La intensificación del conflicto


¡Hágale, hermano!
Secuestro, narcotráfico y otras alegres audacias del M-19

Sin pretender identificar una única y precisa relación de causalidad, a continuación se resumen varios de los elementos que, hacia mediados de la década del ochenta, en ocasiones retroalimentándose, configuraron un ambiente favorable al despegue de la industria del secuestro en Colombia.

A principios de los años ochenta, se hace evidente una marcada voluntad de agudizar la guerra por parte de los distintos grupos subversivos que operaban en el país, cuya consecuencia más visible fue el ya señalado incremento en el número de frentes y combatientes de la guerrilla.

En las conclusiones de las deliberaciones internas en el marco de la VII Conferencia de las FARC, llevada a cabo en el año 1982, en la que replantean su estrategia militar, deciden iniciar una nueva etapa de urbanización e intensificación del conflicto, con un crecimiento basado en desdoblamiento de cada uno sus frentes en dos hasta llegar a por lo menos uno por departamento [1]. Es entonces cuando pasan a autodenominarse “Ejército del Pueblo” para convertirse en las FARC-EP y que adquieren importancia el llamado Estado Mayor y el Secretariado como instancias de dirección militar y política.

Para esta misma época, la recuperación del ELN de su virtual desaparición a raíz de los incidentes de Anorí y del desmantelamiento de sus frentes urbanos ya era una realidad. El apoyo del M-19 sumado a la importante inyección de recursos provenientes de la extorsión a la industria petrolera  facilitaron el resurgimiento de este grupo que cambió radicalmente su estrategia. En el año 1983 se inició la construcción del oleoducto para sacar el crudo del pozo petrolero de Caño Limón cuyo trazado pasaba por el Sarare, la zona que un pequeño frente del ELN, el Domingo Laín, había escogido como santuario. Esto permitió que, con unos cuantos ataques a las obras, cuyo retraso implicaba  para el país millonarias pérdidas, y unos pocos secuestros, el grupo obtuviera como contraprestación para dejar terminar la construcción varios millones de dólares, algo que para el ELN “acostumbrado a negociar con testarudos ganaderos, debió haber sido todo el dinero del mundo, con el cual empezó a recuperarse de su crisis” [2]. Así, los elenos abandonaron su desdeño por la combinación de las formas de lucha, descubrieron el llamado “clientelismo armado” -el arbitraje violento de recursos públicos por parte de guerreros para obtener apoyo político de la población beneficiaria-  y empezaron un período de consolidación. “A partir de 1986, toda la organización se integra nuevamente, ahora en torno al liderazgo del frente “Domingo Laín”, que restablece con sus acciones y sin proponérselo una “guía para la acción” … el ELN adoptó de facto la combinación de formas de lucha al establecer como objetivo el poder municipal, dando vía libre al secuestro y acordando especializarse en regiones estratégicas”  [3].

En el año 1983 en la “reunión nacional de héroes y mártires de Anorí” [4] el ELN adoptó el mismo criterio de desdoblamiento de los frentes  de las FARC, y empezó a buscar la centralización económica y política para “convertirse en una organización de carácter nacional. Desde esa época comienza a mirar el país en su conjunto y a definir una estrategia de guerra que se expresa básicamente contra los soportes de la economía nacional” [5]. Esta transformación, junto con algunos cambios organizativos internos, facilitaría posteriormente su alta participación en el industria del secuestro. Por esa época, a los observadores del M-19 les preocupaban tanto las taras organizativas del ELN para las acciones militares como la estructura totalmente plana e igualitaria, que, según los del Eme, constituía  un obstáculo para la práctica del secuestro a gran escala. “Creo que ese aspecto de igualdad podemos llamarlo cristiano; era un factor que dificultaba la construcción organizativa y la construcción del mando que corresponde a cada ejército, en la medida en que un guerrillero de base o compañero recién ingresado al ELN, en cualquier momento cuestionaba la autoridad de alguno de los hombres históricos de la organización”  [6].

Bastante menos recordado y analizado, pero no menos determinante, fue el papel jugado por los guerrilleros urbanos de corte nacionalista del M-19 que, por aquella época, no sólo marcaron la pauta en materia de acciones armadas de impacto sino que hicieron explícita la necesidad de revaluar el concepto de insurrección para pasar a la confrontación armada. Dos entrevistas realizadas a Jaime Bateman, líder del M-19, en 1982 y 1983, son ilustrativas. “Inmediatamente terminen estas elecciones de Marzo (de 1982) vamos a pasar a otra etapa. El M-19 recibirá al próximo Gobierno con salvas. El Gobierno y los militares saben que hasta el momento el M-19 no ha atacado por donde es” [7]. “Qué hacen cien hombres, seis meses, en una selva, sin combatir? Es una locura … Tienen que estar en el campamento mirándose unos a otros, limpiando los fusiles y comiendo, ¿y la moral? .. Y comienza la gente a desertar, porque los muchachos que ingresan a la guerrilla lo hacen es porque quieren pelear, no quieren estar en un campamento comiendo mierda … Nosotros (los guerrilleros) hemos sido en Colombia más politicistas que cualquier otra cosa … Estamos pensando más en la insurrección que en la guerra … Por eso te digo, no es que nosotros estemos en general contra el criterio de la insurrección. Lo que no queremos es armar el criterio estratégico alrededor de que el poder lo vamos a lograr a través de la insurrección. No. Prioridad Uno: ejército popular. Prioridad Uno”. [8]

Además, se proponen cambiar la rígida mentalidad de los demás grupos subversivos, en particular la del ELN, que, según ellos, no era la más adecuada para la nueva etapa de guerra. Son dicientes los esfuerzos del M-19 por replantear las rígidas estructuras organizativas del ELN y liberarlos de una mentalidad, esencialmente cristiana e igualitaria, que según los del primer grupo atentaba contra la agilidad en la toma de decisiones e impedía unas adecuadas tácticas militares. Quienes posteriormente vendrían a ser considerados arquitectos de la paz daban pasos definitivos para promover la guerra como, por ejemplo, establecer una escuela de formación de una compañía de ejército en el ELN. “Esto se originó en un conjunto de reflexiones … sobre la necesidad de que el ELN diese un salto estratégico en términos de su organización y su capacidad militar para ponerse a tono con las dinámicas combativas que la lucha guerrillera tenía en ese momento en el país [9].

En esencia, buscaban que se pasara de la teoría política a la práctica del combate. “Parte de esa rutina de campamento guerrillero del ELN, que para nosotros era muy extraña, era que después de las comidas todo el mundo se reunía en una maloca .. ahí se discutían todas las noticias y también teoría revolucionaria .. En aquella época Laura Restrepo había escrito su primera versión de Historia de una traición, donde se contaban hazañas del M-19, sobre todo la batalla de Yarumales … los pelados combatientes se iban al cambuche nuestro a que les contáramos cómo vivíamos en el M-19, cómo era la dinámica, la vida combatiente, la vida guerrillera y los tipos salían felices”  [10].

Por otro lado, lideran el establecimiento de un frente común de los distintos grupos guerrilleros para la intensificación del conflicto, primero a través de la Coordinadora Nacional Guerrillera (CNG). En 1984 Alvaro Fayad es el encargado por el M-19 de reunirse con el ELN para formar la CNG. El mismo Fayad, junto con su amigo de infancia, Ernesto Rojas del EPL (Ejército Popular de Liberación), habían sido los impulsores de esa idea que empezaron a llevar a la práctica con una alianza entre estos dos grupos [11]. Posteriormente se impulsa la Coordinadora Nacional Simón Bolívar (CNSB). Aunque los orígenes de esta alianza se remontan a 1985, cuando por iniciativa del M-19 se busca la coordinación de los distintos grupos sólo se consolida en 1987 al unirse las FARC al proyecto.  Así, bajo el liderazgo del Eme, se inicia un “gran retorno a las armas” de unas guerrillas unificadas y con tres características importantes: un apoyo financiero externo insignificante, recursos económicos internos importantes y una logística y armamento  comparables a los del ejército [12]. Es claro que en el creciente flujo de armas hacia Colombia para intensificar la guerra fueron determinantes, además de la extensión y porosidad de las fronteras, los contactos internacionales y las rutas abiertas por los narcotraficantes.

Es pertinente mencionar la clara ventaja que por aquella época le llevaba el M-19 a los demás grupos subversivos en materia de alianzas en el extranjero. El M-19 no sólo cultivó vínculos con Cuba y Nicaragua. Tuvo también conexiones con el movimiento Alfaro Vive del Ecuador y el Tupac Amaru peruano. A mediados de los ochenta impulsó la creación  de un ejército revolucionario internacional, el Batallón de América con militantes ecuatorianos, venezolanos y peruanos. Incluso habría llegado a tener contactos con la OLP [13]. Además, como se expone más adelante, ya estaban avanzados en materia de alianzas con algunos grandes narcotraficantes.

Vale la pena en este punto una breve referencia a ciertos principios de actuación -sería impreciso hablar de filosofía- de un grupo que consideraba no sólo que lo fundamental era actuar primero y pensar después sino que la acción, sin mucha reflexión previa, era un poderoso factor aglutinante. Para ilustrar esta observación se pueden transcribir algunas de las ideas que marcaron la “incipiente personalidad” de los Tupamaros, que se sabe inspiraron a los del M-19. “La acción como promotora de conciencia y unidad … Estas ideas reunieron en un mismo cuerpo al principio bastante inorgánico a distintos grupos de distintas procedencias. Su principal consigna en aquel entonces fue: “las palabras nos separan, la acción nos une” y pasaron a la acción y ésta los unió, generando una organización y una teoría. Nuevamente, entonces: primero fue la acción, la práctica y luego la teoría …De ahí nuestro lenguaje, nuestros símbolos y de ahí también que siempre hayamos hablado después de actuar, nunca antes. De ahí que hayamos preferido dar nuestra línea afirmándola a través de hechos … la lucha armada como una tarea práctica y no como una especulación de sobremesa” [14].

Estos postulados de acción audaz e irreflexiva eran diametralmente opuestos al dogmatismo de las otras guerrillas colombianas, que progresivamente aparecía como un obstáculo mayor tanto para la intensificación del conflicto como para la coordinación entre distintas organizaciones subversivas. Así, con un evidente liderazgo del M-19, y una clara inspiración Tupamara, a principios de los años ochenta “la lucha armada, la guerra en general, va profundizándose, tomando nuevas formas y contenidos, radicalizándose” [15].

La influencia de estas ideas sobre el M-19 la expresa con claridad Vera Grabe en sus memorias al recordar que “habíamos leído mil veces Las actas tupamaras, que contaban las acciones de esta guerrilla urbana uruguaya, que nos había inspirado con su imaginación y creatividad” [16]. La noción de que las detalladas consideraciones y evaluaciones previas bloquean la acción es no sólo un tema recurrente en los testimonios del M-19 sino algo que siempre se ha presentado con no disimulado orgullo: “La costumbre nuestra era vaya, mire y hágale[17].

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[1] Echandía (1999) p. 105
[2] Peñate (1999) p. 92
[3] Peñate (1999) p. 94
[4] Echandía (1999) p. 110
[5]  Medina (2001) p. 140.
[6]  Ruiz (2001) p. 169
[7] Duzán (1982). 
[8] Jimeno (1994) pp. 376 y 377. 
[9] Chávez (2001) p. 175
[10] Chávez (2001) p. 180.
[11] Grabe (2000) p. 245
[12] Balencie y La Grange (1999) p. 132. 
[13] Balencie y La Grange (1999) p. 139
[14] Actas Tupamaras (1986) p. 36.
[15] Actas Tupamaras (1986) p. 46
[16] Grabe (2000) pp. 69.
[17] COPP (2002) p. 35. Énfasis propio.