Pandillas, drogas y sexo en Panamá


Pandillas en los barrios panameños: la sensación de seguridad

Uno de los principales desafíos que se enfrenta al diseñar programas de prevención de la violencia tiene que ver con establecer las prioridades entre los distintos frentes que se deben atender. ¿Es conveniente tratar de controlar los pequeños robos que afectan a mucha gente o, por el contrario, concentrarse en los incidentes muy graves que conciernen de manera directa a pocas personas pero que pueden producir una mayor sensación de intranquilidad?

Para resolver esta inquietud puede ser conveniente recurrir a un indicador que, en principio, agrupa los distintos elementos que caracterizan la violencia y, de alguna manera, pondera su efecto sobre la sensación de inseguridad de los ciudadanos, en este caso de los jóvenes.

Un primer aspecto que se puede señalar es que la percepción subjetiva de seguridad en Panamá refleja una situación aparentemente tranquila, puesto que más de la mitad de los jóvenes se sienten seguros o muy seguros en las calles de su barrio, mientras que la proporción de quienes se sienten muy inseguros es apenas cercana al 10%.


No hay diferencias apreciables por género, siendo levemente superior la proporción de hombres que se sienten muy inseguros (13%) que la de mujeres con similar percepción (9%).

La percepción de seguridad tampoco parece ser sensible a la edad de los jóvenes. En efecto, entre los 13 y los 18 años el índice promedio del indicador de seguridad es prácticamente constante, y se observa tan sólo un pequeño deterioro dentro del grupo de los mayores.

Tal tipo de estabilidad en la sensación de seguridad durante las distintas etapas de la adolescencia puede tomarse como un síntoma favorable en materia del impacto de la violencia, puesto que la relativa tranquilidad que manifiestan tener los jóvenes en las calles de su barrio no parece sensible a los cambios en rutinas y hábitos de salidas que caracterizan el paso de los años. Al respecto, un indicador disponible en la encuesta sobre la eventual exposición a los incidentes susceptibles de afectar la seguridad -el número de salidas nocturnas por semana- muestra que, en efecto y como cabría esperar, los adolescentes alteran con la edad sus hábitos y costumbres. Estos cambios no son despreciables, puesto que, por ejemplo, las salidas nocturnas de un joven de 18-19 años son más de tres veces superiores a los de uno de 13. En ese sentido, el hecho que ambos grupos manifiesten sentirse igualmente seguros en su barrio puede tomarse como algo positivo en términos de seguridad.

Tampoco aparecen diferencias apreciables en la percepción de inseguridad según el estrato socio económico de los jóvenes. Tan sólo cabría señalar una sensación de seguridad levemente superior entre las mujeres del estrato más alto. A pesar de esta observación, el panorama de seguridad parece relativamente homogéneo entre los distintos sectores de la ciudad, lo cual también puede interpretarse como un aspecto positivo de la situación panameña.

Otro aspecto que vale la pena investigar es el origen de la sensación de inseguridad en el barrio que manifiestan algunos de los jóvenes. Para esto, se puede tratar de identificar aquellos factores que mejor permiten discriminar a los jóvenes que declaran sentirse inseguros en sus barrios. Los resultados de este ejercicio sugieren que los elementos que más repercuten negativamente sobre la seguridad, de manera estadísticamente significativa, son, en su orden, la presencia de pandillas en los barrios y el haber sufrido alguna agresión. Aunque el coeficiente estimado para los robos es mayor, el efecto no es estadísticamente significativo. Tampoco las amenazas, los ataques sexuales, o el pago de impuestos a las pandillas, muestran tener un efecto significativo sobre el reporte de sentirse inseguro en las calles del barrio, una  vez se controla por las variables antes mencionadas. En otros términos, la sensación de inseguridad que produce la presencia de pandillas parecería ser independiente de las actividades específicas que desarrollan.

Por otro lado, se corrobora que ni la edad del joven, ni su estrato socio económico tienen un impacto significativo sobre la sensación de inseguridad.

Vale la pena en este punto hacer un breve paréntesis para discutir la acepción del término pandilla utilizado tanto en la encuesta como en el análisis de los resultados. En sentido estricto, lo que a lo largo de este documento se entiende por pandilla es, textualmente, lo que los jóvenes panameños que respondieron el formulario, sin ninguna aclaración previa al respecto, entienden por pandilla. Se puede además señalar que antes de las preguntas como “¿en el barrio donde vives, existen pandillas?” o “¿alguna vez has sido pandillero?” se le hicieron a los jóvenes algunas preguntas en dónde, implícitamente, se establecía una diferencia entre un grupo informal de amigos y una pandilla. Tales preguntas eran del tipo ¿Existe entre tus amigos cercanos un grupo o banda de amigos bien definido? ¿Tu familia sabe que existe ese grupo? ¿El grupo tiene un jefe aceptado por todos?  ¿Como calificarías la similitud de tu grupo con una pandilla. En una escala de 1 a 5 en dónde “1” significa que el grupo no tiene nada en común con una pandilla y “5” que se trata de una pandilla, que calificación usarías? ¿En donde se reúnen la mayor parte de las veces? ¿Que es lo que hacen principalmente en ese grupo?
Una descripción más reveladora del panorama de inseguridad de los jóvenes panameños se obtiene a partir del ejercicio realizado de manera diferencial para hombres y mujeres adolescentes.

En primer lugar, se comprende mejor el hecho que el haber sido víctima de un robo no altere de manera estadísticamente significativa la percepción global de inseguridad, ya que se trata de una dimensión que sólo afecta a las mujeres. El efecto es de una magnitud apreciable. Haber sufrido un robo aumenta en un 136% la probabilidad de que una joven se sienta insegura en su barrio. Para los hombres el efecto de tal tipo de ataque es despreciable. El hecho que los ataques sexuales tengan mayor impacto sobre ellos que sobre ellas, y que en ningún caso el efecto sea estadísticamente significativo, podría interpretarse recordando la circunstancia que tal tipo de incidente ocurre más, para las mujeres, en el círculo reducido de amigos o familiares, y que por esta razón no tiene efectos sobre la sensación de inseguridad en la calle.

Es en los hombres adolescentes en dónde en mayor medida se concentra el efecto  negativo de la presencia de pandillas, y de las agresiones, sobre la sensación de inseguridad. El impacto es considerable. El haber sido víctima de una agresión incrementa en un 84% la probabilidad de que un hombre joven se sienta inseguro en el barrio y la presencia de pandillas en los barrios lo hace en un 634%. Para las mujeres, los coeficientes respectivos son del 37% y 41%, sin ser estadísticamente significativos.

No sólo el haber sido víctima de un ataque, sino el poder serlo potencialmente, tiene un efecto sobre la sensación de inseguridad de los jóvenes. Al respecto, dentro de la gama de las posibles actividades de las pandillas en los barrios las que tienen un mayor impacto negativo, y estadísticamente significativo son, en su orden, las violaciones, los atracos y las agresiones, que incrementan entre el 60% y el 80% la probabilidad de sentirse inseguro. Por el contrario, ni la venta de droga, ni el vandalismo, ni los robos, ni las alianzas con el crimen organizado, ni las riñas, ni el cobro de impuestos ni el trabajo político  tienen un efecto significativo sobre la percepción de inseguridad. Por último, algo que no debe pasar inadvertido, se observa que si las pandillas realizan ajusticiamientos disminuye en un 64% la probabilidad de que un adolescente se sienta inseguro en el barrio. O sea que los datos sugieren que la justicia privada ejercida por parte de los jóvenes pandilleros es un factor que, de manera perversa, incrementa la sensación de seguridad entre los jóvenes. Dentro de las posibles actividades desarrolladas por las pandillas se incluyó en el formulario la de “trabajos para grupos políticos o manifestaciones”, que es una labor que desarrollan las pandillas en algunos países como Nicaragua. Tal es el sentido del término trabajo político en este documento.

En síntesis, del análisis del indicador subjetivo de seguridad reportado por los jóvenes panameños, se deduce un escenario poco crítico en materia de violencia. Las mujeres le temen principalmente a los robos, los hombres no. Ellos, por el contrario, se sienten inseguros ante las agresiones, ellas bastante menos.

Lo de pandillas, por otra parte, aparece como un asunto primordialmente masculino. Son ellos los que, como se verá adelante, las integran, y, sorprendentemente, son también ellos los que se ven más afectados por su accionar en los barrios.

De cualquier manera, la presencia de pandillas en los barrios aparece como un tema prioritario en materia de prevención de la violencia juvenil en Panamá. Básicamente  por el impacto negativo que tienen sobre la sensación global de inseguridad. Además, porque, como se muestra más adelante, la pandilla es una importante escuela del delito. Por último, porque el hecho que las agresiones y, sobre todo, la presencia de pandillas produzcan entre los hombres jóvenes una gran merma en la sensación de inseguridad podría tomarse como eventual antesala del círculo vicioso caracterizado por el ingreso a una pandilla como mecanismo de defensa ante las agresiones por parte de tales grupos. A pesar de las observaciones anteriores, los datos de la encuesta no permiten saber cual es la participación real de las pandillas en la incidencia total de los delitos que se cometen, por parte de jóvenes y adultos, en Panamá.

Presencia, aceptación y poder de las pandillas

Con base en los datos de varias encuestas similares a la que aquí se analiza, agrupados por localidades, se ha argumentado que el reporte, por parte de los jóvenes, de presencia de pandillas en los barrios es un buen indicador líder para la medición de este fenómeno pues en cierta manera anticipa los efectos más visibles de tales grupos, como las tasas de victimización, el reclutamiento de jóvenes, o el reporte de infracciones por parte de los mismos pandilleros. Vale la pena por lo tanto analizar con mayor detalle este indicador.

El primer punto que se puede señalar es que el fenómeno de las pandillas aparece bastante extendido y generalizado en Panamá. Un poco más de tres de cada cuatro de los jóvenes encuestados manifiesta que en el barrio en el que vive existen pandillas. En principio, y de acuerdo con los resultados de las otras encuestas mencionadas atrás, esta alta incidencia del fenómeno se puede pensar que se da acompañada de una baja intensidad, o gravedad, de sus manifestaciones. Esta observación coincide con los datos analizados en la sección anterior basados en la percepción de inseguridad de los jóvenes.

Como cabría esperar, la percepción sobre la existencia de pandillas en los barrios se incrementa con la edad de los jóvenes, probablemente por el hecho que el paso del tiempo implica un mayor contacto con la vida callejera y, como ya se señaló, una mayor frecuencia de salidas nocturnas. Así, mientras que a los 13 años un 62% de los jóvenes manifiesta que en el barrio en el que vive operan pandillas, para los 19 años la cifra ya es del 92%. No se observan diferencias importantes por género ni en el reporte global ni en el perfil por edades.

El tercer aspecto digno de mención es que la incidencia de pandillas en los barrios no parece muy sensible a los indicadores disponibles sobre la situación económica de los jóvenes. En efecto, ni por estrato social tal como lo perciben los mismos adolescentes, ni por quintiles de su gasto mensual, ni, de manera indirecta, por el nivel educativo de la  madre, se identifican diferencias apreciables en la incidencia de pandillas, con la posible excepción del nivel más alto para el primer indicador y el tercero. Este último resultado, además, se contradice con el indicador basado en los quintiles de gasto de los jóvenes.

Gráfica 8.1
Un perfil similar, aunque algo más sensible a los indicadores de ingreso se observa al indagar, no por la presencia de pandillas en los barrios sino por los lazos de amistad que mantienen los jóvenes con los integrantes de tales grupos. En conjunto, un poco más del 60% de los jóvenes manifiesta tener un amigo pandillero. Este porcentaje es decreciente con respecto al estrato social, disminuye al pasar del quintil más bajo de gasto al segundo  para luego aumentar y alcanzar su máximo en el grupo de jóvenes que reporta mayores niveles de gasto mensual y, por último, sólo parece sensible a la baja para los hijos de mujeres con grado universitario.

Esta generalización, e indudable aceptación, del fenómeno de las pandillas se corrobora al observar el perfil por ingresos de una relación de amistad más cercana, un noviazgo, con los jóvenes pandilleros, una situación que reporta un poco menos del 30% de las jóvenes de la muestra. Vale la pena destacar que el noviazgo con pandilleros tiene una incidencia similar en los estratos extremos, siendo del 44% entre las jóvenes que consideran pertenecer al estrato más bajo y del 40% entre las que perciben estar en el nivel más alto. Si se toma como indicador de la situación económica del joven la clase social a la que se siente pertenecer lo que se observa es un perfil en forma de U, siendo entre la clase media menor la probabilidad de un noviazgo de una joven con un pandillero. De nuevo, se observa que los estratos extremos se asemejan en esta dimensión de la cercanía con las pandillas.

De manera más explícita, la relativa aceptación de las pandillas se confirma con la observación que cerca de cuatro de cada diez encuestados manifiesta sentir alguna simpatía por las pandillas [1]. Varias cosas llaman la atención de este indicador de aceptación de las pandillas entre los jóvenes. El primero es que es bastante sensible, y de manera dispar, a los indicadores de situación económica de los jóvenes. Mientras que la simpatía por los pandilleros decrece tanto con la percepción de la clase social como con el nivel educativo de la madre del encuestado, muestra una tendencia creciente con el nivel de gasto de los jóvenes. Por otra parte, tanto la aceptación entre los jóvenes como la asociación con los antecedentes económicos varían entre hombres y mujeres.

En este contexto, se puede señalar que con uno de los indicadores disponibles del entorno económico de los jóvenes, su nivel de gastos personales, se observa que la opinión favorable sobre las pandillas es más frecuente dentro de los grupos, particularmente de hombres, con mayor nivel de gasto. En el otro extremo, el menor nivel de simpatía hacia estos grupos se observa entre las mujeres cuya madre tiene educación universitaria.

La opinión sobre la eventual conveniencia de las pandillas para el barrio cambia sustancialmente dependiendo del género de quien responde la encuesta. En promedio, los hombres son más proclives a indicar que las pandillas no siempre son perjudiciales sino que, además, el efecto del nivel económico sobre esa opinión es más marcado que en las mujeres. Así, mientras que entre los hombres del estrato más alto es mayoritaria la impresión que las pandillas a veces ayudan al barrio, entre las mujeres de ese mismo estrato la cifra respectiva es del 40%. El mínimo de connivencia con las pandillas se observa en las mujeres cuya madre tiene estudios técnicos o universitarios, segmentos en los que la aceptabilidad apenas supera el 10%. En principio se puede pensar que es contradictorio que las pandillas produzcan inseguridad entre los jóvenes y, simultáneamente, algunos de ellos consideren que no son perjudiciales para el barrio. Al respecto, podría establecerse un paralelo con una autoridad dictatorial y arbitraria ante la cual se siente temor y se le pueden reconocer acciones positivas.

Fuera del reporte sobre la existencia de pandillas en los barrios, se cuenta en la encuesta con un indicador del poder efectivo que tienen estos grupos sobre la vida del barrio, basado en una calificación, entre 1 (ningún poder) y 5 (poder muy alto, los pandilleros mandan en el barrio), hecha por los mismo jóvenes en la encuesta. Lo que se observa, en primer lugar, es que la calificación, entre quienes reportan la existencia de pandillas en su barrio, está repartida de manera más o menos uniforme. Cerca de un 22% opinan que las pandillas no tienen mayor poder sobre la vida del barrio mientras que una proporción muy similar (23%) piensa que, por el contrario, tales grupos son los que mandan en el barrio.

Es conveniente aclarar que, en forma adicional al efecto que tiene la edad sobre la percepción de la presencia de pandillas en los barrios, los jóvenes mayores parecen más sensibles, o serían más conscientes de la realidad política de su entorno, puesto que asignan una calificación que, en promedio, es cada vez mayor. En concreto, es a partir de los 17 años cuando la percepción del poder de las pandillas empieza a incrementarse. Este efecto se observa tanto en los hombres como  en las mujeres.

Por último, se puede analizar la relación entre la situación económica de los jóvenes y la calificación otorgada al poder efectivo de las pandillas sobre su barrio. Al respecto, no deja de sorprender que dependiendo del indicador que se utilice cambia el perfil de esta relación. Mientras que con la percepción de clase social así como con el nivel educativo de la madre se observa una asociación negativa: a mejor situación económica corresponde un menor puntaje al control de los pandilleros, con el indicador basado en el monto de los gastos de los jóvenes ocurre lo contrario. Los mayores niveles de gasto corresponden a quienes reportan vivir en barrios más controlados por pandilleros. Por limitaciones en el número de preguntas, no se indagó en la encuesta sobre la composición del gasto de los jóvenes. Sería de interés, por ejemplo, saber la proporción de ese gasto que se dedica a la rumba, o al consumo de droga. Otro dato importante sería el de los eventuales aportes de los jóvenes a la  economía familiar, algo que puede tener repercusiones sobre la viabilidad y eficacia de la supervisión de los padres sobre las actividades de los jóvenes. Para Colombia hay evidencia sobre el hecho que una vez los jóvenes traen dinero a casa, y en cantidades importantes producto de actividades criminales, se debilita la autoridad familiar.

Actividades de las pandillas

Tanto la incidencia, como la aceptación, como el poder de las pandillas presentan bastante heterogeneidad. Se puede decir algo similar del tipo de actividades que desarrollan [2], que permiten distinguir tres grandes categorías. Está en primer lugar el consumo de alcohol o de droga que constituye la actividad más generalizada de las pandillas, y que reportan el 83% de los jóvenes que viven en barrios donde existen tales grupos.
Gráfica 8.2
Se pueden mencionar en segundo término (con un reporte que varía entre el 55% y el 70%) actividades como el vandalismo, los pequeños robos, las agresiones, los atracos o asaltos y las peleas entre pandillas. Están por último, con un reporte entre el 22% y el 39%, actividades más graves, o más organizadas, como las violaciones, los encargos para el crimen organizado, el cobro de impuestos, los ajusticiamientos y el trabajo político.

Podría pensarse que el reporte sobre las actividades de las pandillas, basado en las percepciones de todos los jóvenes entrevistados, refleja más los prejuicios o temores de los entrevistados que información pertinente puesto que se mezcla la opinión de (1) quienes no tienen conocimiento sobre lo que realmente hacen las pandillas, (2) los amigos de los pandilleros, con mejor información y (3) los mismos pandilleros. De manera sorprendente, los datos muestran una alta consistencia en las respuestas sobre las actividades de las pandillas en forma relativamente independiente de la relación del entrevistado con tales grupos. Entre los pandilleros, sus amigos y los jóvenes sin vínculos con las bandas juveniles el reporte sobre las actividades de las pandillas en los barrios es muy similar.

Del análisis de las correlaciones entre el reporte de cada una de esas actividades surgen algunos comentarios.
Cuadro 8.1
En primer lugar, que todas las actividades consideradas son más complementarias que sustitutas entre sí. Es decir, no existe ninguna actividad que muestre la capacidad de prevenir o excluir el ejercicio de otra –puesto que no aparecen correlaciones negativas- de dónde se podría inferir que no existe una alta tendencia hacia la especialización. Se trataría, para emplear el término corriente en la literatura, de actividades tipo cafetería, o a la carta. Se hace un poco de todo. A pesar del comentario anterior, es posible detectar algunas áreas de actividades que parecen reforzarse mutuamente. Una, correspondiente a las actividades de incidencia media, es la de pequeños robos, agresiones y atracos, que presentan entre sí correlaciones entre el 43% y el 55%. La segunda correlación que llama poderosamente la atención es la que se observa entre los ajusticiamientos y los trabajos para los grupos políticos.

No todas las actividades desarrolladas por las pandillas tienen las mismas consecuencias sobre la percepción de tales grupos por parte de los adolescentes encuestados. O sobre los contactos y relaciones que se puedan establecer entre unos y otros. Además, las repercusiones presentan marcadas diferencias por género. Así, mientras los pequeños robos y las agresiones en que incurren las pandillas en un barrio incrementan la probabilidad de que un hombre adolescente tenga un amigo pandillero, las actividades que más estimulan los vínculos de amistad de las mujeres con integrantes de esos grupos son las demostraciones de fortaleza física (peleas y agresiones) y el cobro de tributos.

El atractivo que parecen ejercer sobre las adolescentes los miembros de pandillas que tienen la capacidad coercitiva suficiente para cobrar tributos en un vecindario se tiende a corroborar con la observación que se trata de la única actividad que muestra tener un impacto positivo, y estadísticamente significativo, sobre la probabilidad de que una joven reporte tener o haber tenido un noviazgo con algún pandillero. El supuesto implícito para estas observaciones es que existe una correspondencia geográfica entre las actividades que desarrollan las pandillas, algo que se sabe ocurre en el barrio en dónde vive quien responde la encuesta, y las relaciones de noviazgo, algo sobre lo cual no se tiene información en la encuesta. En otros términos, se supone que las jóvenes no emigran desde sus barrios para tener un novio pandillero de otro vecindario.

No deja de causar sorpresa que el ejercicio de ciertas actividades claramente antisociales tenga un impacto positivo en la percepción que tienen los jóvenes sobre los perjuicios o ventajas de las pandillas en los barrios. Aunque la mayor parte de las cuestiones que se pueden asociar con las infracciones o la pequeña delincuencia, tales como el consumo de droga, el vandalismo, los pequeños robos o las agresiones, afectan negativamente la opinión sobre las pandillas no se debe ignorar que asuntos como los ajusticiamientos, o el cobro de tributos se asocien con una mejor aceptación de tales grupos. El efecto positivo del rol de justicieros privados es estadísticamente significativo  tan sólo para los hombres. Las mujeres parecen ser más receptivas hacia las actividades puramente políticas.

Un ejercicio similar realizado con un indicador explícito de simpatía con las pandillas muestra resultados aún más interesantes. Sin diferencias apreciables por género, lo que se observa es  que la actividad pandillera que más simpatías despierta entre los jóvenes es el cobro de tributos en el vecindario.

En efecto, mientras que el hecho de vivir en un vecindario en dónde las pandillas consuman alcohol o drogas, o violaciones o (para las mujeres) agresiones tiene un impacto negativo –aunque no estadísticamente significativo- sobre la expresión de simpatía hacia los pandilleros, el reporte de cobro de impuestos por parte de estos mismos grupos tiene el extraño efecto, tanto entre las mujeres como, sobre todo entre los hombres, adolescentes de incrementar, y en una magnitud apreciable (+237% en hombres, +99%), los chances de que se expresen sentimientos favorables. No parece arriesgado plantear, a partir de estos resultados, que esta actividad de las pandillas, a pesar de no ser muy generalizada (como se señaló se reporta su ocurrencia por el 22% de los jóvenes que viven en barrios con pandillas) está muy poco estigmatizada entre la población adolescente, por el contrario parece bastante aceptada, incluso legitimada y, por esa misma razón, puede extenderse con facilidad.

Por último, vale la pena indagar cual es el posible efecto que tiene el quehacer habitual de las pandillas sobre la percepción de su poder efectivo en la vida del barrio. Al respecto, se puede destacar en primer lugar la marcada diferencia que se observa entre hombres y mujeres en los elementos que, subjetivamente, se asocian al ejercicio del poder. Para las mujeres, el síntoma más claro de una pandilla poderosa es la capacidad de extraer tributos. Por el contrario, la realización de trabajos de índole política por encargo afecta negativamente la percepción del poder de las pandillas. Desde la óptica masculina, la impresión de que las pandillas realmente mandan en el barrio se asocia de manera positiva y estadísticamente significativa tan sólo con las violaciones y los vínculos con el crimen organizado. Aunque, al igual que para las mujeres, se percibe el cobro de tributos como un sinónimo de control y los encargos de tipo político como algo que merma ese poder, el efecto es menos significativo.

No se debe dejar de destacar el hecho que la misma actividad que las mujeres asocian con un mayor ejercicio del poder –la capacidad de recaudar impuestos- sea también aquella que en mayor medida incrementa la probabilidad de que (1) un adolescente, hombre o mujer, manifieste sentir simpatía por las pandillas y, confirmando este efecto perverso, y (2) que una joven reporte haber mantenido un romance con un pandillero. Sería arriesgado pensar que se trata de una simple coincidencia, cuando tiene bastante sentido plantear que el poder político, la capacidad de mandar en el barrio, sería uno de los activos más importantes para los hombres en el mercado de parejas. Y un incentivo tanto fuerte como poco analizado para que los jóvenes ingresen a las pandillas. Sobre esta asociación -claramente reconocida en la historia privada de los poderosos y profusamente ilustrada en las revistas del corazón- se volverá más adelante.

La pandilla como escuela de infracciones, y de crímenes

Los datos de Panamá confirman los resultados de encuestas similares realizadas en otros países de la región que muestran que las pandillas, o las maras, son importantes centros de formación de los jóvenes en materia delictiva. Al nivel más sencillo de análisis  se observan diferencias sustanciales en la frecuencia con que se reporta haber cometido o infracciones o delitos entre quienes pertenecen a las pandillas y el resto.
Gráfica 8.3

Por otro lado, los datos de Panamá también encajan dentro del modelo del sendero hacia las pandillas, en la medida que entre mayor es la cercanía de los jóvenes con estos grupos, mayor es el reporte de infracciones. De forma similar al análisis de las encuestas de auto reporte realizadas en Honduras y Nicaragua, se puede proponer un sendero hacia las pandillas caracterizado por los siguientes peldaños o etapas, previas a la vinculación a las pandillas: abandono del sistema escolar, lazos de amistad con un pandillero y fuga de la casa. La información recabada con  la encuesta en Panamá también es consistente con el escenario descrito por ese sendero. Así, mientras que el 99% de los pandilleros encuestados reportan haber cometido, alguna vez en la vida, alguna de las infracciones consideradas en la encuesta, entre quienes se han fugado de su casa la proporción es del 84%, baja al 78% para quienes tienen un amigo pandillero, y se reduce sustancialmente, al 39%, para el resto de jóvenes desescolarizados –ni pandilleros, ni fugados de la casa, ni amigos de pandilleros- y al 27% entre el resto de escolarizados. La variedad de las infracciones reportadas –el número de categorías para las cuales se reporta alguna- también cambia sustancialmente a lo largo del sendero hacia la pandilla.

Aún más marcada como diferencia entre los pandilleros y el resto de los jóvenes es la que se observa en materia de infracciones graves, o crímenes, tales como violaciones, ajusticiamientos, heridas graves u homicidios. Reportados por dos de cada tres pandilleros –que en promedio los han cometido en más de una categoría- su incidencia se reduce al 9%-14% entre los jóvenes cercanos a las pandillas y al 5% entre el resto de no escolarizados.

La impresión que es la pandilla la que induce un salto cualitativo en materia de delincuencia juvenil y criminalidad, y que no es del todo desacertado plantear que son tales organizaciones, y no tanto los jóvenes como individuos, los que son proclives a la delinquencia, se tiende a corroborar con el dato que, entre los jóvenes que han abandonado las pandillas el reporte de haber cometido infracciones el año anterior es inferior al de los miembros activos, en casi todas las categorías de infracciones consideradas.

Gráfica 8.4
Conviene anotar que este menor reporte de infracciones que acompaña el abandono de la pandilla se da a pesar del importante efecto de la reincidencia y de la predicción básica del modelo del sendero hacia la delincuencia, de acuerdo con la cual una vez cometidas ciertas infracciones es mayor la probabilidad de volverlas a cometer. Sea cual sea el sentido de la causalidad de esta asociación: salirse de la pandilla implica una caída en los comportamientos delictivos de los jóvenes o, en el otro sentido, que los jóvenes menos inclinados a cometer infracciones se sienten poco a gusto en la pandilla y esa es una de las razones por las que deciden abandonarlas, el hecho es que se observa un mecanismo de refuerzo entre el ser pandillero y el cometer infracciones.

El corolario de esta sección es que un buen mecanismo de prevención de las conductas violentas de los jóvenes, probablemente el más eficaz en aquellos lugares en dónde, como en Panamá, operan pandillas, es tratar de impedir la vinculación de los jóvenes a tales grupos. Además, los datos sugieren que, si el objetivo es tratar de minimizar la incidencia de conductas violentas entre los jóvenes, parecería más eficaz concentrar los esfuerzos en los pandilleros potenciales que en la recuperación de pandilleros ya iniciados.

 

De la casa a la calle: vinculación a la pandilla

Dentro de las variables disponibles en la encuesta aquellas que, de manera estadísticamente significativa, permiten discriminar a los pandilleros del resto de jóvenes, se pueden distinguir cuatro grandes grupos. Están en primer lugar dos elementos puramente demográficos como son el género y la edad del joven. La primera de estas características predeterminadas confirma la observación generalizada que las pandillas son, esencialmente, un fenómeno varonil.

Un segundo grupo de factores tiene que ver con el entorno familiar del joven. En este caso, cuatro variables muestran tener un efecto estadísticamente significativo para discriminar a los jóvenes pandilleros: 
(i)             Su posición relativa dentro del orden de llegada de los hijos a la familia -ser el hermano menor incrementa significativamente la probabilidad de convertirse en pandillero. Este resultado coincide con la observación, más general, que en diferentes áreas los hermanos mayores tienden a ser más conservadores mientras que los rasgos de rebeldía son más frecuentes entre los hermanos menores  [3].
(ii)           Un indicador muy básico de supervisión de las actividades del  joven –que la familia sepa con quien está al salir de la casa- elemento que disminuye en un 60% la probabilidad de que se reporte haber sido pandillero.
(iii)          La educación de la madre –cada nivel disminuye en un 33% esa probabilidad- y
(iv)          El haberse fugado o no de la casa, que incrementa en más del 230% los chances de ingresar a una pandilla. El indicador utilizado es una variable dicótoma basada en la siguiente pregunta: ¿Alguna vez en la vida te fuiste de tu casa para quedarte a dormir en otra parte por una noche o más sin consentimiento de tus padres?

El tercer grupo de factores es el relacionado con la escuela. En forma similar a lo que se observa en otros países, el estar o no vinculado al sistema escolar parecería tener un impacto significativo sobre la vinculación a las pandillas. Conviene recordar aquí que la muestra de jóvenes por fuera del sistema escolar no fue aleatoria sino, por el contrario, estuvo dirigida a captar pandilleros. Por lo tanto, la magnitud de este coeficiente se debe interpretar con cautela.

La cuarta categoría de factores de riesgo tiene que ver con dos conductas de riesgo por parte de los jóvenes: la actividad sexual precoz –haber tenido relaciones antes de los 13 años- y el haber consumido droga –marihuana, cocaína, heroína o pastillas- alguna vez en la vida.

Está, por último, un elemento crucial que se puede considerar indicativo de la demanda por los servicios de los jóvenes como pandilleros y es el indicador de pandillas en los barrios, que multiplica por más de cuatro (451%) la probabilidad de que un joven se vincule a uno de estos grupos. En conjunto, estos factores explican más del 50% de la varianza en el reporte de haber pertenecido alguna vez a una pandilla.

Tal vez el aspecto que más vale la pena destacar de este ejercicio es la importancia de un incidente aparentemente inocuo –haberse fugado de la casa alguna vez en la vida- como elemento característico de los pandilleros. En efecto, mientras tres de cada cuatro de los pandilleros reportan haber dormido por fuera de la casa por lo menos una noche sin consentimiento de sus padres, para los demás hombres jóvenes la proporción apenas alcanza uno de cada cinco. Además, el perfil por edades del reporte de haber sido pandillero cambia sustancialmente dependiendo de si el joven se ha fugado o no de su casa.

Mientras que entre quienes nunca han dejado de pasar una noche con su familia la afiliación a las pandillas se incrementa progresivamente con la edad, pasando del 4% en el grupo de 13 años al 28% en el de 19 años, entre los fugados de la casa el reporte de haber sido pandillero empieza con el 50% en la edad mínima, permanece relativamente constante en ese nivel hasta los 18, y se incrementa al 93% entre los mayores.

Otro aspecto que vale la pena mencionar es que las deficiencias en el proceso educativo de los jóvenes constituyen un factor de riesgo de la violencia juvenil, que se manifiesta por las más diversas vías. En primer lugar, por el efecto directo que tiene el abandono escolar de los jóvenes sobre la posibilidad de ingresar a una pandilla. Como se señaló, la metodología para la realización de la encuesta no permitió garantizar la aleatoriedad de la muestra de jóvenes no escolarizados y, por lo tanto, los coeficientes de esta variable deben interpretarse con cautela. Pero son varios los síntomas que señalan una estrecha asociación entre las fallas en el proceso de escolarización y el fenómeno de las pandillas. Por una parte, entre los hombres [4] jóvenes desescolarizados la proporción de los pandilleros aumenta de manera significativa con el tiempo que se ha estado fuera del sistema educativo. Así, mientras que, entre los hombres jóvenes que llevan un año o menos desvinculados del sistema educativo la proporción de pandilleros es del 44%, entre quienes han estado fuera de la escuela por tres años o más la cifra correspondiente ronda el 70%. 

Un elemento estrechamente vinculado con el abandono escolar, pues en cierta medida lo precede, es el haber perdido algún curso. A su vez, el indicador de fracaso escolar aparece, dentro de los jóvenes estudiantes, bastante asociado con el ingreso a la pandilla. Así, mientras entre los jóvenes que aún estudian un 25% de los hombres reportan haber perdido algún curso, entre los desvinculados del sistema educativo la proporción de fracaso escolar es superior al 50%. Entre los primeros –los jóvenes que aún estudian y han perdido un curso- el reporte de afiliación a pandillas juveniles es del 23.6% mientras que, entre los estudiantes que no han perdido ningún curso la cifra respectiva es del 5.5%. Aún entre quienes no estudian, se observa una mayor reporte de haber sido pandillero entre quienes perdieron un curso.
Gráfica 8.5
Una vía adicional a través de la cual se manifiesta el impacto de la escolarización sobre la violencia de los jóvenes adolescentes es la del nivel educativo de la madre que, en el caso de Panamá, a diferencia de lo observado en Honduras y Nicaragua, muestra tener un impacto directo sobre la probabilidad de afiliación a las pandillas.

Así, mientras que entre las mujeres sin ninguna educación captadas en la encuesta la proporción de reporte, por parte de sus hijos, de haber sido pandilleros, es del 44% para las que cuentan con estudios universitarios tal cifra se reduce a la mitad. No debe dejar de señalarse el hecho que entre las madres que sólo tienen educación primaria la incidencia de pandilleros es del 56% y que el mayor descenso se observa al pasar de educación primaria a secundaria.

No es fácil en este punto ofrecer una explicación para la mecánica precisa de este vínculo entre el nivel educativo de una mujer y la mayor inclinación de sus hijos hacia las pandillas, por varias razones. Uno, porque esta asociación, como ya se señaló, no se observa de manera directa en los datos de encuestas similares realizadas en otros países. Dos, porque aunque el nivel educativo de la madre puede tomarse como indicador de la situación económica del hogar, para Panamá no coincide del todo con otras variables disponibles –como el estrato social o el gasto de los jóvenes- que también deberían, en principio, estar asociadas con esos antecedentes familiares. Tres, porque la educación de la madre está asociada, reforzándolos, con varios de los elementos queayudan a discriminar  a los jóvenes pandilleros del resto de jóvenes.

También se debe recordar que la educación de la madre parece afectar la percepción que tienen los jóvenes de las pandillas, así como las manifestaciones de simpatía hacia ellos, o la posibilidad de establecer vínculos de amistad con los pandilleros. Todas estas características del entorno de las pandillas, aunque no se pueda cuantificar su efecto, se puede sospechar tienen alguna incidencia sobre la vinculación de algunos jóvenes a tales grupos.

Por otra parte, los distintos factores de riesgo considerados en la ecuación están relacionados entre sí. Este problema técnico de multicolinealidad -que de todas formas no es muy severo- significa que los datos de la encuesta no permiten aislar por completo el impacto individual de las variables consideradas en la ecuación. No vale la pena tratar de desenredar lo que parece ser una compleja maraña de incidentes casi simultáneos que se refuerzan entre sí.  Baste con señalar que la interpretación de los resultados, así como las recomendaciones que se deriven de ellos, deben tener en cuenta este hecho.

Lo que esta dificultad implica, y es algo que además parece recomendable en principio, es que no se deben tratar de alterar, de manera aislada, cada uno de los distintos factores de riesgo sino que se debe buscar actuar de manera simultánea sobre varios de ellos puesto que se sabe que están correlacionados y que se refuerzan. Esta recomendación general se puede incluso extender para lidiar con la leve asociación que se observa entre algunas conductas de los jóvenes y el nivel educativo de la madre. En otras palabras, si se buscara, mediante programas de prevención, modificar la probabilidad de afiliación a las pandillas interviniendo sobre algunos de los factores de riesgo habría que tratar de alterar también el eventual efecto que tiene sobre esos mismos factores el nivel educativo de las madres. Una manera de abordar esta dificultad sería simulando, para los distintos esfuerzos orientados a prevenir los factores de riesgo, un incremento en la instrucción maternal, por ejemplo por medio de esfuerzos educativos previos orientados hacia las madres de los jóvenes.

De cualquier manera, y aunque sea a largo plazo, de una manera intergeneracional, parece claro que los esfuerzos orientados a garantizar el máximo nivel educativo posible para las mujeres tiene, a través de sus hijos, y por varias vías, un efecto preventivo sobre la violencia juvenil. Sobre todo cuando se tiene en cuenta que las falencias en el desarrollo escolar de las mujeres pueden tener consecuencias negativas en términos de embarazo y maternidad precoces.

Prostitución adolescente en Panamá

Con los datos de la encuesta aplicada en Nicaragua, se identificaron cuatro factores que contribuyen a explicar la venta de servicios sexuales por parte de las mujeres jóvenes: el reporte de una fuga de la casa, haber sido forzada a tener relaciones sexuales, el abandono escolar y el contar con un amigo pandillero. Con los datos de Panamá se obtienen resultados similares, pues estos cuatro mismos elementos contribuyen de manera significativa a discriminar a las jóvenes que han comerciado con sexo. Además, se corrobora la observación que la prostitución adolescente masculina es más difícil de explicar de manera sistemática que su contraparte femenina. En particular, la fuga de la casa no ayuda a discriminar, entre los hombres jóvenes, a aquellos que han vendido servicios sexuales de los que no lo han hecho. A diferencia de lo observado en Nicaragua, en Panamá la cercanía con las pandillas –el hecho de tener un amigo pandillero- sí contribuye a la explicación de la prostitución masculina.

Cierta información adicional disponible para la encuesta de Panamá permite confirmar lo encontrado anteriormente: una estrecha vinculación entre el fenómeno de las pandillas juveniles y el de la prostitución adolescente. En primer lugar se observa que los pandilleros son activos demandantes del comercio de sexo. Mientras que el reporte de haber pagado por tener relaciones sexuales entre pandilleros es del 36%, entre los hombres jóvenes que no han estado vinculados a pandillas la cifra respectiva es del 8%.

Por otro lado, varios indicadores de la encuesta muestran que las jóvenes que han vendido servicios sexuales son más cercanas a las pandillas que quienes no lo han hecho. El reporte de tener amigo pandillero, el del número promedio de esos amigos, o el de haber tenido algún romance con ellos son superiores entre las prostitutas adolescentes. Entre estas últimas, el 92% reporta tener algún amigo pandillero, el número promedio de amigos en estos grupos es de 11 y el 65% han tenido novio en una pandilla. Entre las mujeres que no han vendido servicios sexuales las cifras respectivas son de 47%, 5 amigos y 18%.
Gráfica 8.6
Aún más, si se considera un sendero de acercamiento hacia las pandillas caracterizado por las siguientes etapas: 1) vivir en un barrio sin pandillas, 2) vivir en un barrio con pandillas, 3) tener un amigo pandillero, 4) establecer una relación de noviazgo con alguien de la pandilla y 5) ser pandillero, se corrobora la idea que la cercanía con estos grupos está asociada al comercio sexual, tanto por el lado de la compra de tales servicios por parte de los hombres como de su venta por parte de las mujeres.

Gráfica 8.7
Existen varias vías por las cuales se puede pensar que se da un acercamiento entre la prostitución adolescente femenina y las pandillas. La primera, y la más directa, es que el 18% de las mujeres que reportan haber vendido servicios sexuales manifiestan haber pertenecido alguna vez a una pandilla. Entre el resto de mujeres jóvenes la cifra correspondiente es apenas del 3%.

Si se tiene en cuenta que el ejercicio de la prostitución normalmente se asocia con un mayor riesgo de ser víctima de algún ataque criminal, la segunda vía de acercamiento tiene que ver con la eventual búsqueda de servicios privados de protección por parte de las jóvenes. Los datos de la encuesta tienden a corroborar esta observación: muestran que las adolescentes que han vendido servicios sexuales también reportan con mayor frecuencia el haber sido víctimas de agresiones, amenazas, robos y violaciones.

Gráfica 8.8
El tercer elemento a través del cual se puede dar un acercamiento entre la prostitución de jóvenes y las pandillas es el consumo de sustancias, algunas ilegales, cuyo suministro puede ser facilitado por estas últimas. Tanto para el tabaco y el alcohol, como para la marihuana y la cocaína, el reporte de consumo alguna vez en la vida es superior entre las jóvenes que reportan haber vendido sexo que entre las demás.
Gráfica 8.9

El último camino a través del cual se pueden establecer vínculos entre la prostitución adolescente y las pandillas es la que se podría denominar complicidad en la comisión de infracciones. En todas las categorías de conductas problemáticas consideradas en la encuesta, incluso en asuntos tan generalizados como el vandalismo, se observa que la venta de servicios sexuales se asocia con un mayor reporte de infracciones.
Gráfica 8.10

Tal vez la faceta más sombría del vínculo que se observa entre las adolescentes que han participado en el comercio sexual y las pandillas es el de la violencia doméstica o de pareja ejercida contra estas jóvenes. El efecto nocivo de las pandillas en esta dimensión se percibe a través de los noviazgos con sus miembros, que son más proclives a la violencia, e incluso a través de los vínculos de amistad, tanto entre las jóvenes que han vendido servicios sexuales como entre quienes no lo han hecho.
Gráfica 8.11
La cercanía a las pandillas así como el comercio sexual incrementan considerablemente el riesgo de que una joven adolescente sea maltratada físicamente por su pareja. Mientras casi la mitad de las prostitutas adolescentes reportan haber sido golpeadas alguna vez por su novio entre el resto de mujeres jóvenes tal proporción se reduce al 10%. Conviene reiterar que estas cifras de violencia contra las mujeres no se refieren a la ejercida por extraños, en encuentros ocasionales, sino por sus parejas afectivas, por sus novios. El indicador de violencia de pareja se basa en la siguiente pregunta “¿Alguna vez tu novia (o)  te golpeó intencionalmente?”

Gráfica 8.12
Llama la atención de esta última gráfica la similitud entre la incidencia alguna vez en la vida y la referida al último año. Esta observación se podría interpretar como un síntoma de continuidad, o reincidencia, en la violencia que sufren las jóvenes: agredidas alguna vez es altamente probable que lo hayan sido también durante el último año. De hecho, únicamente el 6% de las jóvenes que han sido golpeadas por su novio alguna vez no lo fueron en los últimos doce meses. Aún en esta dimensión el hecho de haber vendido servicios sexuales aparece como factor agravante de la violencia contra la mujer, puesto que, entre las jóvenes que ejercen la prostitución, sólo 2.6% de las golpeadas alguna vez no reportan haberlo sido el último año.

¿Por qué se fugan los jóvenes de su casa?

Aunque con distintas consecuencias para los hombres y las mujeres, el reporte de haberse fugado de la casa representa un importante factor de riesgo: de afiliación a las pandillas para ellos y de prostitución para ellas. Vale la pena por lo tanto un esfuerzo por indagar cuales son los elementos que ayudan a explicar este incidente típico que se puede denominar de rebeldía contra el sistema normativo al cual están en principio sometidos los adolescentes.

Antes de abordar ese análisis, se puede señalar que, con la excepción de un pequeño pico hacia los 14 años para el cual la proporción de rebeldes femeninas es superior a la de su contraparte masculina, el perfil por edades de la rebeldía juvenil es similar entre hombres y mujeres: se incrementa progresivamente a partir de los 13 años, alcanza un máximo hacia los 18 y posteriormente parece estabilizarse, e incluso revertirse.

No parece por lo tanto indispensable el esfuerzo por introducir un enfoque de género al averiguar los factores que ayudan a discriminar a los jóvenes que se fugan de su hogar de los que no lo hacen.

Con relación a los elementos que, de manera estadísticamente significativa, muestran tener un efecto sobre la rebeldía adolescente, conviene distinguir los que empujan al joven a salir de -o que lo retienen en- su casa, de aquellos factores que lo atraen, desde la calle. Dos elementos se destacan como contrapeso a la huída del hogar: el haber vivido la mayor parte de la niñez con el padre y la madre (este arreglo disminuye la probabilidad de fuga en un 45%) y el estar sujeto a supervisión familiar [5] (-42%). Por el contrario, fuera de la edad del joven, que lo empuja a salir de casa, son tres las característica del hogar que también tienden a expulsarlos: el haber sido golpeado (+129%), el abuso sexual (+135%) y el hecho de tener algún familiar que haya sido detenido (+77%).  Desde la calle, los factores que atraen al joven y contribuyen a la escapada de la casa son el contar con un amigo pandillero (+227%), el tener hábitos rumberos [6] (+108%) y el ser activo sexualmente (+300%).

Gráfica 8.13
Con base en esta ecuación se puede indagar si algunas de las variables disponibles en la encuesta, y que se podría pensar afectan la rebeldía adolescente, contribuyen a discriminar a quienes se han fugado de la casa de quienes no lo han hecho. Este ejercicio suscita varios comentarios. En primer lugar, se corrobora la observación hecha atrás en el sentido que el ser hombre o mujer no contribuye a explicar las escapadas del hogar. En efecto, si a la ecuación con la que se determinan los factores de riesgo de la fuga se adiciona el género del joven se observa que el coeficiente de esta variable no es estadísticamente significativo.

En segundo término, ninguno de los indicadores disponibles de estrato económico de la familia tiene un impacto significativo, adicional al de las variables consideradas, sobre la probabilidad de un incidente de escapada de casa. Ninguno de los indicadores disponibles de situación económica -estrato, gasto del joven (por quintiles) y educación de la madre- contribuye a la explicación.  La falta de respuesta de la decisión de fugarse a la situación económica del joven tiene que ver con el hecho que una de las variables claves en la explicación de la rebeldía adolescente –la capacidad de supervisión de los padres sobre las actividades de los hijos al salir de casa- está relacionada tanto con el estrato económico del joven como con la educación de la madre. A propósito, cabe anotar que en esta variable clave para la prevención no sólo de la fuga de la casa sino de varios problemas derivados de allí se observa una asimetría entre hombres y mujeres, particularmente marcada en los hogares cuya madre tiene el mínimo nivel educativo. No parece arriesgado suponer que el tratamiento más laxo que, en términos de supervisión, reciben los hombres tiene que ver con los distintos estándares, y las diferentes expectativas, sobre su comportamiento sexual. 
Gráfica 8.14

El tercer comentario sobre los factores que ayudan a explicar la huída del hogar es que, fuera de la variable que mide si el joven ha sido golpeado en su casa, la violencia doméstica no aparece como determinante de la decisión de irse de la casa. En realidad, la variable utilizada parece ser el indicador extremo de las peleas y conflictos en el hogar.. En particular, una vez se controla por el maltrato físico hacia el joven, y por el abuso sexual, el hecho que la madre haya sido golpeada no aporta nada a la explicación. En otros términos, con respecto a la violencia en el hogar como determinante de la decisión de abandonarlo, los jóvenes parecen sensibles tan sólo a los ataques dirigidos específicamente contra ellos. Por último, los datos sugieren descartar la idea de que la salida del hogar en los adolescentes tiene algo que ver con su situación laboral, puesto que el hecho que reporten estar trabajando no aporta nada a la explicación de la decisión de fugarse de la casa.

Otro ejercicio de interés consiste en analizar si los elementos que ayudan a explicar la rebeldía adolescente son útiles para discriminar a los jóvenes que reportan haber sido rebeldes precoces, entendidos como aquellos que se fugaron de la casa antes de los 13 años.

La observación general que surge de este ejercicio es que, para la rebeldía precoz, aparecen como más determinantes los factores que atraen al adolescente a la calle –la amistad con los pandilleros, la rumba y el sexo precoz (antes de los 13 años)- que aquellos que lo empujan o expulsan desde la casa. Los segundos siguen mostrando una asociación estadísticamente significativa con la fuga temprana del hogar, mientras que los primeros pierden poder explicativo.

Vale la pena destacar que los mismos factores que ayudan a explicar la fuga de la casa sirven para discriminar a los jóvenes que han abandonado el sistema educativo de aquellos que continúan estudiando. Las excepciones a esta observación ameritan un comentario. En primer lugar, mientras que el maltrato físico en el hogar mantiene el poder explicativo, y en la misma dirección, el haber sido víctima de abuso sexual –un factor que expulsa del hogar- aparece un elemento de retención escolar. Parecería conveniente indagar la lógica de este mecanismo. A nivel de simple conjetura se puede plantear que mientras el maltrato físico provoca una reacción en contra de un sistema de autoridad y de normas que se percibe abarca tanto a la familia como a la escuela, el abuso sexual sería percibido como una perversión más asociada con el entorno familiar que con el sistema educativo. En segundo término, los antecedentes penales de los familiares pierden todo su poder explicativo. Tercero, la actividad altamente rumbera aparece más compatible con la vida escolar que con la familiar ya que la frecuencia de salidas nocturnas no contribuye a distinguir a quienes abandonaron el sistema educativo de quienes continúan estudiando.

Por otro lado, son varios los factores que, sin ningún poder explicativo sobre la decisión de fugarse del hogar, sí contribuyen a discriminar a quienes continúan escolarizados de quienes ya no lo están. El primero que vale la pena mencionar, pues corrobora un resultado similar encontrado para Nicaragua, es que contar con un familiar establecido en el exterior actúa como factor de retención escolar, disminuyendo en cerca de la tercera parte los chances de abandono. El efecto de contar en la familia con una ventana al mundo no es despreciable, pues es equivalente, en términos de prevención del abandono, al que se lograría con un ascenso de un nivel en la escala social. Aunque este coeficiente capta una faceta positiva de la globalización sobre las  actividades juveniles, no debe dejar de señalarse la posibilidad de un efecto perverso de los lazos familiares, por ejemplo a través de vínculos con las pandillas o maras, crecientemente internacionales.  

Por otra parte, cuando se tienen en cuenta estas nuevas variables, pierden poder explicativo sobre el abandono escolar otras que sí lo tenían sobre la fuga del hogar. En particular, el estrato económico del joven desplaza en importancia la capacidad de supervisión familiar, algo que tiene sentido puesto que esta última se refiere a las salidas de casa, no al desempeño en la escuela. Por otro lado, cobran relevancia elementos específicos de la escolarización, como la medida más elemental de desempeño –el haber perdido algún curso- que multiplica por más de siete la probabilidad de abandono. El hecho de contar con un amigo pandillero, uno de los principales factores de riesgo de las fugas de la casa, conserva un impacto perverso en términos de escolaridad. Por el contrario, la actividad sexual, elemento crucial como explicación de las huidas de la casa, deja de ser significativo para discriminar a quienes dejaron de estudiar del resto de jóvenes. Por último, y nuevamente en contravía de un planteamiento bastante generalizado –que los jóvenes dejan de estudiar fundamentalmente por razones económicas y cuando lo hacen es para vincularse al mercado laboral- se observa que el hecho de contar con un empleo no contribuye en nada a discriminar a los desvinculados del sistema escolar.

Conviene recordar que, dadas las características no aleatorias de la muestra de jóvenes no escolarizados, los resultados de este ejercicio deben interpretarse con precaución, y en ningún momento se proponen como un esquema explicativo del fenómeno del abandono escolar en Panamá. Simplemente se quisieron destacar los aspectos que tienen en común, o que diferencian, la fuga de la casa y la separación del sistema educativo.

Casi uno de cada tres de los jóvenes que reportan haberse fugado de su casa “alguna vez en la vida” manifiestan no haberlo hecho durante el último año, en una especie de reverso en su rebeldía. Un ejercicio de interés en materia de prevención consiste en tratar de identificar cuáles son los factores que, dentro del grupo de los que alguna vez se fugaron, ayudan a distinguir a estos jóvenes que no reinciden en las fugas. Al respecto, el primer punto que conviene destacar es que, con la excepción del inexorable paso de los años que tiende a mitigar la rebeldía, ninguno de los factores que permiten discriminar a quienes se fugaron de los demás jóvenes son útiles para explicar su retorno al sistema normativo familiar. Este resultado es sugestivo en materia de prevención de los problemas juveniles, pues destaca las limitaciones de una falacia común, como es la de pensar que cambiando el signo de los factores que llevaron a una situación –en este caso una fuga- se puede incrementar la probabilidad de revertir dicha situación. El ejemplo más evidente en ese sentido sería el de la actividad sexual que, como se vio, incrementa de manera considerable los chances de una fuga. Sería absurdo pretender que alterando el factor de riesgo –buscar restringir la sexualidad- se puede lograr echar de para atrás alguna de sus consecuencias, como es la de fugarse de la casa.

Por otro lado, algunas de las variables disponibles en la encuesta que ayudan a explicar el retorno a la familia también son útiles para la comprensión de los factores que influyen en la fuga. En particular, se observa que una alta proporción de los llamados rebeldes fugaces, aquellos que se fueron de casa alguna vez pero no el último año, no lo hicieron por la simple razón que ya se establecieron como una nueva familia, la suya. En efecto, casi uno de cada tres (27%) de los que se fugaron y volvieron, reportan vivir en la actualidad con su propia familia: su pareja y/o sus hijos. Para el resto de jóvenes, la cifra respectiva es apenas del 4%. Vista la relación en el otro sentido, se observa que casi tres de cada cuatro (73%) de los jóvenes que reportan vivir con su pareja o con sus hijos se fugaron alguna vez de su casa, contra uno de cada tres (32%) de quienes no se han establecido como familia. Así, una actividad sexual específica, la de jugar, o simular, “al papá y a la mamá” aparece como uno de los factores que afectan la decisión de rebelarse y fugarse del hogar. La familia de los hijos compite y reemplaza la familia de los padres.

De cualquier manera, y como ya se señaló, las que se podrían denominar motivaciones familiares, tanto de expulsión como de atracción, representan tan sólo una pequeña proporción del escenario de la fuga del hogar. La proporción de jóvenes que se han fugado y que no reportan ni abuso sexual, ni maltrato físico, ni, por otra parte la constitución de una familia propia alcanza el 60%.

Por otra parte, los que se pueden considerar factores de atracción desde la calle –la amistad con un pandillero, la rumba y el sexo- sí parecen caracterizar el grueso de los jóvenes que se han fugado alguna vez de su casa, ya que tan sólo el 1% de ellos reporta no ser activo sexualmente, ni tener un amigo pandillero, ni ser rumbero habitual.

 

Pandillas, rumba y actividad sexual adolescente

El sexo pago no es la única dimensión de la sexualidad que se asocia positivamente con la cercanía a los grupos violentos de jóvenes. Varias actividades que de manera global se pueden agrupar bajo el rótulo de rumba y que, en últimas, constituyen preámbulos del flirteo y de la actividad sexual, son señaladas de manera repetida en los testimonios de mareros y pandilleros como razones para ingresar los grupos juveniles. Los vaciles, por ejemplo, como se denomina en El Salvador, “un conjunto muy variado de acciones: un paseo, beber, ir a fiestas, divertirse, tener sexo, reunirse en un parque, consumir drogas … (son) las motivaciones de ingreso a la pandilla mencionadas con mayor frecuencia por los pandilleros mismos[7]. En Nicaragua, para muchos jóvenes el ambiente de la pandilla es un rebane, término que se emplea en la jerga para pasar el tiempo y divertirse [8]. En Honduras, “algunos afirman que estos grupos (las maras en la localidad de El Progreso) nacieron para pasar un buen rato juntos, drogándose” [9].

Los datos de la encuesta de Panamá tienden a corroborar esta visión rumbera de la afiliación a las pandillas. En efecto, entre los jóvenes que reportan tener un amigo pandillero y que se han formado una opinión sobre las razones que llevaron a ese amigo a ingresar a la pandilla, es clara la preponderancia de los motivos rumberos sobre los económicos o los políticos. Además, y este punto es importante, dado el desequilibrio por géneros que se observa en las pandillas, esta percepción de que se ingresa a la pandilla para divertirse es más marcada entre los hombres que entre las mujeres.
Gráfica 8.15

Se debe además anotar que entre los hombres más jóvenes, de 13 o 14 años, que es precisamente el rango en el que se sitúa la edad promedio de ingreso a las pandillas, la percepción de las razones rumberas como motivación principal de los pandilleros alcanzan un impresionante 70%.

Gráfica 8.16
Con estos datos, parecería poco apropiado mermarle relevancia a razones tradicionalmente consideradas como ligeras o triviales, como un elemento fundamental de atracción de los adolescentes, sobre todo los varones más jóvenes, hacia las pandillas. La importancia de este imán de la rumba está vívidamente expresada en algunos testimonios. Para un marero que recuerda su época anterior al ingreso, mientras trabajaba en un billar, “quienes siempre le llamaron más al atención fueron los miembros viejos de la mara. Le resultaba atractivo el modo peculiar de divertirse y de sobresalir” [10].

A pesar de lo anterior, el tema de la sexualidad como eventual motivación para ingresar a las pandillas ha sido normalmente ignorado, o explícitamente dejado de lado, como si no fuera lo suficientemente relevante, o digno de análisis. Es ilustrativo al respecto, un comentario en Merino (2001) [11]. “Diez de las personas entrevistada refieren el uso promiscuo del sexo y la prostitución como actividades distintivas de las maras. En concreto, ocho mencionan la promiscuidad sexual y dos la prostitución. Llama la atención que estas actividades fueran mencionadas únicamente por quienes no tienen contacto con las maras. Se deja constancia del dato, sin darle mayor relevancia, por no disponer de datos que permitan comparar lo afirmado por las personas entrevistadas con el grado de promiscuidad sexual que existe entre la juventud que no integra las maras”.

El más elemental ejercicio retrospectivo a los 13 o 14 años sugiere que, incluso entre los adolescentes adecuadamente encarrilados en el sistema educativo, la rumba, los noviazgos, y el sexo son asuntos, textualmente, vitales. Con mayor razón se puede pensar en la importancia de esta dinámica entre quienes, por distintas razones, se ven progresivamente marginados del tradicional camino que lleva del sistema educativo al mercado laboral.

El sendero hacia las pandillas que se inicia con el simple hecho de vivir en un barrio en dónde operan tales grupos y que termina con los pandilleros, pasando por tenerlos como amigos o como novios, es un recorrido que se caracteriza por un marcado incremento en la actividad sexual de los adolescentes. Mientras que, en un extremo, casi la totalidad de los pandilleros –tanto hombres como mujeres- son activos sexualmente, entre los jóvenes que viven en barrios en dónde no operan tales organizaciones la proporción de iniciados sexualmente se reduce a una de cada cuatro mujeres y uno de cada tres hombres.

Gráfica 8.17
A lo largo del sendero se percibe no sólo un mayor porcentaje de jóvenes sexualmente activos sino una menor edad para el inicio de la vida sexual, que en promedio se reduce a medida que es más clara la cercanía con las pandillas.

Consecuentemente, el reporte de actividad sexual precoz, definida aquí como la que se tiene antes de los 13 años, es mayor a medida que los jóvenes transitan el sendero hacia las bandas juveniles. Mientras que cerca de la mitad de los integrantes de las pandillas manifiestan haberse iniciado sexualmente justo al entrar en la adolescencia, entre las mujeres que viven en barrios sin pandillas tal porcentaje es apenas del 6%, y de 10% para los hombres.

El inicio más temprano de la actividad sexual se traduce por lo general en un mayor número de parejas sexuales. A pesar de esta observación, no deja de sorprender que el verdadero salto cuantitativo en términos de la variedad de personas con quien se tienen encuentros sexuales se de, precisamente, para quienes reportan haber pertenecido a una pandilla. Para los hombres, el pertenecer a una pandilla multiplica por un factor cercano a tres el número de parejas sexuales. No parece prudente ignorar, entre jóvenes adolescentes, un incentivo tan poderoso como este.

Gráfica 8.18
El estímulo que parece brindar la cercanía con las pandillas a la vida de pareja de los adolescentes se extiende a las relaciones de noviazgo, en particular entre los hombres para quienes el contar con un amigo pandillero parece incrementarles de manera significativa la probabilidad de tener una novia. De hecho, controlando por la edad, para un joven el impulso a los chances de tener una relación afectiva por el simple hecho de contar con un amigo pandillero, es similar al que se obtiene por practicar de manera regular algún deporte: en ambos casos, se multiplica por cerca de cuatro, y de manera estadísticamente significativa, la probabilidad de conseguir novia .

Gráfica 8.19
Si, como se puede temer, un objetivo es tener no uno sino varios noviazgos en paralelo, o sea de manera simultánea, la cercanía con las pandillas también parece ser el camino indicado.
Gráfica 8.20
Por otra parte, el entorno de las pandillas también parece propicio para la formalización de las relaciones de pareja más allá del simple noviazgo. Más de la mitad de los hombres pandilleros y cerca de dos de cada tres de las mujeres que reportan haber pertenecido a una pandilla manifiestan haber estado casados (o convivido con su pareja) alguna vez. Entre los jóvenes sexualmente activos pero totalmente al margen de las pandillas, las cifras respectivas son del 15% para los hombres y  12% para las mujeres.

Gráfica 8.21
Puesto que el entorno de las pandillas se caracteriza por una sexualidad más activa, más temprana y más promiscua, no sorprende que también se caracterice por una mayor incidencia de embarazos. Cerca de la mitad de los jóvenes pertenecientes a las pandillas se han visto enfrentados a un embarazo adolescente. Entre los jóvenes sexualmente activos más alejados de las pandillas la cifra respectiva es del 16-17%.

Gráfica 8.22

Consecuentemente, y en este punto parece haber un salto cualitativo al ingresar a la pandilla, la proporción de madres o padres adolescentes es bastante más alta entre los pandilleros: uno de cada tres de los hombres y cerca de la mitad de las mujeres que reportan haber pertenecido a una pandilla tenían algún hijo en el momento de la encuesta. 

Gráfica 8.23
En síntesis, no es demasiado arriesgado sospechar que -en una etapa de la vida caracterizada antes que nada por cambios hormonales que conducen a la maduración sexual de los jóvenes- una poderosa razón para vincularse a un grupo u organización sea la posibilidad de una mayor, más temprana, variada y promiscua actividad tanto afectiva como sexual. Tampoco parece aventurado pensar que, formal o informalmente, implícita o explícitamente, de manera abierta o en secreto como algunas sectas, tales organizaciones, que al parecer tratan de regular e imponer normas en todos los aspectos de la vida de los jóvenes que ingresan a ellas, no tengan conciencia del enorme atractivo que esta gran liberalidad sexual representa  para ellos y el atractivo o gancho que esta particularidad de la vida pandillera representa en materia de reclutamiento de efectivos. 

Dejar de ser pandillero

Casi la tercera parte (28.2%) de quienes manifiestan haber pertenecido a alguna pandilla, reportan haberse salido posteriormente de dicho grupo. En promedio, estos ex pandilleros duraron tres años vinculados a las pandillas, durante un tiempo máximo de ocho años y un mínimo de algunos meses.

Es claro que los desertores constituyen un grupo de gran interés para el diseño de políticas y programas contra la violencia, no necesariamente preventivas sino de rehabilitación o reinserción. La primera inquietud que conviene despejar es si los factores que ayudan a discriminar a los pandilleros del resto de jóvenes también son útiles para establecer diferencias, dentro de estos últimos, entre quienes abandonan la pandilla y quienes no lo hacen. La primera impresión, que resulta de estimar la misma ecuación de los pandilleros cambiando la variable dependiente y restringiendo la muestra a los jóvenes que han sido pandilleros es que sólo dos de los factores que ayudan a explicar la primera decisión –entrar a la pandilla- contribuyen de manera estadísticamente significativa, y con el signo opuesto esperado, a diferenciar a los ex pandilleros: el nivel educativo de la madre y el seguir vinculado al sistema educativo.

Fuera de estos dos elementos, que ratifican el rol primordial que merece el sector educativo en los esfuerzos por prevenir y controlar la violencia juvenil, aparecen algunos factores con un impacto estadísticamente significativo sobre la decisión de abandonar la pandilla. El más importante es el hecho que la familia practique alguna religión, que multiplica por más de quince (1549%) los chances de salida de la pandilla. El contar con un trabajo o empleo remunerado también tiene un impacto importante (+908%) así como el hecho de tener hijos (+353%) o el seguir estudiando (+350%). Que el barrio en dónde se vive cuente o no con un parque y, sobre todo, que este sea de excelente calidad también muestra tener capacidad para discriminar a quienes han desertado. Por el contrario, los hábitos rumberos (-96%), el reporte de actos de vandalismo (-85%) y el de andar armado (-86%) muestran un poder de retención que es significativo en términos estadísticos.
Gráfica 8.24
Es conveniente señalar que, con este conjunto de variables, uno de los elementos claves en la explicación del ingreso a la pandilla, que operen tales grupos en los barrios, aparece también como determinante de la salida. De hecho, para la muestra usada en la estimación, la no operación de pandillas en el barrio “predice a la perfección” el abandono de la pandilla, y por lo tanto la variable no puede ser utilizada para la estimación. El problema radica  en que, dentro de la población de pandilleros, que es la sub muestra que se usa para la ecuación, son en extremo raros los casos de pandilleros que vivan en barrios en dónde no operen bandas. Además, esos pocos casos coinciden con jóvenes que han abandonado la pandilla, y es por esa razón que no se puede cuantificar el impacto de la variable.

Religión, familia y pandillas

Un punto que vale la pena destacar es que la variable con mayor capacidad para revertir la decisión de ser pandillero tiene que ver con la religión que practica la familia, que supera en relevancia la dimensión del trabajo o del estudio, e incluso la del establecimiento de una nueva familia por parte del joven. Es común en los testimonios sobre desvinculación de las pandillas la observación que una de las vías frecuentes de salidas es hacia una práctica religiosa muy intensiva.

A pesar de la observación anterior, la relación entre las creencias religiosas y las pandillas en Panamá no deja de llamar la atención, ya que sorprende a primera vista. Puesto que, como se vio, se trata de una dimensión con alta capacidad para recuperar, o reinsertar a los jóvenes pandilleros, vale la pena tratar de entender mejor las características de este vínculo. Como ya se señaló, una variable crítica es que los hogares profesen algún credo religioso. Pero no todas las religiones practicadas por la familia muestran tener el mismo efecto sobre la probabilidad de abandono de las pandillas. En particular, dentro de las pandilleros de familia protestante se observa la tasa más alta de deserción (45%) por encima de los católicos (31%), o los evangélicos (26%). Sin embargo, y de manera tanto sorprendente como difícil de explicar, la religiosidad de la familia –un factor que contribuye a la salida de la pandilla- parece también un factor asociado con la vinculación a tales grupos.

Gráfica 8.25
En efecto, el hecho que los padres profesen alguna religión se asocia con un mayor porcentaje de jóvenes que ingresan a la pandilla. Aunque en este caso el efecto es menos notorio –y de hecho en el ejercicio realizado para discriminar a los pandilleros el factor religioso resultó no significativo en términos estadísticos- de todas maneras se observa que la práctica religiosa de las familias tiene tanto el poder de empujar a los jóvenes desde la pandilla hacia fuera como, extrañamente, algo de capacidad para atraerlos desde la casa hacia la pandilla.

Que la religión de la familia aparezca como el elemento con mayor capacidad para inducir la reinserción de los pandilleros sugiere varios comentarios. El más obvio es que resulta indispensable estudiar a fondo la mecánica de este vínculo. Se trata de un conocimiento que aún es precario y que, sin la menor duda, sería invaluable en materia de prevención de la violencia juvenil. Mientras tanto, y a falta de una teoría satisfactoria al respecto, se pueden aventurar un par de conjeturas. La primera es que, en contravía de las aproximaciones esencialmente materialistas de la violencia juvenil, lo que este resultado sugiere es que alrededor del fenómeno de las pandillas la moral y los sistemas normativos de la conducta de los jóvenes, que es algo en lo que la religión juega algún papel, tienen especial relevancia. La segunda conjetura -más audaz y que se plantea para reforzar una de las ideas recurrentes de esta sección- es que una de las dimensiones claves del comportamiento que, desde siempre, han buscado alterar las religiones es precisamente la del sexo y que, en ese contexto, la asociación entre las pandillas y la práctica religiosa  en alguna medida estaría relacionada con la existencia de normas sobre la conducta sexual de los jóvenes.

Vale la pena tratar de elaborar una historia consistente con lo que muestran los datos para dar cuenta de esta extraña relación que se observa en Panamá entre religión, sexo y pandillas juveniles. Puesto que, como se señaló, se hace una arriesgada incursión en el terreno de las conjeturas, vale la pena hacer explícitos los supuestos en los que se basa el análisis que se hace a continuación de los datos de la encuesta. El supuesto de partida, para cuya validez se puede recurrir a cualquier historia de la sexualidad y/o de las ideas religiosas, es que las religiones, y en particular las monoteístas como son las tres consideradas en la encuesta, han buscado, desde siempre, controlar tanto las relaciones de pareja, como el comportamiento sexual de los creyentes.

El primer corolario de este supuesto simple es que los jóvenes provenientes de hogares en dónde no se practica ninguna religión habrían estado sometidos, al menos en principio, a una menor reglamentación de su vida afectiva y de sus impulsos sexuales. En este contexto, la relación positiva, aunque no muy significativa, que se observa entre la práctica religiosa de las familias y el ingreso a las pandillas, se podría interpretar bien como un gesto de rebeldía contra la reglamentación sexual más estricta que caracterizaría los hogares practicantes de alguna religión, bien como un rechazo a la probable incoherencia entre las prescripciones religiosas, su precario cumplimiento y la abundancia de mensajes contradictorios sobre su pertinencia y relevancia.

El segundo supuesto, que se deriva de la observación de los datos de la encuesta, y cuya verificación se sale del alcance de este trabajo, es que el éxito de las creencias religiosas en lograr alterar la conducta sexual de los jóvenes varía sustancialmente entre religiones. En particular, la información disponible sugiere que, en Panamá, la práctica protestante es la que logra imponer diferencias más marcadas entre la conducta sexual de los hombres y la de las mujeres.

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Se puede por lo tanto presumir que, dentro de las consideradas en la encuesta, la normatividad protestante sería en últimas la más rígida y eficaz en materia de sexualidad. En buena medida, se trata del grupo que más se asemeja al patrón de la doble moral de la era victoriana en la Inglaterra del siglo XIX, que restringía notablemente la sexualidad de las mujeres permitiendo simultáneamente, y de manera informal, una mayor libertad para los hombres, pero siempre dentro de un conjunto muy rígido de reglas de comportamiento.

La eficacia de las normas protestantes en materia sexual es tal que, en la muestra, alcanza a afectar desde cuestiones tan triviales como los noviazgos adolescentes hasta los asuntos serios, como la convivencia o el matrimonio.

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Para esta última situación, la de establecerse como pareja, se trata de la única religión para la cual no se reporta ninguna incidencia dentro de las mujeres. Lamentablemente el formulario utilizado –laico en su diseño- no permite distinguir la simple convivencia del matrimonio y, por lo tanto, no es posible saber si la regulación se refiere, para las mujeres, a la convivencia sin matrimonio o a la edad de este último.

El sexo, o la búsqueda de una pareja, no son las únicas conductas para las cuales, en la muestra, las creencias protestantes logran establecer grandes diferencias por género. Algunos comportamientos alcanzan a estar erradicados del todo entre las mujeres protestantes. Tal es el caso del reporte de fugas del hogar, o el consumo de drogas, o la afiliación a las pandillas, para los cuales el reporte entre mujeres jóvenes provenientes de hogares protestantes es nulo.

De cualquier manera, no parece muy arriesgado plantear que se trata de la religión que impone el sistema normativo más rígido para la actividad sexual. La conjetura que se deriva de esta observación es que es eso, un sistema claro y nítido de normas de conducta sexual, lo que facilita tanto el tránsito de ida, de la familia hacia la pandilla, como el de vuelta, de la pandilla a la familia, bien sea la de arriba –de los padres y hermanos- o la de abajo, la de los hijos.

Es indiscutible en los datos el efecto que tiene tanto la pandilla como su entorno sobre la conducta sexual de los jóvenes. No vale la pena en este punto analizar si se trata de un cambio totalmente inducido por la pandilla –el que entra ve mermada su capacidad de control sobre los instintos sexuales- o si se tiene algo como un proceso auto selectivo –quienes menos controlan su sexualidad encuentran atractiva la pandilla- pero no parece arriesgado plantear que, dentro de la pandilla, existiría una norma del tipo todo vale en materia sexual. El hecho que este ambiente resulte particularmente atractivo para los hombres adolescentes en pleno desarrollo de la sexualidad no debe esconder su característica esencial, la de ser una regla clara y precisa sobre comportamiento sexual.

Lewis Coser (1978), en su trabajo Las Instituciones Voraces, señala cómo el control de la sexualidad ha sido un elemento característico de aquellas organizaciones que –como las pandillas- regulan de manera minuciosa las más diversas facetas de la conducta de sus integrantes. Por otro lado, que tanto la norma rígida de la castidad como su extremo opuesto, la absoluta libertad y promiscuidad sexuales, tienen en últimas el mismo efecto de contrarrestar la influencia, y eliminar la competencia, de la familia –otra institución voraz- que permanece como la alternativa perenne a la afiliación de sus miembros.

Aunque suene paradójico, lo que diversos testimonios de ingreso a las pandillas sugieren es que los jóvenes demandan, y aceptan, un conjunto de normas de comportamiento relativamente rígido, y sobre todo explícito, que va desde ciertos rituales de iniciación hasta la prohibición, bajo amenaza de muerte, de desertar del grupo, pasando por marcas irreversibles en la apariencia, como los tatuajes, o por una clara homogeneidad en la adopción de distintas conductas de riesgo, que sería desacertado considerar carentes de reglamentación.  En el ámbito sexual, lo que se adoptaría al ingresar a la pandilla es un sistema de normas consistente tanto con el comportamiento de quienes lo imponen, los líderes de las pandillas, como con la regulación de las demás dimensiones del comportamiento. Si se establece una analogía de las pandillas con las organizaciones militares o, mejor aún, con sociedades o sectas de guerreros, dentro de las cuales la sexualidad también ha estado siempre minuciosamente controlada, se comprende mejor el planteamiento que la aparente liberalidad sexual dentro de las pandillas no es más que una faceta adicional de un conjunto preciso de normas de conducta orientadas, en últimas, a garantizar la supervivencia de los grupos que ejercen de manera sistemática la violencia.

Bajo este esquema, sorprende menos que sea la religión protestante -precisamente la que, de acuerdo con los datos, muestra mayor capacidad para controlar las conductas de los jóvenes- la que logra mayores éxitos a la hora de captar pandilleros desertores, o arrepentidos. Una vez formateados como seguidores de reglas dentro de la pandilla, para los desertores el tránsito menos traumático se da hacia los ambientes intensamente reglamentados. El modelo de las organizaciones voraces que regulan la sexualidad imponiendo bien sea la castidad, como en las congregaciones cristianas, bien sea la promiscuidad, como parece ocurrir en las pandillas, también es útil para predecir que la constitución de una nueva familia por sus integrantes, como la que se puede dar con la llegada de un hijo, implica con frecuencia la exclusión o salida del grupo que exige siempre entrega total e incondicional de sus miembros.

Pandillas, recreación y deporte

El ejercicio de discriminar a los jóvenes que han renunciado a la vida de pandilla sugiere una asociación positiva entre tal decisión y la calidad de la infraestructura recreativa del barrio en el que viven. En particular, el hecho que exista un parque y, sobre todo, que la calidad del mismo sea calificada de excelente por parte de los jóvenes muestra tener un efecto estadísticamente significativo para discriminar a los ex pandilleros.

Así, mientras que entre los pandilleros que viven en un barrio que no cuenta con parques la tasa de deserción apenas alcanza un 15%, entre los que manifiestan vivir en un barrio con un parque en excelente estado la cifra respectiva es del 61%. No es fácil dar cuenta de este resultado sobre todo cuando se tiene en cuenta que este efecto tiene poco que ver con la práctica sistemática de algún deporte por parte de los pandilleros, o con la disponibilidad de canchas deportivas, o de la calidad de tales canchas, elementos que no muestran ninguna capacidad para discriminar a los ex pandilleros. Tampoco abundan argumentos para hacer compatible este resultado con lo encontrado en una sección anterior en el sentido que la disponibilidad de infraestructura deportiva o recreativa tiene un capacidad preventiva sobre la afiliación a las pandillas. Pero eso es lo que muestran los datos y salvo la recomendación que se trata de un aspecto que vale la pena investigar más a fondo, es poco lo que se puede agregar.

Dos elementos adicionales invitan a interpretar con cautela este extraño efecto parque que muestran los datos. El primero es que, como se vio en una sección anterior, la misma encuesta sugiere una relativa independencia –cuando no una relación perversa- entre esta variable y el fenómeno de las pandillas, medido tanto con el reporte de su presencia en los barrios como por el de tener algún amigo pandillero.  El segundo es que el reporte de infracciones graves por parte de los jóvenes no pandilleros tampoco presenta un efecto parque importante. A pesar de la observación anterior, el número total de categorías de infracciones cometidas por los jóvenes –no pandilleros- si es menor en aquellos barrios que cuentan con un parque en muy buenas condiciones.

Es probable que este resultado tenga que ver con otro, también difícil de racionalizar, de la ecuación de los ex pandilleros, y es el hecho que el vandalismo –tal vez la más leve de las infracciones consideradas en la encuesta- es un factor de retención de los jóvenes en las pandillas, puesto que su reporte se asocia con una menor probabilidad de deserción de la pandilla. Aunque sería precipitado deducir de este resultado, de manera automática y simplista, que un esfuerzo por controlar tal tipo de conducta pueda tener un efecto sobre la vinculación a las pandillas si vale la pena mencionar que es precisamente para el vandalismo que se observa, sobre todo entre los jóvenes no pandilleros, cierto grado de efecto parque.

Pandilleros detenidos

Una encuesta de auto reporte de conductas que responden jóvenes que están en libertad no es el instrumento más idóneo para evaluar el efecto de las medidas disuasivas sobre la violencia juvenil. A pesar de lo anterior, vale la pena analizar algunos de los datos de la encuesta que hacen referencia a las actuaciones del sistema policivo y judicial sobre los jóvenes pandilleros, así como a su eventual impacto sobre la decisión de desvincularse de las pandillas.

Puesto que en la encuesta los jóvenes reportan si han sido detenidos alguna vez, la edad en que lo fueron por primera vez, así como la de ingreso a la pandilla es posible saber si esa primera detención tuvo lugar mientras eran pandilleros. Así, un punto que vale la pena señalar es que la proporción de jóvenes que, estando vinculados a las pandillas, reportan haber estado detenidos es ligeramente superior entre los ex pandilleros (85%) que entre quienes continúan vinculados a las bandas (78%). Visto de otro modo, dentro del conjunto de quienes han sido detenidos la fracción de ex pandilleros (30%) es superior a la de pandilleros (21%).

A pesar de la observación anterior, el efecto de una detención sobre la probabilidad de salirse de la pandilla, cuando esta variable se adiciona a la ecuación que discrimina a los desertores de la pandilla, aunque positivo y de una magnitud apreciable –se multiplica por cerca de cuatro la probabilidad de deserción- no resulta ser estadísticamente significativo.

Otro aspecto que vale destacar es que el simple hecho de ser pandillero, incluso cuando se controla por la edad, por el reporte de todas las infracciones contempladas en la encuesta, y por la frecuencia de salidas nocturnas entre semana, multiplica por más de dos la probabilidad de ser detenido. Algo similar puede decirse del hecho de estar desvinculado del sistema educativo. En otras palabras, el frecuente reclamo de estigmatización y trato discriminatorio hacia los integrantes de las pandillas parece validado por los datos. Además, y como dato curioso, se puede señalar que, de todos los incidentes considerados en la encuesta –incluyendo algunos graves como los ajusticiamientos o los homicidios- el único cuya comisión de manera estadísticamente significativa incrementa la probabilidad de detención de un joven es el haber participado en una riña callejera. 



[1] En una escala de 1 a 5 en dónde “1” significa que no te gustan nada las pandillas y “5” que te identificas y simpatizas mucho con las pandillas, como calificarías la simpatía que tienes con las pandillas. Se contabilizaron como teniendo alguna simpatía con las pandillas las respuestas superiores o iguales a 3.
[2] El reporte de actividades se basa en la siguiente pregunta: Alguna gente habla de la amplia gama de actividades que desarrollan las pandillas en los barrios, desde las simples reuniones en la calle para oír música, pintas en las paredes hasta los comportamientos violentos y delictivos. Por favor cuéntanos si la pandilla de tu barrio desarrolla cada una de las siguientes actividades
[3] Ver Sulloway (1997)
[4] Dada la importancia del género del joven entre los factores de riesgo, la baja participación de las mujeres dentro de las pandillas (menos del 7% contra un 33% en los hombres) y, por otro lado, la posibilidad de respuestas distintas que también dependen del género, el análisis que sigue se concentrará en los varones.
[5] Que los padres sepan con quien está el joven cuando sale de casa.
[6] Se definen como tales quienes reportan 5 o más salidas nocturnas por semana.
[7] Santacruz y Cruz (2001) p. 38. Subrayado propio
[8] Sosa y Rocha (2001) p. 335
[9] Castro y Carranza (2001) p. 239. Subrayado en el original
[10] Castro y Carranza (2001) p. 267
[11] p. 134