanto empezaban a vivir juntos. Sólo se hacía necesario formalizar la relación ante el embarazo, puesto que el servicio religioso era lo que permitía legitimar al recién nacido. Entre el 20% y el 30% de las novias se casaban embarazadas [183]. En la Italia renacentista, la proliferación de hijos naturales tampoco escandalizaba. “Cuando Pío II visitó Ferrara en 1459, le salieron a recibir los bastardos de la Casa de Este. La casa reinante en Nápoles procedía de vía ilegítima, y eran frecuentes en toda Italia las disnastías fruto de amores no consagrados por la ley… Otro era el caso de la Corona de Castilla. En las dos mesetas, la ley social era dura, inflexible, inmisericorde: la mujer deshonrada llenaba de infamia a la familia. Cuando el percance sucedía, importaba mucho taparlo; por eso, en caso de que no hubiese boda a tiempo, solo cabían dos soluciones o el aborto o el parto secreto, con el abandono del recién nacido. Y así brotan y proliferan los expósitos… (En Salamanca) un manuscrito de fines del siglo XVI (muestra) la relación de los niños que iban apareciendo abandonados a las puertas de la Catedral… Lo primero que se aprecia es el afán de sigilo por parte de las familias interesadas; a fin de conseguir el secreto, no dudan en abandonar al recién nacido en las horas nocturnas, aunque sea en pleno invierno, pues importa más la honra de la familia de la madre que la vida del niño” [184]
Mientras que en Hispanoamérica a finales del siglo XVIII el principal asunto de los casos de maltrato que llegaban a la justicia era la sevicia y los excesos de los maridos al ejercer el derecho a castigar a sus mujeres, en Inglaterra desde finales del siglo XVI William Rouge, un teólogo, y sus colegas protestantes, condenaban los golpes a las esposas como forma de castigo. Ya entonces, los tribunales eclesiásticos perseguían regularmente el abuso corporal [185]. En España, mientras tanto, la consigna para las mujeres parecía ser la de ponerle buena cara a los excesos del marido, no hacerle caso a sus aventuras, ser sumisa, tener paciencia para sufrirlo, y buscar ante todo la paz del hogar. Antonio de Guevara así lo recomienda. “Es también saludable consejo que la mujer no sea brava ni ambiciosa, sino mansa y sufrida… si sufre, será con su marido bien casada” [186]. A mediados del siglo XIX, en Colombia se recomendaba que “el amor debe ser humilde para evitar las borrascas; pero si por desgracia ocurren, no dejar pasar ni diez minutos sin ponerles fin con una cariñosa reconciliación. Por mucho que uno crea tener razón en la querella debe apresurarse a pedir perdón i dar al olvido la ocurrencia” [187].
En las islas británicas se hacían críticas a los padres que obligaban a casarse a los hijos por consideraciones económicas, recalcándose en cambio asuntos como la afinidad espiritual y el afecto como bases para una relación duradera. “Los ingleses parecen haber permitido más matrimonios por amor que los europeos del continente. A principios del siglo XVI, los manuales de conducta ingleses aceptaban que un hombre eligiera a su esposa según los dictados de su corazón y que una mujer tuviera derecho a responder a la iniciativa masculina” [188]. En España, Luis Vives señalaba, por el contrario, que “una larga y jamás desmentida experiencia ha enseñado que son muy raros los casamientos afortunados que a hurto se concertaron entre el mozo y la doncellas, y, al contrario, que son harto pocos los matrimonios desafortunados de quienes los padres fueron los inspiradores y casamenteros” [189].
A principios del siglo XVII en el manual inglés Una forma divina del gobierno de hogar se recomendaba a “un marido sabio que busque vivir en paz con su esposa debe observar las tres reglas siguientes: aconsejarla con frecuencia, censurarla poco y no golpearla jamás” [190].
Tanto Montesquieu en el siglo XVIII como Engels después destacaron la gran libertad que tenían las mujeres inglesas para casarse con relación a las del continente, obligadas al consentimiento de los padres.
Los puritanos denunciaban con vehemencia el adulterio tanto de hombres como de mujeres, en todas las clases sociales. Al sur de Europa, a pesar de los estrictos pincipios matrimoniales promovidos por la iglesia, los deslices de los poderosos fueron más aceptados. “Es curioso que la mayor parte de las favoritas y cortesana célebres hayan actuado en el ámbito del Mediterráneo o los países latinos” [191].
En Inglaterra, entre los placeres que se reconocían y perdonaban estaba el sexo marital. En contra de la opinión más corriente que los considera sexualmente reprimidos, los puritanos consideraban el sexo como algo necesario para una relación matrimonial estable y duradera. Se esperaba que los cónyuges intentaran complacerse y no se veía con buenos ojos la abstinencia. William Whateley, autor puritano de un libro de modales escrito en 1623 pregona las ventajas de las caricias mutuas por puro placer en la cama, y dice que las esposas tienen el mismo derecho a tomar la iniciativa y a sentir satisfacción y placer que sus maridos [192]. Con cierto pragmatismo acerca del poder de la atracción sexual durante la adolescencia, los puritanos recomendaban el matrimonio a temprana edad. Un deber de los padres era ayudarlos a encontrar cónyuges adecuados, entendiendo por esto un conjunto de cualidades como compatibilidad espiritual, atracción mutua y afecto. William Perkins (1558-1602), un influyente predicador, teólogo y académico de Cambridge advertía que, hombre o mujer, quien se case con alguien por quien no siente atracción, se sentirá atraído por alguien con quien no está casado [193].
Para John Donne (1571-1631), poeta y pastor anglicano, el sexo matrimonial era un verdadero intercambio de placer, sin inhibiciones, un continuo y recíproco dar y recibir, no circunscrito al papel activo del hombre y pasivo de la mujer: ella sol, él luna [194]. Uno de sus Epitalamios, o Canciones Matrimoniales (Marriage Songs) está dedicado a la igualdad de las personas. Está visión romántica y sensual del sexo matrimonial contrasta radicalmente con la noción católica de la castidad o, en su defecto, como mal menor, la función puramente reproductiva del sexo.
Lo que acaso diferencia la pareja inglesa de las continentales de esa época es la creencia de que ser cónyuges era esencialmente una forma de camaradería. En cualquier caso, el matrimonio salió de la lista de sacramentos en Inglaterra desde el siglo XVI [195]. “En 1564 se promulgó una bula papal con los decretos y las normas del Concilio de Trento que iban a fijar la legislación católica sobre el matrimonio hasta nuestros días. Ante todo, el concilio puso fin a los matrimonios clandestinos en la Europa católica, exigiendo que el matrimonio se celebrara en la iglesia para que fuera válido. Así, la cristiandad adoptó una actitud unitaria en su rechazo de los matrimonios secretos, con una sola excepción, la de Inglaterra” [196].
Incluso en cuestiones más triviales se pueden señalar algunas diferencias entre Inglaterra y el Continente. “El primer pasillo moderno apareció probablemente en una residencia de Chelsea diseñada por John Torpe en 1597. La gradual introducción de la habitación con una sola puerta que daba a un pasillo transformó cada una de las habitaciones en un espacio separado, redujo los encuentros fortuitos y facilitó la comunicación con un fin concreto. Esta transformación implicó y reforzó la progresiva posibilidad de elegir las personas con las que se quería tener relación. Además, proporcionó un nuevo sentido de la intimidad” [197]. Las condiciones de privacidad eran más precarias en el resto de Europa. Un siglo después, “una muestra de más de 3.000 camas de París revela que el 72.5% tenía alrededor cortinas que creaban una especie de casa dentro de la casa” [198].
Para Norbert Elías el proceso de civilización de las costumbres mediante el cual “todas las funciones corporales se hicieron más íntimas, se encerraron en enclaves particulares, se llevaron detrás de puertas cerradas… tuvo varias consecuencias. Una de las más importantes se ve con particular claridad en el caso del desarrollo de restricciones que civilizaron la sexualidad”. Por otra parte, “mientras la familia nuclear se fue convirtiendo gradualmente, y de manera exclusiva, en el único enclave legítimo para la sexualidad se convirtió luego en el órgano esencial para cultivar el control, requerido socialmente, de los impulsos y del comportamiento de la gente joven. Antes que este grado de restricción e intimidad se alcanzara, y hasta que la separación de la vida instintiva del ámbito público fuera una exigencia estricta, la responsabilidad de condicionamiento temprano no caía tan exclusivamente sobre el padre y la madre. Todas las personas con las que el niño establecía contacto –y cuando la intimidad era más precaria y el interior de la casa menos aislado eran a menudo numerosas- jugaban algún papel. Además, la misma familia era por lo general más grande y –en las clases altas- los sirvientes más numerosos. La gente hablaba más abiertamente de varios aspectos de la vida instintiva, y manifestaba más libremente sus propios impulsos tanto al hablar como al actuar. La vergüenza asociada a la sexualidad era menor” [199]. Así, tanto la generalización de la familia nuclear como los cambios en el diseño de la vivienda que permitieron la intimidad, factores que en conjunto contribuyeron a civilizar la sexualidad, no a reprimirla, se habrían dado primero en Inglaterra.
También en el ámbito doméstico, “parece que en Inglaterra se esperaba de las mujeres de clase relativamente alta que supieran cocinar, mientras que en Italia y Francia cocinar era contemplado como tarea de las criadas y las señoras no intervenían en ello” [200]. Incluso por la decoración del mobiliario se puede percibir en los países de mayor tradición católica la injerencia de la Iglesia en los asuntos de alcoba: hasta bien entrado el siglo XIX se observan en Cataluña espaldares de cama decorados con motivos religiosos [201].
Las peculiaridades inglesas en materia de hábitos de pareja y matrimonio se transfirieron a las colonias. Entre los puritanos que llegaron a América, puesto que el matrimonio era un contrato civil, se podía terminar. En Nueva Inglaterra las tasas de divorcio fueron más altas que en la metrópoli. Y la principal causa para los procesos, casi la mitad, era el adulterio [202]. Por otra parte, y a diferencia de la relativa impunidad con que se daba el acoso sexual de criadas y sirvientas en las colonias españolas, ya a finales del siglo XVII el tribunal del condado de Middlesex condenaba a veinte azotes a un patrón por el acoso sexual al que sometió a una de sus empleadas [203].
Aunque en algunas regiones de los Estados Unidos, al igual que en Hispanoamérica, la colonización se dio en un escenario de importante desequilibrio entre géneros -muchos más hombres que mujeres- las consecuencias fueron diferentes, en parte porque en el norte no se generalizó el concubinato con las mujeres indígenas. Por un lado, se adoptaron iniciativas para corregir este desequilibrio demográfico. “La Compañía de Virginia, supervisora de la colonización, tomó la inusual medida de importar barcos llenos de mujeres solteras… Se podía comprar una esposa por entre 150 y 200 libras de tabaco como pago por su pasaje” [204]. También de la metrópoli se importaron las llamadas sirvientas deudoras, mujeres que trabajaban en casi la tercera parte de los hogares de Nueva Inglaterra, y pagaban con los servicios de varios años el costo de su traslado y el alojamiento en la casa que servían. Además, “la señora velaba por sus intereses y hasta las ayudaba a buscar marido cuando acababan sus servicio” [205].
Por otro lado, la escasez de mujeres valorizó su posición con relación a los hombres, facilitando la posibilidades de elegir marido e imponer ciertas condiciones. Un caso emblemático es el de una mujer de Virginia, Sarah Harrison Blair, que fue tan consciente de su valor que se negó, en la ceremonia de su matrimonio en 1687, al tradicional voto de obediencia. “Yo no obedeceré” repitió varias veces hasta que el pastor desistió de este tradicional requerimiento para impartir su bendición [206].
El envío de mujeres desde la metrópoli a las colonias fue más esporádico en Hispanoamérica. En el Río de la Plata hubo algunos intentos por unificar familias divididas [207], pero “la inmigración de las europeas fue selectiva, pues la tendencia era a exigirles que fueran católicas, que poseyeran un certificado de buena conducta emitido por los funcionarios del rey y que preferencialmente vinieran acompañadas por sus padres, maridos o tutores” [208]. Se puede pensar que los mismos factores que indujeron cambios en la estructura familiar en Inglaterra –mayor libertad sexual, menor influencia de los padres, régimen de herencias- y facilitaron el establecimiento de la manufactura en el campo, suministrando mano de obra, fueron los que permitieron emigrar a las mujeres inglesas hacia las colonias. También debieron jugar algún papel las leyes contra el mestizaje que sin duda fueron más eficaces que en las colonias españolas. En 1717 el gobernador de Virginia escribía “no encuentro a un solo inglés que tenga una esposa india” [209].
6 – LAS INSTITUCIONES DESDE ABAJO
Se sale del alcance de este capítulo desarrollar un análisis profundo sobre las posibles consecuencias del peculiar escenario familiar hispanoamericano sobre la tendencia a aceptar la ley, o la moral, o las normas sociales por parte de individuos que no sólo son excluídos de múltiples actividades, del contrato social, sino que, desde que nacen, son ilegítimos, y que se reproducen y perpetúan como tales. O la capacidad de cumplimiento de promesas o contratos por parte de los progenitores que no los reconocieron.
De lo que se puede estar razonablemente seguro, sin tener que desarrollar un complejo modelo matemático o de teoría de juegos que lo demuestre, es que se trata de un escenario no sólo particularmente propenso a los conflictos, sino a que estos mismos sean esquivos a las soluciones judiciales y legales, puesto que, por definición, se encuentran al borde de lo legal. Como bien lo expresa una historiadora de la familia peruana, “¿Cómo se ordena el lado desordenado de la sociedad?” [210].
“Los varones, solteros o casados, podían incluir (en sus testamentos) a los (hijos) habidos con esclavas o sirvientas en contatos ocasionales. Era inevitable que en los hogares urbanos convivieran vástagos de distintos orígenes, lo que creaba conflictos frecuentes. (En México) un padre olvidadizo no tuvo la precaución de formalizar ante escribano la libertad de los hijos que había tenido con su esclava y a quienes había educado esmeradamente junto a los legítimos. A su muerte, los herederos pusieron en venta a sus medio hermanos” [211].
No es difícil imaginar la pesadilla en que se puede convertir un juicio de sucesión en el que se deban atender múltiples pretensiones de parientes a medias. En Cuba, desde el siglo XVII, “habían aparecido quejas contra los litigios de herencia que duraban hasta 30 añosy continuaban aún sin resolverse, por lo cual los abogados y escribanos devenían de hecho en los verdaderos herederos en perjuicio de los auténticos y legítimos” [212].
La confusión reinante en asuntos de tierras, no parece haber disminuído, como lo ilustran las consecuencias del simple rumor de inversiones del magnate Donald Trump que según un cronista de prensa revolucionó la isla de Barú cerca de Cartagena.
“Unas 2.500 personas venidas de otras islas y de pueblitos lejanos de la Costa y del interior del país buscan un documento que les confirme lazos familiares con los primeros pobladores. Esos documentos los piden en la parroquia de San Jerónimo, de Pasacaballos, un corregimiento de Cartagena, a orillas del Canal del Dique. La situación la resume Julián Salas, un nativo de Pasacaballos, con una breve sentencia: "A la parroquia de San Jerónimo le salió la Virgen". Y es que la casa cural vivía de la caridad. La apacibilidad en la parroquia del pueblo, habitado en su mayoría por descendientes de esclavos africanos durante la época de la Colonia, se acabó. Hoy es un hervidero de gente que se cree heredera de una fortuna, y que llega desde las 3 de la mañana a sacar partidas de bautismo de seres muertos hace más de un siglo.Esto no es más que otro capítulo del lío que existe por aclarar la propiedad de predios de Barú y sus veredas, que lleva más de 30 años y que aún se dirime en tribunales y oficinas de registros de instrumentos públicos. La aglomeración frente a la casa cural de Pasacaballos, incluso en templos de Cartagena como el de Santo Toribio, se desató desde cuando a la isla llegó la noticia de que un fallo de un fiscal delegado ante la Corte Suprema de Justicia confirmaba la posesión de los nativos de 1.400 hectáreas de la llamada Hacienda Santa Ana” [213].
**Es difícil al mencionar lo problemático que puede resultar un escenario demográfico fecundo en hijos ilegítimos no establecer un vínculo con el reciente debate que surgió en Colombia a raiz del aborto practicado en una niña de 11 años abusada por su padrastro y que suscitó una destemplada respuesta de las autoriades eclesiásticas , que excomulgaron y tildaron de malhechres a los médicos que lo practicaron, lo que, a su vez, produjo una airada y unánime respuesta de editoriales y columnistas. Citar trabajo Levitt señalando lo difícil que resulta hacer transferencias de trabajos empíricos Ver aborto Kalmanovitz
Con respecto a las revoluciones, entre los colombianos hay relativo consenso en señalar como un verdadero punto de inflexión en la historia del país el llamado Bogotazo, el asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán el 9 de Abril de 1948. Bastante menos acuerdo existe en cuanto a la autoría del llamado crimen del siglo. Se han barajado hipótesis que van desde el crimen de Estado por parte del gobierno conservador, hasta el acto desesperado de un lunático que actuó sólo, pasando por el complot del imperialismo norteamericano o del comunismo soviético. Para ilustrar dos de las ideas centrales de esta sección, que las asuntos de pareja pueden tener repercusiones mucho más allá del ámbito familiar y que, por otra parte, los escenarios con hijos ilegítimos pueden ser en extremo conflictivos, cae como anillo al dedo una de las más recientes hipótesis sobre este asesinato que partió en dos la historia colombiana reciente.
“El doctor Alfonso López Michelsen, con el 'venenete' que lo caracteriza, dijo a Enrique Santos Calderón en su libro Palabras pendientes -y se lo sostuvo a este columnista en su biblioteca (de él)-, que el crimen de Gaitán había obedecido "a un lío de faldas"…(En Internet) encontré en una página extraña que tiene que ver con EL TIEMPO del martes 6 de marzo del 2001, un informe acerca de que Estados Unidos habría hecho públicos los documentos, hasta el momento clasificados como de extrema reserva, relativos a la muerte de Gaitán. Allí se divulga la declaración concedida "una semana después del asesinato, en audiencia 'a puerta cerrada' con el entonces director de la CIA, almirante Roscoe H. Hillenkoetter, para esclarecer los hechos del 9 de abril". El incongruente funcionario afirma que "Sierra era el sobrino de un oficial del ejército de apellido Galarza Ossa, asesinado por el teniente Cortés, a quien Gaitán logró hacer exonerar la madrugada del nefasto 9 de abril". Y que habría sido "un acto puro de venganza personal". Más adelante, en un recuadro de hipótesis, se dice que Roa Sierra "habría actuado en venganza porque era hijo ilegítimo del mismo padre de Gaitán". Y, por si fuera poco, porque "Gaitán cortejaba a su novia", a María. O sea que papá e hijo acabaron con su familia. Lo que corroboraría la famosa teoría del "lío de faldas" del doctor López, quien dejaría de ser un áspid para convertirse en sabueso” [214].
No hace falta esperar a que la justicia aclare este crimen, ni poder afirmar que el denonante del conflicto armado más antiguo del mundo fue un lío de faldas, para conjeturar que de un entorno familiar con alta incidencia de concubinato, madresolterismo, e hijos no reconocidos o abandonados surgen instituciones radicalmente distintas a las que se frojan bajo el típico escenario de familia Ingals que se dio en los Estados Unidos, o varios siglos antes en Inglaterra. De hecho, también en Colombia, cuando a finales del siglo XIX se emprendieron proyectos de colonización de nuevas tierras liderados no ya por hombres solteros en busca de fortuna rápida sino “mayoritariamente bajo un patrón de pequeña propiedad familiar” los resultados fueron positivos. “El éxito de la aventura colonizadora radicó en que combinó cultivo y crianza de animales de consumo, con la explotación de productos de exportación: tabaco y café. También en que cada empresa, es decir cada familia, fundaba su estrategia en el uso de su propia fuerza de trabajo”. Habría que agregar a esta visión, tal vez demasiado económica del historiador, que parte del éxito tal vez tuvo que ver con cambios en los patrones de crianza, no sólo de ganado y aves de corral, sino de los hijos no ilegítimos ni abandonados.
El otro punto del cual se puede estar razonablemente seguro es que la estructura estatal mínima que se requiere bajo un escenario de concubinato, ilegitimidad y abandono infantil es radicalmente distinta de la que ha preocupado a la economía neoclásica, y en general a los pensadores anglosajones obsesionados por asimilar el Estado a un sheriff que pone orden y protege unos derechos de propiedad aceptados por la mayoría y percibidos como legítimos.
6.1 – EL MERCADO DE IRRESPONSABLES Y DE VÍRGENES
En contra de la predicción económica de una mano invisible que ajusta los desequilibrios del mercado de las parejas de manera socialmente beneficiosa, varios factores -en una compleja mezcla de instintos mal controlados, decisiones racionales y elementos culturales y religiosos- pueden haber contribuído tanto a la generalización de la situación de concubinato y no reconocimiento de los hijos como a su persistencia en el tiempo.
En el plano racional se puede recurrir a uno de los aportes más importantes de la reflexión económica en las últimas décadas para analizar la situación del mercado de parejas en Hispanoamérica: la teoría de la información asimétrica y, en particular, los problemas de selección adversa y la señalización, de Joseph Stiglitz, George Akerlof y Michael Spence [215].
El trabajo de Akerlof [216] describe cómo la interacción entre calidad heterogénea e información asimétrica tiene consecuencias negativas, a veces irreversibles, sobre los mercados. En el modelo, si la calidad no es visible ni fácilmente detectable antes de una transacción, se dan incentivos para que el vendedor trate de engañar al comprador, haciendo pasar su producto como de calidad superior. El comprador, mal informado, supone que el producto que compra es de calidad promedio. Por esta razón, los productores de alta calidad pierden incentivos para ofrecerlos y, así, se reduce progresivamente la calidad promedio del mercado. El ejemplo utilizado por Akerlof es el del mercado de cacharros, o vehículos de baja calidad (market for lemons). Existen distintas clases de carros usados, pero si los compradores no pueden determinar la calidad del que compran, algo que sólo sabe el vendedor, pensarán que compran algo de atributos situados en la media. Los dueños de carros usados pierden el incentivo para mantenerlos en buenas condiciones, reduciéndose así el nivel promedio de calidad del mercado. A su vez, esto reduce las expectativas de los compradores, reforzando la tendencia hacia la baja y consolidándose el mercado de cacharros. El mismo esquema se ha utilizado para analizar algunos mercados de crédito.
El trabajo de Spence complementa este modelo, al sugerir que los agentes en un mercado pueden usar la señalización para contrarrestar los efectos de la selección adversa. Incluso si la señal que se utiliza no guarda una relación directa con la calidad que se quiere demostrar, el hecho de asumir el costo de esa señal puede servir de indicio. La señal sería algo como un filtro que, a falta de mejor información, da pistas acerca de la calidad que no se conoce.
Con obvias limitaciones se puede intentar una extensión de estos esquemas al mercado de parejas en hispanoamérica. El modelo de los cacharros, parece pertinente para entender la lógica de la extensión del fenómeno de los padres irresponsables. La decisión de emparejarse, y en particular la de tener un hijo, tiene la característica esencial de la asimetría de información. Para las mujeres, la cuestión de la calidad del trato que el hombre les ofrece para tener prole está relacionada con la inversión que harán en ese proyecto, y que se traduce en la colaboración con los esfuerzos requeridos. El hombre cacharro es aquel que, para tener sexo, promete que responderá -formalizando la relación, reconociendo al hijo y aportando recursos para la crianza- pero al final incumple. Lo que el esquema de Akerlof sugiere es que, por falta de información sobre la calidad de los hombres como futuros padres, las mujeres adoptarán como estándar una calidad promedio: “todos los hombres son iguales”. De esta manera, no habrá incentivos suficientes para los hombres más responsables que el promedio, puesto que, para tener relaciones sexuales, deberán desplegar las mismas herramientas para el cortejo y hacer las mismas promesas que los irresponsables. Consecuentemente, puesto que resulta más fácil ser irresponsable que responsable en un escenario en dónde la responsabilidad resulta irrelevante, el promedio esperado por las mujeres se fijará en niveles más bajos, hasta llegar a la situación, un equilibrio perverso, en el que la norma es ser irresponsable. En algún punto, como aparece en las novelas, la única restricción que parece persistir a la conducta de los machos mujeriegos que van dejando hijos por doquier es que traten de que estos no sean engendrados con medio hermanas. O, siendo el engaño tan común, no llegar al extremo de la violación.
Para contrarrestar la selección adversa, una de las señales utilizadas fue la de la clase social, artificio que además permitía a los hombres encauzar la promiscuidad hacia abajo, para divertirse, y demandar la virginidad dentro de su estrato, único entorno digno para las relaciones más serias. Para casi todos los países de Hispanoamérica se señala la existencia de una rígida estratificación basada en la pureza racial, que se reforzaba con una marcada endogamia, y que hundía sus raíces en la Conquista, cuando el éxito de los esfuerzos de los sacerdotes para que se legalizaran las uniones fue inversamente proporcional al rango de los conquistadores, “mientras los capitanes y tenientes despreciaron las uniones con las indias, fueron los pecheros los que cedieron a legitimar sus concubinatos” [217].
La reacción social ante los posibles accidentes en las relaciones de pareja, también se adaptaba a la estratificación. En el eventual caso de un embarazo ilegítimo, “si ambos pertenecían al mismo grupo social y sus relaciones amorosas no habían sido muy calladas, las familias y la sociedad presionaban para que se realizara la boda con el fin de evitar la deshonra… Si los interesados no pertenecían al mismo grupo social, la mujer quedaba deshonrada, al igual que su familia. En estos casos se le aconsejaba recluirse por un tiempo y al nacer su prole ella lo debía dejar en una casa de expósitos o bien llevarla a vivir en una finca aislada. La mujer, si no se casaba, era la más perjudicada [218]”.
La estratificación se utiliza, a su vez, como una posibilidad de ascenso social para algunas mujeres, o por lo menos para sus hijos. “La mujer negra esclava en la Nueva Granada trató por todos los medios de conseguir su libertad y la de su familia; realizó trabajos adicionales que le proporcionaban un jornal extra; dio y vendió su cuerpo; se ganó el respeto y cariño de su amo; procreó hijos con los hombres libres para que estos lo fueran”
En sus novelas y en sus memorias, García Márquez señala cómo la responsabilidad por esos hijos termina recayendo sobre las mujeres afectadas.
“Mi madre superó el rencor del trago amargo del nuevo hijo y la infidelidad del esposo, y luchó junto con él a cara descubierta hasta desbaratar el infundio de la violación… Poco después llegaron noticias confidenciales de la misma región, sobre una niña de otra madre que papá había reconocido como suya, y que vivía en condiciones deplorables. Mi madre no perdió el tiempo en pleitos y suposiciones sino que dio la batalla para llevársela a casa. “Lo mismo hizo Mina con tantos hijos sueltos de papá –dijo en esa ocasión- y nunca tuvo de qué arrepentirse”. Así que consiguió por su cuenta que le mandaran la niña, sin ruidos públicos, y la revolvió dentro de la familia ya numerosa. Todo aquello eran cosas del pasado cuando mi hermano Jaime se encontró en una fiesta de otro pueblo a un muchacho idéntico a nuestro hermano Gustavo. Era el hijo que había causado el pelito judicial, ya bien criado y consentido por su madre. Pero la nuestra hizo toda clase de gestiones y se lo llevó a vivir a casa –cuando ya éramos once- y lo ayudó a parender un oficio y a encarrilars en la vida. Entonces no pude disimular el asombro de que una mujer de celos alucinógenos hubiera sido capaz de semejantes actos, y ella misma me contestó con una frase que conservo desde entonces como un diamante:
-Es que la misma sangre de mis hijos no puede andra rodando por ahí” [219].
Para las mujeres, la extensión del modelo de Akerlof es más compleja. En primer lugar porque el concepto de calidad cambia: el escenario de una mujer que no asume todas las consecuencias de un encuentro sexual, indicador clave de irresponsabilidad masculina, es anómalo al extremo. En segundo término, porque tanto las fallas, o el engaño, del contrato de pareja son distintos a los del hombre, puesto que son tanto más difíciles de ocultar ex ante como -hasta la aparición reciente de las pruebas de ADN- fáciles de disimular ex post. A diferencia del hombre que puede haber dejado en otros lares aventuras amorosas fértiles, pero fáciles de ocultar para emprender una nueva relación, un embarazo, o un hijo de una mujer es algo sobre lo cual es difícil que se generen asimetrías de información. Por otra parte, es imposible que, mediante el engaño, una mujer termine invirtiendo recursos para la crianza de un hijo ajeno, y esa es una situación que sí los puede afectar, y los ha desvelado, a ellos.
Incluso sin hijos ni embarazos previos, las mujeres cuentan con, o padecen, esa “imperceptible membrana que ha sido siempre objeto de minuciosos exámenes” [220] y que se ha entronizado a lo largo de la historia y en muchas culturas como supuesta prueba de calidad. La virginidad femenina encaja bien en la noción de señal propuesta por Spence, pues aunque no siempre guarde una relación con las cualidades que aprecia el mercado, como por ejemplo la fidelidad, ha sido utilizada hasta la saciedad como elemento determinante no sólo de la búsqueda de pareja sino de la vida femenina. En los términos de Akerlof, la dinámica del mercado de cacharros masculinos, en dónde se reduce al nivel mínimo la calidad, genera tal desconfianza en el lado femenino que puede llegar a imponerse como una razón para salirse del mercado.
“Esa liberalidad de mi madre parecía ir en sentido contrario de su actitud con las dos hijas mayores, Margot y Aida, a quienes trataba de imponerles el mismo rigor que su madre le impuso a ella por sus amores empedernidos con mi padre… Mi madre logró lo que sus padres no lograron de ella. Aida pasó la mitad de su vida en el convento, y allí vivió sin penas ni glorias hasta que se sintió a salvo de los hombres. (Margot) al final se quedó como una segunda madre de todos, en especial de Caqui, que era el que más la necesitaba, y lo tuvo con ella hasta su último aliento”.
Para complicar aún más las cosas, lo que para muchos hombres puede ser un síntoma de mala calidad de las mujeres, la promiscuidad, puede ser una cualidad apreciada por otros, o en otras circunstancias.
La mezcla de alta promiscuidad e irresponsabilidad masculina con mujeres aferradas a la virginidad puede tener como consecuencia la existencia de un mercado de prostitución que complementa o compite con los rígidos esquemas familiares. “La meretriz juega un papel decisivo en la integración de la vida familiar de la Montaña (región antioqueña en Colombia). Aunque constituye la imagen antagónica de la mujer ajustada a la cultura moral, es paradójicamente su fortaleza. Sin lugar a dudas, la institución del comercio sexual es una característica identificadoras de este complejo, adherida a su médula hasta el punto que ha acompañado la colonización caldense, invadido el norte del Tolima, la zona cafetera del valle, resbalando por las vertientes occidentales de la cordillera occidental, llegando con el paisa hasta la costa, los santanderes y Bogotá” [221].
El asunto del concubinato y la irresponsabilidad masculina ante las consecuencias de sus aventuras amorosas no sólo tiende a generalizarse sino que, además, puede perpetuarse, por varias razones. En primer lugar, por el hecho que las situaciones que observan o viven los niños y los jóvenes en el hogar tienden a reproducirlas en su vida de pareja. Tanto la mujer abusada o seducida como el señor o señorito que la usan, probablemente habían vivido o percibido en su entorno, y temprano en sus vidas, tal tipo de situación. En términos similares a los que podrían encontrarse en algún trabajo contemporáneo sobre problemas juveniles, una historiadora de la familia peruana observa que “las mujeres involucradas en relaciones extra matrimoniales provenían también de vínculos amorosos y de situaciones familiares informales. Puede decirse que las mujeres tendieron a reproducir el comportamiento de sus madres en circunstancias de esta naturaeza” [222]. Esta aceptación de la situación de amancebamiento sin duda se veía reforzada por la característica de ilegitimidad que ponía obstáculos sociales y legales al matrimonio. Por otro lado, así como la hija de una mujer que vivía en concubinato podía mostrar una mayor tendencia a replicar la situación, el hombre que, incluso casado, mantenía ese tipo de relación también habría dejado una impronta en sus hijos varones para reproducir tal escenario. Los privilegios como el derecho de pernada normalmente se heredan.
De manera más focalizada, aunque implícita, se pueden traer a colación los mecanismos a través de los cuales durante la infancia se configuran los gustos y las preferencias, incluso en materia sexual, para sugerir que la cercanía con esclavas y mulatas estaría detrás de lo que, según distintos observadores, fue un elemento corriente de la colonia y es la gran atracción física que ejercían las negras y mulatas sobre los españoles. “Llama la atención Pedro de León Portocarrero sobre la afición de los hombres blancos por las mujeres negras” [223]. La explicación que ofrece una historiadora peruana para esta fuerte atracción bien podría encontrarse en algún trabajo neurológico receinete sobre formación subliminal de preferencias. “La proximidad física entre los esclavos y los amos propició desde estrechos vínculos emocionales entre las nodrizas esclavas de color y criaturas blancas, afectuosas declaraciones testamentarias de gente libre hacia sus esclavos, hasta las crueldades propias del vínculo amo-esclavo alimentadas por el cotidiano contacto doméstico. El trato sexual entre hombres libres y mujeres esclavas fuera del matrimonio se encuentra en el centro de esta configuración de proximidades y jerarquías”. Otro observador es aún más gráfico y categórico al respecto: “como ellas los crían todos a sus pechos así les son más aficionados que a las españolas” [224].
Está por último, de manera indirecta y con refuerzos que se entrecruzan, la influencia del mensaje católico. Por una parte, las mujeres casadas de la élite, abandonadas sexualmente por maridos más atraídos por las mulatas y mestizas, quedaban condenadas al sexo sólo reproductivo. “Para la mujer casada el goce sexual no le era permitido, y por consiguiente, la frigidez era un hecho corriente” [225]. Para sobrellevar esa castidad impuesta se refugiaban en el consejo de los sacerdotes y en las obras de caridad. “Las actitudes de las mujeres de las clases dominantes hacia el clero también pueden iluminar dinámicas ecnómicas locales y regionales”. Un patriarca peruano, hablando de su madre, anotaba que “era una benefactora y hacía donaciones constantes a los conventos de la ciudad. Además, continuamente recibíamos la visita de misioneros necesitados de dinero, que salía de los fondos familiares. Contrariamente, y de modo aparentemente paradójico, era especialmente sumisa con su confesor, el padre Castillo, de origen humilde que olía a tabaco y chicha” [226]. El consuelo eclesiástico podía tener repercusiones. Tanto para Brasil como para Colombia se ha encontrado que los amantes de las mujeres casadas eran “frecuentemente sacerdotes o monjes, pues era a ellos a quienes más frecuentaban” [227].
Además del patrón de comportamiento sexual promovido por la Iglesia, el discurso de la castidad aún dentro del matrimonio, transmitido por madres cercanas al clero, tenía mayores chances de ser acogido, entre los jóvenes, por las mujeres que por los hombres. “Los hombres no acostumbraban a asistir a la iglesia. Las actitudes piadosas son principalmente femeninas. Pareciera que la estrecha relación entre los curas y las mujeres excluía a los hombres. A estos les convenía ubicarse lejos del yugo eclesial. Menos obligaciones, menor control. Para ellos no regía la prédica de la abnegación y la abstinencia. Al contrario, sus impulsos pocas veces se vieron regulados por la prédica pública ni por la confesional” [228].
Estos tres elementos, la ilegitimidad de las mestizas y mulatas que les impide el acceso al matrimonio haciéndolas disponibles para las relaciones precarias, el gusto de los hombres por ese tipo de relación sin mayor compromiso y por esas mujeres, y una alianza entre el clero y las mujeres que refuerza el patrón asimétrico de comportamiento sexual, ayudarían a explicar la persistencia de esta situación de concubinato y amancebamiento, frecuentemente mezclada con las relaciones serviles. Un proverbio brasilero ilustra bien la situación: “para el trabajo una mujer negra, para el matrimonio una mujer blanca y para las relaciones sexuales una mulata” [229].
Por último, no se puede dejar de señalar la deficiencia en la capacidad para hacer cumplir las rígidas normas matrimoniales y de comportamiento sexual por parte de la Iglesia como uno de los factores que contribuyó a la generalizar y perpetuar los arreglos de pareja en Hispanoamérica. En esta dimensión, no parece prudente ignorar que las autoridades eclesiásticas pudieron tener conflictos de intereses a la hora de hacer cumplir de manera eficaz tales preceptos de conducta. Esos conflictos persisten.
“La sección mexicana de la Red de Católicas por el Derecho a Decidir, organización de mujeres católicas, pidió en México al Papa Benedicto XVI que se investiguen y castiguen los abusos sexuales de religiosas cometidos por sacerdotes en América Latina. La organización denunció que el acoso contra las religiosas “es moneda corriente de punta a punta en Latinoamérica, tanto como los casos de abuso sexual de menores, pero muchas monjas callan porque están sometidas a los votos de obediencia y silencio”” [230] .
No es fácil tener una idea precisa de lo generalizados que han sido este tipo de incidentes en los distintos países. Elio Masferrer, un antropólogo mexicano que ha estudiado archivos eclesiásticos, anota que, entre los sacerdotes en América Latina, "desde el siglo XVII predominaba la promiscuidad y el concubinato heterosexual… En países como Perú, los hijos de los sacerdotes aparentemente tenían acceso a lo que hoy conocemos como prestaciones sociales… En 1990 Bartolomé Carrasco, entonces arzobispo de Oaxaca presentó un informe al Vaticano en el que señala que el 75 por ciento de sus sacerdotes no cumplían el voto de castidad [231]".
En Voto de Castidad libro basado en investigaciones realizadas por el propio Vaticano y en información del Archivo General de la Nación (México), y del cual es coautor Masferrer, se hace un recuento de las violaciones al voto de castidad desde el siglo XVI. Se llama la atención sobre el caso del sacerdote jesuita Gaspar de Villarias, “cuyo proceso en México, a principios del siglo XVII, causó escándalo hasta en la misma Roma por haber abusado sexualmente de 97 mujeres, incluso dentro de su parroquia. Expone también el contenido de Noticias secretas de América, la investigación encubierta que, en 1735, mandó realizar la Corona española para saber sobre los concubinatos que tenían los religiosos en el nuevo continente” [232].
A pesar de las peculiaridades de la Conquista y la Colonia, el problema no surgió en Hispanoamérica. Ya en su Libro de la vida Santa Teresa de Ávila (1515-1582) advertía a los padres sobre los peligros de algunos conventos:
“Si los padres tomasen mi consejo ya que no quieran poner a sus hijas adonde vayan camino de salvación, sino con más peligro que en el mundo, que lo miren por lo que toca a su honra; y quieran más casarlas muy bajamente que meterlas en monasterios semejantes” [233].
Parece claro que de esta clase de abusos cualquier incidencia puede resultar excesiva por su efecto devastador sobre la legitimidad de las normas y las leyes, incluso más allá del ámbito religioso. Esta peculiar, y no económica, variante de la corrupción implica un alto grado de inconsistencia entre la práctica y el dogma, entre lo de jure y lo de facto, en este caso entre el juramento sacro de guardar el voto perpetuo de castidad y una gama de comportamientos sexuales, realizados en la oscuridad, el secreto, y al amparo del silencio, y la innegable complicidad de la misma institución.
En un texto epistolar, irreverente y provocador, el poeta cubano José Martí denuncia la inconsistencia del cura que “predica pero no aplica”.
“Hombre del campo: No vayas a enseñar este libro al cura de tu pueblo; porque a él le interesa mantenerte en la oscuridad; para que todo tengas que ir a preguntárselo a él… ¿ Para qué llevas a bautizar a tu hijo?¿por qué confías a manos extrañas la cabeza de tu hijo? ¿Por qué no le echas el agua tú mismo? ¿El agua que eche en la cabeza de su hijo un hombre honrado, será peor que la que eche un casi siempre vicioso que te obliga a tí a tener mujer, teniendo él querida, que quiere que tus hijos sean legítimos teniéndolos él naturales, que te dice que debes dar tu nombre a tus hijos y no da él su nombre a los suyos? No haces bien si crees que un hombre semejante es superior a ti. El hombre que vale más no es el que sabe más latín, ni el que tiene una coronilla en la cabeza. Porque si un ladrón se hace coronilla, vale siempre menos que un hombre honrado que no se la haga. El que vale más es el más honrado, luego la coronilla no da valor ninguno” [234].
No es descabellado sugerir que una parte de la asimetría entre géneros con la que se ha sancionado históricamente la promiscuidad y el adulterio, de manera siempre más benigna con ellos que con ellas, pudiera estar relacionada con la incapacidad de quienes supuestamente protegían las normas matrimoniales para controlar sus impulsos.
Recordando el caso del arzobispo de Santiago de Compostela, muerto en extrañas circunstancias a finales del siglo XV luego de ser acusado de la toma pública de una novia, tampoco resulta arriesgado pensar que estos conflictos tan delicados, en los cuales se ve envuelta una importante figura de autoridad, y de los cuales no es fácill hablar o discutir, mucho menos denunciar, o negociar una solución, hubieran tenido desenlances brutales. Se podría especular que las altas tasas de mortalidad de los obispos que, se ha observado, se dieron en la Hispanoamérica colonial, y que han sido utilizadas como supuesto indicador de instituciones contrarias a la eficiencia [235], pudieron tener algo que ver con líos de faldas, y de sotanas.
6.2 – EL ACTOR RELEVANTE DE LAS INSTITUCIONES ECONÓMICAS
Si la gente se comportara siempre de manera honesta, si expusiera siempre sus intenciones de manera franca y honesta, casi por definición la agenda más reciente de la economía no ortodoxa, como su interés por las instituciones, el oportunismo, las asimetrías de información, los problemas de agencia, las señales, o la selección adversa no tendría mayor pertinencia.
Una de las principales críticas de los institucionalistas al paradigma económico neoclásico tiene que ver con la relativa ingenuidad del modelo de comportamiento que propone un individuo egoista en el mercado pero, simultáneamente, responsable y poco oportunista en sus demás relaciones. De manera implícita, la economía supuso por mucho tiempo que los intercambios económicos se hacían sobre la base de un sistema ético de valores que reducía el oportunismo y el engaño a un mínimo aceptable. Ocasionalmente se hacía explícito el supuesto que, en los mercados, los agentes debían ser honestos. Con relación a los funcionarios públicos también se daba por descontado que su comportamiento se regía por ciertos estándares éticos y que estaba motivado por el interés púbico.
Fue en gran parte desafiando este supuesto que apareció la escuela de la elección pública (public choice) planteando que el estudio del gobierno cambiaría sustancialmente si se relajaran ciertos supuestos y se considerara la posibilidad de comportamientos oportunistas. Por la misma época, la nueva economía institucional emprendía un enfoque similar al de la elección pública pero aplicado a los negocios privados. Este nuevo análisis suponía que los administradores de los negocios podían tener intereses y objetivos divergentes de los de los propietarios de acciones, y no excluía la posibilidad de comportamientos oportunistas que alteraban radicalmente el funcionamiento de los mercados.
Paradójicamente, y también por la misma época, desde la Escuela de Chicago se trataba de demostrar que el principal motor de los mercados, el egoismo y la búsqueda del propio interés, podía y debía extenderse a otras áreas de las interacciones humanas.
De esta manera, tanto en el área de gobierno, como en la de los negocios privados, como en la de las relaciones sociales se empieza a dar una convergencia en materia de supuestos de comportamiento. De acuerdo con Nelson (2001), lo que en realidad se estaba dando era una tendencia “por llevar a los métodos de las ciencias sociales un fenómeno más amplio que se estaba observando en la vida norteamericana. Se daba de manera simultánea una pérdida de respeto por los viejos valores e ideas y el nuevo supuesto que del individuo se puede esperar que actúe para sastisfacer sus apetitos y deseos. Este nuevo énfasis en la expresión, sin ninguna inhibición, del interés por el beneficio propio significaba que los tradicionales compromisos éticos con la honestidad, el sacrificio personal, el deber, la participación cívica y la vinculación política deberían tener un rol decreciente en la sociedad. De manera creciente el individuo de la teoría económica se convertía de hecho en el modelo apropiado de los norteamericanos en todos los aspectos de su vida. Con la llegada de la generación del baby-boom a la edad adulta en los sesentas y setentas se había de hecho rebelado contra muchas formas de autoridad institucional” [236].
Si algo queda claro de los arreglos familiares que se dieron y en buena medida se siguen presentando en Hispanoamérica es que el laissez-faire puede llevar a situaciones poco deseables, tanto individual como colectivamente. Varias de estas situaciones, como por ejemplo la falta de libertad de algunas mujeres para decisiones tan básicas como cuando y con quien tener relaciones sexuales, o hijos, o no ser agredidas, o tener que enfrentarse, y no por elección propia sino por engaño o abuso, sólas a la crianza, deben tratar de superarse per se, sin necesidad de justificaciones basadas en sus consecuencias económicas o en otros ámbitos. Y para ese objetivo, es poco lo que cabe esperar de las fuerzas del mercado.
Por otra parte, se puede argumentar que algunos de los arreglos de familia predominantes en América Latina son inconsistentes, desde la base, con las instituciones que varias escuelas han considerado necesarias para el desarrollo económico basado en la ampliación de los mercados. En términos escuetos, lo que se puede señalar es que una sociedad plagada de padres irresponsables, de hombres cacharros, de madres engañadas, de hijos abandonados, y de mujeres vírgenes no está bien preparada para la senda del crecimiento económico.
Douglass North es tal vez uno de los economistas más prominentes en proponer un cambio radical en la manera de abordar el análisis de las instituciones, y simultáneamente, uno de los de mayor influencia en América Latina en la actualidad. Buena parte de sus reflexiones tienen que ver con asuntos como el oportunismo, los problemas de agencia y las asimetrías de información. También ha hecho énfasis en el papel central que pueden jugar los factores culturales en la configuración de las instituciones, formales e informales, y el desempeño global de una economía. De manera casi tautológica señala que la manera más eficaz y menos costosa de enfrentar el oportunismo es contar con ciudadanos confiables. Si se puede contar con que los demás son honestos, no hace falta desarrollar señales, filtros de honradez y otros mecanismos institucionales para prevenir la posibilidad de engaños, mentiras e incumplimientos. La honestidad generalizada permitiría reducir radicalmente los costos de transacción y, por esa vía, incrementar la posibilidad de crecimiento económico. Así, una cuestión económica fundamental tiene que ver con la manera como una sociedad logra consolidar un sistema de creencias que asegure el comportamiento honesto y confiable en la mayor parte de sus ciudadanos y en la mayoría de sus intercambios. Un buen entorno ético se torna así tanto o más importante que la inversión en capital físico, o humano, que sin ese soporte puede desperdiciarse a nivel social. En este contexto, la pregunta de qué es lo que determina el ambiente de confianza y honestidad en una sociedad se torna crucial.
Este tipo de preocupación, aunque progresivamente abandonada por algunas escuelas, ha sido permanente aún entre los representantes más sensatos del pensamiento neoclásico. Ya desde los años setenta, Keneth Arrow señalaba la importancia de lo que él denominaba instituciones invisibles. La economía, sin hacerlo explícito, ha dado por descontada la existencia de ciertos principios éticos y acuerdos conscientes o en muchos casos inconscientes de ofrecer beneficios mutuos. Sin lazos sociales basados en principios éticos compartidos, sin fuertes restricciones internas contra la deshonestidad y el oportunismo, el funcionamiento de los mercados se vería seriamente afectado.
“En su evolución las sociedades han desarrollado acuerdos implíctos para cierto tipo de consideración por los demás, acuerdos que son esenciales para la supervivencia de la sociedad o que al menos contribuyen bastante a la eficiencia de su funcionamiento… Una de las caracterísiticas de muchas sociedades cuyo desarrollo económico es deficiente es la falta de confianza mutua… Es esencial para funcionar como sociedad que tengamos lo que se pude denominar conciencia, un sentido de responsabilidad por el efecto de la acción de uno sobre los otros” [237].
Mucho antes, en su Teoría de los Sentimientos Morales, Adam Smith hacía explícita su visión de la naturaleza humana, y de manera muy pertinente para este capítulo, de la actitud hacia la familia. Luego de señalar que, en esencia, el hombre es un ser egoista y es quien mejor vela por sus intereses, Smith anota que
“Después de sí mismo, los miembros de su propia familia, aquellos que usualmente viven en la misma casa con él, sus padres, sus hijos, sus hermanos y hermanas, son naturalmente el objeto de su más cálidos afectos. Estas son natural y usualmente las personas sobre cuya felicidad o miseria su conducta tendrá mayor influencia. Él está más habituado a simpatizar con ellos: él sabe mejor cómo cualquier cosa puede afectarlos, y su simpatía con ellos es más precisa y decidida de lo que puede ser con la mayor parte de la demás gente. Se acerca más cerca, en síntesis, de lo que él mismo puede sentir” [238].
No sólo los economistas se han preocupado por el efecto de la confianza sobre el desempeño económico. Al hablar del concepto de capital social se ha hecho énfasis en el conjunto de elementos necesarios para resolver el dilema entre comportamientos individuales y decisiones colectivas. Coleman plantea que el capital social “facilita el logro de objetivos que no podrían lograse en su ausencia o a los que se llegaría con un mayor costo… El capital social se crea cuando las relaciones inter personales se adecúan para facilitar la acción conjunta” [239]. Putnam, por su parte, señala que “el capital social se refiere a ciertas características de la organización social, como las redes, normas y la confianza que facilitan la coordinación par el mutuo beneficio. El capital social incrementa los beneficios de la inversión en capital físico y capital humano” [240]. De allí se deriva la estrecha relación existente entre el capital social, la confianza, las costumbres, la cultura y, en general, los instrumentos con que cuenta una sociedad para incentivar la coordinación y la cooperación entre individuos. Fukuyama asocia el capital social con la confianza predominante en una sociedad. Esta consideración la comparte Putnam, para quien “una sociedad basada sobre la reciprocidad generalizada es más eficiente que una sociedad desconfiada, por la misma razón que la moneda es más eficiente que el trueque. La confianza lubrica la vida social” [241]. En segundo término, Fukuyama considera que el capital social, que surge de la confianza, es un factor determinante en la estructura de los mercados y, en particular, en el tamaño óptimo de las empresas. Su adecuada disponibilidad es, según él, un requisito para el surgimiento de empresas privadas. Sus deficiencias, por el contrario, limitan las empresas al nivel de la familia o, en el otro extremo, al nivel estatal [242].
No hacen falta demasiados malabares teóricos para plantear que el padre que no responde por las obligaciones básicas con sus hijos, el hombre cacharro, sea alguien en quien, a priori, se pueda confiar para un intercambio contractual, alguien a quien se le pueda otorgar un crédito con tranquilidad, o que se pueda considerar un socio idóneo para un proyecto productivo. O que un conjunto de padres que seducen y engañan mujeres con promesas que no cumplen sea la base social más adecuada para las instituciones invisibles de Arrow. O que el hombre cacharro latinoamericano es asimilable al que tenía en mente Adam Smith para sus reflexiones sobre la riqueza de las naciones. O que en ese entorno sea factible reducir a niveles razonables el oportunismo, los engaños, las mentiras y los incumplimientos que preocupan a los institucionalistas. O que se trata de la mejor materia prima para un adecuado capital social.
En el otro lado, tampoco parece verosímil que una mujer que pierde el apoyo de su pareja, e incluso de su familia, con su primer embarazo durante su adolescencia, y debe luego asumir sóla la responsabilidad de la crianza, para caer de nuevo en el mismo proceso de promesas, seducción y engaño pueda recuperar la confianza en sus semejantes para emprender una vida productiva en el mercado. O que aquella que, conociendo de cerca a su padre y hermanos cacharros haya optado por la virginidad, o el convento, como forma de vida ante su desconfianza visceral hacia los hombres, pueda constituírse en la base de una fuerza laboral o empresarial productiva. Eso para no hablar de quienes, como víctimas más directas de un ambiente de familia rígido en principio pero precario en la práctica se encuentran, de partida, condenados al mundo ilegítimo, informal y sin duda ilegal.
Para varias de las particularidades institucionales que Salomón Kalmanovitz ha señalado como obstáculos al desarrollo ecómico colombiano es fácil sugerir vínculos más o menos expeditos con el peculiar entorno familiar hispanoamericano. El personaje típico que describe Kalmanovitz es casi la fotografía del hombre cacharro e irresponsable que deja hijos por doquier. “Se recoge una tradición de simulación, en la que se cubre la apariencia pero se evade el contenido. Es la picardía española, expresada en su literatura como personas descaradas desobedientes frente a la ley y la religión pero actuando en forma bufonesca; son personas traviesas y de mal vivir, no rebeldes del todo, que actúan sobre todo cuando el otro no está mirando, en las que el engaño entre las personas y la autoridad es mutuo y permanente… Existe en la vida práctica un individualismo desaforado que aplasta a los otros individuos” [243].
Un punto que ha recibido atención en Hispanoamérica es el abismo entre lo que minuciosamente prescribe la ley, el ámbito de jure, y lo que efectivamente se hace, el de facto. “El sistema legal era muy elaborado, sistematizado y concordante, solemne y formal. La legislación incluía demasiadas circunstancias posibles, dando lugar a una tradición legal de casuismo sofocante… Hay un sistema legal que se acata pero no se cumple… Se da una enorme distancia entre las reglas legales y la práctica” [244]. En el ámbito de las parejas, como se señaló, la abismal diferencia entre la legislación y lo que de manera razonable se podía prever y, sobre todo, el punto crítico que entre las autoridades eclesiásticas encargadas de hacer cumplir los rígidos preceptos canónicos había infractores, debe sin duda considerarse como uno de los elementos responsables de la falta de aceptación y de legitimidad del marco normativo y legal, aún en los ámbitos no religiosos. No parece un buen ingrediente para fomentar la confianza, y la honestidad en una sociedad que los encargados de vigilar de manera minuciosa el comportamiento sexual sean no sólo individuos que pregonan su castidad, y por lo tanto su total ignorancia del ámbito que pretenden controlar sino, además, que incumplan las rígidas normas que buscan implantar.
6.3 – SENDEROS HACIA EL OPORTUNISMO Y LA ILEGALIDAD
A pesar de la precariedad de la investigación, y de las reflexiones conceptuales al respecto, argumentar que los arreglos familiares son un determinante crítico de las instituciones es más que una simple conjetura. Uno de los campos más interesantes de la criminología, el estudio de cohortes de jóvenes infractores, plantea que lo que somos como adultos ante la ley penal no es más que el resultado de una secuencia individual de pequeños incidentes acumulativos que a lo largo de nuestra biografía el entorno inmediato acepta y consolida, o rechaza y corrige. En ese proceso de socialización, o civilización, el papel de la familia, y en particular de la madre, es crucial. En otros términos, el conocimiento contemporáneo sobre infractores juveniles sugiere dos cosas: (i) la estructura de la familia puede afectar de manera sensible la actitud de los jóvenes hacia las normas y (ii) las infracciones cometidas en edades tempranas afectan positivamente la probabilidad de que se cometan infracciones posteriores. Por ejemplo. los desafíos a la autoridad entre jóvenes y adultos tienen por lo general antecedentes de ese mismo tipo de conductas durante la niñez. Aunque se trata de un campo en el cual apenas se empieza a desarrollar trabajo empírico y la extensión de este esquema a las áreas no penales de las instituciones es incipiente, hay suficientes razones para pensar que también es bastante pertinente.
Es más que razonable plantear como hipótesis que los individuos cuya primera infracción la cometen, involuntariamente, al nacer, que empiezan su vida siendo socialmente excluídos y sancionados no serán los más proclives a respetar y aceptar, como algo legítimo, el orden establecido. En las mismas líneas, no resulta difícil sospechar que un señorito cuyo rito de iniciación a la vida adulta se basa en ocasionar un daño irreversible y en no responder por las consecuencias de sus acciones será el agente que dinamice los mercados basados en la confianza.
La aceptación y legitimidad de las instituciones no es sólo un asunto de adultos racionales que un buen día, reunidos en cabildo abierto, o luego de una ronda de negociaciones à la Coase, diseñan, demandan o adoptan unas reglas del juego. Las instituciones requieren familias que las acepten, las legitimen y las transmitan. Y no todas las estructuras familiares son igualmente receptivas a los distintos arreglos institucionales.
6.4 – CALIDAD INSTITUCIONAL Y LIBERTADES INDIVIDUALES
Se ha vuelto relativamente comú entre los economistas interesados en las diferencias de crecimiento del producto entre regiones, establecer un ranking de las instituciones de acuerdo a su supuesta contribución al desempeño económico. Además, se ha pretendido cuantificar la calidad institucional con base en un indicador, peculiar, de capacidad de expropiación del ejecutivo. Incluso, se habla de elasticidades del crecimiento al cambio institucional, con afirmaciones difíciles de asimilar y digerir : “el mejoramiento de las instituciones de Nigeria al nivel de Chile podría incrementar siete veces el ingreso de Nigeria en el largo plazo” [245].
Es tal vez en el área de la familia en dónde, como bien lo refleja la parquedad de las recomendaciones de los economistas que la estudian, resulta más problemática la noción de buenos y malos arreglos institucionales basados en el criterio de eficiencia económica. Es más que probable que en una economía agrícola extensiva, de hacienda, lo más eficiente sea el arreglo patriarcal en dónde se confunden concubinas con sirvientas y trabajadores con hijos ilegítimos. Si, como se puede temer, ese entorno familiar se presenta ante las niñas y niños que nacen en él como el orden natural de las cosas, es posible que el escenario pase incluso la prueba del utilitarismo, la mayor felicidad para el mayor número de individuos.
En las áreas urbanas, como lo reconoce el mismo Posner, el arreglo económico más eficiente para la unidad familiar, sobre todo en lugares con exceso de mano de obra no calificada, es el de la división tradicional de trabajos por género: ellas en el hogar y ellos en el mercado. Si este también es el arreglo promovido por la Iglesia, y el que se transmite como deseable y natural tanto en el hogar como en la escuela, no cabe duda que también pasará el test utilitarista.
Así, en el área de familia es donde es más patente la pobreza tanto del diagnóstico clásico de la economía –lo que importa es la riqueza- como la secular recomendación de que los individuos egoístas que buscan tan sólo maximizar su bienestar individual serán guiados por una mano invisible que los llevará como a Cándido, al mejor mundo posible.
Un mecanismo evaluador del desarrollo de una sociedad que sí parece pertinente es el propuesto por Sen, el de las libertades individuales no sólo como instrumentos del desarrollo sino como partes constitutivas del mismo. En ese contexto, varios de los arreglos familiares que han predominado en Hispanoamérica desde la Colonia se puede considerar que atentan contra ciertas libertades básicas, como la de no ser ilegal desde que se nace, o la de poder elegir con quien se quiere tener un hijo, o una relación sexual, o la de vivir y crecer en un hogar no violento, o la de educarse y trabajar.
Al hacer referencia a la temprana transformación que se dio en Inglaterra de la institución familiar, no se trata de sugerir que la única vía para el desarrollo consiste en tratar de replicar la experincia anglosajona, ni mucho menos tratar de importarla estimulando la inmigración tal como se buscó hacer en el siglo XIX con poco éxito [246]. Pero ese ejercicio si puede ser útil para tratar de detectar qué fue lo que, mucho antes de los desarrollos institucionales políticos y desde arriba, pudo contribuir a que se implantaran exitosamente unas instituciones consistente con el crecimiento de los mercados. Y lo que parece ser es que cuestiones relativamente simples en el ámbito de la familia, terminaron siendo factores determinantes en la consolidación de la democracia, el respeto por la ley y el desarrollo económico. Además, la mayor parte de estos avances, más tempranos entre los ingleses, coinciden con lo que se podría considerar una agenda contemporánea y razonable de defensa de los derechos y libertades más básicas: equilibrar las relaciones por género en la familia; garantizar la libertad sexual y de fecundidad de las mujeres; erradicar el derecho de pernada de las autoridades civiles, militares y eclesiásticas, y controlar los abusos sexuales basados en el poder político, económico o religioso; disminuir la violencia entre parejas y desincentivar los comportamientos oportunistas, tanto de hombres como de mujeres, para disminuir la incidencia del abandono infantil o del madresolterismo no voluntario.
No sobra llamar la atención sobre dos pistas que de manera sorprendente han permanecido al margen del debate económico, a pesar de la importancia que se le asigna a la familia en la microeconomía moderna: la asimetría de poder, y de información, entre los géneros y la irresponsabilidad de los hombres en el contrato más básico y universal, el de pareja. No parece viable el propósito de alcanzar la legitimidad de los derechos de propiedad, o el cumplimiento de los contratos, ni el de educar ciudadanos responsables y no oportunistas a los cuales se les pueda transmitir sin nefastas consecuencias el mensaje económico de que es deseable que sean egoístas para vitalizar los mercados mientras no se tengan resueltos ciertos problemas básicos a nivel de la estructura familiar.
Al respecto, es pertinente recordar que las instituciones que la economía no sólo considera deseables, sino que supone universales, las anglosajonas, surgieron varios siglos después de que se superaran algunas inconsistencias básicas de los arreglos de pareja y que de los hogares surgieran súbditos, y luego ciudadanos, integrados a la sociedad, cobijados por sus leyes, y protegidos por un Leviatán con unos impulsos e instintos relativamente bien controlados.
Una de las principales peculiaridades del entorno institucional hispanoamericano, que sin la menor duda ha resultado menos fértil para el crecimiento económico, fue la realidad del mestizaje, la diversidad y complejidad de los arreglos familiares, la mezcla normativa y legal por cohabitación de distintos grupos étnicos, las indudables dificultades paa hacer cumplir la ley, o siquiera para adaptarla a las condiciones locales. Es más que probable que todo este desorden haya estado asociado con una preocupación más temprana por asuntos como la esclavitud, las diferencias raciales, culturales e incluso religiosas.
Y es tal vez esa variedad étnica, cultural, normativa y legal la que hace más compleja la valoración de las instituciones hispanas y más problemática la idea, adoptada sin matices por la economía neoclásica y el AED, de que se puede establecer un ranking de buenas y malas instituciones simplemente en función de la capacidad de garantizar los derechos de propiedad y el potencial de crecimiento del producto. En retrospectiva, con estándares modernos de valoración y haciendo casi omiso de la deplorable situación de la familia, no pudieron ser tan deplorables unas instituciones como las hispanas que en México, Guatemala, Bolivia o Perú -aunque alteraron la religión, pues esa era su prioridad- dejaron casi intacta la población, la cultura y las leyes nativas. Por el contrario, si se evaluara la colonización hispana, con el prisma ecológico, o simplemente con el de los derechos humanos, habría que introducir cambios importantes en el ranking de calidad institucional que se ha vuelto estándar en la literatura sobre crecimiento económico. Las buenas ideas de Francisco de Vitoria, o de Bartolomé de las Casas, por ejemplo, antecedieron en varios siglos a las de Martin Luther King.
Es en esa dirección que vale la pena hacer referencia a las reflexiones de Octavio Paz en su Laberinto de la Soledad.
“Con la llave del bautismo el catolicismo abre las puertas de la sociedad y la convierte en un orden universal, abierto a todos los pobladores. Es cierto que los españoles no exterminaron a los indios porque necesitaban la mano de obra nativa para el cultivo de los enormes feudo y la explotación minera. Los indios eran bienes que no convenía malgastar. Es difícil que a esta consideración se hayan mezclado otras de carácter humanitario. Semejante hipótesis hará sonreír a cualquiera que conozca la conducta de los encomenderos con los indígenas. Pero sin la Iglesia el destino de los indios habría sido muy diverso. Y no pienso solamente en la lucha emprendida para dulcificar sus condiciones de vida y organizarlos de manera más justa y cristiana, sino en la posibilidad que el bautismo les ofrecía de formar parte, por virtud de la consagración, de un orden y de una Iglesia. Por la fe católica los indios, en situación de orfandad, rotos los lazos con sus antiguas culturas, muertos sus dioses tanto como sus ciudades, encuentran un lugar en el mundo. Esa posibilidad de pertenecer a un orden vivo, así fuese en la base de la pirámide social, les fue despiadadamente negada a los nativos por los protestantes de Nueva Inglaterra.
La diferencia con las colonias sajonas es radical. Nueva España conoció muchos horrores, pero por lo menos ignoró el más grave de todos: negarle un sitio, así fuere el último en la escala social, a los hombres que la componían. Había clases, castas, esclavos, pero no había parias, gente sin condición social determinada o sin estado jurídico, moral o religioso. La diferencia con el mundo de las modernas sociedades totalitarias es también decisiva. No pretendo justificar a la sociedad colonial. En rigor, mientras subsista esta o aquella forma de opresión, ninguna sociedad se justifica. Aspiro a comprenderla como a una totalidad viva y, por eso, contradictoria”.
[1] Esta sección está basada en Bonfield (2002) y Marre (1997)
[2] Bonfield (2002) p. 165.
[3] Bonfield (2002) p. 164
[4] Bonfield (2002) p. 178.
[5] Cita de Max Rheinstein, especialista en derecho comparado en Bonfield (2002) p. 181.
[6] Konetzke (1962). Colección de documentos para la historia de la formación social de Hispanoamérica. 1493-1810. Madrid, Consejo Superior de Investigaciones científicas, Instituto Jaime Balmes. p. 406. Citado por Marre (1997) p. 7
[7] Marre (1997) p. 8
[8] Esta sección está basada en Cuevas (2000)
[9] Samuelson, Paul (1956) “Social indifference curves. Quaterly Journal of Economics, 70(1):1 22, February citado por Bergstrom (1996)
[10] Un panorama de las aplicaciones de este enfoque se encuentra en Tommasi y Ierulli (1995). Se trata de un volumen de trabajos elaborados mayoritariamente por discípulos de Gary Becker.
[11] En este caso su artículo “A Theory of the Allocation of Time” en Economic Journal Sep 1965. Reimpreso en Becker (1996a) páginas 89 a 114
[12] Becker (1976) p. 210. Traducción propia
[13] Esta sección está basada en Posner (1994)
[14] Posner (1994) página 121.
[15] Posner (1994) página 119. Subrayado propio
[16] Schulttz T W (1961) "Investment in Human Capital" American Economic Review Vol 51 y Becker, Gary (1964). Human Capital. N.Y. : Columbia University Press
[17] Becker (1981) página 136 Traducción propia
[18] Becker (1981) página 136.
[19] Tamura (1995)
[20] Ver referencias en Tamura (1995)
[21] Tamura (1995) página 87.
[22] Posner (1992) página 186. No puede dejar de señalarase que, de ser esta la lógica, debería aplicarse a cualquier categoría de consumo suntuario que beneficiara a los padres de familia.
[23] Posner (1994) p. 195.
[24] Posner (1994) página 188. Traducción propia.
[25] Sen (1991) p. 19
[26] Sen (1991) p. 193
[27] Sen (1991) p. 200
[28] Las leyes de no-fault divorce adoptadas en 1970 en California promovidas por los grupos feministas marcaron un quiebre con la legislación anterior y se fueron extendiendo a las demás legislaturas de los Estados Unidos.
[29] Posner (1992) página 144. Traducción propia.
[30] Este punto lo reconoce explícitamente Cabrillo (1996).
[31] Posner (1992) página 140 Traducción propia.
[32] Posner (1992) pág 174.
[33] Posner (1994) Página 128.
[34] El País, Julio 23 de 2006
[35] El País, Julio 27 de 2006
[36] El Tiempo, Agosto 15 de 2006
[37] Gilma Jiménez “A favor de la cadena perpetua”, Revista Semana Julio 16 de 2006
[38] Testimonio de un maltratador en El Tiempo, Agosto 6 de 2006
[39] Ver por ejemplo Lundberg y Pollack (1996)
[40] Lundberg y Pollack (996)
[41] Rubio (1996)
[42] Daly y Wilson (1988) página 207. Traducción propia
[43] Cerezo Dominguez A I (2001). El homicidio en la pareja: tratamiento criminológico. Valencia: Editorial Tirant lo Blanch
[44] Hoehing, Douglas Edward (2000) "Do jealous spouse abusers exhibit more severe levels of violence than non-jealous spouse abusers: A look at jealousy and other personality and behavioral correlates" PhD Thesis California School of Professional Psychology - Fresno
[45] Telesco, Grace A (2001). "Sex role identity and relationship factors as correlates of abusive behavior in lesbian relationships" PhD Thesis Fordham University
[46] I-Fen Lin, Sara McLanahan (1999) "How Hungry is the Selfish Gene?" NBER Working Paper No.w7401
[47] Daly y Wilson (1988) página 23.
[48] Ruland (1988) página 148
[49] Rodríguez (2004) p. 18
[50] Cuéllar (2000)
[51] Rouland (1988)
[52] Cuéllar (2000) página 280. Algo similar puede decirse que ocurre en la actualidad con el debate sobre el aborto.
[53] Becker (1981) página 39-40.
[54] Ver por ejemplo Htun, Mala Nani (2000) "Private lives, public policies: Divorce, abortion, and family equality in Latin America" PhD Dissertation, Harvard University.
[55] Posner (1994) Página 127.
[56] Ibid página 133
[58] Posner (1994) página 169
[59] Gutiérrez y Vila (1992) página 73. Subrayado propio
[60] Rodríguez (2004a) p. 247
[61] Gonzalbo y Rabell (2004) p. 111
[62] Iannaccone (1995) página 175
[63] Iannaccone (1995) página 175.
[65] Elías y Dunning (1992) página 99
[66] Este es el término que propone Savater (1997).
[67] Savater (1997) página 45
[68] Savater (1997)
[69] Por ejemplo Ledoux (1998)
[70] Savater (1997) página 58
[71] Berman (2001)
[72] "Los padres de un menor deberán indemnizar a una concejal del PP" El País 13 de junio de 2002
[73] Savater (1997) página 64
[74] Lavrin (1991). Sexualidad y matrimonio en la América hispánica. Siglos XVI-XVIII. México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes - Grijalbo. Citado por Marre (1997).
[75] Rodríguez (2004 y 2004a) pp. 15 y 250 a 251
[76] León y Méndez (2004) p. 304 y 310
[77] ver Fukuyama (1995)
[78] Fukuyama (1995) pag 9
[79] Brew (1977) pag 71.
[80] Esta sección está basada en Viazzo (2002)
[81] Viazzo (2002) p. 255. Viazzo (2002) p. 255.
[82] citado por Viazzo (2002) p. 262.
[83] Viazzo (2002) Tabla 6.2 p. 266
[84] Jean Baptiste Moheau (1778) Recherches et Considérations sur la population de la France citado por Viazzo (2002) p. 272.
[85] Viazzo (2002) p. 264
[86] Viazzo (2002) p. 268
[87] Mannarelli (2004) p. 346
[88] Rodríguez (2004a) p. 261.
[89] Gonzalbo y Rabell (2004) p. 106
[90] Rodríguez Sáenz (2004) p. 170
[91] Gutiérrez de Pineda (2000) pp. 312 a 315
[92] Rodríguez (2004a) p. 263
[93] Becker (1976) p 216. Traducción propia
[94] Este era el nombre del Título V del Código Civil Argentino que sólo en 1985 vino a ser derogado definitivamente con la ley 23.264 que eliminó toda distinción en la filiación, estableciendo la igualdad de los hijos ante la ley. http://www.mujer.gov.ar/leg.htm#23264.
[95] Gregorio Peces-Barba, Las luces y las sombras, El País, Agosto 22 de 2006
[96] Chacón e Irigoyen (2003)
[97] Rodríguez (2002b) p. 67
[98] Cita del cronista Zamora por Rodríguez (2002b) p. 71
[99] Gonzalbo y Rabell (2004) p. 95
[100] López Beltrán (2005) pp. 677 y 678
[101] López Beltrán (2005) p. 679
[102] Marre (1997)
[103] Mannarelli (2004) pp. 328, 333 y 337s
[104] Salinas (2004) pp. 392 y 395
[105] Gonzalbo y Rabell (2005) p. 100
[106] León y Méndez (2004) p. 304
[107] López Beltrán (2004) p. 377
[108] Rodríguez (2002b) p. 78.
[109] León y Méndez (2004) p. 296
[110] Para 1801, según el padrón general, la proporción de mujeres se mantenía en el 59.2%. Ramírez (2000) Cuadro 1 p. 23 y p. 32
[111] Ramírez (2000) Cuadro 2, p. 26.
[112] Ramírez (2000) p. 25
[113] Rodríguez (2002b) p. 85
[114] Ramírez (2000) Cuadro 4, p. 53
[115] Salinas (2004) p. 396
[116] Gonzalbo y Rabell (2004) p. 101
[117] Viazzo (2002) p. 274.
[118] Shorter et. al. (1971)
[119] Sprangers y Garssen (2003).
[120] Elías (1994) p. 150
[121] Ramírez (2000) p. 56
[122] Acuña (sf)
[123] Richard Konetzke citado por Ramírez (2000) p. 56
[124] Alejandro de Humboldt (1822). Ensayo político sobre el Reino de la Nueva España. Citado por Gomez, Thomas e Itamar Olivares (1989). Aspectos socio-económicos de la América Española. La Garenne: Editions de l’Espace Européen. p. 61
[125] Rodríguez (2004a) p. 262 y 263
[126] Salinas (2004) p. 400
[127] Gonzalbo y Rabell (2004) p. 105
[128] Mannarelli (2004) p. 341
[129] Rodríguez Sáenz (2004) p. 184
[130] León y Méndez (2004) p. 302
[131] Mannarelli (2004) pp. 338 y 341
[132] Rodríguez Sánez (2004) p. 200
[133] Salinas (2004) p. 400
[134] Mannarelli (2004) pp. 334 y 341
[135] Gonzalbo y Rabell (2004) p. 101
[136] Diccionario de la Real Academia Española
[137] Le Droit de cuissage. La Fabrication d'un mythe, XIIIe–XXe siècle.
[138] Los Funerales de la Mamá Grande. Gabriel Gacría Márquez
[139] Barrios, Eduardo (2000). Gran señor y rajadiablos. Alicante : Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2000. Edición digital basada en la de Santiago de Chile, Editorial Andrés Bello, 1981.
http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/02482175211359273022202/index.htm
[140] García Márquez (2002) p. 198
[141] “Simón Hoyos querelló a la mamá de la nena que abusó” en El Tribuno Salta, Julio 4 de 2006.
[142] Wurgaft (2003)
[143] Ibid.
[144] Ibid.
[145] Cárdenas (2005) pp. 176 y 223
[146] Testimonio de Carolina en HRW(2003).
[147] Testimonio de Angela, antigua combatiente de las FARC en HRW(2003) p. 44. Subrayado propio.
[148] Domínico Nadal “Braguetas de escándalo”, ANNCOL, Julio 13 de 2006
[149] Gledhill (2000) pp. 26 y 27
[150] Wettlaufer (2000).
[151] Ver Paul-Eric (sf). “Le droit de cuissage, un malentendu qui a la vie dure”
http://www.zetetique.ldh.org/cuissage.html, Fraisse, Geneviève (1996) “Droit de cuissage et devoir de l'historien” Clio 3 (1996).
[152] Abel López, revisión del libro de Boureau en Historia Crítica Nº 20 de la Universidad de los Andes. http://historiacritica.uniandes.edu.co/datos/pdf/data/rev20.pdf
[153] Entrevista de Elí Bravo a Mario Vargas Llosa en http://www.elibravo.com/texRadio.html
[154] Capítulo 7 segunda parte.
[155] Huneeus, Pablo (2003). “Derecho de pernada”. http://pablo.cl/index.php?seccion=articulos;art=131
[156] Barros (1993)
[157] Citado por Barros (1993)
[158] Barros (1993)
[159] Citado por Barros (1993)
[160] Citado por Barros (1993)
[161] Bercé (1990) p. 122
[162] Louis (1994)
[163] Yalom (2003) p. 90
[164] “La historia de mis desgracias” citada por Yalom (2003) p. 85
[165] Citada por Yalom (2003) p. 85
[166] Citada por Yalom (2003) p. 93
[167] Citada por Yalom (2003) p. 93
[168] Citada por Yalom (2003) p. 94
[169] Yalom (2003) p. 133
[170] Elías (1994) p. 151
[171] Elías (1994) p. 151
[172] Thomas More, Utopía, http://es.wikisource.org/wiki/Utopía
[173] Citado por Fernández Álvarez (2005) p. 121
[174] Citado por Fernández Álvarez (2005) pp. 124 y 143
[175] Fernández Álvarez (2005) p. 122
[176] Searle (1976)
[177] Bennet (2003) y VVAA(2004)
[178] Brownmiller (1976)
[179] Burguière (1986) p. 395
[180] Wilson (1993) p. 213
[181] Fernández Álvarez (2005) p. 90
[182] Yalom (2003) p. 73
[183] Yalom (2003) p. 140
[184] Fernández Álvarez (2005) pp. 163 y 164
[185] Yalom (2003) p. 137
[186] Citado por Fernández Álvarez (2005) pp. 144 y 145
[187] Bermúdez (1993) p. 68
[188] Yalom (2003) p. 141
[189] Citado por Fernández Álvarez (2005) pp. 130 y 131
[190] Londres 1614, Citado por Yalom (2003)
[191] Tournier (2003) p. 11
[192] Keyes (2004) p. 4
[193] “He or she who marries where they affect not, will affect where they marry not” citado por Keyes (2004) p. 4
[194] Here lies a she sun, and a he moon there ; / She gives the best light to his sphere ; / Or each is both, and all, and so / They unto one another nothing owe ; / And yet they do, but are / So just and rich in that coin which they pay, / That neither would, nor needs forbear, nor stay ; / Neither desires to be spared nor to spare. / They quickly pay their debt, and then / Take no acquittances, but pay again ; / They pay, they give, they lend, and so let fall / No such occasion to be liberal. / More truth, more courage in these two do shine, / Than all thy turtles have and sparrows, Valentine.
Donne, John. Poems of John Donne. vol I. En http://www.luminarium.org/sevenlit/donne/palatine.htm
[195] Yalom (2003) p. 134
[196] Bonfield (2002) p. 175
[197] Sarti (2002) p. 55
[198] Sarti (2002) p. 51
[199] Elías (1994) p. 154
[200] Sarli (2002) p. 60
[201] Piera, Mónica y Albert Mestres (1999). El mueble en Cataluña. El espacio doméstico del gótico al modernismo. Barcelona: Angle Editorial
[202] Yalom (2003) p. 162
[203] Ibid p. 165
[204] Ibid p. 169
[205] Ibid p. 165
[206] Ibid p. 170
[207] Betancur (2004)
[208] Bermúdez (1992) p. 72
[209] Yalom (2003) p. 172
[210] Mannarelli (2004) p. 327
[211] Gonzalbo y Rabell (2004) p. 100
[212] Vera (2004) p. 133
[213] El Tiempo, Agosto 27 de 2006
[214] Jotamario Arbeláez. “El crimen del siglo”. El Tiempo, Agosto 2 y 16 de 2006
[215] Ganadores en conjunto del Premio Nobel de 2001 ''por sus análisis de los mercados con información asimétrica, es decir, aquellos en los que unos agentes disponen de más datos que otros para predecir su evolución".
[216] Akerlof, George (1970) "The Market for 'Lemons': Quality Uncertainty and the Market Mechanism," The Quarterly Journal of Economics, MIT Press, vol. 84(3), pp. 488-500.
[217] Rodríguez (2004a). p. 258
[218] Bermúdez (1992) p. 81
[219] García márquez (2002) pp. 270 y 271
[220] Abbot (2001) p. 334
[221] Gutiérrez de Pineda (2000) p. 424
[222] Mannarelli (2004) p. 340.
[223] Mannarelli (2004) p. 341
[224] Citado por Mannarelli (2004) p. 342
[225] Rodríguez, Penélope (1985). La virgen madre, símbolo de la feminidad. Citado por Bermúdez (1992) p. 108
[226] Citado por Mannarelli (2004) p. 353
[227] Bermúdez (1992) p. 83
[228] Ibid.
[229] Citado por Bermúdez (1992) p. 77
[230] http://www.mujereshoy.com/secciones/3094.shtml
[231] ReligiónDigital, noviembre 10 2005, http://www.periodistadigital.com/religion/object.php?o=223971
[232] Reseña del libro en Revista Proceso No. 1512, Sección Religión, 23 de octubre de 2005, pp. 50-54
[233] Citado por Fernández Álvarez (2005) p. 207
[234] José Martí. Obras escogidas en tres tomos" (Tomo I, 1869-1885). La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 2000; pp. 103-105. En http://www.sectas.org/Secciones_Especiales/padreamaro/Marti_Amaro.htm
[235] Acemoglu, Johnson y Robinson (2005)
[236] Nelson (2001) p. 232
[238] Citado por Coase (1994) p. 101
[240] Putnam R (1994)
[241] Putnam (1994)
[242] Fukuyama (1995) pag 30
[243] Kalmanovitz (sf) pp. 2 a 7
[244] Ibid.
[245] Acemoglu, Johnson y Robinson (2005)
[246] Bermúdez (1993)