Radiografía de las diferencias de género en la Encuesta Colombiana de Valores
Por Mauricio Rubio *
Con la colaboración de Eduardo Salcedo **
2005
En este capítulo se presenta un ejercicio fundamentalmente descriptivo -no valorativo ni normativo- sobre las discrepancias de género implícitas en las respuestas a la Encuesta Colombiana de Valores (ECV). El trabajo está dividido en cuatro secciones. En la primera se hace una revisión, necesariamente breve, de lo que se puede denominar la literatura de género en Colombia. También se hace referencia al trabajo basado en la anterior aplicación de la encuesta de valores en el país. El elemento que más vale la pena destacar de esta revisión, y que ayuda a explicar su aparente falta de conexión con el resto del capítulo, es la falta de referencias a las que, posteriormente, aparecerán como las dos grandes áreas de diferenciación entre mujeres y hombres en la ECV: la mayor religiosidad y la menor politización femeninas. En la segunda sección, se resumen los resultados del ejercicio, descriptivo e inductivo, de detectar, dentro del conjunto de variables disponibles en la ECV, los elementos que mejor permiten distinguir, separar o discriminar -en un sentido estadístico- a las mujeres colombianas de sus compatriotas varones. Puesto que el resultado más notorio de este ejercicio es que en Colombia las mujeres se interesan mucho más que los hombres por la religión y, por otra parte, mucho menos por la política, y que en cierta medida actúan en consecuencia, se construyeron cuatro índices de resumen o de síntesis, dos para la religiosidad y dos para la politización, en ambos casos de acciones y de ideas. También se construyó un indicador de machismo. A la presentación de estos índices está dedicada la tercera sección. En la cuarta sección, la radiografía se centra en el estudio de algunos indicadores globales de bienestar –felicidad, estado de salud, satisfacción con la situación económica- que también presentan significativas diferencias por género en la ECV. En términos generales, el pesimismo aparece más marcado entre las mujeres que entre los hombres. De manera exploratoria se hacen unas incursiones para analizar la asociación de estos índices con las peculiaridades de género.
No se dedica una sección especial a las recomendaciones que serían básicamente dos, que están implícitas a lo largo del texto y que se pueden formular de manera muy breve en esta introducción. La primera es que el feminismo, sin duda uno de los movimientos contemporáneos más politizado, debería interesarse más por las mujeres como son y no como deberían ser [1]. La segunda es que si bien para una de las peculiaridades derivadas de la encuesta, la del menor interés por la política, se podría recurrir al traqueado discurso del sometimiento de la mujer por los valores machistas, para la otra, la de su mayor religiosidad, habrá que encontrar una explicación más imaginativa y coherente con lo que muestran los datos.
1 - BREVE REFERENCIA A LA LITERATURA SOBRE DIFERENCIAS DE GÉNERO EN COLOMBIA
Si bien en Colombia la literatura académica sobre el tema de género no es prolífica, es posible encontrar estudios e investigaciones que abordan temas sociales desde esta perspectiva. En esta sección se pretende, en lo posible, presentar los trabajos que se refieren a la perspectiva de género y no, únicamente, a una corriente feminista que tenga el claro objetivo de reivindicar los derechos de la mujer. Dada la naturaleza descriptiva del presente capítulo, se presentan aquellos trabajos que abordan la perspectiva de género, reconociendo que esta es una categoría de estratificación universal referida a la condición cultural de hombre y mujer [2]. Aunque en muchos casos, el término género se ha asimilado al término mujer [3] y, por lo tanto, se ha limitado al campo de las reivindicaciones femeninas – o feministas- , en sentido estricto la perspectiva de género permite entender la dinámica de las construcciones culturales que hay alrededor del ser hombre o mujer. A continuación se resumen algunos trabajos que, en el caso colombiano, permiten un acercamiento a la realidad de las disparidades e inequidades culturales y sociales que se pueden encontrar entre hombres y mujeres.
En el libro Pasemos al tablero, Consuelo Uribe hace una breve indagación de las incidencias que puede tener la formación del colegio en posibles inequidades en el tipo de oficio, elección de profesión y nivel de ingresos de las mujeres.[4] Al respecto, Uribe señala que los niños y niñas que estudian en planteles de un solo sexo tienen resultados académicos superiores a los de los estudiantes de planteles mixtos; además, se encuentra que tanto en hombres como mujeres, los logros difieren según se trate de competencias relacionadas con lenguaje o matemáticas: “En lenguaje, los planteles femeninos presentan una clara ventaja en el quinto grado […]. En matemáticas, […] el nivel esperado y el nivel superior son alcanzados por mayor proporción de niños que de niñas”[5]. Ahora bien, la desventaja de los planteles mixtos ya se había señalado para Bogotá por Caro en el 2000[6]. En general, cuando se observa el género sin prestar atención al tipo de plantel, se encuentran ligeras diferencias en logros, entre niños y niñas. En matemáticas, la relativa ventaja es para los niños, mientras que en lenguaje, para las niñas, esta ventaja sólo se manifiesta en el quinto grado y en grados superiores. Así pues, al respecto, se considera que las diferencias son tan mínimas, que no permiten aseveraciones certeras sobre algún tipo de ventaja. Es necesario anotar que el efecto negativo del plantel mixto desaparece en los niveles socioeconómicos altos.
Por otra parte, en el trabajo sobre Calidad y Equidad en el Aula, se presentan las consideraciones y hallazgos de una investigación en la que se indaga no sólo en la calidad de la educación sino en la equidad de género pues, según los investigadores, “mirar la educación desde la equidad de género implica considerar adicionalmente una importante dimensión, muchas veces ignorada, de las formas de la equidad social” [7]. Se parte de la consideración que el sistema educativo debe contribuir a la redefinición de los contenidos de socialización necesarios para permitir un libre y correcto desarrollo de las características individuales, las cuales deben estar determinadas a partir del hecho biológico de ser hombre o mujer. Según los autores, aunque se pueden registrar mejoras en el acceso a la matrícula y la retención hay, al menos, tres indicadores que permiten sustentar, en el caso colombiano, específicamente en Bogotá, desigualdades para las mujeres: “1. Los puntajes globales y específicos en las pruebas Icfes son superiores para los hombres. 2. Hombres y mujeres participan de un proceso de inserción diferencial en la educación superior según áreas de conocimiento, que tienen una valoración social y económica diferente. 3. La fuerza de trabajo, en términos de volumen, tipo de ocupación y remuneración presenta patrones diferenciados según el género”[8]. Estos indicadores permiten evidenciar que “existe una participación desigual entre hombres y mujeres de los beneficios sociales. […] Hombres y mujeres participan de manera no sólo diferente sino desigual en cuanto al capital global y del capital educativo”[9]. Así, se hace necesario revisar las acciones que, en búsqueda de la equidad social, deben permitir a la educación reorientar los códigos y significados de las relaciones de género.
Las categorías de observación de este estudio fueron los comportamientos en el aula, “atribuciones de docentes y directivas en tres colegios respecto a aspectos cognitivos, intereses y características de género de hombres y mujeres” [10] y categorías de currículo oculto [11]. Se entiende esta última noción como aquel proceso que, contrapuesto al currículo oficial, imparte de manera invisible funciones de socialización, a la vez que refleja “las contradicciones de la sociedad, […] los roles de género, conflictos entre grupos sociales, raciales y religiosos, los modelos y prácticas de ciudadanía” [12]. Dadas estas categorías de observación, se encuentra que, al preguntar a los docentes de plantel mixto si hay diferencia cualitativa entre la inteligencia de hombres y mujeres, no se dan aseveraciones directas sobre posibles distinciones específicas. Sin embargo, los docentes de plantel masculino reconocen la importancia del entorno en el desarrollo de las capacidades con que nacen tanto hombres como mujeres, las cuales, según ellos, son idénticas, aunque pueden llegar a diferenciarse. De esta manera, se atribuye un desarrollo distinto de la inteligencia, en parte, gracias a lo que se concibe como machismo. En el caso de docentes de plantel femenino, se interpreta de manera negativa la sensibilidad y emocionalidad femenina pues se señala que estas características intervienen en el nivel de exigencia que los docentes tienen hacía las alumnas. En general, se encuentra que en el plantel masculino las atribuciones sobre inteligencia tienen un mayor trasfondo de igualdad, en comparación al planten femenino que manifiesta un predominio de atribuciones no igualitarias, específicamente, con señalamientos de que los niños aventajan a las niñas en la mayoría de asignaturas. Por otra parte, en el caso del plantel mixto, se encuentra cierto consenso en cuanto a que “las mujeres son superiores en las asignaturas que implican habilidad verbal y artística y los hombres en las asignaturas que necesitan razonamiento abstracto o científico” [13].
Ahora bien, al cuestionar si las diferencias de género son el resultado de la biología o la cultura, las respuestas también fueron distintas en cada plantel. En el plantel mixto, la mayor parte de respuestas hacen referencia a factores familiares, en la medida en que a los hombres se les da más libertad para salir del hogar, mientras que a las mujeres se les restringe a permanecer en este espacio y a mantener cierta obligación con las labores del hogar; al parecer, esta dinámica de movilidad tiene influencia en el hecho de que los hombres demuestren facilidad para situaciones nuevas que requieren razonamiento matemático, mientras que las mujeres forman mayores competencias de habilidades verbales:
En matemáticas influye el que el niño esté en la calle porque allí él ve los negocios en las busetas y a ellos los mandan a hacer los mandados más que a las niñas. Y si van por la bolsa de leche y por los huevos, ellos van a analizar más las cuentas [14].
En el plantel masculino también se considera la importancia del entorno y los valores transmitidos por la familia, en el desarrollo de las competencias. En general, se señala que desde el hogar se inculca la incapacidad igualitaria de las mujeres para ciertas actividades y, en esta medida, se limita su auto imagen. En el plantel femenino también se da importancia a la familia, pues se reconoce que a las mujeres se les otorgan obligaciones relacionadas con labores del hogar, mientras que a los hombres se les da más libertad para salir. También se reconoció, por parte de una docente, la importancia de las experiencias en la formación cerebral, esto es, una especie de condicionamiento biológico no heredado sino moldeado por las experiencias. Cabe resaltar que en el plantel femenino también se reconoció la importancia de las características internas de las mujeres, como la excesiva sensibilidad y vulnerabilidad: “A las niñas hay que tratarlas con dulzura y cuidado, lloran mucho, son hipersensibles” [15].
Por otra parte, en el libro El telar de los valores, se presenta el informe del trabajo de innovación en Formación en Valores con perspectiva de género, adelantado por el grupo de Política, Género y Democracia de la Universidad Javeriana. En el desarrollo del estudio se reconoce que el problema de la reproducción del androcentrismo no se debe solamente a la transmisión de contenidos sino que se da “en una valoración diferencial de lo femenino y de lo masculino, que se construyen y se refuerzan en el escenario escolar”[16]. No obstante, se reconoce que algunos cambios en la formación de competencias femeninas y masculinas se han dado gracias a la revolución sexual en cuanto a las tareas, roles y funciones que desempeñan hombres y mujeres; no obstante, es necesario reconocer que esta revolución no se ha dado de manera ordenada y coherente, por lo cual, la salida de la mujer del ámbito del hogar se ha convertido en un indicador de desarrollo per se, que no se ha abordado con el cuidado y el análisis que merece[17]. De esta manera, no se ha logrado aún la consolidación de un nuevo orden social en el que hombres y mujeres tengan iguales oportunidades de acceso, participación y reconocimiento[18]. Así pues, aunque las mujeres manifiestan interés por carreras que tradicionalmente no se interpretan como exclusivamente femeninas, como medicina, contaduría, administración de empresas y derecho, se señala que, aquellas en las que aún se mantiene una mayor incidencia femenina, como la educación, la enfermería o el servicio domestico, siguen siendo actividades de baja remuneración [19]; de hecho, según Baquero, aunque sea difícil demostrar una discriminación evidente en los procesos de contratación de las mujeres, el factor discriminatorio aparece como perjudicial y creciente en las decisiones salariales del grupo femenino [20]. Según los autores de este trabajo, para enfrentar este sesgo en la valoración y en los estímulos, se ha intentado fortalecer capacidades e intereses en las ciencias exactas y en las matemáticas pero, de nuevo, el fortalecimiento de estas capacidades implica adoptar un referente masculino[21]. Esto quiere decir que para lograr una educación verdaderamente igualitaria, se requiere introducir al currículum saberes que han sido devaluados por considerarse como tradicionalmente femeninos; este es el caso de la culinaria, los primeros auxilios y la puericultura; solamente un enfoque coeducativo [22] de este tipo permitiría una orientación en que niños y niñas tienen la misma atención, el mismo acceso a protagonismo, el mismo reconocimiento “y en donde los valores tradicionalmente atribuidos a hombres y mujeres sean considerados igualmente importantes y transmitidos por igual unas a otros” [23]. En el desarrollo del trabajo de campo se realizó una activad que buscaba establecer los valores con los que tanto alumnos como alumnas se identificaban; algunos aspectos señalados por los estudiantes, como diferencias entre géneros, son los siguientes:
1. Las niñas se caracterizan por usar falda y los niños por usar pantalón.
2. “Las niñas se arreglan más y de forma diferente”[24].
3. Con respecto a la relación con los objetos del entorno, se señala que las niñas son más cuidadosas.
4. Con respecto a la forma de relacionarse con las otras personas, se encuentra que los niños son más “mandones y bruscos”[25], mientras que las niñas son más chismosas.
5. Las niñas son más sensible y débiles, mientras que los niños manifiestan fortaleza y capacidad de defender a las niñas. Con esto, se reitera una polaridad entre fortaleza y belleza.
6. Con respecto al trabajo, se asegura que los hombres pueden desarrollar tareas que requieran fortaleza, mientras que las mujeres se relacionan con trabajos más sencillos.
7. Se asegura que las niñas son más consentidas por los profesores.
En su libro Colombia: un proyecto inconcluso, Cuellar (2000) dedica un capítulo al papel de la mujer en la sociedad, y destaca algunos puntos de divergencia entre géneros. En los aspectos familiares, se encuentra que la mujer le asigna mayor importancia a la formalidad de las relaciones de pareja; de esta manera, es mayor el porcentaje de hombres que consideran el matrimonio como una institución anticuada (32%), frente a la mujer (26%). Con respecto al ámbito educativo y laboral, se encuentra que aunque es mayor la proporción de mujeres con primaria terminada, secundaria sin terminar y secundaria terminada, la tendencia se invierte en los estudios universitarios sin terminar y terminados. En los estudios universitarios terminados se encuentra una diferencia de 4% (12% para los hombres y 8% para mujeres). Al respecto vale la pena resaltar que, a pesar de la mejora en los porcentajes de educación primaria y secundaria para la mujer, un 17% de los hombres considera que ellos tienen más derecho a la educación que las mujeres; lo curioso es que esta misma creencia se encuentra en el 12% de las mujeres. La creencia de que el hombre tiene más derecho al trabajo se encuentra respaldada por un 39% de los hombres y por una de cada tres mujeres.
En aspectos laborales, el 38% de las mujeres asegura nunca haber tenido un trabajo, frente a un 9.5% de los hombres. Sin embargo, en tres actividades predomina el trabajo femenino [26]. En general, la necesidad de convicción para seguir órdenes se da en mayor proporción en mujeres que en hombres: En los aspectos económicos, se encuentra que la mujer se preocupa más por la seguridad del hogar [27].
Es de resaltar que las mujeres parecen aceptar más el cumplimiento de las normas que los hombres. Así, las mujeres justifican menos acciones como aceptar un soborno, comprar algo robado, evitar pagar el pasaje del bus, hacer trampa en los impuestos y reclamar beneficios del Estado que no le corresponden. En materia de violencia, se encuentra que el hombre está más afectado por delitos y disputas y que la proporción de viudas supera en cuatro la proporción de viudos.
A pesar de que en este mismo estudio se aborda el tema de la religión, las diferencias de género en esta área no se analizan.
2 - DIFERENCIAS DE GÉNERO EN LA ECV
En esta sección, de manera elemental y descriptiva, se hace un inventario de aquellas respuestas a la Encuesta Colombiana de Valores (ECV) en que se observan diferencias, estadísticamente significativas, entre mujeres y hombres. Para simplificar la presentación, el listado de los elementos que ayudan a discriminar las respuestas por géneros, se hace en el mismo orden de las preguntas del cuestionario que se aplicó.
La excepción a esta secuencia en la exposición se hace para algunos indicadores globales de bienestar que se analizan con mayor detalle en la segunda sección.
Para las mujeres es más importante la religión que para los hombres. [28] A diferencia de aspectos como la familia, los amigos, el tiempo libre o el trabajo, para los cuales las diferencias por género no son significativas, el porcentaje de respuestas femeninas que califican de muy importante la religión está 14 puntos por encima del de los hombres.
En el mismo sentido, el 57% de las mujeres manifiestan que es especialmente importante enseñarle a un niño la fe religiosa, contra un 48% en el lado masculino.
En esta área de las cualidades que se pueden alentar en los hijos, no se perciben peculiaridades femeninas dignas de mención en cuestiones como la independencia, el trabajo duro, el sentido de responsabilidad, la imaginación, la tolerancia, el ahorro, la determinación y perseverancia o el no ser egoísta. En cuanto a la obediencia, de nuevo, ellas manifiestan en un 58% que es algo pertinente, contra un 52% entre los hombres.
Una variable frecuentemente utilizada como indicador del capital social, la confianza que se tiene en los demás no muestra discrepancias importantes por género en las respuestas.
Tales divergencias vuelven a aparecer en términos de con quien se pasa el tiempo libre, dimensión que corrobora la relevancia que tienen para las mujeres los asuntos religiosos ya que ellas, en promedio, pasan más tiempo al año con la gente de su iglesia del que ellos lo hacen, siendo además el tipo de reunión femenina más frecuente, después de la familia, similar al tiempo pasado con amigos y por encima del de reuniones con colegas de trabajo u otras actividades sociales. Para los varones, después de la familia, los amigos son la compañía preferida para el tiempo libre.
Con relación a las organizaciones y actividades voluntarias a las que se pertenece se observan diferencias significativas por género. [29] Es mayor la participación femenina en aquellas de naturaleza religiosa y, por supuesto, en los grupos de mujeres. La vinculación a partidos políticos y a grupos deportivos, por el contrario, es inferior a la masculina.
Tanto en hombres como en mujeres, las organizaciones religiosas son las que, de lejos, muestran mayor capacidad de atraer afiliados. Este liderazgo de la esfera religiosa en cuanto a capacidad de asociación se confirma con la cuestión del trabajo voluntario en dónde, nuevamente, se destaca las capacidad de las iglesias y organizaciones religiosas, muy por encima de las culturales o deportivas para los hombres. En el caso del voluntariado, las diferencias por género son significativas en las organizaciones religiosas, los grupos o partidos políticos, las asociaciones profesionales, las organizaciones deportivas y los grupos de mujeres.
Las mujeres muestran una menor intolerancia con los homosexuales. En materia de discriminación, se trata del único colectivo para el cual aparecen diferencias apreciables por géneros. Mientras el 39% de los hombres manifiesta que no le gustaría tener de vecino un homosexual, entre las mujeres la cifra respectiva es del 30%, que es inferior a la expresada, por ambos géneros, contra los criminales, los bebedores empedernidos o los drogadictos.
Con relación a las condiciones del ambiente laboral, la diferencia más significativa se observa para la característica de “un trabajo respetado por la gente” considerada importante por el 60% de las mujeres, contra apenas un 46% en los hombres. Que se trate de un trabajo con responsabilidad también es algo más apreciado por ellas (62%) que por ellos (55%). La importancia asignada a otras características de un empleo, como el sueldo, la seguridad, la presión, el horario, la iniciativa requerida, los festivos, el logro, que sea interesante o que esté a la medida de las capacidades no muestra diferencias significativas por género.
Hay algunas discrepancias con respecto a la percepción de la familia ideal, y más específicamente en cuanto a la conveniencia de que se requiera la presencia de un padre y una madre. Mientras el 20% de ellas tiende a estar de acuerdo con la afirmación que “un niño necesita de un hogar con ambos padres, el papá y la mamá, para que pueda ser feliz”, la fracción masculina correspondiente es apenas del 14%.[30]. Por otra parte, mientras prácticamente la totalidad de las mujeres (99.7%) tienen claridad acerca del tamaño ideal de la familia (2.4 es el promedio y 2 la moda en las respuestas, sin diferencias apreciables por género) la proporción equivalente de hombres es levemente inferior (98%).[31]
Varias afirmaciones que se podrían caracterizar de machistas presentan, como cabía esperar, una mayor incidencia de rechazo femenino que masculino. La más relevante se refiere a las diferencias de capacidades para el liderazgo político. La apreciación que los hombres son mejores líderes es muy rechazada por el 51% de las mujeres y apenas el 40% de los varones.
La discrepancia entre géneros sobre la ventaja de los hombres en la política tiende a desvanecerse con la edad, e incluso, entre los mayores de 45 años, cambia el sentido, siendo más alta a partir de esta edad la fracción de hombres que no comparte esa apreciación.
Una situación similar se da para la observación que la educación universitaria masculina es más importante que la femenina, opinión que comparten el 10% de las mujeres y el 14% de los hombres.
Aunque de manera menos marcada, para esta opinión también se observa una disminución de las diferencias por géneros al aumentar la edad de quien responde.
En materia de las prioridades de acción pública también aparecen algunas discrepancias dignas de mención. Aunque para ambos grupos la referencia más frecuente como asunto público de primera importancia es la de “mantener el orden de la nación”, los hombres sobrepasan a las mujeres en tal apreciación. La diferencia más significativa se da para el asunto del control de la inflación, considerado prioritario por una de cada cuatro mujeres, y tan sólo por uno de cada seis de los hombres.
De manera consistente con la mayor prioridad asignada por los varones a la cuestión del orden público, y de paso con siglos de tradición de la guerra como un asunto esencialmente masculino, menos de la mitad de las mujeres se declara dispuesta a pelear por su país en una guerra, fracción que casi llega a los dos tercios entre los hombres. Por otro lado, ante la eventual participación personal en una guerra, se observa una mayor renuencia femenina para contestar tal pregunta.
Sobre el interés por la política, y las discrepancias por género que se observan al respecto, se hará un análisis más detallado en la siguiente sección. En este punto vale la pena simplemente señalar que al nivel más general –la respuesta a una pregunta explícita sobre ese interés- hay diferencias entre las mujeres y los hombres, entre quienes los que manifiestan sentirse muy interesados por la política (10%) doblan la cifra femenina respectiva.
El menor interés femenino por la política se da acompañado de un menor seguimiento de los asuntos políticos en las noticias de la prensa, la radio o la televisión.
Por otra parte, una característica de las mujeres es que parecen menos inclinadas a localizarse en el tradicional espectro de la ideología política. En efecto, ante la pregunta sobre ser izquierda o de derecha, más de una en cuatro (26%) de las mujeres no quiso responderla mientras que tal fracción entre los hombres no alcanza a ser de uno en cinco (18%).
Entre quienes no evitaron definir su posición en el espectro ideológico se observa que el paso de los años se asocia con una tendencia hacia la derecha, siendo esta evolución más nítida en las mujeres que en los hombres. Así, mientras en las menores de 25 años las participaciones, entre ellas, de la izquierda y la derecha son del 18% y del 34%, entre las mayores de 55, las cifras respectivas son del 6% y del 48%. Entre los hombres, la caída en la incidencia de la izquierda en los tramos extremos de la escala de edades es del 3%, que se acompaña de un aumento del 15% de la derecha.
Es interesante observar que el diferencial por edades en la ideología política de las mujeres es más marcado que el que se observa entre los extremos del estrato económico. En efecto, mientras la incidencia de féminas izquierdistas en el estrato más bajo es del 14% en el más alto es del 3%, o sea una diferencia de apenas 11 puntos, inferior a la que se observa entre las menores de 25 y las mayores de 55. Entre los hombres el efecto estrato sobre la ideología es aún más tenue, siendo relativamente constante la participación de la izquierda en todos los estratos.
Aunque en niveles altos, las mujeres desconfían menos de la burocracia pública que los hombres. No resulta fácil conciliar este resultado con la observación anterior sobre la falta de interés femenina en la política. Esto admitiría, en alguna medida, una lectura de mayor desconfianza en el manejo de los asuntos públicos y, por esa vía, de menor confianza en los funcionarios estatales. De cualquier manera, una de cada dos mujeres manifiesta no sentir nada de confianza por los burócratas mientras que sólo el 3% dice tener en ellos mucha confianza. Para los hombres las cifras respectivas son del 59% y el 2%. Más adelante se profundiza en el análisis de esta desconfianza en algunas instituciones políticas claves.
En el otro extremo, y de manera más marcada que los hombres, las mujeres confían bastante en las iglesias; el 57% de ellas manifiesta tener mucha confianza, contra el 4% que no tienen ninguna. En los varones los porcentajes correspondientes son del 45% y el 10%.
Estas dos instituciones –la iglesia y la burocracia- son las dos únicas para las cuales se observan diferencias estadísticamente significativas por género en cuanto a la confianza que se les otorga. Además, resultan ser las que se encuentran situadas en los extremos de la escala de confianza institucional.
No se debe dejar de señalar el hecho que una de las instituciones que más confianza genera –está de segunda en la lista- tanto entre los hombres como entre las mujeres, por encima de los grupos ambientalistas, las empresas, o los medios de comunicación, es el ejército. La policía, aunque menos bien posicionada, se encuentra también por encima de los medios de comunicación, tanto prensa como televisión. Por otra parte, el movimiento feminista inspira menos confianza que las instituciones ya mencionadas, situándose por encima tan sólo de los sindicatos, el congreso, los partidos políticos y la burocracia. Esta clara desconfianza por el movimiento que, en principio, defiende los intereses de las mujeres se observa tanto entre ellas como entre ellos.
Con relación a la confianza, algunas diferencias por género se alcanzan a percibir en el perfil por edades de esa variable.
Se puede anotar que la confianza femenina en la iglesia y el ejército, que es muy similar entre las más jóvenes de la muestra, diverge con la edad a favor de la primera institución y en detrimento de la segunda. Entre los hombres, por el contrario, la confianza en estas dos instituciones tradicionalmente asociadas con los valores conservadores tiende, en ambos casos, a aumentar.
La iglesia, de hecho, es la única institución para la cual la confianza se va consolidando entre las mujeres con el paso de los años. La edad se asocia, por el contrario, con un deterioro de la confianza femenina en el congreso, la burocracia, el movimiento ambientalista e incluso el feminista. Para los hombres, el incremento en la confianza con la edad se da, con las iglesias, el ejército, la prensa y la policía[32].
Las consecuencias del nivel socio económico de los hogares sobre la confianza en las instituciones es bastante diferente a la de la edad y, de nuevo, persisten algunas diferencias por género. Así, en las mujeres una mejor posición económica se traduce en un incremento de la confianza en lo que vagamente se podría denominar el establecimiento –el gobierno, los partidos, el congreso y las empresas- y una mayor desconfianza hacia el movimiento feminista. Entre los hombres el avance económico sólo se asocia con una mayor confianza en el gobierno y una caída en la que se tiene en las iglesias y los grupos ambientalistas.
Sorprendentemente, en las mujeres, la posición dentro del espectro ideológico izquierda centro derecha no tiene ningún efecto perceptible sobre la confianza en las instituciones. En los hombres, por el contrario, los movimientos de la izquierda hacia el centro y hacia la derecha se asocian con un incremento en la confianza hacia las iglesias y el ejército, y una mayor desconfianza en los movimientos ambientalistas.
La mayor confianza que expresan las mujeres hacia las iglesias no es la única dimensión de los asuntos religiosos para los cuales aparecen en la ECV diferencias significativas por género. Para todas las variables disponibles en la encuesta sobre religiosidad –en términos de prácticas o de ideas- las mujeres difieren de los hombres. En primer lugar, mientras entre las primeras la fracción que manifiesta no pertenecer a ningún grupo religioso es del 19%, entre los hombres la cifra correspondientes es del 25%. El 83% de las mujeres reconocen ser personas religiosas, y tan sólo el 0.3% se dicen ateas. Entre los varones las proporciones respectivas son del 75% y el 2%.
Consecuentemente, la frecuencia femenina de asistencia a los oficios religiosos es mayor que la masculina. Mientras el 62% de las mujeres reportan asistir al menos una vez por semana, para los hombres la fracción es del 46%.
Tanto en las mujeres como en los hombres asistir con frecuencia por lo menos semanal a los oficios religiosos es una práctica que se consolida con el paso de los años. Mientras menos de la mitad de las más jóvenes reportan esa frecuencia en el rango de mayor edad la cifra ya supera el 80%. Entre los hombres, el cambio aparece menos marcado en los primeros rangos, con un incremento súbito en el último tramo de edades.
El efecto del estrato sobre la asistencia a los oficios religiosos, es prácticamente nulo para las mujeres, con la excepción del estrato 4, en dónde se da un leve pico. Para los hombres se alcanza a percibir un perfil con forma de U invertida: la asistencia aumenta desde el primero hasta el cuarto estrato, disminuyendo luego en los dos estratos superiores.
La influencia de la ideología sobre la práctica religiosa es más nítida en las mujeres que en los hombres, para quienes ser de izquierda o de centro no se asocia con una mayor asistencia a los oficios religiosos, algo que sólo se observa entre quienes se consideran de derecha.
A diferencia de la ideología política, que parece influir más sobre la práctica religiosa de las mujeres que sobre la de los hombres, entre estos últimos un factor determinante resulta ser su estado de salud ya que considerarlo malo se asocia con una altísima asistencia semanal a los oficios religiosos, superior incluso a la de las mujeres con salud precaria. Parte de este efecto se confunde sin duda con el que tiene el envejecimiento y, de hecho, se puede pensar en un origen similar: la religiosidad aumenta ante la cercanía con la muerte.
Lo que se podría denominar la práctica privada o íntima de la religión también se revela como una característica más que todo femenina. El 97% de las mujeres, contra el 91% de los varones, señalan tener momentos de oración, rezo o contemplación. La frecuencia de estas oraciones está mucho más concentrada en todos los días que la de asistir a los oficios –con la que está correlacionada- y también se incrementa con la edad.
Como cabría esperar, hay una correlación positiva entre la práctica pública y la privada de la religión. Lo que sorprende es que esta asociación sea más estrecha entre los hombres.
La mayor cercanía de las mujeres con la dimensión espiritual y religiosa no se limita a una asistencia más frecuente a los oficios religiosos o más tiempo dedicado al rezo y la oración. En materia de creencias hay también diferencias importantes por género. En mayor proporción que los hombres, las mujeres creen en Dios, en la vida después de la muertes, que la gente tiene alma, en el infierno y en el cielo.
Ante la pregunta de qué tan importante es Dios en su vida, el 90% de las mujeres respondieron que 10, el máximo posible. Esta calificación la mencionaron el 81% de los hombres.
Por último, y como síntoma de una mayor inclinación femenina hacia la mezcla de la política con la religión, es mayor la proporción de mujeres que piensa que las creencias religiosas deben ser un requisito para ejercer cargos públicos.
3 – IDEAS Y ACCIONES RELIGIOSAS Y POLÍTICAS. MACHISMO
El inventario que se acaba de hacer sobre las variables que, en la ECV, distinguen de manera estadísticamente significativa a las mujeres colombianas de sus compatriotas varones señala dos dimensiones de los valores particularmente relevantes a la hora de establecer discrepancias por géneros: la religión y la política. Puesto que, como también se vio, estos dos grandes capítulos de los valores presentan múltiples manifestaciones vale la pena un esfuerzo por resumir toda esa información en lo que se podrían denominar índices resumen o síntesis tanto de la religiosidad como del grado de politización de las personas. En cada una de estas dos grandes categorías se pueden, a su vez, establecer dos grandes grupos referidos a lo que, por una parte, y de acuerdo con la información de la ECV, las personas hacen y, por otro lado, lo que las personas piensan. Así, a manera de síntesis para analizar las diferencias que, en materia de religión y política, existen entre lo femenino y lo masculino en la ECV, se construyeron cuatro índices, dos para la religiosidad, uno de acciones (rA) [33] y otro de ideas (rI) [34] y dos para la politización, separando también las acciones (pA) [35] de las ideas (pI) [36].
Para construir estos índices la metodología utilizada fue relativamente sencilla. Para cada una de las cuatro categorías mencionadas rA, rI, pA y pI, se tomaron todas las variables que en la ECV tuvieran relación con esa categoría y después, con el procedimiento estadístico de análisis factorial o componentes principales, se resumió esa información en cuatro índices que resumen, o comprimen, en un solo índice, la mayor parte de las variaciones de las variables que componen esa categoría. El procedimiento arroja así cuatro indicadores, distribuidos con media cero en la población total, de mujeres y hombres, de la muestra, y para los cuales un mayor valor indica una mayor religiosidad o politización de acciones o de ideas.
Lo que se observa, en primer término, es que la religiosidad presenta mayores discrepancias por género que la politización, que en la primera dimensión hay mayor concordancia entre las acciones y las ideas y que en el terreno de la politización las ideas diferencian más a los géneros que las acciones.
En el área de la religiosidad, la distribución del índice es más concentrada alrededor del promedio en las mujeres que en los hombres, lo que equivale a decir que las primeras presentan menor variedad o heterogeneidad que los segundos. Por otra parte, la distribución de la religiosidad de ideas es menos simétrica que la de acciones.
En el área de la politización también se observa una mayor homogeneidad femenina, hay menos concordancia en la distribución de las acciones y la de ideas. En otras palabras, a diferencia de la religiosidad, en donde por lo general niveles altos de religiosidad de ideas se dan acompañados de niveles altos de acciones religiosas, en el área de la política parece común lo que se podría denominar la politización de sillón: cierta incoherencia entre las ideas y las acciones.
La concordancia entre las ideas y las acciones en materia religiosa se percibe en una alta correlación en los respectivos índices siendo extrañamente, como se anticipó, mayor entre los hombres (r=72%) que entre las mujeres (r=55%). En el terreno político la discrepancia por géneros se mantiene, es menos marcada, y se observa una coherencia mucho menor entre el pensar y el actuar (r=16% para los hombres y 13% para las mujeres) [37].
Los datos de la ECV no corroboran la tradicional y tajante distinción entre la esfera religiosa y la actividad política en la cual los valores seculares, modernizantes, van reemplazando las creencias religiosas, en principio, con un fortalecimiento de la actividad política. El perfil que surge de las respuestas es poco nítido y bastante complejo.
Aunque en términos de ideas, en los niveles bajos de la religiosidad, se alcanza a percibir una tendencia acorde con el planteamiento más tradicional, en los niveles más altos de religiosidad se observan dos resultados bastante extraños: una vinculación masculina con la política muy superior a la de la escala baja de la espiritualidad y, por otro lado, un gran aislamiento político de las mujeres. Por otro lado, en materia de acciones, en los niveles bajos de religiosidad esta parece complementarse con una mayor actividad política. No parece arriesgado plantear acá que la hipótesis que tradicionalmente se ha hecho sobre la progresiva secularización de los valores cívicos y políticos en detrimento de los religiosos no tuvo en cuenta, entre otras, la realidad de ciertos grupos con alto interés tanto en la religión como en la política. La influencia, aparentemente creciente de un activismo religioso con, simultáneamente, gran capacidad de convocatoria política parecería ser lo que se manifiesta en las respuestas de la ECV.
3.1 – La religiosidad
La religiosidad, tanto de ideas como de acciones, aumenta con la edad, y este incremento es mucho más marcado en los hombres que en las mujeres. En las mujeres hay una especie de punto de saturación en el penúltimo rango de edades (46 a 54 años), pues a partir de allí los índices permanecen constantes. Para los hombres, por el contrario, la entrada en la tercera edad (más de 55 años) representa un salto importante en términos de religiosidad, tanto a nivel de ideas como de acciones.
Al igual que a lo largo de la escala de edades, en todos los estratos socio económicos se corrobora la observación de una religiosidad femenina mayor que la masculina, tanto en acciones como en ideas. Los estratos 5 y 6 se distinguen claramente de los estratos 1 a 4 por una menor religiosidad, tanto en acciones como en ideas, y tanto en mujeres como en hombres. A pesar de la observación anterior se percibe en los cuatro primeros estratos un incremento más o menos continuo en la religiosidad, de manera más marcada para ellas que para ellos.
Tanto para las mujeres como para los hombres, en acciones y en ideas, los datos de la encuesta confirman la noción general que la ideología de izquierda es menos compatible con la religión que la de derecha, ya que el hecho de localizarse a la izquierda del espectro ideológico se da acompañado de un menor índice de religiosidad. Sin embargo, parecería que el efecto género sobre la religión es aún más determinante que la misma ideología ya que, tanto en acciones como en ideas, las mujeres de izquierda aparecen más religiosas que los hombres de derecha. Además, las izquierdistas muestran mayor religiosidad en acciones que las mujeres que no quisieron posicionarse en el espectro ideológico
Tal como se había anticipado al analizar la frecuencia con que se asiste a los oficios religiosos, se observa una relación negativa entre el estado de salud de la persona y su religiosidad, tanto de acciones como de ideas. Esta asociación es particularmente estrecha en los hombres para quienes niveles positivos de religiosidad, de acciones y de ideas, se observan tan sólo, y en niveles similares a los de las mujeres –sobre todo en acciones- en el grupo con bajo estado de salud. Entre las mujeres, los niveles bajo y medio de salud no se asocian con diferencias significativas en materia religiosa, que sólo aparecen cuando el estado de salud se considera muy favorable.
La idea de una religiosidad masculina oportunista se tiende a corroborar con la observación que entre los hombres, mucho más que entre las mujeres, la insatisfacción con la situación económica del hogar se asocia con una mayor religiosidad. Para ellas, por el contrario, la dimensión espiritual aparece relativamente independiente de lo material.
Así, los datos de la encuesta sugieren que los varones se acercan a la religión cuando su salud, o las finanzas de la familia, no son favorables. Este sentido utilitarista de las ideas y las acciones religiosas no se da entre las mujeres. El efecto de la mala salud sobre la religiosidad masculina persiste incluso después de controlar por la edad.
Por último, el impacto de la religiosidad se manifiesta sobre la concordancias con varios de los preceptos religiosos básicos sobre la familia, como el de privilegiar el matrimonio sobre las uniones libres, no aceptar el madresolterismo, la contracepción, el divorcio, o el aborto.
En primer lugar parece haber alguna relación entre el estado civil de la persona y el índice de religiosidad, cuyos valores mínimos se observan entre los hombres solteros y los divorciados mientras los máximos se dan entre las mujeres viudas y las casadas. A pesar de la observación anterior, la religiosidad de las separadas es similar a las de las casadas, siendo ambas superiores a las de las emparejadas sin casarse y a las de las solteras.
Por otra parte, la opinión acerca de lo anticuado del matrimonio como institución tiende a reforzarse con la baja religiosidad. El efecto es más marcado en los hombres.
La asociación de la religiosidad con la aprobación del madre solterismo, aunque negativa, es bastante tenue, y sin diferencias apreciables por género.
En una escala desde 1 “nunca se justifica” hasta 10 “siempre se justifica” se preguntó a las personas en la ECV que manifestaran su opinión sobre algunos temas –como el aborto, el divorcio o la eutanasia- sobre los cuales la Iglesia ha mantenido posiciones rotundas. Se puede por lo tanto analizar hasta que punto la mayor religiosidad de ideas se puede ver asociada con las posiciones defendidas por la Iglesia. La respuesta parece ser positiva: a mayor religiosidad de las personas menor parece ser la aceptación –o mayor el rechazo- frente a ciertas conductas abiertamente reprobadas por la Iglesia.
El aborto parece ser un tema frente al cual las ideas religiosas surten un importante efecto, y con grandes diferencias por género. La correlación entre el índice de religiosidad y la aceptación del aborto no sólo es importante en términos absolutos entre las mujeres (-27.7%) sino que presenta una diferencia significativa con la de los hombres. Es conveniente destacar que este resultado no significa que el aborto sea más rechazado por ellas –la actitud femenina frente al aborto no aparece en la encuesta significativamente distinta de la masculina- sino que es en las mujeres sobre quienes la religiosidad tiene un mayor poder para disminuir su aceptación. En otros términos, parece haber una mayor sensibilidad femenina a los argumentos religiosos en contra del aborto. Además, los datos de la encuesta sugieren que basta, por decirlo de alguna manera, una pequeña cantidad de ideas religiosas para alterar de manera significativa, entre ellas, su actitud frente al aborto. En efecto, con sólo pasar del quintil más bajo al segundo en la escala de la religiosidad, se disminuye en cerca de un 30% la aceptación promedio femenina del aborto, para permanecer en un nivel relativamente constante con posteriores incrementos en la religiosidad. El impacto de la religiosidad sobre la actitud de los hombres hacia el aborto no sólo es un poco menor sino que es más progresivo.
El impacto que las ideas religiosas parecen tener sobre la actitud hacia el divorcio es diferente. Aunque para los hombres, de nuevo, se percibe un efecto progresivo, y levemente inferior al de las mujeres, entre estas, y a diferencia del aborto, el mayor cambio de actitud se observa en el extremo alto de la escala de la religiosidad. En otros términos, se requerirían altas dosis de adoctrinamiento religioso para lograr alterar de manera significativa la aceptación femenina del divorcio.
3.2 – La politización
El efecto del paso del tiempo sobre la politización femenina es completamente distinto al que se observa para la religiosidad. Además, hay menor concordancia entre acciones e ideas. Mientras que la politización de acciones presenta niveles bajos en los dos primeros rangos, un incremento a partir de los 36 años y una brusca caída a los 55 años, a niveles inferiores a los de las primeras etapas de la vida adulta, la politización de ideas empieza baja, decrece de manera continua y termina en niveles muy bajos. Entre los hombres el perfil de la politización con la edad tiene forma de U invertida terminando en niveles levemente superiores a los de partida. El pico en materia de acciones es entre los 46 y los 55 años mientras el de ideas aparece veinte años antes.
El perfil del grado de politización por estrato socioeconómico es aún más extraño que el de la religiosidad, y es difícil detectar alguna regularidad bien sea en las acciones o en las ideas. Ni siquiera la que parecía una regla general –la mayor politización masculina que femenina- se cumple en todos los estratos.
Puesto que el hecho de manifestar que se es de izquierda o de derecha no se utilizó para la construcción de los índices de politización –en los cuales se tuvo en cuenta sólo el hecho de situarse o no en algún punto del espectro ideológico- se puede analizar la relación entre politización e ideología. Lo que se observa es interesante. En primer lugar, domina el efecto género. La politización de los hombres es siempre mayor que la de las mujeres y las discrepancias por género más sustanciales se observan para las acciones entre las personas de izquierda pero también para las ideas entre las de derecha. Para las mujeres, el menor nivel de acciones se da en el centro y el mayor a la izquierda. Para los hombres, por el contrario, es menor la politización de acciones a la derecha que al centro dónde, a su vez, es menor que a la izquierda.
En el campo de la politización de ideas, para las mujeres, la diferencia la marca el ser de izquierda. Para los hombres, por el contrario, hay mayor politización a la izquierda que a la derecha, pero en esta última posición el índice es mayor que al centro.
La relación de la politización con la salud y la economía es bastante distinta a la observada con la religiosidad. En primer lugar la precariedad de la salud aparece como un impedimento para las acciones políticas, tanto en las mujeres como en los hombres. En estos últimos, además, la muy buena salud, parecería impulsarlos hacia una mayor politización. A diferencia de la religiosidad que, en los hombres, se incrementa con la mala salud, la politización se complementa con esta última.
De la misma manera, la situación de las finanzas familiares aparece, entre los hombres, positivamente relacionada con la politización, tanto en acciones como en ideas. En particular, la insatisfacción con la situación económica del hogar tendría como uno de sus efectos un relativo aislamiento de la actividad política. La precariedad económica relativa produciría mayor apatía política, y no una mayor actividad. No sobra señalar en qué medida este resultado va en contravía de una de las ideas más arraigadas en el país, aquella según la cual la débil situación económica de las personas es uno de las principales motivaciones para una activa, incluso violenta, participación política.
3.3 – Machismo
Cerca de una decena de las preguntas de la ECV permiten construir, en forma similar al ejercicio realizado para la religiosidad y la politización, un índice de ideas machistas para resumir en una sola variable la información sobre algunas opiniones acerca del papel de la mujer en el mercado laboral y frente a la vida de pareja [38].
El primer punto que llama la atención de este ejercicio es que el machismo está lejos de poder ser considerado una categoría dicótoma. Puesto para cada una de las preguntas utilizadas en la construcción del índice el rótulo de machista de la respuesta es relativamente obvia, se podría pensar que una persona, por simple consistencia, contestaría de manera similar todas las preguntas. Los datos muestran que, por el contrario, si existe al interior de la categoría del machismo, cierta varianza.
El índice obtenido -con media cero por la manera como se calcula- varía entre –1 y 2. Las mujeres son significativamente menos machistas que los hombres, con una distribución del índice ligeramente más concentrada.
Entre ellas más no entre ellos, el machismo aparece asociado con la edad. Las nuevas generaciones de mujeres son cerca de veinte puntos menos machistas que las de más de 55 años. En particular, se observa un quiebre que se inicia con la cohorte de 36 a 45 años. Entre los hombres, salvo la generación entre 46 y 55 años, no hay mayor diferencia en machismo en el rango de edades incluido en la muestra.
El estado civil de la persona parece tener repercusiones sobre el machismo. La viudez, en los hombres y en las mujeres, se asocia con los más altos niveles de machismo. Los y las divorciadas son, a su vez, quienes presentan los índices más bajos. Entre los casados y los separados, ellos son machistas y ellas no lo son, más o menos en la misma magnitud.
Entre los hombres hay un altísimo machismo en el estrato más popular, característica que parece decrecer con el ingreso. En las mujeres, el menor machismo se da en los estratos medios. En los bajos y los más altos el machismo es mayor. En cualquiera de los estratos el machismo de los hombres es superior al de las mujeres y aún más, con la excepción de los del estrato cinco, los hombres de cualquier estrato son más machistas que las mujeres de cualquier otro.
Las mujeres de derecha son más machistas que las de centro o izquierda, entre quienes no hay mucha diferencia. Los hombres derechistas son más machistas que los de izquierda quienes, a su vez, lo son más que los de centro.
Se sugiere una leve asociación positiva entre la religiosidad y el machismo, más marcada en ellos que en ellas. En la mujeres, sin embargo, el efecto desaparece una vez se controla por la edad. Entre los hombres si persiste, y se observa un diferencial de machismo de veinte puntos entre los extremos de religiosidad.
La politización (de ideas) tiene un efecto totalmente distinto sobre el machismo femenino y el masculino. Mientras que entre ellas el mayor interés por la política se da acompañado de una reducción importante en el machismo, entre ellos el efecto es el opuesto.
Un interrogante que vale la pena hacerse en este punto es si las ideas machistas tienen algún efecto sobre la actitud hacia dos de los grandes caballos de batalla del movimiento feminista: el divorcio y el aborto. Es conveniente complementar la respuesta, positiva, a esta pregunta con la anotación que este efecto es inferior al que, como se señaló, tiene la religiosidad. Como se aprecia en la gráfica -en la que se dejó la escala correspondiente al mismo ejercicio realizado con el índice de religiosidad- más machismo se asocia, en efecto, con un mayor rechazo tanto al divorcio como al aborto. Pero esta asociación es más débil que la observada con la religiosidad y, además, presenta menores discrepancias por género.
Un comentario al margen que cabe hacer con relación a este ejercicio es que el machismo parecería disminuir la aceptación de la prostitución y que este efecto es más pertinente entre ellas que entre ellos. Este resultado no concuerda con una visión, bastante generalizada en la literatura feminista, de acuerdo con la cual el mercado del sexo es otra de las consecuencias de una cultura machista y patriarcal que constituye la mayor, a veces la única, fuente de los problemas que enfrentan las mujeres en áreas tan variadas como la discriminación laboral, la represión sexual, la falta de acceso al poder político o la violencia doméstica.
Vale la pena en este punto realizar un ejercicio muy sencillo consistente en buscar, dentro de las variables construidas a partir de la encuesta, aquellas que mejor ayudan a explicar la actitud, femenina y masculina, hacia cuestiones que son recurrentes en la literatura de género.
Con relación al aborto, por ejemplo, se observa que, para ellas, predomina el impacto de la religiosidad, seguido de un efecto regional y de un indicador de control [39] que se puede planetar se aproxima a la idea de empoderamiento. El efecto de estas tres variables es negativo sobre la aceptación del aborto. Así, paradójicamente, el control que las mujeres sienten que tienen sobre sus vidas actuaría en la misma dirección de la religiosidad, incrementando el rechazo hacia la interrupción voluntaria del embarazo. Entre los hombres, por el contrario, ninguna de estas variables muestra tener efecto, algo que si se percibe para el estrato económico, que incrementa la aceptación de esta conducta.
Para el divorcio, de nuevo, el mayor impacto se da a través de la religiosidad, y de manera exclusiva para las mujeres. De forma poco sorprendente se observa que el machismo, en ellas y ellos, reduce la aceptación del divorcio. Un efecto similar se logra, para los hombres, con la edad.
El mismo ejercicio se puede realizar para otras cuestiones frecuentemente debatidas en la literatura feminista, como la prostitución y la homosexualidad. El resultado más digno de mención es, de nuevo, el papel primordial de la religiosidad en la definición de los niveles de tolerancia ante estas conductas. Como cabría esperar, la mayor cercanía con la religión se traduce, en las mujeres, en un mayor rechazo. La actitud masculina hacia estas conductas no parece alterarse sino con la edad –que incrementa el rechazo- y un efecto regional. Como ya se señaló, el machismo muestra una asociación negativa con la tolerancia hacia la prostitución entre las mujeres.
Así, los resultados de la ECV muestran una realidad bastante compleja y no siempre acorde con la sabiduría convencional, o con ciertos postulados feministas. En particular, vale la pena destacar la importancia del factor religioso como elemento que altera los valores femeninos y, en particular, la actitud hacia asuntos tan críticos como pueden ser el divorcio y el aborto. O en asuntos sociales debatidos, como la prostitución y la homosexualidad. Aún controlando por la edad, el estrato económico y algunos efectos regionales, la religiosidad, un aspecto subestimado y relegado por la literatura feminista, surge en estas áreas como algo más pertinente para las mujeres que el grado de politización, el empoderamiento, y aún el frecuente comodín del machismo.
4 - SATISFACCIÓN Y BIENESTAR
Una de las preguntas de la ECV, referente a qué tan feliz se siente la persona entrevistada, y que se puede tomar como indicador global de bienestar, también presenta como característica cierta diferencia por géneros. En concreto, la frecuencia de respuestas negativas es significativamente mayor entre las mujeres que entre los hombres. Mientras entre las primeras, la proporción que manifiesta sentirse “no muy feliz o nada feliz” es del 16%, entre los hombres la cifra respectiva es del 11%. Por otra parte, el porcentaje de quienes se sienten muy felices es igual entre ellas y ellos.
Tres de los que se podrían considerar componentes importantes de la sensación de felicidad –el estado de salud, la satisfacción con la situación económica del hogar y la sensación de tener libertad de elección y control sobre la vida- también presentan la peculiaridad de diferencias significativas por género.
En materia de salud, por ejemplo, un poco más de la cuarta parte (27%) de las mujeres describe su estado actual como malo o regular, mientras la proporción de hombres con tal opinión es del 17%. En el otro extremo, un 35% de ellos sienten tener muy buena salud, porcentaje que para ellas no llega sino al 29%.
Con respecto a la satisfacción con la situación económica del hogar, casi la tercera parte de las mujeres (29%) asigna una baja calificación, opinión que sólo comparte el 20% de los hombres.
En forma consistente con la reiterada observación de deficiencias femeninas en términos de libertad de elección y control sobre sus vidas –la falta de empoderamiento en la jerga feminista- los datos de la encuesta muestran que, en promedio, es menor la calificación otorgada por las mujeres a este tipo de poder sobre las propias decisiones.
Así, lo femenino se asocia en la encuesta, de manera estadísticamente significativa, con manifestaciones pesimistas sobre los distintos indicadores disponibles de bienestar. El área de la salud es aquella para la cual las diferencias por género son más importantes, ya que el hecho de ser mujer implica un incremento del 81% en la probabilidad de considerar la salud regular o mala.
Le sigue en importancia la insatisfacción con la situación financiera del hogar, que es 65% más frecuente entre las mujeres. Está por último la sensación de tener un bajo poder sobre la vida personal, manifestación 30% más probable entre las mujeres que entre los hombres. En alguna medida contrariando postulados básicos feministas, las mujeres colombianas parecen lamentar más su precario estado de salud, o las deficiencias económicas, que la falta de empoderamiento.[40]
Es interesante observar que estos indicadores básicos de salud, economía y poder, no sólo presentan una situación menos favorable entre las mujeres sino que su impacto sobre la percepción global de bienestar –qué tan feliz se siente la persona- es también diferente al observado entre los hombres. Además, tanto para ellas como para ellos, el efecto de la salud, las finanzas o el poder personal sobre la percepción de felicidad no es continuo, ni uniforme, ni simétrico. En particular, los factores que incrementan la felicidad no siempre coinciden con los que previenen la infelicidad. Y, como se señaló, en estas contribuciones al bienestar, las diferencias por género son importantes.
Así, por ejemplo, mientras que para las mujeres el contar con muy buena salud incrementa en un 96% la probabilidad de manifestar que se es muy feliz entre los hombres la cifra respectiva es un impresionante 235%; y mientras entre ellas el considerar que se tiene un estado de salud regular o malo disminuye en un 45% la probabilidad de sentirse muy feliz, entre ellos el impacto es muy pequeño (6%) y no alcanza a ser estadísticamente significativo. Con relación a la situación económica, el manifestar estar satisfecho con la misma tiene un impacto favorable del 96% sobre la percepción de mucha felicidad entre las mujeres, y del 50% entre los hombres. En ambos casos, la insatisfacción económica no tiene una repercusión estadísticamente significativa. Por último, y de manera que sorprendería tanto a feministas como a economistas, la libertad de elegir no muestra tener un impacto estadísticamente significativo sobre la manifestación de sentirse muy feliz. Además, aunque sin llegar a ser estadísticamente significativo, el impacto negativo de la falta de poder sobre la felicidad es superior entre los hombres que entre las mujeres. En otros términos, las mujeres colombianas que manifiestan sentirse muy felices parecen totalmente ajenas a las preocupaciones por el empoderamiento que desvelan a las feministas.
En la gráfica siguiente se resumen estas asimetrías por género en los factores que afectan la expresión de sentirse muy feliz.
Fuera de estas disparidades entre los géneros existen, como se señaló, asimetrías a lo largo de la escala de la felicidad, puesto que los factores positivos asociados con que la persona manifieste ser más feliz, no siempre son los mismos que, al ser negativos, contribuyen a la infelicidad. Además, persisten importantes discrepancias entre ellas y ellos.
El impacto de la mala salud sobre la infelicidad lo comparten las mujeres y los hombres. Para las primeras el señalar que el estado de salud es malo o regular incrementa en un 129% la probabilidad de manifestar que se siente poco o nada feliz; para los hombres el guarismo respectivo es del 98%, siendo, en ambos casos, un efecto estadísticamente significativo. Con respecto a la satisfacción con la situación financiera del hogar, se observa un efecto significativo tan sólo para las mujeres, para quienes el estar poco satisfechas económicamente incrementa la probabilidad de declararse infelices en un 90%. Para los hombres, el impacto es tan sólo del 21%, sin ser estadísticamente significativo. En el otro extremo, el estar tranquilo con las finanzas familiares disminuye en cerca del 50%, tanto en mujeres como en hombres, la probabilidad de sentirse infeliz. Entre los segundos el efecto es menos significativo en términos estadísticos. Por último, la falta de libertad sobre las decisiones y control sobre la vida tiene repercusiones similares por género sobre la manifestación de ser poco feliz (+75%) sin que el impacto alcance a ser significativo estadísticamente. El empoderamiento –manifestar que se tiene alto grado de control sobre la vida- no tiene capacidad para disminuir la probabilidad de sentirse poco feliz.
Puesto que, como se señaló, manifestar sentirse poco feliz es algo que distingue a las mujeres de los hombres vale la pena indagar cuáles son los elementos que contribuyen a explicar este indicador de infelicidad femenino (IIF). Para esto el ejercicio que se puede hacer consiste en estimar –por medio de un modelo logit- cuales son las variables que, en forma adicional a los indicadores de estado de salud y satisfacción con las finanzas familiares, contribuyen a discriminar a las mujeres que manifiestan sentirse poco o nada felices.
El primer punto que se puede señalar es que el IIF es independiente de la edad de la mujer. Tampoco depende –en buena parte porque ya se está controlando por el indicador de satisfacción con la situación financiera del hogar- del estrato socio económico, ni de la región del país en dónde se realizó la encuesta.
El estado civil de la mujer, por el contrario, muestra tener algún efecto. En particular, para las casadas la probabilidad de reportar sentirse infelices se reduce en un 36% mientras que, por el contrario, el estar separadas incrementa los chances en un 87%. Este segundo coeficiente es más significativo en términos estadísticos. Conviene señalar que la situación de mujer con hijos y sin pareja no muestra tener un impacto sobre el reporte de sentirse infeliz, en buena parte porque el efecto de este escenario ya se está captando a través del indicador de insatisfacción con la situación económica de la familia, cuya probabilidad se incrementa en un 45% para las mujeres que crían solas a sus hijos. Así, los datos sugieren que los costos de levantar una familia sin ayuda de un parejo son, para las mujeres colombianas, fundamentalmente económicos.
La importancia que se le asigna en la vida a aspectos como la familia, los amigos, el tiempo libre, la política, el trabajo, o el servicio al prójimo no muestran ningún tipo de asociación con la manifestación de sentirse poco o nada feliz.
Por el contrario, varios de los elementos asociados con las creencias religiosas muestran tener un impacto sobre el reporte de infelicidad. El efecto parece ser bastante complejo. En primer lugar, manifestar que la religión es un aspecto muy importante en la vida reduce en un 45% la probabilidad de que una mujer se considere infeliz. Sin embargo, que la religión sea poco importante en la vida es un factor de infelicidad más pertinente a que sea nada importante. En otras palabras, para las mujeres, asignarle una alta importancia a los aspectos religiosos actuaría como una barrera para la infelicidad pero involucrarse a medias en la religión sería peor que no involucrarse del todo. Por otra parte, este efecto aparece similar entre las mujeres y los hombres.
Retomando en este punto los índices de religiosidad analizados atrás, se tiende a corroborar este planteamiento que en las mujeres, más que en los hombres, se observa una asociación positiva entre la dimensión religiosa y la sensación de felicidad en la vida. Por un lado, si se calcula el valor promedio de los índices de religiosidad de acciones y de ideas para cada grupo definido de acuerdo al criterio de qué tan feliz se siente en la vida –poco o nada, bastante, mucho- se aprecia una asociación positiva. Entre mujeres y hombres, a nivel de acciones o de ideas, los índices de religiosidad son superiores entre quienes consideran ser muy felices que entre quienes manifiestan ser poco o nada felices.
La misma asociación positiva se observa al mirarla en el otro sentido. Si se divide la muestra por quintiles del índice de religiosidad se aprecia, con mayor claridad para ellas que para ellos, que en el quintil más bajo de la religiosidad, la proporción de quienes se sienten poco o nada felices es mayor.
En el otro extremo de la escala, también se observa que en el quintil más bajo de la religiosidad, y entre las mujeres, es bastante menor la proporción de quienes se sienten muy felices, fracción que alcanza su máximo en el quintil superior de la religiosidad. Entre los hombres esta asociación casi no se percibe.
Una dinámica paralela se presenta con respecto a la manifestación de confianza hacia las instituciones, puesto que confiar poco en las iglesias tiene un alto impacto negativo sobre la felicidad, similar al de no confiar nada en ellas. En este caso -cuando se controla por los indicadores de salud, satisfacción económica y poder- el efecto negativo de la poca confianza es estadísticamente significativo mientras que el positivo asociado con tenerles mucha confianza no lo es.
El no estar vinculada a ningún grupo religioso – o el no haber respondido la pregunta al respecto- incrementa de manera significativa (en un 103%) los chances de que una mujer manifieste sentirse infeliz. Sin embargo, la pertenencia a un grupo específico –católico, protestante, evangelista- no tiene ninguna consecuencia. Para los hombres ni siquiera se observa el primer efecto.
Los resultados anteriores corroboran la relevancia de las creencias o ideas religiosas sobre la sensación de infelicidad. Varias de las prácticas o acciones relacionadas con la religión también muestran un efecto equivalente. Un ejemplo en ese sentido es el tiempo que se pasa con la gente de su iglesia. En efecto -después de controlar por los indicadores de salud y satisfacción financiera- la menor frecuencia de reuniones con feligreses se asocia con un mayor reporte de infelicidad.
Puede pensarse que el pasar tiempo libre con los feligreses tiene una naturaleza más social que religiosa, ya que un efecto similar sobre el indicador de infelicidad, sobre todo en las mujeres, se observa para los ratos que se comparten con los amigos.
En este terreno se observa una marcada diferencia por géneros ya que para los hombres el estar aislados de los amigos no tiene mayor impacto sobre la infelicidad.
Como se mencionó atrás, la otra gran dimensión en la que se observan diferencias importantes entre las mujeres y los hombres es la política. Vale la pena por lo tanto analizar si esta área de los valores muestra algún tipo de asociación con el indicador de infelicidad.
La relación entre el indicador de felicidad y la política es bastante compleja. En primer lugar, al nivel más básico -la manifestación global de interés por la política- no se observa, para las mujeres, ninguna relación con el hecho de sentirse poco o nada feliz. Para los hombres, por el contrario, sí se observa que a medida que disminuye el interés por la política, aumenta la frecuencia del reporte de infelicidad.
En el otro extremo de la escala global de bienestar –entre quienes manifiestan sentirse muy felices- la relación con la política se invierte, tornándose irrelevante para ellos, y negativamente asociada con la felicidad para ellas. Mientras entre las mujeres muy interesadas en la política la frecuencia de muy felices es del 40% para las nada preocupadas por la política la cifra alcanza el 56%.
Así, el desinterés por la política se asocia, en los hombres, con una mayor infelicidad mientras que, por el contrario, en las mujeres, y en el nivel alto de la escala de bienestar, el mismo desinterés por la cosa pública se asocia con una mayor felicidad.
Por otra parte, y de nuevo de manera tanto sorprendente como difícil de explicar, se observa una estrecha asociación entre la infelicidad y la confianza que se tiene en la burocracia pública, siendo esta relación, de nuevo, radicalmente distinta entre las mujeres y los hombres. Mientras que, para las primeras, el mayor nivel de confianza en el aparato estatal se asocia con los más bajos reportes de infelicidad, y en la medida que aumenta la confianza disminuye la proporción de quienes manifiestan ser poco felices, en los hombres la situación es prácticamente la inversa.
Esta insólita asociación entre la infelicidad y la cosa pública se confirma al analizarla entre quienes se consideran muy felices. Por una parte, entre las mujeres se mantiene el sentido de la relación, ya que a medida que disminuye la confianza en la burocracia, también es menor la proporción de quienes reportan sentirse muy felices. Por otra parte, las diferencias por género tienden a desvanecerse.
Es conveniente en este punto señalar que, cuantitativamente, es más pertinente la declaración de ninguna confianza en la burocracia que la de mucha confianza, y que es esa gran desconfianza en lo público lo que distingue a las mujeres de los hombres, siendo entre ellas menos numerosas las totalmente escépticas: 50% contra 59% en los hombres.
Por otra parte, la desconfianza en la burocracia no depende del estrato socio económico pero sí de la edad, y esa tendencia, creciente en el tiempo, parece más marcada entre las mujeres. Así, en el último tramo de las edades, la desconfianza femenina alcanza a superar la masculina, cuando entre los jóvenes el liderazgo en escepticismo lo llevan los hombres.
De cualquier manera, el no confiar nada en los burócratas se asocia con la escala subjetiva de bienestar global siendo, para las mujeres, un fuente importante de infelicidad. Incluso cuando se controla por los indicadores de salud y satisfacción con la situación económica del hogar, el declarar que no se tiene ninguna confianza en la burocracia pública incrementa en un 52% los chances de que una mujer manifieste sentirse poco o nada feliz.
Un punto que conviene despejar es si la desconfianza en la burocracia pública se traduce en un incremento de la confianza en otras instituciones –como la empresa privada, o la iglesia- que, en principio, se podría pensar la sustituyen.
Lo que se observa es precisamente lo contrario: en términos generales las calificaciones de la confianza en las distintas instituciones presentan una correlación positiva –a mayor confianza en una mayor confianza en las otras- sin diferencias sistemáticas o apreciables entre hombres y mujeres.
A un nivel más específico de la dimensión política, el de la satisfacción con la forma en que el gobierno está manejando los asuntos del país, también se observa una asociación con el indicador de infelicidad, en el sentido esperado. Después de controlar por aquellos factores que se ha visto alteran la infelicidad, se observa que la insatisfacción con el manejo concreto de la cosa pública está asociada con el reporte de ser poco o nada feliz, siendo la relación más nítida en las mujeres que en los hombres. Mientras entre quienes se manifiestan muy satisfechas con la labor del gobierno la proporción de mujeres poco o nada felices es del 12% entre las muy insatisfechas el guarismo correspondiente sube al 21%. Entre los hombres, la variación, en el mismo sentido, es tan sólo del 9% al 13%
Esta relación entre ser o no feliz y el acuerdo con el desempeño del gobierno persiste, de manera menos marcada, y con menores diferencias por género, en el tramo alto de la escala de bienestar. Entre quienes se sienten muy felices, sólo mucha satisfacción con el desempeño oficial parece surtir algún efecto.
Para la satisfacción con el desempeño del gobierno las diferencias por género son menos marcadas que para la confianza en la burocracia, y se dan en los valores medios, no en los extremos.
La asociación con la felicidad se concentra en los niveles bajos de esa escala, y el efecto es más marcado en las mujeres.
Como ya se mencionó, en materia política, otra de las diferencias entre los géneros es la localización en el espectro izquierda-centro-derecha, o para ser más precisos, en la falta de voluntad para encasillarse, otra peculiaridad femenina. Fuera de esta diferencia, se observa que, entre las mujeres izquierdistas es mayor la incidencia de infelicidad (23%) que entre las derechistas (14%), las de centro (17%) e incluso de las que no desean situarse en esa escala (16%). Entre los hombres la asociación es menos clara.
En el otro extremo de la escala de bienestar, la asociación es menos nítida. Para las mujeres, la mayor incidencia de personas muy felices se observa entre quienes no quieren ser calificadas de izquierdistas, de centro o derechistas. Entre los hombres no clasificables también se observa la mayor proporción de muy felices, aunque en este caso lo siguen muy de cerca los izquierdistas.
A pesar de la relación que se observa en las gráficas anteriores, al controlar por los otros elementos que alteran el indicador de infelicidad, la variable que en mayor medida lo afecta es, para las mujeres, el considerarse de derecha, que disminuye en un 35% los chances de declarar que se sienten poco o nada felices. Este coeficiente no es significativo al 95% sino al 90% de confiabilidad.
Los índices de politización analizados atrás pueden ser útiles para describir esta compleja relación entre la dimensión política de los valores y la sensación global de bienestar. En primer lugar se observa que entre las mujeres que manifiestan sentirse poco o nada felices, el valor promedio del índice de politización –sobre todo el de acciones- es significativamente inferior.
La misma asociación se percibe cuando se observa la proporción de personas que se sienten poco o nada felices a lo largo de la escala de la politización, dividiendo la muestra por quintiles de los índices analizados atrás.
Lo que se observa es que en la escala baja del bienestar global la mayor politización, en términos de acciones, se asocia, en las mujeres más que en los hombres, con una continua disminución en la incidencia de la infelicidad. La relación con la politización de ideas es menos nítida.
Entre las personas que manifiestan sentirse muy felices, la relación con la politización es menos uniforme. Y las diferencias por género son más tenues.
Bibliografía
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* Profesor investigador – Universidad Externado de Colombia. mauriciorubiop@hotmail.com
** Grupo Transdisciplinario de Investigación en Ciencias Sociales – MÉTODO - esalcedo@grupometodo.org>
[1] Para lograr este objetivo resultaría útil superar algunos prejuicios contra, incluso fobias hacia, las disciplinas que más han avanzado en el estudio de las diferencias entre mujeres y hombres sin recurrir al guión estándar de la cultura patriarcal y machista que somete a las mujeres. En particular, cada vez resulta más costoso ignorar los avances de la ciencia cognitiva, la genética, la neuropsicología, la psicología evolucionaria, la psicología comparada e incluso la etología que, en los últimos años, han permitido entender mejor el tipo de dinámicas cerebrales, hormonales y metabólicas que pueden generar diferencias en las tendencias conductuales de hombres y mujeres. Estos desarrollos han permitido comprender que algunas predisposiciones conductuales son el resultado de presiones del entorno que, a través de la evolución, han generado adaptaciones que se manifiestan en el funcionamiento cerebral, hormonal y metabólico de nuestros organismos. La falsa creencia de que hablar de predisposiciones conductuales y características innatas implica un juicio de valor positivo o equivalen a plantear tendencias inmodificables, a pesar de ser una apreciación equivocada, ha generado resistencia a la aceptación de hallazgos indudablemente útiles para las en las ciencias sociales.
[2] En el idioma ingles se utiliza el término gender para referir la condición cultural de ser hombre o mujer. Así pues, para hacer referencia al dimorfismo sexual masculino y femenino, parecería más correcto utilizar el término sexo. Esto quiere decir que “la diferenciación entre sexo y género se ha apoyado conceptualmente en la polaridad cultura-naturaleza” [Rico, Alonso, Rodríguez, Díaz, Estrada, Castillo y Gonzáles (2002) p. 37]
[3] Rico, Alonso, Rodríguez, Díaz, Estrada, Castillo y Gonzáles (2002) p. 37.
[4] Estos análisis se hacen con base en resultados de pruebas de calidad de la educación y pruebas Icfes.
[5] Uribe (2001) p. 76.
[6] Caro (2000).
[7] Rico, Rodríguez, Alonso, Castillo, López y Alméciga (2002) p. 16.
[8] Ibid p. 17.
[9] Ibid p. 17.
[10] Ibid p. 17.
[11] En este estudio, la categoría de curriculum oculto fue entendida como “las normas, valores y pautas de comportamiento relativas al género, que se transmiten en las relaciones al interior de la escuela. Se asumió que en el currículo oculto están implicados factores como insumos, procesos y resultados con las siguientes características: factores de insumo: las atribuciones sobre capacidades, intereses y características de género. Factores de procesos: las relaciones docentes – alumnos/as, donde se transmiten los mismos valores, normas y pautas de comportamiento asociadas al género. Factores de resultado: los comportamientos, diferenciados por género, de alumnos y alumnas; su autoimagen como “buenos estudiantes”, “hombres” y “mujeres”; las competencias que desarrollan; las opciones que asumen para su vida futura”. [Rico, Rodríguez, Alonso, Castillo, López y Alméciga (2002) p. 23]. Para una ampliación del concepto currículum oculto, Cfr. Torres (1996).
[12] Rico, Rodríguez, Alonso, Castillo, López y Alméciga (2002) p. 39. La perspectiva de género en el curriculum oculto se considera de importancia pues consiste en las nociones no explícitas ni evidentes que influyen en la autovaloración de niños y niñas, con respecto a las opiniones que van formando a lo largo de su educación. Así pues, se acepta que en el interlineado de los procesos pedagógicos, al interior de las aulas, se condicionan rutinas, protocolos y pautas de interacción entre niños y niñas, que le indican a cada uno lo que es correcto o incorrecto con respecto al género.
[13] Ibid p. 81. Al respecto, los autores del estudio cuestionan si las atribuciones de los docentes refuerzan las diferencias de género con respecto a lo logros de las distintas asignaturas, o si estos logros y resultados retroalimentan las atribuciones “basadas en genuinas percepciones de la realidad”. [Ibid p. 81]. Frente a este cuestionamiento, se asegura que es más relevante indagar en las implicaciones que las atribuciones diferenciales pueden tener para los mismos docentes y sobre los alumnos, en lugar de cuestionar si dichas atribuciones guardan correspondencia con hechos específicos.
[14] Respuesta de una docente, citada en Rico, Rodríguez, Alonso, Castillo, López y Alméciga (2002) p. 83
[15] Citado en Rico, Rodríguez, Alonso, Castillo, López y Alméciga (2002) p. 85.
[16] Rico, Alonso, Rodríguez, Díaz, Estrada, Castillo y Gonzáles (2002) p. 40.
[17] Ibid pág. 41.
[18] Ibid pág. 41.
[19] “A mediados de la década de los ochenta, el diferencial de ingresos entre hombres y mujeres era elevado, llegando en 1985 al 29%. Cae hacia 1987 y desde allí empieza a fluctuar alrededor de un 20%, disminuyendo en algunos años. A partir de 1995 el diferencial de ingresos por género empieza a elevarse, alcanzando su máximo valor en 1999 (34%). La parte del diferencial salarial que es explicada por discriminación no ha mostrado una tendencia a la baja y durante la década de los noventa ha tendido a aumentar, situándose en 1999 en su nivel más elevado.” [Baquero (2001)p. 23]
[21] En la medida en que, como se ha señalado a lo largo del documento, parecer haber cierta fortaleza por parte de los hombres en razonamientos matemáticos, intentar igualdad en estas áreas, según los autores, implica adoptar un referente masculino, contrario a lo que sucedería si se pretendiera igualdad en áreas en las que se considera que las mujeres son aventajadas, como el lenguaje y la comunicación.
[22] “La propuesta de la Escuela Coeducativa […] cumple con este cometido pues tiende a desarrollar en niños y en niñas una actitud positiva tanto hacia los tipos de tareas femeninas como de las masculinas”. [Rico, Alonso, Rodríguez, Díaz, Estrada, Castillo y Gonzáles (2002) p. 44.]
[23] Rico, Alonso, Rodríguez, Díaz, Estrada, Castillo y Gonzáles (2002) p. 45.
[24] Ibid p. 135.
[25] Ibid p. 135.
[26] Supervisor o trabajo de oficina (7% mujeres, frente a 5% hombres), docente (4% mujeres, frente a 3% hombres), y vendedor público (17% mujeres, frente a 15% hombres).
[27] Frente a la hipotética situación de perder el empleo, las mujeres, más que los hombres, dejarían de comprar ropa (84% mujeres, contra 79% hombres), dejarían de pagar las pensiones del colegio (10% mujeres, contra 7% hombres) y reducirían los gastos de comida (14% mujeres, contra 13% hombres).
[28] Es necesario reconocer el esfuerzo por hacer una aproximación entre categorías teológicas y género. Este es el caso del grupo de estudios de Teología y Género, de la Universidad Javeriana. Puede encontrarse en los trabajos de este grupo un enfoque en la aproximación al género desde la teología y la antropología teológica. Por ejemplo, Cfr. Vivas (2002). No obstante, a pesar de que en algunos trabajo se indaga por la relación entre género y teología, [Vivas (2001)], del análisis que se presenta en este capítulo parecería necesario hacer una aproximación más sistemática al pronunciado interés femenino por la religión.
[29] En la encuesta anterior se observó que la proporción de mujeres que participan en actividades asociativas es menor en mujeres que en hombres; en general, las mujeres participan menos en organizaciones de asociación que los hombres: 5.7% en hombres frente a 3.3% en mujeres. Las mujeres solamente manifiestan una mayor proporción de asociación en actividades caritativas en razón de 3 a 1. [Cuellar (2000) p. 789]
[30] Este resultado contrasta con la encuesta anterior, en la que se observa que el 17% de los hombres creen que el niño necesita de ambos padres para ser feliz, frente a un 13% de las mujeres. [Cuellar (2000) p. 366].
[31] En la encuesta anterior se encontró que el número ideal de hijos es 2.6 para mujeres entre 18 y 24 años y, en general, para hombres y mujeres la cantidad es idéntica: 2.6. [Cuellar (2000) p. 279].
[32] Estas observaciones se basan en el siguiente ejercicio. Se estima, para cada institución y cada género, una regresión del indicador de confianza en función de la edad. Un coeficiente positivo equivale a un incremento en la confianza con los años. En la gráfica se reporta el efecto del aumento de un tramo en los rangos de edad.
[33] El índice de religiosidad de acciones se basó en las siguientes variables: tiempo que pasa con la gente de su iglesia, vinculación a organizaciones religiosas o a Iglesias, trabajo voluntario con Iglesias, frecuencia de asistencia a oficios religiosos, frecuencia de oraciones o rezos.
[34] Para el índice de religiosidad de ideas se resumió la información sobre: importancia asignada a la religión, importancia de enseñar a los niños fe religiosa, confianza en las Iglesias, pertenencia a algún grupo religioso, manifestar ser una persona religiosa, creer en Dios, en la vida después de la muerte, que la gente tiene alma, en el infierno y en el cielo, importancia de Dios en la vida y encontrar consuelo y esperanza en la religión.
[35] Para politización de acciones se utilizaron las preguntas sobre: frecuencia de discusión de asuntos políticos con amigos, afiliación o trabajo voluntario en partidos políticos, grupos de derechos humanos, grupos de mujeres, firma de referendos o consultas, unirse a boicots, manifestaciones fuera de la ley, huelgas no oficiales y toma de edificios o fábricas y frecuencia con que se siguen asuntos políticos en los medios.
[36] Para la politización de ideas se utilizaron las preguntas sobre: importancia asignada a la política, tener opinión definida sobre la propiedad –privada o estatal- de las empresas, e interés manifiesto en la política. Para otra serie de preguntas se tomó como indicador de menor politización el no haberlas respondido: ubicación izquierda derecha, confianza en los partidos políticos, el congreso, la burocracia, las grandes empresas, los movimientos ambientalistas y feministas, opinión sobre ventajas de líder político fuerte, o de los expertos, o un gobierno militar o un sistema democrático, satisfacción con la democracia colombiana, cuatro opiniones sobre la democracia y cuatro sobre los vínculos entre los políticos y la religión.
[37] Estas correlaciones se calcularon con los índices originales. Para facilitar la presentación las gráficas se presentan por quintiles del índice de ideas.
[38] Para la construcción de este índice también se recurrió al procedimiento de análisis factorial o componentes principales. Se utilizaron las siguientes variables: acuerdo con que cuando hay escasez de trabajo los hombres tienen más derecho al mismo que las mujeres, creer que un niño necesita un hogar con padre y madre, que una mujer necesita hijos para realizarse, que una mujer soltera puede tener hijos, no creer que una madre que trabaja pueda establecer una relación con sus hijos similar a una que no lo hace, pensar que ser ama de casa es tan satisfactorio como tener un empleo remunerado, no pensar que tanto el hombre como la mujer deben contribuir al sustento familiar, pensar que los hombres son mejores líderes políticos que las mujeres y estar de acuerdo con que la educación universitaria es más importante para los hombres.
[39] Se utilizó como indicador de control la respuesta, en una escala de 1 (nada) a 10 (mucha), a la siguiente pregunta “algunas personas sienten que tienen libertad de elegir y control total sobre sus vidas y otras personas sienten que lo que hacen no tiene ningún efecto en lo que pasa en sus vidas. ¿Cuánta libertad de elegir y de control siente usted que tiene sobre la forma que le resulta su vida?”.
[40] Esto parece dejar de manifiesto, de nuevo, el poco interés femenino, especialmente en el caso colombiano, por asuntos de liderazgo político. Al parecer, solamente es de esperarse un elevado interés en asuntos políticos, en países con esfuerzos educativos y culturales que impulsen este aspecto; de lo contrario, es de esperarse esta falta de interés y preocupación por asuntos políticos. [Sastre, Albarán, Ayala (2005)].