Un delito peculiar, no siempre económico


Está haciendo carrera tanto en los medios de comunicación como en algunos trabajos académicos la idea de que el secuestro es un negocio más, que debe ser analizado con las herramientas tradicionales de la economía. Tal vez el trabajo más representativo de esa tendencia es el de Briggs (2001). El estudio de Pax Christi (2002), aunque por su título y su carátula con un inmenso signo $ podría ser clasificado en esa categoría, lo es bastante menos: en realidad el título no corresponde ni a la orientación general del trabajo, ni a la sutileza del análisis, ni a  la copiosa evidencia que aporta para dejar claro que se trata de algo más complejo que un negocio cualquiera. Sorprendentemente, el informe Callejón con Salida - UNDP (2003) sobre el conflicto colombiano adopta la teoría económica del crimen tanto para el análisis del secuestro como en las recomendaciones para enfrentarlo. A pesar de que se reconoce que los principales autores son los grupos subversivos, en la respectiva sección no se hace alusión a los complejos vínculos entre el secuestro, aún el económico, y los procesos de diálogo con la guerrilla. Se propone, por ejemplo, la “desarticulación de bandas y redes criminales”, como si el bulto del problema fuese de delincuencia común.  

Tanto desde el punto de vista del grupo agresor, como el de la víctima, como de las autoridades que buscan enfrentarlo, la pretensión de asimilar el secuestro a una simple actividad económica no resiste un análisis detallado. Tampoco parece adecuado establecer una tajante distinción entre los secuestros económicos y los políticos. En buena parte de los casos se da una compleja y variada mezcla de móviles, como bien lo ilustra un comandante del ELN cuando uno de los rehenes de un secuestro masivo le pregunta si se trata de un asunto económico o político: “Primero, es retención, y segundo, no sabemos. Puede ser político o también puede ser económico … O pueden ser los dos. La verdad es que eso yo no lo sé” . La pregunta la hace uno de los cautivos del avión Fokker de Avianca proveniente de Bucaramanga y secuestrado el 12 de Abril de 1999. (Kalli 2000 p. 15).

La mayor incongruencia de este planteamiento es que para que el secuestro se consolide como una industria se requiere que sus ejecutores estén afiliados a una férrea organización, con características políticas, con un alto grado de adoctrinamiento orientado, precisamente, a minimizar la búsqueda de beneficios particulares en aras de los intereses del grupo. No es coincidencia que, como se señaló, la expansión del secuestro en América Latina se haya dado en forma paralela a la de los grupos guerrilleros. Tampoco es casualidad que, en Colombia, la geografía del secuestro, incluso la del apresuradamente atribuido a la delincuencia común, sea la del conflicto armado. La simple agregación de delincuentes individuales puede conducir a la generalización del llamado secuestro express, que no es más que una sofisticación del atraco callejero. Pero la consolidación del secuestro –con cautiverio de rehenes y prolongada negociación del rescate- requiere altos niveles de organización, respaldados por una ideología compartida. Por algo se ha dado universalmente en contextos de guerra. Los otros dos mecanismos disponibles para aglutinar a las bandas de secuestradores –los incentivos monetarios y la capacidad de chantaje mutuo- son más frágiles y menos eficaces. El primero de ellos, además, requiere de una capacidad económica que no está al alcance de cualquier grupo criminal. Al respecto, vale la pena señalar el abismal contraste entre los sicarios encargados de los cautivos de Pablo Escobar y los modestos jóvenes campesinos que cuidan rehenes de la guerrilla. Para los primeros son frecuentes las alusiones a los inagotables flujos de dinero con que cuenta la organización. “Por la plata no se preocupen (había dicho uno de los guardianes) que eso es lo que sobra … Aprovechen muchachos y pidan lo que quieran. Se demora un poco por el transporte pero en doce horas podemos satisfacer cualquier pedido …Tenían tal desprecio por la plata, que Richard Becerra les vendió de entrada unos lentes para el sol y unas chaquetas de camarógrafos por un precio con el que podía comprar cinco nuevas” (García Márquez 1999 pp. 66 a 68).

Por otra parte, el hecho que una organización política practique secuestros puramente económicos para financiar sus actividades no debe llevar a la asimilación de esa organización a una empresa capitalista. La ETA, por ejemplo, ha realizado varios secuestros económicos, practica corrientemente la extorsión  y sería insólita la pretensión de que se trata de simples negociantes. Con el primer secuestro conocido de ETA, el del cónsul alemán en San Sebastián en 1970, se obtuvo el pago de un jugoso rescate. Desde entonces “apareció la primera pintada etarra de ETA Paga o Muere  … la cúpula de ETA asume que el secuestro es mucho más rentable y productivo que los continuos atracos y asaltos bancarios … el secuestro ha sido el compañero inseparable del impuesto etarra”. (Baeza 2002 pp 23 a 25). La mayor parte de los atentados terroristas han tenido por finalidad presionar a empresarios vascos que se niegan a pagar el llamado impuesto revolucionario [1].

La magnitud de las cifras obtenidas como rescates por los Montoneros no permite concluir que estaban buscando dinero como delincuentes comunes o haciendo negocios como empresarios. El dinero obtenido con los secuestros –un medio- tenía para el grupo subversivo argentino un objetivo bien definido: hacer la guerra para alcanzar el poder. De acuerdo con declaraciones posteriores de uno de los miembros del grupo los U$ 60 millones del caso Born se utilizaron para “invertir en la política militar, fabricando armamentos. Buscamos desarrollar una tecnología e industria propias. Queríamos formar un estado paralelo … Depositamos en el banco de Graiver 16.825.000 dólares y otra parte fue a Cuba. En el banco Nacional de Cuba quedaron depositados unos 15 millones de dólares … (los 30 millones restantes) … Se usaron para mantenernos en la clandestinidad. Además muchos políticos de la Argentina y Latinoamérica usufructuaron de ese dinero. Mucho se usó en la campaña que se hizo en Europa contra Videla” [2].

Entre los guerrilleros latinoamericanos, el de los Montoneros no era percibido como un grupo con riqueza sino con poder . Como lo expresa con claridad un líder de la guerrilla salvadoreña, que, en su opinión tuvo”una relación muy estrecha” con los argentinos. “Conocimos toda la experiencia del frente de masas del Movimiento Peronista Montonero en 1977, que fue el movimiento de la clase obrera más poderoso de América Latina”. (Cienguegos 1993 p. 14). Una buena parte de los fondos obtenidos por los grupos colombianos también se ha dedicado a la compra de armas, que es lo que hace peculiares las actividades de la subversión.

Fuera de esta objeción básica –confundir los medios con los fines- para Colombia son dos los argumentos en contra del planteamiento del secuestro como negocio: el uso político de tal práctica por parte de grupos criminales tradicionalmente considerados negociantes y, por otra parte, la estrecha asociación que ha existido entre el secuestro, incluso el extorsivo, y los procesos de paz.


[1] Ver “Oleada de ataques en busca de dinero”. El País, Octubre 19 de 2003.
[2] Entrevista al ex Montonero Martínez Agüero, en el diario Los Andes de Mendoza del 30/5/99. "Apéndice 5 de la causa judicial de las Finanzas de los Montoneros". http://foros.abc.es/forosabcd/Forum3/HTML/000257.html