LOS ESCENARIOS DEL MERCADO DEL SEXO

Pobreza y riqueza

Los indicadores de desarrollo

La venta de servicios sexuales requiere, como en cualquier mercado, de alguien que los compre. Por esta razón, la relación entre la prostitución y el entorno económico en una sociedad no es clara. La pobreza y la riqueza afectan de manera distinta a las partes envueltas en el intercambio de sexo por dinero. Si las limitaciones económicas determinan la oferta de sexo, con la demanda pasa justo lo contrario, pues se contrae con la pobreza. Como bien lo ilustra un empresario de moteles en una zona afectada por un atentado terrorista en el Asia, “la isla por poco se va a la mierda. Nadie quería venir a Balí. Los negocios cerraban y despedían a la gente. No sólo provocó el declive de la demanda occidental sino que, de rebote, los de aquí, con menos dinero, no podían permitirse ir de putas” [1].

Por el lado del suministro de servicios sexuales, la explicación más generalizada para la prostitución es la que se puede denominar materialista. Tanto para la guerra como para el amor, es la precariedad económica la que empuja a las personas, como opción extrema, a venderse. En su trabajo pionero sobre la prostitución en París, realizado en el siglo XIX, Parent Duchatelet cambió la visión del gran vicio social por la de una ocupación, especializada pero transitoria, de las mujeres trabajadoras de escasos recursos. Sin el respaldo de los voluminosos registros con que se contaba en Francia, la nueva visión del rol determinante de la pobreza y el desempleo fue también acogida en Inglaterra. La literatura francesa de la época contribuyó a la divulgación de esta idea. De la pecadora, pícara y mañosa que engañaba a los hombres en autores como Quevedo, con los novelistas franceses se inicia el proceso de desculpabilización de la prostituta para convertirla en un reflejo de la sociedad. Fantine, en Los Miserables de Victor Hugo, aparece como la consecuencia de la injusticia social: la joven frágil y marginada que tiene que vender su cuerpo para comprar carbón en el frío invierno parisino [2]. Por la misma época, el activismo de las feministas inglesas de la LNA (Ladies’ National Association) consolidó la noción de la pobreza, no el pecado, como principal causa del comercio sexual. “La economía está en el meollo de la moralidad práctica” declaraba su más visible lider, Josephine Butler [3].

Con leves variaciones, esta figura ha persistido hasta nuestros días. “Las mujeres dominicanas traficadas a Austria eran presas fáciles de reclutar porque no tenían suficientes ingresos para pagar por la comida en su país” [4].

Sobre la demanda por servicios sexuales, y su relación con las condiciones económicas, la literatura es más parca. En últimas, como en los Miserables o en la novela de Houellebecq, se supone que siempre hay algún ricachón, burgués o turista, dispuesto a pagar por los servicios sexuales de la pobre mujer obligada a ofrecerlos. Para los hombres, el asunto parece ser político, o moral, pero nunca económico.

Vásquez (1998) es crítico con los prejuicios que abundan en la literatura, entre ellos el que con tino denomina el miserabilismo  y reseña varios trabajos en los cuales se ha refutado por simplista la asociación entre pobreza y prostitución. A pesar de lo anterior, señala que “la actual reactivación de la prostitución bajo todas sus formas parece ligada al aumento de las bolsas de pobreza y exclusión, consecuencia, en Occidente, de la precarización del empleo y de la desprotección social de una creciente población que vive en situación de vulnerabilidad” [5].

En cierta medida, los datos de la GSS parecen dar apoyo, a nivel agregado y por países, a la tesis de Fantine de Victor Hugo. A pesar de que la pregunta sobre incidencia de sexo pago en el GSS estaba orientada a la demanda por servicios sexuales, para la cual cabe esperar una asociación positiva con el desarrollo económico, lo que aparece es un mercado global del sexo más determinado por la oferta. Para los 33 países incluidos en la muestra, la incidencia de sexo pago (ISP) aparece negativamente correlacionada tanto con el Indice de Desarrollo Humano (IDH) calculado por Naciones Unidas, como con sus tres componentes. El reporte de haber comprado servicios sexuales es, en promedio, mayor en los países menos desarrollados. El índice de correlación [6] entre las dos variables es negativo y está lejos de ser despreciable:  59%.

A pesar de la observación anterior, se debe señalar que los dos países con más bajo nivel de desarrollo de la muestra –India y Suráfrica-  no son los que presentan mayor incidencia de prostitución. Además, hay dos lugares –Honk Kong y Singapur-  en los que, a pesar del alto IDH, la incidencia del sexo pago es importante.


Entre países, la correlación negativa de la prostitución se da no sólo con el Indice Global de Desarrollo Humano sino con sus tres principales componentes: la esperanza de vida al nacer, la escolaridad y el ingreso per cápita. De estos tres ámbitos que afectan la calidad de vida de una sociedad, el que muestra una asociación más estrecha con el comercio sexual es la escolaridad. También se puede destacar que el valor de la correlación de la prostitución es superior con el índice global que con cualquiera de sus componentes.

Así, el cruce de los datos de la GSS con los estimativos más completos y actualizados sobre diferencias –no exclusivamente económicas-  en calidad de vida parecen dar respaldo, en el agregado, a la idea de la prostitución como una manifestación adicional del subdesarrollo de una sociedad.

La naturaleza del vínculo con los indicadores de desarrollo sugiere un matiz en su intrepretación. La asociación negativa no es contundente. Lo que se observa es que en los países muy desarrollados  el reporte de sexo pago se sitúa alrededor del 10%. En el otro extremo, en los países más atrasados, la incidencia de prostitución es casi el doble. Sin embargo, en los rangos medios de desarrollo, el comercio sexual está menos generalizado que en los países más pobres, pero también es inferior al que se observa en las sociedades más avanzadas. Así, parece prudente aceptar que existen otros factores, distintos al desarrollo, que afectan la prostitución.


El escenario se torna aún más complejo cuando en la nube de puntos que conforman la muestra total de países se hace una simple división por regiones. Con este leve artificio queda claro que lo que en la gráfica anterior se podía interpretar como una especie de ley universal entre el comercio sexual y el desarrollo, presenta peculiaridades regionales. Así, por ejemplo, es en el Asia en dónde con mayor claridad se observa esa especie de relación con forma de U, primero decreciente y luego creciente, entre prostitución y nivel de vida. En Europa del Este, la asociación negativa predomina, pero es un solo punto, el correspondiente a Rusia, el que determina ese signo y su magnitud; para el resto de países del antiguo bloque comunista el efecto negativo es menos obvio. En Europa, se alcanza incluso a percibir un vínculo positivo entre desarrollo y mercado del sexo.



La correlación con indicadores directos de pobreza –como la proporción de población desnutrida-  tampoco es inequívoca. De nuevo, bajo un escenario global en el que los países con mayores problemas de desnutrición presentan un comercio sexual importante, la desagregación por regiones cambia el panorama: en el Asia la asociación entre pobreza y prostitución es positiva mientras que en Europa del Este aparece negativa.

Estas discrepancias en la asociación entre desarrrollo y prostitución se detectan con mayor nitidez al calcular las correlaciones por regiones. Las disparidades que se observan son pertinentes no sólo para el IDH agregado sino para sus tres componentes. La correlación entre prostitución y esperanza de vida al nacer es negativa e importante en Europa del Este, pero positiva y baja en Asia y Europa. Algo similar ocurre con el ingreso per cápita. A su vez, la escolaridad se asocia negativamente con el comercio sexual en el Asia pero no en Europa.

Desigualdad

Es probable que las malas condiciones sociales y económicas que estimulan la oferta de prostitución puedan ser, a su vez, un factor limitante de la demanda por servicios sexuales. Estas dos tendencias contradictorias que, en el agregado, existen entre el nivel de vida y la incidencia de prostitución, se han solucionado en la literatura recurriendo a la figura del hombre rico de un país desarrollado  que contrata los servicios sexuales de las mujeres marginadas del tercer mundo, bien sea como turista sexual, o como consumidor local de servicios ofrecidos por inmigrantes. Sin embargo, para este escenario de un hombre con recursos monetarios suficientes para pagar por tener sexo con una mujer en situación de precariedad, no es indispensable un mercado internacional. Como se vió, la mayor parte de estos intercambios se da a nivel local.

Basta con que en una misma sociedad existan desigualdades en la distribución del ingreso para que se faciliten tanto la oferta como la demanda por servicios sexuales. Esto es precisamente lo que muestran los datos de la GSS cuando se cruzan con el indicador más usual para la distribución del ingreso, el coeficiente de GINI [7]. La asociación positiva es clara. El índice de correlación entre las dos variables es del 60%. Además, y con la excepción del Asia  en dónde un solo país, el Vietnam, altera la correlación positiva,  en todas las regiones, y en la muestra global, la relación es clara: a mayor desigualdad económica es mayor la compra de servicios sexuales.



Puede pensarse que, como ocurre con otros servicios –domésticos, de atención a la vejez, cuidado de niños, entretenimiento, restaurantes y hoteles- una brecha importante de ingreso entre quienes los prestan y quienes los disfrutan, los atendidos, contribuye a su dinamismo. Pero sería desafortunado, para dar cuenta de esta asociación entre desigualdad económica y sexo venal, limitar la explicación al ámbito laboral. Es posible que, al igual que en varias ramas del sector servicios, los escenarios en los que ocurren estas transacciones sean a su vez ambientes favorables al galanteo, la conquista y el flirteo, y en particular a los que normalmente están vedados entre las distintas clases sociales.

En este contexto, es pertinente una mención a una regularidad que se ha observado en distintas sociedades, y en varias épocas, y es lo que los antropólogos denominan la hipergamia: la tendencia de las mujeres a “casarse hacia arriba” (marry up). En las áreas rurales del norte de la India se ha señalado que una posible causa para el infanticidio femenino, incluso entre las castas superiores, fue la falta de maridos del mismo rango y la restricción, para ellas, de emparejarse hacia abajo [8]. Este impedimento, normalmente, no aplica para los hombres. En el Hinduismo, las reglas de matrimonio entre castas introducidas por Raja Vallala Senal de Bengal (1158-1169) permitían a los hombres de las tres castas superiores casarse con mujeres inferiores [9]. En el mismo sentido el Talmud les recomienda a ellos, “bajar un escalón para tomar una esposa” [10].  Aunque los primeros sultanes otomanes se casaron con hijas de gobernadores o de la familia real bizantina, después de la conquista de Contastinopla se volvió casi una costumbre casarse con odaliscas, esclavas del harem. Además, el sucesor al trono era el hijo mayor del sultán en el momento de su muerte, de manera independiente del origen de la madre, quien desde ese momento se convertía en kadin, haseki sultana, o sea en reina madre y administradora del harem, con un inmenso poder. La posibilidad de este vertiginoso ascenso social, de campesina a la cúspide del poder, era lo que facilitaba el reclutamiento, con frecuencia voluntario, de odaliscas. “La promesa de una vida de lujo y facilidades era más fuerte que los escrúpulos de los padres con la entrega de sus hijas al concubinato. Muchas familias estimulaban a sus hijas a seguir esa vida” [11]. En la China, como se vió, era común comprar una concubina en un burdel, para después hacerla esposa. Fueron varios los casos de prostitutas que llegaron a ser reinas. En las sociedades feudales por lo general se aceptaba que los hombres, pero no las mujeres, se casaran por debajo de su rango. Como en los cuentos de hadas, era más usual la alianza de un príncipe con una plebeya que la de una princesa con alguien del pueblo.

Si las reglas matrimoniales entre clases sociales han más sido flexibles para el matrimonio de los hombres, con mayor razón lo han sido para las aventuras sexuales juveniles o extramaritales. Prohibidas para las mujeres y aceptadas o estimuladas para los varones, han sido típicas con muchachas de clase inferior, concubinas o prostitutas.

El mercado laboral

Si la correlación de la incidencia de sexo pago con los indicadores de desarrollo humano presenta peculiaridades regionales que impiden adoptar como explicación general de la prostitución la precariedad en el nivel de vida, la comparación de los datos de la GSS con algunas variables del mercado laboral en los distintos países reserva sorpresas aún mayores. La principal es la correlación negativa que se observa entre la Incidencia de Sexo Pago (ISP) por países y la correspondiente tasa de desempleo femenino (DF). Los países en dónde el reporte de haber estado con una prostituta es mayor se caracterizan por un mercado laboral más favorable para las mujeres. Esta correlación negativa con el desempleo se da tanto con total de mujeres como entre las adolescentes.


Otro indicador menos coyuntural del mercado de trabajo, la tasa de participación laboral femenina, muestra una asociación positiva con la prostitución, sobre todo en aquellas regiones –Asia y Europa del Este-  en dónde su incidencia es mayor.



No es fácil interpretar estos resultados sin introducir en el análisis elementos por fuera del ámbito estrictamente monetario. La tasa de participación laboral tiene, por definición, una connotación económica. Pero sería inadecuado plantear que en la decisión de vincularse al mercado de trabajo, no juegan otro tipo de influencias, como por ejemplo salirse del ambiente familiar para ganar mayor independencia, no sólo económica sino política, religiosa, cultural o sexual. Para las mujeres en particular, la decisión de salir de casa para buscar un empleo en la calle implica un rompimiento con el rol tradicionalmente asignado de permanecer en el hogar para encargarse de la crianza de los hijos. Y hay factores no económicos ni salariales involucrados en esta decisión tales como la religión, las tradiciones y la cultura. Sería ingenuo plantear que diferencias tan grandes como las observadas en la tasa de participación laboral femenina en sociedades con un nivel de desarrollo similar, como India con 28% y Vietnam con 49%, se explican en su totalidad por los salarios. O que la gran homogeneidad que se observa en Europa se debe a condiciones uniformes de los mercados laborales. Así, una lectura prudente del diferencial en las tasas de participación laboral femenina sería asociarlo con el mayor o menor apego a los esquemas tradicionales sobre el rol de la mujer, y de su relación con la familia.

En ese sentido, lo que muestran los datos de la GSS cuando se cruzan con este indicador clave del mercado de trabajo es que en aquellas sociedades en las que las mujeres han mostrado mayor decisión para romper con el rígido esquema de “la mujer en el hogar” coinciden con aquellos en los cuales la incidencia de prostitución es superior. En últimas, hay algo de respaldo en los datos a la idea, promovida por algunos sectores feministas, de la prostitución como un síntoma de emancipación femenina.  De nuevo, es conveniente destacar las diferencias regionales. Por un lado, es en el Asia y en Europa del Este, las regiones con mayor incidencia de sexo pago, en dónde la asociación positiva entre mujeres dispuestas a trabajar y prostitución es más estrecha. En Europa, por el contrario, la relación no es tan nítida, en parte por la escasa varianza en la tasa de participación laboral femenina.

El hecho que se observe, con particular intensidad en el Asia y Europa del Este, una correlación negativa entre la prostitución y la tasa de desempleo femenina –adulta y adolescente-  es uno de los mayores desafíos que ofrece la GSS a la tradicional idea de la prostitución como última y desesperada instancia de supervivencia en un mercado laboral estrecho. Lo que sugieren los datos no es que la prostitución reemplace, o sustituya, el empleo que no se pudo encontrar. Al contrario, lo que parecería es que la prostitución complementa mercados laborales dinámicos. Los datos del Asia son incontrovertibles al respecto. En Vietnam, líder en la incidencia de sexo pago, la tasa de desempleo femenina es tan sólo del 2.4%. Entre las jóvenes de 15 a 19 años, apenas llega al 5%. En Tailandia, probablemente el ícono contemporáneo de la prostitución, el desempleo femenino es un irrelevante 1.4%, y entre las adolescentes es apenas del 4%. Para poner estas cifras en perspectiva, baste anotar que para la muestra total de países la tasa promedio de desempleo femenino es del 8.6%, con un máximo del 31.7% y un mínimo del 1.4%, precisamente en Tailandia. Entre las jóvenes el promedio es del 17% con un tope del 65% y un piso del 4%, de nuevo en Tailandia.

La comparación de los datos por países no avala la hipótesis propuesta por Vásquez (1998) que “el trabajo de la mujer permite sustituír a la oferta de prostitución”. Citando el ejemplo de Europa en la posguerra y España tras la Guerra Civil este historiador señala que “la ausencia de ocupaciones para la mujer provocó un alza espectacular de la prostitución” [12]. Para los países asiáticos y Europa del Este en la actualidad lo que se observa es, por el contrario, que dos síntomas de restricción en el mercado de trabajo femenino, la baja participación laboral y el alto desempleo, se asocian con una incidencia de sexo pago inferior a la observada en países con amplias perspectivas laborales para las mujeres.  Es probable que parte de la explicación para la alta prostitución tanto del sudeste asiático en la actualidad, como en Europa después de la guerra se encuentre, además de la guerra, como sugiere el mismo Vásquez, en un “mercado matrimonial restringido”.

En este escenario de la prostitución como una opción, no siempre un último recurso, de la mujer moderna que trabaja o estudia, encajan algunos testimonios.  Como el de May, que atiende en el Embassy de Bangkok. “Vengo aquí después de salir del colegio … Gano bastante más que haciendo otro tipo de trabajos y me cuesta mucho menos esfuerzo … Utilizo el dinero para comprarme cosas que me gustan, como ropa o un teléfono móvil. Ahora quiero comprar un DVD. Pero también tengo ahorrado bastante dinero para cuando deje de hacer esto” [13]. En sus memorias, con el sugestivo título de “Una cortesana en la U” (Une courtisane à la fac) Sacha Love, luego de revisar un buen número de avisos clasificados franceses señala que “las estudiantes permanecen discretas en el asunto de la prostiución en las universidades, por pudor o vergüenza, pero se las encuentra anunciándose y el cliente ávido de jóvenes no duda en poner también anuncios solicitándolas”. El sindicato SUD de estudiantes estimaba que, para finales del 2006, había en Francia cerca de 40 mil estudiantes que se prostituían para pagar sus estudios [14].

Hasta qué punto se trata de una necesidad para sobrevivir o de un mecanismo para acceder a ciertos caprichos de consumo es un terreno pantanoso de discusión que no vale la pena profundizar. El punto sobre el cual sí vale la pena llamar la atención, y que sugieren los datos de la GSS, es que la prostitución no siempre resulta de la falta de empleo, o de estudio, sino que puede ser una actividad complementaria. Y eso que parece estar ocurriendo en el Asia en la actualidad no es muy distinto de lo que sucedía en París en el siglo XIX, cuando las jóvenes que vendían sus encantos eran por lo general “obreras, lavanderas, costureras, blanqueadoras, modistas o algunas floristas que trabajaban en los talleres del centro” [15].

Otro punto digno de mención es que la correlación positiva que se observa entre la incidencia del sexo pago y la tasa de participación laboral femenina no concuerda del todo con otra idea generalizada según la cual la prostitución es una institución mantenida por la doble moral patriarcal para complementar una sexualidad restringida dentro del matrimonio. Lo que se observa es que a mayor participación laboral, lo que en principio reduce o retrasa la nupcialidad, es también mayor la incidencia de sexo comercial. La prostitución aparecería en estos datos comparativos por países como una especie de etapa transitoria, tanto en el ámbito del mercado laboral como en el de parejas.

Demografía

Matrimonio y comercio sexual

Una de las teorías más antiguas sobre la prostitución plantea que se trata de una válvula de escape de la sociedad patriarcal, una especie de evacuación, un desagüe de los bajos instintos masculinos, necesaria para que se mantengan en forma el matrimonio y la familia. Para Parent-Dûchatelet, “las prostitutas son, en una aglomeración grande de hombres, tan inevitables como las alcantarillas, la tubería y los depósitos de inmundicia.  La respuesta de las autoridades debe ser la misma ante las unas y los otros”. Sin la metáfora del alcantarillado, una prostituta francesa comparte la visión, original de San Agustín, del mal menor: “hay necesidad de la prostitución, pues limita las frustaciones y evita las violaciones” [16].

Bajo esta lógica, una de las funciones primordiales de la prostitución sería la de solucionar el dilema entre la castidad femenina -conveniente para la estabilidad del matrimonio y la familia-  y la sexualidad más promiscua de los hombres. Así, asuntos como la inicación de la vida sexual de los varones o el desfogue de sus impulsos sexuales cuando están emparejados, que en distintas épocas y sociedades han impulsado la prostitución, reflejarían esta labor al permitir un doble estándar en materia de sexualidad.

Para operacionalizar esta idea con los datos comparativos por países, se puede analizar la relación existente entre los indicadores de nupcialidad y el comercio sexual. Por las grandes diferencias que existen entre países en los regímenes matrimoniales, un posible indicador de la nupcialidad lo constituyen las tasas de fecundidad. Lo que se observa, a nivel global, es una asociación positiva, aunque pequeña en magnitud, entre la fecundidad y la incidencia del sexo pago. Para la muestra total de países, la correlación entre el comercio sexual y la fertilidad total  -el número de hijos por mujer- es de 23%. A mayor número promedio de hijos, mayor es la incidencia de sexo pago. Así, puede pensarse en cierto respaldo, con los datos comparativos por países, a la la teoría del mal menor: la prostitución se insinúa como un elemento que complementa –¿o sustenta?- la familia tradicional. Es oportuno anotar que estos resultados no son consistentes con lo que se podía inferir, indirectamente, de los datos sobre participación laboral femenina.

En forma similar a lo observado con los indicadores de desarrollo humano, tras esta aparente asociación global positiva, aparecen particularidades regionales. En el Asia, por ejemplo, la fertilidad presenta una asociación negativa con la incidencia de sexo pago. Allí dónde el sexo pago está más extendido, aparece como un sustituto del matrimonio, y no como el complemento que plantea la teoría tradicional. Es en Europa, por el contrario, en dónde la asociación entre prostitución y fecundidad se muestra positiva. En Europa del Este no se sugiere ninguna asociación relevante.


Fuera de esta dimensión descriptiva de la teoría del mal menor –la prostitución al servicio de la sexualidad masculina y en detrimento de la femenina- que ha sido retomada e impulsada por la literatura feminista, el tema de las interrelaciones entre el comercio sexual por un lado y el matrimonio, la familia o la vida de pareja, por el otro, ha sido  excluído del debate. En particular cuando se trata de la vida de pareja de quienes ofrecen servicios sexuales. Ni para las víctimas de la explotación sexual ni para las trabajadoras del sector del sexo, los asuntos de romance, flirteo, apareamiento –todos inherentes al sexo-  han despertado la atención de la literatura comprometida, o de las investigaciones periodísticas. Paradójicamente, siguen recibiendo mayor atención la familia y la vida de pareja del cliente –quien con el comercio carnal contribuye a la represión sexual femenina en su hogar-  que la de las prostitutas, que viven del sexo. En cierta medida, y tal como las prostitutas londinenses entrevistadas por Day (2007) establecen un límite claro y tajante entre el trabajo –entendido como el sexo con extraños-  y su vida sentimental e íntima, en el debate contemporáneo sobre prostitución se ha considerado irrelevante la discusión sobre los avatares amorosos de quienes ejercen una de las actividades que más de cerca los rondan.

Las complejas relaciones entre fertilidad y participación laboral femenina han desvelado desde siempre a los economistas. A pesar del renovado entusiasmo que se dio a partir de los  trabajos de Gary Becker al final de lo años sesenta, grandes interrogantes siguen sin respuesta, y la generalización y transferencia de los resultados obtenidos con datos norteamericanos a otros entornos sigue siendo una aventura arriesgada [17]. Recientemente, esta misma disciplina se ha lanzado a introducir el dilema entre fertilidad y trabajo femenino como elemento crucial en la explicación del comercio sexual. En su Teoría de la Prostitución, Edlund y Korn (2002) señalan que se trata de un oficio intensivo en trabajo femenino, con baja calificación y, paradójicamente, bien pago. La explicación, en la línea beckeriana que todas las decisiones humanas se toman después de una minuciosa evaluación del mercado laboral, es que las prostitutas obtienen un pago compensatorio por la oportunidad perdida de ofrecer su fertilidad en el mercado matrimonial. De acuerdo con estas dos economistas, al decidirse por la prostitución, las mujeres renuncian a las ventajas del matrimonio y es por ese sacrificio que el mercado les ofrece una remuneración desproporcionada para su calificación.

Esta teoría encajaría en la tradicional idea del mal menor: el mercado sexual como válvula de escape del matrimonial pero también, implícitamente, avala la línea más liberal del debate para la cual el del sexo es un oficio que se elige racionalmente. Y tiene la indudable novedad de mirar la relación entre familia y prostitución por el lado de la mujer que ofrece los servicios y no simplemente desde la perspectiva de la patriarcal clientela. Al parecer, puesto que plantea varias hipótesis susceptibles de contraste empírico, el trabajo ha despertado interés entre los economistas por algunos de los enigmas del comercio sexual. Arunachalam y Shah (2008), por ejemplo, ratifican la observación que se trata de un extraño segmento del mercado laboral en dónde las remuneraciones desafían la lógica económica tradicional. Con bases de datos sobre prostitución en Ecuador y México, que comparan con encuestas laborales, encuentran –luego de controlar por los determinantes salariales-  un premium del orden del 40% en los ingresos de las prostitutas. Como nueva paradoja desde una perspectiva laboral, observan que el extra en la remuneración disminuye con la experiencia (edad) de las mujeres. Sobre la hipótesis central de la incompatibilidad entre matrimonio y prostitución,  los datos de Ecuador y México no corroboran el planteamiento original de Edlund y Korn, ni la teoría del mal menor. Las tasas de nupcialidad globales entre las prostitutas no son despreciables  29% en Ecuador y 20% en México  y al descomponerlas por edades se encuentra, con sorpresa, que en edades tempranas, precisamente cuando el premium laboral es mayor, la nupcialidad de las prostitutas es superior a la de las demás mujeres.

Tras observar que las diferencias salariales entre el trabajo sexual y los demás segmentos del mercado laboral son mayores entre los hombres que entre las mujeres, lo que constituye otro resultado en contra de la idea de la compensación por el sacrificio de fertilidad, Arunachalam y Shah (2008) ofrecen como hipótesis alternativa para el extra salarial en el comercio sexual la de una compensación por los mayores riesgos de salud inherentes a la actividad. Encuentran apoyo parcial a la hipótesis, puesto que la carga impuesta por el trabajo sexual implicaría un diferencial de tan sólo 10%, bastante inferior al observado.

Estos trabajos suscitan un par de comentarios, elementales e ingenuos. El primero es el de la precariedad del supuesto implícito sobre la racionalidad de la decisión de involucrarse en el comercio sexual, con una detallada evaluación de las alternativas disponibles, con la capacidad de ponerle un equivalente monetario tanto a la fertilidad como a los riesgos de salud inherentes a la actividad para consecuentemente, cobrar un premium salarial que, de manera automática, pagan los clientes. La prostituta implícita en estos dos trabajos resulta tan racional y calculadora como la más veterana de las trabajadoras sexuales italianas, francesas o tailandesas que han dado el paso de buscar un auditorio político para discutir los pormenores del oficio y ampliar su aceptación social. No son masivos los testimonios que corroboren este enfoque realmente empresarial de la prostitución. Algunos disponibles [18] se concentran en el sector de la prostitución de lujo, y la consideran como una etapa pasajera hacia la vida de pareja estable, nunca como su sustituto. En su lugar, son más corrientes las historias de vida con senderos tortuosos, no siempre explícitos, algunos desde la infancia, plagados de incertidumbres, engaños, desengaños o coerciones y más determinados por una cadena de corrección ex post de errores sucesivos que por una exhaustiva evaluación ex ante de un abanico conocido de opciones.

El segundo comentario tiene que ver con la sorpresa que suscita, en estos trabajos, la falta de referencia a la que podría ser la explicación económica más simple y parsimoniosa sobre el premium salarial a la prostitución: una sólida y permanente restricción a la oferta sustentada en factores legales, culturales, educativos, morales y religiosos. El de sexo por dinero ha sido, en muchas sociedades, uno de los intercambios con mayor tabú y veto social. Si se tratara de una simple decisión econónica y racional, de una industria como la del pan, la vivienda o los vegetales, sujeta sin más a las leyes del mercado es posible que la oferta se adecuaría a la demanda, con los consecuentes mecanismos de aprendizaje, capacitación y especialización. A pesar de la mayor libertad sexual, claramente ese no es el caso en la actualidad. Si para la prostitución adulta la legislación sigue siendo variada y contradictoria entre sociedades –con una tendencia hacia la abolición-  en materia de prostitución juvenil e infantil, el acuerdo para combatirla y restringirla es ya universal. Hay un consenso global en seguir imponiendo restricciones a la oferta de servicios sexuales, cada vez mejor focalizadas en el segmento dónde la presión de la demanda es mayor: entre los jóvenes. 

Es precisamente esa universal demanda varonil por juventud y belleza física, lo que está en la base de una de las pocas, y paradójicas desde la perspectiva laboral, señas de mercado que persisten en uno tan restringido y controlado como el del sexo: la depreciación de los ingresos con la experiencia. Los resultados de México y Ecuador, así como múltiples testimonios, son consistentes con la observación de un extra salarial que decrece con la edad de las prostitutas. De nuevo, sorprende que no se haya hecho referencia a lo que claramente es un elemento determinado por la demanda. Al igual que los oficiales de los ejércitos, o los emperadores y los burócratas chinos, los varones clientes de la prostitución, prefieren las mujeres más jóvenes.  La supuesta exigencia de un premium por los riesgos de salud inherentes al oficio es, como explicación, menos parsimoniosa y convincente.

Es desafortunado no contar en la encuesta del GSS con datos sobre incidencia de sexo pago en América Latina para poder contrastar con datos agregados la idea propuesta por Arunachalam y Shah (2008) en el sentido que la prostitución no necesariamente es una opción que excluye la maternidad sino, sobre todo entre las mujeres más jóvenes, algo que se da de manera simultánea. En particular, sería del mayor interés poder comparar, para América Latina, los datos sobre incidencia de comercio sexual con un indicador interesante, por su variedad regional, como es el de la fecundidad adolescente. A priori, y bajo el supuesto que un porcentaje de los embarazos adolescentes son no deseados y pocas veces conducen al establecimiento de una pareja estable, cabría esperar una asociación positiva con la prostitución. Esta sería una eventual manera para contrastar con datos agregados otra idea recurrente en los testimonios, en las novelas e incluso en la literatura comprometida: la prostitución como una de las pocas salidas para un embarazo no deseado en aquellas sociedades patriarcales que valoran la virginidad.

El tema de los vínculos entre maternidad y prostitución con todas sus ramificaciones –la vida íntima de las prostitutas, sus amores, sus parejas y sus hijos-  que en un ambiente desprevenido y menos politizado se consideraría pertinente para analizar el intercambio de sexo por dinero, constituye uno de los mayores vacíos de la literatura y el debate contemporáneos. De eso sencillamente no se habla. Parece tan irrelevante para entender la industria del sexo como lo es el estado civil de los obreros para estudiar el sector metalúrgico. El supuesto implícito es que en ambos casos, el obrero y la prostituta, después del trabajo, se van para su casa. Sin embargo, una de las peculiaridades en este oficio del sexo, parece ser, precisamente, la porosidad de la frontera que separa el trabajo del hogar. En la película Princesas, de Fernando León de Aranoa, se ilustra magistralmente este dilema cuando Caye una prostituta madrileña le confiesa a su amiga dominicana Zule que lo más duro de ser puta es no poder tener "alguien que te quiera y te venga a buscar a la salida de tu trabajo". Y cuando Caye y Zule conocen dos hombres en un bar y a la salida se preguntan si a esos los van a tratar como novios o como clientes. El trabajo etnográfico de Sophie Day con prostitutas londinenses se detiene en este punto crucial de la débil frontera entre el trabajo y la vida de pareja. Una de sus entrevistadas lo resume de manera nítida. “Me preguntó si quería que se pusiera un condón, yo le respondí que no. Precisamente de eso se trata, porque tú me importas. Si te quieres poner uno, entonces yo te cobro” [19]. Un testimonio paralelo es el de una menina da rua, en Recife, para quien, con los novios, no se usa preservativo, “eso lo hacen las putas … con la persona que te gusta no tienes que usarlo” [20]. Una etnógrafa francesa anota que entre las prostitutas de ese país existe el mismo dilema, y de nuevo aparece el condón como la frágil insignia que separa territorios. “Sean independientes o víctimas de redes, las mujeres rara vez utilizan preservativos desde que piensan que su relación amorosa es estable … Tanto para hombres como para mujeres entre más la relación está basada en un sentimiento amoroso, menos dura el uso de protección: algunos clientes habituales bien pueden ser considerados como parejos personales privados” [21].


No vale la pena tratar de resumir en unos pocos párrafos lo determinantes y cruciales que resultan para entender la prostitución los planes, las expectativas y las dificultades de emparejamiento en personas que mantienen varias, muchas -en secuencia y en paralelo- relaciones sexuales desde muy jóvenes. Baste por el momento con mencionar [22] que la búsqueda de una pareja estable, o los desengaños en ese empeño, ayudan en muchos casos a entender tanto la entrada al mercado del sexo, como el abandono de la actividad, como ciertas peculiaridades del oficio totalmente insólitas desde una perspectiva puramente laboral. En los escasos trabajos sobre prostitutas basados en trabajo de campo, y en los que no prima la agenda política sobre la descripción, algunos aspectos de la familia sí se señalan como determinantes. “No desarrollaré uno de los puntos importantes de la historia de Laura, la maternidad. Sin embargo, sus comentarios muestran que son numerosas las prostitutas que quieren hijos tanto como el dinero … Al contrario de muchas mujeres, Laura logró negociar un cambio de oficio, y pasó de la prostitución a la enseñanza. Esta transformación, bastante desencadenada por la maternidad, fue financiada con la prostitución” [23]. Más adelante se volverá, tangencialmente, sobre este punto.

En el marco de este ejercicio comparativo por países vale la pena tratar de encontrar, entre los indicadores agregados disponibles, la eventuales huellas de las características y la dinámica de los mercados matrimoniales y de pareja en los distintos países de la muestra.

Faltan mujeres, y sobran solteros. O viceversa

Desde su primer escrito sobre el faltante de mujeres, Amartya Sen señalaba las marcadas diferencias que se observaban entre los países asiáticos. En el segundo ensayo hace aún más énfasis en el punto de las enormes discrepancias regionales, incluso al interior de un mismo país, como la India. En algunos estados del norte y el oeste se llega a tasas inferiores a las 80 mujeres recien nacidas por cada 100 varones mientras que en otros la cifra respectiva es cercana a 97, o sea superior al promedio de 94.8 que se observa en los países desarrollados [24].

Diferencias igualmente marcadas entre provincias se han observado también en la China [25]. A principios de los años ochenta, en una aldea de la provincia de Hubei se reportaron más de cinco niños menores de un año por cada niña [26]. Algunos países, como Vietnam, en los cuales el balance nacional por géneros es similar al de los países desarrollados el déficit de mujeres presenta importantes diferencias regionales: desde 128 hombres por cada 100 mujeres en algunas provincias hasta 85 en otras  [27].

A la fecha, se está lejos de un consenso sobre los orígenes de estas discrepancias regionales. Para la China, Chen (2005) anota que los analistas extranjeros han hecho énfasis en los programas coercitivos de control natal que llevaron a la sobre mortalidad femenina por aborto o abandono, mientras que los estudiosos locales atribuyen el desbalance por géneros al sub registro de mujeres. En la India, se ha señalado que si bien el fenómeno del faltante de mujeres refleja patrones patriarcales de discriminación la nueva tendencia hacia favorecer los varones en el nacimiento es particularmente intensa y muestra síntomas de verdadero contagio entre regiones [28].

Para descartar las explicaciones simplistas basadas en patrones culturales arraigados, también se ha llamado la atención sobre los importantes cambios que, en el tiempo, se han observado en las tasas de masculinidad de los nacimientos. En China, por ejemplo, la tasa de masculinidad en los nacimientos pasó de 111 en 1990 a 117 en 2000, a pesar de que las leyes restrictivas a la natalidad están vigentes desde 1979. Además, un proceso similar se dio en Corea del Sur y Taiwan donde no ha habido programas de control natal tan rígidos como en la China [29]. En la India el aumento en las tasas de masculinidad al nacer ha sido progresivo desde 98 en los años cuarenta hasta 107 en la actualidad [30]

Sólo recientemente se empiezan a analizar las consecuencias de este desbalance por géneros que, aunque ignoradas por la literatura activista, son en extremo pertinentes para la prostitución [31] . En particular, es sorprendente que se haya pasado por alto el impacto que sobre la demanda por sexo pago empiezan a tener, y tendrán en el futuro, los millones de hombres solteros –las ramas peladas-  que, en las últimas décadas, se han acumulado en la China y en la India.

El indicador ideal sobre la situación del mercado de parejas en una sociedad sería la magnitud del desequilibrio numérico entre hombres y mujeres solteros en edad de emparejarse. Para cada sociedad, el momento típico para aparearse es específico, como también lo es la diferencia de edad entre los integrantes de la pareja. Desafortunadamente, no existe en las bases de datos internacionales este tipo de indicador, y los cortes de edad más usuales en las bases de datos demográficas son entre población joven (menor de 15 años), población adulta (entre 15 y 65 años) y tercera edad (más de 65).

Para la población joven, es interesante analizar el cruce entre la tasa de masculinidad (número de hombres por cada mujer) y la incidencia de sexo pago. Lo que se observa, a nivel global, es una asociación positiva, y estrecha pues la correlación es del 65%.  Los países del Asia sobresalen por una mayor tasa de masculinidad juvenil y porque, dentro de esta región, persiste la relación positiva entre masculinidad juvenil e incidencia de sexo pago. En las demás regiones no sólo el excedente de varones menores es más reducido sino que la asociación entre este desbalance y la prostitución es menos nítido.

Al analizar la tasa de masculinidad en la población adulta, el panorama cambia en tres dimensiones. Por un lado, el exceso de hombres que se podía considerar como extendido en el Asia se mantiene sólo en algunos países. Por otra parte, la relación entre tasa de masculinidad y sexo pago cambia de signo. En tercer lugar, aunque esta asociación negativa es menos estrecha (correlación global del 29%) su signo es uniforme entre regiones, y el valor más alto se observa en Europa (48%). 

Sería arriesgado tratar de elaborar explicaciones basadas en las condiciones del mercado matrimonial con unos rangos tan amplios de las edades. Sobre todo cuando al pasar de la población joven a la adulta se da un cambio de signo en la asociación con la incidencia de sexo pago. Entre los jóvenes, es el exceso de hombres el que se asocia con mayor prostitución, entre la población adulta, por el contrario, es la falta de varones la que se acompaña de una alta incidencia de sexo pago. Parece claro que los datos actuales sobre población adulta aún no reflejan los importantes desbalances por género que se han dado entre la población joven de algunos países a raiz de asuntos como la caída en la fecundidad, la política del hijo único en la China y los avances en la tecnología para detectar el sexo del embrión.

Los servicios de inteligencia norteamericanos (CIA), preocupados por los eventuales conflictos bélicos en el mundo, han recopilado para cada país información sobre el número de personas –tanto hombres como mujeres-  aptas para prestar servicio militar. La primera ventaja sobre la información demográfica ya presentada es que se reduce el rango de edades para la población adulta de 15-65 años a 16-49. Además, se excluyen aquellas personas que, por distintas razones, incluso de salud, no califican  para ser reclutadas.

Un resultado digno de mención que se obtiene con estos datos de la CIA es la relación negativa, más o menos estrecha (65%), y con el mismo signo entre regiones, que se observa entre la tasa de masculinidad –número de hombres por cada mujer- en la población apta para el servicio militar  y la incidencia de sexo pago. Bajo el supuesto que el ser apto para servicio militar se puede asimilar con la soltería, lo que estos resultados sugieren es que la incidencia de sexo pago se asocia, tanto a nivel global como en las distintas regiones consideradas en la muestra de la GSS, con un exceso de mujeres solteras. En algunos de los países asiáticos, dónde la prostitución está más generalizada, el superávit de mujeres en el mercado de parejas se acerca al 10%.


Es más que probable que estos datos, que son un promedio nacional, reflejen desequilibrios locales mucho más marcados, por ejemplo, por efecto de centros fabriles, de ensamblaje (maquilas) o de agroindustria especializados en la contratación de operarios u operarias solteros y del mismo género. O, en el otro sentido, por el impacto de las migraciones masivas que, como se vió para la China, también se caracterizan por enormes desbalances entre géneros.

Incluso para los países en los que, a nivel nacional, no se percibe un desequilibrio importante entre géneros parece darse un desbalance dependiendo del lugar: exceso de hombres entre la población rural y superávit femenino en las grandes urbes. En Rumania, para mediados de los noventa, había en el sector rural un exceso de hombres del 30% y, en los centros urbanos, un surplus del 10% de mujeres. Al parecer es en las grandes urbes en dónde “el desequilibrio favorece a los hombres: las mujeres agraciadas y educadas abundan y los hombres con atributos deseables (las mujeres los prefieren ricos) son relativamente escasos. En las ciudades pequeñas o intermedias, la situación es la opuesta: las mujeres escasean y los hombres son tristemente redundantes” [32].  En Nueva York, por ejemplo, habría en la actualidad un exceso de medio millón de mujeres solteras. Para explicar este diferencial se ha señalado que las oportunidades de empleo mejor remunerado en las ciudades atraen no a los más educados sino también a las mujeres jóvenes con escasa preparación, en búsqueda de buenos empleos y, también, de buenos partidos [33]. Como, se vió, ocurre en la China “muchas prefieren competir por un buen partido en la ciudad a casarse con el amigo de toda la vida que representa precisamente el mundo del que quieren escapar. Los hombres, por el contrario, son más reacios a emigrar a las grandes ciudades, donde, entre otras cosas, las habilidades típicamente masculinas son cada vez peor remuneradas” [34].

El impacto de la sobre oferta de mujeres jóvenes en el mercado del sexo se corrobora de manera aún más nítida cuando se cruza la proporción de mujeres aptas para el servicio militar con la incidencia de sexo pago. La asociación es positiva –entre más alta es la fracción de mujeres solteras mayor el reporte de haber pagado por sexo  sino estrecha, con un coeficiente de correlación entre países de 81%.  Además, el signo de la relación se mantiene positivo al interior de cada región, siendo particularmente alto en el Asia (80%). En todos los países asiáticos, por lo menos cuatro de cada diez mujeres son aptas para prestar el servicio militar. En Vietnam, lugar de mayor reporte de sexo pago, la proporción se acerca a una de cada dos.

Otro indicador, ajeno al recopilado por los servicios de inteligencia norteamericanos, apunta en la misma dirección. Cuando se cruza la incidencia de sexo pago con la edad media de las mujeres se observa que la incidencia de prostitución es mayor en aquellas sociedades en las que las mujeres son, en promedio, más jóvenes.


Hasta este punto, los datos avalarían la visión predominante del turismo sexual como impulsor de la prostitución global. Los países menos desarrollados con abundancia de mujeres solteras, atraerían a los hombres occidentales, mayores, para ampliar sus horizontes sexuales. Sin embargo, lo que muestran los datos, es no sólo que el grueso de la demanda por los servicios sexuales de mujeres jóvenes proviene de los varones locales, sino que, además, se trataría también de una clientela esencialmente joven. La proporción de hombres aptos para el servicio militar es superior en los países asiáticos y es menor, paralelamente con el comercio sexual, en las sociedades europeas. Otro tanto puede decirse al observar el cruce de la demanda por servicios sexuales con la edad media de los hombres. La relación es negativa. Lo anterior a pesar de la manera cómo se hizo la pregunta de la GSS, si alguna vez en su vida ha pagado por tener sexo, formulación que tendería a aumentar el reporte con la edad promedio de los hombres.


En síntesis, el cruce de la GSS con los indicadores demográficos comparativos entre países sugieren una historia algo distinta a los escenarios típicos de la literatura contemporánea sobre prostitución, caracterizados por una joven del tercer mundo explotada sexualmente por un hombre occidental no sólo más rico sino mayor que ella. Lo que muestran los datos es que el comercio sexual es más activo en aquellas sociedades con predominio de jóvenes, hombres y mujeres. Lo que parecería darse entonces son fallas monumentales en los procesos de apareamiento de esta voluminosa población soltera, muchas veces migrante, tanto femenina como masculina. A las dificultades inherentes a la búsqueda fluída de una pareja, que como lo evidencia el éxito de los portales especializados en esa tarea, también existen en occidente, se suman dos factores. El primero es el abandono más reciente de los sistemas de arreglos y acuerdos matrimoniales por las familias y la consecuente falta de experiencia en mecanismos alternativos para facilitar el apareamiento. El segundo es el mayor desbalance por género en las migraciones y en algunos agrupamientos regionales. 

El punto que vale la pena simplemente mencionar, pues también se trata de algo tan determinante para el comercio del sexo que merece un tratamiento peculiar y a profundidad, es que estas bolsas geográficas con concentraciones de jóvenes solteros del mismo sexo, que se pueden intuir detrás de desequilibrios a nivel nacional del 10%, son terrenos particularmente fértiles para la prostitución. Tanto el exceso de hombres como el de mujeres son favorables a la prostitución. Las carácterísticas del fenómeno difieren sustancialmente dependiendo del tipo de excedente [35].

Patriarcalismo y machismo

Algunos de los países con mayor incidencia de prostitución, como Tailandia, también cuentan con negocios de búsqueda matrimonial pujantes. Este paralelismo entre alta prostitución y un activo mercado de agencias matrimoniales con extranjeros es un punto recurrente en la literatura sobre “tráfico de mujeres con fines de explotación sexual” en la que se menciona éste como uno de los más comunes ardides de los traficantes, sin que nunca parezca pertinente la pregunta, elemental, sobre por qué este  tipo de agencias despiertan tanto interés entre las jóvenes.

Son frecuentes los testimonios de entrada al mercado del sexo como consecuencia de un proyecto matrimonial que fracasa y que, en una sociedad machista, implica una sanción por una experiencia sexual previa de las jóvenes. En buena medida, la Fantine de Victor Hugo termina prostituyéndose no tanto por falta de alternativas de trabajo sino porque los empleos existentes le son negados por su condición de madre soltera. Santa, el personaje del escritor mexicano Federico Gamboa es explícita al respecto. “El alférez de la tropa era guapo, elegante y hasta tenía un nombre bonito pero no lo pronunciaré. Me habló de amor, me sedujo y al final me abandonó. No fue el único: mi familia también lo hizo. Mi madre me dijo que, deshonrada, yo había muerto para ella: me sepultó en vida. Mis hermanos abrieron la puerta y me dejaron el paso hacia el único destino posible para una joven ignorante y sola: la casa de Elvira. .." [36]. Maslova, el personaje de Tolstoi en Resurrección  cae en la prostitución después de haber sido seducida por el Príncipe Nekhlyudov, abandonada y rechazada por los suyos. Los testimonios de Carmen, prostituta extremeña de 45 años y de la Yonki, madrileña de 38 son, en otro lugar y otra época, similares. “Entré en este mundo con 22 años porque mi novio me abandonó estando embarazada, fíjate, tanto que esperé para perder la virginidad … Me marché de casa porque conocí a un chico y nos hicimos novios. Me quedé embarazada y cuando se lo comuniqué a él, dijo que éramos muy jóvenes y que podíamos tener más, que me lo quitara” y llevan a la entrevistadora a señalar que “casi todas las chicas han empezado así: por un hijo no deseado de su pareja y por un abandono” [37]. Muy similares son las historias de una joven tailandesa y otra vietnamita. “Un día llegó un chico de Luang Prabang que estaba buscando chicas para trabajar en una fábrica textil. Pasó unos días en el pueblo y nos hicimos amigos. Me escogió para el trabajo y me llevó con él a la ciudad. Allí hicimos el amor porque decía que se casaría conmigo y que vendríamos a vivir a Vientiane. Trabajé dos meses en la fábrica y luego vinimos aquí. Fuimos a dormir a un hotel de las afueras. Por la mañana el chico se había ido y la dueña me dijo que tenía que pagarle dos millones de kip (unos 250€) porque me había vendido a su burdel” [38]. “Ella es de Gia Lam, Ha Noi. Ahora tiene cerca de 28, 29 años. Estaba enamorada de un hombre cuando tenía 15 … Quedó embarazada … Fue engañada por un amigo que la vendió en China. Tenía ocho meses de embarazo pero ellos (los patrones) anticiparon el nacimiento para que pudiera trabajar. Fue un niño” [39]

El cruce de los datos sobre fertilidad adolescente por países con la GSS no avalan la hipótesis del embarazo no deseado como principal puerta de entrada a la prostitución. En el mismo sentido apuntan las conclusiones de Alain Corbin sobre prostitución francesa en el siglo XIX o las de Judith Walkowitz para Inglaterra. A pesar de lo anterior, no parece prudente ignorar del todo los dilemas que se presentan para las mujeres jóvenes en los países en transición entre la participación laboral y la búsqueda de una mayor libertad sexual, por un lado, y la realidad de un entorno machista y una rígida tradición sobre lo que debe ser el matrimonio, por el otro.

Para cristalizarse, la contradicción de valores que enfrenta una mujer joven que emigra del campo para abrazar la modernidad en la ciudad no requiere de un embarazo. Lo usual en muchas sociedades es que la deshonra se pierda con la virginidad. La prostitución como resultado de un trato sexual discriminatorio contra las mujeres fue señalada desde el siglo XVI por el francés Montaigne. En su ensayo Sobre los versos de Virgilio, señala que una de las razones por las que las mujeres terminan prostituyéndose es el maltrato por parte de los hombres. Aún cuando las mujeres pueden llegar a ser capaces y ardientes en sus relaciones sexuales, la sociedad varonil las censura por expresar tales deseos. Para él, la simple idea de una castidad exclusivamente femenina era ridícula, y aún más lo era la segregación social entre hombres y mujeres. Compadecía a la esposa de Hierón, el tirano de Siracusa, quien pensó que todos los hombres tenían mal aliento, como su esposo. Tan fuerte era el control de los hombres sobre las mujeres que algunos de ellos prostituían de manera deliberada a sus mujeres [40].

No es sencilla la tarea de cuantificar el machismo o la persistencia de los valores patriarcales en una sociedad. No siempre se cuenta con procedimientos de subasta pública como el utilizado por Gracia Yataco, una joven peruana que salió a ofrecer en pública subasta “lo más valioso que puede tener una mujer”, su virginidad [41]. Naciones Unidas, responsable de la estimación del Indice de Desarrollo Humano, ha hecho un esfuerzo desde mediados de la década pasada para registrar los avances que en los distintos países se hacen para reducir las disparidades de género y calcula dos indicadores, el GDI (Gender related development index o Indice de Desarrollo con cuestiones de Género) y la GEM (Gender empowerment measure o Medida de Empoderamiento de Género). Ambos pretenden captar las inequidades de género [42].

El cruce de cualquiera de estos dos indicadores con la incidencia de sexo pago muestra una correlación negativa, y nada despreciable (61% con el GDI y 60% con el GEM). Con el GEM, además, la asociación es negativa al interior de cada una de las regiones, y particularmente estrecha (92%) en Europa del Este.


Esta relación global entre la situación desfavorable de la mujer –la persistencia del machismo o patriarcalismo-  y la prostitución uno de los íconos de los movimientos feministas que abogan por la abolición, se percibe también con indicadores menos sosfisticados y más directos, como por ejemplo la tasa de alfabetización femenina. Todos los países asiáticos incluidos en la muestra, así como Suráfrica, se caracterizan tanto por una alta incidencia de prostitución como por una tasa de alfabetización femenina inferior en cerca de 10 puntos a los niveles observados en Europa. El único país que con alfabetización extendida de las mujeres presenta, simultáneamente, alta prostitución es Rusia.


Aunque de manera menos nítida que con los indicadores calculados por Naciones Unidas, otras variables sobre el poder relativo de las mujeres también se asocian con la incidencia de sexo pago y sugieren que la prostitución está más extendida en aquellas sociedades en las que la situación de la mujer es más desfavorable. La participación femenina en la vida pública, por ejemplo, medida por la proporción de mujeres en el parlamento o en el ejecutivo con puestos de rango ministerial, parece menor en aquellas regiones con prostitución más extendida. En este caso, sin embargo, el Asia se destaca por desafiar la asociación observada a nivel global. Allí, por el contrario, el comercio sexual parece compatible con los avances de la mujer en el terreno político.

Existen ciertos indicadores de inequidad de género referidos al ámbito del mercado de trabajo. Su comparación con los datos de la GSS sugiere una asociación entre discriminación contra la mujer y prostitución menos nítida y consistente entre regiones, que con las variables ya discutidas. Por una parte, la proporción de mujeres en las actividades profesionales y técnicas muestra una correlación global que, aunque negativa, es de tan sólo 11%. Aún más sorprendente resulta el hecho que, al interior de cada región, la asociación es positiva, siendo particularmente estrecha en el Asia (47%) y en Europa (58%). Así, en varios países del Asia la alta prostitución coexiste con una fuerza laboral femenina bien capacitada, puesto que las mujeres ocupan más de la mitad de los puestos profesionales y técnicos.

La discriminación salarial en contra de las mujeres tampoco ayuda a explicar las diferencias en la incidencia de sexo pago entre sociedades. Para la muestra total de países, la correlación es negativa pero baja (17%). De nuevo, en el Asia el patrón es distinto. La asociación es positiva y estrecha (82%): el comercio sexual es importante precisamente en aquellos lugares en los que los ingresos femeninos se acercan más a los masculinos.  En Vietnam, por ejemplo, con el mayor reporte de sexo pago del mundo, los ingresos femeninos son, en promedio, equivalentes al 70% de los masculinos, una cifra superior a la observada  en la mayor parte de los países europeos. En la India, por el contrario, en dónde las mujeres ganan un poco menos de la tercera parte de lo que reciben los varones la incidencia de prostitución es la menor de los países asiáticos incluidos en la muestra. 


En síntesis, para la región con el comercio  sexual más generalizado, estos datos apuntan en la misma dirección que los indicadores de participación laboral o desempleo femeninos, y es que la prostitución aparece como algo no simplemente desvinculado del mercado de trabajo sino asociado de una manera opuesta a la esperada. Vale la pena resumir los resultados encontrados en esa dimensión hasta el momento. En el Asia, la prostitución más alta coincide: 1) con una mayor participación laboral de las mujeres, 2) con menores tasas de desempleo femenino, 3) con una mayor participación de las mujeres en empleos calificados y 4) con una menor discriminación salarial por género. Sería poco prudente ignorar estos indicios e insistir en limitar la explicación de la prostitución a la falta de alternativas laborales para las mujeres.

Otro par de indicadores sobre las diferencias de género entre países muestran resultados de interés. El primero es la participación de las mujeres en la población carcelaria [43], variable que aparece positivamente asociada (correlación 62%) con la incidencia de sexo pago. En sólo cuatro de los países de la muestra –Hong Kong, Tailandia, Vietnam y Singapur- las mujeres conforman más del 10% de las personas encarceladas. Esos cuatro países son asiáticos y tres de ellos ocupan los primeros lugares en cuanto a incidencia de comercio sexual.

El segundo resultado, bastante más curioso, es el de la proporción de mujeres entre los fumadores [44] cuya correlación, negativa, con el reporte de haber pagado por tener relaciones sexuales es un impresionante 87%. Además, el signo de esta asociación es negativo, e importante, en todas las regiones: 41% en Asia, 42% en Europa del Este, 85% en Europa y 91% en el resto de países. Con la excepción de la India  con un 27% de mujeres entre quienes fuman  en todos los países asiáticos incluidos en la muestra del GSS, menos de uno de cada cinco fumadores es una mujer. En cuatro de esos países –China, Malasia, Tailandia y Vietnam-  la proporción no pasa del 6%, o sea que por cada 15 hombres que fuman sólo una mujer, o menos, lo hace.  En Europa, con la excepción de Italia (35%) y España (39%), las mujeres constituyen siempre más del 40% de las personas aficionadas al cigarrillo.  En Suecia, tal vez la meca de la igualdad entre géneros, ellas llegan a fumar más que ellos.


En el marco de un trabajo inductivo y exploratorio este tipo de correlación insólita es del mayor interés. Por un lado, porque no existe ni la más remota posibilidad de confundir correlación con causalidad. Sería un disparate plantear que la prostitución es baja porque las mujeres fuman tanto como los hombres. Sobre todo cuando, en la escala micro, parecería darse el vínculo contrario: varios trabajos muestran que, a nivel individual, la venta de servicios sexuales se ve normalmente acompañada de un mayor consumo de sustancias como el tabaco, el alcohol o las drogas [45].

El enlace del tabaco con la sensualidad está arraigado desde el fumando espero de Sarita Montiel hasta el Camel, placer que quema de una propaganda de los años sesenta [46]. Hace algunas décadas, cuando la palabra puta estaba vetada de las conversaciones entre jóvenes y adultos, para referirse a esa actividad algunos señores bogotanos hablaban de “las que fuman y le dicen a uno mijo”.

Precisamente por tratarse de una conducta en cierta medida transgresora, sobre todo durante la adolescencia, la composición por géneros de la población de fumadores constituye un buen reflejo de la manera como el conjunto de patrones de comportamiento, de normas sociales –fumar rara vez ha sido ilegal-  se aplican diferencialmente a los hombres y las mujeres. Los valores sociales y las creencias configuran el entorno que determina que se fume o no. Y si se observan diferencias por género, rara vez contempladas en los códigos, es porque ciertos estándares de comportamiento son más permisivos con ellos que con ellas.

Se ha observado que la publicidad de la industria tabacalera ha tratado de contrarrestar, o de explotar, esta asimetría de las normas sociales. En los EEUU, desde principios del siglo XX, el control del peso ha sido un tema recurrente para las mujeres –el formato slim- mientras que con los hombres se ha hecho énfasis en la independencia y la actividad al aire libre del hombre Marlboro. Algunas marcas han tratado de vender la idea que, para la mujer, fumar es sinónimo de emanciparse, con una clara connotación sexual. “Miro la tentación directo a los ojos y tomo mi propia decisión. Virginia Slims. Encuentra tu voz” [47].

Para los EEUU se ha encontrado que el consumo de cigarrillo femenino difiere considerablemente entre grupos étnicos. Las mujeres indígenas son las que más fuman (40.9%) seguidas por las de origen europeo (21.8%), las afroamericanas (18.7%), las latinas (10.8%) y las de origen asiático (6.5%) [48].

Se ha llegado a sugerir que el feminismo ha jugado un papel decisivo en promover el cigarrillo entre las mujeres [49]. Al hacer énfasis en los cambios de roles a lo largo de los setentas, se logró que fumar fuera mejor aceptado como un comportamiento femenino. La campaña “vienes de lejos, nena” (You´ve como a long way, baby) buscaba capitalizar los cambios alcanzados por el movimiento feminista y trataba de asimilar el hecho de fumar con la emancipación de las mujeres. Una marca de cigarrillos Ms, estaba orientada a las mujeres de avanzada,  ni señoras ni señoritas,  de la India. Para el Vietnam, se ha encontrado que el consumo de cigarrillo está muy ligado a los roles y normas de género. En particular, la bajísima incidencia de fumadoras se continúa atribuyendo, entre estudiantes y obreras, a que no es un comportamiento apropiado para las mujeres [50].

Así, este eventual indicador del machsimo predominante en una sociedad tendería a dar apoyo a la visión feminista radical, que ve en la prostitución uno de los reductos más simbólicos del sistema patriarcal de opresión de la mujer y asimetría por géneros en la transmisión de valores. Este planteamiento se puede contrastar con otros indicadores tomados de la misma GSS.

Sexualidad y prostitución

Libertinaje o miseria sexual

Fuera de la pregunta sobre haber pagado por tener relaciones sexuales, la GSS ofrece una amplia batería de preguntas relacionadas con el comportamiento sexual de los encuestados. Es verdaderamente desafortunado no poder contar con la publicación de los resultados por géneros, pues de esos diferenciales podrían surgir interesantes correlatos con la incidencia de sexo pago.

Fuera del recurrente comentario, que tienden a avalar los datos comparativos, que la prostitución se asocia con una doble moral, con una marcada asimetría en las normas sexuales dirigidas a los hombres y a las mujeres, los vínculos entre prostitución y sexualidad son motivo, en la literatura comprometida, de un álgido debate. En el campo abolicionista se hace una distinción tajante: la prostitución, casi por definición, excluye la sexualidad, tanto de quien vende los servicios como de quien paga. Es un acto degradante, asimilable a la violación, y de naturaleza política. Es un sinónimo de dominación. “Vale la pena preguntarse si realmente hay algo sexual en la prostitución. Que el cliente ande en búsqueda de una relación o en búsqueda de poder, el sexo es una máscara … La prostitución es mucho menos de lo que se piensa un asunto sexual ... la deshumanización y la cosificación de la mujer son necesarios para crear el deseo de los hombres y consolidar la identidad masculina. En este escenario en el cual se difiere el consumo sexual, el deleite masculino radica en la relación de dominación, de tener a disposición algo más que el placer sexual. El placer masculino se basa sobe todo en controlar el entorno y el cuerpo de otro” [51].

En el otro extremo, el enfoque del sector del sexo, se dibuja la prostitución como una simple extensión de la industria del ocio y el entretenimiento y rara vez se hace referencia a cuestiones como la violencia sexual, las agresiones, los raptos o las violaciones.

Por el lado abolicionista, se ha establecido un vínculo directo entre la pornografía y la prostitución que iría en las siguientes líneas. Con el rápido desarrollo de las tecnologías de comunicación y en particular, del Internet, la pornografía habría pasado a ser parte esencial de la educación sexual de los jóvenes. Con ella se habrían reforzado los valores patriarcales de una sexualidad femenina totalmente sujeta a los caprichos masculinos y, en particular, se habrían consolidado algunos elementos de dominación e incluso trivialización de la violencia en las relaciones sexuales. Al hacerse borrosa la línea entre lo que, en materia de sexo, es aceptable y lo que no lo es, con la mayor divulgación de material pornográfico se habrían profundizado las diferencias entre lo que los hombres demandan sexualmente de sus parejas y lo que estas están dispuestas a hacer. La prostitución vendría entonces a llenar ese vacío: satisfacer los caprichos sexuales de los hombres que consideran cada vez más normales las prácticas pornográficas difundidas por la red [52].

El primer punto que vale la pena constrastar con los datos comparativos por países es el de esta eventual relación entre la pornografía a través de internet y la prostitución. Algunos testimonios disponibles parecerían avalar esta asociación. En efecto, se ha señalado que en varios lugares del Asia, sobre todo los musulmanes, los cyber cafés son en realidad una especie de peep show virtual donde el computador está en una cabina individual, con puerta y cerrojo, y el desktop está plagado de enlaces a páginas porno chinas o japonesas [53].  Pero este escenario del porno virtual, público en Asia y privado en occidente, lo que refleja en realidad no es una mayor exposición de los jóvenes a la pornografía sino todo lo contrario. Los datos disponibles sobre acceso a Internet, y por ende al material pornográfico en la red, muestran que este es mucho mayor en países, como los europeos, en los que la incidencia del comercio sexual es baja.  En tres de los países asiáticos de la muestra, y en Rusia, en dónde una de cada cinco personas reporta haber pagado por sexo, menos del 20% de la población tiene acceso a la red. En los países europeos en dónde más del 70% de los habitantes están conectados, la incidencia de sexo pago es del 10% o menos.



Otros indicadores de comportamiento sexual tampoco respaldan la visión de la prostitución como una etapa superior del libertinaje sexual. En primer lugar, la incidencia de sexo pago se asocia negativamente con la edad de la primera relación sexual. Mientras que, con sólo una excepción, en todos los países asiáticos de la muestra la edad promedio de entrada a la vida sexual es superior a los 18 años, en Europa, también con una sóla excepción, ocurre todo lo contrario: a los 18 años los jóvenes ya son sexualmente activos. La prostitución tampoco se asocia en los datos agregados con una mayor incidencia del sexo casual, entendido como haber tenido, alguna vez, aventuras de una noche (one night stands). En ninguno de los países asiáticos la proporción de quienes reportan haber tenido sexo sin ataduras sentimentales pasa del 30%. En varios de los países europeos esta cifra supera el 60%.

La frecuencia con que se tienen relaciones sexuales también aparece menor en el Asia que en el resto de países en donde la prostitución está menos extendida. El dato que hace referencia a la promiscuidad pasada –el número de parejas sexuales en la vida  si muestra una asociación positiva con la incidencia de sexo pago. Es una lástima no contar con las diferencias hombre mujer para este indicador que, como se vió, son importantes en países como Vietnam o Tailandia. Es probable que, en esta respuesta, estén incluídas las relaciones por las que se ha pagado. Por el contrario este tipo de incursión en el comercio sexual parecería no estar contemplado en las que se consideran aventuras de una sóla noche, pregunta en la que seguramente se da por descontado que se trata de una relación que hubiera podido tener secuelas afectivas.


Otras preguntas relacionadas con la sexualidad también muestran asociaciones interesantes, y no despreciables, con la incidencia de prostitución. En general, corroboran la impresión que la prostitución se asocia con unas costumbres más conservadoras, con una menor libertad sexual. La visión de la explosión del sexo pago como el último peldaño de un progresivo libertinaje no concuerda con los datos de la GSS. En promedio, en los países con mayor presencia de clientes de la prostitución se observa también una menor inversión de tiempo como preámbulo a las relaciones sexuales, una mayor popularidad de la posición del misionero y es más frecuente la opinión que lo sexy se asocia fundamentalmente con la belleza femenina. 


Infidelidad

El reporte de infidelidad a la pareja habitual muestra una asociación peculiar con la incidencia de sexo pago. Aunque casi irrelevante para el conjunto de países (correlación del 2%), la asociación es positiva en todas las regiones, y nada despreciable: 73% en el Asia, 24% en Europa del Este, 43% en Europa y 86% en el resto.


Sería arriesgado plantear que la infidelidad tiene el mismo significado en todas las sociedades. Tampoco es prudente suponer que, entre quienes han pagado por tener relaciones sexuales, hay consenso en considerar esa conducta como una infidelidad. Se puede pensar que si, como ocurría en Tailandia, las visitas a las prostitutas llegaron a ser promovidas por la esposa, o si hacen parte integral de los rituales de iniciación, o de acuerdos de negocios, no se consideren actos de infidelidad. Tampoco resulta fácil precisar en qué consite la infidelidad para quien mantiene dos o más relaciones estables con esposa y concubinas.

A pesar de estas dificultades, vale la pena hacer énfasis en esta asociación positiva que se observa, en todas las regiones, entre infidelidad y prostitución. Por varias razones. En primer lugar porque permite poner sobre el tapete un tema crucial para la comprensión del comercio sexual, y en particular de su rechazo o estigmatización, que de manera extraña ha quedado marginado del debate contemporáneo. Desde el punto de vista de quien paga por servicios sexuales -muchas veces una persona casada- el comercio sexual es, antes que nada, una infidelidad, una transgresión a los acuerdos de pareja. El testimonio de una escort brasileña sugiere que, en esa dimensión, ella sabe que terreno pisa con sus clientes. “Sólo para dar una pista, puedo garantizar, con el 100 por ciento de certeza, que el 70 por ciento de ellos son casados. Siempre les pregunto que los lleva a traicionarlas, teniendo en cuenta que están pagando por sexo” [54]. Aunque parezca extraño, ella misma hace explícito el dilema que enfrenta al querer, para el futuro, un hombre distinto a sus clientes, que son infieles. “Como todas las mujeres, yo soñaba con un hombre ideal. El mío tenía que ser fiel. Pero, ahora que conozco bien el tema, sé que es un sueño imposible” [55].  En las memorias de una prepago colombiana también se señala el mismo conflicto. “Obviamente, si con ningún hombre ha prosperado la posibilidad de ir hacia algo más serio ha sido porque tampoco están hechos para ser papás … Estoy operando en un nicho de hombres que no son para nada como el que tengo en la cabeza. Pero es que, entonces, dónde se encuentra uno la gente chévere que sí “ [56].

Es más que probable que los terceros afectados sientan que quien vende servicios sexuales es cómplice de esa infidelidad. La literatura de ficción ha tenido menos restricciones ideológicas o políticas para abordar esta cuestión de la infidelidad, y de los celos.

Pochita: - ¿Una misión especial? ¿Vas a trabajar en el Servicio de Inteligencia? Ah, ya capto tanto misterio, Panta … Si no me cuentas saldrás perdiendo. Nunca más pellizquitos donde te gusta, nunca más mordisquitos en la oreja. Como tú prefieras, hijito … ¿De espía Panta? ¿Como en las películas? Uy, amor, qué emocionante … ¿Adónde tan pije, hijito? ¿Una reunión de alto nivel? ¿De noche? Qué chistoso que estés de agente secreto, Panta.
A la mañana siguiente,
Pochita: - Tú me vas a explicar qué significa esto, Panta.
Panta: - Ya te lo he dicho, amor, es cosa del trabajo. Sabes de sobra que no tomo, que no me gusta trasnochar. Hacer estas cosas es un suplicio para mí, chola.
Pochita: -¿Quiere decir que vas a seguir haciéndolas? ¿Acostarte al amanecer, emborracharte? Eso sí que no, Panta, te juro que eso sí que no.
Panta: - Es mi trabajo, es la misión que me han dado. Si yo odio eso, tienes que creerme. No te puedo decir nada, no me hagas hablar, sería gravísimo para mi carrera. Ten confianza en mí, Pocha.
Pocha (estalla en sollozos): - Has estado con mujeres. Los hombres no se emborrachan hasta el amanecer sin mujeres. Estoy segura que estuviste, Panta.
Panta: - Pocha, Pochita, no llores. Me haces sentirme como un criminal y no lo soy, te juro que no lo soy [57].

Esta reprimenda conyugal que enfrenta el capitán Pantaleón -encargado de organizar en la selva amazónica peruana el Servicio de las Visitadoras- después de su primera vuelta nocturna de trabajo por los lugares pecaminosos de Iquitos, se podría considerar típica y, con mínimas adaptaciones, universal. Ilustra adecuadamente uno de los personajes ignorados de la literatura sobre prostitución, la mujer del cliente que siente celos. El temor ante esa reacción, y el escándalo que puede provocar, es tal vez una de las herramientas disuasivas más poderosas, y a la vez más subutilizadas, contra el comercio sexual. Una experimentada cortesana colombiana es contundente al respecto. “Un gran magnate tiene terror de su esposa y de la prensa y, por lo tanto, no exhibe a un símbolo sexual como un trofeo de caza” [58].

En Plus Belle la Vie, una telenovela francesa de altísima sintonía, se describe el milieu marsellés, con detalles sobre los vínculos entre prostitutas, policías y corrupción en los negocios. En una de las escenas, uno de los empresarios atendidos por los contratistas con favores de prostitutas es interrogado por la policía en el marco de una investigación por homicidio. A pesar de lo delicado del caso, la principal preocupación, verdadera obsesión, del susodicho es que su esposa no se llegue a enterar que él es un visitante habitual de las salas de masajes.

El temor de los clientes de la prostitución ante sus esposas no es una mera ficción literaria. Un putero empedernido como Pablo Escobar, personaje prácticamente inmune a cualquier autoridad, fue siempre en extremo prudente para mantener sus incursiones en el mercado del sexo pago a escondidas de su esposa Victoria, a cualquier costo. Salazar (2001) relata cómo una rumba monumental en la que el Patrón había mandado su piloto a traer a la Hacienda Nápoles, en el Magdalena Medio colombiano, unas garotas desde Río de Janeiro fue bruscamente alterada por el simple anuncio de la presencia de su cónyuge. “Mientras andaba embelesado con las mulatas, Pablo fue advertido de que su mujer, doña Victoria, se dirigía en su helicóptero hacia Nápoles. Susto le dio al Patrón. Ordenó de inmediato desaparecer las pruebas de la juerga y que se empacara a las invitadas en el avión. Cuando su mujer llegó todo estaba en orden” [59].

Si eso sucede en los niveles más pudientes, en dónde los affaires pueden no poner en riesgo las finanzas del hogar, es fácil imaginar lo que ocurre con las infidelidades pagas entre las clases medias y bajas. En 1843, las feministas norteamericanas, escandalizadas por las escenas de mujeres caídas, crean la New York Female Reform Society para luchar contra la prostitución. Uno de sus métodos de combate más eficaces consistió en plantar agentes delante de los burdeles para, simplemente, identificarlos y divulgar sus nombres. El movimiento se amplió hacia finales del siglo para centrar sus ataques en el saloon, lugar donde se mezclaban el juego, el alcoholismo y el amor venal [60]. En la actualidad, varios departamentos de policía de los EEUU siguen utilizando este método familiar de disuasión de la clientela.

Aunque se haya dejado de castigar o condenar socialmente la infidelidad, no se puede considerar como algo inexistente, o ajeno al comercio sexual. O suponer que nadie se ve afectado. Por el contrario, la infidelidad, real o imaginada, es fuente de celos, que han sido, y siguen siendo, una fuente de conflictos en la pareja, y en los triángulos amorosos. Un incidente de la bailarina española Lola Montez, famosa cortesana, en Ballarat, Australia, en 1855 ilustra este  punto. Luego de su tercera salida al escenario agradeciendo los aplausos, al dirigirse a su camerino se encuentra con la señora Crosby, esposa del gerente del teatro quien, sacudiéndola por los hombros le grita, “¡Maldita puta intrigante! ¡A ver si dejas en paz a mi marido!”. Lola, con enorme desdén responde, “¿Tu marido? Ni en una isla desierta me fijaría en un patán provinciano como ese”. Fuera de sí, la esposa responde “¡los han visto! flirteas con él como una buscona, ¡eso es lo que eres!” y empieza a golpear a la artista, que se defiende con su abanico. Ambas ruedan por el suelo en una salvaje pelea. De pronto, la bailarina se coge la muñeca y grita de dolor. El gerente del teatro pregunta preocupado si se ha hecho daño. “¡La bruja de su mujer me ha roto la muñeca!”. “Es sólo un esguince. Habrá que vendar la muñeca para la segunda parte del programa”, diagnostica tranquilo el gerente [61]. En la China, luego de la Gran Marcha ocurre otra escena similar entre la esposa oficial de Mao y la concubina de turno. Agnes Smedley, una escritora feminista norteamericana y amiga de Lily Wu, la actriz amante de Mao en Yenan, presenció una disputa entre éste y su esposa de la época, Guiyan. “Hijo de puerco, huevo de tortuga, tratante de putas! Cómo te atreves a venir a escondidas a acostarte con esta puta pequeño burguesa!”  Guiyan lo golpeaba con una linterna. Mao reviraba negando su aventura, sólo había estado hablando con ella. Guyyan se tornó hacia Lily arañando su cara y halándole pelo, mientras Mao observaba atónito. La ofendida esposa se volvió entonces contra Agnes, pegándole. “Puta imperialista! Tú eres la causante de todo esto”. Esta respondió con un porrazo y Guiyuan se dirigió a Mao. “¿Qué clase de hombre eres, qué clase de marido y comunista? Dejaste que una puta imperialista me golperara ante tus ojos” [62].

Es pertinente destacar lo bien que ilustran estos dos incidentes que el rechazo a la prostituta, o la concubina, puede ser más drástico y visceral desde la tribuna de las mujeres celosas que las sufren que desde el lado de los varones lujuriosos que las sostienen. Por otro lado, este par de escenas recuerdan que los conflictos por celos, incluso cuando las afectadas son mujeres, pueden tornarse violentos.

Una investigación realizada entre jóvenes surafricanos mostraba que “para ambos sexos, las relaciones sexuales y sus conflictos inherentes son una fuente significativa de estrés emocional y frustraciones. Para las jóvenes, las principales fuentes de infelicidad en las relaciones son la infidelidad, el abandono, el exceso de control masculino, el sexo forzado y la violencia. Para los jóvenes, la principal preocupación es la amenaza o la realidad que sus novias les estén siendo infieles” [63]

Incluso entre novios durante la adolescencia, la infidelidad  es un asunto propicio para los conflictos y la violencia. Los resultados de una encuesta de autoreporte aplicada en Panamá muestran que, entre los pandilleros infieles –los que han tenido alguna vez dos o más novias simultáneamente- el 48% reporta haber agredido a alguien en el último año. Entre los pandilleros fieles a sus novias la cifra respectiva es tan sólo del 10%. Para los no pandilleros, el reporte de agresiones es del 7% entre los que han puesto los cuernos y del 4% entre los demás. La violencia entre los jóvenes que han tenido varias novias a la vez no se limita a su papel como victimarios. También entre ellos es mayor el reporte de haber sido víctimas de agresiones. En esta encuesta, además, se reproducen a nivel micro los resultados de la GSS. El reporte de infidelidad entre los jóvenes es mayor entre quienes manifiestan haber pagado por tener relaciones sexuales [64].

En una investigación sobre prostitution en la ciudad francesa de Lille se encontró que el 60% de las mujeres reportaban haber sido agredidas al menos una vez durante el último semestre. Sobre los  agresores identificados, el 51% eran clientes y el 20% otras prostitutas [65]. Guardadas proporciones, y teniendo en cuenta que no todos los amantes que pagan tienen el mismo poder de intimidación cuando están celosos, no es arriesgado suponer que estos porcentajes pueden esconder reacciones individuales de la misma naturaleza que las del gran capo colombiano de la droga. “Pablo (Escobar) ha sacado corriendo a dos rivales multimillonarios, ha pretendido secuestrar a mis ex novios, y ha utilizdo cualquier pretexto para vengarse de quien él decide culpar de nuestras separaciones y odiar de manera visceral a quienes forman parte de mi pasado” [66].

Las caricaturas predominantes de la persona que vende servicios sexuales –la víctima o en el otro extremo la trabajadora- no juegan, casi por definición, un papel relevante en los conflictos de pareja, propios o de terceros.  No causan ni sienten celos. Pero no es prudente ignorar que “la prostituta adopta un modo de vida que es un desafío conciente al tabú universal sobre la promiscuidad sexual” [67]. Desde las Elegías de Propercio la cortesana ha sido vista como una rival de la esposa, quien dedica su vida y energía a la familia, mientras la otra extrae lo que más puede del marido. Entre los romanos, los ciudadanos clientes de prostitutas eran tratados en forma similar a los adúlteros [68]. La Magdalena, así como María de Egipto, consideradas prostitutas, no cobraban por sus favores sexuales. Fueron en realidad mujeres promiscuas. Los doctores de la Iglesia definieron la prostittución más en términos de promiscuidad que de sexo pago. El vínculo entre prostitución e infidelidad se confirma con el tratamiento especial que recibían las concubinas, quienes se consideraban aptas para ser bautizadas si mostraban ser fieles a un sólo hombre [69]. Incluso tener varias concubinas era algo preferible a la prostitución, “indecisa y vagabunda”. Se consideraba que el hombre que se contentaba con sus concubinas estaba poniendo freno a sus deseos. En las Constituciones Apostólicas redactadas en el siglo III se señalaba que tanto el adulterio como la prostitución hacían daño a terceros pues violaban el matrimonio. Pero la prostitución no era algo indeleble, como para los romanos. La prostituta arrepentida, una vez bautizada y comulgada era tan pura como una virgen [70]. El número de infidelidades necesarias para que una mujer debiera considerarse prostituta inquietó tanto a los teólogos cristianos como a los juristas. Uno de los primeros concilios de Toledo precisó que una mujer debía declararse prostituta cuando se le podían probar entre cuarenta y sesenta amantes [71].

Una de las preocupaciones de Lutero con la prostitución era que rompía los compromisos del matrimonio. En contra de la visión del mal menor, según la cual la prostitución era una manera de proteger la castidad de las mujeres, Lutero la consideraba una inducción a la infidelidad. Argumentaba que los burdeles ponían en peligro a las mujeres e hijas de todos puesto que estimulaban la promiscuidad masculina. “Es frívolo afirmar que (con lo burdeles) habrá menos seducción y adulterio. Un joven que ha tenido relaciones íntimas con putas y ha superado así su vergüenza no mantendrá su distancia con mujeres casadas o vírgenes si tiene la oportunidad” [72].

Para los primeros autores ingleses evangélicos interesados en el estudio sistemático de la prostitución, en la primera mitad del siglo XIX, el comercio sexual, al igual que el adulterio, se percibía como un ataque a la familia y al amor conyugal [73]. Entre los grupos abolicionistas japoneses de finales del siglo XIX, uno de los argumentos contra las geishas era que destruían la paz de la familia [74]. Por la misma época, tanto el adulterio como las relaciones con cortesanas eran considerados asuntos más veniales en Francia que en Inglaterra y esa percepción estaba ligada a que entre los franceses el matrimonio arreglado, y basado en consideraciones sociales y económicas, le quitaba sentido a la obligación de fidelidad que tenía en el mundo anglosajón [75].

Incluso en la India, en dónde se consideraba normal el placer sexual femenino y no existía un culto particular a la virginidad, si una mujer tenía relaciones sexuales con un hombre diferente de su esposo perdía su casta, de la misma manera que la perdía una mujer soltera que se prostituía. Se consideraba que la visita de un hombre casado a una prostituta era, ante todo, un insulto y una ofensa a su esposa, que podía castigarlo. Las relaciones con las cortesanas estaban reguladas, en particular en lo concerniente a la proporción del ingreso que el hombre les dedicaba [76].

Como se vió, y así lo respaldan múltiples historias y testimonios, un terreno abonado para la prostitución es cuando las normas sociales son diferentes para hombres y mujeres. Pero no se trata de cualquier norma, son precisamente las normas referidas al comportamiento sexual, y en particular a la fidelidad, las que afectan de manera determinante el comercio carnal. La base de la doble moral, en muchas culturas y épocas, es que permite la infidelidad de ellos exigiendo fidelidad a ellas. Abbott (2001) señala que la exigencia de castidad, cuando aparece como requisito social para el matrimonio, es asimétrica no sólo entre géneros sino entre castas o clases sociales. Muchas sociedades que toleran cierta promiscuidad de las mujeres en las clases inferiores exigen de sus congéneres de mayor rango la virginidad para el matrimonio. Para los hombres, se observa lo contrario: los de la élite están autorizados, a veces estimulados, a tener experiencias sexuales antes del matrimonio y a ser infieles después. Es casi seguro, como lo sugieren los trabajos resumidos atrás, que la alta indicencia de infidelidad que muestran los datos de la GSS para el Asia se refiera a las aventuras extra pareja de los hombres y, probablemente, de aquellos con posición social favorable.

Alguien como Lutero habría utilizado como argumento para prohibir la prostitución la asociación que muestran los datos de la GSS entre sexo venal e infidelidad. Según él, el primero provocaba la segunda. Francesco Alberoni plantea una causalidad en sentido inverso. La monogamia y la fidelidad en la pareja habitual pueden cohibir la demanda por prostitución. “En Occidente una larga historia de monogamia ha inculcado en ellos el sentido del deber hacia la esposa y los hijos … Cuando se enamoran de otra mujer estando todavía casados, o si conviven con una amante, sobre todo si tienen hijos, experimentan un fuerte sentimiento de culpa … El empeño de fidelidad, como todos los otros empeños de pareja, debe renovarse con el tiempo. La institución es el producto de la reconfirmación del pacto. Si éste se realiza, si el pacto se respeta por mucho tiempo, produce un prfundo cambio en la relación erótica. Poco a poco los dos renuncian a las fantasías de engaño, no se exponen a las tentaciones y aprenden a uscar la belleza y el placer sólo en el cuerpo del otro” [77]

Enfermedades de transmisión sexual

La última variable relacionada con la sexualidad que vale la pena analizar es la incidencia enfermedades venéreas o, en la jerga moderna, las ETS (Enfermedades de Transmisión Sexual). Este tema ha sido, por siglos, una constante en las discusiones sobre el comercio sexual y en los recurrentes esfuerzos por regularlo, que cíclicamente se han intensificado ante los brotes epidémicos de las distintas ETS. No es simple coincidencia que el debate contemporáneo sobre la explotación y el trabajo sexuales también haya resurgido a raíz de la súbita irrupción del SIDA como preocupación global del sector salud a mediados de los años ochenta. La discusión detallada de la percepción del comercio sexual como una amenaza a la salud pública, que ha estado siempre en el meollo del debate entre abolicionistas y reglamentadores,  sobrepasa con creces el alcance de este ensayo, en el cual simplemente vale la pena adoptar la incidencia de ETS como una variable más de los indicadores de sexualidad entre países. Se puede plantear que la mayor incidencia de ETS en una sociedad es síntoma de algunas peculiaridades. Por una parte, refleja una sexualidad más desinformada, arriesgada, e imprudente por parte de los varones, así como asimetrías de género en materia de experiencia sexual y fidelidad.

Con base en los más recientes patrones de contagio de la epidemia del SIDA, se puede sugerir que la mayor incidencia de VIH sería también un síntoma de la persistencia de patrones patriarcales en una sociedad. Luego de varios años bajo la idea que el SIDA era un riesgo reservado a los hombres homosexuales se ha llegado a una situación en la que la población más vulnerable son las jóvenes. En la actualidad, las mujeres representan más del 60% de las personas entre 15 y 24 años portadoras del virus [78]. Está por una parte el hecho que, anatómicamente, el aparato reproductor femenino es más susceptible que el del hombre al contagio del VIH en una relación sexual. En segundo término, la mejor protección contra el virus sigue siendo el preservativo, cuya utilización depende en últimas de la voluntad masculina; no existe todavía un método alternativo de prevención que dependa exclusivamente de la mujer. A estas asimetrías se suma el sesgo que, en ciertos países, persiste contra de las mujeres en el acceso a los servicios de salud, a la educación y a los puestos de trabajo remunerado. Esta suma de aspectos desfavorables han contribuído a la feminización de la epidemia en varios lugares del mundo. La pobreza y la desinformación sexual no contribuyen a una buena capacidad de negociación a la hora de las prácticas sexuales seguras, ni al oportuno tratamiento médico en caso de contagio.

Normalmente, la discriminación educativa, sanitaria y salarial se da acompañada de un dobre estándar en las normas de comportamiento sexual, más permisivas con ellos que con ellas. Es usual que con los hombres se tolere, o incentive, la promiscuidad mientras que se insista en la castidad y fidelidad femeninas. Para fortalecerlas, una fórmula tradicional ha sido alargar la ignorancia sexual de las mujeres hasta el matrimonio. Este conjunto de factores ha hecho que ni siquiera la relación monogámica duradera permita que las mujeres estén a salvo de la infección, que cada vez más proviene de un marido o novio promiscuo. En Tailandia, un estudio realizado a finales de los años noventa mostró que las tres cuartas partes de las mujeres infectadas habían contraído el virus de sus esposos. En varios países africanos, la tasa de infección de las mujeres jóvenes (15 a 19 años) es mayor entre las casadas que entre las solteras sexualmente activas del mismo rango de edad [79].

Por mucho tiempo la asociación de las mujeres con el SIDA era una simple manera de evocar la prostitución. De hecho, inicialmente la parte femenina de la epidemia estuvo concentrada en el mercado del sexo. En Tailandia, por ejemplo, a mediados de los años noventa, la tasa de infección era del 47% entre las prostitutas y del 3% entre las mujeres embarazadas [80]. En la actualidad, la situación ha cambiado en algunos países. No sólo por la drástica reducción observada de la incidencia entre prostitutas sino por la etxtensión de la epidemia por fuera del mercado del sexo. Esta tendencia ha sido más fuerte en aquellas sociedades en las que el diferencial de edades para el matrimonio es mayor, otro rezago de esquemas patriarcales. La joven, a veces niña, inexperta e ignorante en materia sexual que se casa con un hombre mucho mayor y con una larga lista de parejas previas está particularmente expuesta al contagio.

Para el propósito de comparar la incidencia de las ETS con la del comercio sexual, se cuenta con dos indicadores de distinta fuente. El primero es una pregunta de la misma GSS con la cual se indaga si quien responde el cuestionario ha sufrido, alguna vez, alguna ETS, sin que se especifique cual.  La comparación del porcentaje de personas –hombres y mujeres-  afectados por ETS con la incidencia de sexo pago no muestra, para el conjunto de países, una asociación digna de mención, ya que la respectiva correlación es cercana a cero. Sin embargo, al interior de cada una de las regiones consideradas en la muestra se observa una correlación que es siempre positiva e importante: Asia 33%, Europa del Este 72%, Europa 43% y Resto de países 64%. Así, parecería haber, en cada una de las regiones, y dentro de un rango para la incidencia de ETS que no cambia mucho, un vínculo diferente entre éstas y la prostitución. El segundo indicador sobre las ETS, es la incidencia del VIH calculada por el programa de Naciones Unidas contra el SIDA [81]. Es pertinente anotar que la naturaleza de los indicadores no es la misma, y no sólo porque provengan de distinta fuente. En el caso de las ETS se trata de incidencia alguna vez, una especie de valor acumulado, mientras que en el caso del VIH se hace referencia a un período específico, en este caso el año 2005. Tal vez por esta razón, la asociación es distinta a la observada con el conjunto de las ETS. Con la excepción de Europa del Este, donde se alcanza una correlación del 90%, al interior de cada una de las regiones la asociación es débil, pero para el conjunto de países la correlación es importante, del 50%.



De todas maneras, con cualquiera de estos indicadores, si se acepta el supuesto que la mayor incidencia de ETS es un reflejo de una sexualidad menos controlada y prudente, el mensaje de estas gráficas es el mismo: la prostitución es más alta precisamente en aquellas sociedades en dónde parecen menos cautas las costumbres  sexuales. Es útil señalar una peculiaridad de la asociación entre incidencia de VIH y prostitución, que tiene que ver con su perfil, una especie de triángulo invertido. Lo que se observa es que en sus niveles bajos, la incidencia de VIH puede darse simultáneamente con casi con cualquier nivel del indicador de sexo pago. Al aumentar el indicador del VIH, sin embargo, se hace más probable que éste  se de acompañado de reportes de sexo pago superiores al promedio. En otros términos, y de acuerdo con esta gráficas, no parece ser común una sociedad con altos niveles de VIH y, simultáneamente, escaso comercio sexual. Por el contrario, la generalización del sexo pago, no constituye un impedimento para el control del VIH.

Legislación y normas sociales

Un índice de legalidad de la prostitución

Como se ha visto, el debate legislativo y de principios alrededor de la prostitución es particularmente álgido en la actualidad. En realidad, las principales posiciones no han cambiado mucho a lo largo de los dos últimos siglos. La revisión detallada de los pormenores del debate entre prohibición, abolicionismo y reglamentación sobrepasa el alcance de este ensayo. Por el momento, de manera necesariamente escueta y simplificadora, vale la pena tratar de analizar, con la información comparativa por países, cual es la asociación entre el régimen legal de la prostitución y la incidencia del sexo pago.

Teniendo en cuenta que al interior mismo de algunos países –como por ejemplo Australia o los EEUU-  hay distintos regímenes legales para el sexo venal, que van desde la tolerancia hasta la prohibición, el simple ejercicio de clasificar los países de la muestra de acuerdo a sus leyes sobre prostitución es menos automático de lo que parece en principio. A pesar de la observación anterior, son también evidentes las diferencias entre sociedades en cuanto al tratamiento legal del comercio sexual. En algunos lugares está totalmente prohibido y se percibe aún como un asunto criminal. En otros, por el contrario, no sólo se tolera sino que se reconoce por ley y se regula su funcionamiento. En otros, se criminaliza el entorno de quien se prostituye sin que vender sexo sea considerado un delito.

Para analizar el eventual impacto de la legislación sobre el comercio sexual, se recurrió a la elaboración de un índice, subjetivo, con valores entre 0 y 1 en dónde el valor mínimo 0 corresponde a la tolerancia cero de las leyes con el comercio sexual, que se considera totalmente ilegal, como la China, y el valor máximo de 1 se aplica cuando existe un amplio reconocimiento legal tanto de la prostitución como de las actividades de apoyo, como Alemania. En el Anexo 2 se presentan, para cada país, los principales elementos de la legislación que se tuvieron en cuenta para la asignación de un valor en este Indice de Legalidad de la Prostitución (ILP).

El primer punto que se puede señalar sobre este índice es que, en la actualidad, la población del mundo está más cerca de la prohibición que de la total legalización del comercio sexual. En efecto, el promedio del índice para el conjunto de países incluidos en la muestra, ponderado por el número de habitantes de cada país, es apenas de 0.29. En el bajo valor de este promedio se está reflejando el gran peso de la China, el país más poblado del mundo, y dónde el comercio sexual está completamente prohibido. El segundo punto digno dimensión es el de las importantes diferencias regionales que se observan en este índice: desde un valor de 0.23, cercano a la prohibición, en el Asia, hasta el 0.71, relativamente liberal, que se observa en Europa.


El tercer comentario que puede hacerse es que al interior de cada región hay una notable variabilidad. Así, incluso en el Asia, hay una diferencia radical entre China, que prohíbe el comercio sexual, o Taiwan y Tailandia que están cerca de proscribirlo y, en el otro extremo, Singapúr en dónde está prácticamente legalizada. En Europa, una de las regiones del mundo con mayor homogeneidad en varias áreas del derecho, el desacuerdo legislativo en materia de prostitución también es amplio, con diferencias marcadas entre países cercanos como Suecia y Alemania.

Como ya se señaló, incluso dentro de un mismo país, el tratamiento legal del comercio sexual puede diferir entre ciudades o provincias. En Australia, por ejemplo, para la venta de servicios sexuales, o la propiedad de burdeles, o incluso el proxenetismo, las leyes varían entre estados, para no hablar de su enforcement. Algo similar puede decirse de los EEUU.

Tal vez el comentario más pertinente sobre este indicador es la relativa independencia que se observa entre el régimen legal de la prostitución y la incidencia de sexo pago de la GSS. Al hablar de débil relación entre la legalidad de la prostitución y el reporte de haber pagado por tener relaciones sexuales se está siendo conservador en cuanto a la poca relevancia de las leyes para controlarla, puesto que se observa no simple independencia sino síntomas de una relación perversa: la incidencia del sexo pago parece superior precisamente en aquellas sociedades, como las asiáticas, en las cuales se ha insistido en un regimen legal represivo. A nivel de la muestra total de países, la correlación entre el índice calculado y la incidencia de sexo pago es un no despreciable  42%. Tanto en el Asia como en Europa la relación sigue siendo negativa y cercana al 20%.

Es interesante el perfil de la asociación entre el índice de legalidad de la prostitución y su incidencia: una especie de triángulo bajo el cual en los regímenes represivos de la prostitución se observa una amplia variedad de incidencias pero en el que no se  observa la combinación, tan temida por el abolicionismo, de un régimen laxo con una prostitución explosiva.

Represión sexual en la China [82]
La evolución reciente del comercio sexual en la China es interesante no sólo por el desafío que plantea a las visiones simplistas que lo asocian con el estancamiento económico y la falta de oportunidades laborales para las mujeres sino porque también destaca el limitado alcance de las leyes formales para controlar la magnitud y la dinámica del comercio sexual. Como se señaló, el de China es uno de los regímenes legales más severos del mundo en contra del sexo pago. Se trata de un crimen y no sólo en el papel, pues ha habido una activa represión de hecho. “Entre enero de 1986 y julio de 1987 se abrieron 18 campos de concentración para prostitutas y para diciembre el número de campos se había más que triplicado para llegar a 62”.

Los esfuerzos por erradicar la prostitución no han sido complacientes con los extranjeros, que también han sido perseguidos. En Junio de 1988, en la zona económica de Shenzen, que colinda con Hong Kong, hubo un arresto masivo de 122 prostitutas y 100 clientes. Recientemente, un político de Hong Kong fue arrestado con una prostituta que había conocido en un karaoke y llevado a su hotel. Ambos fueron mantenidos bajo arresto por 6 meses [83].

Deng Xiaoping estuvo particularmente interesado en reprimir la prostitución y someterla a penas muy severas porque, según él, afectaba negativamente la reputación del país. De acuerdo con un informe oficial de su época, tan sólo en 1991, más de 200 mil prostitutas y clientes fueron detenidos y más de 30 mil mujeres fueron enviadas a campos de reeducación y trabajo forzado.

Hasta hace pocos años, cualquier cliente de prostitutas, local o extranjero, corría el riesgo de ser detenido y de ver en su documento de identidad o pasaporte, marcada en la frente de la foto, la leyenda “pervertido notorio” [84]. Con los proxenetas, las sanciones aplicadas no siempre se limitan al escarnio público. A finales de los ochenta en una pequeña aldea cerca de Cantón uno de ellos fue ejecutado. Más recientemente, un connotado empresario de casinos y burdeles en la provincia de Fujian también fue condenado a la pena capital [85].

La represión en la China no se limita al comercio sexual, ni al marco legal. Existe además bastante reprobación social con la prostitución y, en general, hacia la sexualidad. A mediados de los años noventa, se analizaron varias encuestas sobre actitudes hacia el sexo y se encontró que (1) para la mayor parte de la gente los vocablos de contenido sexual se consideran crípticos o sucios y abusivos; (2) entre mayor es la familiaridad entre dos personas, mayor es la dificultad para hablar de sexo; (3) los problemas sexuales tienden a no discutirse; (4) las entrevistadoras sobre temas sexuales son  consideradas malas mujeres; (5) la pornografía, la prostitución y el sexo fuera del matrimonio se consideran ilegales; (6) no se entiende el interés por hacer investigación sobre temas sexuales; (7) la mayor parte de las mujeres sienten verdadero disgusto, casi asco, cuando se les pregunta por asuntos sexuales [86].

Otros indicadores de legalidad

El indice de legalidad de la prostitución no es lo único que permite poner en duda la eficacia de ciertas herramientas sobre la incidencia del sexo pago. Un convenio del que en principio cabría esperar algún impacto, la Convención Internacional para la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Contra la Mujer, también muestra una asociación distinta a la esperada. Si se cruza el número de años que, en cada país, llevaba vigente en el 2003 este convenio con la incidencia de sexo pago se observa que a nivel global, la asociación es irrelevante. Sin embargo, tanto en el Asia como en Europa, la correlación es positiva : los países que más temprano estuvieron dispuestos a firmar el convenio son precisamente aquellos en los cuales la incidencia de sexo pago es mayor. Por otra parte, algunos indicadores no vinculados de manera directa con el comercio sexual, pero reveladores sobre la situación legal de la mujer en cada país, muestran una asociación con la prostitución más acorde con las expectativas. Está, por ejemplo, el número de años desde que las mujeres adquirieron derechos electorales: los países que más tardaron en permitir el voto femenino coinciden con aquellos en los cuales persiste una prostitución generalizada.

Están por otro lado los indicadores sobre calidad institucional calculados por el Banco Mundial para el conjunto global de países y que pueden dar una idea sobre la manera como se protegen los derechos de los ciudadanos en general y de las mujeres en particular. El indicador de Imperio de la Ley (Rule of Law) muestra, por ejemplo, una correlación negativa, no despreciable y consistente entre regiones, con la incidencia de prostitución, que aparece aquí como un síntoma adicional del déficit institucional de los países. En el mismo sentido apuntan las correlaciones de la incidencia de sexo pago con el indicador de corrupción, también calculado por el Banco Mundial. Los países de la muestra del GSS con, de acuerdo con este indicador, mayores niveles de corrupción, coinciden con aquellos en los que la prostitución está más generalizada. La asociación no es descartable y es consistente entre regiones.


Con base en estos resultados sobre el limitado alcance de la legislación específica y explícita sobre prostitución, si se recuerda la estrecha correlación negativa observada entre sexo pago y la proporción de mujeres fumadoras, se puede plantear que el efecto de las normas sobre el comercio sexual operaría en un sentido distinto al que desearían las partes envueltas en un debate que, de acuerdo con estas gráficas, parece relativamente bizantino y platónico.

Por una parte, porque los cambios legislativos que buscan, cargados de buenas intenciones, controlar de manera directa el comercio sexual, o la discriminación contra la mujer, no muestran efectos perceptibles sobre la incidencia del comercio sexual. Nada más fácil para un gobierno supuestamente desbordado por un flagelo que ceder a las presiones internacionales y firmar una declaración internacional de principios contra ese flagelo. Sobre todo cuando esas presiones internacionales, como claramente ocurre con la prostitución en la actualidad, giran alrededor de declaraciones de principios universales con poco interés por lo que realmente ocurre en el entorno que se pretende intervenir, y rechazan de plano cualquier posibilidad de medición del impacto de los cambios legislativos, o del mismo flagelo. En segundo término, porque lo que parece tener algún impacto sobre el comercio sexual son las cuestiones de género que implican cambios culturales o normativos reales y efectivos en el largo plazo. El dato sobre la vigencia del voto femenino es revelador: no se trata de una simple declaración de principios  como la convención contra la discriminación  que se puede firmar sin mayor inconveniente, ni consecuencias.

Por último, se puede sugerir que no parece ser sólo con leyes como se regula, controla o erradica la prostitución. Así lo muestran los datos tanto de los países asiáticos, en dónde a pesar de estar muy restringida sigue siendo generalizada, como los del conjunto de países europeos, en dónde bajo una enorme variedad legislativa, la prostitución actual no sobrepasa cierto umbral. Parecería, por el contrario, que es el descenso secular en el comercio sexual –determinado, entre otros factores, por asuntos como la demografía, las normas sociales sobre sexualidad y la mayor igualdad de géneros- lo que ha permitido adoptar una elección, bastante marginal, entre legalizarlo, como en Holanda o Alemania, o tratar de erradicarlo con leyes, como en Suecia. Así también lo demuestra la larga e imaginativa serie de medidas legislativas que, desde siempre y en casi todas las culturas, se han tomado para tratar de controlar la venta de sexo y cuya efectividad ha sido precaria [87].

Corrupción y sexo venal

La gráfica anterior que muestra una asociación positiva entre los indicadores de corrupción calculados por el Banco Mundial y la incidencia de sexo pago en la muestra de la GSS, es una buena disculpa para mencionar un aspecto ignorado por la literatura comprometida y es el de la prostitución como uno de los mecanismos de corrupción más eficaces, por su alta y universal demanda, por el secreto que la envuelve y por la no despreciable característica de no dejar huellas patrimoniales o financieras.  Numerosas historias y algunos testimonios sugieren que una manera de garantizar la adjudicación de concesiones, contratos, licitaciones, licencias o permisos consiste en aceitarlos o lubricarlos con favores sexuales. Aunque es en la práctica imposible evaluar la fiabilidad de este tipo de información, que constituye casi el prototipo de lo que permanece secreto entre las partes envueltas en un intercambio, sería poco razonable ignorarla del todo, como si no existiera.

Desde los años sesenta, cuando apenas empezaba a desarrollarse el mercado de las call girls, ahora llamadas escorts, se ha señalado su utilización por parte de empresas comerciales, como una extensión del departamento de relaciones públicas, incluso en países, como los EEUU, en los cuales la prostitución es ilegal. El testimonio público de un ejecutivo por la radio en Nueva York es ilustrativo. “Es la manera más rápida que conozco de establecer una relación cercana con un cliente. El punto clave es saber que un cliente ha pasado la noche con una prostituta  que yo le he suministrado. En segundo lugar, en la mayoría de los casos los clientes son casados, con familia. Esto me da una especie de ventaja; bueno, no lo llamaremos chantaje, pero es una ventaja subconciente sobre él. Es un arma que yo mantengo y que discretamente puedo utilizar en cualquier momento en que su esposa esté presente” [88].

Las complejidad de la relación de las autoridades con el mercado del sexo es antigua, y parece universal. En la China imperial, Guan Zhong, tal vez el primer impulsor de la prostitución oficial, hace casi tres mil años reconocía que los barrios de prostitutas cumplían, entre otras funciones, la de “atraer y ablandar a los emisarios de los reinos rivales” [89]. Bajo el imperio romano, la supervisión de las prostitutas era responsabilidad de los ediles quienes debían visitar los burdeles de manera periódica tanto para constatar que todo estaba en orden como para cobrar los respectivos impuestos. Ocasionalmente, buscaban sacar ventajas personales y se contemplaban severas sanciones en caso de excesos. En las ciudades árabes importantes, como el Cairo y Baghdad, varios problemas urbanos los manejaban los inspectores de la moral pública, los Muhtasib quienes vigilaban que la oración se hiciera cumplidamente, supervisaban los productos de los mercados, patrullaban las calles para impedir que hombres y mujeres deambularan juntos, inspeccionaban los baños públicos para impedir la desnudez o el contacto con extranjeras e indagaban sobre inmoralidad sexual. Tenían facultades para infligir castigos, azotar infractores o someterlos al escarnio público. Aunque muchos fueron probos y eficientes en su trabajo otros toleraban la prostitución y su efecto más notorio fue hacerla menos visible. En Europa medieval las autoridades eclesiásticas hicieron grandes esfuerzos para impedir el contacto de los clérigos con las prostitutas. Uno de los delegados del Papa enviados a Inglaterra para liderar los esfuerzos contra el concubinato de los sacerdotes fue sorprendido, justo después de celebrar la misa, con una conocida prostituta en su cama [90].

Una de las dimensiones de la asociación entre el mercado del sexo y las prácticas corruptas más que pertinente a la hora de proponer medidas legislativas abolicionistas, tiene que ver con los vínculos no siempre transparentes entre el mercado del sexo y los cuerpos policiales. Un investigador de policía parisino, François Guillotte, no sólo obtuvo en 1729 un contrato con los padres de una joven de 17 años para “tener relaciones sexuales con ella como si fuera su esposa … sin que (los padres) pongamos problemas por los hijos que ella pueda tener” sino que después los encarceló. Otro inspector francés, Mr Berryer, justificaba sus frecuentes visitas a los burdeles diciendo que sólo así podía saber bien lo que pasaba allí [91]. Desde su creación a finales del siglo XVIII, la police des moeurs francesa ha sido imitada en el resto del mundo no tanto por su eficacia para combatir la prostitución como por su capacidad para utilizar este comercio como fuente de información. “Que las maquerelles sean, todas,  unas indics (espías), todos lo sabíamos. Gracias a ellas se sabe todo, se controla todo: grandes señores, granjeros, generales, obispos, curas, embajadores, truhanes, ladrones” [92]. El poder de Fouché, el temible ministro de policía de Napoleón, reposaba sobre sus ficheros y manipulaciones. “Se mete en lo que le incumbe, y en seguida en lo que no le incumbe”, comentaba Tayllerand. “Tenía un buen manejo de la información y el instinto de la alta y la baja policía” decía más recientemente Dominique Villepin. Para estar a salvo, el mismo Fouché era, como marido, particularmente fiel [93].

La infiltración en el bajo mundo a través de los burdeles no fue un invento francés, ni es reciente. Chanakya, o Kautilya, el maquiavélico asesor del emperador Chandragupta en la India en el siglo IV a.c. recomendaba manipular las leyes según la conveniencia del soberano. Más que aprobar la prostitución, la organizó para servir al gobernante. Nombró un superintendente oficial de prostitutas, el ganikandhyaksa,  que tenía el poder de otorgar el estatus de cortesana a una prostituta con base en su belleza, su juventud y sus habilidades artísticas. Se le podía además conceder una ayuda pecuniaria con fondos públicos para que se estableciera. Con las prostitutas corrientes, era consciente de la necesidad de protegerlas de la violencia, a cambio de lo cual debían pagar impuestos, y suministrar información. El burdel era visto como un centro de actividades criminales. Algunos crímenes se cometían contra las prostitutas, otros por ellas contra los clientes y otros se planeaban allí. Por esta razón, se consideraba que las prostitutas eran una invaluable fuente de información para las autoridades [94].

Aunque hasta 1956 la prostitución fue legal en el Japón, ya había buenas relaciones entre los dueños de los burdeles y la policía. Se habían establecido a base de atenciones gratuitas a los oficiales claves. Desde que se aprobó la Ley de Prevencion de la Prostitución –descrita en el medio como una ley kagoho (jaula de bambú) o sea llena de huecos- la situación se hizo más compleja. Como la ley define prostitución como un “coito que se paga, o se promete pagar”, son varios los servicios sexuales que no quedan cubiertos con la ley. Consecuentemente, se ha desarrollado en el Japón una extensa industria legal que va desde la jaboneras, mujeres que desnudas y cubiertas de jabón dan masajes con su cuerpo, hasta centros de moda y salud en los cuales se ofrecen diversos servicios sexuales que no incluyen el coito. Algunos verdaderos burdeles han obtenido su licencia como establecimientos de comida y bebida. Dos tipos de negocios fueron cedidos por las autoridades de policiía a la yakuza, la mafia japonesa: los clubes de citas y la prostitución callejera.  El primero es un simple intermediario telefónico que concreta la cita del cliente con la prostituta y le señala el hotel dónde esta lo espera. El papel de los mafiosos es igualmente sencillo: protegen el club de los clientes mala paga y disciplinan las prostitutas desobedientes. El manejo de la prostitución callejera, y en particular de las mujeres inmigrantes, es ya de mayor envergadura. Como se trata por lo general de inmigrantes ilegales no tienen acceso a la protección legal. Muchas de ellas son reclutadas por asociados extranjeros de la yakuza. Se estima que una quinta parte de estas llegan al Japón sabiendo que venderán servicios sexuales. Las demás llegan creyendo que trabajarán como meseras, recepcionistas, obreras o cuidadoras. En cualquier caso, al llegar son vendidas a la yakuza, que a su vez las vende o subasta a los clubes. Amnistía Internacional ha señalado que la falta de acción de las autoridades japonesas ante este tráfico se debe al hecho que en él está involucrada la yakuza [95].

En la China contemporánea, a nivel local, se han identificado vínculos de comercio sexual, ilegal, y corrupción. Las prostitutas de los salones de masajes, o de los karaokes, deben destinar parte de sus ingresos a repartir propinas. Desde las mama-sans que arreglan sus encuentros hasta los choferes de taxi que les traen clientes. También deben compartir con sus patrones los gastos que contratan servicios privados de protección que utilizan una mezcla de soborno y amenaza para que los policías miren para otro lado. Parte del dinero termina en manos de oficiales locales. A veces el arreglo es más explícito. A finales de los años noventa, en Shenyang, una ciudad industrial al noreste, el alcalde, Mu Suixin, promovió la apertura de bares y salones de masaje para combatir el desempleo. Concedió licencias a prostitutas a las que les cobraba un impuesto del 30% sobre sus ingresos. El buen recaudo estimuló a que otras ciudades siguieran su ejemplo [96].

En ocasiones, la policía como solución puede ser peor que el problema. “Llegábamos al hotel por la puerta trasera (para atender a los clientes) y también salíamos por la puerta trasera … Es muy peligroso cuando llega la policía (china). Algunas veces cuando estábamos con clientes arriba, oíamos las sirenas de los carros de policía y estábamos tan asustadas que algunas saltaban desde las ventanas o corrían por los tejados. Si nos arrestaban, nos abusaban. Si el empleador pagaba por sacarnos, teníamos que trabajar más para pagar la deuda” [97]. Durante el 2002, en Lyon, una práctica extendida de los policías era considerar la posesión de preservativos como un indicio de prostitución. Por lo tanto se les confiscaban para obligarlas a abandonar la calle [98].

El testimonio de una prostituta francesa muestra el inmenso poder arbitrario que, incluso en una democracia madura, puede alcanzar la policía en las labores de supervisión del comercio venal. Clara, de cincuenta años, era bien conocida de los servicios de policía. Un sábado cualquiera se paseaba con su hijo mayor y se encontró con un agente que con alguna frecuencia la veía haciendo el trottoir. Simplemente se miraron. Una semana más tarde el mismo policía le llamó la atención en su sitio de actividad. “Entonces, tenemos un nuevo julot”, le dijo. “No, es mi hijo, y es estudiante” le respondió ella orgullosa. “Le pagas los estudios con dinero sucio, puedo hacerlo caer por proxenetismo”, le advirtió el policía [99]. Si esto puede ocurrir con una mujer experimentada y francesa, es fácil imaginar lo que le espera a una joven inmigrante, recién llegada, e ilegal.

Las posibilidades del sexo como mecanismo de soborno –o como pago de chantaje- no se limitan a la policía. Un elemento común parece ser el exceso de regulaciones no bien sintonizadas con la realidad. “En el tren, una de nosotras tuvo que dormir con el conductor. Había recogido todos nuestros pasaportes – todas veníamos ilegalmente (a Alemania) vía París. Eramos cinco y no teníamos inspecciones de frontera. Pero a la mañana siguiente una de nosotras durmió con el conductor … y es así como llegamos acá” [100]. Ni siquiera los funcionarios de las misiones humanitarias son siempre inmunes a las tentaciones del sexo venal.  Tres jóvenes de Costa de Marfil relatan. "Trabajamos en un campo de las fuerzas de paz vendiendo esculturas y joyas. A veces nos pedían que les buscáramos chicas. Especialmente de nuestra edad”. Como causal se aduce la sensación de sentirse poderoso, e impune. De acuerdo con un médico español cooperante en Sierra Leona "no siempre es fácil manejar el estatus que adquieres. Llegas al país y tienes hasta jardinero. Si vas en un coche de la ONU o de una ONG la policía no te para jamás". La propia ONU ha establecido un vínculo entre el aumento de la prostitución y la concentración de cascos azules. La oficina británica de Save the Children, con proyectos en un centenar de países, publicó un informe sobre abusos sexuales a niños y adolescentes por parte de personal de ONGs y de soldados de la ONU. Con testimonios de 250 menores  recogidos en el 2007 en Costa de Marfil, Haití y Sudán se encontró que la mayor parte de las víctimas de agresiones sexuales eran niñas [101].




[1] Aldama (2004) p. 90
[2] Sobre esta evolución en la literatura y en el arte ver Puelles Romero (1998).
[3] Walkowitz (1982) p. 132
[4] Lateinamerikanische Exilierte Frauen in sterreich - Exiled Latin American Women in Austria report 1996, "Trafficking in Women to Austria for Sexual Exploitation," IOM and the Austrian Minister for Women’s Affairs, June 1996). http://www.uri.edu/artsci/wms/hughes/austria.htm
[5] Vásquez (1998) p. 19
[6] La correlación en un número entre -1 y 1 que “ indica la fuerza y la dirección de una relación lineal entre dos variables aleatorias. Se considera que dos variables cuantitativas están correlacionadas cuando los valores de una de ellas varían sistemáticamente con respecto a los valores homónimos de la otra: si tenemos dos variables (A y B) existe correlación (positiva) si al aumentar los valores de A lo hacen también los de B y viceversa. La correlación entre dos variables no implica, por sí misma, ninguna relación de causalidad”. http://es.wikipedia.org/wiki/Correlación
[7] “Una relación que varía entre 0 y 1. Un valor bajo indica una distribución del ingreso más igualitaria, mientras que un valor alto representa una distribución más desigual”. http://en.wikipedia.org/wiki/Gini_coefficient.
[8] Miller, Barbara (1981)  The Endangered Sex : Neglect of Female Children in Rural North India.  London: Cornell University. Citado por Rose (2004)
[9] http://www.britannica.com/EBchecked/topic/324615/Kulinism#ref=ref7547
[10] Rose (2004)
[11] Croutier (1989) p. 30
[12] Vásquez (1998) p. 17
[13] Aldama (2004) p. 63
[14] Love (2007) p. 59 y 61.
[15] Corbin (1982) p. 203
[16] Citada por Schaff (2007) p. 57
[17] Ver Rubio y Arjona (2007)
[18] Celis (2007), Love (2007) o Surfistinha (2007)
[19] Testimonio recogido en Day (2007) p. 39
[20] Pisano (2004) pp. 248
[21]  Deschamps (2006) p. 137
[22] Sobre este punto ver Rubio (2005, 2007 y 2008).
[23] Day, Sophie (1994), “L'argent et l'esprit d'entreprise chez les prostituées à Londres”, Terrain, Nº 23: http://terrain.revues.org/document3103.html.
[24] Sen (2003)
[25] Chen (2005)
[26] Ruan y Lau (2004) p. 186
[27] Dung et. al. (2005)
[28] Guilmoto (2005)
[29] Chen (2005)
[30] Guilmoto (2005)
[31] Li, Feldman et. al (2005), Li, Jiang et. al. (2005), Le Bach et. al. (2005)
[32] Gaviria ( 2008)
[33] Esta explicación la propone una mujer, y escandinava. Edlund (2005).
[34] Gaviria (2008)
[35] Ver Rubio (2005)
[36] http://www.pintobooks.com/rediscoveredbooks8Santa.html
[37] Pisano (2004) pp. 102 y 113
[38] Aldama (2004) p. 35
[39] Le Bach et. al. (2005)
[40] Montaigne (1595, 1947)
[41] “Una peruana oferta su virginidad en 6,500 dls”. Crónica,  23 de Marzo de 2005
http://www.cronica.com.mx/nota.php?id_nota=172942
[42] Cifras tomadas de http://hdrstats.undp.org/indicators/. Detalles sobre la metodología para el cálculo de los índices en el Reporte sobre Desarrollo Humano de 1995, Gender and Human Development, disponible en http://hdr.undp.org/en/reports/global/hdr1995/
[43] ICPS (International Centre for Prison Studies). http://www.prisonstudies.org/
[44] World Bank (2007). World Development Indicators 2007. Basado en Tobacco Atlas, 2nd edition (2006).
[45] Para Centroamérica ver Rubio (2007a)
[46] Camel – Pleasure to Burn. http://www.socialbranding.org
[47] http://www.socialbranding.org
[48] Zucker et. al. (2005)
[49] Referencias en Zucker et. al. (2005)
[50] Morrow et. al. (2002).
[51] Legardinier  y Bouamama (2006) p. 69 y 237
[52] Por ejemplo, Michel (2006) o Legardinier y Bouamama (2006)
[53] Aldama (2004) p. 136
[54] Surfistinha (2007) p. 91. Subrayado propio
[55]  Surfistinha (2007) p. 138
[56] Celis (2007) pp. 196 y 197
[57] Vargas Llosa (1973) pp. 29 a 35
[58]  Vallejo (2007) p. 127
[59] Salazar (2001) pp. 90 y 91
[60] Casta-Rozas (2004) p. 184
[61] Tournier (2003) pp. 143 y 211.
[62] Chang y Halliday (2005) p. 195
[63] Wood (2001)
[64] Rubio (2007) pp. 99 a 109
[65]  Deschamps (2006) p. 137
[66]  Vallejo (2007) p. 290
[67] Evans (1979) p. 12
[68] Bullough y Bullough (1987) pp. 48, 54
[69] Bullough y Bullough (1987) pp. 69
[70] Lacroix (1852, 1980). p. 75
[71] Bullough y Bullough (1987)  p. 75
[72] Citado por Roper, Lyndal (sf). “Luther: Sex, Marriage and Motherhood”. http://www.warwick.ac.uk/fac/arts/History/teaching/protref/women/WR0911.htm
[73] Walkowitz (1982) p. 33
[74] Fujime (1997) p. 157
[75] Evans (1979) p. 146
[76] Ibid. pp. 85, 93 y 103
[77]  Alberoni (2006) pp.  225 y 233
[78] Piot y Cravero (2006) p. 240
[79] Ibid p. 246
[80] Ibid. p. 249
[81] UNAIDS (Joint United Nations Programme on HIV/AIDS). 2006. Correspondence on HIV prevalence. May 2006. Geneva
[82] Los datos y citas de esta sección sin referencia explícita están tomados de Ruan y Lau (2004) pp. 194 y 195
[83] “HK LegCo candidate arrested for taking prostitutes”. China Daily HK Edition,  2004-08-18
[84] “debauché notoire”. Ang (2006) p. 613
[85] “Chinese tycoon convicted of running prostitution, gambling ring sentenced to death”. THE ASSOCIATED PRESS, Enero 24 de 2005
[86] Ruan y Lau (2004) p. 186
[87] El inventario de medidas legislativas, variado y rico en enseñanzas, sobrepasa el alcance de este ensayo y, también, se deja para esfuerzos posteriores.
[88] Citado por Henriques (1969) p. 302
[89] Coulette (2003) p. 20
[90] Bullough y Bullough (1987) pp. 55, 79 y 131.
[91] Bullough y Bullough  (1987) pp. 171 y 172
[92] Citado por Coquart y Huet (2000) p. 110
[93] Citados por Deloire y Dubois (2006)  p. 25
[94] Bullough y Bullough (1987) p. 92
[95]  Hill (2003) pp. 115 y 116
[96]  Goodman (2003)
[97]  Testimonio en Le Bach et. al. (2005)
[98] Deschamps (2006) p. 103
[99] Deschamps (2006) p. 180
[100]  Testimonio de mujer latinoamericana citado por Agustín (2008) p. 29
[101] Blanco, Silvia (2008). “Cuando el pacificador se cree el amo”. El País, Junio 24 de 2008