¿Por qué no hay maras en Colombia?


De la pandilla del barrio al grupo armado en la zona
Existen diferencias entre la violencia juvenil centroamericana y la que se observa en un país con mafias y grupos armados consolidados como Colombia. La más notoria es que un factor crucial en la explicación de las agrupaciones violentas de jóvenes deja de ser la pandilla juvenil del barrio, como en Nicaragua y Panamá, o la mara de Honduras, para convertirse en el grupo armado, o la mafia, que opera en Medellín, Cali, o Bogotá. A la relativa monopolización de la calle y el bajo mundo por las pandillas centroamericanas se contrapone en Colombia la influencia de organizaciones que lideraron y centralizaron el reclutamiento de jóvenes desde hace varias décadas.

“En 1985, comenzamos a sentir el problema del M-19. Se escuchaba que aquí en el barrio se formaban grupos de jóvenes o de hombres guerrilleros y comenzaron a decirle a uno cuáles eran los jefes guerrilleros que había en este sector. Comenzaron los jóvenes a integrarse en los grupos del M-19. incluso llegaban niños y eran recibidos. Ellos mismos a formar los grupos y armarlos … Estas lomas han tenido toda la vida mala fama. Se dice que toda la vida ha sido violento. Pero no más violento que los demás. Que es el barrio del que más se habla, más comentado sí. Cuando entraron las milicias, cuando entró el M-19 que agarró todo ese poco de sardinitos y los armó y empezaron pues a iniciarlos en la violencia y luego siguieron las milicias. Los milicianos cogieron a los muchachos, ellos tienen su sicología ellos saben que a un muchacho lo pueden coger y traer y llevarlo y mangoniarlo cuando a ellos les provoque. Entonces eso fue lo que acabó de empezar el problema aquí. Las milicias y el M-19”  [1].

“La ciudad de Medellín es ejemplo, sus muchachos tuvieron que entrar por fuerza en el exceso violento arrastrados por una máquina aceitada mucho más allá de ellos … las cosas cambiaron, pasamos de las piedras y los palos al revólver, nos hacían tiros. Nunca pensamos llegar allá pero las cosas eran en serio. Mi mente fue madurando, sin asco a dar puñalada” [2].

Aún sin reclutamiento directo, las organizaciones armadas han jugado un papel de catalizadores de la violencia, subcontratando servicios, o suministrando armas. “Las armas también se adquieren mediante vínculos con agentes de variado orden. Las guerrillas suelen aparecer como proveedores, en primer lugar de revólveres … Las FARC le da los revólveres a los pandilleros y también se los roban a los policías”  [3].

Incluso quien más tarde sería uno de los mayores contratistas de jóvenes sicarios en Medellín se inició prestando servicios y trabajando para capos ya establecidos. “Fue con el Padrino, capo de capos de aquel entonces, como Pablo (Escobar) y Gustavo se encarrilaron hacia los grandes ilícitos. Trabajando como guardaespaldas conocieron a dos hombres del pueblo de La Estrella, expertos en los temas del gatillo … (que) fueron esenciales para Pablo por los nexos que tenían, pero sobre todo porque su experiencia en el matar los haría socios importantes para la industria de la muerte que montó más adelante … Los patrones veían a Pablo como un hombre serio que no bebía, ni siquiera fumaba, y le encomendaron el trabajo de mosca, en el que llegó a guiar caravanas hasta de cuarenta camiones de contrabando y en el que ganó sus primeros pesos … Se equivocan quienes piensan que Pablo es el principio y el fin del traqueteo, como se llamó desde entonces al narcotráfico. Aquí en este barrio de la Santísima Trinidad, el tráfico ya tenía una larga trayectoria” [4].

Estos testimonios no se deben tomar como una peculiaridad de unos cuantos sectores o localidades en Colombia, puesto que ilustran lo que parece ser un factor de riesgo generalizado. En un trabajo basado en encuestas de auto reporte a desvinculados del conflicto e infractores urbanos, Llorente, Chaux y Salas (2004) señalan que la exposición de los jóvenes a la presencia de grupos armados irregulares muestra diferencias significativas entre los ex guerreros y sus controles.

Una observación que se hace en este estudio es que para los desvinculados, el contacto con los grupos armados irregulares estaría más mediado por la familia que por los amigos, una diferencia importante con lo que se observa para las pandillas en Centroamérica, dónde un paso previo a la pandilla es el corte con los lazos familiares y el establecimiento de una red de amigos pandilleros. Algo similar se encuentra para una muestra de infractores en Bogotá, en dónde la influencia de la pandilla sobre los jóvenes se da a través de sus amigos.

Con relación a los motivos que señalan los jóvenes desvinculados para haber ingresado a la guerrilla o a los grupos paramilitares se destaca, en primer lugar, el gusto por las armas y, en un lejano segundo lugar, el tener un hermano u otro familiar en el grupo, así como el tener amigos vinculados a la organización.

Es interesante anotar que la categoría “otras razones” que incluye una gran variedad de motivos, entre los cuales se incluye la convicción política con cuestiones como “haber sido engañado, por curiosidad, estaba aburrido de trabajar, etc” presenta, para la  guerrilla, un reporte levemente inferior a la  motivación por simple diversión.

“Frente al tema de la edad de ingreso a las organizaciones, al igual que en el estudio de infractores, se observa una simultaneidad entre la edad de vinculación y el período en que se abre la brecha entre casos y controles respecto de otros comportamientos, particularmente el manejo de armas de fuego, como era de esperar, y la actividad sexual … Esta situación no es tan clara en el caso del consumo de drogas ilícitas, el cual en el estudio de infractores también presentaba un paralelismo entre el ingreso a las pandillas y el incremento del consumo de estas sustancias.  No obstante, es evidente en el Gráfico la simultaneidad entre la edad en que más jóvenes desvinculados empiezan a consumir y el período de ingreso a los grupos armados irregulares. En cuanto al manejo de armas de fuego, el Gráfico, muestra que, por un lado, los jóvenes desvinculados tienden a iniciarse más temprano en la vida que los controles. En efecto, mientras que el 5% de los desvinculados señalan que aprendieron entre los 6 y 8 años de edad, igual proporción de los controles lo hicieron entre los 9 y los 13 años” [5].

El sendero hacia la violencia política
En Rubio (2007) se plantea que un rasgo que comparten las pandillas centroamericanas, por un lado, y los mafiosos, guerrilleros y paras colombianos por el otro, y es el de la peculiar, temprana y promiscua actividad sexual de todos estos guerreros. La asociación entre el poder basado en la violencia física y el éxito con las mujeres no es el único paralelo que se puede establecer entre las pandillas o maras y organizaciones serias y adultas como las guerrillas colombianas. Llorente, Chaux y Salas (2004) señalan varias similitudes entre los factores que ayudan a explicar la vinculación de los jóvenes urbanos a las pandillas y los campesinos a la guerrilla o los grupos paramilitares. 

El interés que ha despertado en los últimos años en Colombia el tema del reclutamiento de menores, así como el número creciente de trabajos en los que se analizan testimonios de reinsertados sugieren que el esquema de los senderos hacia la delincuencia también es útil para el análisis de la violencia política en Colombia. Lo que, para Centroamérica, se denominó atracción desde la calle –i.e. las pandillas en el barrio- es en este caso un ente más palpable, organizado, incluso burocratizado, y tanto o más voraz que la pandilla. En los grupos armados ilegales se observan también uniformidad en la apariencia física –ya no tatuajes sino uniformes- amenazas serias contra los desertores y un rígido control de la vida cotidiana que, como se vio, abarca la sexualidad. Pero el sendero se inicia a menudo con una huída de la casa.

“La mayoría de las que ingresaban a las Farc lo hacían para huir del maltrato familiar, de la persecución de los padrastros y del exceso de trabajo que les ponían en sus casas. Algunas lo hacían porque les atraía un guerrillero o les llamaba la atención el poder que generaban las armas. Los hombres, en cambio, se metían a la guerrilla más porque a ellos sí les gustaban las armas”  [6]. “Mi papá peleaba mucho con mi mamá y con nosotros también. Fue por eso que me fui pa’ la guerrilla, pa’ no pelear más. Fue más que todo porque me aburrí en la casa” [7]. “Un día mi papá me iba a pegar y yo le dije que si lo hacía me iba para la guerrilla y venía y lo pelaba, lo mataba; en esa época el EPL estaba por allá en mi tierra”[8].

“Desde chiquito, como a los ocho años, empecé a agarrar malos pasos, a coger la calle y a robarme cosas .. casi no estudiaba y me maltrataban, hasta cuando me fui del todo para la calle, con nueve amigos. Con ellos empecé a chupar gasolina y después boxer. Tenía nueve años. La primera vez que vi un grupo de paramilitares  armados  estábamos con mi madrina y llegó el grupo a la casa. Yo no sabía qué hacer: si correr, quedarme quieto o esconderme. Un muchacho de ellos era amigo de mi madrina; entramos en contacto y me quedaron como gustando. Miraba las armas, las cogía. En ese tiempo tenía doce años … Hasta cuando cumplí los catorce años: me encontré con unos manes del grupo paramilitar y les pedí que me llevaran. Me invitaron a quedarme donde ellos dormían, que era un putiadero, donde habían conseguido unas peladas, pero a mí me dio vaina, así que me fui para la casa y al otro día volví. Yo todavía no había estado con mujeres” [9].

“Mi padrastro me maltrataba mucho, también tuve problemas porque él me acosaba, y mi mamá no me creía. Primero que todo tengo una mamá, que tal vez por la forma en la que fue criada, trató de criarnos a nosotros a los golpes, que nos partía la cabeza, que nos hacía marcas con cables. Fue un maltrato muy terrible. Mi niñez fue muy terrible, y el esposo de ella también trataba de agredirnos físicamente y verbalmente… pero la vida continuaba y mi anhelo era seguir estudiando, seguir adelante a pesar de todo eso. Tanto fue así que decidí volarme de la casa, estuve donde una viejita porque mis amistades eran ancianas, me llevó para la casa y de allá me trajeron, el marido de mi mamá me golpeó, me cortaron el cabello, como un soldadito, me encerraron” [10].

“(Papá) vivía armado, tenía su borrachera encima y… se le ocurría, pasaba un ratón por ejemplo y él lo mataba con un disparo … Yo era la encargada de quitarle el arma a papá y darle la sopa porque a nadie más le entregaba el arma si no era a mí. Entonces, una niña de cinco años quitándole el arma al papá, que uno no sabe a qué momento se dispara. O una vez que papá borracho vio pasar un ratón y me puso el arma como si yo fuera un mampuesto, sobre el hombro y disparó, esa carga emocional es muy fuerte. Yo quedo con un miedo terrible a las armas. Y ¿quién me lo cura? Es él mismo … En otra ocasión, estamos a dos pasos de donde está el termo con el café, y él puede sacarlo perfectamente pero él se acerca a mí y me dice: “déme un tinto”, entonces yo le digo: “espere un momentito”, y papá saca el arma y la vacía al aire, yo sentí que era el medio de intimidarme para que yo corriera a servirle el tinto, le dije: “ahora le va tocar esperar que yo termine de preparar mi clase, porque así no me va obligar.” Fue la única vez que yo recuerdo haberme enfrentado a mi papá, era una acción de rebeldía, de insumisión que yo tengo, y enfrentarme a él, y ese día le perdí el miedo a las armas, mejor dicho, él me creó un miedo, un pánico terrible, y por otro lado me lo quitó, con esa rebeldía mía”  [11].

Delincuencia juvenil y rebelión
Aunque a primera vista parezca insólito aplicarlo a organizaciones rancias y consolidadas, el modelo del sendero hacia la violencia política también es adecuado para comprender la trayectoria de sus líderes. El esquema de conductas problemáticas que se inician en edades tempranas, que anteceden el ingreso a un grupo armado no es algo exclusivo de los combatientes del montón, de los menores despistados que luego se reinsertan, sino que también es aplicable a algunos de los más prominentes comandantes guerrilleros.

Tanto Manuel Marulanda (Tirofijo) como Jacobo Arenas, connotados líderes de las FARC, relatan haberse fugado de sus casas, y tal incidente sobresale entre los recuerdos de su juventud [12]. Ambos abandonaron temprano sus estudios, y no por razones económicas. En Arenas, la desvinculación del sistema educativo se dio a raíz de un incidente de indisciplina que, a su vez, tuvo repercusiones sobre la relación con su padre. Por temor a una reprimenda “se fue al monte en donde estuvo tres días”. Más tarde “otra de las aventuras adolescentes más recordadas por Jacobo Arenas fue aquella vez que se perdió en la montaña con un grupo de muchachos” [13]. Sería irresponsable, sin información adicional, asegurar que esa fuga tuvo naturaleza rumbera pero sería imprudente descartar del todo esa posibilidad.

Entre los insurgentes urbanos, también se pueden rescatar testimonios que encajan bien en el típico escenario de las pandillas juveniles. Alvaro Fayad, líder del M-19, ilustra paso a paso su sendero hacia la delincuencia al contar cómo, cuando joven, cual marero, “yo era la oveja negra de la casa. Me expulsaban cada rato de colegios distintos .. No iba a la escuela. Me la pasaba con la gallada, ahí en el río, junto a la iglesia, al lado de mi casa … Tomaba parte en actividades de delincuencia común, en robos chiquitos .. A los diez años visité por primera vez una casa de citas. La visité con la gallada, por supuesto. Las putas ni siquiera me voltiaron a mirar. Pero yo me sentí importante. Entrar en esas casas daba nivel, daba status. Cuando se iba por allá por primera vez, los demás de la gallada comenzaban a mirarlo a uno con respeto” [14].

El contacto de Iván Marino Ospina, otro líder del M-19, con la violencia política y la admiración que le producían siniestros personajes, también fueron tempranos. “Mi papá era dirigente laureanista en la región. El Cóndor y otros pájaros famosos del valle eran amigos suyos. Yo me crié entre ellos… (Mis tíos) iban al Puente Blanco de Tulúa a mirar cómo cuadraban los camiones repletos con los muertos sin cabeza que llevaban a enterrar. A esa edad, nueve años, era ya mucha la gente descabezada que había visto yo. A los seis años disparé mi primer tiro. Antonio era de los tíos que yo más quería. Era aguerrido y estimulaba mis ideas rebeldes… A pesar de que los liberales me caían bien por ser los perseguidos, yo admiraba a El Cóndor. Lo veía como a un Robin Hood. El Cóndor me tomó cariño. Le gustaba que yo fuera rebelde. Quería hacer de mí otro pájaro. –Ese muchacho va a ser peposo- decía señalándome” [15].

Aunque un poco más tardío, el historial juvenil de Jaime Bateman Cayón, comandante del M-19, no es del todo inocuo en materia de infracciones, bastante revueltas con la rumba.  “A mí me marcó  el viejo Núñez, rector del Gimnasio Santa Marta. Dos veces me expulsó. ¡Yo era muy necio! No estudiaba. Pero me iba bien … Yo era tesorero de la Legión de María. Un día la jefa se fue y nos bebimos la plata de la Legión. Tomábamos mucho ron Caña, el más barato. Me decían El Fundidor. Sacaba a bailar a las peladas y solamente las soltaba cuando se fundían de cansancio. En los carnavales tocaba tambor, lo hacía para conseguir trago, más que todo. Recorríamos las calles disfrazados, tocando tambor, cantando, bailando, bebiendo ron. ¡Y se formaban las peleas! Siempre he sido violento cuando me emborracho, peligroso … A veces dormíamos en el Hotel San Carlos. Las meseras cobraban cincuenta por una noche entera y veinte por un ratico. Rara vez teníamos dinero. Entonces se formaban las peleas. Y todo terminaba en trompadas… Del Liceo Celedón me expulsaron también por revoltoso… Una vez arrastramos a un profesor en calzoncillos por todo el colegio… Con el fundador del EPL, Pedro Vásquez, formamos el grupo de choque de la Juco. Les dábamos duro a los que, de noche, ponían avisos contra la Revolución cubana. ¡Los cogíamos a cadenazos! Una vez, un miembro del Comité Central, borracho, comenzó a formar problema en una reunión. Le dimos cadena, obvio” [16].

Con tales antecedentes, no causan sorpresa las audacias posteriores de esta organización, ni que algunas de sus propuestas políticas se denominaran el gran sancocho nacional. Lo que, por el contrario, resulta difícil de comprender es cuando y cómo, a lo largo de un sendero que -dicen los criminólogos de jóvenes- progresivamente se intensifica, y se hace más violento, se logró voltear la percepción pública de personajes como estos para convertirlos en, textualmente, profetas de la paz . Tal es el título de una recopilación de textos sobre Jaime Bateman en dónde, validando la noción del sendero se habla de tomas, de secuestros, de guerra adulta, y en serio [17].


[1] Testimonios de habitantes de Aguablanca y Siloé, Cali, en Vanegas (1998) pp. 185 y 188
[2] Perea (2003) p. 145
[3] Perea (2003) p. 148
[4] Salazar (2001) pp. 47, 48 y 49
[5]  Llorente, Chaux y Salas (2004) p. 57
[6] Lara (2000) p. 66
[7] Testimonio de Wilson en HRW(2003) p. 29
[8] González (2002) p. 121
[9] González (2002) pp. 93 a 95
[10] Testimonio de Jenny, ex guerrillera en Lelièvre et. al. (2004) p. 95
[11] Testimonio de Mary en Lelièvre et. al. (2004) p. 97
[12] Arango (1984) pp. 54 y 88
[13] Arango (1984) p. 54
[14] Lara (2002) p. 59
[15] Lara (2002) pp. 68 y 69
[16] Lara (2002) pp. 81 a 85
[17] Villamizar (1995)