Prostitución y delincuencia organizada en España

Mauricio Rubio


Una de las características de los estudios sobre prostitución es la carencia de elementos que permitan tener una idea, siquiera aproximada, sobre la magnitud y las principales características del fenómeno. En la que pretende ser una de las mayores compilaciones sistemáticas de información sobre el tráfico de mujeres para explotación sexual a nivel mundial (Hughes et al, 1999), no sólo se reconoce el problema de la enorme inconsistencia entre las cifras de diversas fuentes sino que se abandona la pretensión de buscar cierta coherencia o evaluar la calidad de las variadas estadísticas. Este obstáculo, sin embargo, no impide que se aventuren cifras oficiales de casi cualquier magnitud tanto sobre el número de mujeres envueltas en la actividad como sobre la dimensión del negocio.

España no ha sido ajena a esta tendencia y se ha hecho popular la cifra de 300 mil mujeres activas en el comercio sexual, un negocio que movería billones de pesetas al año. Como ocurre en varias partes del mundo, se plantea que se trata de una actividad en la que intervienen ante todo mujeres extranjeras, muchas de las cuales habrían sido introducidas en el oficio de manera forzada por las mafias. “El negocio de la prostitución mueve unos dos billones de pesetas al año ... en España hay, en la actualidad, unas 300.000 prostitutas, de las que un 70 por ciento procede de países extranjeros y algo menos de la mitad se encuentra en situación ilegal ... según los datos oficiales, el 50 por ciento de estas mujeres son de nacionalidad colombiana, un 10 por ciento proceden de los países del este de Europa y un 6 por ciento son nigerianas” (La Razón, Noviembre 18 de 2001). “Se calcula que el 39% de los españoles ha solicitado en alguna ocasión los servicios de una prostituta. En la actualidad se estima que hay más de 300.000 mujeres que comercian con su cuerpo en España y que casi la mitad lo hacen atrapadas por mafias internacionales” (El Mundo Julio 17 de 2000).

Son múltiples los factores –como el misterio inherente al comercio sexual, la tradición de ilegalidad, la informalidad, la tenue distinción entre una actividad continua o esporádica, voluntaria o forzada- que hacen difícil tener cifras precisas sobre la magnitud de fenómeno. El problema de la relación de las trabajadoras sexuales con la delincuencia organizada es aún más complejo de analizar, pues a la incertidumbre en las estadísticas se suma la gran variedad de arreglos que parecen existir entre las trabajadoras sexuales y los eventuales explotadores o proxenetas.
En este capítulo nos centramos en dos grandes temas: la medición de la magnitud del fenómeno de la prostitución en España y el análisis de los posibles vínculos con la Delincuencia Transnacional Organizada (DTO). Para el primero, luego de una revisión de algunas estadísticas que pueden ser útiles para el análisis, se propone un indicador para medir la incidencia de la prostitución, se analizan las tendencias recientes y se evalúa la verosimilitud de las cifras que se han sugerido en España para la población total de prostitutas.

Algunas estadísticas de interés


Una de las posibles vías para detectar un orden de magnitud para la incidencia de la prostitución en distintas sociedades es a través de algunas estadísticas de los sistemas de salud, y en particular de las cifras sobre incidencia de VIH y sobre casos detectados de SIDA. El interés de estas cifras para el análisis de la prostitución surge del reconocimiento que las trabajadoras sexuales constituyen una población de alto riesgo. Trabajos realizados en países reconocidos como grandes centros de prostitución en países en desarrollo muestran en efecto una alta y creciente incidencia de VIH entre las trabajadoras sexuales. Para 1995, en Nairobi, Kenia, y en Abidjan, Costa de Marfil, la incidencia de VIH entre las trabajadoras sexuales se acercaba al 80%. En Phnom Penh, Camboya, y en Bangkok, Tailandia, la cifra era del orden del 30%; en Mandalay, Myanmar llegaba al 20% mientras en Santo Domingo, República Dominicana era del 10%. En todos los casos se observa un continuo incremento desde finales de los años ochenta (World Bank 1997)

En Europa se ha logrado relativo éxito en materia de prevención del contagio en el comercio sexual. A pesar de las predicciones alarmistas que hace algunos años anunciaban una epidemia de VIH/SIDA, las tasas de infección entre las prostitutas estarían ya relativamente bajo control. En buena parte este logro ha sido el resultado de una temprana adopción del preservativo como práctica corriente, derivada a su vez de un esfuerzo de prevención y toma de conciencia promovido por el sistema de salud, los trabajadores sociales, las ONGs y las mismas prostitutas (Mathieu  2000) pero en cualquier caso se trata aún de una actividad expuesta a la infección y transmisión de VIH/SIDA. Una cuarta parte de las personas que en el año 2000 acudieron en España a realizarse de manera voluntaria la prueba del VIH eran mujeres que ejercían la prostitución (CNE 2000).  De hecho la incidencia de VIH dentro de las trabajadoras sexuales, a pesar de un continuo descenso desde cerca del 5% a principios de los noventa hasta 0.6% una década más tarde, sigue siendo superior a la de otros grupos de la población  (UNAIDS/WHO 2000)

En base en las mencionadas estadísticas de salud podemos a) elaborar un índice que permita comparar la situación del comercio sexual en España con la de otros países,  b) analizar su evolución reciente y  c) establecer unos órdenes de magnitud más razonables para la población de prostitutas en España.



Una propuesta de indicador de incidencia de la prostitución


Un dato que puede ser útil para cotejar la magnitud del comercio sexual en España con la de otras sociedades es el número de casos de SIDA clasificados por modo de transmisión de la enfermedad y por género. En particular, resulta de interés comparar la relación entre el número de mujeres y de hombres que han contraído el SIDA por una relación heterosexual. Ante la carencia absoluta de mediciones sobre la magnitud del fenómeno parece conveniente tratar de elaborar un indicador a partir de la información de salud pública disponible. Se puede plantear que un índice de casos de SIDA por Contacto Heterosexual (SCHE) definido como el número de mujeres en esa situación sobre la respectiva cifra para los hombres es un indicador de la magnitud de la prostitución. El Programa de Naciones Unidas para el VIH/SIDA (UNAIDS) ofrece, para un amplio número de países, y desde hace varios años, la información requerida para calcular tal índice  (UNAIDS/WHO 2000). En la Gráfica se muestran los resultados.

Dentro del conjunto de países con la información suficiente para calcular este índice SCHE, el mayor valor (2.7) corresponde a Tailandia, país ampliamente reconocido como importante centro de comercio sexual (CSCE  1999), Hughes  2001), Hughes et. al 1999) mientras que el mínimo se observa en Singapur (0.1) dónde se puede pensar que existen altas restricciones para este tipo de actividad. El segundo punto es que, en el ámbito de la Unión Europea, España no se destaca por un índice particularmente alto. Con un valor de 0.6 ocupa, por el contrario, uno de los últimos lugares por encima tan sólo de Luxemburgo (0.4), Finlandia (0.4) y Portugal  (0.3). El tercer comentario es que varios de los países comunitarios cuyo índice es cercano a la unidad –como Grecia, Alemania, Bélgica e Italia- son mencionados en los estudios como sitios con alta incidencia de la prostitución (CSCE 1999). Por  último, algunos países de Europa del Este, como Hungría, Yugoslavia o Rusia, que con frecuencia se señalan como lugares de origen de trabajadoras sexuales aparecen con un valor relativamente alto del índice SCHE.

Para contrastar la relevancia del índice propuesto se puede recurrir a algunas encuestas sobre comportamiento sexual que se han realizado en diversos países. En particular, es pertinente analizar la información disponible sobre la incidencia de lo que se podrían denominar los encuentros de sexo casual, o sea aquellos que ocurren por fuera de la pareja habitual. Si bien es difícil considerar este tipo de comportamiento como una señal inequívoca de un comercio sexual activo, si resulta razonable plantear que se trata de una condición necesaria para el dinamismo de tal actividad.


Lo que muestran los datos es que los españoles no se destacan por ofrecer unas condiciones de demanda muy favorables para el ejercicio de la prostitución. En efecto, y  como se observa en la Gráfica, dentro del conjunto de sociedades para las cuales se dispone de información sobre la incidencia del sexo casual, España ocupa el penúltimo lugar, con tan sólo un 10% de los hombres que reportan tal tipo de comportamiento, y superando tan sólo a Portugal. 

El hecho que para este segundo eventual indicador de la magnitud del comercio sexual se observe una posición destacada tanto de Tailandia como de otros países que se destacan en cuanto a sus altos valores del índice SCHE propuesto sugiere una posible relación positiva entre ambos tipos de medición. Si se analiza la asociación existente entre los dos indicadores, se observa que, en efecto, no son independientes. Los países con valores del índice SCHE superiores al promedio –como Tailandia, Grecia y Yugoslavia- muestran una mayor propensión al sexo casual que aquellas sociedades con un bajo valor del índice, como España o Portugal.



La naturaleza de la relación entre los dos índices considerados –en esencia un triángulo por debajo de la diagonal del cuadrante- corrobora la idea del sexo casual como condición necesaria, mas no suficiente, para la alta incidencia de la prostitución. En efecto, existen varias sociedades con una alta tendencia al sexo casual y aparentemente bajos niveles de prostitución, como los Países Bajos y la República Checa mientras que, por el contrario, no aparecen lugares en la situación inversa: alto índice de prostitución y bajos niveles de sexo causal. Es útil señalar que los países que se alejan de la relación entre los índices son precisamente aquellos en los cuales se presenta alta incidencia de sexo casual entre las mujeres. Así, de acuerdo con estos indicadores, y como cabría esperar en principio, el ambiente más favorable para la prostitución es el de una alta incidencia de sexo casual entre los hombres y baja presencia de tal comportamiento entre las mujeres.

Tendencias recientes de la prostitución


Existen varios indicios a favor de la idea de que en los últimos años se ha dado un incremento importante en la incidencia del comercio sexual en la sociedad española. Está en primer lugar la información relacionada con el número de trabajadoras sexuales que han acudido a los centros y consultas para el diagnóstico del VIH. Un análisis retrospectivo realizado en los principales centros especializados en esa labor  muestra que, entre 1992 y el 2000 no sólo aumentó de manera significativa el número de trabajadoras sexuales que acudían a hacerse por primera vez el diagnóstico de VHS, sino que su participación en el total de quienes solicitan esa prueba ha crecido de manera continua desde 1992, con un incremento particularmente marcado en los últimos dos años. La metodología empleada en este estudio que se limitó a quienes se hacían la prueba por primera vez sirve para detectar los patrones de contagio e incluso para dar una idea de la evolución de las “nuevos” individuos en las poblaciones  de riesgo. Así, este indicador sugeriría que, desde 1992 y sobre todo a partir de 1998, habría aumentado el número de mujeres que se suman a la población de trabajadoras sexuales.

Otra información que puede ser útil para detectar los cambios en la población de prostitutas es la relativa al número de personas que acuden a las clínicas de enfermedades de transmisión sexual (ETS), y dentro de las cuales una fracción importante, en la actualidad cerca de las dos terceras partes, son trabajadoras sexuales. Un estudio realizado en centros de cinco comunidades autónomas (CEN 2000b) muestra que el número de prostitutas que acuden por sospecha de infección de ETS no sólo se incrementó entre 1998 y el 2000 sino que, de nuevo, su participación dentro de la población de alto riesgo de ETS aumentó del 52% en 1998 al 65% en el último año. En forma consistente con la información anterior, que sugería que en los últimos años se ha incrementado el número de “nuevas” prostitutas en porcentajes del orden del 30%-40%, la proporción de trabajadoras sexuales en el total de personas con sospecha de contagio de ETS, algo que da una idea de la evolución de la población total de prostitutas se habría incrementado a partir del 98 en una cifra alrededor del 6%-7% anual.


Si, como primera aproximación, se asimila la proporción de prostitutas entre quienes se hacen la prueba VIH por primera vez a un indicador de la cantidad de nuevas trabajadoras sexuales (TS) y, por otra parte, se considera que su participación entre quienes sospechan estar contagiados con una ETS está asociada con la evolución del total de trabajadoras sexuales, se puede construir un índice de la evolución de la población  de mujeres que ejercen la prostitución. Lo que se observa es que la información derivada de las pruebas de ETS y la de los diagnósticos de VIH por primera vez parecen consistentes con los supuestos que la primera refleja la evolución de la población total de TS y la segunda la de las nuevas TS. Bajo estos supuestos, la población de trabajadoras sexuales durante los noventa habría crecido a una tasa exponencial promedio ligeramente superior al 4% anual.

El rápido incremento de la prostitución que se deriva de estos cálculos, sobre todo en el último par de años, ayuda a comprender la creciente preocupación por el fenómeno y se corrobora con la información disponible de otras fuentes. En primer lugar se puede señalar que el índice SCHE sugerido atrás, aunque no es el más adecuado para analizar la dinámica de la prostitución  muestra en España, luego de varios años de descenso, un aumento importante entre 1999 y el 2000. Por otra parte, de acuerdo con el seguimiento del comercio sexual realizado por la Guardia Civil en las carreteras españolas en los dos últimos años, el número total de trabajadoras sexuales extranjeras se habría incrementado considerablemente (GC 1999 y GC 2000). En el mismo sentido, las actividades delictivas relacionadas con la trata de blancas y la prostitución también muestran un incremento significativo durante el mismo período. Además, el número de grupos de delincuencia organizada involucrados en la prostitución fue mayor en el 2000 que en 1999.

A pesar de lo anterior, la dinámica en el tiempo de una actividad no debe confundirse con sus niveles, o su incidencia, o su relevancia como problema de seguridad interior. Vale la pena por lo tanto un esfuerzo por cuantificar la dimensión del comercio sexual en España.

Estimación del numero de trabajadoras sexuales


Como ya se mencionó, las cifras que se han sugerido en España sobre el número total de prostitutas varían entre 10 y 300 mil, o sea una relación de uno a treinta. Un rango de tal magnitud no es de gran utilidad para diagnosticar el fenómeno. La distinta información disponible sobre incidencia de VIH y de SIDA puede ser utilizada para, a partir de ciertos supuestos de trabajo, establecer unos rangos más reducidos para esta cifra.


Un primer ejercicio para evaluar qué tan razonables resultan las diversas cifras que se han propuesto sobre la población total de trabajadoras sexuales consiste en comparar los promedios históricos de incidencia de VIH para las trabajadoras sexuales desde 1986 con la información sobre contagio de VIH y de SIDA por edades entre las mujeres españolas hasta 1999. Bajo ciertos supuestos simplificadores se puede afirmar que la cifra de 300 mil prostitutas para España es poco verosímil y que una cota superior más razonable para esa población sería de 40-60 mil mujeres. En efecto, el número total de casos de VIH por contacto heterosexual entre las mujeres españolas de todas las edades sería del orden de los seis mil quinientos (UNAIDS  2000). Si se adoptara el escenario extremo de 300 mil prostitutas, el número de casos de VIH entre trabajadoras sexuales sería muy similar a esta cifra lo que implicaría aceptar que el contagio de VIH entre mujeres que no ejercen la prostitución sería prácticamente inexistente, supuesto que no parece razonable. Si se tiene en cuenta que la edad promedio para el ejercicio de la prostitución es inferior a la de la población total de mujeres, y que del total de casos de VIH por contacto heterosexual entre la población femenina tan sólo unos 2700 se habrían dado entre mujeres menores de 30 años parecería más razonable como orden de magnitud de la población de prostitutas una cifra por debajo de las 60 mil.

La información disponible sobre la evolución de la incidencia de VIH en las trabajadoras del sexo en los últimos años, junto con la dinámica de los casos de mujeres españolas con SIDA es útil para restringir aún más estos rangos en la estimación de la población de prostitutas. Como ya se señaló, la prevalencia de VIH entre las trabajadoras sexuales que se hacen de manera voluntaria y por primera vez tal prueba ha mostrado un descenso radical a lo largo de la década pasada.

Un punto que vale la pena destacar es el altísimo número de nuevos contagios que se dieron a principios de los años noventa. En el año 92, por ejemplo, el 8.4% de las trabajadoras sexuales que acudieron por primera vez al diagnóstico del VIH resultaron ser seropositivas. Por otro lado, se ha reconocido que la “seroprevalencia de VIH obtenida de pruebas voluntarias infraestima la seroprevalencia real en los respectivos colectivos porque habitualmente no incluye a las personas que ya saben que están infectadas” (CNE 2000a). Así es que resulta conservador como supuesto estimar, para 1992, una incidencia VIH+ del 8.4% entre las trabajadoras sexuales en España. Ahora bien, con base en la estimación que se hizo de la evolución del número de prostitutas se podría obtener tal cifra para el año 92, para distintos escenarios sobre su dimensión actual. Estas alternativas darían a su vez, una aproximación al número de trabajadoras sexuales seropositivas a principios de la década. Si se supone que dentro de este colectivo tanto la relación entre casos de VIH y de SIDA como el lapso promedio observado para el desarrollo de la enfermedad es similar al de la población total (44% y siete años respectivamente) el conjunto de trabajadoras sexuales infectadas en el año 92 se estaría manifestando en casos de SIDA siete años más tarde, cifra que se puede comparar con los casos realmente observados. En la Tabla se resumen los resultados de este ejercicio.


Parece bastante más verosímil como magnitud del número total de prostitutas en España una cifra entre 10 y 20 mil prostitutas que las 300 mil que con frecuencia se han aventurado en los medios de comunicación y en algunos foros.

Una segunda vía para contrastar las distintas propuestas sobre el número actual de trabajadoras sexuales en España es mediante la información disponible sobre su composición por nacionalidades. A partir de la información epidemiológica de los centros de enfermedades de transmisión sexual (ETS) se puede obtener una composición por nacionalidades del colectivo de trabajadoras sexuales. De acuerdo con estos datos las mujeres latinoamericanas constituyen las tres cuartas partes del total de prostitutas y, dentro de las primeras, las colombianas representan un poco más de la mitad.


Estas proporciones coinciden no sólo con varios testimonios sino con la observación hecha por la Guardia Civil en los negocios de carretera de acuerdo con la cual las trabajadoras sexuales provenientes de Colombia alcanzan a ser el 60% de las de origen latinoamericano. Con base en esta información se puede estimar, para distintos escenarios sobre la población total de prostitutas el número correspondiente a las originarias de América Latina y de Colombia.

Este segundo ejercicio corrobora la idea que las cifras superiores a las veinte mil trabajadoras sexuales parecen exageradas. Aún aceptando esta última cifra de veinte mil se obtendría, comparando el número de  prostitutas colombianas que de allí se deriva con los datos de inmigración, que una de cada tres mujeres provenientes de Colombia se encuentra ejerciendo la prostitución, cifra que ya parece excesiva.

Una manera de corroborar estas cálculos es mediante la comparación con datos disponibles para otros países europeos. Para Italia, por ejemplo, un país con condiciones sociales y económicas equivalentes a las de España, pero que se encuentra bastante por encima en los valores de los índices propuestos, se ha sugerido una cifra global del orden de 50 mil mujeres dedicadas al comercio sexual. Aún aceptando una incidencia del comercio sexual similar a la de Italia, supuesto en extremo conservador, se tendría para España una población total del orden de las 36 mil trabajadoras sexuales. Si esta cifra se corrige por la relación entre los índices SCHE calculados para cada país, se tendría un número por debajo de las 20 mil trabajadoras sexuales. Para Francia, se ha sugerido que el total de trabajadoras sexuales estaría entre las 15 y 18 mil mujeres, de las cuales unas 5-6 mil estarían concentradas en la capital  (L´Humanité, Mayo 19 de 2000). De acuerdo con esta cifra, si se supone que la magnitud de la actividad, en términos per cápita, es similar a la de la península –supuesto todavía conservador si se tiene en cuenta la posición relativa de ambos países en la escala de los indicadores discutidos atrás- se tendría en España una población cercana a las 12 mil trabajadoras sexuales.

Los lugares de origen, y los vínculos con la DTO


La incertidumbre en cuanto al número de trabajadoras sexuales en España se extiende al de su composición por nacionalidades. Al respecto, tal vez el punto más difícil de dilucidar es el de la participación de las mujeres españolas en el total. Sobre este aspecto, que es crucial para el diagnóstico de la actividad, y sobre todo para evaluar los vínculos con la DTO, puesto que las trabajadoras sexuales no inmigrantes no encajarían adecuadamente en el prototipo del tráfico para explotación sexual por engaño o amenaza, una de las pocas fuentes disponibles de información es la de los centros de atención de ETS, que sugieren una participación del 84% de mujeres extranjeras en el comercio sexual. Tanto algunos estudios sistemáticos (García 1998) como testimonios disponibles de las más diversas fuentes tienden a corroborar esta idea de una amplia mayoría trabajadoras sexuales extranjeras, y en particular provenientes de América Latina.

La relación del comercio sexual con la DTO que en un país como España, en dónde la prostitución no es ilegal, es el elemento crítico para que se pueda considerar como un asunto de seguridad interior es la dimensión más confusa del diagnóstico actual. Sobre el punto crucial de si se trata de una actividad que se ejerce de manera voluntaria y contractual o, por el contrario, es una de las manifestaciones del tráfico forzoso de seres humanos existen no sólo testimonios divergentes  sino agendas políticas encontradas sobre reformas sociales más amplias como el tratamiento legal del trabajo extranjero, o las condiciones de vida en los países menos desarrollados.

Es indiscutible que existen en España casos de mujeres que, amenazadas o engañadas, se ven abocadas al ejercicio forzado de la prostitución. El rdato de unos cuantos, e incluso de muchos casos de tráfico forzado de mujeres, no puede sin embargo adoptarse de manera automática como el reflejo más representativo de una actividad en la cual trabajan varios miles de mujeres. Sobre todo cuando, en el otro extremo, existen testimonios que apuntan en la dirección opuesta: la de una actividad que busca legitimarse como alternativa viable y legalmente reconocida de trabajo. En ese sentido está la declaración de una trabajadora social española que colabora con el Proyecto de Prostitución en el Centro de Salud de la municipalidad de La Haya: "No creo que ellas (las trabajadoras sexuales) debieran ser vistas sólo como víctimas. Las mujeres que vienen aquí son muy fuertes. Se han atrevido a empacar sus maletas, así nomás, y a dejar sus países. Estas mujeres no deberían ser tratadas como pobrecitas indefensas" (García 1998).


Hasta qué punto es más pertinente uno u otro escenario extremo –el de las mujeres secuestradas y amenazadas o el de las trabajadoras sexuales voluntarias- es más una cuestión empírica que conceptual, o de manifestación de principios. Parece claro sin embargo, que las dos situaciones límites tiene repercusiones radicalmente distintas en materia de seguridad interior. En el debate corriente persisten confusiones que no ayudan a mejorar el diagnóstico. Nuestras conclusiones, aunque provisionales por la escasez de datos, son en resumen que la cifra de trabajadoras sexuales es menos  elevado de lo que normalmente se cree y que no hay pruebas de que un porcentaje importante de ellas hayan sido forzadas a la prostitución por delincuentes organizados.



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